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Introducción
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Orientados por la Teoria de Sistemas.
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Decir la verdad.
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Laura Kipnis
Sin embargo, ella también señala que existe una persistente insatisfacción en
cuanto al matrimonio hoy en día. Tomando en cuenta las estadísticas que
señalan el como la mitad de lo matrimonios terminan en divorcio y la manera
en que continúa aumentando la infidelidad, quizás deberíamos considerar el
que la institución del matrimonio no corresponde a sus propias expectativas.
Deberíamos ser capaces de ver que nuestro ideal de matrimonio se encuentra
aún en transición y que una forma única no funciona para todos. En cambio,
vivimos en una sociedad en la que se nos presiona, así como presionamos a
otros, a amar la uniformidad de “ocupadas abejas obreras y dóciles cuidadoras
del nido” (p. 25).
Kipnis (2003) plantea que la terapia de pareja se ha convertido en parte
de un régimen represivo puesto en marcha para mantener el status quo. Cada
vez que el modelo existente sobre relaciones no se adapta a un individuo o a
una pareja, en vez de que los implicados cuestionen la institución y consideren
otras alternativas más acordes, la sociedad americana insiste en “incluir a toda
la ciudadanía dentro de él” (p. 27) en este arreglo uniforme. La pareja que no
cumple con amar de la manera preestablecida es diagnosticada con la
enfermedad moderna del miedo a la intimidad y es subsecuentemente
derivada a terapia para trabajar sobre sí mismos. Bajo la mirada de Kipnis, la
terapia de pareja es una industria de servicios que le debe su “costosa
existencia” (p. 31) a la idea de que nuestra inherente ambivalencia sobre el
amor es una condición curable y que si “trabajamos en ella” es posible curarla.
La premisa fundamental del trabajo clínico está en considerar el deseo como
una forma infantil de amar y la terapia como una forma de transformar estos
tan primitivos impulsos en un “amor maduro” (p. 34).
Kipnis sostiene que esta particular forma madura de amar -amar a largo
plazo- es la mejor manera en la que el amor se ajusta dentro de la ideología
de consumo imperante en la sociedad americana. “Esta creencia moderna de
que el amor dura nos perfila como seres particularmente atemorizados, en
búsqueda permanente de prescripciones, intervenciones, ayudas. ¡A la pasión
no se la debe dejar morir!... Al menos esto tiene un buen reverso económico:
ha aparecido todo un nuevo sector de la economía… desde el Viagra hasta la
pornografía de parejas: la tardía Lourdes de los matrimonios agonizantes” (p.
66). “Consejería para la pareja es un negocio explosivo en estos días: entre
prensa, la radio y la terapia familiar… Sólo observa el pasillo de auto-ayuda
en tu cadena de librerías local, hay consejos desde el suelo hasta el techo” (p.
68).
Kipnis se pregunta, ¿Qué es lo que provoca el que las parejas de
compañeros fracasen? ¿Qué es lo que crea toda esta necesidad de ayuda? Su
respuesta dice que el problema principal que afecta a las parejas es la
expectativa moderna que tienen los compañeros de solventar todas sus
necesidades únicamente entre ellos. “Así que aquí estamos, remitidos a
perseguir una ilusoria perfección obviamente imposible de realizar, inundados
de anhelos frustrados y con nuestros desafortunados camaradas designados
-como un hecho- para ser nuestros chivos expiatorios para imposibilidades que
no tienen realmente que ver directamente con ellos (¡Gracias mamá y papá!)”
(p. 77). Tras estas expectativas irrealistas aparece una irritación e ira
inexplicables hacia el compañero que falla en actuar de forma suficientemente
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ambivalente con respecto al amor: “en una mano está el deseo de intimidad,
en la otra el anhelo de independencia; en una mano el alivio de la comodidad y
la rutina y en la otra lo anestésico de lo predecible. Por un lado el placer de ser
conocido (y el de conocer profundamente a alguien) y por el otro la chaqueta
de fuerza que significa el juego de roles dentro de la familiaridad. El problema
de la pareja lo presentan la tediosa repetición de argumentos, el aburrimiento
y la rigidez tozuda sobre temas de ninguna manera transcendentes… Darle un
porcentaje del cincuenta por-ciento a ese tipo de relación parece justo
(asumiendo, claro, que el éxito significa longevidad)” (p. 35).
Kipnis (2003) reconoce que la infidelidad tiene sus propios problemas y
contradicciones. Trae consigo celos, decepción, auto-destrucción, pero a si vez
es también una experiencia desestabilizadora en donde nuestro sentimientos
despiertan de una “muerte emocional”, generalmente seguida de ansiedad y
culpa. Sin embargo, considera que la disminución del deseo en un matrimonio
a largo plazo es una pérdida seria. Bajo su óptica, la energía erótica resulta
esencial para sentirnos vitales y, sin embargo, deseo y compromiso no parecen
coexistir bien. Es radical al concluir que dada la coerción que involucra una
relación a largo plazo, un matrimonio feliz y de largo aliento que mantenga a la
vez su sexualidad viva es una imposibilidad. Es escéptica en cuento al amor
duradero, pero lo que hace bien es invitarnos a observar nuestro propio
comportamiento y considerar cuantos de nuestros intentos desesperados por
conseguir seguridad terminan transformados en problemas. En nuestro deseo
de contener las amenazas de la separación, de la libertad, independencia y el
cambio, paradójicamente hacemos una jaula de nuestras relaciones, de las que
luego anhelamos escapar.
