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Leo en P2, un estupendo panfletillo promocional que saca la

editorial Turner, que las librerías fueron las únicas tiendas que se
salvaron de los saqueos en las revueltas de Londres. Me gustaría
creer que es una muestra de la consideración que la sociedad tiene
por la cultura, un poco como si las librerías participaran de ese
respeto antiguo y casi sagrado que han gozado las grandes
bibliotecas de la Historia, centros neurálgicos del pensamiento del
mundo. Y aquí podemos citar la biblioteca de Pérgamo, el Serapeo
o la gran biblioteca de Alejandría, y entre unas cosas y otras el
párrafo nos queda la mar de apañado.

Lo malo es que esta explicación resulta muy poco creíble. Me temo


que, si no saquearon las librerías, fue porque los libros son los
únicos bienes de consumo que realmente no constituyen un objeto
de deseo popular. Para qué nos vamos a engañar: de todos es
sabido que nadie se molesta en robar un libro. O sea, sí los roban
de los anaqueles de las librerías, yo creo que más por cleptomanía
y por divertimento que por otra cosa; pero, fuera de ahí, no se los
lleva nadie. Tú puedes dejar un coche lleno de libros a la vista, en la
barriada más peligrosa y debajo de una farola sin luz, y cuando
regreses a la mañana siguiente, las ventanillas de todos los coches
adyacentes estarán reventadas por los rateros, pero las tuyas no.
Vamos, que yo creo que dejar diseminados puñados de libros por el
asiento posterior de un vehículo puede ser incluso un estupendo
sistema antirrobos.

"Los piratas electrónicos que se bajan películas y


libros pagan como corderos sus ordenadores"
Todo esto encierra más sustancia de lo que parece, porque viene a
evidenciar que la cultura importa un pito, y que, dentro de la cultura,
los libros son lo menos de lo menos, algo deleznable que el mundo
no valora en absoluto. Y cuando hablamos de libros, claro, estamos
hablando de los contenidos. El desprecio por el escritor, por el
creador, es algo antiquísimo. Durante siglos el artista ha sido un
bufón de la corte, un adorno para el mecenas; sólo en los últimos
ciento y pico años ha podido ir ocupando un lugar propio, que
tampoco ha sido ni tenía que ser un gran lugar, porque escribir
(como también pintar o componer) es un oficio como cualquier otro.
Pero justamente por eso podemos reivindicar el mismo respeto que
los demás trabajos.

Y el caso es que esa breve etapa de independencia y


reconocimiento profesional está desapareciendo a marchas
forzadas. O, como diría Groucho Marx, hemos salido de pobres
para alcanzar la más completa miseria. La revolución tecnológica,
de la que, por cierto, soy completamente partidaria y adicta, está
cambiando para siempre las formas de difusión y adquisición de los
bienes culturales. A decir verdad, nos ha pillado a todos tan de
improviso que no creo que lo estemos sabiendo hacer muy bien:
pienso que, en España, editoriales, autores y libreros estamos
siendo muy lentos; los libros digitales son demasiado caros; resulta
inconcebible que el libro de papel tenga un 4% de IVA y el e-book
un 18%... Hay que cambiar los modos de trabajar, de comprar y
vender, de eso no cabe duda. Y habrá que hablar mucho y muy en
serio y encontrar acuerdos. En fin, no es hoy mi intención ponerme
a discutir sesudamente sobre la propiedad intelectual. Puede que la
ley Sinde y todavía más la SOPA de Estados Unidos tengan
agujeros y errores, y, por supuesto, todo puede mejorarse. Pero que
se necesitan leyes antipiratería es algo evidente. Los defensores
del "todogratis" acusan a sus oponentes de inmovilismo y desde
luego hay más de uno en el campo cultural que no quiere cambiar
nada, lo cual es una pretensión obsoleta e inútil. Pero, con perdón
de los ardientes partidarios de las descargas libres, a menudo veo
en ellos un inmovilismo igual o peor: el de quienes creen que tienen
absolutamente toda la razón y ni se molestan en escuchar al
contrario. En fin, me temo que este artículo me va a granjear unas
cuantas tirrias, desde luego.

Somos el país que más piratea del mundo occidental, un récord


penoso que creo que tiene su origen, al menos en parte, en la falta
de cultura social y colectiva de nuestro país, en la nula valoración
de lo común, en nuestra dificultad para respetar al prójimo y nuestro
individualismo exacerbado. Ya se sabe que, en España, la imagen
del pirata siempre ha sido considerada, con aniñada frivolidad,
como un símbolo progresista: nos encantan los corsarios que
(supuestamente) roban a los ricos y los Dionis que roban a los
bancos. Con esa misma ligereza se extiende hoy como una mancha
de aceite la jaranera reivindicación del "todogratis" como si fuera
una opción revolucionaria. Yo creo, en cambio, que no es más que
la viejísima y conocida suspicacia ante el artista, un prejuicio
retrógrado. No me queda mucho espacio en el artículo, así que
apuntaré sólo tres cosas. Una: qué extraordinario que ese
"todogratis" se refiera sólo a los contenidos, a los productos
creativos. Quiero decir que los fieros piratas electrónicos que se
bajan por el morro todas las películas, las canciones y los libros,
pagan sin embargo como corderos sus ordenadores o la conexión
de ADSL. Dos: los músicos pueden ganarse la vida haciendo
conciertos, pero ¿y un novelista? ¿Dando conferencias? Eso no
tiene absolutamente nada que ver con la ficción, y si no tiene
tiempo para encerrarse en soledad y escribir, acabará
enmudeciendo. Y tres: una frase que leí en el portal de Menéame:
"¡Es que estos artistas quieren pasárselo bien haciendo lo que
hacen y que encima les paguen!". Nos ha fastidiado: y los médicos,
y los carpinteros, y los relojeros, y los informáticos, y los
vendedores de las tiendas Zara. Qué desconsuelo.

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