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¿Y, POR QUIÉN DEBERÍA VOTAR YO?

Y si me preguntan a quién apoyar el 21 de febrero de 2016)? , Apoyar al SI o apoyar al NO?

Para que ya no tengamos más dudas, he aquí algunos hechos relatados para refrescar la memoria de algunos
bolivianos mayores y para hacer conocer estos a las generaciones más jóvenes, es preciso relatar lo que sigue a
continuación, en honor a la verdad.

Para la inmensa mayoría de los ciudadanos bolivianos que han resultado ser víctimas inocentes y prisioneros de la
corrupción, uno de los problemas más críticos y traumáticos aún no resuelto por el sistema democrático, precisamente
es el agravamiento de las formas de delincuencia de cuello blanco que contaminaron vorazmente a todo el
espectro de la administración pública boliviana en los últimos 23 años.

Definitivamente en la población existe un sentimiento generalizado de frustración e impotencia por lo que ha venido
sucediendo durante las últimas dos décadas al interior de la instituciones públicas del Estado boliviano. Las grandes
expectativas que los bolivianos habían depositado en la restauración de la democracia, que desgraciadamente en la
práctica se vieron frustradas por la proliferación de una gama inagotable de actos de corrupción que fueron conocidos
por la opinión pública a través de diferentes medios de comunicación social.

En este sentido la distorsión de las funciones públicas fueron una de las principales causas por las cuales la corrupción
en Bolivia se ha convertido en el componente indisoluble del último periodo democrático que inició el año 1982 y que
se prolongó hasta finales del año 2005.

Si bien se quiso proyectar una preocupación por el debilitamiento del sistema político a raíz del comportamiento
desviado de los principales actores políticos, aún no se ha logrado dimensionar la verdadera profundidad de esta
tragedia que afectó de manera directa e irreparable la existencia de millones de bolivianos.

Estudios realizados sobre la percepción de la corrupción por “Transparency International” (TI) clasifican a Bolivia, en
los últimos 8 años, como uno de los países más afectados por el fenómeno social precisamente porque la gente percibe
que la corrupción es visible en las diferentes instituciones públicas del aparato estatal pero además advierte que por lo
general los actos de corrupción quedan en la absoluta impunidad y encubrimiento.

Irónicamente el sorprendente grado de institucionalización y consolidación democrática que se dio en Bolivia a partir
del año 1982 y que finalizó de manera abrupta el pasado 22 de enero de 2005, no logró reducir las viejas y típicas
prácticas de corrupción que constantemente se pusieron de manifiesto al interior del aparato estatal. Se puede
constatar con facilidad que a ninguno de los anteriores regímenes democráticos les fue posible diseñar y poner en
marcha una política gubernamental destinada a luchar de manera exitosa contra la corrupción, (obviamente porque
esa corrupción fue su principal fuente de enriquecimiento ilícito). Por el contrario, cualquier medida burocrática que se
pretendió adoptar en este sentido, fracasó de manera rotunda ante lo absurdo y contradictorio de las propuestas. Sin
embargo esta profunda crisis y desviación del sistema democrático a pesar de haber dejado una huella profunda en
el imaginario colectivo del pueblo boliviano paradójica y desafortunadamente no tuvo su correlato con la realidad porque
nunca existió en la ciudadanía una conciencia crítico-práctica sobre la necesidad de enfrentar el problema de la
corrupción de manera radical. El 10 de octubre de 1982, el General del Ejército Guido Vildoso Calderón, luego de una
prolongada crisis política e inestabilidad económica que afectó a Bolivia los 5 años precedentes (1977-1982), entregaba
el mando de la nación al Dr. Hernán Siles Suazo (en ese entonces un político muy popular) quién luego de haber
ganado 3 elecciones consecutivas se convertía en el flamante Primer Mandatario de Bolivia en medio de una algarabía
casi generalizada de la mayoría de la población. Luego de un prolongado periodo del ejercicio arbitrario del poder
político por parte de gobiernos cívico-militares, los bolivianos daban inicio a un nuevo ciclo político, económico y
social de su historia republicana con mucha esperanza y un marcado optimismo.

