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TODO LO QUE APRENDÍ

DE LA PARANOIA
Camille

138

TODO LO QUE APRENDÍ


DE LA PARANOIA

Crecimiento personal
C O L E C C I Ó N
Diseño de colección: Luis Alonso

Para comentarios sobre el libro escribir a:


camille.ccc@gmail.com

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2009


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ISNB: 978-84-330-2311-7
Depósito Legal: BI-986/09
Impresión: RGM, S.A. - Urduliz
A los que llevo dentro: a mis padres y mis hijos, que me dieron
el coraje y la fuerza de voluntad para poder superar esta enfermedad.
A los que me han acompañado: mis hermanos, mi psicoterapeuta
y psiquiatra, y me han ayudado con su apoyo y profesionalidad.
ÍNDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

1. De los términos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

2. De la cronología de la enfermedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

3. La enfermedad y sus episodios de crisis . . . . . . . . . . . . . . 23

4. De la medicación y la psicoterapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

5. De mi familia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

6. De mis rasgos de personalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

7. De mi psicoterapeuta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

8. De mi psiquiatra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

9. De mis amigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

10. De mis relaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

11. De mi marido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

12. De mi vida y mis etapas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93


TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

13. De mi etapa solidaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

14. De mis cuadernos y escritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101

15. De la pintura como terapia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

16. De la importancia del deporte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

17. De la astenia, la apatía y el dejarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

18. Del sueño reparador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

19. De la paciencia necesaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

20. De la importancia de las sensaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

21. De los grupos de terapia y su variedad y sus beneficios 115

22. Del cambio que experimenté . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

23. Merece la pena… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

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INTRODUCCIÓN

Este libro quiere ser una pieza más que ayude a familiares,
enfermos, profesionales, estudiantes, y público en general a com-
prender algo mejor al enfermo paranoico, así como a muchos otros
enfermos encasillados como esquizofrénicos, psicóticos, etc. Las
fronteras entre ellos no están del todo claras, por lo que el acerca-
miento a uno de estos tipos puede servir como acercamiento al
resto de personas enfermas.
El objetivo es que el lector pueda entender en primer lugar y de
una forma más empática, qué pasa por la mente de un enfermo,
cómo es precisamente él la primera víctima de la enfermedad, el
primero que sufre, el más asustado; y sobre todo, cómo, en algunas
ocasiones, aunque no en todas, y siguiendo pautas determinadas,
puede superarse la enfermedad en gran medida y se puede llegar
a llevar una vida prácticamente “normal”.
Por ello, este libro no va firmado, porque se trata de un testi-
monio anónimo en el que no importa la autoría, ni quién es la
persona afectada. No importan los nombres y apellidos, ni la clase
social, ni el sexo.

11
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Lo que aquí se relata les ha pasado a muchos, y aunque estadís-


ticamente sean pocos (apenas un uno o dos por ciento), no por ello
es menos relevante. Así mismo también puede ser algo que puede
sucederle a cualquiera el día de mañana: nadie está libre de una
patología o desequilibrio de este tipo o similar. Lejos de toda ten-
dencia morbosa, quiere ser un testimonio de un enfermo genérico,
anónimo en el que tal vez uno pueda convertirse un día. Quiere ser
a la vez, la voz de un enfermo concreto y de cualquier enfermo,
una voz que apenas se escucha porque a veces ni tan siquiera se
emite. La debilidad y fragilidad de muchos de ellos impide que
sus voces sean escuchadas.
Desde la perspectiva que da la recuperación, quisiera ser tam-
bién un testimonio que sirva a otros a entender qué sucede con
estos enfermos.
Se relata así la experiencia de la enfermedad, algunos rasgos de
personalidad condicionantes de ésta, y las circunstancias familia-
res, sociales, laborales, personales, biológicas, etc. que pudieron
incidir en la aparición de la misma.
Así mismo se acerca al proceso de recuperación experimenta-
do, tanto mediante la ayuda de la psiquiatría como de la psicolo-
gía, como de algunas claves que es conveniente tener en cuenta
como posibles y que pueden servir de ayuda así mismo a otros
enfermos.
En definitiva, este testimonio quiere servir de esperanza a
familias y personas que viven esta enfermedad con angustia; al
tiempo que de una llamada a la sociedad en general que ayude a
una mejor comprensión de los procesos que viven estos enfermos
para acrecentar la sensibilidad social hacia ellos.

12
1
DE LOS TÉRMINOS

Yo fui esquizofrénica, o tuve psicosis, o paranoia o no sé qué,


porque los psiquiatras nunca se ponen de acuerdo en la terminolo-
gía, te adjudican etiquetas para poder funcionar, para poder tratar-
te y poder consultar en los manuales, pero en esas etiquetas caben
muchos casos muy distintos. En los foros de internet conocí a
mucha gente que era muy distinta entre sí, pero sin embargo todos
podíamos ser etiquetados de esquizofrénicos, paranoicos, psicóti-
cos, etc. en un grado u otro.

Hubo una época en que esta cuestión me preocupaba, luego ya


dejó de preocuparme, cuando ya me sentía mejor, pero quería
saber quién era yo, qué era yo, por qué me había pasado lo que me
había pasado, qué había hecho yo para merecer aquello, qué
habían hecho mis padres, mis ex jefes, mis ex colegas, mis amigos,
etc. Buscaba explicaciones externas a mí, en lugar de preguntarme
qué había puesto yo en ello. Al final deduje que sí, que hubo con-
dicionamientos externos, pero que la responsabilidad última era
mía. Bueno, no se trataba de responsabilidad exactamente, sino de

13
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

manejo de la vida (¡cómo me cuesta reconocer la responsabilidad!).


Yo había dirigido mi vida hacia la enfermedad y en eso yo era la
única responsable. Imagino que hay casos en que esto no está tan
claro, en que los genes, la herencia cultural, o lo que sea, tienen
más peso, no obstante todavía no se ponen de acuerdo los exper-
tos; pero en mi caso, era yo la que con el condicionamiento de mi
vida, la había abocado a la enfermedad. Muchos intentan buscar
las causas de la enfermedad en la herencia genética, en los malos
tratos padecidos en la infancia, en los antecedentes familiares, en
el ambiente vivido, en una situación estresante, frustrante, etc.
pero en realidad, en último término, la responsabilidad está en
uno mismo. Yo era así la única responsable.
No quiero decir que fuera paranoica por propia decisión. Pero
la verdad es que hay un componente de dejarse llevar, de no auto-
controlar las propias reacciones, que me abocó a serlo. Y no es
porque no se quiera, es sencillamente porque no se sabe. Nacemos,
aprendemos, y vivimos y deberíamos aprender a desaprender lo
aprendido. Estamos llenos de imperfecciones en nuestro proceso
de socialización, defectos por parte externa o interna, pero imper-
fecciones que nos abocan en muchos casos a vidas nada provecho-
sas para nosotros mismos, nada gratas. Vidas truncadas.
Así que yo me preguntaba qué era esa enfermedad que tan
malos ratos me había hecho pasar, que me dejaba postergada en la
cama durante mucho tiempo matándome toda iniciativa que yo
antes tuviera, que me impedía relacionarme con otras personas
fluidamente, etc. y eso lo buscaba incesantemente, bien en librerías
especializadas cuando iba a otras ciudades, o bien en Internet, que
me facilitaba sobre todo la privacidad. Es asombroso ver la canti-
dad de escritos que hay al respecto, y de todos los gustos: manua-

14
DE LOS TÉRMINOS

les, guías, experiencias, foros, artículos psiquiátricos y psicológi-


cos, revistas, películas, etc. Compré algún que otro libro sobre el
tema, algún manual, alguna biografía de un personaje famoso, etc.
pero nada me revelaba claves claras. Cuando hay tanto escrito,
tanta teoría, etc. la verdad es que tiendo a pensar que no hay nada
claro al respecto. Cuando encuentras textos claros y aceptados es
cuando parece que se ha encontrado algo, pero si tienes que ras-
trear, leer, deducir, confrontar, etc. es que no hay unanimidad ni
consenso, es que todo está en proceso y tú solo has de buscar las
claves. Eso es de lo que se trataba.
Una de las dudas era diferenciar entre psicosis y esquizofrenia,
entre brote psicótico y la enfermedad de la esquizofrenia y la para-
noia. Yo llegué a pensar que era esquizofrénica, porque era lo que
el psiquiatra escribía en los papeles; pero con el tiempo, empecé a
pensar que tal vez se hubiera tratado de tres o cuatro brotes psicó-
ticos. A mi entender, no estaba nada claro. Ellos tienen que poner
etiquetas, pero, bajo una misma etiqueta caben muchas cosas y
situaciones. Mi psiquiatra me reveló que tampoco parecía estar
muy de acuerdo incluso con lo que tenía que escribir. Le impelían
a escribir algo pero ella también lo dudaba.
En realidad, podría decirse que era como ver, bien una foto o
bien una película. ¿Lo mío era una película para toda la vida o se
trataba de una foto de algunos momentos de mi vida? Yo me incli-
naba a pensar que fueron algunas fotos en varios momentos, unas
en situaciones de estrés originadas desde el exterior y que muchos
otros no hubieran aguantado, otras, como en mi segundo postpar-
to, con el desarreglo hormonal que se vive y el cambio de situación.
¿Yo tenía varias fotos en mi vida o era la película de mi vida? Tien-
do a pensar que tuve más bien algunas fotos. Mi caso no era tan

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TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

grave aunque no por ello poco doloroso. De todas formas, a la cien-


cia le queda mucho por avanzar y definir terminologías. Es todavía
un saco roto donde cabe de todo. De momento saben cuáles son los
síntomas y cómo atajarlos, es decir, que con una determinada
medicina se trunca el proceso pero no se sabe muy bien cómo se
origina, dónde ni por qué. Misterios de la ciencia todavía.

16
2
DE LA CRONOLOGÍA
DE LA ENFERMEDAD

En mi caso, hubo varios factores desencadenantes que me


hicieron vivir situaciones muy estresantes (muerte de mi padre,
poco después enfermedad de mi hermano más querido, problemas
laborales, partida al extranjero de amigos íntimos, crisis matrimo-
nial, etc.) y lo acusé en formato enfermedad en varios episodios.
Estallé en varias ocasiones. La forma fue la enfermedad.
Así que hubo una situación de estrés externa que sumada a mi
forma de ser se combinó para dar la fórmula perfecta de enferme-
dad. Pero yo también puse mucho en ello. Como decía alguien en
la película “Uno por ciento” de Julio Medem: “no hay enfermos, hay
personas vulnerables”. Al principio lo atribuía a los factores externos
solamente, pero luego fui indagando y descubriendo que las bases
habían estado siempre ahí, que yo tenía ciertos rasgos ya predeter-
minados que en una situación estresante me hicieron hacer
“crack”. Por eso ahora sé que tengo que huir del estrés y me alejo
cuando constato que se acerca: es el peor nicho para que se vuelva
a desencadenar. He aprendido que la vida es otra cosa que el estrés

17
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

y que no merecen la pena las situaciones que lo promueven, aun-


que a veces no las elegimos. Eso sí, cabe cierta tolerancia al estrés
sin la que no podríamos vivir, pero cuando pasa un límite, saltan
las alarmas y todo estalla para que haya que alejarse.
Todo comenzó cuando murió mi padre. Para mí fue una pérdi-
da grave, honda. Era una de las personas a las que más unida
había estado. No es que coincidiéramos en todo, ni mucho menos,
pero me identificaba con él, lo comprendía bien. Mi padre era abo-
gado y yo también. Estudié derecho porque lo admiraba mucho y
siempre había querido ser como él. Siempre me sentí muy cerca,
tanto afectiva como profesionalmente. Pasé un mal año. Tanto que
me debatía entre acabar o no la carrera que tanto trabajo me había
costado. Al final, me recuperé relativamente.
Me casé al acabar por fin la carrera, y a los pocos meses más o
menos, a mi hermano le diagnosticaron un cáncer de estómago y
me debilité más todavía. Mi hermano era el “niño” de la familia.
Yo era la tercera de las hermanas. Había estado muy unida a él
desde la adolescencia cuando él me ayudaba siempre con mis pro-
blemas con los amigos, me escuchaba, me aconsejaba cuando yo
empezaba con mis primeros amoríos que tan malos ratos me hicie-
ron pasar. El cáncer fue fulminante y en cuestión de unos meses
llegó a pesar la mitad de lo que pesaba. Entonces tuve mi primer
brote. Para mí fue un fuerte golpe porque perdía uno de mis apo-
yos vitales. Mi cuñada, que era muy buena amiga mía, estaba
destrozada y muy centrada en él. Siempre se había portado tam-
bién muy bien conmigo, pero ahora la necesitaban más urgente-
mente, más cerca.
Algunos de mis amigos de la carrera salieron de mi ciudad para
ir a trabajar a otras ciudades, algunos incluso muy lejos, a otros

18
DE LA CRONOLOGÍA DE LA ENFERMEDAD

países. Por todo ello, parte de mis más sólidos apoyos se veían mer-
mados. Yo empecé a sentirme más sola que de costumbre.
Todo esto, me afectó también físicamente y si mi constitución
es ya de por sí delgada, con estos sucesos, todavía adelgacé más y
más tarde tuve que realizar un tratamiento médico para recuperar
peso.
Empecé a buscar trabajo y no tardé mucho. Entré en un presti-
gioso despacho financiero de abogados con buen pie. Mi apellido
me ayudó bastante ya que yo era demasiado joven.
En poco tiempo, me quedé embarazada de mi primer hijo. Y
esperando el tiempo de rigor, del segundo. Entonces viví otro de
los episodios, el más fuerte. Estuve de baja dos meses, sumándola
a la baja maternal y en cuanto pude, a pesar de lo mal que estaba,
volví al trabajo. Me sobrevino la enfermedad probablemente por el
fuerte cambio hormonal que se experimenta y por ello estuve de
baja. Precipitadamente y ante el miedo a que la plaza de directora
de finanzas fuera ocupada por mi contrincante, quise volver al
trabajo y allí lo pasé todavía peor. Hoy creo que me precipité en la
vuelta. Al final tuve que estar de baja mucho más tiempo y ahí ini-
cié mi recuperación definitiva. También me sobrevinieron muchos
cambios nuevos en mi vida. Inicié el camino de mi regeneración.
Durante el tiempo que había estado fuera del trabajo, las cosas
habían cambiado. En el despacho me había creado expectativas de
ascenso, y se desencadenó una situación compleja y delicada en la
que salí perjudicada. La plaza de directora de la sección de finan-
zas del despacho estaba en juego. Otra compañera y yo éramos las
candidatas y cada una tenía sus partidarios y detractores. A pesar
de que yo era relativamente joven y nueva en el despacho, estaba
bien formada y trabajaba bien. Al final, el director general pareció

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TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

que iba a inclinarse por la otra persona. Pero yo no estaba de acuer-


do y peleaba por ello. Me parecía injusto. ¿Cómo iba yo a no ser
centro, a no ser la primera, si siempre lo había sido desde peque-
ña?, ¿cómo una niña tan “lista” y tan “exitosa” ahora podía fraca-
sar?, y además ¿cómo ellos no se daban cuenta de que yo era la
mejor, la única? Esto era lo que yo sentía inconscientemente, no lo
verbalizaba, pero era lo que me decía.
Fue en el despacho donde peores ratos pasé, donde la enferme-
dad se manifestó de la forma más descarnada. En todo este proceso
de competitividad entre mi compañera y yo, se llegó incluso a acu-
sarme de dejadez en el trabajo, de indolencia, etc. Los aconteci-
mientos se iban precipitando y cada día estaba peor por aguantar
la situación en lugar de haberme marchado o haber peleado jurídi-
camente, aunque eso me hubiera llevado a no se sabe dónde tam-
bién por el desgaste psicológico que supone. Al final terminé con
casi la mitad del despacho en mi contra. Sentía que todos “ellos”
eran un equipo coordinado para acabar conmigo. Todos ellos esta-
ban orquestados por mi competidora, que sibilinamente los mani-
pulaba, pero todos ellos de arriba abajo estaban contra mí. Yo lo iba
retroalimentando con mis conductas cada vez más raras que pro-
vocaban que se me tratara todavía más como una extraña. En todo
este proceso, la enfermedad irrumpió una vez bruscamente el día
que sentía que aquello comenzaba a estar definitivamente peor.
Viví lo que puede denominarse una situación de acoso laboral,
aunque nunca sabré hasta qué punto era acoso y hasta qué punto
era mi interpretación por la enfermedad. Mi miedo era además
que la insensibilidad de los juristas determinara que había sido
antes el huevo que la gallina, es decir, que mi enfermedad precedía
al acoso que había sufrido, y no al revés. Es un terreno ambiguo en

20
DE LA CRONOLOGÍA DE LA ENFERMEDAD

este sentido. Y tampoco es agradable ver aireada tu enfermedad.


De ahí que haga falta una mayor concienciación de los juristas ante
el tema, un mejor tratamiento del tema. Los trámites y la falta de
concienciación disuaden a la víctima y se autoinmola ella misma o
bien acaba marchándose a otro sitio. Una lástima para la vida labo-
ral de uno mismo y la de otros que vendrán.
En la web encontré foros sobre esto que llaman mobbing. Se
encuentran testimonios de todo tipo y sobre todo, aquellos que se
plantean el cambio de trabajo, la salida honrosa, por no poder
soportarlo más. Es injusto que esta situación plantee como única
salida esa, puesto que hay impunidad para que estas situaciones
tengan lugar en las empresas. Falta legislación y concienciación al
respecto y más sensibilidad. Por fortuna, recientemente se están
registrando sentencias favorables al ninguneado y eso abre ciertas
esperanzas. Por ello uno de los problemas que se plantean es si el
enfermo es enfermo por causa del mobbing o si como intenta hacer
creer el resto de los compañeros o trabajadores, sean jefes o cole-
gas, ya era un enfermo antes y todo el proceso de acoso se intenta
interpretar en clave de enfermedad, no de mobbing. En los foros
planteé muchas veces este problema, pero no obtuve respuesta.
Me parece algo delicado a resolver. No se sabe hasta qué punto
uno se enferma por el mobbing y sin él no se hubiera enfermado,
hasta qué punto puede defender que él estaba bien hasta entonces
y que enfermó por dicha actuación; y hasta qué punto puede ser
visto como que siempre ha estado enfermo y que no ha habido
mobbing. Este es un tema clave para los procesos judiciales, pues-
to que con mucha frecuencia, se intentará defender que no hubo
mobbing y que sí había enfermo previo, cuando lo que sucede es
lo contrario.

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3
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS
DE CRISIS

Los episodios de paranoia que recuerdo son innumerables,


pero recuerdo alguno especialmente gráfico que puede explicar
cómo me sentía. Los podría clasificar según lo que revelan. Lo que
quiero evidenciar es cómo se siente la persona que los sufre, la
sensación de miedo que experimenta, el pánico que vive. Ella es la
primera asustada. Puede que los de su alrededor a veces la vean
como extraña, con conductas y reacciones incomprensibles, pero
lo que está claro es que quien interpreta el papel está aterrado y
por miedo somos capaces de hacer muchas cosas.
Yo sentía soledad, me sentía sola en el mundo, no podía confiar
en nadie. ¿Alguien se imagina cómo puede sentirse alguien en esta
situación?
Por ejemplo, existen episodios que dan cuenta del “complot”
que yo creía ver, del miedo que yo sentía, de mi soledad, de mi
aislamiento respecto al exterior, del acoso, de mis obsesiones, etc.
Los episodios se desencadenaron sobre todo en el despacho, tras
mi postparto, pero también se manifestaron en mi vida cotidiana.

23
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Yo tenía miedo ya no sólo de no ascender profesionalmente,


sino de que me echaran del despacho. Mis rasgos de personalidad
hacían lo demás.

Mi afán de perfección y mi exigencia me impelían a actuar de


forma extraña en muchas ocasiones. No me permitía fallo alguno
por mi miedo a que se pusiera en entredicho mi profesionalidad.
Por ejemplo, en el trabajo teníamos la obligación de fichar. En la
época en que comenzó el acoso, yo cometí algunas imprudencias
movida por mi miedo. En los ordenadores se podían consultar los
fichajes de cada trabajador manejando algunas claves. Un día las
extraje de un fichero que estaba en la sala contigua y así podía con-
sultar los fichajes de quien quisiera. Mi compañera y competidora,
aspirante a la misma plaza que yo, solía llegar tarde e irse pronto en
muchas ocasiones, pero eso no importaba aparentemente, o bien
nadie se enteraba o se lo permitían. Así que en mi etapa crítica, yo
empecé a consultar sus fichajes y a anotar sus irregularidades, con
el ánimo de recoger pruebas para contrarrestar una posible denun-
cia que sentía que querían presentar “ellos”. Así es que anotaba
todo durante varios meses en una especie de actividad de espiona-
je basado en mi miedo a perder mi ascenso y así mismo mi puesto
de trabajo, en mi miedo a resultar incompetente, a que se me
encontraran faltas. Llegué a cometer pequeñas infracciones (abrir
carpetas ajenas, consultar e-mail de otros, buscar ficheros en orde-
nadores de otros, etc.) movida por el miedo a que me echaran, a
que intentaran demostrar cosas falsas sobre mí.
Poco a poco, en el despacho me iba aislando de la gente. Mis
conductas extrañas provocaban que la gente se alejara de mí. Por
entonces, tenía una amiga íntima que trabajaba cerca de mi sala.

