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7.

- DETERMINISMO Y LIBERTAD EN LA FILOSOF�A DE SPINOZA

La obra de Baruch de Spinoza es una respuesta al advenimiento de un nuevo orden


político en la Europa central y al racionalismo imperante en el siglo XVII, con la destacada
figura de Descartes como referente más próximo.

Descartes había reducido a un rígido mecanicismo, a un orden necesario, todo el mundo


de la naturaleza; pero había excluido de este determinismo al hombre en
cuanto sustancia pensante. La sustancia extensa es mecanismo y necesidad; pero la
sustancia pensante, la razón humana, es libertad, y como tal potencia absoluta de
dominio sobre la misma sustancia extensa.

Spinoza fija su atención sobre todo en el hombre, en su vida moral, religiosa y política; y
su intención es reducir toda la existencia humana al mismo orden que Descartes había
reconocido para el mundo natural. Necesidad y libertad, mecanicismo y razón se
distinguen y se oponen según Descartes; para Spinoza, en cambio, se identificarán. Así,
Spinoza pretende restablecer aquella unidad del ser que Descartes había roto con la
separación de las sustancias. El punto de fusión, el concepto central que hace posible
esta unificación es el concepto de sustancia.

Spinoza parte de la misma noción de sustancia que partía Descartes, por eso la define
como aquello que para existir no necesita de otra cosa. Pero, a diferencia de
Descartes, será rigurosamente coherente con su propia noción de sustancia, de la cual se
deduce que sólo Dios es propiamente sustancia, ya que Dios es lo único que existe por
sí.

La extensión y el pensamiento (las dos sustancias de Descartes) son para Spinoza


atributos de esa sustancia única. Y por atributos entiende las diversas maneras de ser
de la sustancia única, los elementos constitutivos de su esencia. Aunque esta sustancia
única puede tener más atributos, nosotros, los hombres, sólo conocemos dos, el
pensamiento y la extensión. Aparte de los atributos, Spinoza también distingue
los modos. Modo es aquello que existe en virtud de otra cosa (a diferencia de la
sustancia). Así son modos del pensamiento la voluntad y el intelecto. Son modos de la
extensión el movimiento y el reposo. De esta manera todo está en Dios, y Dios está en
todo, ya que todas las cosas o bien son atributos de Dios o bien modos por los que los
atributos de Dios se expresan. Es decir, no hay distinción entre Dios y el mundo, entre
Dios y la Naturaleza. Esto es lo que llamamos Panteismo.

Hemos visto que existe una sustancia única, y también que existen infinitos atributos de
esa sustancia única. El hombre de estos infinitos atributos sólo conoce dos: el
pensamiento y la extensión. Pero entonces, ¿qué es lo que somos nosotros? Según
Spinoza, no hay en el hombre ninguna substancialidad, sólo somos modos finitos de la
sustancia única. Y estos modos finitos no son un compuesto de alma y cuerpo, como
quería Descartes, sino que alma y cuerpo son una y la misma cosa, que se concibe unas
veces bajo el atributo del pensamiento (alma) y otras bajo el atributo de la extensión
(cuerpo). Si se cae en el pensamiento dualista es porque el hombre imagina fácilmente un
cuerpo material y un alma inmaterial que lo componen, jerarquizando ambos y dando
superioridad a la conciencia sobre el cuerpo, pero el caso es que ambos se
corresponden.
Spinoza constituye, por tanto, una solución más extrema que el dualismo de Descartes,
acabando en un monismo que vendrá a problematizar la independencia del hombre y su
libertad.

El problema de la libertad

Como consecuencia de su teoría de la sustancia, Spinoza concluye la primera parte de


su Ética con la negación cruda de la libertad de la voluntad humana. No hay nada en el
mundo que no se derive de un aspecto necesario de Dios, y por lo mismo no hay nada
que no esté determinado. El hombre se cree libre porque tiene conciencia de su
voluntad, pero ignora la causa que la determina. Ahora bien, esta causa es Dios mismo,
que determina la libertad humana como todo otro modo de ser necesariamente. Ninguna
diferencia hay en esto entre el hombre y la naturaleza, todo es necesidad en el uno y en la
otra.

El ignorar esto, es decir, el no saberse fruto de la necesidad, es un problema de la


desbocada imaginación de los hombres, que de esta suerte se creen libres para hacer lo
que quieran. Si conociesen las causas que los determinan no darían a la libertad ese
sentido voluntarista y la entenderían, al contrario, como un conocimiento preciso de
las causas. Siendo el hombre un modo finito de la sustancia, es decir, una parte de la
naturaleza, nuestra obligación y nuestra sabiduría consisten en conocer cuál es
exactamente nuestra posición en ella. Cuando consigue esto, el hombre es,
entonces, libre dentro del determinismo de lo necesario, en tanto que el entendimiento
del hombre le posibilita orientar sus deseos y tendencias para conseguir su
perfección en el desarrollo de todas las potencialidades que la naturaleza le ha
dado. Por esto mismo lo contrario de la libertad no es, para Spinoza, la necesidad sino la
coacción, aquello que nos impide desarrollar al máximo nuestras potencialidades
naturales. Y esto último, si pensamos un poco, vemos que tiene muchas implicaciones
tanto en el ámbito ético como político.