Este nuevo periodo constitucional pletórico en promesas e ilusiones, se reinició después de casi 20 años de cruentas
dictaduras militares que comenzaron allá por el año 1964 con el golpe militar del General de Aviación René
Barrientos Ortuño. La flamante restauración de la democracia contó con el pleno respaldo de las masas
representadas en ese momento ciertamente por las organizaciones sociales y sindicales del conjunto de la sociedad.

En nombre de la democracia se vivió en todo el país, momentos muy emocionantes y de mucha euforia. De esta
manera, el año 1982 el pueblo boliviano depositó toda su confianza y aplaudió frenéticamente a los principales líderes
políticos con la expectativa de lograr prosperidad pero sobretodo con la expectativa de poder mejorar sus precarias
condiciones de vida. Se confió en la implementación de una política social destinada a reducir la pobreza. Había mucha
confianza en mejorar la calidad de vida de los sectores sociales que fueron históricamente discriminados, marginados
y excluidos de las políticas estatales durante los respectivos gobiernos de turno. Se creía que se combatiría la
desocupación con la reactivación de la económica y que reactivando el aparato productivo vendrían mayores empleos.

En síntesis, con el advenimiento de la democracia, para los pobres se vislumbraba una luz de esperanza al final del
túnel, porque ingenuamente se pensó que “la clase política emergente” socializaría la escasa riqueza que generaba
el país en favor de los más desprotegidos del sistema. Pero desgraciadamente absolutamente nada de eso sucedió
y por el contrario al igual que hace 30 años, Bolivia como Haití sigue siendo el país más pobre de América Latina
donde el 65 % de su población sobrevive con menos de $us 2 al día.

Ante semejante situación miserable en la que se encontraba Bolivia, el 18 de diciembre de 2005, el carismático líder
aymara y dirigente cocalero, Evo Morales Ayma, a la cabeza del Movimiento al Socialismo (MAS) logró una contundente
victoria en las urnas con el 54% de los votos y así la democracia del “cuoteo político” o CO-GOBIERNOS, llegó
patéticamente a su fin, precisamente después de 23 años del ejercicio corrupto y delincuencial del poder por parte
de una reducida casta oligárquica, clientelista, patrimonialista y de mentalidad fascista que impuso a rajatabla y sin
misericordia un modelo económico neoliberal que con el transcurso de los años sólo trajo miseria, hambre,
desocupación, recesión y cero prosperidad para la gran mayoría de los bolivianos

La presencia constante y obscena del fenómeno de la corrupción en el sistema político, jurídico y económico del Estado
boliviano es uno de los principales factores sociales que ha venido a perturbar y a degradar hasta límites insospechados
la cultura democrática en Bolivia. A causa de la galopante corrupción que se extendió en forma de pulpo por todo el
cuerpo de la administración pública, los jerarcas de la democracia casi sin ninguna excepción se convirtieron en el
transcurso de sus gestiones en un símbolo de la egolatría, el abuso, la angurria y la corrupción. Gracias a la constitución
de espureas “alianzas políticas” para lograr la ansiada gobernabilidad, tanto en el poder ejecutivo como el poder
legislativo y el poder judicial, se cuoteron los espacios de poder y se distribuyeron de manera despótica las instituciones
del Estado con el único propósito de repartirse a manos llenas los escasos recursos económicos de los que disponía
el Estado.

Desde la asunción a la Presidencia de la República del Dr. Hernán Siles Suazo, el 10 de octubre de 1982 hasta la
salida de Eduardo Rodríguez Veltzé de la Presidencia el 22 de enero de 2006, a lo largo de este periodo negro de
oscurantismo democrático, se sucedieron de manera ininterrumpida, nueve gobiernos constitucionales de corrientes
políticas demasiado sui generis. Se concibieron pactos políticos entre agrupaciones políticas de las más diversas y
contrapuestas ideologías. El sistema democrático de “pactos y repartos” se redujo simplemente a la consolidación de
una estrecha casta política que, como aves de rapiña y en nombre de las multitudes, dispusieron a su libre albedrío
del excedente apropiándose cínicamente de los bienes y recursos naturales y monetarios del Estado en base al fraude,
el tráfico de influencias, las trampas, las artimañas y las recurrentes violaciones a la ley.

