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Bulletin Hispanique

García Lorca en Montevideo : un testimonio desconocido y más


evidencia sobre la evolución de « Poeta en Nueva York »
A.A. Anderson

Resumen
El texto que hemos encontrado y reproducido a continuación, aporta un testimonio extenso y revelador sobre la breve estancia
de García Lorca en Montevideo (febrero de 1934). Sobretodo, nos interesa la narración que contiene este artículo-memoria de
una recitación improvisada de poemas dada por Lorca durante la primera tarde de su visita. La identificación de la colección
titulada Introducción a la muerte y de ciertos poemas clave que ahora le pertenecen nos proporciona datos importantes para
seguir la evolución de los libros proyectados por Lorca, que habían de reunir sus «poemas neoyorkinos ».

Résumé
Le texte que nous avons trouvé et reproduit apporte un témoignage ample et révélateur sur le bref séjour de Garcia Lorca à
Montevideo (février de 1934). Ce qui nous intéresse surtout est l'évocation d'une récitation improvisée de poèmes faite par
Lorca au cours du premier après-midi de sa visite. L'identification du recueil intitulé Introduction à la mort et de certains poèmes
clés qui maintenant lui appartiennent nous fournit des indications importantes pour reconstituer l'évolution des livres projetés par
Lorca, où devaient être réunis ses « poèmes new-yorkais ».

Citer ce document / Cite this document :

Anderson A.A. García Lorca en Montevideo : un testimonio desconocido y más evidencia sobre la evolución de « Poeta en
Nueva York ». In: Bulletin Hispanique, tome 83, n°1-2, 1981. pp. 145-161;

doi : 10.3406/hispa.1981.4438

http://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_1981_num_83_1_4438

Document généré le 15/06/2016


GARCIA LORCA EN MONTEVIDEO :

UN TESTIMONIO DESCONOCIDO
Y MAS EVIDENCIA SOBRE LA EVOLUCIÓN
DE « POETA EN NUEVA YORK »

La temporada que pasó García Lorca en Montevideo —


desde el 30 de enero de 1934 hasta el 16 de febrero — es una
breve y única paréntesis en su estancia de unos seis meses
en Buenos Aires (13 de octubre de 1933 hasta 27 de marzo
de 1934). Recientemente, testigos directos de su visita
uruguaya, tanto como investigadores académicos, han vertido
mucha luz sobre las actividades de Lorca durante estos
dieciocho días l.

Aunque Federico había venido para aprovechar el descanso


teatral, para trabajar en Yerma, y para dar una sola
conferencia, dentro de poco la visita se convirtió en una verdadera
gira de conferencias en miniatura (llegó a dar tres) y en otro
éxito literario-social. Invitado por su principal actriz
argentina del momento, Lola Membrives, y por su marido el
empresario Juan Reforzó, fue instalado por ellos en un hotel del
balneario Carrasco (Montevideo).

1. Las fuentes principales son Marie Laffranque, « Bases cronológicas


para el estudio de Federico García Lorca », en Federico García Lorca, éd.
I. — M. Gil, El escritor y la crítica (Madrid, Taurus, 1973) ; Norah Giraldi
de Deicas, « La gira de Federico García Lorca por el Río de la Plata : 18 días
en Montevideo », en Homenaje a Federico García Lorca, ed. J. Arbeleche,
Cuadernos de Literatura (Montevideo, Fundación de Cultura
Universitaria, 1976) ; E. Blanco Amor, « Federico, otra vez ; la misma vez », El País
(Arte y pensamiento), año II, n. 51, domingo 1 de octubre de 1978, p. i,
vi, vil ; Hortensia Campanella, « Profeta en toda tierra. Federico García
Lorca, en Uruguay», ínsula, año XXXIII, n. 384, noviembre 1978, p. 10;
y Hugo Emilio Pedemonte, « El primer monumento a Federico García
Lorca», Nueva Estafeta, 1, diciembre 1978, p. 58-63.
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Al llegar al Uruguay, Federico pudo ver de nuevo a viejos


amigos de España — Enrique Díez-Canedo, José Mora
Guarnido — y también a un amigo más reciente de Buenos Aires —
Enrique Amorim —. Según Mora Guarnido2, Amorim sirvió
de « introductor de embajadores en el ambiente literario y
social » para Lorca, quien dentro de poco trabó amistades
con muchos de los jóvenes intelectuales uruguayos. Se suelen
citar los nombres de Emilio Oribe, Fernando Pereda, Julio
J. Casais, Juvenal Ortiz y Saralegui, Carlos Sabat Ercasty, Luis
Gil Salguero, y Alfredo Mario Ferreiro. El crítico Pedemonte
(ver n. 1) presenta como « poeta ultraísta y excelente
periodista literario » a este último nuevo amigo, quien va a
preocuparnos sobretodo en el presente trabajo.

Recientemente vino a mis manos un ejemplar de una


edición del Poema del cante jondo, publicada en Santiago de
Chile por la Editorial Veloz (calle Delicias 1749) en el año
1937. Esta edición no reproduce meramente el texto de Poema
del cante jondo, y los otros escritos y poemas que contiene
son de alta importancia. Al principio del libro, hay unas
palabras que explican el « Motivo de esta edición », el cual es,
sencillamente, la noticia de la muerte « en circunstancias
tan lamentables y trágicas » del poeta. Luego viene una
evocación de « Federico García Lorca retratado por Pablo Neruda »,
redactada en París, 1937 ; una versión más extensa se puede
leer en una miscelánea de Neruda, incluida como conferencia
pronunciada en París en 1937 3.

