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nsayo “Juan Carlos Onetti: El


sentido narrativo en _El
Cerdito_” por Arturo
Hernández
REVISTA LITERARIA MONOLITO0 0

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Si aceptáramos la validez axiológica de la sentencia kafkiana: “Un libro debe
ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”, encontraríamos a
propósito de ésta, no uno sino muchos libros de dicha clase, que corresponden
a la obra del uruguayo que reformó la narrativa moderna hispanoamericana.
Juan Carlos Onetti tuvo una prolífica producción literaria de la cual,
expondremos aquí sólo una pequeñísima parte.
El cuento como género y lenguaje de lo posible, fue magistralmente cultivado
por Onetti a lo largo de su vida. El Cerdito; cuento publicado por primera vez
en la Revista de Bellas Artes (México, 1982) y recogido posteriormente en la
colección de Cuentos Completos (Ed. Alfaguara, 1994); en el que se
encuentran además treinta y seis textos que permiten seguir el desarrollo
narrativo de la cuentística onettiana en su totalidad; ha sido dispuesto aquí con
motivo de un breve análisis, dado que resulta –y parafraseando a Zuluaga
Osorio (2008) en su dictamen sobre Cortázar-, una estructura abierta, por su
naturaleza misma: Al trasponer sus límites estrictos, al decir cuando calla.
El presente texto desarrollará; a partir de la lectura de El Cerdito, un breve
análisis en torno al carácter y la articulación narrativa en el texto, así como al
sentido narrativo del mismo. En consecuencia, se recurre al contraste, dado
que permite comprender la relación de este texto en particular, con el llamado
“Mundo Onettiano”.

La Vida irrumpe en el Mundo:

La organización de El Cerdito –como se verá-, no es gratuita. No obstante, los


niveles de configuración narrativa que Onetti desarrolló en textos anteriores (El
infierno tan temido, Esberg, en la costa, Para una tumba sin nombre, etc.), en
este caso no se hacen verificables sino que aluden a un marco de
correspondencias y antecedentes respecto a otros autores -y a sí mismo-, que
marcaron su estilo, por la innovación narrativa y la fuerza contundente de su
enunciación conceptual. Una gran parte de la crítica literaria ha querido
mencionar con fruición, la influencia de Franz Kafka en cuentistas de nuestro
continente de renombre como García Márquez o Julio Cortázar, pero han
olvidado –acaso someramente- empero, la importancia de los autores
continentales para nuestra evolución narrativa. Este es el caso de algunos
cuentos de Horacio Quiroga como La gallina degollada, Los Merengues de Julio
Ramón Ribeyro o Los Fugitivos de Alejo Carpentier, que pueden ser
mencionados como antecedentes plausibles –y estructurales acaso-, de El
Cerdito.
Ahora bien, es un lugar común mencionar la aparente evocación de la figura
femenina en la obra onettiana, supeditada a estructuras sociales patriarcales y
a menudo machistas. No obstante –y como bien lo menciona Pilar Rodríguez
Alonso (C.I. Págs.93, 94)[1]-, lo que en la obra de Onetti parece repeler la figura
femenina, es en realidad la aceptación de los modelos socio-culturales
imperantes por parte de estos personajes. Alonso propone además para la
mayoría de los textos onettianos, una categorización válida que discierne tres
posibilidades: La mujer joven o pura, la mujer madura –quien ya no es virgen- y
la prostituta.
Sin embargo, en El Cerdito, el primer personaje presentado –y al que a lo largo
del texto se aludirá únicamente como “La anciana”-, es puesta en escena sin la
típica animadversión que la vejez y la mujer madura parecen producir en los
narradores de Onetti: “La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba
sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había
(…)” (C.c. Pág. 429)[2].
Aquí, se haya en la inercia substancial más que existencial, la anónima anciana
que es también ente inmutable en la generalidad del Tiempo: “estaba siempre
vestida de negro” y que se opone a la naturaleza ambivalente –y además
cambiante- de otro personaje femenino y anónimo en Un sueño realizado, al
que el narrador tiende a llamar “Anciana” y por lo tanto permite una lógica
comparativa –por lo menos respecto a la edad-, entre ambos personajes:
LA MUJER TENDRÍA ALREDEDOR DE
CINCUENTA AÑOS Y LO QUE NO PODÍA
OLVIDARSE DE ELLA, LO QUE SIENTO
AHORA CUANDO LA RECUERDO CAMINAR
HACIA MÍ EN EL CORREDOR DEL HOTEL,
ERA AQUEL AIRE DE JOVENCITA DE OTRO
SIGLO QUE SE HUBIERA QUEDADO
DORMIDA Y DESPERTARA AHORA UN
POCO DESPEINADA, APENAS ENVEJECIDA,
PERO A PUNTO DE ALCANZAR SU EDAD
EN CUALQUIER MOMENTO, DE GOLPE Y
QUEBRARSE ALLÍ EN SILENCIO,
DESMORONARSE ALLÍ ROÍDA POR EL
TRABAJO SIGILOSO DE LOS DÍAS. (PÁG.
105).
A continuación, el narrador de El Cerdito puntualiza dos hechos de gran
relevancia para el sentido constitutivo del texto:
(LA ANCIANA) (1). MIRÓ EL RELOJ QUE LE
COLGABA DEL PECHO Y PENSÓ QUE
FALTABA MÁS DE UNA HORA PARA QUE
LLEGARAN LOS NIÑOS. NO ERAN SUYOS.
(2). A VECES DOS O TRES; QUE LLEGABAN
DESDE LAS CASAS EN RUINAS, MÁS ALLÁ
DE LA PLACITA, ATRAVESANDO EL
PUENTE DE MADERA SOBRE LA ZANJA
SECA AHORA, ENFURECIDA DE AGUA EN
LOS TEMPORALES DE INVIERNO.
En primera instancia, el narrador yuxtapone la acción de la mujer que denota
intimidad pues miró el reloj “que le colgaba del pecho” a la afirmación sobre los
niños: “No eran suyos”. Luego, ofrece un dato que resultará conveniente sólo al
final y para la comprensión del sentido del texto: “A veces dos o tres (…)”. Acto
