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Los empleados de verano tienen un código según el cual, sin importar la carga de
trabajo, decidirán exactamente cuánto trabajarán cada noche. Por ejemplo, si parece haber
una carga de trabajo de 8 horas, el equipo que intercala los anuncios aminora
deliberadamente el ritmo para tardarse 9 o 10 horas, y por tanto recibir el pago por horas
extra. En ocasiones, cuando quieren terminar temprano para ir a la discoteca antes de las
cuatro de la mañana (hora en que se cierra), terminan en unas 6 horas un trabajo estimado
para 7 u 8 horas de duración. A los empleados de nuevo ingreso se les obliga a ajustarse a
las normas de producción del grupo, ya que los insultan en caso de no obedecer.
Marisol Hernández miembro del equipo de intercalado en los dos últimos veranos, ha
acatado ese código. Pero este verano el jefe de taller de prensas le pidió supervisar el
trabajo del equipo; con gusto aceptar debido a tratarse de un ascenso y el consecuente
aumento de sueldo y que además acariciaba con orgullo la perspectiva de poder aplicar las
teorías de administración a su nueva posición como dirigente.
Después de las primeras noches, Marisol advirtió que el código estaba funcionando
como lo había hecho durante innumerables veranos, pero este año veía sus efectos desde
“otro punto de vista”. Comprendió que la actitud disminuía las utilidades del periódico al
incrementar el costo de la mano de obra. Los conductores del camión de reparto se
retrasaban en las entregas. En ocasiones hasta los porteros perdían tiempo en espera de que
el equipo terminara su trabajo.
Marisol Hernández no sabe con seguridad lo que debe hacer. ¿Debe disminuir la
actividad repentina y ponerle fin a una práctica tan dispendiosa? o ¿debe dejar que
continúe? Ninguna de las dos alternativas sería satisfactoria para los interesados.