Al final del texto de Poema del cante jondo, sigue una serie
de poemas sueltos, de gran interés. Encontramos el « Nocturno
del hueco », de Poeta en Nueva York, seguramente facilitado
por Neruda, en cuya revista, Caballo verde para la poesía,
había aparecido en 1935 (núm. 1, octubre). Luego se
reproduce la « Canción de la muerte pequeña », erróneamente
clasificada de « Inédito ». De hecho, el poema se había
publicado en La Nación (Buenos Aires) (29-10-33), y en la Antología
de Gerardo Diego de 1934 4 ; nuestro texto (de 1937) sigue la

2. José Mora Guarnido, « Montevideo-Barradas », en Federico García


Lorca y su mundo (Buenos Aires, Losada, 1958), p. 209-215.
3. Pablo Neruda, Para nacer he nacido (Barcelona, Seix Barrai, 1978),
p. 68-73.
4. Poesía española. Antología {Contemporáneos) , ed. G. Diego (Madrid,
Signo, 1934), n. 16, p. 4434. El colofón nos informa que se acabó de
imprimir esta antología el día 24 de junio del citado año.
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 147

versión de 1934 (revisión bastante radical de la de 1933). A


continuación, tenemos « El llanto », primitiva versión de la
« Casida del llanto » de Diván del Tamarit. Es casi seguro
que también este texto deriva de la Antología de Diego de
1934 (es el poema siguiente, el núm. 17, p. 444-5).
De más pertinencia a nuestro propósito actual, siguen dos
poemas dedicados a Alfredo Mario Ferreiro. Tenemos una
« Canción » [ « Sobre el pianísimo / del oro »] con la nota
« Montevideo, 1934. Día del homenaje a Barradas ». Según
las notas de las Obras completas5, se publicó en Cuadernos
Julio Herrera y Reissig (Montevideo), núm. 4, 1948, donde
aparece en facsímil el autógrafo de Lorca. Evidentemente,
ésta no es la primera publicación de tal poema ; además,
aunque la canción guarda estrecho parentesco con un poema
de Libro de poemas — « In Memoriam. Agosto de 1920 » — no
veo por qué no se debe datar su composición en el 15 de
febrero de 1934 — día del homenaje a Barradas6 — y no en
una fecha de alrededor de 1920, como sugiere la posición de la
« Canción » en la secuencia de poemas sueltos presentada
por las Obras completas. El segundo poema, « Romance »
[« Ciprés — /(Agua estancada) »], también de « Montevideo,
1934 », se editó sin título en la colección heterogénea de Lorca,
Primeras canciones, dada a luz por Manuel Altolaguirre en su
imprenta Héroe en enero de 1936. El autógrafo en facsímil,
con la dedicatoria « Para Alfredo Mario Ferreiro » y el título
« Remanso », se reprodujo en Cuadernos Julio Herrera y
Reissig, núm. 5, 1948. Dan fin a esta serie de poemas
misceláneos el segundo « movimiento » del Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías, « La sangre derramada », y el « Poema de la sigui-
riya gitana », inexplicable y supongo negligentemente
desterrada de su justo sitio detrás de la « Baladilla de los tres
ríos » y al principio de la primera sección de Poema del cante
jondo.
Casi como apéndice al libro, hay una sección que entronca
con su « motivo inicial », titulada « La muerte de García
Lorca ». Se presentan los poemas « El crimen » de Antonio
Machado, « La muerte del poeta » de Carlos Luis Sáenz, y « Oda
a Federico García Lorca » de Pablo Neruda. Como verdadero

20»5. edición
Federico(Madrid,
García Lorca,
Aguilar,Obras
1978) ; completas,
II, p. 1485.ed. A. del Hoyo, 2 vols,
6. Cf. Norah Giraldi de Deicas, artículo citado, p. 120.
148 BULLETIN HISPANIQUE

apéndice finaliza el libro un texto en prosa redactado por


Alfredo Mario Ferreiro, titulado sencillamente « García Lorca
en Montevideo », recuerdo creo desconocido de la estancia de
Federico en Uruguay y que aporta nueva evidencia sobre la
evolución de la estructura de su colección postuma, Poeta
en Nueva York. Si las fechas son correctas, se refiere a la
primera tarde que pasó Federico allí, la del 30 de enero.

