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AMPLIO MUNDO MI PARROQUIA Yves M. CONGAR ee eee YVES M.2 CONGAR OP AMPLIO MUNDO MI PARROQUIA Verdad y dimensiones de Ja salvacién EDITORIAL VERBO DIVINO ESTELLA (Navarra) ESPANA Versién espafiola por: Jesis Equiza, Pbro. El original franeés esté publicado bajo el titulo “Vaste monde ma paroisse”, en Editions Témoignage Chrétien, Parts Nihil obstat: P. Antonio Roweda, SVD, Censor Imprimatur: Lic, Juan Ollo, Vicario General Pamplona, 12 de Febrero de 1965 N.o Retro: NA, 15-65 Depésito Legal: NA. 53-1965 Impreso en Espafia — Printed in Spain © Editorial Verbo Divino, Estella 1965 Prélogo Los cristianos han adquirido conciencia, simultdéneamen- te, de su situacién de minoria en el mundo, y del cardcter absolutamente universal del plan de Dios. Al mismo tiem- po que esta conciencia de minoria y la presidn cotidiana del comunismo les obligaban, en cierto modo, a tomar su fe muy en serio; al mismo tiempo que el movimiento li- turgico y la renovacidn biblica, les presentaban el sentido de la soberania absoluta y total del Senor”, los cristianos sentian también fuertemente la llamada a construir un mundo... Al mismo tiempo que se afirmaba y purificaba su relacion vertical con Dios, su mirada encontraba a de- recha e izquierda tantos hombres diferentes, con los que habia que convivir, entrar en didlogo, cooperar en la cons- truccién del mundo... De este modo, los problemas de la salvacién, y de la salvacién de los otros, se han convertido, para las gentes, en un interrogante continuo. Afloran constantemente en las 9 preguntas que se nos hacen a los sacerdotes. En esta pe- quefia obra, yo quisiera aportar algunos elementos a la res- puesta, Ciertamente, no es una respuesta completa. Una solu- cidn integral hubiera exigido el desarrollo de una teologia completa de la salvacién, y por tanto, de la redencién. Hubiera sido necesario tratar, sucesivamente, del pecado original, del pecado, del plan de Dios, del Cuerpo Mistico, del problema del mal, de la muerte... Pero esto habria re- basado los limites de este pequefto libro, nacido de una serie de articulos destinados a Témoignage Chrétien, y ha- bria requerido mayor espacio de tiempo libre que el que me permitian otras ocupaciones. No se me oculta que es- tas paginas no son una exposicién completa. Para ello les falta mucho en el terreno de las afirmaciones especificas del dogma. Se debe suplir esta deficiencia acudiendo a otros tratados de mds acentuado cardcter catequistico, y prefe- rentemente, al catecismo, que contintia siendo la mejor sin- tesis total de la fe catdlica (1). Las respuestas contenidas en el presente libro han se- guido a las cuestiones en su propio terreno: abordan los problemas, mds bien, por el lado del hombre y del mundo. Pero tales aspectos no son ajenos ni a la tradicidn caté- lica ni a la Sagrada Escritura, que es su fuente. (1)_ Citemos a L. Sater: Richesses du dogme chrétien. Le Puy, 1954; E. Jory: Qu’est-ce que croire? (Coll. Je sais, je crois). Paris, 1956; las obras de Monsefior P. Guortevx publicadas en Edit. Ouvriéres. Sobre la Redencién: J. Kotocrivor: Le Verbe de vie, Paris, 1951; Lumiére et Vie; N.o 36 (1958); Le Rédempteur; L. Rz- cHaRD: Le mystére de la Rédemption, Paris, 1959. Catecismos: son buenos todos, desde la amplia exposicién filoséfica del P. SER- TILLANGES: Catéchisme des Incroyants (2 vol., Flammarion) o el breve tratado analitico y clasico del Cardenal Gasparrr (Catecis- mo Catélico, Ed. du Cerf), hasta la reciente traduccién del cate- cismo alemadn (Catecismo Biblico, Ed. du Cerf, 1958), que esta mds en consonancia con el movimiento biblico y la tendencia cristolégica de hoy. 10 Con todo, aun desde el punto de vista del hombre y del mundo, los problemas desbordan ampliamente el cam- po de las cuestiones que se han tratado aqui. En este libro no se tocan, ni siquiera superficialmente, por ejemplo, nin- guno de los problemas césmicos afrontados por el Padre Teilhard de Chardin. El capitulo de los ”Otros”, abierto lealmente, exigiria que se tratasen también todos los pro- blemas del didlogo y de la coexistencia. El mundo dividido, en el que estamos comprometidos, nos obliga a tener gran cuidado de la pureza de nuestras posiciones, pero debe ser también un mundo de didlogo y de cooperacion. ¢No deberian titularse, sin duda, las secciones de este capitulo: Ecumenismo; condiciones de un pluralismo y de una cooperacién humana en un mundo espiritualmen- te dividido; tolerancia; posibilidad de una "politica cristia- na’, etc.? Pero, a