En nombre de la democracia llegaron a pactar comunistas y fascistas, en nombre de la democracia “se cruzaron ríos
de sangre” y bajo esta lógica, los extremos se unieron únicamente con el propósito de llevar al Estado a su absoluta
ruina. Fueron ocho los gobernantes (Hernán Siles Suazo abogado, Víctor Paz Estenssoro abogado y
economista, Jaime Paz Zamora sacerdote y sociólogo, Gonzalo Sánchez de Lozada filósofo y empresario, Hugo
Banzer Suárez militar, Jorge “Tuto” Quiroga Ingeniero, Carlos Mesa Gisbert periodista, historiador, escritor,
cineasta y Eduardo Rodríguez Veltzé abogado) quienes traicionaron la voluntad del pueblo y se encargaron de
quebrar al país más pobre de América del Sur y donde no pasó ni un sólo día sin que no se haya registrado algún
hecho de corrupción. Es decir, durante los últimos 23 años de la historia boliviana día tras día la ciudadanía se
anoticiaba impávida de algún acto de corrupción ligado a uno de los tres poderes del Estado. Y principalmente a esto
se redujo el ejercicio pragmático de la democracia en Bolivia a partir del año 1982.

A causa de este enfermo comportamiento, la corrupción se convirtió en una realidad cultural porque el ciudadano ahora
suele concebir este fenómeno como un rasgo típico del mundo que lo rodea. Es estructural y sistémica, porque en la
sociedad boliviana existe la creencia generalizada que la corrupción es la norma de conducta y el denominador común
que reproducen todas las instituciones del Estado y resulta una realidad endémica porque a cualquier nivel de la
estructura del aparato estatal se puede constatar que las instancias llamadas por ley para controlar de manera eficaz
y transparente los bienes públicos concebidas de la manera perversa como lo estaban ideadas, no funcionaron jamás.

De esta manera, la mayoría de las instituciones públicas en Bolivia se manejaron durante este extenso periodo
democrático, como corporaciones de tipo neocolonial, instituciones rígidas, monolíticas y verticales de tipo cuasi feudal-
familiar donde se consolidó un esquema institucional muy parecido al de las dictaduras cívico-militares. Es decir, el
amo y señor todopoderoso que tomaba casi por asalto una institución pública, resultaba ser o militante del partido
o un allegado o pariente directo de algún político déspota que se movía en las altas esferas del gobierno de turno.
Durante este largo tiempo se consolidó una neo oligarquía política-empresarial privilegiada especialmente de
banqueros, latifundistas y logieros decadentes pseudo-patriotas que se organizaron y se camuflaron en diferentes
agrupaciones políticas bajo el liderazgo de sus principales dirigentes quienes desde sus organizaciones partidarias,
armaron un doble discurso para hacerse pasar como portadores y defensores de los valores inherentes a la
democracia, pero en realidad sólo cuidaban sus intereses de clase y así arrasaron con todo lo que encontraron a su
paso. Lotearon al país de mil maneras y lo convirtieron en su propio feudo y parque de diversiones. Ahora aparecen
como los únicos dueños del 75 % del territorio nacional. El festín fue infinito, por ejemplo el ex Presidente Carlos D.
Mesa Gisbert ordenó que se le pague mensualmente Bs. 40.000 cuando el salario mínimo nacional de un obrero
apenas llegaba a Bs 400.

En nombre de la democracia parlamentaria, los partidos políticos tradicionales se atrincheraron respectivamente en la


cámara de senadores y diputados, para desde allí promulgar leyes de manera criminal porque gracias a un sofisticado
mecanismo de contubernios políticos, no sólo que tomaron por asalto las arcas del Estado sino que además se
subordinaron sumisamente a poderosos intereses económicos internacionales.

Por lo tanto, una poderosa constelación de intereses políticos, económicos y jurídicos tanto de orden nacional como
internacional, hicieron posible que los recursos económicos de los bolivianos en los hechos, se concentrará en manos
de una élite política, altamente discriminadora, incestuosa y corrupta que se encargaba de controlar el circuito
económico redondo de las finanzas públicas para posteriormente adueñarse de los mismos sin el menor escrúpulo y
la menor vergüenza. Organizaron el sistema financiero con el exclusivo propósito de vaciar las arcas del Estado a
través de préstamos bancarios fantasmas que posteriormente fueron devueltos con dinero de alasitas. Y fue el Banco
Central de Bolivia (BCB) la cuna misma desde donde se engendró y se incubó la gran corrupción. La desmantelación
y destrucción del aparato productivo estatal, más el saqueo sistemático de sus recursos naturales fue posible, sólo a
partir de la implementación de complejos y a la vez sorprendentes mecanismos de interacción social, que finalmente
condujeron al despojo del patrimonio del Estado boliviano, en favor de empresas transnacionales relacionadas a
diferentes rubros de la economía boliviana.