Son curiosas las circunstancias de publicación de este evo-


cativo texto biográfico, evidentemente preparado inicialmente
para un artículo-reportaje en la prensa uruguaya : leemos en
una nota aclaratoria que « después del fusilamiento, entre
los papeles de García Lorca se encontró esta crónica en la
que otro poeta, Alfredo Mario Ferreiro, recogió en forma
fragante la emoción de las horas que el poeta granadino pasó
en Montevideo ». Nunca hemos tenido noticias de tal registro
de los papeles de Garciá Lorca : en 1936 en Granada fue
más cuestión de intentar conservarlos si no esconderlos ; en
Madrid, seguramente habrían quedado papeles en el piso de
la familia, pero tampoco se ha hablado jamás de un registro
realizado por un pariente o amigo. Pensamos quizá en Pablo
Neruda quien, como hemos visto, facilitó otros textos para
esta edición chilena, pero no podemos concretar la manera en
que este texto vino a imprimirse. Es tan importante, y tiene
tantas indicaciones sobre varios temas (voy a dejar a un
lado el comentario sobre Bodas de sangre, Yerma y La
Barraca), que creo que vale la pena reproducirlo íntegro tras
estas observaciones marginales.

Resultará claro al lector que esta memoria ofrece muchos


puntos de interés. Las pocas líneas de poética que nos
proporciona el poeta, aunque bastante elípticas, concuerdan
exactamente con el deseo que había expresado en el « Poema doble
del lago Edem » (de Poeta en Nueva York) de matar en sí « la
burla y la sugestión del vocablo ». Más desarrollado es el
reportaje de sus comentarios sobre la muerte. La escena de dos
niños con dos caballos le sugiere inmediatamente la
posibilidad de que reciba uno de los niños una coz en pleno
rostro (accidente frecuentísimo en aquel entonces, a veces
mencionado en las crónicas de prensa). La vista de la
infancia le recuerda en seguida la muerte. Y además, expresa Lorca
la sensación casi obsesiva de estar rodeado de la muerte, una
muerte física, arbitraria y global. La presencia de la muerte
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 149

nos lleva inexorablemente a su poesía, a los poemas del


momento que piensa titular Introducción a la muerte. Como
veremos dentro de poco, este libro puede identificarse exactamente
con el que conocemos hoy bajo el título de Poeta en Nueva
York. Los hechos de que aparece aquí con título distinto,
descrito en términos característicos y singulares, y de que
incluye ciertos poemas claramente identificables, tendrán gran
influencia en nuestra concepción de la evolución por la que
durante los años treinta pasaron en la mente de Lorca las
colecciones de poemas neoyorkinos.

Para empezar, podemos datar con bastante exactitud las


fechas entre las cuales Lorca tuvo la intención de llamar su
colección Introducción a la muerte y no Poeta en Nueva
York o sencillamente Nueva York. Cuando llega a Buenos
Aires, se refiere al libro bajo el título primitivo y definitivo.
Pero pronto conoce a Pablo Neruda, según una cronología7
el día mismo de su llegada, en casa de Pablo Rojas Paz. Luis
Rosales ha recordado cómo el título original no le
satisfacía a Lorca, y consultó con Pablo Neruda, quien sugirió el de
Introducción a la muerte8. No obstante, el 31 de octubre dio
Lorca una conferencia-recital en Buenos Aires para la cual
mantenía el título Poeta en Nueva York9. Así, podemos datar
el cambio de título entre el fin de octubre de 1933 y el 30 de
enero de 1934, fecha del texto que reproducimos a
continuación. Guarda Lorca este nuevo título durante todo el año de
1934, como prueba el hecho de que en la segunda Antología de
Diego (la de 1934), en contraste con la primera de 1932 10, al
lado de menciones idénticas en el aparato bibliográfico de
otros títulos inéditos (Libro de las diferencias [Suites] y
Odas), Poeta en Nueva York ha cambiado a Introducción a
la muerte. Por fin, en una entrevista de febrero de 1935 ",
Lorca se refiere otra vez a Introducción a la muerte al lado de

7. Pablo Neruda, Confieso que he vivido (Barcelona, Seix Barrai, 1974),


p. 484.
8. Tico Medina, « Introducción a la muerte de Federico García Lorca »,
Los domingos del ABC (Suplemento semanal), domingo, 20 de agosto de
1972, p. 17-21 ; y Eutimio Martín, « Testimonio de Luis Rosales sobre
Poeta en Nueva York de García Lorca», El País. Arte y Pensamiento,
domingo, 29 de enero de 1978.
9. Marie Laffranque, artículo citado, p. 440.
10. Poesía española. Antología 1915-1931, ed. G. Diego (Madrid, Signo,
1932) ; ésta es la antología « generacional », mientras que la de 1934
correspondía a una intención más erudita y extensa.
11. Proel, «Galería. Federico García Lorca», La Voz (Madrid), 18-2-1935.
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la próxima publicación de Llanto por Ignacio Sánchez Mejias.


En reportajes más tardíos12, la colección vuelve a llamarse
Poeta en Nueva York.