cada dia le basta su tarea. Y yo no he tomado la pluma mds que para responder a cuestiones que se me habian propuesto de momento, Témense, pues, estas pdgi- nas tales como son y no se les pida (yo soy el primero en_reconocer su limitacién) mds de lo que pueden dar (2). (2) Yo traté de Le Probléme du mal, en Essai sur Dieu, Vhomme et VUnivers, publicado bajo la direccién de J. de Bi- vort de la Saudée, Paris, Casterman, 1953, p. 553-94; Les con- ditions théologiques d’un’ pluralisme, en Tolérance et Commu- nauté humaine. Chrétiens dans un monde divisé, Casterman, 1952, p. 191-223; los problemas y la cuestién de fondo del Ecu- menismo, en numerosas publicaciones y conferencias (Chrétiens désunis, Ed. du Cerf, 1937); la cuestién de la Tolerancia en Ordre temporel et verité religieuse (en Recherches et Débats, Julio 1950, y en Documentation Catholique, 1952, col. 729-738), y en Lettre sur la_liberté religieuse @ propos de la situation des Protestants en Espagne (en La Revue Nouvelle, 15 de Mayo de 1948, p. 449-466); el problema general de otros mundos es- pirituales, en Conclusion théologique é Venquéte sur les rai- sons actuelles de Vincroyance (Vie Intellectuelle, 25 de Julio de 1935, p. 214-249); Jésus-Christ en France (ibid., Feb. 1954, p. 113-30); Information Catholique International, 15 de Enero 1959, p. 1-2; etc... 11 Todavia hay otro motivo que ha impuesto limites a es- te trabajo (si es que puede decirse que Jesucristo impone realmente limites a las cosas): Las cuestiones que en él se estudian, estén planteadas en términos cristianos; por tanto, no se pretende esbozar mds que una respuesta cris- tiana, a partir de referencias cristianas. Muchas de ellas, incluso, no tienen sentido, al margen de tales referencias que, dadas por la fe, tienen por centro a Jesucristo, con- fesado como Dios, Salvador y Sefior. Para la fe, Dios tiene un plan sobre el mundo, el mundo tiene un sentido, y Jesucristo es lo absoluto de este plan y de este sentido. ¢Quiere decir ello que las respuestas cristianas, que aqui se dan, no tienen ningun interés para los no-creyentes? Pensar asi seria dar poco crédito, tanto a su amplitud de criterio como a la fuerza del Evangelio. Los que hoy bus- can en la Sagrada Escritura una respuesta a los mayores problemas, desbordan ampliamente, en numero, el circulo de los creyentes formales. Muchos hombres buscan a tien- tas a aquel a quien, precisamente, nosotros estamos anun- ciando (cfr. Hech 17, 23, 27). En todo caso, los no-cre- yentes pueden encontrar interés —para ellos mismos y pa- ra el didlogo que tienen que proseguir con nosotros— en conocer el pensamiento de los cristianos sobre problemas tan colosales como el del sentido del mundo y el de su futuro eterno. Uno no se arriesga a entrar en didlogo (un libro es una de las formas de tal riesgo) mds que cuando existe un ambiente de amistad y de confianza. En esta atmésfera de amistad cristiana y de plena confianza humana voy a tu encuentro, lector desconocido. He rezado por ti antes de que abras este pequefio libro y surja, de este modo, un encuentro entre nosotros... Estrasburgo, 24 de septiembre de 1959. Fr. Y. C. 12 . PARTE PRIMERA ESTE MUNDO NUEVO EN QUE VIVIMOS 1. Este mundo nuevo en que vivimos Cuando se hace el recuento de las cuestiones que hoy en dfa se plantean esponténeamente casi en todas par- tes, se ve que todas ellas versan sobre puntos bastante definidos. Se trata siempre del problema de la salvacién de los demas, de la relacién de las otras religiones con el catolicismo, de lo que sucederé después de la muerte, del numero de los elegidos, del problema del mal; even- tualmente, para los mds dogmiaticos, se trata del infier- no o del purgatorio. En una palabra, se trata siempre de la relacién que existe entre las afirmaciones positivas de la Iglesia refe- rentes a la salvacién y a sus condiciones y lo que nos- otros conocemos de un vasto mundo, que rebasa las di- mensiones del cristianismo y con mayor razén, las fron- teras del catolicismo. 