seguido, el cuento presenta una oposición temporal y climática respecto a
otros cuentos de Onetti que como ha señalado Nouhaud (C.I. Pág. 164)
principian en el invierno:
ELLA VINO CON SU CARA DE LLUVIA, UNA
CARA DE ESTATUA EN INVIERNO, CARA DE
ALGUIEN QUE SE QUEDÓ DORMIDO Y NO
CERRÓ LOS OJOS BAJO LA LLUVIA
(“ESBERG, EN LA COSTA”. C.C. PÁG. 155).
LA VERDADERA HISTORIA EMPEZÓ UN
ANOCHECER HELADO, CUANDO OÍAMOS
LLOVER (…) AGUA QUE CAE PERO NO
LLUVIA (…) LA VOZ CAÍA SUAVE,
ININTERRUMPIDA ENCIMA DE MI CARA
(“EL ÁLBUM”. C.C. PÁG. 181).
Es pertinente resaltar que la importancia de la secuencia señalada en El
Cerdito es –como lo denota Barthes (1966)-, la de “introducir en el sistema del
relato el componente coyuntural de los procesos culturales”. Esto es, que el
detalle topográfico indicado por el narrador –“más allá de la placita”, puede
evocar además; para un asiduo lector de Onetti, la proximidad de la mítica
ciudad de Santa María y las intrincadas relaciones humanas que se dan en ese
lugar. El narrador se refiere entonces al “puente de madera” que conecta el
sector de Enduro con la zona principal de Santa María (la plaza), sector que
para Rodríguez Alonso incluye a “los personajes relacionados con el hampa y la
prostitución” (C.I. Pág. 78).
A continuación, el lector encuentra referencias poco claras respecto a la edad
(y de nuevo al número) de los niños y este es un punto crítico para lograr
develar un sentido más profundo tanto en la visión como en la concepción
onettiana de la edad y de la naturaleza humana, a menudo –y cada vez más
tempranamente-, corrompida por “la incesante suciedad de la vida”[3].
AUNQUE LOS NIÑOS EMPEZARAN A IR A
LA ESCUELA, SIEMPRE LOGRABAN
ESCAPAR DE SUS CASAS O DE LAS AULAS
A LA HORA DE PEREZA Y CALMA DE LA
SIESTA. TODOS, LOS DOS O TRES; ERAN
SUCIOS, HAMBRIENTOS Y FÍSICAMENTE
MUY DISTINTOS.
(…) LA ANCIANA PERCIBIÓ EL RUIDO Y
DIVISÓ LAS TRES SILUETAS QUE HABÍAN
TREPADO LOS ESCALONES.
Si bien, la niñez y la juventud en algunos de los personajes de Onetti parecen
representar un estadio de pureza y ensoñación –como el personaje principal
de Los niños en el bosque, la hija de Risso en El Infierno tan temido o Bob
en Bienvenido, Bob; donde no es sino hasta que se da el inexorable paso de la
juventud a la vejez, que se obra un cambio significativo en el personaje, en su
actitud moral y su cosmovisión del mundo: “El joven que más tarde se
corromperá para ingresar, gordo y abotargado, en las ruindades de la vida
adulta”(C.I. Pág. 62).-, estas se derrumban en el caso de los personajes
masculinos creando una brecha insalvable con su “yo” anterior, no así en las
mujeres onettianas, quienes aún en la madurez “pueden conservar actitudes
infantiles” (Martínez, 1990).
No obstante, en muchos otros cándidos personajes del mundo onettiano,
sucede una temprana emancipación psicológica que los acerca
inexpugnablemente a ese otro mundo; oxidado por la herrumbre de los sueños
irrealizables y la acción-nacida-muerta, ese otro mundo, el “mundo adulto”.
Esto puede ser confirmado en personajes como el joven Jorge Malabia o el niño
–anónimo-, que toca el cuerpo muerto y desnudo de Frieda en Dejemos hablar
al viento:
TENDRÍA SEIS O SIETE AÑOS, ERA RUBIO
Y MUY PÁLIDO, CON LA BOCA
ENTREABIERTA. FASCINADO, ENFERMO.
LENTAMENTE FUE ALARGANDO EL BRAZO
LIBRE HASTA TOCAR LA SORPRESA DEL
VELLO PÚBICO. ALLÍ APOYÓ, SUAVE Y
PROTECTORA, LA MANO COMO SI
ACARICIARA UN PÁJARO (PÁG. 239).
En El Cerdito se elabora –en sus tres primeros párrafos-, un tono narrativo
cercano al de la fábula. Si bien, no conocemos a ciencia cierta el motivo del
luto de la anciana “Estaba siempre vestida de negro”, el siguiente fragmento
podría indicarnos la razón, además de que amplía la información –en la medida
de lo que “es posible conocer” (Mattalia, 1990)-:
PERO LA ANCIANA SIEMPRE LOGRABA
RECONOCER EN ELLOS ALGÚN RASGO
DEL NIETO PERDIDO; A VECES A JUAN LE
CORRESPONDÍAN LOS OJOS O LA
FRANQUEZA DE OJOS Y SONRISA; OTRAS,
ELLA LOS DESCUBRÍA EN EMILIO O
GUIDO. PERO NO TRANSCURRÍA NINGUNA
TARDE SIN HABER REPRODUCIDO ALGÚN
GESTO, ALGÚN ADEMÁN DEL NIETO.
PASÓ SIN PRISA A LA COCINA PARA
PREPARAR LOS TRES TAZONES DE CAFÉ
CON LECHE Y LOS PANQUEQUES QUE
ENVOLVÍAN EL DULCE DE MEMBRILLO.
No obstante, sucede –como en muchas otras de las obras de Onetti-, un
quiebre en el tono narrativo que ofrece tensión al lector y la posibilidad de
generar “supuestos sobre el desarrollo inmediato del texto” (C.I. Pág. 167). Más
aún y en palabras de Martínez:
EN LAS SECUENCIAS INICIALES DE LOS
TEXTOS DE ONETTI POR LO GENERAL HAY
DOS AGENTES: UNO VISITANTE Y UNO
VISITADO (…). LOS NÚCLEOS
NARRATIVOS SE ORGANIZAN SIEMPRE
ALREDEDOR DE DOS AGENTES, ES DECIR,
LA SITUACIÓN INVOLUCRA A DOS O TRES
PERSONAJES (…). EL AGENTE VISITANTE
ES EL QUE TRAE EL CONFLICTO, ÉSTE
CONVIERTE AL AGENTE VISITADO EN
NARRATARIO PARCIAL DE SU HISTORIA
(C.I. PÁG. 145).
Siguiendo con la lógica propuesta, los niños –como grupo y no como
individuos-, son el agente visitante y convierten, entonces -por mera
enunciación de su presencia y diálogo interno-, a la anciana en el “narratario
de su historia”:
AQUELLA TARDE LOS CHICOS NO
HICIERON SONAR LA CAMPANILLA DE LA
VERJA SINO QUE GOLPEARON CON LOS
NUDILLOS EL CRISTAL DE LA PUERTA DE
ENTRADA. LA ANCIANA DEMORÓ EN
OÍRLOS PERO LOS GOLPES CONTINUARON
INSISTENTES Y SIN AUMENTAR SU
FUERZA. POR FIN, PORQUE HABÍA
PASADO A LA SALA PARA ACOMODAR LA
MESA, LA ANCIANA PERCIBIÓ EL RUIDO Y
DIVISÓ LAS TRES SILUETAS QUE HABÍAN
TREPADO LOS ESCALONES.
SENTADOS ALREDEDOR DE LA MESA, CON
LOS CARRILLOS HINCADOS POR LA
DULZURA DE LA GOLOSINA, LOS NIÑOS
REPITIERON LAS HABITUALES
TONTERÍAS, SE ACUSARON ENTRE ELLOS
DE FRACASOS Y TRAICIONES. LA
ANCIANA NO LOS COMPRENDÍA PERO LOS
MIRABA COMER CON UNA SONRISA
INMÓVIL (…)
Nótese que en este caso particular, el narratario (La anciana) queda excluido
del núcleo activo de la narración y que además son los niños los que
rememoran el arquetipo onettiano de los hombres adultos debido a “las
tonterías (o el sin-sentido), los fracasos y (las) traiciones”. Para H. Corral, en El
Cerdito “sobresalen la violencia y la soledad” (C.I. Pág. 182), elementos de
interesante inserción en el texto a partir de este punto, dado que en las
secuencias siguientes se expondrá el evidente sincronismo de por lo menos
uno de los factores:
(…) PARA AQUELLA TARDE, DESPUÉS DE
OBSERVAR MUCHO PARA NO
EQUIVOCARSE, DECIDIÓ QUE EMILIO LE
ESTABA RECORDANDO AL NIETO MUCHO
MÁS QUE LOS OTROS DOS. SOBRE TODO
CON EL MOVIMIENTO DE LAS MANOS.
MIENTRAS LAVABA LA LOZA EN LA
COCINA OYÓ EL CORO DE RISAS, LAS
APAGADAS VOCES DEL SECRETO Y LUEGO
EL SILENCIO. ALGUNO CAMINÓ FURTIVO Y
ELLA NO PUDO OÍR EL RUIDO SORDO DEL
HIERRO EN LA CABEZA. YA NO OYÓ NADA
MÁS, BAMBOLEÓ EL CUERPO Y LUEGO
QUEDÓ QUIETA EN EL SUELO DE LA
COCINA.
REVOLVIERON EN TODOS LOS MUEBLES
DEL DORMITORIO, BUSCARON DEBAJO
DEL COLCHÓN. SE REPARTIERON
BILLETES Y MONEDAS Y JUAN LE
PROPUSO A EMILIO:
-DALE OTRO GOLPE. POR LAS DUDAS.
La violencia -o en palabras de Vargas Llosa: “la maldad”-, aparece aquí con el
absoluto peso semántico que define el fragmento. Éste, no obstante, a pesar
de su visceral contundencia, no carece de hondura significativa. La anciana;
agente estático y ajeno a la unidad auto-contenida de los niños, desarrolla un
vínculo al que irónicamente Onetti alimenta y luego asesina en pos de su
verdad narrativa: Es Emilio quien “para aquella tarde”, “le estaba recordando
al nieto (perdido) mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimiento
de las manos”, movimiento que concluye con el golpe de gracia que le quita la