24
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

Solíamos desayunar a media mañana, y luego salíamos habitual-


mente a las seis. A las seis en punto ella venía a buscarme para salir
juntas. En los momentos de mayor malestar, llegué a pensar que
ella venía para hacerme salir a mi hora y que no hiciera ni una hora
de más para que luego pudieran decirme y acusarme de que no
daba ni un minuto de más por la empresa. Mi nivel de exigencia, y
de perfección era tal que no me bastaba con cumplir estrictamente
con mi trabajo. Me exigía dar más. Por ello interpretaba hasta un
gesto de acercamiento como una puñalada, una trampa. No me
fiaba ni tan siquiera de mis amigas, de las que habían sido mis ami-
gas y que yo entonces sentía que me traicionaban. De este modo,
acabé perdiéndola porque cada día estaba más reservada con ella,
cada día me distanciaba más, por el miedo y la desconfianza que
sentía. Al final acabó cansándose y diciéndome que había cambia-
do mucho y que no se sentía cómoda conmigo.
Así, iba perdiendo amigos por todas partes. Iba consiguiendo
enemigos, quedándome más sola y aislada, lo cual todavía retroa-
limentaba más mi enfermedad.
Recuerdo un día, de los peores, en que un compañero vino a mi
mesa cantando una canción ya antigua que llevaba mi nombre. Yo
la conocía, era una canción que hablaba de amor, de afecto, hacia la
mujer nombrada. Él se acercó a decirme que había un error en uno
de mis informes. Pero yo eso no podía aceptarlo. No podía aceptar
una crítica, aunque de eso no era consciente. Así es que cuando él
se acercaba afablemente pero para hacerme notar un error, no
podía recibirlo como muestra de afecto, sino que lo interpretaba
como que se estaba riendo de mí, que se mofaba de mí al cantarme
una canción para que yo creyera que me quería cuando lo que me
estaba haciendo me hacía daño. Él desde luego no se enteraba de

25
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

nada, pero sí pudo ver que mi conducta era extraña, que puse un
semblante extraño y que lo que me decía me molestaba.
No podía aceptar un error en mí misma. Mi imagen pública
debía ser intachable. El mantenimiento de mi puesto de trabajo
dependía de ello. En alguna ocasión, cuando no me enteraba de la
fecha clave para entregar algún papel importante en el banco,
como no podía aceptar haberme equivocado, creía que “ellos” lo
habían hecho intencionadamente, que me habían dado las fechas
equívocamente. Me enfadaba y lo proyectaba sobre los otros cre-
yendo que eran ellos los que se estaban riendo de mí, los que me
habían hecho equivocarme, los que lo hacían para fastidiarme. El
mecanismo de proyección estaba actuando con fuerza.
No podía aceptar que se cuestionara mi quehacer. Otro de los
síntomas que detecté es que yo, que había sido siempre experta en
las tareas contables más rutinarias que requerían mucha atención
por ejemplo, empecé a tener muchos fallos. Fallos que por supues-
to no admitía. Me costaba mucho mantener la atención, tenía que
hacer verdaderos esfuerzos. Para mí había sido siempre una tarea
fácil, incluso agradable. Me servía para desconectar de las tareas
más intelectuales que requería mi trabajo. Me parecía como hacer
pasatiempos. Pero en aquella época resultó ser una verdadera tor-
tura para mí, no lograba concentrarme ni mantener la atención.
Este era un síntoma más de la enfermedad. Recuerdo un día en
que estaba revisando una hoja de cálculo con el balance del mes
para una empresa y cometí serios errores. Una compañera se dio
cuenta y me llamó la atención. Yo, como estaba tan enferma no lo
podía admitir, y lo interpreté una vez más como que “ellos” que-
rían buscarme las faltas para poder justificar no ascenderme e
incluso despedirme.

26
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

No me permitía ni tan siquiera estar de baja. En algunas oca-


siones lo estuve. Fue durante algunos días o semanas, y eso minó
más todavía mi imagen púbica. Mi estado era al final ya muy dete-
riorado y mi psiquiatra me aconsejó varias bajas médicas. Recuer-
do que leí en el periódico una noticia acerca de un estudio que
habían hecho sobre la falsedad de la mayor parte de las bajas labo-
rales. Mi cabeza se disparó y me empezó a entrar un gran pánico
por la posibilidad de que alguien intentara acusarme de que mi
baja era falsa y así poder por fin despedirme de mi trabajo. Recuer-
do haber pasado varias noches sin dormir, dándole vueltas obsesi-
vamente. En alguna de aquellas noches recuerdo elaborar una
espiral de horrores y terminar pensando en el suicidio. La cadena
era así: me imaginaba sin trabajo, sin relaciones, abandonada, sola,
sin mis hijos, sin mi marido, denunciada, acusada, en la cárcel, y
ante este panorama, la salida que se me presentaba era entonces el
suicidio. No era una salida que llegara a articular como real, pero
se me ocurría en muchas ocasiones. Era la única salida lógica al
panorama que me imaginaba. La única vía para acabar con tanto
sufrimiento.
He leído que en muchas ocasiones los enfermos relatan situa-
ciones en las que sienten que son escuchados, vigilados, controla-
dos. También sentí que en mi casa había micrófonos, que me
espiaban. Un día en el despacho, alguien estaba pidiendo un día
libre para hacer una gestión familiar, y yo había hablado en casa
de que iba a pedir un día libre para pedir unos papeles de la segu-
ridad social que necesitaba para mi madre. La coincidencia me
hacía pensar en los micrófonos como explicación. De igual forma,
en otra ocasión, alguien podía relatar que quería leer una novela
que yo también estaba leyendo en casa casualmente. O bien
hablaba sobre un programa de televisión que también había visto

27
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

en mi casa el día anterior. Yo no decía nada sobre estas coinciden-


cias que escuchaba, pero sentía que no eran producto del azar
sino que lo explicaba con el hecho de que había cámaras en mi
casa, micrófonos, que me escuchaban y vigilaban, que sabían
cada movimiento que había hecho en mi casa y que luego en el
trabajo todos querían hacerme sentir que lo sabían, todos “ellos”,
los que se reían de mí, y estaban contra mí. Había descartado la
casualidad de mi vida, solo valía la explicación del espionaje.
Hoy en día puedo sentir cómo la casualidad y las coincidencias
rigen nuestras vidas asombrosamente y muchas veces incluso
caprichosa y divertidamente.
En este sentido, recuerdo algo de lo que hoy me hace sonreír y
es que en una ocasión, ya que tenía la costumbre de pintarme los
labios de rojo y sin ellos no me sentía “vestida”, no lograba encon-
trar mi barra de labios preferida en el tocador ni en el cuarto de
baño. Al día siguiente, alguien en el despacho empezó a buscar su
barra de labios y decir que no la encontraba. Para mí aquello fue
visto como el eco de lo que me había pasado el día anterior. No
podía entenderlo como una casualidad, eliminaba los rasgos que
hacían que el relato del otro fuera diferente y lo hacía parecer
semejante, completamente igual al mío. Miraba por un pequeño
agujerito lo que debía ver por la gran puerta.
De igual forma, en otra ocasión recuerdo que la casualidad
hizo que un día fuésemos al trabajo vestidas del mismo color tres
compañeras de mi misma área. Como eliminaba el azar de mi
vida, como no podía soportar no ser única y llevar una ropa de un
color exclusivo, interpretaba todo ello como que alguien tenía
cámaras en mi casa y que podía ver lo que llevaba puesto y hacer
que otros se vistieran de igual forma que yo para volverme loca.

28
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

Incluso recuerdo que ese día pasé por delante del jefe y me sonrió.
No pude evitar pensar que se estaba riendo por cómo iba vestida:
a imagen y semejanza de mis compañeras. Me sentía ridiculizada.
Definitivamente, volvía a eliminar el azar de mi vida, la casuali-
dad. Todo me lo refería a mí misma, al complot.

La desconfianza en mis compañeros llegó a ser tal, que incluso


llegué a creer que querían deshacerse de mí. Mi miedo y temor
eran atroces. La sensación de que los demás quieren matarte y
encima con una sonrisa, riéndose de ti, es de lo más cruel.
Por entonces, yo había vuelto a fumar. En las etapas críticas,
muchísimo más de lo normal, lo cual agravaba mi presentación
pública evidenciando mi ansiedad. Fumaba compulsivamente.
Recuerdo una ocasión en que alguien del despacho me pidió un
cigarrillo y accedí, y me cogió la cajetilla. Salió un momento de la
habitación y volvió al cabo de un rato. No pude fumar un solo
cigarrillo más de aquella cajetilla en toda la mañana porque creía
que los habían manipulado. Tenía la certeza de que habían cam-
biado los cigarrillos del paquete introduciendo otros para que
poco a poco me fueran provocando mayores crisis. No sabía qué
podría ser lo que habían introducido, pero tenía la seguridad de
que si fumaba un solo cigarrillo de aquellos mi situación empeora-
ría. Aquel día no fumé más y mis compañeros se sorprendieron
por ello. Me lo hacían notar y mis respuestas, desde mi miedo
atroz, eran extrañas para ellos. A la salida, compré otro paquete y
el anterior lo tiré nada más salir del trabajo ocultándome para que
nadie viera lo que hacía con él. Mis compañeros veían así en mí,
conductas extrañas que les confirmaban que algo me pasaba. Des-
de aquel día no dejé más el paquete de cigarrillos encima de la

29
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

mesa y si alguien me pedía uno, se lo daba yo misma. La sensación


para los demás era que a mí me sucedía algo extraño.
Así mismo cuando iba hacia mi trabajo todos los días desde mi
casa por la carretera, continuaba pensado que alguien de “ellos”
incluso quería matarme y cualquier fallo mecánico, cualquier inci-
dente (un adelantamiento brusco, un frenazo inesperado del de
delante, etc.) sentía que era preparado, premeditado y que alguien
había querido matarme. Un día una de las ruedas del coche, se pin-
chó, pero yo iba tan absorta en mis pensamientos obsesivos que casi
pierdo el control. En lugar de atribuirlo al azar, interpreté que alguien
había colocado allí material punzante para que yo pasara y se reven-
tara la rueda. Alguien que quería que tuviera un accidente obvia-
mente. Probablemente fuera uno de esos días que no había dormido,
que estaba muy ansiosa, enfadada, con malestar profundo.

Pero no solo desconfiaba de mis compañeros, incluso llegué a


desconfiar de mi psicóloga. Ella no solía llamarme al despacho,
pero recuerdo una ocasión en que lo hizo. Yo no quería que nadie
supiera que iba a un psicólogo. No solía llamarme al trabajo, pero
una vez sí lo hizo para cambiar una cita y me preguntó que cómo
estaba. Como en aquella ocasión tuve que hablar con ella delante
de la gente, de mis compañeros. Sentía como que ella estaba tam-
bién en el complot y que me preguntaba para hacerme hablar
delante de todos y que se descubriera que yo iba a una psicóloga y
que estaba enferma. Así es que llegué hasta a desconfiar de ella.
Hoy en día sé que ella me preguntaba muchas veces cómo estaba
por puro interés de cómo estaba realmente, sobre todo ante la
necesidad de cambiar la cita y por si hubiera hecho falta adelantar
la siguiente sesión si estaba peor.

30
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

Mi necesidad de perfección y mi exigencia me presionaban


cotidianamente. De ello dependía el que conservara el puesto de
trabajo. A veces cuando llegaba al trabajo me obsesionaba con la
idea de que no iba a encontrar aparcamiento. Nada más salir de
casa ya comenzaba a pensarlo y por ello creía que llegaría tarde
a trabajar, que iba a incumplir y que me iban a amonestar por
ello. Mi pensamiento era obsesivo: “no va a haber sitio, tendré que
aparcar lejos, llegaré tarde, me sancionarán...”. A pesar de que todos
los días encontrara sitio para aparcar, al día siguiente volvía a
repetir los mismos pensamientos. Llegaba a levantarme media
hora antes para prevenir que si no encontraba sitio, pudiera
tener margen para encontrarlo. Nunca pasó, y estuve llegando
muy pronto durante mucho tiempo, lo cual todavía me enrare-
cía más ante los demás. Yo manifestaba conductas externas
raras y extrañas que nadie comprendía y no podía comentarlas
porque desconfiaba, porque no lo entenderían, por qué me
pesaban. Así se desencadenaban más reacciones extrañas y hos-
tiles hacia mí. Me iba haciendo más rara cada vez, yo lo reali-
mentaba. Más tarde, mi psicóloga me enseñó a controlar este
pensamiento por la vía del asombro. “Fíjate qué cosa tan rara
pienso, fíjate cómo este pensamiento me ayuda a conocerme más a mí
misma, a saber que lo que me preocupa es llegar pronto para no incum-
plir” y también a explicarlo y entenderlo por mi miedo al cam-
bio. Para mí, encontrarme cada mañana con lo que cambiaba
constantemente cada día, como era el lugar de aparcamiento,
era vivido con angustia.
En otra ocasión, motivada también por mi afán perfeccionista
y mi miedo a perder el trabajo, un día al bajar del coche, tras apar-
car cerca del despacho, había una jovencita que me preguntó la

31
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

hora. Hasta ahí no sentí nada raro, pero cuando llegué a la puerta
del edificio, alguien me volvió a preguntar la hora. Probablemen-
te, estuviera preocupada, enfadada, etc. y empezó el mecanismo:
empecé a desconfiar y a pensar que alguien manipulaba mi reloj
para que yo llegara tarde, pero estuviera convencida de que llega-
ba a mi hora, porque me habían hecho mirar el reloj y podía estar
convencida de que llegaba a mi hora. Fue entonces cuando recordé
que días antes una compañera del despacho me había pedido
prestado mi reloj para ir a desayunar y cumplir con el tiempo de
desayuno. Me estremecí al pensar que algo habían hecho en mi
reloj para que yo llegara tarde y así poder buscarme alguna falta.
Mi desconfianza en la gente y mi miedo a llegar tarde eran tales
que se unían para hacerme sospechar de todo el mundo y pensar
que eran cómplices, que querían volverme loca. Lo peor de todo
era que mi sensación de soledad era abismal.

Tenía de mí misma, una imagen omnipotente y sobrevalora-


da. Recuerdo un día que subía a mi despacho en el ascensor con el
director del despacho vecino y me preguntó que a qué piso iba. Mi
enfado fue considerable debido al hecho de que no me conociera,
pero evidentemente no podía reconocerlo conscientemente. Pen-
saba que cómo era posible que no supiera quién era yo, que tenía
que saber que trabajaba en el despacho de sus amigos, que no era
posible que no reconociera lo que yo valía en el despacho. Me
molestó tanto, que interpreté que quería molestarme y hacerme
daño, ignorándome, y que por eso me lo preguntaba. Hoy pienso
que probablemente fuera un señor despistado, o que tal vez tuvie-
ra un mal día e iba absorto en sus pensamientos o sencillamente
que no me conocía.

32
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

Pero no solo me pasaban cosas raras en el despacho. También


en mi vida cotidiana fuera de él. Así cualquier película podía tener
una doble lectura para mí. Por ejemplo cuando veía una película
de espionaje me alteraba mucho. Mi imaginación era desbordante
y así por ejemplo me sucedió con la película “Enemigo público”.
Comprobé que en la película se daba un increíble despliegue de
medios para controlar a una persona, y pensaba, relacionándolo
conmigo, que si el FBI tenía esos medios para espiar: ¿cómo los
iban a utilizar conmigo? Me daba cuenta de que lo que pensaba era
una barbaridad y de que nadie me podía espiar, que solo el FBI
podía, y que los que a mí me espiaban no eran el FBI. Pero eso lo
pensaba en mis momentos lúcidos, en los momentos de crisis sen-
tía que me espiaban como si del mismo FBI se tratara.
Así mismo recuerdo que cuando peor estaba, sentía que la
conspiración de “ellos” iba contra mis amigos también. Tenía ami-
gos trabajando en la seguridad social, otros en el juzgado, otros en
el ayuntamiento, otros en otros despachos de abogados y empre-
sas. Pensaba que acabarían echándolos a todos y así no tendría
posibilidades de que nadie me ofreciera un trabajo en el futuro.
Pensaba que querían hundirme junto a toda mi red. Cada vez que
un amigo mío me contaba que hacía algo remotamente ilegal en su
trabajo, yo imaginaba que le iban a involucrar en alguna estafa
inducida, que le iban a acusar de un aprovechamiento en propio
beneficio. Sentía como que alguien le estaba induciendo a que lo
hiciera, alguien colocado por “ellos” y así poder ir contra él y
echarle del trabajo. El panorama que yo imaginaba al final era: yo
sin trabajo, mis amigos sin trabajo, mi familia pobre y atormenta-
da, abandonada por ellos y mis amigos, en la cárcel, sola. El esce-
nario me asustaba muchísimo.

33
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

En la casa sentía también que habían “entrado”. Como he


dicho, había eliminado completamente el azar de mi vida. Así, si
por ejemplo un día me dejaba el teléfono descolgado y por tanto
comunicando, yo no aceptaba haber hecho algo mal y lo interpre-
taba nuevamente como agresión externa. Recuerdo un día en el
que había quedado para ir al cine con mi hermano para distraerme
y relajarme. Yo había estado hablando con alguien por teléfono y
al terminar, lo debí de dejar mal colgado. Así que cuando él inten-
taba llamarme, comunicaba. Al final, el teléfono, tras una llamada
mía al exterior, fue colgado, y así él pudo por fin comunicar conmi-
go. Cuando me dijo que cómo es que comunicaba tanto rato, en
lugar de atribuirlo a un fallo humano, a un despiste, lo atribuí a
que también me manipulaban la línea telefónica desde la central.
Imaginaba que había amigos de “ellos” trabajando en la central de
teléfonos y que manipulaban mi teléfono para aislarme de mis
comunicaciones, para enfadarme y volverme loca. Como no podía
admitir mi fallo humano ni la casualidad, lo atribuía al complot.

Por ese afán de perfección y por mi intransigencia y rigidez, no


podía admitir los fallos humanos en mí. Recuerdo un día concreto
en que no me sonó el contestador de casa en el que se me había
dejado un mensaje de que se adelantaba la sesión de la psicóloga y
que, por lo tanto, llegué tarde. Sentí que alguien intervenía mi telé-
fono a distancia para que me enemistara con mi psicóloga y dejara
el tratamiento. No podía admitir un fallo técnico, eléctrico, sino que
mi enfado por haber incumplido, se proyectaba al exterior y me
hacía ver enemigos imaginarios y conspiradores por doquier.
En otra ocasión, a mi marido le comunicaron que le prolonga-
ban el horario de trabajo y empezó a salir más tarde de lo habitual.
Yo pensaba que eso lo habían hecho “ellos” para hacer que yo

34
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

pasara más tiempo sola, y sin ayuda, para que mi marido encon-
trara incluso otra mujer en su despacho y así me abandonara y yo
me quedara sola con los niños. Poco a poco, conseguirían que fue-
ra perdiendo la cabeza y al final conseguirían quitarme incluso a
los niños. Mis visiones de futuro eran macabras. Mi miedo era
atroz. Son precisamente este tipo de sentimientos los que he podi-
do vislumbrar en muchos de los relatos que hace la prensa sobre
estos enfermos y sus actitudes.
También la calle estaba llena de elementos “malignos”. Un
simple paseo por la calle podía inquietarme muchísimo. Cuando
paseaba, sobre todo por el centro, solía ver indicios de complot en
la gente que pasaba. Una mera sonrisa de un paseante podía ate-
rrarme. Es algo que ahora constato que pasa muy a menudo, inclu-
so muchas veces me encuentro que lo hago hasta yo misma.
Entonces, yo creía que quien se cruzaba conmigo sabía lo que me
pasaba y que se estaba riendo de mí. Creía que muchas personas
de las que pasaban por la calle, estaban allí para controlarme, para
hacerme sufrir, que se reían porque sabían lo que me pasaba, y que
todas estaban aliadas contra mí, que eran amigas de “ellos”, gente
que se cruzaba intencionadamente conmigo, que estaban puestos
allí por “ellos” para controlarme y hacerme sentir cercada. Aun
hoy, cuando veo a alguien que sonríe por la calle, me pasa por la
cabeza este pensamiento, no obstante lo desecho enseguida pen-
sando, “pues se acordará de algo que le gusta”, “acabará de ver algo que
le ha hecho gracia”, o tal vez, “le recordaré a alguien”, no preocupán-
dome por pensar esto en el mismo nivel de orden que los otros
pensamientos. Otras veces ya ni lo veo. Mi pensamiento antes era
unidireccional: solamente pensaba una sola cosa, que se reían de
mí, y además no podía ver otras interpretaciones y sufría por ello.