Llaman nuestra atención otros rasgos descriptivos en la


nota biográfica de Ferreiro. Por ejemplo, Lorca insiste en el
alto número de poemas que contendrá la colección y en el
tamaño \ y peso ! que tendrá el libro. El que será « un
bloque así de versos » recuerda las referencias humorísticas
que describen el libro como el famoso instrumento
contundente detectivesco : en octubre de 1933 Lorca asevera que « es
un libro enorme, larguísimo. Un libro para matar a uno. En
este caso a todo un auditorio »13, mientras que en julio de
1936 vuelve a bromear : « Será un tomo con el que se
podrá matar a una persona tirándoselo a la cabeza » 14. También
el número de páginas que comprenderá el libro — en la
imaginación de Federico por lo menos — parece otro constante
casi fijo. En Montevideo exclama : « Fíjate que mi próximo
libro tendrá trescientas páginas » ; un año más tarde asevera
que va a publicar « un tomo donde recogeré unos trescientos
poemas » (ver. n. 10), mientras que en el verano de 1936 (ver.
n. 14) repite : « Tendrá trescientas páginas, o aYgo más ».
Conocemos bien la manera en que Lorca utilizaba los altos
números redondos — cf. las doscientas mujeres en la escena
de La casa de Bernarda Alba — , y diría yo que sencillamente
Lorca insiste — y justamente — en la extensión de los
poemas individuales tanto como del libro como conjunto (unos
cuarenta poemas casi todos largos).

Alfredo Mario Ferreiro nos cuenta que el recital


improvisado en la playa duró dos horas, y que considera que ni la
descripción ni la transcripción de todo lo recitado cabrán en
las páginas recordativas que escribe. No obstante, hay
referencias claras e inconfundibles a tres poemas, tres poemas
que van a cambiar bastante nuestra comprensión de cómo
Lorca — durante los años treinta — se representaba y
cambiaba su concepción de la(s) colección (es) de los poemas

12. Por ejemplo, Anón., « García Lorca en la Plaza de Cataluña »,


El Día Gráfico (Barcelona), 17-9-35.
13. Anón., « Llegó anoche Federico García Lorca », La Nación (Buenos
Aires), 14-10-33.
14. A. Otero Seco, « Una conversación inédita con Federico García
Lorca», Mundo Gráfico (Madrid), 24-4-37. [Reportaje realizado en julio
de 1936.]
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 151

neoyorkinos. Ferreiro identifica la « Oda a Walt Whitman »


en todo un párrafo descriptivo. Luego, en dos citas indirectas,
reproduce los tres últimos versos de « Fábula y rueda de los
tres amigos » :

Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,


y que el mar recordó j de pronto !
los nombres de todos sus ahogados.

Por fin, alude al « Pequeño vals vienes ».

Dada la falta de autoridad garantizada de las dos «


primeras ediciones » de 1940 u, Eutimio Martín ha sugerido
que debemos atenernos a la conferencia-recital de Poeta en
Nueva York y a una lista de Tierra y luna, otra colección
proyectada y parcialmente neoyorkina I6. Miguel García-Posada
ha propuesto la fecha de mediados de 1933 para la lista17 y
sabemos que el texto de la conferencia-recital data muy
probablemente de 1932 o 1933. También sabemos a ciencia cierta
que en el verano de 1935 18 Lorca había empezado a
finalizar sus proyectos para la publicación de su libro neoyorkino,
iniciativa al parecer no totalmente llevada a cabo y truncada
por su muerte 19. En las ediciones de Poeta en Nueva York que
conocemos hoy, los poemas de la lista de Tierra y luna han
sido sometidos al canibalismo : la mayoría se incluyeron en
Poeta en Nueva York, y la mayoría de los incluidos aparecen
en la sección precisamente titulada « Introducción a la
muerte ». No obstante, Lorca cita el libro Tierra y luna aún en su
última entrevista (ver n. 14).

15. Federico García Lorca, The Poet in New York and Other Poems,
translatée! by Rolfe Humphries (New York, W.W. Norton, 1940) ; Federico
García Lorca, Poeta en Nueva York, prólogo de José Bergamín (Mexico,
Colección Árbol, Editorial Séneca, 1940).
16. Eutimio Martín, « Tierra y luna : ¿ un libro adscrito abusivamente a
Poeta en Nueva York?», Trece de Nieve, 2* época, 1-2 diciembre 1976,
p. 125-31.
17. Miguel García-Posada, « Los poemas neoyorkinos de Federico García
Lorca : Poeta en Nueva York y Tierra y luna » (tesis doctoral inédita,
Universidad Autónoma de Madrid, 1977), p. 98-103.
18. Cartas a Miguel Benítez Inglott, de principios y 14 de agosto de
1935. Obras completas (edición citada), II, p. 1341-2.
19. Federico García Lorca, Poems, prologue by Rafael Martínez Nadal,
translated by Joan Gili and Stephen Spender (London, Dolphin, 1939),
p. xxi.
152 BULLETIN HISPANIQUE

En un ensayo de edición basado en criterios críticos y


científicos20, Eutimio Martín nos propone dos libros — Poeta en
Nueva York y Tierra y luna — cada uno con su propio canon
de poemas. En esta reconstrucción de los probables
propósitos editoriales de Lorca de los años 1932-3, « Fábula y rueda
de los tres amigos » figura como apéndice a Tierra y luna (no
hay referencia ninguna a este poema ni en la conferencia-
recital ni en la lista), mientras que « Oda a Walt Whitman »
y « Pequeño vals vienes » figuran entre « Otros poemas
neoyorkinos », aquél por su publicación como « libro » aparte
en una edición de 50 ejemplares (México, Alcancía, 1933), éste
por pertenecer a otro proyecto no realizado (mencionado tres
veces durante 1933) que se habría titulado Porque te quiero
a ti solamente. Tanda de valses21.