vida a la anciana que yacía “quieta en el suelo de la cocina”.
Aun cuando el lector pueda tomar una posición o expectativa respecto a la
brutalidad –la violencia acaso-, plasmada en el texto, debe recordar que éste,
está dado por el lenguaje narrativo que “se modifica de acuerdo con la
semantización en virtud del desarrollo de la trama” (Rodríguez Coronel, 1990).
Esto es, el uso de palabras que por su noción, ejemplifican la vaguedad de la
narración para luego consolidar una síntesis legible a través de lo expuesto.
Veamos, la anciana –narratario-, “oyó el coro de risas, las apagadas voces del
secreto y luego el silencio”. El narrador impone en seguida, una palabra muy
vaga –“Alguien”-, para denotar al “autor material” del crimen, Emilio, quien
resulta –irónicamente-, ser quien más recordaba al nieto “aquella tarde”. Ahora
bien, Juan quien usualmente asume en las fantasías de la mujer “los ojos o la
franqueza de ojos y (la) sonrisa”, es el “autor intelectual”: “Juan le propuso a
Emilio: Dale otro golpe. Por las dudas”. Pero ¿y qué sucede con Guido? …Onetti
finaliza el cuento:
CAMINARON DESPACIO BAJO EL SOL Y AL
LLEGAR AL TABLÓN DE LA ZANJA CADA
UNO REGRESÓ SEPARADO, AL BARRIO
MISERABLE. CADA UNO A SU CHOZA Y
GUIDO, CUANDO ESTUVO EN LA SUYA,
VACÍA COMO SIEMPRE EN LA TARDE,
LEVANTÓ ROPAS, CHATARRA,
DESPERDICIOS DEL CAJÓN QUE TENÍA
JUNTO AL CATRE Y EXTRAJO LA ALCANCÍA
BLANCA Y MANCHADA PARA GUARDAR SU
DINERO; UNA ALCANCÍA DE YESO EN
FORMA DE CERDITO CON UNA RANURA
EN EL LOMO.
Lo más posible es que Rodríguez Coronel se refiriera a la soledad manifiesta en
los extremos del texto: La soledad de la anciana al principio del cuento y la
soledad de Guido, quien al llegar a su “choza”, encuentra ésta “vacía como
siempre en la tarde”. Y sin embargo, es plausible desentrañar una soledad aún
más profunda en el cierre del cuento. Como ya lo hemos visto, el narrador
establece la relación visitante-visitado pero reitera, al menos dos veces -como
si no estuviese seguro-, el número de niños que forma el corpus del agente
visitante.
“A veces dos, a veces tres”, no dice mucho de la identidad de los niños que
visitaban a menudo a la anciana, pero la semantización de los personajes, nos
hace suponer que estos son Emilio y Juan. Personajes de los que no se nos
ofreció información que permita establecer motivaciones para llevar a cabo el
delito. Se puede afirmar que este cuento “dice cuando calla”, ya que a menudo
en las historias onettianas, existe un espacio en blanco que invita al lector a
proporcionar su propia versión de los acontecimientos. En este caso, lo que
sucede después con ambos niños, se ignora completamente por parte del
lector pues el narrador lo calla y se recrea en el misterio, solo antepuesto por el
artefacto imaginativo.
Guido es un cómplice y únicamente comparte con Emilio la falta de rasgos
otorgados por la anciana que en medio de la narrativa termina perdiendo,
cuando en la fatídica tarde del crimen, no es él quien recuerda al nieto perdido
sino el otro. Guido, lejos de ser un personaje relegado y ajeno a la trama –cuya
omisión pudiera parecer posible-, es en realidad el personaje central. Sobre él
se cierra la historia y se cierne el rechazo del lector quien no puede verlo sino
como un paria, un ladrón y un asesino.
Es mostrar la soledad del alma de Guido, el sentido real del texto. Emir
Rodríguez Monegal dijo alguna vez en relación a la obra de Onetti: “La Vida
irrumpe en el mundo”[4]. En El Cerdito es la vida solitaria de Guido –
extranjero en el mundo miserable en el que le es dado vivir; étranger en el
enajenado mundo de la anciana-, la que irrumpe en el mundo “real” del lector,
únicamente para encontrar en él, el pálido y ruin frío del rechazo y de la
indiferencia.

