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Seminario de Estudios Hispánicos – Prof.

María Eugenia Alcatena


ISP. Joaquín V. González
Segundo TP – Libro de Apolonio - Facundo Barisani

Adivinanzas en el Libro de Apolonio.


Tener en cuenta: su funcionalidad argumental, entre qué personajes se intercambian y
con qué fin, en qué lugar espacial, en qué contexto, su composición retórica, la tradición
medieval del género, etc.

Las adivinanzas en el Libro de Apolonio cumplen un rol fundamental, ya que, a partir

de ellas, no solo se motivan y estructuran las peripecias narradas en el poema, sino que

colaboran a configurar los tipos de personajes que interactúan en él. Por otro lado, su estudio

puede ser abordado a partir de las reformulaciones que hace el poeta español frente a la materia

latina, como también a partir de los motivos folclóricos presentes en sus contenidos y funciones

dentro del poema. Dejaré de lado los diferentes cambios e introducciones que realiza el poeta

español frente a la materia previa, ya que no trabajé con el texto latino; en todo caso, me interesa

señalar aquello que da cuenta de un proceso de medievalización en la versión castellana.

A partir de la primera adivinanza el poema comienza su derrotero. Se podría decir que

las aventuras de Apolonio empiezan por el incesto que perpetra Antíoco con su hija, pero lo

que en verdad las motorizan es la aparición del enigma a resolver, que no solo impulsa los

diferentes viajes del protagonista, sino que lo configuran, desde un principio, como un

intelectual medieval. Sin el enigma no existiría en el poema la motivación para que Apolonio

se sienta interpelado a resolverlo, y con ello ganar la mano de la hija de Antíoco. Se puede

afirmar que más que un desafío moral –poner al descubierto el incesto–, lo que en realidad

existe en la primera escena es un desafío intelectual. En los versos introductorios no se hace

mención de sus características como rey letrado, se refiere solo a su cortesía (estr. 4) y se

presenta el problema del incesto (a partir de la voz del poeta, como también a través del diálogo

entre la hija de Antíoco y su nodriza). Recién con la introducción del enigma proferido por

Antíoco, el poeta alude a la condición de Apolonio como hombre de letras (“Com’ era Apolonio

de letras profundado, / por solver argumentos era bien dotrinado” estr. 22). Que el héroe sea el

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primero en resolver la adivinanza no es por fortuna, ni por mero capricho argumental; el poeta

lo justifica al mencionar su entrenamiento intelectual (“era bien dotrinado”), lo cual se hará

explícito al momento de narrar el encierro en su biblioteca, donde se dedica a estudiar distintos

libros. Como desarrolla Alvar:

El héroe sabe porque ha estudiado; el estudio le sirve para resolver problemas en


los que transciende una ordenación lógica, porque de otro modo la adivinanza no
sería una aventura intelectual, sino un caprichoso acertijo, y, además, tiene
seguridad en el saber especulativo. (1984: 51-52)

El arte para la resolución del argumento combina diferentes saberes que resultan

comprendidos dentro de la tradición escolar. Como bien expone el autor citado, en los enigmas

en verso –“especie de enseñanzas tradicionales que tanto servían para desarrollar la memoria

como la capacidad discursiva del alumno” (Ibíd.: 56) – se conjuga el conocimiento de la

gramática, la lógica y la retórica (los tres caminos del trívium). Apolonio es un héroe que se

caracteriza por su estudio e inteligencia, y por ello contrasta con Antíoco, quien representa, no

solo al rey pecador, sino a aquel que resuelve los problemas por la fuerza. Este contraste resulta

reforzado al exponer en el poema la relación que tiene cada uno con la verdad. Si en un caso,

Apolonio sabiendo que a partir del conocimiento del incesto se ponía en juego su vida, prefiere

resolver el enigma “por tal que no fuese por babieca tenido” (estr. 25); Antíoco niega la verdad

y lo expulsa para luego perseguirlo por la fuerza, y así, que esta nunca se devele1.

