Cuando en este espacio nos dedicamos a fomentar una nueva cultura ya no
basada en el consumo ilimitado que propone el sistema capitalista, sino una sustentable, no lo hacemos solo en defensa del mundo y de su destrucción inminente. También lo hacemos por nosotros. Por nuestra salud. Para no morir en el intento. En varios artículos le hemos dedicado espacio a hablar de la calidad de nuestra comida, de los venenos que contiene y de si contamos o no con esa información. Pero, ¿alguna vez se han preguntado por la calidad de su basura? Aunque no parezca, hablar de ello también es importante. Durante muchos años, inclusive en la actualidad, la única forma de deshacer la basura fue a través del método de la incineración, es decir: prenderla fuego. Y lo que se quema hace humo. Y el humo, además de contaminar el ambiente, también se respira. El problema de la basura está íntimamente ligado al desarrollo depredador del actual sistema capitalista, específicamente como un resultado de lo que llamamos “crisis civilizatoria”. Esto tiene que ver con la búsqueda constante de un crecimiento ilimitado, lo cual implica una extracción ilimitada de recursos y, a su vez, el arrojo ilimitado de desechos al medio ambiente. Según afirma el profesor Luis Lafferriere en su texto Crisis mundial del capitalismo y crisis civilizatoria de la humanidad: "Dentro de sus tendencias estructurales, este sistema tiende a y requiere de un crecimiento permanente, fenómeno que involucra un proceso de extracción cada vez más grande y más rápido de muy diversos recursos, a la vez que genera desechos que contaminan de forma irreversible el ambiente. (…) Pero ese crecimiento permanente no puede continuar de manera indefinida puesto que se produce en el marco de un planeta finito. Y según el consenso científico, esos límites inexorables e insuperables que pone la finitud de los recursos disponibles están siendo superados por la actividad económica desenfrenada.” Continuando con el análisis que realiza Lafferriere, en lo que respecta a la generación de un número cada vez mayor de basura, el profesor sostiene que “seguimos arrojando desechos y productos en cantidades crecientes que no pueden ser absorbidos por la naturaleza, y provocan graves daños en el ambiente. Sucede con los plásticos, cuyos desechos en el medio del Océano Pacífico han conformado el llamado “séptimo continente”, con una superficie similar a la península ibérica (España más Portugal). Sucede con los desechos electrónicos, que se acumulan peligrosamente y no aparecen vías de solución a la vez que se siguen generando, usando y tirando a ritmos cada vez más veloces. Se pueden mencionar además muchos otros males, como la destrucción de los ecosistemas y de los servicios que brindan a la vida, la pérdida de la biodiversidad tan imprescindible para mantener el equilibrio ecológico, la creciente acidificación de los océanos y los enormes impactos que pueden provocarse, la desaparición masiva de especies vegetales y animales, etc.” Como podemos observar, pensar en los desechos que producimos es pensar solo en la punta del iceberg, en el último eslabón (y no por ello menos importante) de un problema aún mayor y más peligroso: el desarrollo ilimitado de un sistema que llevará al planeta y a la vida de sus habitantes al límite (o al mismísimo final). Según el video “La historia de las cosas”, publicado en Youtube el 1 de septiembre de 2009, en las últimas tres décadas se han consumido 1/3 de los recursos naturales del planeta. Sólo en Estados Unidos queda un 4% de bosques nativos y el 40% del agua ya no es potable. Estamos eliminando recursos no renovables, de los que no dispondremos más y a los que convertimos en basura. Basura que continúa contaminando y destruyendo nuestro hábitat. Si bien conceptos como “basura cero” o “ciudad verde” comenzaron a implementarse tímidamente en algunas pequeñas, medianas y grandes localidades; la tarea del reciclaje aún cuesta ponerse en marcha y, en esa demora, ciudades enteras viven intoxicadas con el humo de su propia basura. El sistema sigue siendo lineal y eso significa que ninguno de los recursos extraídos de la naturaleza vuelve para ser reciclado. En el caso de la basura, el método optado por la mayoría de las poblaciones para deshacerse de ella es la incineración. Quemar la basura produce gases tóxicos, aún más tóxicos que aquello que se está quemando y esto trae dos consecuencias fatales: la contaminación del medio ambiente (específicamente de la capa de ozono) y el envenenamiento lento de las poblaciones que respiran continuamente el humo de su propia basura. ¿El reciclado sirve como solución? Los números son relevantes. Solo el reciclaje de vidrio ahorra un 20% de la contaminación atmosférica y un 50% la contaminación del agua. Aunque el vidrio es un material ampliamente reciclable, globalmente se reciclan solamente 80.000 toneladas, pero se arrojan 920.000 al ambiente. Una bolsa de plástico tiene un tiempo de uso medio de entre 12 y 20 minutos, pero tarda entre 15 a 1.000 años para degradarse. El aluminio que se arroja al medio am- biente permanece un mínimo de 500 años sin degradarse, y éste representa un 2% de las basuras domésticas. Todo eso no sólo contamina, también se respira. Para dar un ejemplo más concreto de ello, viajamos hasta San Carlos Centro, una localidad del centro de la provincia de Santa Fe, ubicada exactamente a 461 kilómetros del Obelisco, y a 84,7 kilómetros de Paraná. Respecto a su tamaño, vendría a ser lo que el conurbano bonaerense denomina estancia de fin de semana. Sin embargo, su amplio desarrollo industrial es el centro de atención de 500 estudiantes por semana, que desesperan al ver soplar el cristal fundido, algo no menos común que el humo de la basura, para los lugareños. El cinco de junio de 2013, la ciudad de fue declarada Capital Nacional del Cristal