15 ¢Por qué Cristo vino tan tarde? El mundo antiguo, que en lineas generales puede ca- tacterizarse como el mundo del medievo o el mundo de la cristiandad, tenfa la suerte (si asi podemos Iamarla) de ver coincidir las afirmaciones ingenuas de la fe y los datos de la cultura. Y no hay nada de extrafio en ello. La cultura estaba en manos de los clérigos y era com- pletamente hija de la Iglesia. Si se trataba de la vida histérica de la humanidad, parecia que ésta encajaba exactamente en la cronologia y en los cuadros que pre- sentaba la Biblia. Todavia hoy la liturgia anuncia el na- cimiento de Jesucristo, en el admirable martirologio de Navidad, en los términos siguientes, que entonces todo el mundo tomaba a la letra: “En el afio 5199 de la crea- cién del mundo; en el afio 2957 del diluvio; en el afio 2015 del nacimiento de Abraham, etc...” Se crefa, en efecto, que este mundo, en tiempo de Jesucristo, no te- nia mas que 5000 afios. En cuanto a la historia de los imperios, parecia encuadrarse exactamente en el marco de los cuatro imperios de que habla el profeta Daniel (2, 31 y siguientes). Hoy pensamos de distinta manera, como puede verse por las indicaciones siguientes. Si admitiéramos que un siglo esté representado por tres segundos y que el nacimiento de Cristo tuvo lugar el 31 de diciembre de un afio cualquiera a la media noche en punto, deberiamos situar los comienzos de la vida en el uno de enero de ese afio; la aparicién de los prime- ros vertebrados marinos, en el 23 de julio: la de los grandes reptiles, en el 20 de octubre; el comienzo de la era cuaternaria, en el 31 de diciembre a las dos de la tarde; la del hombre de Neanderthal, en el mismo 31 de diciembre a Jas 7,32 de la tarde; la edad de la piedra pulimentada, que nos es conocida por nuestras 16 admirables estaciones prehistéricas, quedaria fechada ese 31 de diciembre a Jas 11,55; Abraham habria apareci- do, también ese 31 de diciembre a las 23,59; la fun- dacién de Roma, 400 afios antes de Jesucristo, deberia situarse ese 31 de diciembre a las 23 horas, 59 minu- tos, 48 segundos... Ya Jos Padres de la Iglesia habian estado preocupa- dos por la cuestién, que con frecuencia les planteaban los paganos: Por qué Cristo vino tan tarde? A ellos Jes bastaba responder, en el marco de una cultura com- pletamente biblica, con su cronologia que para nosotros resulta ridiculamente corta: porque se requerfa una pre- paracién y era necesario que el hombre se acostumbra- ra a las venidas de Dios. Esta misma cuestién continta hoy preocupando a los espiritus; Péguy escribia en la admirable primera Clio: “Realmente, es ya uno de los problemas més dificiles y m4s cargados de misterio y de angustia, el que Jestts haya venido tan tarde al mundo, el que haya aparecido tan tarde en la historia del mun- do, el que el Hombre-Dios haya aparecido tan tarde en Ja historia del hombre.” Es decir, existe hoy el problema de conciliar las afirmaciones positivas de la Escritura o de la fe con las dimensiones que nuestro conocimiento de Jas cosas nos obliga a reconocer a la historia y al mundo. Asi se explica, en gran parte, el éxito de obras a las que, por otra parte, podrian hacerse muchas cri- ticas, Piénsese, por ejemplo, en las obras de Lecomte du Nouy 0, incluso, aunque éstas tengan otro alcance, en Jas del Padre Teilhard de Chardin. Otro problema es el del conocimiento de las dimen- siones del mundo en el espacio. La antigiiedad cristia- na y el medievo estaban persuadidos de que existian hombres mas all4 de las fronteras del cristianismo. Pero no sentfan gran curiosidad por ello. Ellos no sentian, como hoy nosotros, una curiosidad imperiosa de ver mds 17 allé de las fronteras del mundo conocido. Este punto con- creto ha sido estudiado, por ejemplo, en san Bernardo (1). El santo doctor, como podria verse también en santo Tomas o en san Agustin, simultaneaba el conocimiento de un mundo humano mds alld del mundo cristiano, y una chocante falta de inquietud en cuanto a la explo- racién de ese mismo mundo. También aqui cambia nues- tra posicién: nosotros no podemos tener conocimiento de una barrera sin experimentar, al mismo tiempo, como la comezén de franquearla y de saber lo que pasa al otro lado de la misma. Asf lo hemos hecho con nuestro pla- neta; pero ya el planeta no nos basta, y el mas alld que nos preocupa es un mas all4 cdsmico y sideral del que ya comenzamos a rasgar el velo de sus secretos. «Cosas nuevas, cosas nuevas, siempre cosas nuevas» Este cambio de perspectivas no se ha operado en un , dia; ha requerido un proceso de siglos. Primeramente, tuvo lugar el hecho de los grandes descubrimientos; a un ideal de tradiciones sustituy6 un ideal de novedades y de descu- brimientos, {Qué significativa es, por ejemplo, la inscrip- cién que se lee encima de la puerta de una capilla de la catedral de Cahors: Nove, nove, iterumque nove, nove: “cosas nuevas, cosas nuevas, y siempre cosas nuevas”. Ello no inquietaba ya a los canénigos de fines del siglo XV, pero hubiera escandalizado a los de los siglos XII o XIII. (1) Véase P. DénuMavux: S. Bernard et les infidéles, en Mé- langes Saint Bernard. Dijon, 1954, p. 68-79. 