Bajo la organización delincuencial del Estado un reducido grupo social angurriento, egoísta, incapaz y racista logró
adueñarse y disponer arbitrariamente de los gigantescos recursos financieros que eran propiedad de 8.5 millones de
bolivianos, pero también destruyó para siempre las ilusiones de un pueblo pobre y subdesarrollado.

Los “demócratas de los años 80” con brutal apetencia, se volvieron especialistas en el arte de robar y luego
despilfarrar y derrochar a manos llenas, los recursos económicos que disponían las instituciones del Estado.

Poner en funcionamiento toda esta monstruosa maquinaria de la corrupción sólo fue posible gracias al consentimiento,
complicidad y constitución de varios grupos mafiosos supranacionales ligados especialmente al poder judicial, a la
cooperación internacional, a los círculos empresariales locales y a la cooptación sistemática de los intelectuales
bolivianos que curiosamente nacieron en corrientes políticas de “izquierda”.

Fueron estos traidores del movimiento popular disfrazados de demócratas, quienes se ocuparon de estructurar y
armar el discurso ideológico y político de esa minoría blanca que gobernó delincuencialmente Bolivia durante los
últimos 23 años.

Gracias a la cultura extendida de la “coima”, el soborno y la prebenda, también se consiguió el apoyo y respaldo a la
“democracia de ese entonces”, de los mandos militares de turno y lógicamente ahí también estuvo el
consentimiento piadoso, encubierto e hipócrita de la Iglesia Católica.

Sin temor a equivocaciones, creo que la palabra “coima” es la que mejor define la idiosincrasia de la corrupción en
Bolivia porque bajo esta simple estrategia se compró la lealtad y la consciencia de aquellos espíritus críticos incluidos
el de los dirigentes sindicales.
Por otra parte, de manera descarada, sistemáticamente se manipuló groseramente la línea editorial de importantes
medios de comunicación social, comprando la conciencia de periodistas mercenarios que no dudaron un instante
en vender su pluma e ideología ante la mirada satisfecha pero también abyecta de sus circunstanciales benefactores.

Y así se consolido el circuito perfecto de la sagrada democracia y de su hija putativa, la corrupción. Bajo el
eufemismo del “achicamiento del aparato estatal ” y la aplicación del modelo neoliberal, cuyo pilar fueron las
privatizaciones o capitalizaciones salvajes de las empresas públicas, producto del trabajo y esfuerzo de millones de
bolivianos, se originó una masiva fuga de capitales, la deuda externa creció a niveles astronómicos, se tomaron
por asalto las rentas de los jubilados y los dueños del poder político y del poder económico en Bolivia lucraron
con la miseria de los pobres hasta la saciedad. Por efectos de la corrupción se debilitó al Estado haciendo uso y
abuso pérfido y con fines privados del 99% de las instituciones públicas. “Robar, robar y solo robar” fue en los hechos,
la única consigna que tuvo la clase política tradicional, desde 1982, para hacerse del poder.

Robar fue el sinónimo para definir una democracia de corte marcadamente excluyente y pérfida donde una pequeña
tropa de inescrupulosos delincuentes de cuello blanco y camarillas cupulares agazapados en discursos políticos
se apoderó de principios nobles y honestos que encarna en sí mismo la democracia. Este tipo de democracia de corte
profundamente corrupta, autoritaria y en muchos casos mercenaria, muy pocas veces tomó en cuenta la opinión del
pueblo. Jamás se defendieron los intereses de la pluralidad y diversidad de los grupos sociales y mucho menos fue
posible proyectar principios y valores morales y éticos al conjunto de los ciudadanos. El “pueblo” simple y llanamente
fue un desecho, una entelequia, un simple dato estadístico al que había que esquilmarlo las 24 horas del día y
hasta más allá de los límites de su resistencia.