Ahora podemos afirmar que durante todo 1934 y quizá parte


de 1933 y 1935, Lorca pensaba titular su colección neoyorkina
Introducción a la muerte22. También podemos suponer que la
reorganización radical que dio motivo a la inclusión de la
mayoría de los poemas de Tierra y luna en lo que conocemos
hoy como Poeta en Nueva York tuvo lugar en aquel entonces
(finales 1933, principios 1934), dado que el título de la
colección Introducción a la muerte pasó a ser título de una
sección de Poeta en Nueva York (de 1940), y constituyen toda
esta sección cinco poemas originarios de Tierra y luna. Es de
notar que en dos entrevistas que dio Lorca al llegar a Buenos
Aires, cita (ver n. 13 y n. 21) Poeta en Nueva York, Odas y
Porque te quiero a ti solamente. Tanda de valses, pero no
Tierra y luna. Se podría suponer que ya en el barco de ida
Lorca vacilaba sobre la cuestión de la « desmembración » de

20. Eutimio Martín, « Contribution à l'étude du cycle poétique new-


yorkais de Federico Garcia Lorca : Poeta en Nueva York, Tierra y luna
et autres poèmes (Essai d'édition critique) », 2 vols, (tesis doctoral inédita,
Universidad de Poitiers, 1974).
21. J.S. Serna, « Charla amable con Federico García Lorca », Heraldo
de Madrid, 11-7-33 ; Anón., « Un reportaje. El poeta ha estilizado los
romances de plazuela », El Debate (Madrid), 1-10-33 ; y Pablo Suero, «
Crónica de un día de barco con el autor de Bodas de sangre», Noticias
Gráficas (Buenos Aires), 14-10-33 (ver Christopher Maurer, «Buenos Aires,
1933. Dos entrevistas olvidadas con Federico García Lorca», Trece de
Nieve, 2a época, 3, mayo 1977, 64-73).
22. No hay que confundir ni identificar la conferencia-recital titulada
« Un poeta en Nueva York » con el título de la propia colección poética.
En Montevideo una de las tres conferencias que dio Lorca se tituló
« Las poesías que le ha inspirado Nueva York » (M. Laffranque, «
Cronología »).
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 153

Tierra y luna, y que la opinión solicitada de Neruda refería


no sólo al título sino a la estructura del libro. Por fin,
tenemos la prueba de que fue el mismo Lorca (y no José Ber-
gamín ni Emilio Prados) quien tuvo la idea de hacer de su
colección neoyorkina (sea titulada Poeta en Nueva York o
Introducción a la muerte) una colección en cierto sentido
híbrida y global, ya que entran en ella desde 1934 no sólo
poemas directamente relacionados con Nueva York, sino otros
(con fechas de composición neoyorkina) más metafísicos, y
aun otros no incluidos originalmente ni en Poeta en Nueva
York (de 1932) ni en Tierra y luna (de 1933), como, por
ejemplo, « Oda a Walt Whitman », terminado el 15 de junio de
1930 a , y el « Pequeño vals vienes », fechado el 13 de febrero
de 1930 24. No puede haber más duda de que deben entrar
estos poemas importantes pero algo marginales y
marginados en cualquier edición de los poemas neoyorkinos que se
haga en el porvenir, para respetar las intenciones evidentes
del autor.
Andrew A. ANDERSON,
The Queen's Collège, Oxford.

23. Federico García Lorca, Autógrafos, I (Oxford, Dolphin, 1975), ed.


Rafael Martínez Nadal, p. 216.
24. Eutimio Martín, « Contribution... », I, p. 265.
GARCIA LORCA EN MONTEVIDEO

Después del fusilamiento, entre los


papeles de García Lorca se encontró esta
crónica en la que otro poeta, Alfredo
Mario Ferreiro, recogió en forma
fragante la emoción de las horas que el
poeta granadino pasó en Montevideo. Es
una página viva y espontánea que bien
vale la pena registrar aquí, como
tributo y ofrenda de la intelectualidad his-
pano-americana.

MARINERO EN TIERRA
Después de almorzar — apretaba el calor en el comedor del
Carrasco — trepamos por el ascensor al departamentito de
Federico.
Mientras se ciñe su legítima blusa marinera (regalo de Enrique
Amorim), dice :
— ¿ Para qué querré yo estas dos camas ? } Vamos !
¿ Este doble de cuarto ?
Miramos. Efectivamente, « hall » por medio, hay otra
habitación que ni calcada en espejo sería más idéntica a la que el
poeta utiliza.
Y valijas. Ropa dispersa. Sobre una mesita, los libros de
Sarah Bollo.
— ¿ Salimos ?
Salimos. En el corredor, Amorim, termina de vestirse.

i NADA DE ASCENSOR !
Triunfo de las blusas blancas y de la marinería de Federico
que avanza su ufanía de azul y blanco por la igualdad estrecha
del corredor suntuoso y baldío.
— { Nada de ascensor ! — dice Federico.
Y ya en la escalera, plegándonos y replegándonos a esta
arquitectura absurda, mil novecientos quinciesta, largamos el
misterio del terror por este ascensor : corre paralelo con la chimenea.
j Con los 39 y pico que aguantamos ! Y en seguida el chisporroteo
del humor :
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 155