Bibliografía:
• Barthes, R. (1966). Introduction à l’analyse structurale des
récits. Communications

• García Márquez, E. (1982). Son así: Reportaje a nueve escritores


latinoamericanos. Oveja Negra
Onetti, J. C. (1994). Cuentos completos. Alfaguara
Onetti, J. C. (1979). Dejemos hablar al viento. Barcelona: Bruguera
• (2008). Cuentos Latinoamericanos. Alfaguara

• (1990). Coloquio Internacional: La obra de Juan Carlos Onetti / Centre de


Recherches Latino-Americaines Université de Poitiers. Fundamentos
[1] Coloquio Internacional: La obra de Juan Carlos Onetti (1990). Université de
Poitiers.
[2] Cuentos Completos (1994). Alfaguara.
[3] La Cara de la Desgracia
[4] La cita se encuentra en: Son así: Reportaje a nueve escritores
latinoamericanos, Eligio García Márquez, Oveja Negra, 1982.

Semblanza:
Arturo Hernández (Bogotá D.C, Colombia). Escritor, docente, músico y poeta.
Fue honrado con el título honorario Embajador de la Palabra (Museo de la
Palabra – Fundación Cesar Egido Serrano, España, 2014). Es posible además,
encontrar una parte de su obra en la Revista Humus de la Universidad La
Serena (Chile), en la Revista Literaria Pluma y Tintero (España), en la Revista
literaria La Caída de la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia), en la
Revista Demencia (Colombia-México), en el Periódico Virtual Las2Orillas
(Colombia), en la Segunda Antología de Poesía de EdicionesDeLetras (2013).
Prologó el libro de poesía Identidad del poeta y periodista argentino Leandro
Murciego y realizó la introducción a la edición bilingüe de El Cielo Ajedrez del
poeta español Antonio Agudelo. Le han sido realizado numerosas entrevistas,
destacando sus intervenciones en la Feria Internacional de Colombia
(FILBO,2012), en la radio argentina para el programa Noche de Letras 2.0, en la
radio estadounidense en Punto y Seguido Radio para el programa Debajo del
Sombrero, en la Revista Cinco Centros y en la Fundación Universitaria del Área
Andina (Colombia). Es autor de Olor a Muerte (2011) y Breviario de lo Incierto
(2017). Es el Director de la Revista Internacional de Cultura y Artes, Noche
Laberinto.

