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Consideraciones críticas 14
Eudaimonia 27
Hedonismo 29
Autoconservación 30
El compromiso aristotélico 31
Razón y vida 34
Benevolencia 35
Ordo amoris 37
Consecuencialismo 38
El discurso 39
Normalidad y naturalidad 41
Responsabilidad 42
Perdón 43
Consideraciones críticas 43
Liberalismo 50
Conservadurismo y totalitarismo 54
BIBLIOGRAFÍA 64
NOTAS 71
ooooooooooooooooooooooooooooooooooo
1
hora de enjuiciar el contenido de este ensayo, así como en el caso de pretender dilucidar
el significado último de algunas afirmaciones emitidas por el autor.
Ese ‘Siglo Norteamericano’ fue anunciado, ya desde 1941, por H.R. Luce, dirigen-
te de uno de los mayores complejos de comunicaciones de los EE.UU., quien definió la
nueva quintaesencia del poder, tanto internacional como nacional, en términos de “... la
fusión de la fuerza económica y del control de información, la ‘fabricación de imágenes’,
la formación de la opinión pública, etc.”3. Según Herbert I. Schiller, los medios modernos
de comunicación de masas desempeñan, efectivamente, un doble servicio para aquellos
que los manejan en la actualidad4:
a) Dentro del país, ayudan a superar la falta de entusiasmo popular frente al papel
mundial de gestor de un imperio.
fue recoger el relevo, aplicando la misma metodología, aunque con sutiles variaciones.
Baran & Sweezyv se exteriorizan al respecto6:
Schiller añade al respecto: “Si el libre comercio es el mecanismo por el cual una
economía poderosa penetra y domina una economía más débil, la ‘libre circulación de
información’, objetivo sea de paso de la UNESCO, es el canal a través del cual es posible
imponer sistemas de vida y de valores a las sociedades pobres y vulnerables”. Por otro
lado, apostilla que el controlar eficazmente las comunicaciones le interesa igualmente a
la institución militar, por motivos eminentemente prácticos: poder comunicarse instantá-
neamente (vía satélite) con los más inaccesibles campos de batalla, suministrando infor-
mación de espionaje de gran valor táctico para la llamada ‘contrarrevolución’ 7 . Una
conclusión curiosa que se puede sacar de todo esto, según Schiller, es que merced al
avance de las comunicaciones, los políticos norteamericanos han llegado a legitimar im-
plícitamente una posición cuasi-totalitaria que previamente habían adoptado nada menos
que sus enemigos teóricos, los dirigentes soviéticos: dirigirse directamente al ‘pueblo‟
(el público, tanto nacional como mundial) por encima de la burocracia oficial de la
nación8. La teoría filosófica de Charles Frankel intenta defender este punto de vista ; así
dice9:
Para Frankel, las características de dicha nueva era serían las siguiente:
- Corriente en dos direcciones entre los ricos y los pobres, entre las naciones y
los pueblos más poderosos y los menos poderosos
4
1922 → 0,2%
1935 → 10,1%
f) Las buenas intenciones para servirse de las transmisiones radiofónicas con fi-
nes educativos encontraron en el mercado un ambiente más bien hostil (las
emisiones de servicio público se han visto aisladas del grueso del público
oyente, quien desde hace tiempo ha estado condicionado por la programación
comercial).
En opinión de Schiller, “... el ángel del poder norteamericano en este siglo ha es-
tado íntimamente relacionado con la guerra –con su preparación y con la guerra en sí”.
En mor de esta actitud se ha ido creando paulatinamente una condición nacional de esqui-
zofrenia originada en la dualidad de un creciente bienestar material del cual goza cada
vez mayor número de la población y un sentimiento paralelo y en gran parte dependiente
del anterior, de terror omnipresente y anestésico. Schiller observa tres elementos de cam-
bio en las comunicaciones norteamericanas desde la 2a Guerra Mundial14:
Schiller cree que esta preocupaciones tenían una sólida justificación, aunque só lo
fuera por el hecho de que “... el radioespectro siempre será un recurso natural que, para
su utilización eficaz, debe ser considerado como una unidad y tratado de forma global”.