35
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Recuerdo un día en una librería de derecho que para mí fue


horrible. Fue durante el posparto, en la baja maternal. Como anda-
ba preocupada obsesivamente por mi trabajo, me dedicaba a reci-
clarme y aprender más cosas. Así que necesitaba un libro y lo
había encargado en una librería cercana a la oficina, pero no fui a
recogerlo porque lo encontré más tarde en otra librería también
cercana. El encargado de la librería donde lo compré al final, me
enseñó otro libro y me dijo: “este no es ¿no? –señalando otro que
había allí– “Es que algunos clientes encargan libros que luego no pasan
a recoger”. Yo me sentí golpeada, como si todos los libreros estuvie-
ran aliados y se contaran las cosas respecto a mí, porque eran ami-
gos de “ellos”, los de mi despacho y todos iban contra mí. Yo había
desobedecido, me sentía culpable por no haber ido a recoger el
libro que había encargado en la otra librería, y ahora me parecía
que me reñían por no haberlo hecho. Sentía que sabían lo que
había hecho y ahora me lo recriminaban indirectamente. Me sentía
centro del mundo, como que todo el mundo me estuviera contro-
lando y encima quisieran hacerme daño, todo por el complejo de
culpa que tenía. Es sencillamente poner en los otros, lo que inter-
namente pasa en ti.
Mi vida cotidiana se veía afectada, mis aficiones de siempre ya
no me atraían. Recuerdo en una ocasión en que mi marido, para
animarme, me propuso hacer un viaje a París con los niños. Había-
mos ido alguna otra vez a París en nuestra etapa de novios y tam-
bién a Nueva York, a Praga, a Italia, etc. Siempre nos había gustado
mucho viajar. Pero ahora ya no tenía ganas. Me encontraba apáti-
ca. Recuerdo pasear por las calles de París, empujando el cochecito
de la niña sintiendo que me pesaban los hombros, las piernas, y
paseaba por sus tiendas de moda que siempre me habían atraído,
sin ninguna inquietud ni emoción de ningún tipo. Eso me dio que

36
LA ENFERMEDAD Y SUS EPISODIOS DE CRISIS

pensar porque me encontré en lugares que antes me excitaban, con


la más completa de las abulias. Me daba igual estar en París que en
Pekín. No había interés alguno.
Nunca sabré si lo que tuve fueron alucinaciones o no. Pero
recuerdo una época en que tenía todos los camisones iguales. Había
encontrado el modelo ideal, y tal era mi obsesión por la seguridad y
el control que había comprado cinco o seis iguales, al igual que mis
calcetines. Mi miedo al cambio me hacía comprar el mismo modelo,
para asegurar que no habría incertidumbre, también para controlar.
Los tenía guardados en un cajón. Una noche, en pleno delirio, me
levanté y se me ocurrió mirar el cajón de los camisones. Estaban
todos ordenados por colores, perfectamente ordenados. Eso me
asustó. Nunca supe si me había levantado y los había ordenado, si
los había ordenado y no me acordaba, el hecho es que me asusté de
mi misma, porque me veía francamente enferma. Me volví a acostar
o eso supuse. A la mañana siguiente no me atrevía a mirar el cajón.
Cuando finalmente lo hice, no recuerdo haberlo visto tan ordenado
ni tan perfecto. Tampoco nunca supe si me levanté de verdad de la
cama o fue un sueño, pero lo viví como real. Nunca sabré qué pasó.
Si fue sueño, delirio, sonambulismo, o qué.
Podría relatar muchos otros episodios, pero son más varieda-
des de lo mismo con distintos escenarios, distintos personajes,
pero los miedos, la sensación de complot, de pánico, de inseguri-
dad en un mundo donde te sientes solo, perdido y amenazado es
la tónica común.

37
4
DE LA MEDICACIÓN
Y LA PSICOTERAPIA

Alguien dijo que cuando tienes una enfermedad no puedes


volver al estado anterior a la enfermedad porque no era funcional,
es decir, que tuviste la enfermedad porque no estabas bien, por-
que así no podías funcionar. Por eso no se puede volver al estado
anterior, sino que tienes que cambiar, y se cambia, claro que se
cambia. La enfermedad es el principio del cambio, el nacimiento a
otro estadio de tu vida, a otra etapa. Para algunos es el final de la
persona, para otros el principio de su nacimiento. Quiero pensar
que yo renací a raíz de ella.
Desde pequeña me había atraído mucho la psicología, aunque
nunca como terapia, sino meramente como curiosidad. Así que
cuando estaba tan desquiciada y mi hermano me propuso ir a un
psicólogo, a pesar de que las primeras veces lo rechazaba porque
no era consciente de mi enfermedad y no me parecía oportuno
desde mi delirio, al final accedí en aras de buscar una solución a
mi situación ya insostenible. Mi desesperación y mi afición por la
psicología abrían las puertas para que entrara en mi vida un pro-

39
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

fesional de este campo. Además mi hermano me transmitió su


experiencia positiva con los psicólogos: su pareja era psicóloga y
también amiga mía. Por tanto accedí a una primera consulta.
La primera psicóloga a la que acudí, en una primera sesión y
después de escucharme atentamente, me remitió al psiquiatra
que resultó ser un profesional sin corazón que me dejó sola al día
siguiente, por una “indisposición nocturna” según me dijo su
enfermera, con los efectos secundarios de la medicación tomada
por primera vez y sin haberme prevenido de sus efectos. Yo salí
de casa a hacer unas gestiones que tenían plazo. Al levantarme,
me mareaba pero tal era mi sentido de la responsabilidad que fui
a hacerlas sin plantearme la posibilidad de no ir. En el trayecto
podría haber tenido un accidente porque realmente no estaba en
condiciones de conducir coche alguno, pero lo hice.
¿Cómo se puede dejar y no tener previsto que un paciente
llame en el primer día de su medicación sobre el que no has avi-
sado de los efectos secundarios y le dejes a su libre albedrío?,
¿cómo se puede dejar solo a un paciente cuando ha puesto todas
sus esperanzas en ti?, ¿máxime de un enfermo que precisamente
uno de sus puntos débiles es la desconfianza en el resto? ¿Cómo
puedes seguir alimentando su desconfianza en el primer día de
medicación? Hay gente de todo tipo por este mundo de los psi-
quiatras.
Afortunadamente para mí, di con “un ángel de la psiquiatría”
gracias al azar. Fui a mi médico de cabecera que, de manera total-
mente insensible, me decía que me daba unos días de baja y que
era mejor que volviera a trabajar, que si no eso se enquistaba y no
habría forma de que reanudara mi trabajo, y ante los ojos atónitos
de mi hermano, nos remitió al especialista al que fuimos y que ya

40
DE LA MEDICACIÓN Y LA PSICOTERAPIA

nos firmó la baja necesaria para poder aliviar la enfermedad. La


psiquiatra resultó ser una gran profesional además de una exce-
lente persona, de una calidad humana inigualable. Nuevamente
hay gente de todo tipo y más valdría a quien no sabe, remitir al
especialista para que evalúe según sus conocimientos, tomar
unos cursos de sensibilización ante este tipo de enfermedades.
De otro modo, se puede uno equivocar profundamente.
Aunque al principio mi psicóloga me parecía adecuada, pues-
to que me sentía escuchada y cuidada en mis primeras fases del
tratamiento, poco a poco fui descubriendo que no me ayudaba,
que no progresaba nada. Me daba recetas prácticas sobre cómo
hacer cosas, cómo moverme por la vida. Pero continuaba tenien-
do mucho malestar, estaba cansada, quería resultados rápidos.
No podía esperar. Tuvo dos o tres detalles feos, que no me gusta-
ron. Me enfadé con ella. Así que decidí cambiarme de psicólogo.
Volví a tener alguna otra crisis y eso me desesperaba.
A través de un amigo, siempre ocultándolo y en secreto, fui a
una nueva consulta de un psicólogo que me decían que era el
mejor profesional de la ciudad. Como en las grandes ciudades,
encontrar un buen profesional es difícil. Además hay que ocultar
que vas a un psicólogo porque todo el mundo se acaba enterando
de ello. De este modo aparecí en su consulta tras varios intentos
de cita a los que fallaba por desconfianza, por imprevistos y otras
causas, hasta que al final, mi psiquiatra me “ordenó” que fuera y
me hizo darme cuenta de que yo no acudía a las citas por miedo,
por falta de motivación, por pesimismo ante la sanación. Tam-
bién abandoné a este psicólogo que no me gustó en absoluto y
con quien no sintonizaba en nada. Algo me decía que no era un
buen profesional. Yo continuaba desconfiando, impaciente y
ansiosa. En este mundo de los psicólogos, igual que en otras pro-

41
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

fesiones, hay buenos y malos profesionales. Pero continué pro-


bando.
Por último, acabé en la consulta de una psicóloga que resultó
ser– esta vez sí– toda una profesional. Así es que empecé ya seria-
mente mis sesiones de psiquiatra y psicóloga paralelamente. Una
me servía para eliminar los síntomas al tiempo que de apoyo
moral; y la otra dirigía un proceso de desestructuración-estructu-
ración, por otra parte inevitable en una enfermedad como ésta.
Lo que yo seguía muy disciplinadamente era la toma de la
medicación. En los foros hay muchos detractores de la medica-
ción, hay gente que propone el Omega 3, la homeopatía, etc. pero
todo lo que he leído y vivido al respecto me demuestra que la
medicación ortodoxa es una pieza clave en el proceso de recupe-
ración. Eso sí, hay gente a la que no le aciertan con el medicamen-
to específico o bien con la dosis, pero el paciente debe comunicár-
selo a su médico y que éste tome las medidas oportunas. También
hay gente que adapta la medicación a su caso según su propio
criterio, son los pseudo-médicos que se autorrecetan personal-
mente. Cuando indagas en algunos casos ves que se trata de pro-
cesos de automedicación que hacen que el tratamiento falle. En
mi caso, creo que una base importante de la recuperación fue mi
orden y seriedad ante las tomas de medicación.
Hay otro factor que incide y es que en mi caso era fácil puesto
que yo no consumía ningún tipo de droga ni alcohol. Nunca me
ha gustado ni el alcohol ni fumar un porro, ni tomar una pastilla
de nada. Siempre he sido muy sana. Las drogas y el alcohol cau-
san efectos perniciosos sobre esta enfermedad como muy bien
saben los psiquiatras. De hecho actualmente puede ser uno de los
desencadenantes de la enfermedad. En mi caso este origen estaba

42
DE LA MEDICACIÓN Y LA PSICOTERAPIA

descartado. La única adicción que yo tenía era el tabaco, pero eso


no afecta en nada.
Bien es cierto que en psiquiatría, no hay consenso, ni ciencia
cierta, sino más bien tentativas o experimentos, pero el trata-
miento psiquiátrico es un proceso interactivo en el cual el pacien-
te dice cómo se siente, y el médico prescribe. Hay reacciones
esperadas, y otras inesperadas. Pero de todas se aprende para
ajustar medicación y dosis. Al principio probaron con medica-
ción clásica, de la de los años sesenta, luego, como no reaccionaba
bien puesto que tenía muchos temblores y rigidez en el cuello,
además de tener algunas nuevas crisis aunque más leves; me
cambiaron a uno de los antipsicóticos de nueva generación. Lo
tomaba en gotas y me adapté mejor a éste. No obstante, cada uno
ha de probar su medicación. De cualquier forma, conseguimos
acertar tras un proceso de entendimiento y comunicación con mi
psiquiatra en el que íbamos ajustando, cambiando, probando. La
cuestión necesaria es paciencia y dosis de humildad por parte del
psiquiatra, además de confianza en el médico por parte del
paciente. La medicación, acertada, hace efecto a las semanas y
hasta entonces, mucha gente desiste porque no cree que le haga
ningún efecto y adapta la medicación según su criterio, de ahí
muchas recaídas. He conocido casos de gente que decía “es que me
siento mal” y luego descubrías que tomaba la medicación cuando
le venía bien y en la dosis que él estimaba adecuada, no según la
prescripción. O bien, en otras ocasiones, no tenía una relación
fluida con el psiquiatra. En mi caso, mis recaídas acontecieron en
momentos en que mi psiquiatra había decidido eliminarme la
medicación por una supuesta mejoría y así también tras el pos-
parto, en el que no tomaba medicación alguna, sobrevino una vez

43
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

más. Fue algo totalmente inesperado. Tras el primer parto todo


había ido bien, pero tras el segundo todo fue terrible. Creí recupe-
rarme tras la baja maternal, a la que añadí dos meses más, una
vez me empecé a sentir mejor y me obligué a ir al trabajo por mi
miedo a perder mi puesto, pero fue todo peor.
De todas formas, como he dicho, era muy disciplinada y me
tomaba todo lo que me prescribían y cuándo y cómo me lo decían.
Tomaba mi dosificación puntualmente a las horas y en las dosis
convenidas. Para evitar equivocarme, tenía mis pequeñas ruti-
nas, después del desayuno, después de comer y después de
cenar. Durante esta etapa desarrollé mucha paciencia y eso me ha
servido para muchas otras cosas. Es una cosa que he aprendido
de esta enfermedad: a tener paciencia y a esperar que las cosas
lleguen, ayudándolas, eso sí.
De todas formas, también la relación con el psiquiatra está
condicionada por los tiempos que les dejan pasar con sus pacien-
tes, por la organización de la sanidad en cada zona, por la profe-
sionalidad del médico, por su calidad humana que trasciende lo
profesional. Un profesional que no se haga querer por los pacien-
tes, y que no sea comprensivo, establecerá vínculos más débiles y
menos efectivos con sus pacientes que otro que sí los establece. Al
menos esa es mi experiencia. Tienes que confiar en tu médico y
esta confianza a veces depende del tiempo de contacto, de la cali-
dad del contacto, de la personalidad del médico o del paciente,
etc. pero hay temas que se pueden mejorar desde las institucio-
nes. Hay muchos casos de psiquiatras que están con su paciente
diez minutos. ¿Qué se puede contar en diez minutos? A pesar de
que soy muy organizada, muy sintética y precisa, ni en diez
minutos hubiera podido hacer nada. Así que, es preciso reclamar
más tiempo de atención y mayor calidad en la atención. Se trata

44
DE LA MEDICACIÓN Y LA PSICOTERAPIA

de un derecho como pacientes, sean reales o potenciales pues


nadie está libre de caer mañana en una enfermedad como ésta o
similar, y los que ya la tienen se merecen todo el respeto del resto
de la comunidad.
Por otro lado, todo la parte que aportan los psiquiatras no es
nada sin la otra pata: la psicoterapia. He leído también muchas
cosas de la bonanza de ésta en la recuperación de la enfermedad
y sobre todo, lo he experimentado en mi propia vida. Yo creo que
es algo muy necesario. Como me contaba un enfermo que conocí
por Internet, es como si fueses un carro que anda viciado hacia un
lado. La medicación te provoca que ya no andes hacia ese lado,
pone un remedio superficial; pero si no abordas el problema de
raíz, si no vas a solucionar la causa de por qué el carro va viciado
hacia un lado, cuando elimines el remedio, se volverá a ir hacia el
mismo sitio o al menos tendrá un gran riesgo de que así suceda.
Sin embargo, con la psicoterapia trabajas para intentar que el
carro deje de ir viciado. Se puede cambiar la forma de andar del
carro, sobre todo si se es joven y se tienen ganas de hacerlo. Por-
que hay gente para todo. Pero en fin, siendo joven, que es lo que
sucede en la mayoría de los casos diagnosticados de esquizofre-
nia según las estadísticas, se tienen muchas posibilidades de
cambiar. Eso sí. Si se encuentran las herramientas y medios ade-
cuados.
La psicoterapia es un trabajo, un proceso lento, pero seguro.
Una enferma que conocí solía llamarlo, “licenciatura en mí misma”.
Mientras muchos han dedicado sus años a hacer masters, estu-
dios superiores, posgrados, etc.; yo los dediqué a mí, a saber más
sobre mí, para ayudarme a vivir mejor, es por eso que relativizo
la importancia de los estudios especializados. A mí al menos no

45
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

me ha dado tiempo, he tenido que trabajar sobre mí misma para


poder sobrevivir, o bien, para vivir mejor.
En un principio, no me creía mucho la labor de la psicotera-
pia, mi formación de jurista queda muy alejada de este mundo, a
pesar de que siempre me ha atraído la psicología, aunque sólo
como juego. Pero la verdad es que nunca había pensado que
pudiera solucionar problemas tan graves como el mío, por ello
desconfiaba un poco. Bueno, la verdad es que nunca me había
planteado que pudiera servir para cosas como ésta, también es
que, como pensarán muchos, nunca me había pasado una cosa
como ésta. Pero es cierto, es un proceso lento, duro pero efectivo.
Al principio, frente al psicoterapeuta te sientes como si estuvieras
ante una esfinge, una señora, en mi caso, que mostraba cara de
impasible y que de cuando en cuando te hacía unas preguntas
que te hacían llorar. No entendía nada. Así que es un proceso
muy duro, remueve todo tu interior, todo lo que creías, te toca en
lo más profundo y te duele. Al principio de la psicoterapia sientes
como que todo está “patas arriba”, que no hay orden, que empie-
zas por algo que te pasaba y resulta que de lo que hablas es de
otra cosa que además te duele. No entiendes nada. Todo va muy
lento, te desesperas y crees que no vale para nada. Es con el tiem-
po cuando todo comienza a ordenarse, cuando ves que tiene
relación lo de fuera con lo que ocurre entre tu psicoterapeuta y tú.
Como me dijo uno de los primeros psicólogos a los que fui, “al
principio es como si tuvieras tu habitación a oscuras, y no supieras dón-
de está puesto nada, y luego es como si fueras alumbrando cada parte de
la habitación y descubriendo dónde está cada cosa, localizando y orde-
nando cada cosa”. Esta frase creo que define muy bien qué es la
psicoterapia. Desgraciadamente, con él no pude ordenar nada.

46
DE LA MEDICACIÓN Y LA PSICOTERAPIA

La psicoterapia es un proceso de autoconocimiento duro pero


efectivo. El proceso de autoconocimiento es el único que puede
llevar a la felicidad, a la satisfacción con la propia vida. Conocer-
se es poder disfrutar del resto. Entender tus mecanismos es el
primer paso para poder cambiarlos, para poder analizar por qué
te hacían funcionar inadecuadamente. Saber diferenciar qué está
en ti, y qué en los otros. Conocerse para saber qué necesitas, qué
quieres. Y esto es un proceso particular, algo que nadie puede
hacer por ti, algo que has de descubrir tú solo con ayuda profesio-
nal o bien porque la vida te haya enseñado a aprenderlo, aunque
este camino es más difícil si estás enfermo. Sólo tú sabes qué es lo
que te da la felicidad. Nos pasamos la vida yendo detrás de sue-
ños ajenos: un coche, una casa, una familia, un trabajo bueno, ser
famoso en tu medio, etc. cuando para cada uno cada cosa tiene un
sentido, cuando tal vez no esté en el tener, sino en el ser, como
decía Fromm. Tal vez lo que a otro le da la felicidad para ti sea
una tortura. Tal vez lo tuyo tenga un sentido particular y solo tú
lo codicias. No puede ser que todos consigamos la felicidad con
las mismas cosas. Somos muy distintos. Y es que al “ser” sólo se
llega por la vía del vivir, del indagar, del trabajo personal. Por eso
hay que vivir para saber qué es lo que cada uno necesita. El obje-
tivo último de cada uno es que nos quieran, es sentirnos queri-
dos, y creemos que por tener más nos van a querer, vamos a ser
más deseados, más amados. Es ese el modelo que nos venden.
Que nos quieran depende de cómo seamos y eso puede estar en
cualquier sitio, teniendo o sin tener. Y así depende de que sepa-
mos qué necesitamos para poder encontrarlo y saber apreciarlo
cuando lo tenemos.
De igual forma se me quedó grabada otra frase que decía que
“cada uno vemos la vida con unas gafas de un determinado color y aun-

47
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

que alguien se empeñe en decirte que es rosa, tú lo ves verde”. Con el


tiempo empiezas a ver que las cosas tienen muchos colores y que
no son solo verdes, como tú las ves. Empiezas a ver que hay
muchos puntos de vista, que cada uno tenemos uno, que enrique-
ce ver los de los demás, que hay que respetarlos y aceptarlos
aunque tú veas otras cosas, y que incluso a veces puedes llegar a
verlo de otro color, como el de aquél que te lo indicaba.
Había comenzado mi paso hacia otra etapa de mi vida, hacia
el cambio.