18 Y no sélo tuvieron lugar los descubrimientos geogréfi- cos, histéricos, © criticos de los siglos XVI y XVII. Se dio también la expansién del Occidente cristiano, primeramen- te por obra de sus misioneros, después por medio de sus comerciantes y finalmente por la espada de los soldados, en los pafses de ultramar. Se descubrieron pueblos nuevos y se puso de manifiesto que, con frecuencia, estos pueblos eran cultos y moralmente buenos. Tenian sus religiones. En la euforia de los primeros hallazgos se crey6, incluso, poder establecer unos cuantos puntos de contacto entre tales religiones y el cristianismo. San Francisco Javier, por ejemplo, encontraba en la religién japonesa la Trinidad cristiana y hasta la sagrada familia. Pero luego se ad- virtié que estas religiones eran mds diferentes de lo que se habia creido al principio y que, sin embargo, presenta- ban aspectos profundos y positivos de acercamiento hacia el misterio de Jo divino, De ahi surgié en el siglo XVIIT el método comparativo, que fue desarrollandose a lo lar- go del siglo XIX. Pero también de ahi surgieron, respecto a la fe cristiana, bastantes problemas que pueden resu- mirse en el que Ernesto Troeltsch llamaba el problema de la “absolutidad” del cristianismo. Problema que se plan- tea asi: Puede decirse todavia, con respecto al hecho religioso mundial tal como la historia de las religiones nos lo presenta, que el cristianismo sea lo absoluto de la verdad? Qué valor se ha de dar a esas diferentes religio- nes con relacién a la fe cristiana y a la revelacién bi- blica? Tales problemas, a los que se afiadian las dificultades criticas nacidas de un estudio histérico y filolégico de los textos, terminaron por dar origen a la crisis del modernismo en los wltimos afios del siglo XIX. La mayor parte de los modernistas estaban animados por un espiritu de apologética, por el deseo de conciliar, como se decia, la ciencia y la fe. Pero, ademas de carecer de pacien- 19 cia y de resentirse su apologética de cierta prisa, los mo- dernistas no tenian una filosofia adecuada para pensar en tales problemas. Con frecuencia, creyeron encontrar la solucién del problema en una distincién que hoy juzga- mos superficial e, incluso, destructora, entre las formas relativas y susceptibles de todas las variaciones histdricas y un espiritu que, siendo estable, sdlo él exigfa la adhe- si6n de nuestra alma. Hoy sabemos mejor que la forma guarda al espiritu y, en muchos puntos, la critica misma ha justificado posiciones a propésito de las cuales, por la prisa, los modernistas jugaban a fondo perdido. Nosotros, y los otros Estos problemas que plantea hoy la evolucién de nues- tros conocimientos, se han hecho todavia mds urgentes por el hecho de que el interés del espiritu moderno se vuelca extraordinariamente hacia el hombre y hacia el destino del hombre. El cardenal Roberto Belarmino, en el prélogo a sus famosas Controversias, sugiere una idea, que hace al caso. Al introducir la gran discusién que de- sea establecer con Ja reforma protestante, Belarmino da esta opinién sobre el proceso histérico de las herejias, Se- gun él, las herejfas se habian desarrollado siguiendo un orden paralelo al de los articulos del credo. Primeramen- te, surgieron herejias que versaban sobre el articulo de Dios creador de las cosas visibles e invisibles (mani- queismo); después vinieron las herejias referentes a la Tri- nidad (arrianismo); més tarde, las que atentaban contra la 20 divinidad del Verbo encarnado (Nestorio, monofisismo). En el siglo IX, se atacé el dogma del Espiritu Santo. Las herejias modernas, observaba Berlamino, van contra el articulo de la Iglesia, la comunién de los santos, la re- misién de los pecados, la justificacién. El sabio cardenal se detenfa aqui; era el afio 1582. ~No podriamos decir que hoy los errores o los problemas versan principalmen- te sobre el ultimo de los articulos del credo, es decit, so- bre la vida eterna y el futuro? El hombre moderno de- muestra menos interés por Dios que por su propio des- tino y, en lenguaje cristiano, por su salvacién. Ademas, muchos movimientos contempordneos tienden a interesarse intensamente por los otros. Esta es la raz6n por Ja que el ecumenismo despierta tanto interés en mu- chas almas. Uno no se puede contentar, aun suponiendo que se la posea integra, con la certeza de que la Iglesia catélica representa la plenitud del cristianismo. Se tiene necesidad de saber lo que representan los otros con rela- cién a