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El estoicismo nació como escuela filosófica en Atenas – aproximadamente en el año 300 a.C.-
de la mano de Zenón de Citio, que la estableció en el llamado Pórtico de las Pinturas (Stoà
poikíle), pues estaba decorado con unos cuadros de Polignoto. Esta doctrina surge como intento
de sintetizar y aprovechar los aspectos más positivos de las distintas escuelas filosóficas que se
movían en la Atenas de aquella época. Una Atenas que ya ha perdido su protagonismo político
en manos de Macedonia, pero sigue siendo una ciudad bulliciosa, que se resiste a perder su
prestigio como foco de cultura y como punto de referencia de una civilización como la griega,
que estaba atravesando un momento de profundos cambios. Sócrates hace ya cien años que ha
sido condenado y ejecutado, y sus discípulos – y los discípulos de éstos- han interpretado, cada
cual a su manera, las enseñanzas del maestro. El estoicismo toma como referencia directa a
Sócrates, pero no en su aspecto intelectual, sino en la importancia que daba éste a la práctica de
la virtud. También recibió una fuerte influencia de la Escuela Cínica, así como de Platón,
Heráclito, etc.; pero siempre haciendo hincapié en que el aspecto debe ser más práctico que
teórico.
Más adelante, el estoicismo saldrá del pórtico ateniense y llegará a ciudades como Alejandría,
Babilonia y, con Panecio de Rodas, a la ciudad de Roma. Roma, en ese momento, estaba en un
proceso de expansión que va a hacer surgir una nueva clase de héroe romano. Un héroe que no
se conforma sólo con los triunfos militares, sino que tiene la necesidad de una moral personal.
Así, estos hombres de acción y con un gran sentido práctico, encontraron en el estoicismo una
doctrina que respondía plenamente a sus aspiraciones. La última época del estoicismo será casi
exclusivamente romana, y de ella aparecerán nombres como Musonio Rufo, Catón de Útica y,
sobre todo, tres grandes figuras que darán al estoicismo el sello definitivo, convirtiéndolo en un
pensamiento válido para los hombres de todos los lugares y de todas las épocas: Séneca,
Epicteto y Marco Aurelio.
La filosofía estoica tiene como centro de preocupación al hombre. Al igual que otras doctrinas
antiguas, divide la filosofía en tres partes: lógica, física y ética; pero con el tiempo su verdadero
interés será la ética. No obstante, es importante entender cómo los estoicos veían al mundo,
porque es el punto de partida de su pensamiento. Para ellos existen dos principios en la
naturaleza: la materia y la razón que están en ella. Esta razón o principio activo también es
“corporal” y se la puede identificar con Dios. El Principio Divino y el mundo son pues
inmanentes. La Naturaleza se identifica con la divinidad, y liga todas las cosas mediante una
ley inexorable. Esta forma de entender el mundo, va a dar origen a una de las características
más significativas del estoicismo: la idea de que todo cuanto sucede, lo hace de acuerdo a una
profunda necesidad y una inevitable finalidad que impide otro rumbo.
La brevedad de la vida
Otra de las grandes ideas que nos ha legado el estoicismo y que puede tener una gran utilidad
en nuestras vidas, es la relación entre el hombre y el tiempo que le concede la vida. El tiempo
desde siempre ha sido un enigma para el ser humano. Pretendemos atraparlo, pero se escapa de
nuestras manos como fina arena. Los romanos acuñaron la frase “tempus fugit”, el tiempo
huye, para dar a entender su carácter escurridizo y efímero. Séneca, en su ensayo “De brevitate
vitae”, “De la brevedad de la vida”, nos muestra el aspecto relativo del tiempo, ya que no es
que nuestra vida sea corta, sino que nosotros la desperdiciamos en cosas banales. Él decía que
el tiempo es como el dinero: “Poco para el que lo malgasta y mucho para quien sabe
administrarlo”, pero como es algo incorpóreo no le damos el valor que le damos a las cosas
materiales. Éste es un problema muy de nuestros días; quizá por esa tendencia de alejarnos de
nuestro “yo interior”, nos pasamos la vida rellenándola con placeres y deseos que satisfacen
nuestra parte más instintiva o pasional, pero que nos quita tiempo para las cosas
verdaderamente humanas. El tiempo dedicado a nuestra vida profesional, a nuestros hábitos
televisivos o a las más variadas posibilidades de ocio que nos brinda nuestra sociedad son
buenos ejemplos de ello. Nos mantienen entretenidos, pero también nos impiden tener una vida
más intensa y profunda, y quizá plasmar los sueños e ideales de juventud. Si fuéramos capaces
de apoyar nuestra disciplina en nuestra razón, o simplemente en el sentido común, veríamos
cómo el tiempo se alarga, y nos sorprenderíamos de las cosas que se pueden hacer en un día y
en una vida.
Por otra parte, el emperador -filósofo Marco Aurelio, nos recuerda en sus “Meditaciones” el
valor del momento: “Por más larga que sea la vida de uno, al morir, todos perdemos lo mismo:
el presente, pues el pasado ya lo hemos perdido antes, el futuro no lo poseemos aún, y no
podemos perder lo que no tenemos”, por eso nos recomienda: “Realizar cada acto como si
estuviéramos a punto de salir de esta vida, como si fuera nuestro último día”. Esta frase invita a
reflexionar sobre la utilización de nuestro tiempo, de la importancia del presente. En general, se
tiene la tendencia a dejar las cosas importantes de la vida para el futuro: nuestros grandes
planes, sueños, etc., y vivimos el presente “de pasada”; pero, ¿y si no hay futuro? Nadie nos lo
garantiza, podemos salir de esta vida en cualquier momento y sin previo aviso. Según Marco
Aurelio podemos dar a la vida otra dimensión. No nos podemos librar de las ataduras del
tiempo, pero lo podemos convertir en nuestro aliado y vivir cada momento con más calidad y
conciencia; ésto haría que nuestro futuro fuese mejor.
La influencia del estoicismo en nuestra cultura occidental ha sido mucho más extensa y
persistente de lo que suele creerse, sobre todo a partir de la época renacentista. Grandes
nombres de escritores y filósofos como Shakespeare, Quevedo, Descartes, Pascal, etc., tomaron
el estoicismo como fuente de inspiración.
A pesar de los siglos transcurridos, la filosofía estoica sigue teniendo validez en una época
como la que estamos viviendo. No para que sea un adorno más que tome parte de nuestra vida
intelectual, sino porque nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos: conocer nuestros
puntos fuertes para potenciarlos y así convertirlos en instrumentos de defensa contra las
dificultades tanto exteriores como interiores.
El estoicismo se concebía como una forma de vida. Quizá nos sea de gran utilidad recuperar
este aspecto. Como dice el propio Epicteto en una de sus máximas: ¡Ánimo, pues! Piensa en
todas las facultades de las que estás provisto y prepárate a resistir toda clase de pruebas; bien
armado estás y en disposición de sacar ventajas aún de las situaciones más terribles de la vida.