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(Lit. Argentina II)


ME PARECE
Enemigos irreconciliables

POR MARIA PIA LOPEZ. SOCIOLOGA.

Las disputas internas del peronismo, cuando no esquivan apelar a la violencia, parecen
remitir al hecho más trágico de su historia. El principal partido de masas argentino tuvo
su acto bautismal en una Plaza de 1945, en la que una multitud solicitó un liderazgo; y
su escisión más cruenta en la espera del retorno de ese líder luego del exilio. Ezeiza fue
el nombre de esa disputa anunciada, pero cuya dramaticidad alcanzaba ribetes
impensados. Lo ocurrido en San Vicente, otro 17 de octubre, recortaba sus imágenes
sobre aquel pasado.

Entre uno y otro hecho —con sus nombres del territorio bonaerense— media una
distancia de otro orden que la de las muertes o la masividad de los actos. Una distancia
que no bastaría, para considerarla, con la idea de la doble ocurrencia —primero trágica,
luego farsesca— de la historia. Porque es una diferencia que constituye a uno y otro
combate en síntomas, indicios o expresiones, de una profunda modificación de la
sensibilidad social. Diferencia que no exime de interrogar la continuidad: la quinta
conurbana donde hoy descansan los restos de Perón algo revela sobre ese otro momento
en que el peronismo se debatía entre sus alas ideológicas y donde la sangre corría para
abonar el sendero de la revolución o el de su cruento impedimento.

John William Cooke, sagaz interlocutor de Perón, le había señalado los riesgos de la
peculiar indefinición ideológica en la que se mantenía el movimiento. Luego de la
muerte del conductor, escribía el ex diputado en 1962, el combate se instalaría entre los
conducidos: "Tal vez nos encontremos en los homenajes recordatorios, pero entre un
partidario de las ''conciliaciones'' que propugnan los obispos y un revolucionario no hay
otro campo de entendimiento: no nos saludaremos como caballeros medievales sino
que nos degollaremos como corresponde a enemigos irreconciliables." La advertencia
no por brusca —no dejaba de recordarle su finitud al destinatario— era menos certera.
El peronismo de los años que siguieron a la muerte del propio Cooke y que rodearon a
la del corresponsal, fue campo de batalla. Dividido en bandos que disputaban el nombre
bautismal para darle uno u otro contenido a la política nacional. Es posible pensar lo
ocurrido en 1973 como la comprobación de la "hipótesis Cooke", sólo que no era
necesario la desaparición del "querido general" para que el degüello diera comienzo.

Jorge Asís en esos años escribía Los reventados, imaginando que en "Ezeiza" —como
nombre del enfrentamiento ideológico— habitaba otra verdad: la de los negocios de la
picaresca urbana. Ante esa verdad última, las disputas políticas serían ficciones útiles.

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El negocio de los reventados es menor: vender pósters del General con su caniche
durante el fallido retorno. Si pasan columnas montoneras, los vendedores vivan sus
consignas; si son encuadramientos sindicales, corean eslóganes contra la izquierda.

El peronismo posterior a los 70 pareció confirmar la "intuición Asís" —incluso el


propio derrotero del escritor fue confirmatorio—, porque caídas las argumentaciones y
divisiones ideológicas —las que explican la imagen de Cooke— quedó la disputa de
bandas territoriales por el control de pequeños o grandes negocios. El peronismo, vuelto
gestión del neoliberalismo, convirtió el discurso de los derechos populares en máscara
cínica y la práctica política en fábrica de clientelas. Donde había bandos hay bandas. Sin
identificación ideológica —no lo es, en San Vicente, la visera sindical—; la célula
deviene patota.

La vida social y el estado de las instituciones parecen tomados por la lógica territorial
de las bandas. Esto es: por la disputa y el control de zonas. Reconocerlo, sin embargo,
no es festejarlo. Pero sí obliga a considerar que no es desde una idea liberal de la
ciudadanía que se conjuran esas escenas de combate callejero. El peronismo ha
demostrado su larga experticia en administrar, controlar, a veces morigerar y otras
impulsar, las fuerzas oscuras de la política. El fin deseable de su predominio no será
efectivo sin un reconocimiento no idealizado del país.

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