Steven Mitchell
En Can Love last? The Fate of Romance Over Time (2002), Steven
Mitchell, de una forma muy distinta a la de Kipnis, trata con problemas
similares sobre lo que él considera son las contradicciones inherentes entre
deseo y compromiso. Escribe, “El romance auténtico es difícil de encontrar y
aún mas difícil de mantener, fácilmente se degrada en algo más. Mucho menos
cautivante, mucho menos estimulante, algo como un respeto sobrio o pura
diversión sexual, relaciones predecibles, odio, culpa o autocompasión… El
romance se alimenta de novedad, misterio y peligro: la familiaridad lo
dispersa. Por ello el amor imperecedero es en sí una contradicción” (p. 27).
Mitchell señala que históricamente, en la mayoría de las culturas, ha
existido una separación clara entre lo doméstico y lo erótico. La gente se casa
con el acuerdo de procrear y mantener una vida familiar; de esta forma se
adquieren ciertos “derechos” maritales. El Eros es, o bien reprimido, o puesto
en algún otro lado. Hoy en día, con las grandes expectativas existentes sobre
sexualidad y el modelo de compañeros, estamos intentando combinar lo
doméstico y lo erótico en una sola persona. Mitchell considera que la
reconciliación entre estos dos polos no es imposible, aunque sí difícil y frágil.
Mitchell explica el que los seres humanos persiguen tanto seguridad
como aventura, tanto lo familiar como lo novedoso. En algunas ocasiones de
forma alterna, en otras mediante un delicado balance entre las dos. Pero
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debido a que ambas nos empujan hacia direcciones opuestas, el balance entre
seguridad y aventura solo puede tratarse de un equilibrio transitorio, una
pausa temporal en nuestra lucha por reconciliar estos anhelos opuestos. “Antes
del matrimonio, las parejas suelen considerarse a sí mismas como libres,
infantiles, aventureras y espontáneas. En el matrimonio, buscan permanencia
y estabilidad” (p. 50). “Seguridad total, predecible, estabilidad, permanencia,
todo se vuelve conflictivo… Debido a lo ilusorio y artificial que resulta la
seguridad permanente, esta asfixia de la vitalidad es lo que genera
exuberantes expresiones de desafío” (p. 51). La sexualidad esta perfectamente
diseñada para la rebelión dentro de estos contratos, precisamente debido a
que el impulso sexual no puede ni auto generarse o controlarse. La excitación
no está regulada y es impredecible; involucra vulnerabilidad y riesgo; revela la
mentira sobre la ilusión de seguridad y control” (p. 51). En su articulo Queer
Affairs, Betsy Kassof (2003) razona con este dilema propuesto por Mitchell:
“Podemos imaginar que para un homosexual es crucial en una relación a
largo plazo el sentirse aceptado y a salvo, dado el historial de inseguridades y
vulnerabilidad que rodea su identidad. Y, sin embargo, es a la vez crítico al
experimentar su yo erótico; su deseo” (p. 13).
Mientras Mitchell se refiere a la dialéctica entre compromiso y la
desreglada naturaleza de la sexualidad, señala una promisoria área de
exploración clínica con parejas. Él dice que permanentemente nos esforzamos
por establecer seguridad dentro de nuestros matrimonios, la permanencia, o la
estabilidad que tuvimos (o deseamos tener) en nuestra infancia. Pero es esta
misma carrera por un matrimonio seguro -como si éste pudiera ser
absolutamente seguro- lo que nos lleva a perder la espontaneidad y
eventualmente el deseo. Si podemos aceptar que la experiencia humana es por
naturaleza inestable, tal vez seamos capaces de ver como el concepto inmóvil
de hogar y seguridad son generados por nuestra imaginación. El cambio
constante es, desde luego, desestabilizador, pero es nuestra intolerancia y
ansiedad, a la fluidez (y la fluidez de nuestros compañeros) lo que nos obliga
rápidamente a convertir el deseo en obligación y nuestras casas en prisiones.
Mitchell señala que algunas formas de conocerse llegan a convertirse
fácilmente en coerción mutua y éstas tienen un gran atractivo, pero
desgraciadamente tienden a matar el amor romántico. Entonces, cuando las
parejas se vuelven predecibles, saturadas de negociaciones, obligaciones,
responsabilidades, ideas contractuales y demandas, nuestra necesidad de
libertad y espontaneidad se agudizan. Esto podría explicar el porqué la parejas
son más vulnerables a la infidelidad durante el nacimiento de un hijo o hija, en
donde los matrimonios, sin todavía grandes lazos de familia, se verían
sobrecargados. Mitchell apunta a que mientras más restrictiva sea nuestra
concepción del matrimonio, más urgente será el encontrar la libertad fuera de
él. Mitchell no se refiere directamente al affair; se remite a tratar la
contradicción entre lo predecible y novedoso. Está implícito el punto de que al
manejar de mala manera estas contradicciones (restringiendo el deseo)
paradójicamente creamos el escenario ideal para las transgresiones sexuales.
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Género y poder
El elemento puritano
Transparencia e intimidad
Conclusiones
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