Sin embargo, esta política a lo que condujo fue a una unificación limitada, y, por supuesto,
bajo la égida de las Fuerzas Armadas. Coincidiendo con la confrontación cubano-nortea-
mericana (1961-62), el Presidente Kennedy estableció el 16-II-62 el cargo de Director de
Telecomunicaciones en el Departamento de Planificación de Emergencia ; esta medida
llevó ineluctablemente a la militarización definitiva de las comunicaciones, tanto públicas
como privadas, en los EE.UU. El periódico ‘Business Week’ publicó en 1967 el siguiente
texto17:
a) El status quo que produce este desequilibrio con toda su miseria social no pue-
de durar.
ción por las vías que ellas escojan, y si el status quo deviene intolerable, debe-
mos entonces soportar las consecuencias de un conflicto interminable que se
extenderá por gran parte de la superficie de la tierra.
Uno de los malos usos de los medios de comunicación es, en opinión de Schiller,
utilizarlos para controlar los gobiernos de países supuestamente aliados ; a este respecto
dice21:
Según observa Schiller, la radio y la televisión del Canadá están dominados por
programas de procedencia norteamericana. Esta experiencia canadiense, que hasta cierto
punto resulta lógica debido a la vecindad geográfica de ambos países, no constituye, sin
embargo, más que un exponente mínimo y localizado del fenómeno asombroso de la
invasión mundial que las comunicaciones electrónicas norteamericanas han perpetrado.
Schiller se pregunta: “... ¿Hasta qué punto las transmisiones internacionales están siendo
obstruidas por las programaciones de radio y televisión que tienen su origen en EE.UU.
o en medios financiados por Norteamérica en ultramar?”. No obstante los terribles augu-
rios, parece ser –al menos hasta el momento- que los ingresos inmediatos, además del
impacto político-cultural más significativo de la penetración norteamericana en ultramar,
aún provienen de la exportación de programas estadounidenses. Similares tendencias se
observan en la industria cinematográfica23.
“El industrialismo del siglo veinte ha creado este nuevo tipo psicológico,
el homo consumens, fundamentalmente por razones económicas, es decir, por la
necesidad de consumo masivo que está estimulada y manipulada por la publicidad.
Pero el tipo psicológico, una vez creado, influye, a su vez, en la economía y todo
pasa como si los incentivos cada vez más numerosos de satisfacción fueran racio-
nales y realistas. Por eso, el hombre contemporáneo está poseído de un anhelo ili-
mitado de consumir más y más”.
No obstante, Schiller opina que “... sería un error interpretar estos hechos como
la prueba de un tratado secreto internacional que realizaría la comercialización mundial
de los medios de comunicación”. Pero, a pesar de todo, subsiste en la actualidad una con-
ciencia muy clara de cómo se podrían utilizar las comunicaciones para fines ideológicos
a la vez que lucrativos. Un texto del economista japonés Shigeto Tsuru aclara este último
extremo27:
Como colofón de todo lo anteriormente dicho, Schiller deduce que lo que está en
juego es “... la integridad cultural de las sociedades más débiles, cuyo patrimonio
nacional, regional, local o tribal empieza a verse amenazado con extinguirse por culpa
de la expansión de las comunicaciones electrónicas modernas, en particular de la
televisión, que emanan de los contados centros de poder del mundo industrializado”. La
diplomacia de cañón ha pasado a la historia, pero la diplomacia de las comunicaciones
prospera plenamente en la actualidad, y no se sabe cuál es más perniciosa. Schilleri resume
esta opinión en un interrogante28:
“¿Qué medios podrían poseer las naciones débiles y atrasadas para tomar
y seguir sus propias decisiones respecto a su economía y su cultura, dada la fuerza
del sistema mundial de negocios con sus poderosas raíces que se extienden insa-
ciables desde la cuenca del Atlántico Norte y que utiliza las comunicaciones elec-
trónicas para promocionar su misión internacional de mercado?”
Para Schiller las ‘utopías’ han dejado de estar de moda, precisamente ahora que
su realización se ha hecho posible: “Ahora que existe la posibilidad de aplicar algunos
de los asombrosos descubrimientos realizados en el campo de la tecnología de la
información, transcurre un período de espera hasta que los especialistas del futuro reve-
len dichas posibles aplicaciones, fruto de su creatividad”. Pero esa aplicación constructi-
va de la comunicación precisa, eso sí, de una reconstrucción a fondo de los procesos
sociales que regulan el sistema informativo en todos los niveles de la existencia personal
y nacional, y, por desgracia, el grupo que ostenta el control hace todo lo posible (incluso
utilizar los propios medios de comunicación) para resistirse a la susodicha reorganización.