Hasta aquí vemos que las aventuras de Apolonio se disparan por su capacidad de

resolver el enigma, como también por una entereza moral e intelectual que lo obliga a decir la

verdad, por más que por esto (no ser tenido por un tonto), tenga que irse al destierro y posterior

naufragio. Se tematiza aquí también otro problema medieval: el de ‘saber demasiado’: el

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Resulta interesante hacer un paralelismo entre la forma de actuar de Antíoco, con la descripción que hace el
poeta de la naturaleza del mar. En la estrofa 107 se lo describe: “El mar, que nunca tovo leyaltat ni velmez, /
cámiase muy privado, ensáñaze rafez; / suele dar mala çaga, más negra que la pez: / el buen rey Apolonio cayó
en essa vez”. Tanto el mar, como Antíoco, funcionan en el comienzo del poema como antagónicos de la
caracterización que se hace de Apolonio, en tanto actúan de forma desmesurada y traicionera, en contraste con
su actuar recto y templado.

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conocimiento es un arma como también un peligro, y, como esclarece Deyermond, el héroe

sufre por ello (1968-1969: 139).

Se puede realizar un camino de la primera adivinanza hacia el segundo enigma que

aparece en el poema, en este caso presente en la carta que le envía Luciana a su padre,

encerrando en su contenido el deseo de ella de casarse con Apolonio. Si la adivinanza de

Antíoco, obligó a Apolonio al destierro, también fue lo que posibilitó el encuentro del héroe

con su amor verdadero. Si bien el enigma presente en la carta de Luciana 2 no se nos presenta

como una adivinanza, en el mismo sentido de desafío al conocimiento y de encubridor de una

verdad que se quiere ocultar, resulta notable que una vez más el único que puede resolverlo sea

Apolonio. Como en la escena anterior, la aparición de un enigma incide en la acción narrativa

posterior, colaborando con el avance de la historia que narra el poema, condición necesaria

para que se realice aquello que se nos había presentado en los primeros versos (“cómo perdió

la fija y la mujer capdal” estr. 2).

Las últimas adivinanzas que se encuentran en el poema son las que le pronuncia

Tarsiana a Apolonio, antes de que se dé el reconocimiento entre ambos. Frente a los primeros

dos enigmas, las adivinanzas de Tarsiana forman un conjunto y más que colaborar con el

avance de la acción narrativa, aparentan establecer relaciones para dentro de lo ya acaecido en

el poema. Si la finalidad de la adivinanza de Antíoco era encubrir el incesto, y de esa manera

evitar que su hija contraiga matrimonio, y el propósito del enigma de Luciana era manifestar

su amor a Apolonio; las adivinanzas de Tarsiana tienen como propósito aparente devolverle la

alegría a Apolonio, quien para ella todavía era un “romero o merchante” (estr. 489). De todas

formas, en una lectura atenta, se puede observar que tienen más que una mera función

recreativa. En primer lugar, colaboran a terminar de configurar el personaje de Tarsiana frente

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“que con el peregrino queriá ella casar, / que con el cuerpo sólo estorció la mar” (estr. 223).

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al lector o receptor, como un personaje análogo a su padre: como música e intelectual (“hobist’

en tu dotrina maestro bien letrado” estr. 496). Por otro lado, en el contenido de las adivinanzas

aparecen diferentes elementos que pueden ser puestos en relación con la historia del poema, y

en ese sentido cumplen una función estructural interna, que colabora con la construcción del

clima previo al reconocimiento mutuo.

En las primeras seis adivinanzas el agua funciona como elemento en común. En nombre

del río se puede reponer el movimiento del mar, que funciona en el relato como fuerza exterior

que modifica el destino del héroe sin que pueda mediar su voluntad. Si bien los ‘huéspedes

mudos’ simbolizan a los peces, se puede restituir la situación de Apolonio a la deriva en sus

diferentes derroteros en el mar. En este mismo sentido puede leerse la tercera adivinanza sobre

las naves. El cañaveral del segundo enigma alude, en la respuesta que da Apolonio, a la relación

de estos viajes con el problema del saber, simbolizado en los libros que se confeccionan con

su material. En el segundo terceto de adivinanzas el agua sigue estando presente, pero se

introduce la figura del cuerpo humano. Ya sea en los baños, donde Apolonio añora un pasado

feliz en el cual podía disfrutarlos, en la prosopopeya del ancla o en la figura del embarazo de

