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El líder invisible
Por Cristina Fragua 23 diciembre, 2015

El líder no es solo aquel que goza de fama y prestigio. El verdadero líder es quien ayuda y mentora al resto y
por ello, puede ser perfectamente un “líder invisible”. La figura del líder es respetada por el resto de
compañeros, y no porque necesariamente ocupe un cargo superior, sino porque se hace querer ayudando a los
demás y solucionando los problemas cuando la situación lo requiere… Xavier Ares expone el caso de Juan,
operario de línea en una fábrica de pieza para automóviles, y Gustavo, un empleado joven que se incorpora al
equipo. Conoce su historia.

El verdadero líder no tiene por qué ocupar un puesto superior.

Juan era operario de línea en una fábrica de piezas para automóviles. Entró en la empresa como aprendiz
cuando tenía 18 años, y de eso hacía más de 20. Juan era una persona diligente, obediente y disciplinada,
que se esforzaba mucho, y muy respetado por sus compañeros.

En el equipo de montaje de Juan había siete compañeros más, de edades comprendidas entre 23 y 35 años. En
los años que llevaba en la empresa Juan había visto pasar a mucha gente por su línea de montaje de piezas
para automóviles: algunos más diestros, otros con menos fortuna, pero Juan era el único que había
permanecido allí durante todo ese tiempo.

Un día entró un nuevo miembro en el equipo de trabajo, Gustavo. Gustavo era un chico joven, de unos
20 años de edad, alegre, aunque algo tímido, y motivado por el trabajo, con muchas ganas de aprender. Pero la
recepción que tuvo Gustavo en el equipo no puede decirse que fuera precisamente acogedora: Juan lo
presentó al equipo y algunos lo saludaron, mientras que otros lo recibieron entre un sentimiento de
desprecio e indiferencia (“otro torpe novato”, pensaban).

Y Gustavo empezó a trabajar y, como cualquier otro principiante, no conocía el trabajo, así que Juan se
convirtió de forma improvisada en su mentor. Y así Juan le fue explicando todo sobre el oficio: cómo
funcionaba la cadena de montaje, cómo funcionaban las máquinas, el ritmo que había que seguir, cómo montar
las piezas, los posibles fallos y cómo solucionarlos,…etc. También le explicaba sobre la empresa: la historia de la
compañía, los productos que hacían y para quién los fabricaban, quién era quién en la empresa, cómo eran los
eventos sociales en la misma…etc. Pero también se ocupó de otros aspectos; así le acompañaba en sus comidas
en la cantina, le mostraba el control de mandos de toda la fábrica, o le invitaba a conocer a los diferentes
encargados de las distintas secciones mientras se tomaban a unas cervezas al terminar la jornada. Incluso un
día le hizo subir con él al despacho del director general para presentar a Gustavo como “la mejor adquisición de
la compañía en mucho tiempo”.

Y Gustavo, así, pasaba sus largas jornadas en la fábrica montando piezas, feliz, y cada vez conociendo más el
oficio y perfeccionando su forma de hacer, su técnica. Se relacionaba bastante bien con la mayoría de sus
compañeros del equipo de montaje, aunque algunos eran todavía un poco recelosos de él. Y por quién sentía
una auténtica devoción era por Juan: veía en él a un maestro, un amigo, un aliado…Alguien que había
cambiado su vida; le había abierto un universo nuevo lleno de oportunidades y no sólo eso: también le había
dado un nombre en él.

Pasaron las primeras semanas y un día, trabajando como de costumbre en la cadena de montaje, Gustavo
cometió un grave error. Gustavo montó mal las piezas de un equipo durante varias horas, y no sólo tuvieron
que parar la cadena de montaje, sino que tuvieron que rehacer todo el trabajo de aquél día. Como consecuencia
de ello, los trabajadores del equipo de montaje de Gustavo perdieron gran parte de la prima de aquel mes.
Entonces Gustavo, avergonzado, se fue a los vestuarios y allí rompió a llorar desconsoladamente, huyendo de
los gritos e insultos que le propinaban algunos de sus compañeros.