Estudios preliminares dan cuenta que por efectos de la corrupción, en los pasados 23 años se habrían desviado
de manera ilegal a cuentas personales de los gobernantes de turno y de sus directos familiares y allegados, la
suma de $us. 20.000.00 millones de dólares. Se trata de un monto cuya malversación, en un país tan pobre como lo
es Bolivia, cuyo PIB alcanza los $us 8.000.00 millones y tiene un ingreso per cápita de $us 900.00, se constituye ipso
facto en un delito de lesa humanidad.

Según un estudio de la ONU cada año mueren en Bolivia 7.000 niños antes de cumplir el primer mes de vida. 20.000
mueren antes de cumplir los cinco años y 70.000 niños sufren de desnutrición crónica. Definitivamente la traumática
transición de las dictaduras militares a la legalidad de la democracia “pactada” en lo concreto no significó una mejora
en el uso y destino que debió darse a los recursos públicos y tampoco sirvió para poner en evidencia, aquellas
zonas oscuras de aprovechamiento ilícito por parte de los servidores públicos.

En los hechos, la restauración de la democracia en el año 1982, únicamente ha permitido la efectiva consolidación
de una serie de libertades de tipo individual, pero de ningún modo se ha logrado tener la capacidad para ejercer un
control riguroso de las finanzas públicas, a pesar de las múltiples disposiciones legales que actualmente rigen para el
efecto. Mucho menos se ha logrado recuperar los montos malversados como tampoco ha sido posible meter a la cárcel,
a los principales culpables de los actos de corrupción. Ahí siguen campantes, altaneros y orgullosos paseando
sus delitos por las calles sin la menor vergüenza.

En este contexto, este desangramiento y el despilfarro de los últimos 23 años, inevitablemente ha agudizado la
distribución desigual de la riqueza entre los pobres y los ricos. Por ello y de cara al futuro, en primer lugar es importante
no perder la memoria de nuestra historia reciente y resulta vital, recuperar los recursos malversados, y llevar a
tribunales comunitarios, a los culpables de este holocausto invisible. También es fundamental crear espacios de
reflexión sobre la necesidad por mantener los valores comunes, que hacen al ejercicio de una verdadera democracia,
es decir, mantener la convivencia pacífica con libertad, justicia, solidaridad, tolerancia y a la hora de distribuir la riqueza,
todos los boliviano tengan los mismos derechos y la misma igualdad de oportunidades.

Faltan apenas algunos otros eventos que no se mencionaron como el caso del robo al Banco Central de Bolivia de las
libras esterlinas por parte del Presidente saliente de ese entonces: el Abogado y Economista Víctor Paz Estenssoro,
el narco avión del gobierno de Jaime Paz Zamora que fue incautado en Chile cuando transportaba toneladas de
cocaína, el desfalco al Banco Central por parte de los Ministros por órdenes del entonces presidente Gonzalo Sánchez
de Lozada y otros hechos que muestran que todos estos gobiernos anteriores solamente buscaban robar y robar y
robar sin preocuparse del desarrollo del país y sin preocuparse del hambre de las bolivianas y bolivianos.

Después de 25 años de anteriores gobiernos, el actual presidente Evo Morales, ha logrado empujar a Bolivia hacia el
desarrollo constante y sostenible en el tiempo (durante 10 años) y, si éste continuara sus mandatos ampliando del
2020 hasta el 2025, ese desarrollo constante y sostenible también se prolongará de igual manera. Obviamente que
existe corrupción y siempre la hubo en Bolivia, porque no son corruptos solamente los “masistas”, sino que son los
malos bolivianos ladrones, politiqueros, acostumbrados a robar al pueblo boliviano y que bien saben cómo
encaramarse en todos los partidos políticos, y el MAS, no es la excepción. Sin embargo el desarrollo en Bolivia existe,
gracias a Evo y al MAS, aunque les duela a los opositores “demócratas”. Para aquéllos que piensan de manera
imparcial pienso que es más importante velar por el desarrollo sostenible de Bolivia que respetar la Constitución Política
de Bolivia, puesto que esta “ley de leyes”, se debe al país y es para el beneficio del país, por lo tanto debe ser modificada
por el bien de todo el país y de bolivianas y bolivianos en su conjunto. De esta manera podremos seguir disfrutando de
la estabilidad económica, social y política que tenemos en Bolivia gracias a Evo y al MAS.

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