La ética de Spinoza no conecta con ningún tipo de trascendencia, sino que consiste
finalmente en una tipología de los modos de la existencia humana siempre inmanentes.
Spinoza no cree en la hipótesis de un Dios moral, creador o trascendente que nos separa
de esta vida volviendo nuestro interés hacia el mundo del más allá. La filosofía de Spinoza
es una filosofía de la vida, de las pasiones alegres contra las pasiones tristes. Denuncia al
hombre de las pasiones tristes: el esclavo; al hombre que se aprovecha de esas pasiones
tristes: el tirano; y al que se entristece con las pasiones humanas: el sacerdote. Los tres
van contra la vida.

Spinoza es partidario de una ética intelectualista de salvación por el conocimiento.


La virtud consiste en la potencia humana, en tener, en fin, un máximo de ideas
adecuadas de sí mismo, de Dios y las cosas. La libertad tiene que ver directamente con la
asunción por la conciencia de esa metafísica de la necesidad en la que el hombre se
encuentra inmerso. Lo propio de la razón es precisamente conocer la necesidad de las
cosas, y no su contingencia. Una mayor libertad es un mayor conocimiento de las causas
que nos determinan, un mayor número de ideas adecuadas, una mayor potencia de obrar,
una mayor perseveración en el ser y, por lo tanto, una mayor virtud. Y la felicidad no es el
premio a esa virtud, sino la virtud misma.

Pero, como la imaginación es connatural al hombre mientras vive y el método racional es


difícil de practicar, son muy pocos los que siguen sin desmayo el arduo camino que lleva
a la felicidad. Será justamente esa dificultad la que hace necesario el Estado y lo que
condujo a Spinoza a la reflexión política.

Como cualquier otra cosa natural, el Estado no puede existir y conservarse si no se


conforma a las leyes de su propia naturaleza. Y está en la naturaleza del Estado el
perseguir la paz y la seguridad de la vida, por esto las leyes que limitan la acción del
Estado derivan de esta intrínseca finalidad suya. En el reconocimiento de estos límites del
Estado se basa la defensa que Spinoza hace de la libertad filosófica y de
investigación, así como la libertad religiosa.

Respecto de esta última, siendo el ideal de Spinoza la vida de razón, una de las
características principales de una sociedad racionalmente organizada tenía que ser la
tolerancia religiosa. Existe un hecho fundamental, y es que ningún ciudadano puede
entregar a un soberano todo el poder que posee, porque si lo hiciese su persona se vería
afectada en sus potencialidades de manera grave. Así, nadie se abandona sin defensa a
los caprichos de su propio Estado. Una de las cosas que no pueden cederse es la
creencia religiosa interna.

Pero no sólo eso, sino que también el pensar constituye una actividad radical de los
sujetos, y éstos no pueden socavarla sin que eso suponga una simplificación de su
estructura personal, una descomposición de su relación, una pérdida de libertad. Y es por
eso que el Estado debe permitir la libertad de pensamiento y con ella la libertad de
expresión de ese pensamiento. Si el gobierno obra contra estas libertades estará
realizando un ejercicio irracional e inútil que acabará revirtiendo contra él, porque se
considera como algo violentísimo no dejar al hombre desarrollar su capacidad de pensar.
Además, la libertad es absolutamente necesaria para el progreso de las ciencias y las
artes. Y esa libertad se asegura del mejor modo en una democracia, la más natural para
Spinoza de las formas de gobierno, aquella en la cual cada uno somete el control de sus
acciones a la autoridad, pero no su juicio o su razón.

En conclusión, Spinoza, filósofo de la necesidad que ha concebido la totalidad como una


geometría viviente e infalible, no ha tenido otro objetivo en su obra especulativa que el de
garantizar al hombre la libertad de las pasiones, la libertad política, la libertad religiosa y la
libertad de pensamiento. Que su manera de insertar y justificar esta libertad en un mundo
geométricamente determinado (donde todo lo que existe debe existir en virtud de una
necesidad que no conoce excepciones) sea la adecuada es muy discutible.
Verdaderamente es el punto más débil de su filosofía y queda como un problema
irresuelto en la misma, pues no termina de convencer. Por eso ese problema será
retomado más tarde por la filosofía de Hegel.

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