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Yo nunca ha sido dos

Por …

Nuestro destino es la presión que ejerce la pétrea abduración de una muerta


libertad; cada elección obstruye las direcciones no elegidas; en cada uno de
nosotros gimen los ahogados fantasmas que no fuimos
Nicolás Gómez Dávila1

A mi madre le debo la personalidad indecisa. Estar siempre luchando contra


una incómoda ambivalencia es otra característica heredada, como el color de los ojos
o el pelo medio rizado, que se me hace bastante difícil de ocultar. Desde muy
pequeño, me recuerda ella, fui así. Me cuenta que a los ocho años me debatía, dilema
que andaba contándole a todo el mundo, entre ser cantante o futbolista: hacía planes
para aquel futuro lejano, como si se tratara de elegir el sabor del helado (decisión
que tampoco era nada fácil, pues nunca, a decir verdad, escogí entre el chocolate y el
limón). Me incliné, sigue contándome, por querer, en el futuro, ejercer ambas
profesiones. Eso sí, no faltó el tío que una tarde me llenó de la duda mayor: ¿cómo
haría para entrenar, si entre ensayar y grabar gastaría todo mi tiempo? Así que, como
aquella duda me complicó lo que hasta ahora tenía más que decidido, terminé, pocas
reflexiones después, por renunciar a ambas ideas y dedicarme, no sé, a otra vaina, a
inventar cosas, le dije a mi mamá.
Tiempo después, cuando recién entré a estudiar periodismo, la duda no era
menor. Por ese entonces no sabía si continuar con aquel embeleco de la prensa, la
radio y la televisión u obedecer a la pasión juvenil que el teatro me había traído y
dedicarme a la actuación. Esta vez, la verduga que me llevó a tomar la decisión de
renunciar a ambos proyectos fue una amiga (periodista, claro) que me contó sobre
su padre: un actor que alcanzó cierta fama en la televisión nacional y que, después,
al intentar emprender su carrera de periodista, fracasó. Lo que concluyó mi amiga