Juan por su parte, que aquél día tenía fiesta, se enteró más tarde de lo sucedido por uno de los operarios de la
cadena de montaje, y esperó al día siguiente al volver a la fábrica para actuar.

Al día siguiente de lo sucedido Juan, como era costumbre, llegó antes que nadie a la fábrica para comenzar el
turno y tomar conciencia de todo: vio lo que se había hecho mal y lo que se había perdido. Seguidamente Juan
esperó a que los miembros del equipo fueran llegando a la cafetería, y a que todos explicaran su versión, con
más o menos matices, de lo sucedido. El equipo estaba dividido: los más críticos despotricaban
agresivamente de Gustavo (2 personas), otros menos enérgicos simplemente asentían (2 personas). Finalmente
un tercer grupo le restaba importancia al fallo e implícitamente apoyaban a Gustavo (2 personas). Y cuando
estuvieron todos Juan habló, y les dijo que todos habían empezado así, equivocándose, que nadie había nacido
enseñado, y de que recuperarían la prima al mes siguiente. Y que no quería sentir ni una crítica más a
Gustavo, y que quien lo volviera a criticar se las vería con él.
En ese momento un silencio inundó aquella improvisada reunión en la cafetería. Los más agresivos en contra
de Gustavo se daban cuenta de que una cosa era ir contra Gustavo y otra muy diferente era ir
contra Juan, y no querían estar mal con él. Los que simplemente asentían enseguida acataron la decisión
de Juan, y los que ya habían apoyado a Gustavo apoyaron también a Juan. Todos, explícita o implícitamente,
dieron el asunto por zanjado.

Entonces Gustavo llegó. Llegó cabizbajo y con la mirada perdida, además de con la expectativa de una penosa
jornada de trabajo cuesta arriba. Al verlo Juan lo cogió aparte y le preguntó:

– ¿Qué tal estás?

– Decepcionado conmigo mismo, he hecho perder dinero a la empresa y a mis compañeros. – respondió
Gustavo a media voz.

– No debes estarlo, estas cosas pasan. Y además, ya lo arreglaremos. – contestó alegremente Juan.

– Ya pero ellos no me lo van a perdonar, – dijo Gustavo en referencia a sus compañeros.

– Mira, Gustavo, todos cometemos errores. ¿Qué te crees, que yo no me equivoqué cuando empecé? Yo la lié
gorda también al principio, y lo hice bastante peor que tú. ¿Y ha pasado algo? Mírame, sigo aquí, después de 20
años.

– Supongo que sí, – dijo Gustavo levantando suavemente la cabeza.

– No, supones, no. ¡Claro que sí! Y ahora entra ahí y sigue haciendo el buen trabajo que sueles hacer, y para el
que te pagan. Y pobre del que te diga algo, que se las va a tener conmigo.

– Vale, gracias. – respondió Gustavo aliviado, recuperando levemente la sonrisa en su cara.

Cuando Gustavo llegó a la zona de montaje vio que aquél equipo de personas que ayer le había criticado, hoy le
pedía disculpas. Y no sólo eso, sino que le decían que le iban a ayudar, a enseñar, para que lo que había
ocurrido no volviera a suceder. Y que, entre risas, tendría que invitarles a una copa en la próxima fiesta para
compensar la pérdida de prima de ayer. Todo, absolutamente todo, había cambiado.

¿Qué sucedió aquí? Pues que un líder invisible se tornó visible cuando la situación lo requería. Y Juan
eligió ser líder en todo momento.

Ser líder se elige, es una actitud. Juan eligió ser el mentor de Gustavo, y lo hizo por sus valores, que le
indicaban que es lo que tenía que hacer en ese momento. Eligió ser líder con independencia del puesto que
tenía (operario), la situación en la que estaba (poca influencia en la empresa), y los momentos concretos que le
tocaron vivir (momentos de crisis o de buen clima laboral). Y como todo líder creó una diferencia importante en
la vida de las personas a las que lideró: de todos en general pero principalmente de Gustavo, que no olvidaría
aquello nunca.

Y tú… ¿eliges ser líder?

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