la esponja. Las últimas tres adivinanzas aparecen separadas del otro grupo y parecen referir al

estado de los dos personajes en el poema (“ando de man’ en mano”), y frente al receptor

aparentan impulsar el inmediato reconocimiento entre padre e hija. Se hace presente el tópico

medieval de la corteza y el meollo (“De dentro só vellosa e de fuera raída, / siempre trayo en

seno mi crin bien escondida” estr. 518), con el cual se alude a que cada uno está aparentando

ser lo que no son: Apolonio un romero, Tarsiana una juglaresa. Es notable que en la adivinanza

de la pelota la respuesta que da Apolonio haga alusión a una escena del poema que Tarsiana

no conoce, el juego de pelota en Pentápolis que funciona como enlace de él con Luciana.

Tarsiana continúa con las adivinanzas, a pesar de que no tuvo una respuesta clara al enigma

propuesto. El espejo funciona como una paradoja, ya que frente a frente no se pueden

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reconocer; a pesar de compartir la inteligencia y la aptitud para la música no se reconocen como

pares. La última adivinanza, que tiene como respuesta las ruedas, hace resonar en su contenido

el enigma de Antíoco, y en ese sentido la unión carnal prohibida de éste con su hija. Por la

negativa, el verso “yacemos abraçadas, nunca nos ayuntamos” (estr. 522), retrotraen al receptor

del poema a la escena inicial del Libro. Al respecto dice María Mercedes Rodríguez Temperley:

(…) con la mención de las ruedas y los términos seleccionados para su


caracterización y posterior definición, llegaríamos a un clímax dentro del texto: el
recuerdo de una prohibición para quienes, de alguna manera, están entrando en un
juego de seducción: la seducción que implica el desafío al conocimiento (1994: 26).

De todas formas, el reconocimiento no se da a partir de las adivinanzas –lo que sería

esperable teniendo en cuenta el tenor de las últimas tres– sino que es necesario el contacto

violento de los parientes, y el posterior parlamento dolido de Tarsiana. La funcionalidad que

cumplen este último grupo de adivinanzas, distinto de los dos enigmas individuales anteriores,

es la construcción de un clima al interior de la escena, que permita, a partir del juego de

seducción que comienza por la música y es continuado por el desafío al saber, poner a los dos

personajes en una situación límite. A propósito de esta escena previa al reconocimiento,

Deyermond propone que:

La violencia con que Apolonio –muy a menudo calificado de ‘cortés’– rechaza a


Tarsiana no parece motivada suficientemente por lo que nos dice el poeta; casi se
diría que Apolonio reacciona instintivamente contra un peligro escondido (1968-
69: 134).

Las adivinanzas en el Libro de Apolonio no son accesorias. Cumplen un rol estructural

importante, imprimiendo el avance de la trama y produciendo las diferentes peripecias de los

personajes (motivando las andanzas de Apolonio, como revelándole el amor secreto de Luciana

hacia él), como también colaborando a la composición de un clima, a través de la conexión de

un episodio con las aventuras que le dieron cauce. Por otro lado, ayudan a definir el tipo de

heroicidad de Apolonio, resaltando su educación dentro de la tradición escolar, y ubicándolo

dentro del Libro, como el único capaz de resolver los enigmas.

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Bibliografía consultada:

- Alvar, Manuel. “Apolonio, clérigo entendido”, en Symposium in honorem Prof.

Martín de Riquer. Barcelona: Universitat de Barcelona y Quaderns Crema, 1986, pp. 51-73.

- Deyermond, Alan. “Motivos folklóricos y técnica estructural en el Libro de

Apolonio”, Filología, 13 (1968-69), pp. 121-149.

- Rodríguez Temperley, María Mercedes. “Las adivinanzas en el Libro de Apolonio”,

en Medievalia, 17 (agosto 1994).

- Zubillaga, Carina. “Expectación narrativa y desarrollo de los acontecimientos en el

Libro de Apolonio” en eHumanista, 29 (2015): 431-445.

Fuente:

- Anónimo. Libro de Apolonio. Edición, introducción y notas de Manuel Alvar.

Barcelona: Planeta, 1984.

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