esta Iglesia y a la salvacién de la que la Iglesia es como el sacramento. Por otra parte, al menos en Francia, cualquier catdélico puede estar seguro de tener entre sus compafieros uno o varios protestantes, algunos comunistas, algtin judio y cierto mimero de indiferentes y de “laicos” en el sentido francés (y espafiol) de la palabra. El no pue- de menos de plantearse la cuestién de lo que tales camara- das representan respecto de su religién, de su fe y de la salvacién en la que él cree. A su vez, el comunismo, que nos rodea por todas partes y que termina por imponernos al menos bastantes de sus problemas, empuja en la mis- ma direccién: por una parte, debido al clima de solida- ridad humana, de fe planetaria que contintta desarrollan- do; por otra parte, a causa de la conciencia de una am- plia continuidad histérica que no nos permite eludir la solidaridad de generaciones y siglos. Es posible que la gran religidn de la época cldsica estuviera marcada por 21 cierto individualismo (Nicole escribia, por ejemplo: “El hombre ha sido creado para vivir en soledad eterna con Dios solo...”); hoy se encontraria, mds bien, esta reaccién que hubiera maravillado e, incluso, escandalizado a Nicole: ésalvarme? jNo! serdn todos o ninguno. Es cierto que este sentimiento de solidaridad humana, aun cuando no vaya tan lejos, preocupa hoy a muchos cristianos (2). Un mundo Ileno de problemas En un clima de este estilo, seria absolutamente qui- mérico continuar viendo a los fieles sin contacto con el ex- terior, como en una especie de “ghetto” catdlico e ignoran- tes de los movimientos 0 de las tempestades del mundo. Ciertamente, no son tales los deseos de los Ultimos papas: Pio XII, en particular, ha invitado insistentemente a los catélicos a tomar parte con dnimo en las empresas del mundo, lo que supone, sin género de duda, que ellos de- (2) Este sentido abunda particularmente en las paginas de Simone Weil. A decir verdad, se pueden encontrar testimonios del mismo sentimiento, muy anteriores, pero motivados de ma- nera diferente. Recuérdese el tema dostoyeskiano; nosotros so- mos responsables de todos y de todo; hay que pedir perdén por todos y por todo... He aqui un texto de San Stme6n EL Nurvo Teétoco (primera mitad del s. XI): «Conozco a un hombre que deseaba tan ardientemente la salvacién de sus hermanos, que muchas veces pedia a Dios con lagrimas sinceras y con un ce- lo digno de Moisés, 0 que sus hermanos se salvasen con él, 0 que él se condenase con ellos. Porque él se habia ligado a sus hermanos con tal lazo de amor, en el Espiritu Santo, que hu- biera preferido no entrar en el reino de los cielos, si_para ello hubiera tenido que separarse de ellos» (Discursos 22: P. G., 120, 424-25; trad. y citado por P. Evdokimov). 22 ben estar en contacto con los otros (3). Y ello los leva, nuevamente, a plantearse muchos problemas. Los resultados més ciertos de la reflexién filosdfica contempordnea les empujan, ademds, en el mismo sentido. Tal reflexién muestra, en efecto, que la inteligencia hu- mana es dialogante por naturaleza. La inteligencia, hecha para lo universal, tiene por ley la comunidén y quiere com- plementarse con el comercio de las otras inteligencias. For- zosamente, el didlogo tiene sus riesgos que la ignorancia hubiera podido evitar, pero jla ignorancia no es ya tan sencilla! El cristiano de hoy debe ser m4s que nunca mili- tante y, por tanto, fuerte. Casi en todas partes, el primer esfuerzo que se le exige, si quiere estar a la altura del mundo en el que debe vivir y dar testimonio, es un es- fuerzo de inteligencia, de comprensién. (3) Véase la coleccién (jincompleta!) de textos en Jalons pour une théologie du Laicat, Paris, p. 633-36. (Traduccién es- pafiola: Jalones para una teologia del Laicado, Barcelona, p. 552-54). 23 2. Pequeiia Iglesia en el vasto mundo En nuestros paises de vieja cristiandad, la Iglesia no solamente ocupa un puesto respetable, sino que, ademas, tiene una especie de evidencia. No es posible dejar de en- contrarla en los monumentos, en su clero, en los signos 0 en las huellas de su influencia. La Iglesia se encuentra presente en todas partes, y puede tenerse la imprecién de ser cosa muy importante. Si pasamos de nuestros paises a zonas mas catélicas todavia, crece este sentimiento de evidencia. Quien haya viajado a Roma o se haya detenido en ella, ha po- dido constatar la presencia imponente de la Iglesia y del papado. Pero si, en lugar de ir a Roma, se visitan los paises es- candinavos o el Prdéximo Oriente, por ejemplo Egipto o Turquia, las