— Por este ascensor han de subir las brujas de las chimeneas,


aviadores de media noche, sobre escobas ardientes, despidiendo
humito de avión por las pajillas de la cola.
Y al bar. Recuerdo franco y decidido para Ramón Gómez de
la Serna, según García Lorca, es de esos fenómenos
indescriptibles del talento. Nos halaga esta opinión que siempre
sustentamos ante la sonrisa de los patanes.
Café. Simplemente café.
— Tú sabes — dice García Lorca — que para mí, la gente que
no toma café, no cuenta. ¿ Cómo no vas a tomar café ?
Vienen los cafés. Aparecen los cigarillos. Solamente fuma
Enrique Amorim. Ni García Lorca ni nosotros aceptamos pitillos.
— Dos actos. Tengo dos actos ¿ sabes tú que me gustan ? j Que
me gustan !

EL SUJETA-MANTELES
Habla de « Yerma », su próximo estreno, cuyo último acto
escribirá en Montevideo.
— Te hacía falta el mar, Federico.
— Sí... j Mucho I
Y entorna sus ojos, afilándolos, captadores. Revuelve sus
pequeñas manos en las que luce su imperdible juguete de acero.
Juguete de acero : un sujeta-manteles de resorte, que Federico
renueva, robándolo, en las cervecerías.
— En Munich, plena avenida de Mayo, — i vieras tú ! — ya
sabían que iba, para reponerlo. Entraba mirándolos. ¡ Y éste,
que casi me lo dejo en Buenos Aires ! Suerte que por entre el
apeñuzcamiento de los que despiden el vapor, avanzó una mano :
— I Federico, Federico, que se olvida usted de esto !
Y triunfalmente se lo alcanzaron por la borda. Brilla en las
pulcras manos del poeta inmenso, el acero indomable que le
trabaja los dedos.

EL MAR
— Te hacía falta mar, Federico. Tú que lo tienes a raudales en
tus poemas. Tú que te rodeas de peces y lees sus misterios en
los ojos perennes de los acuariums del mundo.
— Mar. Aquí le tengo. Y | qué buen trozo de mar ! Pero iremos
a ver más, me imagino. Estáis rodeados de playas maravillosas
(dice cerrando en círculo los pulgares e índices) maravillosas.
156 BULLETIN HISPANIQUE

He venido con Diez Cañedo, luego de dejar a Pena, a Oribe y a


los que fueron a alcanzarme a bordo, mirando esta maravilla.
j Mar ! Y yo, que venía por unos días, tendré que quedarme por
muchos más.
— ¿ Cuántos ?
— No sé. Un mes tal vez. Quizá más.
— Escribirás tu tercer acto.
— Sí : y me saldrá magnífico. Llevo dos, que me gustan de
veras. La gente conoce al Lorca de « Romancero Gitano », de
« Cante », de « Bodas de Sangre ». ! Vais a ver esto ! Ahora
estoy en García Lorca. Ahora estoy dando lo que quería dar. Ya
veréis.

RUMBO AL CAMPO

Y se entusiasma. Giran sus manos como si manejaran diales de


ondas dispersas. Echa atrás la cabeza. Sonríe. Se le afinan los
párpados hasta hacerse dos rayas. Resalta su blancura frente a la
epidermis renegrida que ostentamos nosotros.
— Vamos andando.
Y caemos por las escaleras, escalón por escalón, lentamente,
soportando un sol de fuego, ávido de poner una saeta de oro en
el pecho de este cantor inmenso.

BODAS DE SANGRE NACE EN BACH

— El mar. Lo necesitaba ¿ sabes tú ? tanto como necesito la


música. No sé. Es el círculo mágico. Lo experimentamos a menudo.
Oye ; una vez, estando Strawinski y yo borrachos, con Manuel de
Falla, que no lo estaba, caímos en que los tres trabajábamos
creando a expensas de nuestros círculos mágicos. Música, música.
Mar, libros. No es que tenga que ver una cosa con otra. No, no tiene
que ver, pero va trayendo lo que uno quiere atrapar. Te lo trae.
Voces que te dicen : sigue por aquí, escribe ésto, di lo otro.
« Bodas de Sangre », por ejemplo, está sacada de Bach. Vuelvo
a decir, no tiene nada que ver, pero ese tercer acto, eso de la
luna, eso del bosque, eso de la muerte rondando, todo eso estaba
en la Cantata de Bach que yo tenía. Donde trabajo, tiene que
haber música. Yo soy un gran lector de libros de historia natural,
por ejemplo.. Eso me da la verdad.

MÚSICOS

Nosotros sabemos del escándalo que armó en España la opinión


de nuestro amigo, el talentoso Hafster [sic] : « En mi país
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 157

hay tres grandes músicos : Falla, mi maestro ; yo que soy su


discípulo, y Federico García Lorca ».
Regresan penosamente unos bañistas. Cruza de vez en cuando
un automóvil. Bocinean en la distancia los autobuses inquietos.
j El mar ! Y ya sobre el auto, echamos a correr por las
carreteras bordeadas de pinos.
Entramos en Avenida Italia. Atravesamos el Parque José Batle
y Ordóñez.
— ¡ Magnífico !
— Oye, Federico ; ahí está el « stadium », donde va a venir tu
Barraca.
— Mi Barraca, j Ojalá pueda traerla hasta vosotros ! Pero me
parece demasiado sueño para que cuaje en cosa de tocar. ¡ Mi
Barraca !