48
5
DE MI FAMILIA

Este fue el primer tema que apareció en mi psicoterapia. Yo iba


por un problema inmediato en principio profesional y en parte de
pérdida familiar y de apoyos y me pasé mucho tiempo solamente
reubicando a mi familia, llorando y llorando, sacando viejas heri-
das y recolocando mis relaciones con ellos. De lo que yo pensaba
de ellos, a lo que acabé pensando iba una gran distancia. Fui des-
cubriendo cómo eran cada uno de ellos y la relación que tenía y
había tenido con ellos. Con cada psicólogo que fui, empezaba
hablando de mi familia.
Durante años, había pasado mucho tiempo enfadada con mi
madre, por viejas heridas de cuando yo era pequeña. Sabía que ella
no tenía la culpa pero yo vivía aquella relación con amargura. Aun-
que no me atrevía a reconocerlo porque había aprendido que a los
padres se les venera, algo en mi interior no funcionaba. Sin embar-
go, he ido aprendiendo a través de mis hijos y he ido descubriendo
que los padres hacen las cosas con la mejor intención pero que no
siempre tienen los efectos deseados, y que cada uno tenemos nues-

49
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

tras miserias que arrastramos por la vida y que a veces hacen daño
a los demás, independientemente de nuestra intención. Es la rela-
ción con el otro lo que nos pone en contacto con el daño involunta-
rio, lo que nos permite corregirnos. Los padres hacemos lo que
podemos, con nuestra mochila de errores y cosas buenas a la espal-
da, con la mejor intención. Pero evidentemente a veces las cosas
salen bien, a veces mal. Como fui sobreprotegida y muy egocéntri-
ca, y tenía la tendencia a responsabilizar a mis padres de muchas
cosas que me pasaban, cuando era yo quien había elegido hacer las
cosas como las había hecho. Ellos sencillamente vivían su vida. Yo
la mía. Hoy repito además algunos de esos esquemas. Tal vez mis
hijos reaccionen de similar forma a la mía el día de mañana. Es algo
que voy intentando corregir, pero me cuesta.
Mi madre, en su vida activa, fue enfermera y ha tenido siempre
una gran capacidad de entrega para con los demás, con un gran
sentido del deber. Es una mujer fuerte, enérgica, muy activa, aun-
que ahora con la edad es más vulnerable. Eso sí, un poco fría y
rígida, y sobre todo, muy exigente. Sin embargo su interior es más
bien frágil, ella no se permite sentir. Le gusta poco manifestar sus
sentimientos, de hecho incluso los anestesia, pero en muchas oca-
siones he visto que, como todos, los tenía y que era vulnerable.
También es muy desconfiada y me ha transmitido la forma de ver
el mundo como su madre se lo transmitió a ella. Al igual que mi
padre, ha sido siempre muy sobreprotectora. Eso sí, siempre con la
mejor intención, con el deseo de cuidarnos y que no sufriésemos.
Soy la tercera de cinco hermanos y, al igual que mi hermana
anterior, tenía un fuerte carácter desde pequeña. El caso es que en
mi infancia mi madre debía sentirse fatal con mi mal genio. A
pesar de ser una niña muy agraciada de lo cual mi madre debía

50
DE MI FAMILIA

estar orgullosa puesto que físicamente le recordaba a ella misma;


tenía muy mal genio. Ese era mi gran defecto. Cuando quería algo
me debía enfadar mucho y conseguía muchas veces lo que quería
(dentro de unos límites por supuesto), probablemente porque pro-
testaba mucho y porque por no oírme, me daban lo que quería.
Tenía una voz muy aguda y aun la sigo teniendo, y debía ser muy
molesta. Así desarrollé una baja tolerancia a la frustración. Todo lo
que quería, lo solía conseguir con sólo enfadarme. Pero esto no
debía ocurrir siempre. En otras ocasiones en lugar de darme lo que
quería, me reprimían el mal genio. Con esto no estaban reconduci-
dos mis enfados, no se me ayudó a llevar una línea coherente, ni a
canalizar la agresividad, a reconocerla y a reconducirla. Por tanto,
como mi madre no debía soportar mis enfados y creía que eso
debía de reprimirse, así lo hizo.
También en el colegio supongo que debía enfadarme mucho,
me debía frustrar mucho, pero aprendí que eso había que repri-
mirlo. Que con la autoridad uno no puede enfadarse. Decía Gole-
man que “el primer paso para crear un paranoico consiste en adiestrarle
a negar sus sentimientos de rabia y dolor hacia su padre” esto es, hacia
la autoridad. A la larga, aprendí a reprimir mis enfados, mis des-
acuerdos con la autoridad, fuera mi padre o mi madre o mis profe-
sores; en general, y a no saber qué hacer con mi agresividad. “Niña,
ese genio”, “que no te enfades”, “¿sabes lo fea que te pones?”, “mira, tus
hermanos, tus compañeros, no se enfadan tanto” y con frases así me
imagino que iría aprendiendo que con los demás no había que
enfadarse y menos con la autoridad. Esto me ha reportado muchos
problemas posteriores porque yo no podía decir lo que sentía
cuando no estaba de acuerdo con alguien y no sabía qué hacer con
tanta rabia. Así que aprendí a utilizar un mecanismo muy simple:
la proyección. Proyectaba esa rabia incontenible en el exterior y me

51
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

la dirigía a mí misma en forma de amenaza. Sentía que todo el


mundo estaba contra mí, que no me querían, que hablaban de mí.
Y eso era una espiral que se autoalimentaba sola. Así me quedaba
como “la buena” y el otro como “el malo”. No podía enfadarme,
tenía que sacar el enfado de mí, no podía tolerarlo en mi interior y
así lo atribuía al otro, no a mí. Yo, el centro del mundo para todo,
me enfadaba, lo proyectaba, me sentía amenazada, con lo cual
provocaba conductas hostiles hacia mí en los otros basadas en mi
hostilidad hacia ellos, y así sucesivamente. Con estas conductas, lo
iba retroalimentando. En mi caso, este es uno, aunque no el único,
de los mecanismos básicos de la enfermedad.
Además sentía una vieja herida con mi madre. Después de
nacer mi hermano pequeño me debí sentir desplazada en el afecto
de mi madre y como venganza debí empezar a mirar hacia mi
padre. Por eso, después de haber intentado ser amada por mi
madre, empecé a adorar a mi padre, por eso me identificaba más
con él. Debí sentir tal dolor de ver que mi madre adorada dejaba de
atenderme por atender a mi hermano pequeño, que giré hacia mi
padre. Esa fue mi venganza con mi madre, mi pataleta de niña.
Mi hermano con los años llegó a ser mi mejor amigo. Pero la
herida estaba ahí, no la entendí ni la procesé. Posteriormente y en
mi vida adulta, volvía a revivir el desplazamiento o rechazo cada
vez que dejaba de ser centro de las reuniones familiares, de los
éxitos laborales en el despacho, etc.
Por otro lado, también alimentaba mi enfermedad el hecho de
sentirme centro desde pequeña, el hecho de estar acostumbrada a
ser una niña-centro, una niña-estrella. En el colegio, solía destacar
en escritura y lectura, en deportes–sobre todo en baloncesto–, en
ballet debido a mi porte y flexibilidad, etc.; incluso llegué a ganar

52
DE MI FAMILIA

algún concurso en el colegio. Recuerdo que a veces, en el recreo,


una profesora me hacía dar algunos pasos de ballet delante de
otras profesoras para que lo vieran. Me había acostumbrado a ser
una niña-centro. Esto, unido a mi poca capacidad de frustración y
a la represión de mis enfados, me provocaba el sentimiento de
querer ser la protagonista de cada cosa que pasaba a mi alrededor
y la proyección de la agresividad en el afuera.
Un factor añadido a todo esto era mi fuerte introversión y mi
extremada sensibilidad. A pesar de ser una niña que se sentía
objeto de las miradas de todos y de tener múltiples sentimientos
contradictorios al respecto, no expresaba mi satisfacción, mi des-
concierto, mis afectos, ...no expresaba nada, lo reprimía, no sabía
cómo hacerlo. A la vez que reprimía mi agresividad, había apren-
dido también a ocultar mis sentimientos. Es más, incluso entraba
en conflicto conmigo misma porque me sentía avergonzada de
tanto éxito, no sabía cómo manejarlo, me hacía sentirme incómo-
da, apenas hablaba de ello, simplemente lo vivía, pero al mismo
tiempo estaba acostumbrada a que me trataran de forma espe-
cial.
Así mismo tenía un mundo interior muy rico, era muy sensi-
ble, le daba muchas vueltas a las cosas, no hablaba mucho por lo
general, aunque tampoco tenía graves problemas de socialización.
Tenía un gran sentido del deber y sabía que debía hacer lo propio
para integrarme a pesar de que me costaba y no era muy hábil.
Para los demás, era “callada, muy seria, responsable, muy disciplinada
y complaciente y lloraba en algunas ocasiones”, según decían mis
padres y profesores. Sé que es difícil de entender, pero era un
amalgama de sentimientos contradictorios y confusos. Los huma-
nos solemos ser muy complejos, es lo que nos caracteriza.

53
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Durante la terapia me reconocí dolida con mi madre, pero la


vida me hizo reconciliarme con ella y reconocer lo que había pues-
to yo en ello. Pasé por una larga etapa de enfado con ella, aunque
luego se me fue pasando al sentir cómo estaba cerca de mí cuando
la necesitaba y eso cambió toda mi percepción hacia ella. En mi
enfermedad fue una persona vital y comprendí que eran sus pro-
pias limitaciones y su necesidad de cuidar de otro niño más peque-
ño, entre otras cosas, las razones que tenía que entender. Así mis-
mo reconocí en mí misma partes de mi padre y de mi madre que
me ayudaron en la recuperación: la fuerza de voluntad, la respon-
sabilidad, etc.
Al acercarme a ella, empecé a sentirla frágil, vulnerable, huma-
na, por otro lado como a mí misma. Cuando te comprendes vulne-
rable es cuando eres capaz de comprender la vulnerabilidad del
otro. Ella lo hacía con toda la mejor intención del mundo, como a
ella también le habían enseñado, según su forma de ser. Por otro
lado, como yo lo he venido haciendo hasta hoy con mis hijos. Lo que
pasa es que no sé hacerlo mejor, cada uno tiene sus propias limita-
ciones que no puede superar. Algunas podemos superarlas; otras
son inevitables, incorregibles. Hoy en día me he reconciliado con mi
madre. A pesar de que está ya muy mayor y de que ya no tiene la
energía de antaño, la veo vulnerable y cercana, humana. Nos hemos
acercado mucho. Nos hemos comprendido mucho. Sigue teniendo
su fuerte carácter, y es muy exigente y así se lo hago notar, pero he
aprendido a quererla. Mis hijos la adoran hoy en día y pasan
muchas tardes escuchando sus historias, de lo cual me alegro. Dicen
que “la abuela sabe mucho” y que cuando sean mayores quieren ser
como ella, sobre todo por su energía y vitalidad. A pesar de ser tan
exigente y sin tregua, tiene valores positivos.

54
DE MI FAMILIA

Otro tema era mi padre. Con mi padre me debí identificar en


gran medida. Físicamente no me parecía en nada a él, pero nos pare-
cíamos mucho en el carácter. Y sobre todo estábamos muy cerca en
cuanto a intereses y aficiones. Él era abogado igual que su padre. Yo
también estudié derecho igual que él. Siempre me interesó el mun-
do del derecho y lo tenía cerca a través suyo. Recuerdo nuestras
largas conversaciones durante la carrera sobre leyes, casos, etc. La
pena fue que él no me vio terminar la carrera. Le hubiera gustado.
El exterior me marcaba con sus condicionamientos y así todo el
mundo me lo repetía: “Es igual que su padre”. Con el tiempo descu-
brí que sí, que me identificaba con él, pero que también era muy
distinta, pero es cierto que conectaba mucho con él. Tal vez cuando
me sentía mal con mi madre de pequeña me refugiara en él, o él no
me tratara nunca como mi madre, o bien, como decía, fue la peque-
ña venganza frente a su mayor atención hacia mi hermano. No lo
sé. El caso es que yo me sentía más cercana a él.
Mi padre era muy activo, muy noble, muy responsable y serio,
un trabajador nato que no había hecho otra cosa en su vida sino
trabajar. Trabajó incansablemente para sacar adelante a cinco hijos
y esa era realmente la razón de su vida. No sabía cómo mostrar
afecto verbalmente o con gestos pero nos quería mucho y nos lo
demostraba a su forma. Lo hacía a través de estar pendiente de
todos nosotros y proporcionarnos lo que nos hiciera falta. Era muy
buena persona. Muy introvertido y también ansioso y nervioso.
Eso le jugaba malas pasadas. Yo quise ayudarle en muchas ocasio-
nes pero yo no era una profesional de la psicología y él no creía en
esas cosas. Su despacho de abogados era uno de los más prestigio-
sos de la ciudad. Para mí, por tanto, el valor trabajo era muy
importante. Murió cuando yo estaba a punto de acabar la carrera.

55
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Tanto mi padre como mi madre eran unas personas muy acti-


vas y a la vez muy disciplinadas. Los dos nos inculcaron, cada uno
a su estilo, que el trabajar era importante y además, con un alto
nivel de exigencia. Mi padre desde su rol tradicional masculino y
mi madre como medio de independencia respecto del hombre. Así
que para mí, el trabajo era muy importante y además, según las
enseñanzas de mi madre y mi propia experiencia vital, destacar en
él. Por ello me pasé la mayor parte de mi vida queriendo más y
más, buscando cotas más altas. Cuando ya había terminado el
bachillerato, hacer una carrera; acabada la carrera, ¿qué más?, ser
una brillante profesional. Me costó mucho el final de la carrera por
la enfermedad y también porque me debatía entre acabarla o no.
Me debatía en saber si era un deseo mío o de mis padres, si lo hacía
porque realmente yo así lo sentía o era por los deseos de ellos. Y ¿si
seguía?, ¿cuál sería la siguiente etapa?, ¿no pararía nunca? El caso
es que tras varias sesiones de psicoterapia con el psicólogo en las
que me sentaba en dos sillas alternativamente que simbolizaban
las dos posturas, comencé a dilucidar qué quería: por fin, decidí
que era un deseo mío, un fin de etapa vital y así la acabé. A partir
de entonces empecé a tomar muchas decisiones en mi vida, cosa
que antes no hacía.
En la actualidad todavía tengo viejas heridas con mi familia.
Cuando nos juntábamos todos, cuando jugábamos esas eternas
partidas de cartas, o nos sentábamos alrededor de la chimenea en
nuestras reuniones familiares, me anulaba casi totalmente y secun-
daba todas las actividades del clan familiar. Me ponía el disfraz de
hija y hermana perfecta y hacía todo lo que se me decía o suponía
que debía hacer. Reprimía toda mi disfuncionalidad. Cuando no
estaba de acuerdo, en lugar de expresarlo, lo reprimía, y como no
sabía ni podía dirigirlo hacia mis padres y alguna de mis hermanas

56
DE MI FAMILIA

más fuertes, porque ante todo les quería y no podía manifestar


conflicto, lo proyectaba en los más débiles de ellos, luego en mi
marido y luego en mis hijos, cuando los tuve. Ellos eran los depo-
sitarios de mi agresividad en muchos momentos. En lugar de cana-
lizar mi agresividad solucionando los conflictos con la manifesta-
ción de mi desacuerdo y malestar en el núcleo familiar de origen,
lo proyectaba y redireccionaba hacia los demás. Esta era una fuen-
te de eterno conflicto entre ellos y yo. Afortunadamente y a través
de la psicoterapia, me empecé a dar cuenta y lo fui trabajando.
Una de las cosas que más me molestaba de mi familia es que
me dijeran constantemente qué tenía que hacer, las intromisiones
en mi vida privada, las críticas a lo que yo hacía o dejaba de hacer
sin haberlas pedido. Esto me generaba mucho malestar porque
me hacía sentirme constantemente en falta, mal. Ellos seguirían
haciéndolo. Fui yo quien decidió que tenía que aprender a mane-
jarme con aquello. Tenía que aprender a canalizar ese malestar e
intentar solucionar ese problema sencillamente informando de ello
a quien competía, es decir, a mi familia. Poniendo mis límites que
evidentemente son subjetivos y únicos. Yo era la única que sabía
hasta dónde quería que llegaran los demás, hasta dónde podía
aceptarlo y hasta dónde me molestaba.

57
6
DE MIS RASGOS DE PERSONALIDAD

Cada cosa que me pasaba, me obligaba a que, en un ambiente


estresante, me enfadara obligándome a reprimir mi mal genio. Así
lo proyectaba al exterior y me hacía sentirme víctima de lo que
pasaba, de todo cuanto pasaba. Sentía que todo el mundo estaba
pendiente de mí, que me miraban, y eso me recordaba a la sensa-
ción que yo tenía de pequeña cuando mucha gente estaba atenta a
mí por mis pasos de ballet, mis escritos, porque era una niña muy
buena, o por otras razones.
Es cierto que había sido una niña centro. Necesitaba ser centro
del mundo, y, cuando con la llegada de mi hermano pequeño lo
perdí, anhelaba seguir siendo centro y cuando fui mayor parece
que quería seguir siéndolo. Esto fue algo que revivía cada vez que
en algún ámbito no se me reconocía, se me desplazaba por otro: yo
no me sentía centro. Mi frustración era revivida y como había
aprendido a callarla y reprimirla, la consecuencia era la proyec-
ción de la rabia hacia fuera. Revivía esta sensación cada vez que
aparecía una persona líder a mi lado. Yo no lo aceptaba y luchaba
contra ello, me sentía desplazada por su mera presencia.

59
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

De igual forma, otro de mis rasgos era la desconfianza en la


gente. Me había educado en la desconfianza, en un mundo en el
que los adultos a veces traicionaban y te dejaban solo, o te podían
hacer daño. Mi madre, era una señora fría, desconfiada y que
siempre pensaba lo peor de lo que podía suceder. Eso marca
mucho y mi percepción del mundo así era. Así mismo tengo vagos
recuerdos de que me contaban cosas que luego yo descubría que
no eran como ellos me contaban, y ello acrecentó mi desconfianza
en los mayores. No podía guiarme por lo que yo pensaba, al menos
no tenía certeza, lo que los otros me decían que era, no era. Y así me
volví más desconfiada. Además esto vino reforzado porque de
pequeña, estando en el parque con mis hermanos y mi madre, un
señor se me acercó y me debió decir que le acompañara a comprar
unas golosinas. Yo accedí y le acompañé. Afortunadamente una
amiga de mi madre me vio e inmediatamente fue a avisar a mi
madre que estaba cerca de allí y no pasó nada más grave. Pero
recuerdo que me adoctrinaron muy duramente acerca de que no
me fuera jamás con un desconocido, que aunque me pareciera
amable y confiable, no me podía confiar. Esto me imagino que
también condicionó toda mi percepción del “otro” a posteriori.
Por otro lado, tampoco mis desengaños amorosos de adoles-
cencia ayudaron mucho. Tuve dos novios más importantes entre
los quince y los diecisiete y los dos me dejaron. Esas experiencias
me marcaron y me hicieron todavía más desconfiada hacia los
otros. Aquello me reforzó en que la gente no era confiable. No me
volví a enamorar hasta que conocí a mi marido. Sí tuve algunos
escarceos, pero poco importantes. Estuve muchos años sin enamo-
rarme por miedo al amor. Tenía miedo a las relaciones. Siempre
tuve los mismos amigos de siempre, las mismas relaciones. Era el
miedo al otro, al desconocido, al cambio, a que me hicieran daño.

60
DE MIS RASGOS DE PERSONALIDAD

Esta desconfianza tenía una vertiente: la timidez. Era una niña


tímida, no me relacionaba fluidamente. Tenía dificultades para
relacionarme. Me costaba tomar confianza con la gente. Mis prime-
ros encuentros solían consistir en monosílabos. Me daba vergüenza
todo. No me sentía segura de mí misma. Todo era cuestionable.
Por otro lado y como otro rasgo para el caldo de cultivo de la
enfermedad, el ambiente que viví era muy controlador, aprendí
también a querer controlar todo, a que todo debía estar controlado
y a que se podía controlar. El descontrol me desconcertaba. A pesar
de que yo solía conseguir muchas cosas por mi genio, aunque no
todas; el ambiente en el que viví era de total control, todo estaba
pautado, mis padres eran de costumbres fijas, y en casa había
muchas rutinas. Todo era controlado y debía ser controlado. Todo
pautado.
Otro de los rasgos era la excesiva exigencia para todo. Tenía
que ser la primera en todo, no atendía a si podía o quería, eso no
era escuchado. Sencillamente no importaba sino cumplir con el
deber, con la exigencia de llegar a ser más. Me autoexigía mucho,
no me daba tregua, no me daba derecho a flaquear. Mis dictados
personales estaban llenos de insultos hacia mí: “eres una vaga, ya
estás otra vez, tienes que levantarte, no puedes dejarlo, los demás qué van
a pensar de ti”. No me permitía no acordarme de una cita, de una
fecha, etc. debía ser perfecta en todo. No toleraba que algo fallase
y menos en mi. No me admitía el error, el olvido, la dejadez. De
hecho de pequeña, una vez me llevé de casa de una amiga de la
familia un muñeco que me gustaba mucho. Lo escondí y me lo
llevé a mi casa. Pero nunca me lo perdoné. Precisamente en mi
época oscura, cuando en el despacho alguien hablaba de que le
habían robado o de que lo había perdido, la simple posibilidad de

61
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

que hubiera habido un robo, me hacía sentirme culpable. Todavía


seguía sin perdonarme el muñeco que me había llevado de aquella
casa, y seguía rememorando mi culpabilidad.
Por otra parte también mis experiencias de grupo de adoles-
cente habían sido negativas. No me manejaba muy bien en los
grupos. Siempre he sentido a los demás como en grupo y a mí
como excluida. Mi percepción de los otros era como un bloque,
como si todos fueran muy amigos y yo fuera la única diferente.
Con mi psicóloga empecé a ver que las cosas no son como parecen,
empecé a decirme a mí misma “ojo, que el grupo es un mito, cada uno
va a su propio interés, no hay grupo, está solo en tu imaginación, es un
conjunto de subjetividades, cada una está sola, como tú, no hay grupo
como tal”. Eso me tranquilizaba mucho.
Como he dicho, tenía “mucho carácter” y agresividad y apren-
dí a reprimirlos porque no era aceptado. En lugar de canalizar el
malestar y el desacuerdo por la vía de la asertividad o el desahogo
físico, lo reprimía y por ello lo proyectaba hacia el otro. Tenía mie-
do al conflicto, a que si decía algo se generara conflicto y por ello
me callaba todo lo que pensaba como diferente. No había aprendi-
do a canalizarlo verbalmente y sin conflicto. A hablar y expresar-
me asertivamente. Por ello, mi agresividad era interna y se iba
acumulando como en una olla a presión. Siempre tuve que hacer
ejercicio para descargar esa agresividad, y de pequeña me movía
mucho. Ya durante el proceso comencé a hacerlo por prescripción
médica. Retomé mis antiguas aficiones deportivas y comencé otra
vez a hacer deporte, algo que había olvidado desde la infancia.
Empecé a correr tres veces por semana por el parque cercano a
casa y también por la playa.