No, el título no es una errata.
1
Página 12 de Textos I, en la edición de Villegas Editores (2002)
fue que todo el tiempo que su padre invirtió interpretando galanes en las telenovelas
le hizo perder la credibilidad. Sin duda, no fue este el argumento que me disuadió.
Mi amiga tal vez olvidó que el periodista no es solo la cara que aparece en el noticiero,
o quien firma las crónicas, así como que la profesión de actor se desarrolla más allá
de los estudios de grabación y de la farándula criolla. Periodista ella, claro. El hecho
es que me alejé de ambas empresas (bueno, de una más que de la otra) aún sin
entender la razón definitiva, pero con la seguridad de que aquel coctel profesional
nunca sería lo mío, y tal vez lo de nadie.
Ahora que me encuentro en la edad en la que las dudas son el pan diario (las
encrucijadas de la entrada a la juventud se hacen visibles, los problemas al intentar
comprender nuestra función en el mundo aumentan), mi encrucijada no es más fácil.
Mientras adelanto una carrera de literatura, y trato de escribir un par de poemas con
mi letra mamarrachuda, asisto a reuniones de militancia política y trabajo en causas
sociales. La ambivalencia de los proyectos en esta situación es incluso mayor que en
mis ideas de infancia, pues ambas ocupaciones, el oficio literario y la política, se
oponen radicalmente cuando pensamos en su naturaleza.
Por un lado, el quehacer intelectual, y con intelectual me refiero a la definición
de alguien dedicado al oficio del pensamiento (siendo la literatura uno de estos
oficios), es, por esencia, un ejercicio de aislamiento, de soledad, con el objetivo, en
ocasiones egoísta, ensimismado (que no por eso debe considerarse negativo) de
satisfacer un impulso personal. Y por el otro lado, la vida política presupone, en
teoría y ojalá fuera en la práctica, un compromiso comunitario, solidario, que
persigue un fin colectivo, fundamentado en el bien común, que se opone a cualquier
posibilidad de soledad: primero, porque estar al servicio de la comunidad implica un
contacto directo con ésta y, segundo, porque las dinámicas de la política tradicional
nos llevan a la agrupación, ya sea por ideales o causas específicas, de personas y a su
trabajo conjunto.
Es seguro que la polarización de los conceptos en este caso es problemática;
no es posible generalizar tales labores en una cuestión de individuo versus
colectividad. Sin embargo, la observación que he podido hacer de ambas profesiones
(si se pueden llamar así) me llevan a hacer tal aseveración. Además, si me remito a
la experiencia: así como en los momentos de trabajo comunitario y político
(voluntariados, campañas electorales, debates públicos) he encontrado momentos
de comunión con los otros, entregado a la tarea de escribir, de leer (aunque el orden
es contrario, primero se lee, después de escribe), he hallado momentos de excesiva,
no por eso negativa, soledad. De hecho, es posible pensar que estas últimas
actividades, las entregadas al ejercicio del pensamiento, no tienen otro escenario
posible de ejecución que la soledad. Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera
de estar solo, dice Fernando Pessoa2.
Sin embargo, algo que llama mi atención es el hecho que estas dos
profesiones, que como ya hemos visto son opuestas en su esencia, han sido un lugar
común por el que han pasado muchos personajes de la historia, algunos más
conocidos por una actividad que por la otra, y que sirven para ilustrar esta dicotomía
a la que mi reflexión por los gustos y mi proyecto de vida me remiten.
Las preguntas que surgen son varias: si seguimos la idea de Gómez Dávila
(presente en el epígrafe del texto y motivadora, en parte, de esta escritura),
encontramos al hombre y su imposibilidad de elegir ser varias cosas a la vez, de
tomar caminos diferentes y simultáneos, aun cuando lo quiera, cuando es su
naturaleza. Pero si nos vamos a los nombres de la historia, como veremos más
adelante, encontramos que tener múltiples profesiones (bueno, en esencia dos) es
posible; incluso si las profesiones son opuestas en su naturaleza, como las que
venimos trabajando. La cuestión radicaría en lo siguiente: si estamos ejerciendo una
actividad doble, ¿esta actividad es simultánea o estamos hablando de momentos
independientes en el que el sujeto ejerce cada una de las actividades? Y, por otro
lado, ¿ejercer ambas profesiones nos permite una ejecución integral, efectiva, de
ambas? Porque sí, se podría decir que es obvio poder tener diferentes ocupaciones,
trabajar en varias cosas a la vez y que no necesariamente estén relacionadas, pero, si
hablamos de definir a las personas por su ocupación, nos es inevitable pensar que el
político o el intelectual es tal cosa porque en efecto le dedica su vida entera a dicho
trabajo y, por consiguiente, lo hace bien. Dicho en otras palabras, tal vez más obvias,
un político o un intelectual, lo llamaríamos así porque, en efecto, dedica, y ha

2
En su poema Yo nunca guardé rebaños, que en realidad está firmado por Alberto Caeiro, uno de sus
heterónimos.
dedicado, su vida a la labor correspondiente y, de alguna manera, se ha ganado el
título porque ejecuta, si no a la perfección, al menos bien, las tareas de cada una de
las ocupaciones (que, a todas estas, ¿qué carajos vendrían siendo esas tareas?).
La lista de nombres de la historia nos permite hacer, para el caso
latinoamericano y colombiano (esto para no extendernos tanto), una agrupación de
personajes que dedicaron su vida a los dos oficios en cuestión y que, así como los
juzga la historia, hicieron méritos para ganarse ambas consideraciones. Que si
hicieron tanto una como la otra cosa bien vendría siendo tema de otro ensayo, quizá
más extenso y específico, y seguro con otras categorías que no corresponden a este.
Por ahora, concentrémonos en estos nombres a los que me refiero.

(Interrumpo acá porque el desarrollo a partir de este momento cambia un


poco. además, el trabajo con los nombres supone un ejercicio exhaustivo en el que
aún me encuentro trabajando y que, presentar a medias, con algunas imprecisiones,
perjudicaría más que ayudaría la impresión sobre el texto -aunque quién sabe si es
importante-).

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