Artesanal y, si bien está ubicada en unos de esos lugares invisibles en el mapa, el hecho de que residan en ella la única cristalería artesanal y la única fábrica de campanas de toda Latinoamérica, la convierte en una localidad interesante. San Carlos Centro, produce alrededor de 6.000 kilos diarios de basura, lo que significa 500 gramos por habitante. Sin embargo, a nivel mundial llegó a calcularse que cada persona produce hasta 1,5 kilos por día de desechos. Sólo en Capital Federal se producen aproximadamente 6.300 toneladas de basura por día. Pero en San Carlos, como en otros lugares, esos 6.000 kg. diarios de basura se queman. Se respiran. En la localidad existe una ordenanza, específicamente la Nº 671, que prohíbe la quema de Residuos Sólidos Urbanos a cielo abierto desde enero de 2013, y muy pocos lo saben. Sin embargo, hace cuatro años que el volcadero continúa funcionando con total normalidad. En medio de la extrema limpieza y las petunias fucsias adornándolo todo, una guirnalda gris yace colgada hace tiempo. El volcadero está situado a solo 1,5 kilómetros de la zona urbana, distancia que parece reducirse aún más cuando el clima lo predispone. Está en el centro de la producción local, ya que lo circunvalan una gran cantidad de hectáreas de campo, propiedad de algunos sancarlinos. La creación de ese basural se tejió a la par de los laberintos políticos generados en cada mandato, desde 1999 hasta la actualidad. Los terrenos en donde actualmente funciona, fueron transferidos por el Ente Nacional de Bienes Ferroviarios a través de la ordenanza Nº414. A partir de ese momento, una de las finalidades que justificó y obligó tal transferencia fue utilizar esos lotes para la creación de una planta procesadora de residuos domiciliarios. 18 años después la planta sigue sin fun- cionar. A su vez, en la provincia de Santa Fe existe la ley Nº 13.055, que promueve la adopción del concepto “Basura cero” por parte de todos los municipios y comunas. Para esto propone la creación de una planta procesadora de residuos domiciliarios, y los fondos necesarios para ponerla en marcha pueden ser solicitados al Fondo para la Construcción de Obras y Adquisición de Equipamientos y Rodados; otorgado por el gobierno de Santa Fe. Todo marcha sobre ruedas. Existe una ley que prohíbe la quema de residuos a cielo abierto, pero que plantea una solución: la disminución de la cantidad de basura producida a través del reciclado de la misma. Y existen los fondos necesarios para poner en marcha la planta de tratamiento de residuos. Pero nada de esto está hecho. Lo grave aquí, es que el volcadero de San Carlos, además de estar ubicado prácticamente dentro de la ciudad inundándola de humo cada día que pasa, no sólo quema basura doméstica. Allí acuden todas las empresas de la ciudad depositar sus desechos industriales y tóxicos, y éstos son quemados junto al cartón, el nylon y las cáscaras de frutas. Para los lugareños ver bidones con la inscripción de peligro tirados en el basural ya es moneda corriente. Sólo cierran sus casas o tapan sus narices con pañuelos cuando el humo además de ser espeso tiene un olor agrio. Saben que se quemó algún desecho que de sus casas no proviene. Datos alarmantes avisan sobre una catástrofe mundial inminente. Al igual que San Carlos, miles de volcaderos a lo ancho y largo del país funcionan aún hoy bajo la forma de incineración de la basura. Lo que no se tiene en cuenta es que la quema de residuos es uno de los focos de contaminación más problemáticos. Los químicos quemados en los basurales son liberados al medio ambiente en forma de gases peligrosos como emisiones fugitivas. La combustión a altas temperaturas libera metales tóxicos como plomo, cadmio, arsénico, mercurio y cromo; provenientes de distintos materiales como plásti- cos, caucho y nylon. Por un lado, las emisiones a la atmósfera contienen cientos de compuestos tóxicos que pueden inducir enfermedades a las personas que los respiran y, a su vez, se generan residuos como las cenizas y las escorias que contienen contaminantes altamente volátiles, motivo por el cual se distribuyen fácilmente por el medioambiente. A pesar de ello, la calidad de lo que no sirve parece no llamar demasiado la atención. El fuego continúa comiendo más de lo que le pertenece y, a la vez que hace desaparecer el producto que por excelencia demuestra el desprecio humano por el mundo (la basura), hace aparecer aberraciones nuevas: la gente se enferma. Se muere. Es cierto entonces que el reciclado sirve. Evita llegar al proceso de quema de basuras, tan tóxico para las personas como contaminante general del ambiente. Pero aún con reciclado, con la disminución de la basura y con el correcto tratamiento de la misma, el problema no queda resuelto. Más aún, hasta puede dar lugar a un efecto contraproducente, al hacernos creer que podemos seguir consumiendo sin límites, porque reciclamos y tratamos correctamente los residuos. Y eso nos acercaría con más velocidad al fin irreversible, al agotamiento de los bienes esenciales para la vida humana, a la destrucción de los ecosistemas, y a poner en peligro la existencia de la humanidad en la Tierra, nuestro único hogar. Estamos viviendo en medio de un sistema económico que tiene como única salida posible la destrucción total del planeta y de quienes vivimos allí. Preocuparnos por lo que consumimos, también implica ocuparnos de lo que desechamos. Toda nuestra basura habla de nosotros mismos. En una cultura de la sostenibilidad, el reciclado es una de las tantas cosas que debemos hacer por la prosperidad del mundo y de nuestra propia vida. Y junto con eso cambiar nuestros hábitos de consumo y producción y nuestra forma de vida. Rescatando la cultura del buen vivir: vivir más en armonía con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la naturaleza de la cual formamos parte.