62
DE MIS RASGOS DE PERSONALIDAD

Otro de mis rasgos era mi extremada sensibilidad. Es lo que


luego he descubierto en mi vida. Yo que aparentaba no sentir nada,
ser impertérrita; con los años me he descubierto muy sensible,
muy perceptiva con lo que pasa a mí alrededor. Yo que me creía
dura y fuerte, he resultado ser muy vulnerable. Y me he reconoci-
do como tal. En las etapas de crisis, me descubría una sensibilidad
exacerbada. Percibía más allá de lo que otro podría percibir, lo dis-
torsionaba además provocando la enfermedad.
Todo esto mencionado sumado a una educación sobreprotec-
tora en la que las responsabilidades eran de otro, del mayor, nunca
propias; en el que se interiorizaba perfectamente la obligación que
el otro pautaba con un alto nivel de exigencia, fue el cóctel molotov
que me produjo la paranoia.
El hecho de ser muy responsable y mi exigencia personal, de
tener unos padres sobreprotectores, mi herida por haberme sentido
desplazada ante mi hermano, mi introversión, mi cuasiautismo, mi
carácter obsesivo, mi agresividad y mal genio, un ego magnificado
por mi baja autoestima de sentirme desplazada, mi visión descon-
fiada del mundo, mi rigidez de personalidad, la necesidad de con-
trol, etc. me invalidaron en parte para la vida normal.
Todo ello se entremezcló para que, en situaciones de estrés
fuerte, dar como resultado la psicosis. Los manuales aluden a estos
rasgos de la personalidad para identificar la enfermedad y yo era
de manual. Los tenía todos. No por ello quien los tenga va a desen-
cadenar la enfermedad, pero sí que tal vez en una situación de
estrés, o por un revés, podría desarrollarla. Es cuestión de “perso-
nas vulnerables”.

63
7
DE MI PSICOTERAPEUTA

Al principio iba a la psicoterapeuta porque era consciente de


que para algo era útil, era muy responsable y sabía que tenía que ir,
mi psiquiatra además vigilaba que siguiera asistiendo a sus sesio-
nes, pero lo único que me pasaba era que me revolvía más y más.
Todo estaba patas arriba, todo estaba en desorden dentro de mí.
Recuerdo que en las épocas en que peor estaba, daba paseos por la
playa con mi madre, paseos largos que me venían bien según la
psiquiatra. Mi madre venía a buscarme después de que a mi hijo lo
hubiera llevado mi marido a la guardería y salíamos a pasear las
dos juntas por la playa o por el parque. Otras veces venía mi her-
mano para acompañarme a pasear, pero el pobre estaba casi peor
que yo y eran pocas las veces que podía venir. Él necesitaba casi
más cuidados que yo. En estos paseos, la principal sensación que
todavía recuerdo es que sentía que todo era irreal, tal era la angus-
tia que llevaba encima. Tenía una sensación de flotar por la playa,
de que alguien me había puesto allí y de que era yo pero no era yo,
de que yo era como un muñeco, de que la vida era un juego, algo
breve, un escenario en el que alguien me había colocado, todo lo de

65
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

fuera: las barcas, las olas, las nubes, la hierba, la bruma, el olor a
salitre, etc. me parecía un decorado en el que también me habían
puesto a mí. La sensación de irrealidad, de que no sabes por qué
estás dónde estás, de que todo es como un sueño, de que el paisaje
y tu alrededor es irreal, alejado, intangible, etc. suele aparecer
cuando tienes tal angustia dentro que no la puedes soportar. Era
una sensación intermitente, pero muy desagradable, parecía que
estabas volviéndote loca y era muy duro de soportar. Debía ser mi
miedo a la locura, algo muy estudiado en este tipo de pacientes. Te
sientes como flotando, sientes que todo a tu alrededor es un esce-
nario, que nada es real, que estás ahí por azar, que las cosas suce-
den no se sabe por qué. Sentía miedo, mucho miedo y me asustaba
mucho y así incrementaba todavía más mi sensación de irrealidad.
Afortunadamente pasaba y remitía, pero volvía a aparecer.
Tiempo después mi psicóloga me enseñó a manejar estas situa-
ciones y a que en lugar de asustarme, pensara “mira qué cosas me
pasan, vamos a ver qué siento ahora, a ver qué noto”. Al menos dejé de
asustarme. El tiempo me demostró que estas cosas pasaban des-
pués de un rato. Podían volver a ocurrir, pero no eran acrecentadas
por el miedo y el susto.
En las sesiones de psicoterapia empecé a sacar temas para tra-
bajar: primero fue mi familia, que parecía ser lo que más angustia
y conflicto me generaba y resultó ser la base de muchas cosas, mi
manera de vivirlo; luego el trabajo; luego los amigos y las relacio-
nes sociales; luego mi familia política; por último mi marido. Así
hasta ir agotando los temas y llegar a que la psicoterapeuta habla-
ra de terminar con las sesiones, al menos intermitentemente. Todo
ello después de más de siete años de terapia ininterrumpida con
ella. Por eso cuando alguien me pregunta por la psicoterapia digo

66
DE MI PSICOTERAPEUTA

que es efectiva, pero hay que advertir también que es un proceso


lento y duro, aunque, como dice Bucay, “merece la pena”. Merece la
pena que genera, los lloros que provoca, el sufrimiento que va a
emerger, pero es porque es válida, muy válida. Por eso merece la
pena ...que genera, porque te permite crecer.
Mi psicoterapeuta al principio, no me decía nada, no opinaba
nada, y yo, tan perdida como estaba, no encontraba las respuestas
en ella. Llevaba toda mi vida buscando las respuestas en el exterior
hasta que me di cuenta de que estaban en mí y que debía guiarme
por mí misma para hallarlas, dejar sentir a mi cuerpo cuándo esta-
ba en el buen camino, cuándo sentía que había acertado y que
debía guiarme por lo que sentía. Este descubrimiento y convicción
me llevó varios años encontrarlo.
Hacia el final del proceso, mi psicoterapeuta ya hablaba más,
ya emitía opiniones, y dialogaba a veces. Mientras duró era como
un espejo que me devolvía conclusiones sobre mí, imágenes selec-
cionadas sobre mí para que pensara en ellas. No se trata de la con-
versación que puedas tener con un amigo, aunque a veces puede
parecerlo y mucha gente cree que porque hable mucho de sus pro-
blemas con sus amigos se le van a solucionar. La conversación, el
desahogo tiene un carácter catártico, pero no es suficiente. La
visión de un profesional de la escucha, es mucho más cualificada,
saben por dónde van, qué devuelven, para poco a poco ir cono-
ciéndote más y desvelando ante ti mismo tus secretos de funciona-
miento. Ahí radica la diferencia entre, por un lado, un buen profe-
sional y por otro, un buen amigo o un mal profesional: que por
muy buena intención que tengan para ayudarte, no saben cómo
hacerlo, el buen profesional sí. Y yo me encontré con una de las
mejores. Los efectos que consiguió en mí así me lo demostraron.

67
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Hay mucha gente reacia a los psicólogos. Que piensan que los
problemas se solucionan con fortaleza, voluntad, evasión, yendo
de compras, distrayéndote,y otras mil fórmulas parecidas. Pero
cuando los procesos son de tal calibre, es necesaria la intervención
de un profesional. Los americanos en esto nos llevan mucho ade-
lantado. Afortundamente las cosas van cambiando y a pesar de
que no se hable de ello porque no está aceptado socialmente, los
“psicoterapeutizados” son cada vez más. También es verdad que
no se va pregonando, pero son muchos.
Yo no sabía nada acerca de ella ni de su vida, aunque desde la
terapia de grupo, que también seguí, algo circulaba o fantaseába-
mos sobre ella. Es una curiosidad humana, pero se trata de que no
sepas nada acerca de ella, debe ser así al menos. Es una relación
desigual: ella sabe mucho sobre ti, es casi la persona que más sabe
de ti misma en tu círculo de relaciones; pero tú, nada sobre ella. Se
trata de tu mejoría y este camino es preciso. Mucha gente intenta
acercarse a ellos, hacerse su amiga, pero es rechazado. No se trata
de eso, sino de otra cosa.
En un tiempo tan largo de sesiones, hay veces en que la carestía
de las mismas supone un fuerte desembolso que a veces no puede
afrontarse holgadamente, porque la vida da muchas vueltas. A mí
cuando no me resultaba gravoso el pagar todas las consultas par-
ticulares y de grupo de terapia que llegué a simultanear, sobre
todo en algunas etapas cuando además tenía que pagar las cuentas
de la casa, las guarderías de los niños, la interna, las vacaciones, el
gimnasio, etc. al mismo tiempo, ella me proponía dejar de pagar
pero seguir asistiendo hasta que pudiera pagarlo. Es decir, que
seguía yendo a las sesiones pero posponía los pagos. Para mí ahí
radica uno de los factores de la profesionalidad de ellos, en peque-

68
DE MI PSICOTERAPEUTA

ños detalles como éste. De igual forma, cuando estaba muy mal no
me abandonaba como el primer psiquiatra aquel que me dejó sola
ante mi enfermedad, sino que me ofrecía nuevas sesiones por si las
necesitaba, encajándolas cabalísticamente entre una multitud de
pacientes programados cada hora.
Había temporadas en que sentía que las sesiones no servían
para nada, y sin embargo había otras en que las necesitaba, en que
sentía que aquello aclaraba mi mente confusa. Con el tiempo
aprendí a tener a la psicoterapeuta en la cabeza y yo sola era capaz
de tenerla presente aunque ya sin su ayuda. Es entonces cuando ya
contaba con herramientas de las que carecía previamente para
poder solucionar mis conflictos, y caos mentales.
Entre la medicación puntual y las herramientas mentales que
aprendí en aquella habitación, además de la psicoterapia de grupo
que seguí, y que en otro capítulo describiré y que cambió parte de
mis actitudes hacia la gente, conseguí solucionar mis propios pro-
blemas y algo más: sentirme segura de las soluciones que propo-
nía yo misma, asumirlas con responsabilidad. Dejé en paz a mi
madre, mi padre, mis amigos, mis hermanos, mis compañeros de
trabajo, la sociedad,para centrarme en mi misma.
Para mí la psicoterapia fue una pieza clave en la recuperación
y rehabilitación de mi persona.

69
8
DE MI PSIQUIATRA

Mi psiquiatra era mi contrapunto. Mi psicóloga intentó hablar


con mi psiquiatra pero no se pusieron de acuerdo. Un día debieron
discutir muy seriamente, según me relató mi psiquiatra, aunque
yo estaba tan enferma que sentía que aquello no iba conmigo. Pro-
bablemente sus diferentes perspectivas y formas de tratarme no
fueran coincidentes, y ambas decidieron ir cada una por su cuenta.
Yo recibía lo mejor de cada una y a mí me funcionaba, pero entre
ellas dos yo creo que no se ponían de acuerdo y decidieron no ir
coordinadas, aunque creo que hubiera sido lo mejor.
Mi psiquiatra era “mi otra pata”. Me daba afecto en los mo-
mentos peores, apoyo moral, comprensión, calor humano y una
gran profesionalidad. Después de varios intentos, aunque también
de varias crisis, acertó con la medicación y como yo también era
muy sincera con ella, pudo establecerse una relación fluida entre
ambas, una relación de cooperación para vencer la enfermedad.
Decidió retirar la medicación en dos ocasiones por aparente mejo-
ría y sobrevinieron nuevas crisis. En mis momentos críticos me
escuchaba, me ayudaba a que yo misma viera el absurdo de mis

71
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

conclusiones y creencias, pero sin llevarme la contraria. Yo creo


que, en mis delirios, en muy pocas ocasiones sospeché de ella y si
sospeché, enseguida lo rechazaba, ella me ayudaba a desmontarlo.
Sin embargo, de mi psicoterapeuta, de la que sabía mucho menos,
sospeché en más ocasiones. Mi enfermedad me hacía ver más fan-
tasmas detrás de alguien inexpresivo y hierático que detrás de
alguien que se relacionaba conmigo desde la cercanía. Sus distintos
roles en la enfermedad facilitaban más el trabajo a mi psiquiatra
aunque no dudo de que como persona mi psicoterapeuta hubiera
hecho lo mismo de haber podido.
Mi psicoterapeuta también reaccionaba muy bien. Cuando me
daban ataques de inseguridad y paranoia, mi psicoterapeuta me
explicaba exhaustivamente lo que quisiera sobre mis devaneos
mentales sobre ella, por qué me llamaba, por qué no me llamaba,
por qué me llamaba antes de la consulta, por qué me cambiaba a
veces las citas, etc. Cuando yo empezaba a sospechar de ella, para
que estuviera más tranquila, me explicaba qué pasaba y por qué
me podía pasar lo que me pasaba. Pero es verdad que sospeché
más veces de ella que de mi psiquiatra.
Un factor que me pareció importante en ambas es que fueran
del mismo sexo que yo. En todo el proceso me sentí más acompa-
ñada que si hubieran sido de otro sexo. Había momentos en que la
perspectiva femenina que yo tenía se veía respaldada por sus opi-
niones y actitudes, su comprensión, que de haber sido un hombre,
hubiera costado más. Por eso creo que el que el profesional sea del
mismo sexo que el paciente, es un factor positivo, o bueno, de cual-
quier modo, depende de la calidad humana y la capacidad de
empatía. Siempre hay excepciones y casos concretos, claro está,
pero creo que puede ser un factor a favor de la relación. De hecho

72
DE MI PSIQUIATRA

tuve al principio un psicólogo con el que no llegué a encajar, des-


confiaba mucho de él, cuando le contaba algunos problemas pro-
piamente femeninos, no me sentía comprendida. No digo que
pueda haber psicólogos hombres muy competentes, pero en mi
caso creo que era mejor tener a una mujer como profesional. Tam-
bién es cierto que estuve con otra psicóloga que no me gustó en
absoluto y era mujer, pero si pudiera elegir volvería a escoger a
una del mismo sexo que yo.
Mi psiquiatra me veía cada semana en las épocas más críticas,
cada quince días en las intermedias y cada tres meses en las épocas
mejores. A pesar de que al principio tuve una mala experiencia con
un psiquiatra y tuve que cambiar, en otras ocasiones los cambios no
resultan tan buenos. Tuve que cambiar de nuevo de psiquiatra,
porque la trasladaron a otra ciudad y empecé con otra que afortu-
nadamente resultó ser muy agradable. Pero no creo que sea muy
adecuado asignar otro psiquiatra diferente a un paciente a quien ya
conoce el profesional después de mucho tiempo. Hay que empezar
de nuevo, por los cambios se puede tener una recaída, se puede
destruir una relación de años. También es duro para el médico que
acusa el cambio, pues puede sentir que deja a la deriva a sus
pacientes. Pero dado que la nueva psiquiatra también fue buena,
ello me llevó a concluir que los cambios no son siempre malos, que
mi miedo al cambio era algo sustancial, algo muy arraigado en mí
pero que de los cambios había aprendido cosas buenas. Por ello
tenía que repensar cada vez que un cambio acontecía en mi vida.

73
9
DE MIS AMIGOS

A mis amigos los alejé de mí en mis épocas peores o bien en


algunos momentos coincidió que se fueron de mi ciudad al extran-
jero, a otras provincias, se casaron, etc. Además de tener menos
relaciones de amistad por estos motivos, con los que quedaban en
mi ciudad, mis relaciones eran muy esporádicas y muy superficia-
les. Mi vida empezó a concentrarse en el trabajo y la familia. Mis
relaciones sociales se empobrecieron. Cuando llegaron los niños
además había mucho trabajo en casa, hacíamos vida principal-
mente familiar, con las familias de ambos. Pero con mis amigos,
constaté que mi principal problema era de relación, de falsa ima-
gen sobre mí misma, y así alejaba de mí a todo el mundo, no me
mostraba cómo era. Quería dar una imagen distorsionada de mí,
no me relacionaba desde mí, sino que ocultaba mi enfermedad, no
hablaba de ella, intentaba seguir con el “Aquí no pasa nada, yo estoy
bien” que tantos problemas me había dado. Yo ya era así desde
pequeñita. Es lo que había aprendido y además, contar los proble-
mas y hablar de ellos daba dolor, era reconocer que algo pasaba y
eso no me gustaba: era evidenciar el conflicto. Por otra parte, en

75
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

cuanto a mi relación con mis amigos, hay que destacar que en una
ciudad pequeña no puedes ir contando tal enfermedad. Es cierto
que es muy difícil ocultarla porque te encuentras a gente relacio-
nada con todo el mundo por todas partes, las redes son muy estre-
chas; si alguien se entera, es tan violento, que actúa como si no
supiera nada. En general, se murmura, no se sabe a ciencia cierta,
y se sobrelleva como se puede. Son los grandes secretos de las ciu-
dades pequeñas. Aquí se juega a que no pasa nada y cuando vas
profundizando en las vidas de las personas, descubres todo un
mundo de enfermedades, vicios ocultos, infidelidades, traiciones,
estafas, etc. dignos de la más grande de las ciudades.
El caso es que así me fui alejando de mis amigos, que sin
embargo han resultado imprescindibles en épocas más recientes.
Algunos se han quedado hoy en épocas pasadas, pertenecen al
pasado ya.
No obstante, fui dándome cuenta de la relación humana con
cada uno de ellos, de su capacidad para el sufrimiento y la empa-
tía, así fui seleccionando amigos de entre los que aportaba desde la
infancia. Algunos eran relaciones con mi yo enfermo y ya no eran
funcionales. Otras fui capaz de reconducirlas y reformarlas con mi
yo sano. Poco a poco, fui conociendo gente nueva, fui abriéndome
más a otras gentes que conocía en ámbitos dispares: gimnasio,
terapia, guardería y colegio, librerías, cursos de autoayuda, etc...
Por entonces, empecé a relacionarme desde mi yo interior, no des-
de la imagen falsa que tenía de mi misma. Así empecé a ser más
libre en mis relaciones y aprendí muchas más cosas sobre mí,
empecé a quererme más, a estar más en contacto conmigo misma
y por tanto sentirme más cercana a los otros. Empecé a hablar y
establecer vínculos desde lo más profundo de mi misma. Estaba en

76
DE MIS AMIGOS

contacto con mis necesidades y mis miserias y era capaz de relacio-


narme desde ellas, no magnificándome, no a través de una falsa
imagen, ni una máscara. Reconociendo en mí mis defectos y virtu-
des, viéndome a mí misma como humana.
Con el tiempo y la confianza que me facilitó la psicoterapia de
grupo fui capaz de relacionarme desde mí, desde lo más hondo de
mí, y así me sentía menos sola –uno de los problemas de la enfer-
medad– y además me sentía más acompañada, más querida. El
problema de la gente cuando se siente sola creo que tiene más que
ver con que no se relacionan desde sí mismos sino desde la imagen
que tienen de ellos, desde el exterior, desde sus capas externas. Y
para sentirse acompañado hay que relacionarse desde el yo pro-
fundo. Relacionarse desde la imagen, desde la máscara, genera
muchos conflictos internos.
Al principio, lo que me sucedía es que no me dejaba querer, me
costaba dejarme querer. Tenía una imagen de mí como que fuera la
fuerte de la familia, la que podía con todo, y no era así. Era muy
frágil y muy sensible, todo me afectaba mucho y no podía seguir
con esa imagen. Además necesitaba que me quisieran y era inca-
paz de decirlo o de demostrar que me gustaba que me quisieran.
Así me pasé gran parte de mi vida en solitario y sin reaccionar a las
llamadas de los demás o a sus atenciones. Hoy valoro mucho más
estas cosas y son un pilar sólido de mi felicidad.