Aquí intervendría decisivamente una reforma radical de la estructura del sistema educa-
tivo, porque, como dice John Pratt, “... lo que enseñamos (o lo que no enseñamos) hoy,
puede muy bien afectar nuestra supervivencia”. Y Schiller, al hilo de todo esto, se pregun-
ta31:
“¿Cómo y cuándo podemos introducir la idea de responsabilidad social
dentro del proceso de la enseñanza cuando los medios más eficaces de instrucción
han sido disponibles de forma marginada solamente al servicio público y a la
responsabilidad colectiva?”
Como bien dice Schiller, para poder proporcionar unas comunicaciones vigorosas
y beneficiosas para la humanidad, las comunicaciones de masas deben ir en cabeza, y no
14
seguir. La difusión comercial no puede hacer esto. La difusión pública, por otro lado,
aunque en teoría está capacitada para ello, probablemente encontraría amenazada su ayu-
da económica si se moviera con tesón en esta dirección. La conclusión obvia es que “...
hay que salvar la tecnología de las comunicaciones modernas de sus custodiadores ac-
tuales”32.
Consideraciones críticas
EL MIEDO A LA LIBERTAD EN EL
UNIVERSO DE TOM WOLFE
Este trabajo pretende hacer una lectura psicológica de la novela de Wolfe, tratando
de rastrear entre sus páginas ejemplos de lo que Erich Fromm define como mal endémico
de nuestro siglo, especialmente en los países desarrollados y fuertemente urbanizados: el
miedo a la libertad. Se trata del mismo concepto que Wilhelm Reich denomina plaga
emocional de la humanidad y Herbert Marcuse represión adicional. Como constata Ferra-
ter Mora, todos estos autores (y especialmente Fromm) han mostrado que, en efecto, hay
varios caminos que conducen al hombre a huir de la libertad (lo cual explica en parte –
añadimos- la existencia de totalitarismos ; no olvidemos que Hitler llegó al poder
¡ganando unas elecciones!)33. Según los autores de que hablamos, esta hui-da es una huida
de sí mismo y una de las formas que adopta el ‘instinto de muerte’ freudiano. La referencia
más directa al mismo en la novela que analizamos la encontramos al final del capítulo 15
(pg. 343-345), cuando el escritor inglés Lord Buffing, enfermo de SIDA, hace una patética
17
Toda la novela, en efecto, nos parece la descripción del descenso redentor a los
infiernos de sus personajes principales y, por qué no, del propio lector, al que le son reve-
lador de forma ingeniosa las miserias de este mundo. En el libro de Wolfe hallamos algu-
nos ejemplos de esto ; así, Sherman McCoy intenta justificarse a sí mismo del hecho inne-
gable de que está engañando a su esposa (pg. 17): “Sigue siendo una mujer muy atractiva
...¡Pero ya tiene cuarenta años! ... Ella no tiene la culpa ... ¡Pero yo tampoco!”. Más ade-
lante (pg. 46 la autojustificación continúa: “Técnicamente, le había sido infiel a su esposa.
Sí, desde luego ... pero, ¿quién podía permanecer monógamo bajo los efectos de esta, es-
ta, esta auténtica marea de concupiscencia que estaba barriendo el mundo?” Y el vicefis-
cal Kramer explica de la siguiente manera su poco disimulado interés por la persona de
una miembro del jurado (pg. 125):
La novela de Tom Wolfe nos proporciona innumerables ejemplos de esto que deci-
mos al describirnos a la ‘alta sociedad’ de Nueva York. Para empezar, Sherman McCoy,
que se considera a sí mismo, un exitoso pawnbroker (corredor de bolsa), como uno de los
‘amos del universo’, es decir, tan de plástico como los juguetes de inspiración televisiva
de su encantadora hijita Campbell, se ve en un serio aprieto cuando se ve obligado por las
circunstancias a explicarle a ésta en pocas palabras en qué consiste su trabajo. Tampoco
18
sale muy airoso el vicefiscal Lawrence Kramer al intentar vanagloriarse ante sus amista-
des de sus éxitos profesionales (consistentes básicamente en ‘enchironar’ a negros y lati-
nos). La sociedad de alto copete que describe Wolfe (que “... odia a conciencia, ironiza
de maravilla ...”, según el comentarista Nicholas Frazer, de ‘Time Out’) en ‘La Hoguera
de las Vanidades‟ se guía únicamente por la ostentación y por los dictados de la moda ;
la creatividad y la improvisación están mal vistos en esos selectos círculos. El largo y pro-
lífico capítulo 26 (‘Morir en Nueva York’), donde se nos describe con todo género de de-
talles la muerte por infarto en un restaurante de lujo del ‘potentado de los vuelos chárter
a la Meca’. Arthur Ruskin, es un fiel retrato de una sociedad en el seno de la cual imperan
la insolidaridad y el miedo a sí mismo. Un ejemplo de esto sería el caso del Reverendo
Reginald Bacon, personaje de la novela, quien mezcla buenas intenciones, religión y una
dudosa ‘ideología política’ radical y llega a confundir la persecución de los delincuentes
por parte de la fuerza pública con simples ataques racistas. De parecido pie cojea su opo-
nente teórico, el fiscal Abe Weiss, quien, en unión de sus colaboradores, instrumenta la
acción de la justicia en función de sus ansias de poder. Y esas manifestaciones, como nos
muestra Wolfe con su peculiar estilo (el ‘barroco pop’), a medio camino entre el reportaje
y la narración, pueden ser fácilmente manipuladas en función de sus intereses por los de-
magogos de turno, en este caso los ya citados Reginald Bacon y Abe Weiss. Ya sea habi-
tante a transeunte, cada uno necesita representarse la ciudad en que se encuentra. K. Lynck
describe cinco tipos de elementos de representación34:
e) Puntos de orientación.