perspectivas cambian grandemente. La Igle- sia catdlica aparece entonces como una cosa muy peque- fia, y, frecuentemente, hay que indagar con atencién para encontrar tan sélo alguna huella de la misma. jPiénsese 25 que una gran ciudad como Tel-Aviv no tiene ni una sola capilla cristiana! Y zqué decir de otros inmensos pajses, con millones y millones de hombres, de los que, en gran- des zonas, la Iglesia catélica est4 lisa y Manamente au- sente? Baste pensar que, a mediados de este siglo XX, un hombre por cada cuatro es chino y preguntarse qué lugar ocupa la Iglesia catdlica en China, qué aspecto pre- senta y cudles son sus caracteristicas. Leemos con frecuencia relatos de paises lejanos de misiones. Algunos de ellos merecen el titulo: Cuando el Espiritu sopla como el huracdn. Pero, al consultar las es- tadisticas, nos vemos obligados a constatar que los paga- nos aumentan anualmente en el mundo en proporcién su- perior a los catélicos. El aumento de la poblacién caté- lica en el mundo, por la via natural de nacimientos, es de unos tres millones y medio por afio; afiddase a ello la ci- fra de medio millén de convertidos, poco mds o menos, al afio, y el aumento total de poblacién catélica viene a ser de cuatro millones por afio. Pero, en el mismo perio- do de tiempo, la poblacién no catdlica, debido solamente al aumento de natalidad, experimenta un desarrollo de més de dieciséis millones de hombres. Para mantener la proporcién numérica actual, el nimero de conversiones al catolicismo deberia ser, no de medio millén al afio, sino de seis millones quinientos mil. Estamos un poco lejos de ello. Es un hecho que la enciclica Evangelii Praecones, del 2 de junio de 1951, reconoce expresamente. No podemos menos de estudiar el significado de estos hechos. Por otra parte en una época de sociologia reli- giosa y de estadisticas, como es la nuestra, es util ilumi- nar un poco nuestro juicio sobre tales datos preguntando- nos qué significan las cifras con relacién a Ja fe, relaci6n a su vez iluminada por la Palabra de Dios. “Pequefia Igle- sia en el vasto mundo”: es un hecho, pero gcémo apreciar este hecho a la luz de la fe y de la Palabra de Dios? 26 La Biblia y las estadisticas Pretendemos solamente esbozar una respuesta a estas cuestiones, desde un punto de vista puramente religioso, y aun teoldgico. Es un punto de vista desde el que se mira no con demasiada frecuencia, Quizds convenga que lo hagamos alguna vez. La actitud de la Biblia con respecto a cuestiones de ntimero, tratandose del pueblo de Dios, parece que se puede resumir en dos proposiciones: 1) los censos, en lenguaje biblico, son operaciones ambiguas; 2) la Biblia no demuestra gran interés por el aspecto cuantitativo de las cosas, 1.° Los censos en su totalidad aparecen, en la Bi- blia, como operaciones ambiguas. A veces, Dios manda- ba hacerlos y, claro, en tales condiciones estaban plena- mente justificados. Asi sucede al principio y al fin del éxodo: cfr. Numeros 1, 20; 14, 29 y ss. Pero sabemos lo que sucedié cuando David emprendié el censo de su pueblo, después de redondear sus dominios y establecer la paz en sus fronteras. La Biblia ve en tal iniciativa una tentacidn a la que sucumbid David: cfr. 2 Samuel 24; 1 Crénicas 21 y 27, 23-24. Parece ser que, al decidirse a hacer este censo, David quiso darse cuenta del estado de realizacién de la promesa de Dios, Era, pues, por su par- te un acto de orgullo o una prueba de desconfianza, al menos parcial, en Dios, de una no-entrega total en las manos de Dios. Asi David fue castigado en aquel pueblo cuyos recursos y fuerzas él quiso conocer y medir. Este hecho significativo nos ensefia que no se puede tratar al pueblo de Dios como cualquiera realidad cuantitativa. Cuando se trata de él, no es licito situarse enteramente fuera de la mirada de la fe, como si se tratase de cual- quier otro grupo social. 27 2.