77
10
DE MIS RELACIONES

Fui haciéndome más libre en mis relaciones. Fui cambiando mi


timidez, mi cara afable con todo el mundo, mi cara de “aquí-no-
pasa-nada”, por otra más circunstancial y adaptada a cada caso. Si
era preciso adoptar un semblante serio, se hacía. Esa es una de las
cosas que aprendí en psicoterapia. Si era preciso enfadarse de vez
en cuando, o lanzar un grito, se hacía. Antes lo tenía prohibido,
porque era lo que había aprendido desde pequeña; pero después
aprendí a usarlo cuando era preciso. Y no solo empezó a ocurrirme
con la familia sino también en el trabajo, con los conocidos, los ami-
gos, etc. Aprendí a escucharme, a saber lo que quería y a defender-
lo delante de quien fuera. Empecé a aprender a decir las cosas
asertivamente, no explosivamente. En alguna ocasión tuve que
decir qué pensaba sobre algo concreto a alguien, por qué estaba en
desacuerdo con él y que intentara cambiar su actitud y sus actua-
ciones consecuentes porque me estaba haciendo daño. Afortuna-
damente obtuve una respuesta positiva en aquella ocasión lo cual
me reforzó a seguir haciéndolo en posteriores ocasiones. También
aprendí que no siempre se puede decir lo que se piensa, sino que lo

79
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

que debe hacerse es evaluar las consecuencias, y buscar el momen-


to de decirlo y a veces acabar diciéndolo o en otras ocasiones, no
decirlo. Pero siempre siguiendo tu propio criterio. Ahí está la raíz y
guía de lo que haces. La seguridad de lo que haces, radica en tu
propio criterio y había aprendido a defenderlo. Primeramente a
localizarlo, y en segundo lugar a defenderlo. Aprendí a no reprimir
lo que pensaba, a no ocultarlo, sino a sacar mi malestar de la forma
más asertiva posible. De ahí que la asertividad sea una de las tareas
principales que es preciso aprender a manejar. Parte del convenci-
miento de que todos tenemos derecho a defender lo nuestro y que
hay que expresarlo, de la forma más delicada y adecuada posible,
pero hay que expresarlo. El otro no puede interpretarnos, tenemos
que darle elementos para contrastar, no podemos pretender que
nos lea el pensamiento, que nos interprete exactamente como que-
remos. Esa es la trampa de las relaciones, que se dan cosas por
supuestas cuando no hay que darlas.

80
11
DE MI MARIDO

Uno de los temas tabúes en mi vida y en las primeras fases era


mi marido. Fue un tema que no salió sino bien avanzada la psico-
terapia, como algo que ya explosionaba por sí solo.
Me casé muy jovencita con el joven apuesto, cariñoso y afable
que recuerdo que era y que conocí en una fiesta del club marítimo
cuando todavía no había acabado la carrera. Me lo presentó mi
hermano. Inmediatamente nos gustamos y estuvimos toda la
noche charlando, bailando y paseando por la playa. Esa misma
noche ya me dijo que nunca había conocido a nadie como yo, que
se había enamorado de mí y ya no nos separamos hasta el día de la
boda. Yo, tan necesitada de afecto e intimidad, caí rendida a sus
pies. Era dulce y tierno, muy seguro de sí mismo. Yo le profesaba
veneración. Era mayor que yo, me pasaba cinco años, era muy
simpático, y también abogado. Me ayudó mucho cuando mi padre
murió y también después para conseguir acabar la carrera. Estuvi-
mos poco tiempo de novios, y viajamos cuanto pudimos. Decidi-
mos casarnos muy pronto. La boda fue también en el club maríti-
mo como quisimos los dos. Él trabajaba ya y yo empezaba a buscar

81
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

trabajo. Al principio nos fuimos unos meses a un pequeño piso en


alquiler hasta que nació nuestro primer hijo. Luego, con la ayuda
de las familias, ya compramos la casa de la playa: nuestro sueño
dorado ya que los dos adorábamos el mar. Los años posteriores
fueron aparentemente de cuento de hadas, en lo que concernía a la
relación. Al menos, los viví así. Yo estaba enferma, muy enferma,
pero lo atribuíamos a lo que había pasado fuera de nosotros: al
final de la carrera, la muerte de mi padre, a las dificultades para
empezar a trabajar, a la enfermedad de mi hermano.
Tuvimos dos niños muy seguidos: un chico y una niña precio-
sa. El primero fue bien, pero con la segunda, el postparto fue críti-
co. Tuve una fuerte crisis y así, a pesar de que los dos queríamos
muchos niños, decidimos no tener más hijos.
Este tema de mi pareja se reveló en las sesiones de psicoterapia
como elemento clave en mi vida. Durante muchos años y a pesar
de mis brotes, con él todo marchaba perfectamente (o al menos yo
así lo veía), creíamos que el tema nada tenía que ver con él, que era
todo por mi padre, mi trabajo, mi ausencia de amigos, mi carácter,
mi malestar, mi debilidad, etc. Era un tema del que no se hablaba
porque supuestamente iba bien. En una de las terapias de grupo
que seguí, llegué a decir que yo no tenía nada que decir en el grupo
porque allí todos tenían problemas de pareja y el mío era laboral y
familiar, que “la pareja la tenía muy bien engrasada”. Pero este tema
de pronto empezó a surgir con fuerza inusitada y fue motivo de
muchas sesiones durante un tiempo prolongado. Además era un
tema que generaba mucha angustia. Era incapaz de verlo al descu-
bierto y era algo de lo que me costaba hablar hasta que se planteó
abiertamente. Me generaba mucho conflicto y mucho reajuste y así
tuve que abordarlo.

82
DE MI MARIDO

En los primeros años, con el enamoramiento, todo iba bien.


Éramos funcionales. Además yo establecía relaciones de diferente
manera que ahora y eso era funcional. De hecho, lo adoraba, esta-
ba obnubilada con él, lo admiraba. Él desde su narcisismo, se veía
recompensado y me daba escasas muestras de afecto, pero que
para mi eran suficientes. Cada uno tenía lo que necesitaba: yo,
afecto; él, admiración. Cuando lo conocí durante la carrera, me
parecía todo un hombre. Lo secundaba en todo lo que hacía, acce-
día a hacer lo que él dijera. Recuerdo cómo solía decir que él era
“una luz en mi vida”, alguien que me alumbraba el camino, alguien
a quien quería seguir. Admiraba su osadía, su seguridad, su reso-
lución, su tranquilidad, su afabilidad. Hoy estas virtudes me pare-
cen algo bien diferente y además él había cambiado y entre los dos,
había mucha frustración por medio. Así es que donde antaño veía
seguridad, hoy veo temeridad; donde veía aplomo, hoy veo arro-
gancia; donde veía tranquilidad, hoy veo dejadez y apatía. Por
entonces yo miraba de un modo distinto al que miro hoy. Por ello
dejamos de ser funcionales. La psicoterapia te permite cambiar tu
forma de relacionarte y así establecer relaciones más sanas, menos
perjudiciales para uno mismo.
Él, con un fuerte carácter y muy seguro de sí mismo muy ade-
cuado para su trabajo, era abogado en un pequeño despacho labo-
ralista de la ciudad, pero siempre había querido trabajar en finan-
zas. Así que cuando al fin conseguí entrar en uno de los despachos
más prestigiosos de la ciudad que trataba temas financieros, él
debió vivirlo comparativamente como un fracaso personal pero
aparentemente lo disimulaba. La envidia le debía corroer aunque
no se permitía reconocerlo, porque a su entender, nunca había pro-
blemas en ninguna parte. Esto junto a la muerte de su madre, la
crisis de los cuarenta, un pequeño accidente de coche que le remo-

83
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

vió y le delató la brevedad de la vida así como un pequeño amago


de infarto, y la llegada y crecimiento de los niños más mi enferme-
dad y el desgaste que pudiera producir, habían provocado que su
carácter alegre y resuelto de otras épocas, fuera después agrio y
adusto. Todos estos problemas además no solía hablarlos ni
comentarlos con nadie. Él aparentaba que no le afectaban, de
hecho negaba cualquier insinuación de que él tuviera problema
alguno. Nunca reconocía su dolor, su preocupación, su malestar.
Recuerdo que nunca le oí decir la palabra miedo, ni temor, ni
duda. Tenía una imagen omnipotente de sí mismo. No podía per-
mitirse la fragilidad. No verbalizaba nada de ello y así nada podía
servir de puente entre los dos. La incomunicación era así total.
Él siempre quiso tener cinco hijos, como en su familia, pero yo
no pude tener más que dos porque en el segundo postparto mi
enfermedad se agravó todavía más. Los médicos recomendaron
no más embarazos. Esto le frustró todavía más, y todo ello sin pro-
cesarlo, sin sacarlo fuera. Ya no era el compañero paciente y dis-
puesto de antaño, ya no me calmaba cada vez que yo estallaba, ya
no me sentía comprendida sino en plena guerra contra alguien.
Aquello ya no era un remanso de paz, sino un campo de batalla.
El caso es que de la noche a la mañana todo cambió sin darnos
cuenta.
Tras una fase en la que me atribuía toda la responsabilidad,
empecé a verle también como implicado en la dinámica. Ya no lo
veía deificado, ni digno de admiración, sino con sus defectos y sus
virtudes; y él a mí me despreciaba, despreciaba en mí lo que él no
llegó a ser: un abogado de finanzas; despreciaba el que no hubiera
podido tener más hijos, me hacía responsable de su frustración
inconscientemente; empezó a odiar su trabajo donde no era “famo-

84
DE MI MARIDO

so” sino que solo le proporcionaba un buen sueldo, empezó a verlo


como una carga ya que no era lo que había soñado y que ya no tenía
sentido si no había de mantener a una familia numerosa, etc. Todo
eso es lo que no pudo soportar. Yo representaba para él sus frustra-
ciones: carrera, hijos, trabajo, etc. Creo por ello que es cierto, que
generalmente rechazamos y odiamos en los demás lo que odiamos
y rechazamos en nosotros mismos. Por eso nos mueve tanto.
Con el tiempo he comprendido a diferenciar mi propio proble-
ma del ajeno, a atribuir al otro lo del otro y a mí lo propio. Ni todo
le corresponde al otro, ni todo a mí. Por ello he concluido que él
también tenía una falsa imagen de sí mismo, creía que era una
persona fácil, flexible y adaptable cuando no tenía nada que ver
con esa imagen. Era una persona difícil, autoritaria e inflexible,
con un alto concepto de sí mismo, debido a una baja autoestima
que no quería reconocer. En el colegio era un niño mal adaptado,
muy insociable y aprendió a sobreestimarse para compensar aque-
llas faltas. Con su padre tampoco era buena la relación. Él lo ado-
raba y su padre lo minimizaba. Aprendió así a magnificarse.
Por otra parte, además yo ya no lo admiraba incondicional-
mente, sino que lo miraba con más realismo y lo criticaba; ya no
aceptaba eso de que yo era la única que tenía problemas. Bien es
verdad que parte era responsabilidad mía pero me revelé contra
ello: al menos contra ser la única responsable. Hasta entonces yo
reconocía que la que tenía problemas era yo misma, que por eso
estaba enferma. Y a él, eso le era de mucha utilidad para continuar
con su imagen supervalorada. Podía tener a alguien depositario
del problema y el conflicto para salir bien librado. Para seguir sal-
vaguardando su imagen de persona buena, perfecta, inteligente,
exitosa y tranquila. La que se inquietaba era yo y además, lo reco-

85
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

nocía, lo asumía como responsabilidad. Pero ya no aceptaba que


era la única con problemas. Se me cayó el mito y ya lo veía con otros
ojos más críticos. Eso le devolvía a él una imagen distinta e incómo-
da, una imagen que rechazaba y que no le gustaba en absoluto. Por
eso al final nos hacíamos más daño que nos ayudábamos. No evo-
lucionamos de la misma manera. Ya no éramos funcionales.
Como en muchas parejas, además las tareas de la casa y los niños
recaían en mí mayoritariamente y yo, que trabajaba fuera de casa,
exigía un reparto equitativo de las mismas. A pesar de que contába-
mos con ayuda externa puesto que teníamos una interna, siempre
había que organizar la casa, las compras, los viajes, los pediatras, los
dentistas, los bancos, las traídas y llevadas de los niños, etc. Él no
estaba dispuesto a colaborar: un narciso no puede dedicarse a per-
der su tiempo en actividades nada deslumbrantes. Una vez más me
hacía verlo todo como si fuera cuestión de mis manías y enfermeda-
des. Por mi parte, mi obsesión de partida por el orden y el control se
exacerbaba y se hacía asfixiante para él. Sentía que llevaba las rien-
das de aquella relación, de aquella casa, y necesitaba compartir res-
ponsabilidades que él no asumía nunca. Sin embargo, también es
cierto que yo no sabía cómo negociar el compartirlas. A pesar de que
quería un reparto equitativo, yo me atribuía el control y dirección de
toda la casa y él así lo prefería. La realidad es que lo que en otra épo-
ca había funcionado, ahora ya no funcionaba. Ya no. Así hicimos un
cóctel perfecto para que estallara la pareja.
Durante un breve periodo, se perfiló una vía de salida. Y era la
búsqueda de otros espacios donde cada uno podía ser alguien.
Espacios de desahogo y relación particular. Para mí la necesidad de
comunicación era imprescindible, para él la necesidad de ocio y
tiempo libre compartido, la diversión. Así que cedí en parte hacer

86
DE MI MARIDO

más cosas conjuntamente, actividades de ocio, y él intentaba comu-


nicarse o algo parecido, aunque no podía por propia limitación, es
algo que no se empieza a hacer de repente aunque se quiera. De
hecho, él experimento fracasó y yo me encontré haciendo cosas que
no deseaba ni me gustaban puesto que teníamos que hacer aquello
que él proponía; por otra parte, como siempre se había hecho.
En cuanto a mi necesidad de comunicación, en mi caso como
no encontraba la satisfacción en casa, la busqué en otros espacios.
Buscaba en mis relaciones con amigos y amigas y nuevos conoci-
dos lo que no encontraba en mi casa. Asistía a cursos sobre relacio-
nes personales, autodesarrollo, etc. lo que me preocupaba en aquel
momento, caminos que había ido descubriendo a través de la psi-
coterapia y que él no podía entender. En muchas ocasiones tuve
alguna oportunidad amorosa, pero la desechaba porque mi valor
de la familia prevalecía sobre todo lo demás. Yo apostaba por la
familia y la estabilidad pero no hacía sino luchar contracorriente.
Él ya no apostaba por eso.
Paulatinamente, su fuerte crisis y amargura fue articulando su
salida extralaboralmente, a través del deporte. Empezó a correr y
correr. Se iba por la mañana muy pronto y recorría varios kilóme-
tros. Poco a poco fue también saliendo por la tarde también.
Comenzó a apuntarse a maratones, iba a otras ciudades a correr,
llegó incluso a ir a Nueva York a la maratón. De ahí pasó a inscri-
birse a una asociación de amigos del deporte y ahí empezó a desa-
rrollar una actividad frenética. Se sentía nuevamente reconocido,
adorado, alabado. Organizaba carreras, participaba, salía de cena
con otros deportistas, etc. hizo un mundo aparte. Al final acabó
dejando su trabajo en el despacho, que nunca le había gustado por
su frustración profesional, y se buscó un nuevo puesto con una

87
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

nueva gente y unos nuevos acólitos. Hoy veo todo aquello como
una huida hacia delante para no buscar en sí mismo la causa de su
malestar. Buscaba tapar su frustración con exceso de actividad
exterior. El foro externo, el deporte, le devolvían el éxito que no
había podido conseguir en su mundo privado, laboral y familiar,
y anterior.
Una de las cosas que más estrés me producía eran las discusio-
nes con él. Era una persona muy polémica, siempre lo había sido y
eso le reportaba un buen puesto en su despacho aunque para él era
insuficiente, pero yo siempre había obviado las discusiones. Senci-
llamente no me planteaba hacer otra cosa que no fuera lo que él
proponía.
La realidad es que poco a poco fuimos evolucionando hacia
caminos distintos. De hecho, éramos muy distintos y no coincidía-
mos en apenas nada. Discutíamos casi a diario pero los problemas
no se solucionaban nunca. Tuvimos que atravesar una etapa de
mucha discusión pendiente y acumulada para que aquello estalla-
ra y hubiera que buscar vías alternativas. Durante una temporada,
desde nuestros respectivos trabajos mantuvimos una larga corres-
pondencia sobre nuestros problemas cotidianos. Hoy es la memo-
ria que tengo de aquella época porque tiendo a olvidar las cosas
desagradables. En vivo y en directo, a mí me resultaba insostenible
la situación, éramos incapaces de discutir serenamente, salía
mucho resquemor, mucho rencor, y nos enzarzábamos en discu-
siones sin fin, y sin orden que no hacían sino crear más malestar.
Además los problemas no se zanjaban sino que se iban abriendo
nuevas brechas de conflicto. El e-mail nos devolvió la calma
durante algún tiempo: al menos ahí podíamos escribir de manera
clara y ordenada y pausada qué nos pasaba a cada uno, nos comu-

88
DE MI MARIDO

nicábamos y algunos problemas se iban solucionando con com-


promisos por parte de cada uno para que aquello funcionase. Al
menos podíamos decirnos qué pensábamos, escucharnos, razonar,
exponer de forma clara qué pasaba. En resumidas cuentas, comu-
nicarnos. Este fue una gran ayuda durante un tiempo, pero luego
se reveló también como limitado. Cualquier cosa se hubiera reve-
lado como limitada. En una de las etapas más críticas conseguimos
aclararnos de que queríamos seguir con la relación para adelante,
concluimos que nos faltaba ponernos de acuerdo en qué cosas
habrían de cambiar pero que queríamos seguir juntos. Ahí empe-
zamos a colocarnos de igual a igual. Sin embargo, el tiempo reveló
que podíamos llegar a pactos que ninguno de los dos cumplía. Tal
era nuestro desencuentro. Y es que alguien dijo que es más impor-
tante lo que hace una persona que lo que dice. Esto es que decía-
mos cosas que luego no hacíamos. Era irreconciliable y suponía
demasiado esfuerzo: “no merecía la pena”.
Pasamos periodos más y menos difíciles. Durante este largo
periodo, yo asistía a mis sesiones regulares de psicoterapia; pero
él, decía que no necesitaba que nadie le arreglara ningún problema
puesto que él no los tenía. Para él siempre todo era perfecto, no
reconocía error ni problema alguno en sí, una vez más el “aquí-no-
pasa-nada” que tanto daño hace. En las parejas los problemas sue-
len ser responsabilidad de dos personas, pero siempre que las dos
asuman su parte de responsabilidad. En este caso, nuestras discu-
siones siempre acababan con propuestas de enmienda por mi
parte, pero no por la suya. Como yo siempre había sido la débil, la
que reconocía la enfermedad; él se amparaba en ello para descar-
gar en mí la necesidad de cambio, la necesidad de que yo hiciera
algo. Su problema era que él no reconocía responsabilidad alguna.
Sólo hablaba de síntomas, de que si se discutía mucho, pero a la

89
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

hora de poner los remedios, siempre se dirigía a mí. Para él, él no


tenía problema alguno, sino que el problema lo tenía yo. Yo acabé
cargándome con todo el peso del conflicto de pareja. El desencuen-
tro entre ambos era cada día mayor y así a pesar de los niños y de
lo mucho que nos dolía por ellos, decidimos separarnos.
Después de la separación, a pesar de que lo pasé mal sobre
todo por los niños, tras un periodo de unos meses yo sentía que
me había recuperado a mí misma. Que había estado tapada en un
bote con el tapón cerrado, como me dijo una amiga, y que ahora se
había destapado. La nueva situación me permitía encontrarme
nuevamente desde mis raíces y redibujar cómo quería que fuera
mi vida. Mientras tanto había conseguido algunas cosas impor-
tantes a pesar de todo.
El sustrato de malestar y ansiedad se había eliminado paulati-
namente. Poco a poco me fui dando cuenta de que estaba mucho
más tranquila en general, de que tal vez una de las fuentes de males-
tar fuera él y la dinámica que generábamos, me di cuenta de que no
era beneficioso para mí aunque aparentemente yo lo hubiera creí-
do. Mi afán de seguridad y estabilidad mi miedo a verme abando-
nada una vez más en mi vida, iba a acabar conmigo por permanecer
a su lado. Me había estado aferrando a un hierro que iba a acabar
por quemarme. De cualquier forma, me proporcionaba mucho
estrés, y según lo que pude comprobar, este era nefasto para mí.
Mi miedo al cambio también contribuyó en esta situación ago-
nizante al final y así yo me aferraba a mi situación sencillamente
por miedo. Hoy sé apreciar que mis inercias me pueden reportar
mucho peligro, que me pueden perjudicar y que tal vez debería
tener miedo de ellas, miedo precisamente de ese miedo al cambio
que me puede traer perjuicios en lugar de beneficios.