CAMINOS DEL FIN


— j Tú sabes ! Mi barranca [sic], por la Mancha. Fuimos al
Toboso, j Dimos una función en honor de Dulcinea del Toboso !
Cuatro mil, no te exagero ni esto ; cuatro mil labriegos, cuatro
mil manchegos, allí mirándolo todo, en un silencio de oír volar
moscas. Un silencio de ojos y bocas dirigidos hacia la escena. Y
¡ vieras tú !, los personajes tenían cabelleras de metal, de plata,
de diferentes materias ; barbas verdes ; señores vestidos con
trajes de tremendas hombreras. Todo inverosímil para el sentido
común. Y sin embargo — ¡ ay, qué consuelo ! — fue todo entendido
hasta en sus menores detalles por aquel público que se topaba así
por primera vez con Calderón. Ninguno encontró nada que le
chocara el sentido de la realidad suya. Y es que nosotros, con las
barbas verdes, con los cabellos de cobre, con las hombreras
tremendas, decimos la verdad. Y las gentes de los campos tienen los
oídos y el alma hechos de medida para recibir, alojar y madurar
esa verdad que les damos.

CON UN MÚSICO URUGUAYO


Ya corre el auto por las callejuelas de Pocitos. Nos detenemos
frente a lo de Mondino. Luis Pedro Mondino, el extraordinario
músico, aparece, bañado en la emoción del encuentro, trayendo
en brazos a Susanita, su hija, deliciosa pebeta de un año y meses.
Federico besa la manita de la nena.
— Vamos, Mondino, vamos a las playas. Iremos a ver el
Atlántico de verdad.
158 BULLETIN HISPANIQUE

Pero Mondino no puede venir. El horario de sus clases ; los


compromisos anteriormente contraídos, apenas le dan una hora.
Son las 17. Imposible. Nos despedimos.

¿ MADRID ? ¿ CASTILLA ? ¿ LA MANCHA ?

Y, por el boulevar Artigas, tras de enseñarle la sede de la


Legación de su patria, enfilamos con el poderoso coche de Amorim
hacia las rutas del Este.
Trepamos por el camino Maldonado, asaltamos el Empalme :
nos zambullimos en el aire de fuego de la contramarcha del
viento.
— Esto es Castilla.
— Esto es la Mancha.
— j Pero si estamos en los alrededores de Madrid !
— ¡ Paisaje humanizado ! ¿ Ves ? — nos dice Federico — tú,
desde aquí, desde tu ventanillo, dominas perfectamente el paisaje.
Le ves, le manejas en su maravilla de mosaico que se une y
armoniza. Pero, allá, en la Argentina : i la planicie ! Lo que no
podrás nunca dominar, lo que te dominará siempre por el terror
de la extensión, de lo verde sin límite.
— Esto es Asturias.

i LOS VERDES ! i LOS VERDES !


— Esto es mi patria — dice al fin Federico —. Oye : me siento
compatriota. Estoy en mi patria. Para mí, esto, no es viajar. Te
juro que en Cataluña, siento más lejanía de mi solar que aquí.
No : puede ser que ustedes me consideren extranjero. Pero yo no
puedo, no siento mi calidad de viajero recién llegado a esta tierra
que ya es mía.
Y vuelve sus ojos al paisaje. Juega el campo delante del poeta.
Le cambia los colores, se los contrasta con la plenitud de tormenta
que danza por el horizonte del norte. Azules, negros, ocres, i y los
verdes ! No es de referir ; es de echarse a la carretera y verlos, y
olerlos, y gozarlos en la multitud opulenta de sus infinitos tonos.
¡ Los verdes ! — grita García Lorca. — ¿ Habéis visto los verdes ?

LA RONDA DE LA MUERTE

Y es que este niño inmenso que viaja con Amorim y conmigo,


llega inédito a todas partes : le sorprende el chico contra la ola,
le alegra la sombrilla que torció el viento, la sombra que se mete
GARCÍA LORCA EN MONTEVIDEO 159

debajo de la silla. Y j los verdes ! Los verdes que han salido a


festejar su llegada.
Se parte en dos la carretera. Doblamos al sur. Labriegos, vacas,
nubes. Detrás, el pizarrón con guarismos de relámpagos, de un
cielo tremendo.
Un hotelito. Ni un ruido. Descendemos. Amplios sillones de
paja. Turistas silenciosos, marchando sobre zapatillas de corcho por
el acolchado de tierra del camino.

LA MUERTE
Avanzan por el medio de la callejuela dos caballos montados.
Detrás de ellos, dos niñitos con unas ramitas a guisa de rebenques,
azuzan las bestias.
— ¡ Vivo rodeado de muerte ! — exclama de pronto Federico.
De muerte, de muerte física. De mi muerte, de la tuya y de la de
éste. ¿ Comprendes ? ¡ Ah, y lo que escribo ! Lo que escribo.
Fíjate que mi próximo libro tendrá trescientas páginas. Un bloque
así (y hace la forma con sus manos pequeñitas, en las que
destella el sujeta-manteles). Un bloque así de versos. Díme : ¿ por qué
me ronda la muerte ? ¿ Qué necesidad tengo yo de la muerte de
esos niños que van tras los caballos ? ¿ He venido para eso ?
Suponte que esos caballos les descarguen una coz.