(Los barrios difieren unos de otros y diferencian por eso mismo los grupos
sociales que residen en ellos)
Este tipo de segregación está desde luego en la mente de la mayor parte de los
personajes de la novela de Wolfe, y en cierto modo define su comportamiento. Así, se nos
dice –después del desafortunado accidente que Sherman y María tuvieron en pleno Bronx-
que “Sherman esperó a que comenzaran a deslizarse por el FDR Drive, junto a la orilla
del East River, ya en Manhattan, en el Manhattan de los blancos, y también a que María
estuviera más calmada, para volver a plantear aquel asunto”. Más adelante, Sherman y
20
su esposa Judy se plantean el siguiente dilema a la hora de asistir a una cena de postín
(pg. 319):
“Pero había otro motivo más definitivo incluso para usar un coche alquila-
do con chófer. Hubiera sido perfectamente correcto que se presentaran a cenar en
un Buen Edificio (era la expresión que se utilizaba en ese momento) de la Quinta
Avenida en taxi, y les saldría por menos de tres dólares. Pero, ¿y después de la
fiesta? ¿Podían acaso salir de casa de los Bavardage y permitir que todo el mundo,
tout le monde, les viese plantados en la acera, a ellos los McCoy, esa magnífica
pareja, alzando los brazos valiente, desesperada, patéticamente, tratando de llamar
a un taxi?”
- Segregación urbana
• El niño, separado del mundo adulto desde su más tierna infancia, pasa en
el mundo familiar prácticamente sólo las horas de sueño.
• La exclusión de los ancianos del mundo de los adultos y del de los niños
ha causado la desaparición de un buen número de relaciones fundamenta-
les para unos y otros.
A este respecto cabría citar el párrafo siguiente, referido a las problemáticas rela-
ciones afectivas de Sherman McCoy con su padre (pg. 414):
inferirse de la lectura de ‘La Hoguera de las Vanidades’, las conductas que triunfan en la
vida urbana no son precisamente las más desinteresadas y altruistas. Más rentable resulta
esa especie de ‘conchabanza’ cuasi-maffiosa que se ejemplifica con el Banco de Favores
de la Hermandad Asnal Irlandesa en la novela. Marcuse, por su parte, sin embargo, era
más optimista. La novela de Tom Wolfe objeto de este trabajo demuestra, por boca de
uno de aquellos ‘utópicos’, que los problemas de este mundo no han variado mucho desde
entonces. Algunos, incluso, se han acrecentado.
22
La novela de Tom Wolfe que hemos analizado tiene indudablemente bastantes ca-
racterísticas que podían tentar a más de uno a llevar a cabo su adaptación para el cine. De
hecho, podría decirse que el libro está estructurado con un lenguaje que roza en ocasiones
al 7o Arte, o al menos hace recordarlo: montajes paralelos, fueras de campo (en algunos
fragmentos resultan más interesantes las acciones secundarias que la trama principal),
descripciones paisajísticas que recuerdan lentas panorámicas, etc. Y, tal como se temía,
Hollywood se subió –como casi siempre- al carro del éxito y acometió la transformación
del lenguaje escrito en fotogramas. El encargado de la versión cinematográfica de esta
novela fue el un tiempo prestigioso director Brian de Palma, que en sus primeras realiza-
ciones hacía presagiar la aparición en el firmamento del espectáculo de un nuevo Hitch-
cock ; no fue así, sin embargo, pues de Palma se embarcó cada vez más en películas co-
merciales sin el más mínimo interés artístico, realizadas, eso sí, con un gran virtuosismo
técnico. Su ‘La hoguera de las vanidades’ no se aparta de esta tónica, por otro lado bastan-
te común en Hollywood: aprovecharse de un éxito literario para hacer dinero con la ver-
sión fílmica, y donde el interés comercial de la empresa sobresale casi siempre por encima
del componente artístico que se supone que toda película lleva consigo.