90
DE MI MARIDO

Hoy en día con mis dos hijos he organizado mi vida mucho


mejor que a su lado. Ellos están también más tranquilos porque yo
lo estoy y el ambiente familiar ya no es tenso. Mis hijos lo notan.
De hecho están ahora muchísimo más relajados que en los últimos
años de convivencia en los que las discusiones eran constantes. Un
amigo me decía que los hijos de separados tienen una mayor tran-
quilidad que los que crecen en hogares familiares donde hay
muchas discusiones. No es que todos los hogares familiares ten-
gan tensión, pero los que lo tienen harían mejor en separarse.
Cuando la tensión, el desprecio, se instalan ha llegado el momento
de separarse. Tras un periodo duro y de adaptación, las cosas fun-
cionan mucho mejor que anteriormente. Hoy puedo escuchar
tranquilamente mis discos preferidos y relajarme sin tener que
discutir cada día o que, por ejemplo, la música de Wagner me alte-
re en lugar de inspirarme. Hoy ya no siento que hago las cosas de
la casa para alguien, sino que las hago para mí y mis hijos que
comparten muchas tareas conmigo todo lo que pueden. Las rela-
ciones son mucho más democráticas, no descompensadas.
Hoy he vuelto a rehacer mi vida y me he vuelto a casar con
alguien a quien sé contarle lo que necesito, porque me conozco,
alguien que es capaz de verbalizar sus problemas y pedir ayuda
para solucionarlos. Con alguien a quien he elegido porque podía
elegirlo, porque era lo que yo necesitaba. Alguien tranquilo, ama-
ble, cariñoso, inteligente y que quiere seguir creciendo junto a mí.
Alguien que quiere hacerme feliz, que se conoce y sabe lo que nece-
sita también, alguien que quiere ayudarme a seguir conociéndome
y a conocerse a sí mismo con mi apoyo para poder continuar bus-
cando la manera de vivir más felices. Es alguien que sabe que el
dolor también existe y que tiene su sentido, que “merece la pena”,
que sabe que tras el dolor viene la mejora, el crecimiento. Alguien

91
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

adecuado para mí en esta fase de mi vida y para quien también soy


alguien adecuado.
Él, en estos años, se buscó una compañera a la que seguía anu-
lando con su personalidad arrolladora. Se dice que si no cambia-
mos repetimos los mismos esquemas y parejas una y otra vez.
Buscó así una compañera funcional de la fundación de deporte en
la que acabó trabajando, que se sentía en falta y anulada y que
reconocía en él al salvador, como yo lo hice en su día. Alguien fun-
cional con su manera de ser y de ver la vida. Alguien que se sumó
a su proyecto vital y que coincidía con el suyo. El mío ya no era el
suyo ni el suyo el mío. Probablemente algún día descubrirá que
ella es la depositaria de sus miserias y se verá minimizada por él
para que así alimente su necesidad de grandiosidad.
Hoy apenas hablamos excepto lo imprescindible. Me recuerda
mi pasado enfermo. Era alguien funcional para la enfermedad.
Hay “amores altamente peligrosos” como diría Walter Riso. Ahora
sé diferenciarlos.

92
12
DE MI VIDA Y MIS ETAPAS

Hasta que hice “crack” en mi vida, yo funcionaba como un


autómata. Tenía hambre y comía, tenía sed y bebía. No me plantea-
ba ¿y ahora por qué tengo sed o hambre? Tuve que hacer “crack”
para plantearme estas cosas en mi vida. Yo no iba bien por ese
camino y la vida me puso la zancadilla a ver cómo salía de ella.
Afortunadamente creo que salí bien y aquí está el resultado, pero
se pasa muy mal, aunque creo nuevamente que “vale la pena”.
Hoy siento que he crecido.
Hasta el “crack”, yo iba por el mundo a zancadas, andando con
paso firme y seguro, arrasando hierbas, como un vendaval, sin
importarme qué pasaba si yo pasaba por delante. Y siempre con-
tenta, sonriente, como si no pasase nada, al menos aparentemente,
y como un autómata.
A partir del “crack”, mi vida pasó a ser una cosa oscura y tene-
brosa, lo asocio a los días de invierno, con bruma densa, que viví
paseando por la playa con una angustia insostenible que no me per-
mitía sonreír, una sensación de soledad inmensa, apocalíptica. Lo

93
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

asocio también a un malestar en el estómago, como mariposas revo-


loteando, con una sensación de no poder estar quieta sentada, sino
estar intranquila, desasosegada. Ni la medicación me calmaba.
El “crack” iba remitiendo y yo iba saliendo a la luz progresiva-
mente. Cada vez me sentía mejor, iba olvidando etapas pasadas,
que quedaban plasmadas en papel aunque no en mi memoria.
Al final tras años de medicación, psicoterapia, esfuerzo perso-
nal, lecturas inagotables, trabajo personal, ejercicio, escritura, rela-
ciones más satisfactorias, etc. empecé a ver que aquello podía
tener fin, que podía llevar una vida normal y que no era muy dife-
rente del resto de la gente. Que cuántos habrían pasado por proce-
sos similares, por procesos duros aunque de otro tipo, y que la
vida era muy corta y que había que planificarla bien y saber qué se
quería en cada momento. No obstante, algo me quedó claro tam-
bién: que había cosas que no dependían de uno mismo y que no
nos podemos empeñar en planificar todo, sino que hay que tomar-
se la vida, nuevamente como dice Bucay, no como un director de
orquesta sino como un surfista: tomando la ola como venga, sor-
teándola lo mejor que se pueda. Se trata, no de que no pasen cosas,
sino de que las que pasen, las tomemos lo mejor posible. Como
decía la madre de una amiga: “aprende a aceptar en paz”. Así había
decidido tomarme la vida, no importaba tanto qué quisiera hacer
con ella, con los parámetros que tenía en un momento dado, por-
que estos estaban cambiando constantemente, sino que debía
adaptarme al momento, a las circunstancias, vivir la vida como un
surfista. Antes tomaba la vida como un director, quería planificar,
pretendía controlar todo, elegir todo, sin saber lo poco que elegía,
lo poco que controlaba, y me di cuenta de que la vida no puede
controlarse, que es muy cambiante y que no depende todo de

94
DE MI VIDA Y MIS ETAPAS

nosotros, así que es mejor dejarse llevar, preocuparse de salir bien


y de estar bien que es más importante, de manejar lo que venga lo
mejor posible.
Decía Sartre que “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino que-
rer lo que uno hace”.
Por otra parte, Bucay dice que es preciso que la vida tenga un
rumbo, no que tenga una dirección y mucho menos única, sino
que tenga rumbo. Al punto final puede llegarse por muchos cami-
nos, lo importante es por tanto marcar el rumbo, “dirigirse hacia”.
Los caminos podrán ir cruzándose, solo hay que elegirlos en fun-
ción del rumbo, no elegir un único camino porque hay muchos,
hay muchos válidos, sólo importa el rumbo.

95
13
DE MI ETAPA SOLIDARIA

Una de las fases por las que pasé me hacía poner al servicio de
otra gente lo que yo había pasado. Esos escritos que estáis leyendo
corresponden a esa fase. Quería que otra gente se beneficiara de lo
que yo había pasado.
Empecé a escribirme con una familia, que había conocido en
los foros, que tenían una hija esquizofrénica y que no hablaban con
nadie sobre el tema, por la vergüenza social que supone, por el
estigma que tiene asociado, por desconocimiento del tema, y por
muchas otras razones. El caso es que vivían su dolor en la soledad.
Hablábamos a través del móvil para evitar identificarnos. Nunca
nos dimos nuestros nombres. Nos comunicábamos muy fluida-
mente y yo me convertí en una especie de asesora puntual para
ellos. Para mí era una gran satisfacción poder ayudar a alguien
desde mi experiencia. Suponía hablar en positivo de mi enferme-
dad, buscarle una vía positiva, y no sólo algo que enterrar y ocul-
tar y olvidar, sino algo presente que podía ayudar a alguien.
De igual forma, cuando ya estaba muy recuperada, me di
cuenta de que en los foros era feliz ayudando a otra gente, escri-

97
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

biendo todo lo que yo había vivido. Hay muchos foros con peque-
ños pedazos de mi vida escritos en ellos y que supongo, habrán
ayudado a otros. Los foros son un buen material para quien quiera
saber algo sobre la enfermedad: tanto de los que la han superado
como de los que están muy enraizados en ella e incluso deliran en
voz alta. De todas formas en ellos se manifiesta la enfermedad con
todas sus caras: la más amarga, la más delirante, la más grave, la
más extraordinaria, etc.
Los foros eran para mí sitios mágicos que a mucha gente des-
perdigada por la geografía mundial y sin contactos posibles con
otras personas que estén en su mismo caso, pueden devolverles el
afecto y la compañía tan añorados. Para mí tenían varias ventajas:
acompañaban en la soledad, permitían conocer más acerca de la
enfermedad, proporcionaban amistades especiales y apoyos, faci-
litaban el anonimato que muchas veces es vital, proporcionaban
otros puntos de vista alternativos, etc.
Empecé en los foros como un juego pero acabé siendo una fiel
seguidora de historias de la red. Era asidua de tres o cuatro foros y
seguía las historias con pasión. Para mi llegó a ser un grupo de
apoyo y de referencia.
En otra etapa me hubiera servido para obsesionarme más,
puesto que en determinadas situaciones tal vez sean hasta perjudi-
ciales porque fomentan y retroalimentan la obsesión en las fases
obsesivas y más bajas de la enfermedad, pero a mí me llegaron en
mi mejor época y los utilicé como vía positiva para sanar. Eran
grupos de apoyo, de catarsis, de conocimiento, de amistades inclu-
so, etc. Diría que pueden ser una herramienta más para la recupe-
ración, siempre que no fomenten la obsesión, en cuyo caso habría
que dejarlos.

98
DE MI ETAPA SOLIDARIA

Otro aspecto negativo es que muchas veces puedes encontrar-


te gente que está francamente mal y que te puede proporcionar
elementos para sintonizar y retroalimentar tu paranoia. Yo acudí a
ellos cuando ya estaba mejor. Tal vez si estás muy enfermo puedan
incluso hacerte daño.

99
14
DE MIS CUADERNOS Y ESCRITOS

Otra de las cosas que en mí suscitaba un efecto muy positivo


era escribir cómo me sentía, qué sentía, qué pensaba, cómo estaba
de enfadada, dolida o triste.
En determinados momentos de enfado profundo y una vez
disparada la paranoia, me servían de catarsis para exorcizar mi
enfado, dejarlo en el papel y, junto con un ansiolítico y una conver-
sación con mi marido, cuando podía ser posible y no discutíamos,
bajar el nivel de tensión.
Escribir permite poner orden en la cabeza, obliga a hacerlo y es
una vía que yo utilizaba mucho tanto en mis épocas críticas como
en mis mejores momentos. Hoy puedo releer todo lo que escribía y
tener constancia de ello. Todo lo que quede en papel es una forma
clara de plasmar sentimientos, actitudes, sensaciones, etc. Los
recuerdos pasan por nuestra criba personal y tengo tendencia a
acordarme sólo de lo bueno, luego toda mi enfermedad podría
haber caído en el olvido. Mis escritos me devuelven lo más crudo
de la misma. La escritura ha sido una vía que me ha acompañado

101
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

durante toda mi vida. He aprendido mucho leyendo y también


escribiendo. De ahí que me parezca tan importante.
Recuerdo una brillante película, Leolo. Leolo repetía una y otra
vez: “sueño, luego no lo estoy”. Escribía y a través de la escritura, se
conformaba un mundo diferente a través del cual sobrevivir a la
locura familiar. Esa era su salvación, la simbolización de su vida.

102
15
DE LA PINTURA COMO TERAPIA

Yo nunca había pintado antes. Pero durante la terapia, mi psi-


coterapeuta me sugirió que por qué no canalizaba mis angustias
por alguna actividad creativa. Elegí la pintura. Mi abuela pintaba
y siempre me había gustado la pintura. Por ello, empecé a ir a un
taller y allí descubrí una vía sanadora. Al principio, todo eran ejer-
cicios sin sentido, me costaba mucho, me sentía inútil y estuve a
punto de dejarlo en dos ocasiones. Luego, tras una etapa de solo
dibujo, empecé a pintar mis primeros cuadros, y me sorprendí a
mí misma. Mi habilidad no era el dibujo, pero sí el sentido del
color. Cada cuadro que pintaba me hacía sentir mejor y mejor. Al
mismo tiempo, encontrarme con un grupo de gente en similares
condiciones a las mías, me ayudaba sobremanera. Solía ir un día
por semana, y cuando entraba en el aula entraba con mis proble-
mas y mis ansiedades, pero después de dos horas de estar pintan-
do, salía como si fuera otra persona. Me olvidaba de todo y me
sentía mucho mejor. Incluso regalé algún cuadro a algún amigo
que se había quedado prendado de él.

103
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Este grupo era muy afectivo mientras pintábamos nos contá-


bamos nuestra vida y nuestros problemas. En esta etapa yo era
más comunicativa y podía relacionarme mejor. Resultó muy agra-
dable. Además de pintar y exorcizar mis demonios, me relaciona-
ba con gente con intereses comunes. Lo que más me reconfortaba
era que podía dar forma a mis sentimientos, que podía hacer cosas
bellas y que además otros eran capaces de admirarlo.
Solía pintar paisajes marinos. Playas, océanos, playas tropica-
les, playas mediterráneas, para mí el mar tenía un sentido particu-
lar, había estado presente durante toda mi vida. En el estudio, me
sentía más valorada y desde lo más profundo de mi. El hecho de
hacer una tarea que no tenía nada que ver con mi actividad coti-
diana, el relacionarme con otras personas diferentes en función de
un tema diferente, el sentir que podía hacer cosas que otros valora-
ban, el sentirme querida, eran aspectos que valoré mucho de esta
“forma de psicoterapia”.
Poco a poco fui entendiendo la fuerza de las imágenes y empe-
cé a pintar imágenes que quería que se hicieran realidad. Empecé
a pintar parejas, abrazos, besos, personas en grupos, familias, etc.
esas eran imágenes de lo que yo quería que me rodeasen. Los pai-
sajes marinos eran demasiado intimistas y solitarios. Había llega-
do el momento de conquistar a “los otros”, de salir hacia ellos,
hacia lo social. Quería una pareja que me apoyara y a quien apo-
yar, quería tener una red de relaciones sólida y firme, quería que
me quisieran queriendo. Así es que empecé a pintarlo y a que esas
imágenes positivas invadieran mi vida. El tiempo hizo lo demás.

104
16
DE LA IMPORTANCIA DEL DEPORTE

Todo el mundo ha oído hablar del “mens sana in corpore sano”,


pero con esta enfermedad es más que verdad. Durante la etapa
más crítica empecé a pasear por la playa por prescripción médica
pero luego empecé a sentirlo como vital. Más tarde empecé a
correr por el parque y la playa varios días durante la semana.
Cuando haces deporte generas endorfinas y eso es una sensa-
ción muy placentera. Además te permite estar en contacto con tu
cuerpo y sus sensaciones. A pesar de lo mal que me sentía, los
momentos agradables que recuerdo los lograba tener sobre todo
después de hacer un rato de ejercicio por la playa y tomar una
ducha. Algunos días no me apetecía ducharme porque no tenía
ganas de hacer nada, pero como siempre he tenido mucha fuerza
de voluntad, conseguía arrastrarme hasta la ducha para sumergir-
me bajo el agua.
Solía correr con una vecina que conocí un día en la playa cuan-
do me lastimé un tobillo y me acompañó a casa y tomamos un café
juntas. Desde entonces, solíamos alternar correr y andar para estar

105
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

satisfechas las dos. Nunca hablaba de mi enfermedad sino de


temas banales, de los niños, los maridos, los colegios, pero era
muy agradable. A veces mi madre se incorporaba y paseábamos
las tres. Me sentía muy bien en estos momentos. Cuidar el cuerpo
es muy importante y sobre todo si puede hacerse en compañía,
mejor que mejor. También sé que hay muchos enfermos que dejan
de ducharse y se descuidan personalmente. Para mí siempre ha
sido una faceta muy importante el aspecto personal, a pesar de ser
un problema también es una de las ventajas de ser de ciudad
pequeña, así que lo tenía muy en cuenta.

106
17
DE LA ASTENIA, LA APATÍA
Y EL DEJARSE

Había épocas en las que no tenía ganas de nada, me pasé


mucho tiempo tirada en la cama, súbitamente me entraban ata-
ques de sueño y me tenía que dormir, podía pasarme mañanas
en duerme vela, me sentía fatal. En las etapas de baja laboral, esta-
ba tan desestructurada que es lo único que hacía. Además, mi
“comandante” personal interior, como solía llamar a mi concien-
cia, me atormentaba para no dejarme hacerlo o si lo hacía, sentir-
me muy mal conmigo misma. Podía escuchar mi voz interior
diciendo: “levántate, llevas toda la mañana tumbada”, “Es que no tienes
algo mejor que hacer”, “ahora todos estarán trabajando y tú mientras
tumbada, fuera del mundo, excluida”. Ahora pienso que cuando se
está mal, hay que dejarse llevar por lo que a uno le apetezca, que
hay que aceptar que se está enfermo y que el sueño es reparador y
que hace su función. Que hay etapas en las que no tienes ganas de
nada y que no puedes hacer nada, hay que aceptar la enfermedad,
algo que nos cuesta muchísimo. Es como una gripe, hay que espe-
rar a que pase y pasará. Se la puede ayudar pero tiene que pasar.

107
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Todos los “tienes que”, “yo en tu lugar lo que haría es” deben no escu-
charse y ni procesarse, porque no son sino “pepitos grillos” portá-
tiles que cada uno nos trae. La gente, con muy buena intención,
intenta ayudarte, y todos lo hacemos con los famosos: “tú deberías”
“Lo que tienes que hacer”; sin darnos cuenta de que esa no es la mejor
forma de ayudar a nadie. En el fondo subyace una necesidad de la
gente de que superes el problema, de que no estés enfermo, tal es
su intolerancia a la enfermedad. El enfermo sabe lo que tiene que
hacer, sabe lo que le gustaría poder hacer: su problema es que no
puede, no tiene ganas, es incapaz. Es precisamente esa su enferme-
dad. Por eso lo mejor es acompañarlo en su dolor, esperar a que
pase, escucharle, apoyarle, ayudarle, pero no se puede hacer nada
más. Las cosas llevan su tiempo y ha de pasar el tiempo de duelo y
dolor para que llegue otra etapa más positiva.
Ahora creo que hay que dejarse llevar por lo que se siente, por
lo que te apetece; que cada cosa llegará, que claro que hay que
ayudarle a que llegue pero dentro de una medida, no con esfuer-
zos sobrehumanos. Hay mucha gente preocupada por las inte-
rrupciones en la vida profesional, académica, etc. de los enfermos,
pero yo creo que la vida es muy larga, que todo se puede retomar,
que nada tiene un plazo, y que hay que tomar las cosas como vie-
nen. Dejar los tiempos de dolor y los tiempos de recuperación. Los
esfuerzos son sólo posibles cuando son posibles, no antes. No for-
cemos las cosas ni los tiempos.

108
18
DEL SUEÑO REPARADOR

Una de las cosas que aprendí es a que el sueño es algo muy


reparador y que hay que cuidarlo durante las distintas fases de la
enfermedad. De hecho, mis peores crisis provenían tras unos días
sin dormir. La ansiedad no me dejaba dormir, estaba toda la noche
dándole vueltas a la cabeza y al día siguiente no podía rendir en el
trabajo, estaba más neurótica de lo normal y reaccionaba de forma
más extraña todavía ante cualquier circunstancia. Ya cuando esto
pasaba durante varios días, la situación de malestar y desequili-
brio se agravaba sobremanera. Así es que siguiendo los consejos
de la psiquiatra, empecé a tomar medicación para dormir cuando
era necesario. Tomaba media pastilla por la noche, al dormir, cuan-
do notaba que estaba particularmente nerviosa y que llevaba al
menos una hora dando vueltas en la cama. Había que cortar el
ciclo. No podía permitirme el lujo de no dormir y desencadenar
una crisis nuevamente. En la actualidad, ya no tomo nada para
dormir. Pero si un día me noto especialmente nerviosa por algo y
al día siguiente tengo una situación previsiblemente estresante
para la que sería preciso dormir bien, no tengo ningún reparo en

109
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

tomarme una pastilla. “Somos pura química”, como dice una ami-
ga mía, e igual que nos tomamos una pastilla para el dolor de
cabeza, hay que comprender que la mente también “duele” y que
la química también ayuda a que se pase el dolor.

110
19
DE LA PACIENCIA NECESARIA

Yo era muy impaciente, quería todo-para-ayer. La enfermedad


me ha devuelto otra imagen de la vida. Las cosas llegan, pero lle-
gan con sus plazos y sus tiempos. Hay que aprender a esperar, es
una virtud y yo no la tenía. Ahora he aprendido a desarrollarla.
Cuando estás sumergido en la enfermedad quieres que acabe
de una vez, no ves que llegue el día, no ves avance inmediato; no,
al menos a la velocidad a la que esta sociedad nos acostumbra. Las
cosas son como toda la vida: lentas, progresivas. Pero llegan, todo
llega, es cuestión de esperar y ayudar a que lleguen, claro. No
quiero decir que las cosas sucedan porque sí, pero que si las ayu-
damos, vienen. Tal vez no como quisiéramos, o nos habíamos
imaginado, pero llegan. Es cuestión de paciencia.
Hay que pasar por cada etapa que es preciso pasar. De todas
ellas se aprende, todas ellas tienen sentido relativo respecto al res-
to. El dolor tiene sentido porque existe la felicidad. La noche, por
el día. Todo lo que existe tiene significado en un mundo-sistema,
interrelacionado. Luego hay que dar espacio a cada cosa, que suce-

111
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

da cuando debe suceder y mientras tanto hacer algo, ayudar a que


pase, a que llegue. Como alguien dijo, “La clave de la paciencia es
hacer algo mientras esperas” y es que es cierto que “el que sube una
escalera debe empezar por el primer peldaño” (W. Scott).