FEDERICO EN LA PLAZA

î Ah, y cómo quedarían deshechos ! Un niñito, que come pétalos


de rosas, que va con un rebenquito, recibe una coz en pleno
rostro, y queda despeinado de sangre y roto, aquí, delante mío.
Hay un silencio aplastado en sus contornos por el batir del mar.
Trepamos al auto. Descendemos a la playa. Enrique Amorim y yo
nos sentamos en una roca. De pie, Federico, dentro de su blusa
marinera, apoyado en sus piernas de pantalón blanco,
gesticulando con las manos suyas y hablando con la voz de García Lorca,
empieza a decirnos poemas.
Son todos ellos de su libro : « Introducción a la Muerte ». De
ese libre [sic] de las trescientas y tantas páginas.

JORNADAS DE GLORIA
Que no pretenda el lector un resumen de cuanto oímos. Baste
saber que nos apretábamos los brazos contra el pecho y nos
subía una angustia de alegría, manada en el despeñadero de
aquel torrente de palabras.
160 BULLETIN HISPANIQUE

Y nada más que palabras. Ni imágenes siquiera. Como en la


gran música, nada más que notas.
Pero ¡ qué palabras ! Eternas y macizas. Aún cuando decía
« columnas de ceniza », se encrespaba la seguridad perenne de
estos poemas geniales.
Nueva York y la mar. La luna, j La luna, sobre todo ! Y los
peces.
Pero, ¡ vieran ustedes esa oda a Witman [sic] ! Es lo mejor de
García Lorca, si García Lorca admite que se le clasifique como
productor de cosas mejores que otras suyas. Es el responso a
todos los maricas del mundo ; es la defensa del hombre aquel, de
las manos caídas, que andaba por East River, con su gran barba
llena de mariposas, jugando con los muchachos, hablando con
ellos, mientras el sol cantaba por sus ombligos, debajo de los
puentes.
Dos horas duró aquello. Dos horas que se encerraron en
poquitos minutos. El mar se fue cambiando los colores ; era la noche,
y no atinábamos a nada. Si hay un recuerdo perdurable en
nosotros — que lo diga Amorim — será este 30 de Enero a las 19 horas,
en la playa Atlántida.

ESTO ES UN AUTO ; POR ESO LO TOCO...

No caben en estas líneas ni las transcripciones, ni las lunas que


huyen torrente arriba, ni los mares que recuerdan de golpe el
nombre de todos sus ahogados ; tampoco caben las
trascendentales cosas que, sobre concepto y técnica de la poesía, nos
dijo Federico García Lorca, de espaldas al mar, con un pie en el
estribo del auto, vestido de marinero, en tierra que consideraba
suya :
— La poesía debe ser esto : « Esto es un auto, por eso lo
toco ». Y nada más. Todo lo demás es antipoético. La verdad,
siempre la verdad, sin cambiarla, expresarla siempre. Porque en
todo está la manifestación poética.

MAS MUERTES Y VALSES

Iba subiendo la noche por las espaldas del mar.


— Yo estoy rodeado de muerte ¿ sabes ? Canto eso. Y me
están saliendo unas cosas... Y para paliarlo, quiso hacerlo
recitando un vals, un vals muy vienes, un gira gira de palabras deliciosas,
encadenadas a una poesía indescriptible.
— No, Federico, eso no quita lo otro.
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— Es que lo otro es la muerte... Todo es de muerte. Y lo hago,


lo hago para que la gente me quiera ; nada más que para que me
quieran las gentes he hecho mi teatro, y mis versos, y seguiré
haciéndolos, porque preciso de ese amor de todos.
— Tú vas a ver « Yerma ». Ya he leído dos actos. Ese tercero va
a salirme como quiero. Está lleno de dificultades ; pero,
cuantas más sobrevengan, mejor. Y vamos, que allá en el hotel está
Lola un poco enferma, y yo, que con la caída del caballo, ando
con esta rodilla cojeando.

JUAN RAMÓN Y MACHADO


— Vamos. Y ahora vamos a recitar los poemas de los grandes.
Y su voz, en todo el trayecto, fue para traernos a Juan Ramón
Giménez y a Machado. Grandes entre grandes en la tierra en que
ser grande es ser menos grande que en otras tierras. Porque a
España le sobraron siempre los talentos. Eran las 22. Desde las 12,
andábamos con el gitano.
Una referencia a nuestros libros, fervorosamente recordados por
el gran poeta, iba rubricando el fin del paseo. Vuelve su
generosidad de muchacho inmenso a traer a Machado y a Giménez. ¡ Qué
poetazos !, exclama incontenible.
— Y tú ?, pensábamos nosotros ; ¡ tú !, gloria, que eres el
dueño de las únicas palabras que hacen poesía...
La ciudad se había comido todos los diálogos, y se dejaba caer,
letra por letra, desde los avisos luminosos.

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