° La Biblia no demuestra gran interés por el aspec- to cuantitativo de las cosas. Es, incluso, un hecho bastan- te desconcertante para nosotros el ver que los ntimeros que la Biblia da, no significan exactamente lo que los nime- ros significan para nosotros. Sucede con bastante frecuen- cia que, en relatos paralelos, las cifras indicadas no son las mismas. Tal es el caso, por ejemplo, de los relatos del censo de David, de los que acabamos de hablar. Cier- tamente, los exegetas tienen a mano una explicacién: hay diversidad de fuentes y de redactores. Pero la dificultad subsiste, porque el redactor final o el que reunié las fuen- tes, que no era menos inteligente que nosotros, se daria cuenta de que las cifras eran diferentes, y, sin embargo, Jas dej6é intactas. Lo que sucede es que los ntimeros no tenfan la misma importancia ni exactamente la misma sig- nificaci6n para él que para nosotros. En otros textos, muy numerosos, las cifras tienen un sentido simbélico, lo que ha dado lugar a que los Padres de la Iglesia y los tipo- logistas hayan agudizado la sutileza de su mente. Final- mente, lo que sucede es que las cifras han sido concebi- das con arreglo a una idea para significar alguna cosa es- pecial o, simplemente, por razones de simetria estructu- tal o de equilibrio arquitecténico: tenemos un notable ejemplo de ello en la genealogia de Jestis segtin san Ma- teo, que agrupa las generaciones en tres series de catorce. Un segundo ejemplo lo encontramos en las cifras de los pueblos de la familia de Jacob venidos a Egipto, cuyo plan es concebido y arreglado para Ilegar a la cifra mistica de 70. Todo ello y muchos otros ejemplos que se podrian aducir, demuestran que la Biblia no tiene gran interés por el aspecto cuantitativo como tal. Entonces, zcudl es su punto de vista? 28 EI pequefio mimero que representa el todo La categoria biblica fundamental no es la de-cantidad, sino la idea de elementos representativos que tienen un valor dindmico universal: dos rasgos que se unen en la nocién tipicamente biblica de pfimicias. “El pensamiento biblico es totalitario, comprende el fenédmeno particular en el conjunto, ya sea como semilla, raiz o fruto de un arbol...” (1). Vamos a ver esto mds detenidamente. En primer lugar, la Biblia no muestra interés por los nimeros como tales, sino por el hecho de que varios in- dividuos retinen los rasgos del tipo real que los domi- na y que les es anterior: piénsese, por ejemplo, en lo que el Antiguo Testamento dice respectivamente de Edén y de Israel. En el Nuevo Testamento, hay interés por to- talidades que son consideradas como presentes en una por- cién representativa en sf misma. Asi, por ejemplo, el de- monio hace ver a Jestis “todos los reinos de la tierra” (Mt 4, 8); nuestro Sefior, al subir al cielo, da a sus dis- cfpulos esta misién: “haced discipulos a todas las na- ciones” (Mt 28, 19). San Pablo habla muchas veces de esta manera. Evoca, por ejemplo, “el Evangelio... que ha sido predicado a toda criatura bajo el cielo” (Col 1, 23). éNo hay en ello mds que una hipérbole, como sugiere la Biblia de Jerusalén? Nosotros creemos que hay algo mas. San Pablo escribe también: “La Palabra de verdad... que ha Ilegado a vosotros lo mismo que al mundo entero” (Col 1, 6). En otros lugares, habla de “Acaya” (2 Cor 9, 2), 0 de “Macedonia”’(Rm 15, 26). San Lucas, su bidgrafo, escribe igualmente: “Pablo ensefid en Efeso du- rante dos afios de manera que todos los habitantes de ()_W. Viscuer: La loi ou les cing livres de Moise, p. 54. Comparese con Cl TREsMONTANT: Essai sur la pensée nbbrat que, Paris, 1953, p, 70-74. 29° Asia, judios y griegos, pudieron escuchar Ja Palabra del Sefior” (Hech 9, 10). Estas indicaciones podrian parecer de poca monta, si no formaran parte de todo un contexto, muy conocido de los especialistas, en que la idea de tota- lidad es extremadamente activa. Pero esta totalidad es considerada como representada en una porcidén de ella misma, que es portadora del des- tino de la totalidad segtin el plan de Dios. Estudios bibli- cos como los de Wilhelm Vischer han demostrado que es- te plan, dinémico y progresivo, estaba penetrado por la idea de Pars pro toto: la humanidad es tomada por el mundo para tributar a Dios la alabanza de la creacién; Israel es tomado por la humanidad, para ser como el tes- tigo y el sacerdote de Dios en medio de los hombres, y, en el fondo, el pueblo judio ha conservado, como sello in- deleble de su eleccién, aun cuando lo profanase, el sen- timiento de este ideal y de esta vocacién: “Minoria al servicio de una mayoria”, dice de él J. Weill (2). Pero Israel, para nosotros, es ahora la Iglesia: nosotros debe- temos aplicar a nuestro cristianismo el mismo sentimiento de ser esta minoria representativa y dindmica, encargada (2) J. Wen: Le Judaisme, Paris, 1931, p. 16. Es interesante la observacién de J. Gurtron’a propésito de H. Bergson: «Su pensamiento rezuma la concepeién judia que sostiene que la evolucién de la humanidad se hace mediante la eleccién de una rama, que es la tinica que florece, mientras que el Arbol se seca. Dios escogi6 a Abraham y, dentro de la raza de Abraham, sigue escogiendo. La humanidad se salva gracias a un pequefio resto. Del mismo modo, en la evolucién bergsoniana L’élan vital se amodorra en el sopor vegetal, en el instinto animal, en la mecanizaci6n de la mayor parte de las sociedades o de las al- mas cerradas, y no aparece mds que en los misticos e, incluso, solamente, en los ’misticos comp!etos’ del catolicismo.» (Mé- morial J. Chaine, Lyon, 1950, p, 201, n. 9). Citamos también a A. Kosstier (La Tour d’Ezra, p._401): «...Nosotros somos el nervudo latigo de la evolucién...» Por lo demas el mejor estu- dio biblico sobre el tema es el de P. Dreyrus: La doctrine du reste d'Israél chez le prophéte Isaie, en Revue des Sciences phi- losophiques et théologiques, 39 (1955), p. 361-86. 