112
20
DE LA IMPORTANCIA
DE LAS SENSACIONES

Si algo he aprendido es a escuchar a mi cuerpo sabio. Se ha


convertido en una guía para mí.
Ahora, y es algo que he aprendido en psicoterapia, estoy más
en contacto conmigo misma, con mi cuerpo, que me devuelve
estados de ánimo de los que no soy consciente. Es una especie de
alarma. Ahora puedo detectar angustia o enfado, miedo o ansie-
dad o una sensación difusa a la que pongo nombre tras hacerme
un sinfín de preguntas. Cuando detecto que algo me pasa, hormi-
gueo en el estómago, falta de aire, ansiedad, inquietud, etc. me
pregunto qué me pasa, y voy dándome respuestas a mí misma. En
algunas ocasiones, cuando voy por el buen camino, cuando detec-
to algo que me pasa y le pongo nombre, cuando me lo explico,
cuando lo desenmaraño, siento un cierto alivio corporal y noto
que he acertado. Mi cuerpo sirve de guía. Antes no sabía reconocer
mis estados, me enfadaba, pero como lo tenía vetado, me revolvía
por dentro, incapaz de detectar mi enfado, sobre todo contra la
autoridad, lo que tenía totalmente prohibido. En su lugar era
capaz de enfadarme con cualquiera, de generar una gran actividad

113
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

a mí alrededor para calmar mi ansiedad. Hoy ya no me sucede


esto, tras detectarlo soy consciente de ello y no lo enmascaro, me
tomo un ansiolítico, lo escribo, voy a dar un paseo rápido por la
playa, lo hablo, etc. tengo otras herramientas para solucionarlo.
Cuando a veces detectaba que estaba en el comienzo de la espi-
ral (inquietud, tensión en la cabeza, rigidez, etc.), me tomaba uno
o dos ansiolíticos, empezaba a escribir, a pensar en posibles solu-
ciones, y salidas. Cuando mi cuerpo se relajaba, sabía que había
dado en el clavo; cuando mi mente se destensaba, sabía que esa era
la solución. Así aprendí a escuchar mi cuerpo. Empezaba a pensar
“¿será por x?, ¿por b?”, y decía “¿y si fuera de otro modo?, ¿si ocu-
rriese que?”. Y mi cuerpo de pronto se relajaba. Sabía que había
encontrado el punto de vista óptimo, sabía que había dado en el
clavo. De todas formas, antes de que empezara la espiral aprendí a
detectarla y a utilizar diversas técnicas, hacer ejercicio, escribir lo
que se me ocurría, tomarme un ansiolítico, pensar en posibles
otros puntos de vista, hablar con mi pareja, etc. todo ello actuaba
para distender.

114
21
DE LOS GRUPOS DE TERAPIA
Y SU VARIEDAD Y SUS BENEFICIOS

Durante el tiempo de terapia, asistí a varios grupos de terapia.


Concretamente a dos. Los grupos de terapia se forman como un
grupo de personas que se reúnen con periodicidad generalmente
semanal para hablar durante hora y media más o menos sobre
“sus cosas” bajo la supervisión de un terapeuta. Se va construyen-
do la vida del grupo con el tiempo. Cada uno cuenta cómo está,
dónde está en ese momento, y los demás le devuelven impresiones
sobre el mismo. En el grupo se viven situaciones de conflicto, de
dolor, de alegría, etc. El grupo tiene vida propia y cada uno de ellos
es diferente dependiendo de sus componentes y de la dinámica
que se genere. Así mismo, cada uno va cambiando en el transcurso
de la vida del grupo y así se va construyendo éste.

Accedí a asistir a un primer grupo por responsabilidad, por-


que me lo recomendó mi psicoterapeuta en quien confiaba. Fui
con “mis máscaras” a dos grupos durante dos años y medio más o
menos. Al principio me costaba, pero poco a poco me fui haciendo
adicta a ellos.

115
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

El problema para los grupos en las ciudades pequeñas es que


en general sueles conocer a alguno de los miembros. Así es que se
hace un pacto para no contar lo que allí se hable aunque siempre el
hecho de estar enclavado en un espacio tan reducido es una limi-
tación para la dinámica del propio grupo. Es más fácil en las gran-
des ciudades donde nadie se conoce y es poco más que imposible
tener referencias de las personas que acuden al mismo.
El primero era un grupo muy entrañable y podría calificarse
de grupo-madre. Acogía, llorábamos mucho. Yo no me integraba
demasiado, no contaba demasiado, tenía muchos miedos y juga-
ba con mi imagen de chica dura y feliz, sin problemas. Me costa-
ba romper esta imagen y no era consciente de ella. Tal era el poco
contacto que tenía conmigo misma, que no me permitía ni sentir
cómo estaba. Realmente no sabía cómo estaba en cada momento,
es algo que he aprendido a escuchar de mí misma y que me da
claves para solucionar problemas y detectar situaciones conflic-
tivas.
El segundo grupo, sin embargo, fue un grupo sobre todo afec-
tivo, muy acogedor, muy protector. En este me desenvolví mejor,
empecé a confiar en la gente a través de ellos. Empecé a abrirme
más, a romper mi imagen de mujer sin problemas para convertir-
me en frágil y vulnerable, pero al mismo tiempo dura por lo que
había pasado y a lo que había sobrevivido. Fue un grupo de expe-
riencias muy ricas. Aprendí mucho de mí misma. Era un laborato-
rio a través del cual miraba lo que me pasaba para aprender a
confiar en los otros, para sentirme más segura y válida.
Con estos grupos, lo que aprendí es que somos en la medida en
que estamos relacionados. Me di cuenta de que uno de los proble-
mas de los enfermos es su aislamiento. Da igual que estés rodeado

116
DE LOS GRUPOS DE TERAPIA Y SU VARIEDAD Y SUS BENEFICIOS

de gente, es que tal vez no te sabes relacionar y tu yo más íntimo


está alejado, no contacta con nadie. Ese aislamiento es una de las
características que he comprobado en mucha gente que calificaría
de enfermo.
Los demás, cuando te relacionas, te dan visiones de ti mismo
que te descubren aspectos de ti que desconocías. Los demás son
espejos maravillosos de nosotros mismos. Hay que procesar y con-
trastar la información con uno mismo, con el propio criterio, pero
la fuente viene de fuera, interactúa con lo de dentro y es así una
gran ayuda. Es como cuando tienes en tu casa unos manteles vie-
jos pero te has acostumbrado a vivir con ellos, ya no te das cuenta
porque los has visto envejecer a tu lado. Pero de repente llega
alguien a quien le llaman la atención y tú te das cuenta de que tiene
razón, de que realmente están viejos. El de fuera puede hacer que
nos demos cuenta de que lo que tenemos no está bien, que podría
estar mejor, que puede cambiarse. En otras ocasiones, nos dará
una visión distinta con la que no estaremos de acuerdo, pero nos
servirá para reafirmarnos, para plantearnos al menos lo diferente
y seguir eligiendo lo que tenemos.
Los grupos de terapia son una herramienta utilísima porque
son espacios seguros, donde se pueden decir las cosas, donde se
juega a decir “esas cosas” sobre los demás y donde los demás te
dicen cosas sobre ti. Implican mucho valor, puesto que exponerse
al juicio de los demás precisa de arrojo; pero una vez más, es algo
que “merece la pena”. Los demás devuelven imágenes sobre uno
mismo que corroboran o contradicen lo que tú crees sobre ti, que te
descubren motivaciones nuevas.
Otro efecto que conseguí por el grupo fue adquirir más con-
fianza en el otro. Mis rasgos básicos de desconfiada se vieron res-

117
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

quebrajados a través de los grupos. El grupo de terapia es un pro-


ceso, una experiencia que hay que vivir, algo que no puede contar-
se ni racionalizarse, es algo a lo que hay que exponerse y vivenciar.
Es una experiencia que nos devuelve que los otros son confiables,
que nos ayudan, para alguien como yo que tenía la experiencia de
la desconfianza, esta vivencia fue radical, me cambió los esquemas
mentales desde lo más profundo.
Al final decidí que ya era hora de despedirse de los grupos. Me
daba miedo y me dolió mucho porque me había acostumbrado,
pero era una decisión de crecimiento, de sustituir el grupo enfer-
mo por los grupos supuestamente sanos, los de fuera. En aquellos
grupos terapéuticos, muchos de los que allí asistían, o casi todos,
estaban más cuerdos que los que se encuentran fuera, en la vida
cotidiana. Muchos de ellos, son precisamente más cuerdos porque
han reconocido su enfermedad: reconocen que están mal. Es el
primer paso para sanar: reconocer. ¡Cuánta gente debería acudir a
terapia pero es incapaz de reconocer qué le pasa! Estos grupos
eran en muchas ocasiones, ricos y sanos, más sanos que lo que se
encuentra en la vida normal.
A través de ellos, conseguí despertar a lo social. Me sentía más
segura y afianzada en mis convicciones, ya no tenía miedos irra-
cionales, reservas, imágenes que no se correspondían con lo que
yo era. Me sentía más yo y me relacionaba desde mí. Criticaba lo
que no me parecía bien y no me sentía mal por ello, no me sentía
mal por ser inadecuada en algunas ocasiones. Me sentía segura; en
contacto con la realidad, algo de lo que los enfermos adolecen:
contacto con la realidad. Así recuperar el contacto con la cotidia-
neidad es un buen antídoto: sea por las relaciones, por las activida-
des cotidianas, el deporte, una labor creativa, el trabajo, etc. cuanto

118
DE LOS GRUPOS DE TERAPIA Y SU VARIEDAD Y SUS BENEFICIOS

mayor sea el contacto del enfermo con la realidad, mayor posibili-


dad de recuperación existe. Es preciso combatir su tendencia al
autismo.

119
22
DEL CAMBIO QUE EXPERIMENTÉ

De cualquier forma, el cambio iba siendo gradual. Yo iba no-


tándolo poco a poco, en determinadas ocasiones, no siempre. De
pronto me encontraba reaccionando de diferente forma a como lo
venía haciendo. Era más consciente de lo que me pasaba, de cuán-
do me enfadaba, de cuándo estaba frustrada o preocupada, de por
qué me enfadaba, de contra quién, de por qué no podía ser cons-
ciente del enfado, de por qué lo proyectaba en el exterior, en los
otros.
Así había descubierto que siempre tenía enemigos externos.
Cuando acababa con uno como chivo expiatorio, me inventaba
otro. Así podía pasar mi vida buscándome enemigos. Cada vez
uno, uno detrás de otro, cuando uno ya no era posible, inventaba
otro. La causa de mis males estaba siempre fuera. Hasta que deci-
dí que yo era la causa de mis males. Que puedes cambiar el afue-
ra o el adentro. Que en mi caso era mejor cambiar el adentro, que
lo de fuera iba a seguir existiendo como era, que dependía de la
mirada.

121
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Este fue un gran hallazgo en mi enfermedad, puesto que antes


no era consciente de mi enfado y se operaba el mecanismo de pro-
yección inmediatamente. Me sentía mal, me enfadaba, lo proyec-
taba y sólo veía el exterior, por qué se enfadaban conmigo, por qué
me trataban mal. Todo lo interpretaba como agravio contra mí
cuando no era así. Al empezar a darme cuenta de cuándo se gene-
raba el enfado, ya estaba alerta para empezar a ver que lo que yo
veía en el exterior no era sino reflejo de lo que pasaba en mi inte-
rior. Esto que parece algo tan sencillo, no me fue nada fácil desve-
larlo. Esta fue una de las bases del descubrimiento de mi enferme-
dad. El desvelar este mecanismo.

122
23
MERECE LA PENA...

Hoy en día lo veo todo como algo alejado. Ya estoy casi segura
–porque nunca se pude tener la certeza– de que no me volverá a
pasar. He aprendido los mecanismos para desmontar los procesos.
Hoy cuando me pasa alguna cosa que considero estresante, me
reconozco en la agresión, e inmediatamente no solamente busco
una sola explicación unívoca como antaño, sino que se me abre un
amplio espectro de posibles respuestas y visiones que antes era
incapaz de tener. Así interpreto de distinta forma las cosas que me
pasan y me calmo, siempre hay algo que encuentro que me hace
pensar que las cosas no son como yo las veo, que de hecho las veo
de muchas formas.

Las cosas son como un elefante que todos tocan. Todos creen
que tocan el elefante. El que toca una pata cree que el elefante es
una pata, el que toca la trompa cree que es la trompa.,todos tienen
razón pero ninguno tiene la visión completa. Eso es lo que yo
aprendí. A que las cosas no tienen sólo una visión sino que depen-
de del punto desde el que se miren son de una forma u otra.

123
TODO LO QUE APRENDÍ DE LA PARANOIA

Aprendí a ser más flexible, menos exigente, más abierta, a rom-


per la rigidez de la visión única. También aprendí a relacionarme,
a escuchar otras visiones e interpretaciones, a confiar en los demás,
a sentirme querida y a saber recibir el afecto, a salir de mí misma
para querer al otro, a expresar lo que sentía fuera a favor o en con-
tra de lo que estaba oyendo, a no aguantarme si algo no me parecía
bien, a ser más asertiva, a pedir perdón, a ponerme en el lugar del
otro, a dejarme sentir el dolor. Aprendí a “aceptar en paz”, a espe-
rar, a tener paciencia, a tomar la vida como viene. Aprendí muchas
cosas. Hoy todavía sigo aprendiendo más sobre mí: mi narcisismo,
mi rigidez, etc. y en definitiva, creo que es algo que verdadera-
mente ”merece la pena”.

124
DIRECTORA: OLGA CASTANYER
1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.). (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (29ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. GIMENO-BAYÓN. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRECHERA. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCTOR GARCÍA (EDS.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FERNANDO
JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. JEAN SARKISSOFF. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YARTO ELIZALDE. (7ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT. (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa.
LUIS ZABALEGUI. (3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI. (3ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIER GAFO (ED.). (3ª ed.)
17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (6ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART.
20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (11ª ed.)
21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. GERALD MAY.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CLAVEL.
24. Pensamientos del caminante. M. SCOTT PECK.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico.
RAMIRO J. ÁLVAREZ. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual.
DAVID RICHO. (3ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada
uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD.
28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia.
ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. (3ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías.
MIGUEL ÁNGEL CONESA FERRER.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los
exámenes. KEVIN FLANAGAN.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. VERENA KAST.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. WILKIE AU - NOREEN
CANNON. (2ª ed.)
35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. (4ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIETO URSÚA.
37. Psicoterapia psicodramática individual. TEODORO HERRANZ CASTILLO.
38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON. (2ª ed.)
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales.
JOHN AMODEO - KRIS WENTWORTH. (2ª ed.)
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA.
42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo.
CHARLES L. WHITFIELD.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARLOS BERMEJO.
45. Para que la vida te sorprenda. MATILDE DE TORRES. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y
la pasión. DAVID BRAZIER.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS. (2ª ed.)
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo.
LUIS CENCILLO. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG. (3ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. JUAN
ANTONIO BERNAD.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE y ELISA LÓPEZ
BARBERÁ Y COLS.
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORETTA CORNEJO.
56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORELL.
57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares.
GIULIANA PRATA; MARIA VIGNATO y SUSANA BULLRICH.
59. Amor y traición. JOHN AMODEO.
60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN.
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. KEVIN
FLANAGAN.
62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal.
IOSU CABODEVILLA ERASO.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y ESTELA ORTEGA. (6ª ed.)
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENTE BONET, S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO. (8ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KATHLEEN R. FISCHER y
THOMAS N. HART.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad
mediante los cuentos. JEAN-PASCAL DEBAILLEUL y CATHERINE FOURGEAU.
71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser.
JEAN SARKISSOFF.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la
longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. PATRICE CUDICIO y CATHERINE CUDICIO.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIETO
CARRERO. (2ª ed.)
76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JESÚS DE LA
GÁNDARA MARTÍN.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT.
78. Cuando el silencio habla. MATILDE DE TORRES VILLAGRÁ. (2ª ed.)
79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicolo-
gía. RAMÓN ROSAL CORTÉS.
81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica.
DAVE MEARNS y BRIAN THORNE.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psico-
terapéutico. FRED FRIEDBERG. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ
84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-M. MCMAHON.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA.
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABORA-
CIÓN DE ITZIAR BARRENENGOA. (2ª ed.)
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona.
BARTOMEU BARCELÓ.
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos.
ALEJANDRO BELLO GÓMEZ, ANTONIO CREGO DÍAZ.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y
pensadores. NICK OWEN.
91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS PIO ABREU.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica
terapéutica. AGNETA SCHREURS.
93. Fluir en la adversidad. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. JUAN ANTONIO BERNAD.
95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. JOHN
AMODEO.
96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. BENITO PERAL.
97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. LUIS RAIMUNDO
GUERRA. (2ª ed.)
98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. MÓNICA RODRÍGUEZ-ZAFRA (ED.).
99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. CLAUDE IMBERT. (2ª ed.)
100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo.
MARTIN M. ANTONY - RICHARD P. SWINSON. (2ª ed.)
101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. JOY CLOUG.
102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. THOM RUTLEDGE.
103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperazanza en el
futuro. MARGARET J. WHEATLEY.
104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, JULIO C.
MARTÍN. (6ª ed.)
105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. IRENE ESTRADA ENA.
106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o
con sus alumnos. MANUEL SEGURA MORALES. (10ª ed.)
107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría
(euforia). KARMELO BIZKARRA. (4ª ed.)
108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. MARISA BOSQUED.
109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psico-
terapia gestalt. ÁNGELES MARTÍN Y CARMEN VÁZQUEZ.
110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso.
JORGE BARRACA MAIRAL. (2ª ed.)
111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un
dominio excesivo sobre nosotros. RICHARD J. STENACK.
112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más pro-
fundo. JOHN P. SCHUSTER.
113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. MICHAEL L. EMMONS,
PH.D. Y JANET EMMONS, M.S.
114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas.
PAMELA KRISTAN.
115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. AGUSTÍN
CÓZAR.
116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. ALEJANDRO ROCAMORA. (2ª ed.)
117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. BERNARD
GOLDEN, PH. D.
118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. JUAN CARLOS VICENTE CASADO.
119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. ANN WILLIAMSON.
120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas
y consejeros. BALA JAISON.
121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. LUIS
RAIMUNDO GUERRA.
122. Psiquiatría para el no iniciado.RAFA EUBA.
123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. KARMELO
BIZKARRA. (2ª ed.)
124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO. (3ª ed.)
125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia.
IOSU CABODEVILLA ERASO.
126. Regreso a la conciencia. AMADO RAMÍREZ.
127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. PETER BOURQUIN. (4ª ed.)
128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin
estrés. THOMAS HOHENSEE.
129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la ver-
güenza. OLGA CASTANYER.
130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. LORETTA CORNEJO. (2ª ed.)
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. JAVIER TIRAPU.
132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. AMADO
RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, JULIO C. MARTÍN,
JUAN GARCÍA Y ROSA VIÑAS. (2ª ed.)
134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés
asistencial. CONXA TRALLERO FLIX Y JORDI OLLER VALLEJO
135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. TOMEU BARCELÓ
136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de
hacer. WINDY DRYDEN
137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. IGOR
LEDOCHOWSKI
138. Todo lo que aprendí de la paranoia. CAMILLE

Serie MAIOR
1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática STANLEY KELEMAN. (7ª ed.)
2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. ANDRÉ LAPIERRE.
4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. (3ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.). (11ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ.
7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal.
CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. (11ª ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico.
CAROLYN J. BRADDOCK.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CLAVEL
10. Vivencias desde el Enneagrama. MAITE MELENDO. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. DOROTHY MAY.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual.
CARLOS RAFAEL CABARRÚS. (4ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en
pareja y una convivencia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ. (2ª ed.)
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ
MORANO. (2ª ed.)
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas
psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL.
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN.
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE.
19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (3ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª PORTA TOVAR.
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación.
BRUCE M. HYMAN Y CHERRY PEDRICK.
23. La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método. GEORGE DE LEON.
24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. WALEED A. SALAMEH Y WILLIAM F.
FRY.
25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales.
HOWARD KASSINOVE Y RAYMOND CHIP TAFRATE.
26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. JOSÉ L. TRECHERA.
27. Cuerpo, cultura y educación. JORDI PLANELLA RIBERA.
28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. DONI TAMBLYN.
29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. ÁNGELES MARTÍN. (5ª ed.)
30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a
su cargo la tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. NICK OWEN
31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños
y adolescentes. PAUL STALLARD.
32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio.
PABLO RODRÍGUEZ CORREA.
33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. PEPA HORNO GOICOECHEA. (2ª
ed.)
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz,
el 8 de abril de 2009.

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