Eudaimonía
Esta postura ética se puede resumir en los siguientes puntos, todos ellos fácilmen-
te rebatibles según Spaemann;
b) Todos los hombres quieren en última instancia lo que quieren por ese fin
supremo.
Hedonismo
b) Sólo se puede entender como ‘recompensa’ que el individuo obtiene por ello
posición social, riqueza, honores, ...
c) Tras ello se esconden siempre los intereses y deseos de otros individuos (sufi
cientemente fuertes para hacer la satisfacción de sus deseos condición nece-
saria para que los demás puedan satisfacer los suyos).
• El poder más grande lo tiene el educador, que puede conseguir que su discípu-
lo interiorice las demandas que se le dirijan y las convierta en exigencias a sí
propio.
Para Spaemann el hedonismo conlleva una triple dialéctica, en relación con sus
tesis principales:
A esta tesis se le opondría, en opinión de nuestro autor, que, en el caso del ser
humano, está en juego que no se puede entender como función de sus propios estados de
bienestar o malestar. Se trata de la reflexión, pues sólo en ella puede realizar el ser humano
un „repliegue funcional sobre sí mismo‟ (curvatio in seipsum – S. Agustín). Esta facultad
le otorga al hombre una doble trascendencia:
- Dirección hacia algo que no es posible describir como estado del sujeto
mismo.
Autoconservación
Según Spaemann, no podemos definir la vida lograda como una totalidad de bie-
nestar subjetivo (no es posible definir la realidad a partir de una perspectiva interioris ta
31
que se retraiga ante ella): “La felicidad de la vida tiene algo que ver con la superación
de la diferencia entre dentro y fuera, entre ser-para-sí y ser-en-sí”. Si definimos lo
‘útil’ como lo que es necesario para la conservación, hay que reconocer, con nuestro
autor, que lo que contribuye a la conservación lo hace precisamente porque es bueno, y
no al revés. Esta disolución del ‘principio de conservación’ comenzó con la Sota. Para
los estoicos la autoafirmación de la vida se identificaba más bien con su realización
acabada, y los estados de satisfacción o malestar eran solamente reflejos de la autoafir-
mación lograda o fracasada. La idea de que para un ser natural podría estar en juego algo
distinto de sí mismo haría estallar el principio metódico configurado por la opción natu-
ralista. En el monismo de la ciencia moderna, extensión de la susodicha opción
naturalista, la misma idea de lo divino queda reducida a una ficción del género humano
al servicio de la conservación51:
El compromiso aristotélico
al ‘bien’ como un todo. Como dice Pascal (‘Pensées’, 465): “Le bonheur est ni dans nous
ni hors nous ; il est en Dieu, et hors et dans nous”53. En consecuencia, sólo será esclavo54:
b) El que sea incapaz para la pasión, para una inquebrantable intentio recta, y
se sienta forzado a una forma de reflexión que haga abstracción de todos los
contenidos de la ‘vida buena’, permitiendo que existan a lo sumo en la forma
amortiguada de meros medios para un fin bueno puramente exterior a los con-
tenidos.
Esta acepción (el logos) no corresponde propiamente a una parte del alma huma-
na. Aristóteles se centra, por tanto, en el primer significado y define la ‘felicidad’ como
praxis vital consumada y la ‘vida lograda’ como vida dirigida por la razón. La ética
pasa de esta manera a formar parte de la filosofía política: el ciudadano de una polis libre
vive rectamente cuando su vida es útil para la conservación y prosperidad de la polis
misma. La prosperidad de la polis se equipara a la prosperidad de sus ciudadanos ; de
ahí la necesidad de educación.
Según Spaemannxxi, “... el modelo de perfecta felicidad que cada uno lleva dentro
de sí no se puede realizar, ni sustancial ni adecuadamente, bajo condiciones empíricas”.