Flavia Castagnola, “Los asesinos inocentes: ‘El cerdito’ de Onetti”


“El cerdito” es un cuento escrito por el autor uruguayo Juan Carlos Onetti en el que se muestra el lado
perverso de la psicología humana. En esta historia una anciana tiene la costumbre de recibir todas las
tardes a un grupo de niños de un barrio muy pobre, invitándoles café y dulces. Durante estas visitas la
anciana busca en los niños rasgos que le hagan recordar al nieto, un personaje cuya historia el lector
nunca llega a conocer pero que es mencionado constantemente. En el relato se narra el fin de esta
costumbre: un día, aprovechando un momento de distracción de la señora, los niños la atacan
(probablemente terminando con su vida) para robarle dinero. Al llegar a su casa, uno de los niños
deposita la mercancía en una alcancía con forma de cerdito.
Un elemento que destaca en este relato es el choque entre dos realidades. Por un lado está la anciana,
“siempre vestida de negro”, quien parece bordear la demencia senil. Ella vive en una pequeña casa que
contrasta con las casas en ruinas de donde vienen los niños, que son descritas como chozas, llenas de
chatarra y desperdicios, ubicadas en un “barrio miserable”, y se encuentran separadas del hogar de la
anciana por un simbólico puente de madera ubicado sobre una zanja seca.
En una primera lectura, el lector podría sentir que existe además una contraposición de víctima-
perpetrador, donde los crueles niños se aprovechan de la generosidad de una pobre anciana. Sin
embargo, ¿es realmente un acto magnánimo el de la señora? Tras una mirada más atenta al lenguaje
utilizado, se puede comprender que a la anciana poco le importan los niños. Ella no tiene interés en
conocerlos, solo quiere experimentar una falsa cercanía a su nieto a través de ellos: “Todos, los dos o
tres, eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer
en ellos algún rasgo del nieto perdido…”. Así, ella sabe muy poco de los niños, ni siquiera sabe con
precisión cuántos son, solo sabe que tienen rasgos parecidos a los de su nieto. Por lo tanto, se trata de
una perversa relación de conveniencia mutua, en la que una parte provee ciertas comodidades a cambio
de revivir la nostalgia a través de la otra.
Sea un acto generoso o egoísta, la traición de los niños resulta impactante al lector. Desde el principio se
puede presentir que algo diferente va a ocurrir mediante señales como: “Aquella tarde los chicos no
hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de
entrada”. Tras el ataque de los niños, la perspectiva del narrador cambia. Mientras que al principio esta
era la de la anciana, que tomaba distancia de los niños y solo los describía en relación al nieto, después
de este episodio cambia a la de los niños. Esto permite al lector adentrarse en la choza de uno de ellos y
observarlo guardar el dinero.
Dos elementos refuerzan la perversidad de los niños. El primero es la naturalidad y frialdad para
cometer el crimen. Momentos antes de hacerlo, la anciana escucha el “coro de risas”. Una vez realizado
el golpe, los niños proceden a revolver el dormitorio. La única reacción generada es la de uno de los
niños, quien propone “Dale otro golpe. Por si las dudas”, con el objetivo de eliminar cualquier testigo. Al
regresar, caminaron despacio, lo que denota cierta tranquilidad. La frialdad mostrada por estos
personajes tiene que ser la de alguien que ya tiene experiencia en estos crímenes. En ningún momento
el lector puede percibir trazos de culpabilidad por parte de los niños.
El segundo elemento es la alcancía con forma de cerdito, elemento vital destacado por el autor a través
del título. La alcancía es blanca y manchada, lo que puede estar reflejando la infancia de los niños,
“manchada” por la pobreza que los convirtió en criminales. Es por esta miseria que los niños ya no
pueden ser niños y han sido empujados a actuar con frialdad, sin escrúpulos, motivados por el dinero.
Sin embargo, ¿no hay cierta inocencia en estos niños? La incapacidad de analizar la moralidad del acto,
el objetivo de llenar la alcancía de yeso con forma de cerdito, nos demuestran que son niños que viven
su infancia en el abandono.

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