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Liturgia Miguel Januário Fragoso

Prof. Dr. D. Manuel González López-Corps enero de 2015

Ordo lectionum Missae


«Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos
contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca del Verbo de la Vida..., os lo
anunciamos a vosotros, a fin de que estéis también en comunión con nosotros»1. En
Jesús, la Palabra de Dios es a la vez una palabra divina plena y definitiva2, y una palabra
humana que, a través de la carne, deja filtrar al misterio a los ojos iluminados por el
Espíritu. El Cristo según la carne, las palabras del Jesús histórico, no sirven para nada
si en la iluminación del Espíritu no se aceptan como la Palabra del Testigo fiel «que está
en el seno del Padre».

Me pareció importante empezar este breve trabajo, con el párrafo anterior,


manifestando la fuerza que da sentido a la Ordenación de las lecturas de la misa, que se
publicó en 1969, estableciendo principios importantes, y que recibió una nueva edición
en 1981.

Así podemos conocer, con más luz, los múltiplos tesoros de la única palabra de Dios
ya sea en los misterios de la vida de Cristo que se celebran en el Año Litúrgico o en
sacramentos o sacramentales.

La palabra de Dios, apoya y sostiene la celebración litúrgica, transformándose en


acontecimiento nuevo que enriquece a la palabra con nueva interpretación y eficacia.

Cristo está siempre presente en su palabra y, realizando el misterio de la salvación,


santifica a los hombres y tributa al Padre el culto perfecto. La palabra de Dios,
propuesta en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y
manifiesta el amor activo del Padre, que nunca deja de tener eficacia para con los
hombres.

En la acción litúrgica, la Iglesia responde fielmente el mismo Ámen que Cristo,


mediador, mediador entre Dios y los hombres, pronunció de una vez para siempre al
derramar su sangre, a fin de sellar, con la fuerza de Dios, la nueva alianza en el Espíritu.
Cuando Dios pronuncia su palabra, siempre espera una respuesta, que consiste en
escuchar y adorar en «el Espíritu y en la verdad»3.

Para que la palabra de Dios realmente produzca en los corazones aquello que se
escucha con los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo, por cuya inspiración y
ayuda, la palabra de dios se convierte en el fundamento de la acción litúrgica y en
norma y ayuda de toda la vida.

Aunque estos principios aporten luz a mi pobre cultura litúrgica, me sorprende que el
Ordo lectionum Missae postule que el misterio eucarístico y la palabra de Dios han sido
honrados por la Iglesia con la misma veneración, aunque tengan cultos diferentes.

1
1 Jn 1, 1-3.
2
cf. Heb 1 1-2.
3
Jn 4, 23.
Liturgia Miguel Januário Fragoso
Prof. Dr. D. Manuel González López-Corps enero de 2015

Antes de leer este documento creía que la veneración eucarística tenía mayor
importancia, pero es verdad que para «para el ministerio mismo de los sacramentos se
requiere la predicación de la palabra»4.

La palabra divina que lee y anuncia la Iglesia en la liturgia conduce, como a su


propio fin, al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la eucaristía.
Así pues, la celebración de la misa, en la que se escucha la palabra y se ofrece y se
recibe la eucaristía, constituye un solo acto de culto divino5, con el cual se ofrece a Dios
el sacrificio de alabanza y se realiza plenamente la redención del hombre.

4
CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros,
núm. 4.
5
CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 56.

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