30 espiritualmente del destino final de todos... En Israel, in- cluso, una porcién se presentaba frecuentemente como te- presentante del conjunto. Cuando los judios mas fervo- rosos se retinen en Jerusalén para las grandes fiestas, todo Israel estd misticamente representado. Cuando, a partir del siglo VIII antes de Jesucristo, los profetas empiezan a anunciar la destruccién de la ciudad santa y del tem- plo, hablan también proféticamente del “resto” cuya rea- lidad cuantitativa importa poco y ademds no es tampoco determinada, pero que tiene el valor de representar a todo el nuevo Israel. Finalmente, se sabe que el Israel nuevo no es representado ni tiene su punto de partida en un res- to colectivo, sino en uno solo, el Hijo del hombre, que es portador, en si mismo, del pueblo de los santos del Al- tisimo, En realidad, nuestra doctrina cristiana de la re- dencién es incomprensible al margen de esta idea biblica de inclusién representativa, que hemos expuesto ahora con algunos ejemplos. Hay una aplicacién constante de Ja Pars pro toto: Dios ve un gran nimero (el conjunto) y los in- cluye en su plan, pero se sirve de un pequefio grupo o de un solo individuo que providencialmente es el portador del beneficio destinado a todos. La vida en su germen Por eso hemos dicho més arriba que la idea de totalidad y la de valor representativo se unen en la idea tipicamen- te biblica de primicias. Los escritos apostdlicos estan Me- nos de esta idea: segtin el apdstol Santiago (1, 18), los 31 cristianos, engendrados por la palabra de verdad, son “las primicias de las criaturas para Dios”. Para san Pablo, el Cristo es primicia de la resurreccién (1 Cor 15, 5, 20, 23), pero también Estéfana y los suyos son las primicias de Acaya (1 Cor 16, 15); Epéneto es primicia de Asia (Rm 16, 5). Es claro que en el primero del grupo humano o en el primero del pais, Pablo ve el anuncio del plan de Dios segtin el cual este primero contiene ya a toda la sucesién. Nosotros podriamos hacer Ia transposicién de esta idea a los fundadores de grupos. Piénsese, por ejemplo, en los fundadores de iglesias, de drdenes religiosas, con los ini- ciadores de grupos de accién catélica, como los primeros de la A.C.J.E. 0 de la J.0.C... Siendo nosotros exce- sivamente individualistas, no tenemos ya estas ideas pre- sentes en el dnimo. Y, sin embargo, aun humanamente hablando, nosotros no seriamos lo que somos o no ha- bria nada, si no hubiera habido un Primero que Ilevaba en sf el futuro. El cardenal Newman ha escrito pdginas muy bellas sobre el lazo que nos une a estos precursores, muchas veces desconocidos, a los que nosotros debemos, sin embargo, cosas muy queridas y ttiles. ;Quién ha cons- truido la casa en la que hemos nacido y crecido? ;Quién ha dado inicio al grupo en que encontramos nuestro des- atrollo humano o cristiano? (3). En lenguaje biblico, todo ello representaria “primicias”, pero es necesario elevarse aqui por encima de la visidn puramente humana. Todos sabemos que, para los cristianos, existe verda- deramente una historia de la salvacién, es decir, un enca- denamiento de los sucesos y de las iniciativas de Dios que él previé en un plan unitario, desde toda la eternidad, y que se desarrollan de manera fragmentaria y sucesiva a Jo largo del tiempo. Dios ve toda la continuacién en el inicio; ve el conjunto en las primicias, Para él, Abraham, (3) Newman: Serm6n del 13 de noviembre de 1836; en Pen- sées sur VEglise, Paris, Ed. du Cerf, 1956, p. 89-91. 32, considerado solo en medio de un mundo ya desarrollado, es el pueblo de los creyentes. Las promesas y las bendicio- nes que Dios le da, lo son, para todo el pueblo. De ma- nera que el patriarca, en su soledad, es como una semilla capaz de sembrar el campo del mundo o como una es- pecie de sacramento de la fe y de la salvacién universales.

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