Una prueba de esta aseveración estaría en la experiencia del marxismo ; en los países
que se han guiado por esta ideología se observa la ausencia de „eudaimonía‟ como
consecuencia de relaciones sociales que, condicionadas por la escasez, la perpetúan e
impiden alcanzar la identidad entre intereses individuales e intereses generales. Spae-
mann opina que el marxismo “... desconoce que la discrepancia entre el sueño de la feli-
cidad y la posibilidad de realizarla es de naturaleza antropológica y tiene un carácter
fundamental”. Y es precisamente esto –considerar su propia vida desde el punto de vista
de su total y plena consumación- lo que distingue al ser humano de los animales. Para el
animal, en efecto, el mundo es medio ; nosotros sabemos, en cambio, que somos medios
para otros seres. Nuestra experiencia inmediata de la vida consiste precisamente en ‘estar
buscando’, estar anticipando, y esta anticipación de la ‘eudaimonía’ es la anticipación
del ser-en-sí (pensado teórica y objetivamente) y para-sí (subjetivamente vivido)55.
Según Spaemann, “... en ninguno de los dos casos se puede hablar de consuma-
ción perfectiva específicamente humana, puesto que tampoco cabe hacerlo de vida como
totalidad” ; la vida perfectamente lograda es un presente consumado que sólo puede ser
anticipado como futuro o recordado como pasado (está, pues, fuera del tiem-po). Seme-
jante fracaso de la idea de una vida perfectamente lograda se halla estrecha-mente conec-
tado con la contradicción inherente a la idea de una libertad total (toda reali-zación de la
libertad es también un ‘consumo de libertades’ ; toda medida encaminada a asegurar la
34
Ya hemos visto cómo para Aristóteles la polis es el lugar que, como substitutivo
de la imposibilidad de la consumación absoluta, permitía la felicidad posible para el
hombre. El cristianismo, por su parte, y especialmente a través del pensamiento de S.
Agustín, abre una polémica con la doctrina de la Antigüedad acerca de la vida, descu-
briendo el carácter ficticio de esta promesa filosófica de felicidad. Para los cristianos
(Sto. Tomás) la moralidad no es en sí misma un fin, sino el medio de la vida lograda ; la
muerte emerge hacia la vida como saber acerca del carácter fragmentario de ésta. La mo-
ral queda así separada de la ‘eudaimonía’, lo que se fe reflejado en la distinción kantiana
entre ‘felicidad’ y ‘dignidad de merecerla’.
Razón y vida
bién es verdad que en ocasiones la razón y la vida se comportan entre sí de un modo an-
tagónico (“el espíritu es adversario del alma”, diría Klages58). Pero Aristóteles, al hablar
del logos (que, entre otras cosas, también puede significar ‘razón’), se refería más bien
a que el ser humano estaba dotado de lenguaje, y, como puntualiza Spaemann, “... el ha-
blar es un sistema de signos que hay que aprender socialmente” ; el que lo aprende expe-
rimenta que el otro no es para él solamente medio circundante, objeto intencional, sino
que también él es medio circundante para el otro: capta la mirada del otro dirigida a él
mismo. En este contexto, las palabras ‘ser’ y ‘bueno’ abren un horizonte de incondicio-
nalidad ; no son ‘ser para’ o ‘bueno para’, sino que se prestan a una reflexión ulterior.
Nuestra razón, por tanto, está concebida en relación con la sociedad ; Spaemann lo expre-
sa como sigue: “Una vida reducida completamente a conciencia, un instinto que devinie-
ra perfectamente voluntad, no sería más que una forma de vacío en el que desaparecería
todo contenido”. Esta preocupación es la que hallamos detrás de la sólo aparentemente
irracional búsqueda de Dios por parte de Descartes, y que también puede manifestarse
de dos maneras extremas59:
Benevolencia
Leibniz define el ‘amor’ como “delectatio in felicitate alterius”. Este mismo con-
cepto es el que maneja Kant cuando postula que un interés dictado por el deber en el bie-
nestar del otro es independiente de la simpatía que alguien sienta por él. Según Spae-
mann, esta definición es correcta, pero irrelevante ; no puede ser fundamento de la con-
vicción moral, ni tampoco es una consecuencia derivada de ella, “... pues no se puede
mandar a nadie que sienta alegría por algo”. Nuestro autor se muestra más partidario
del punto de vista cristiano, según el cual el amor a Dios y el amor al prójimo son una
gracia que ningún hombre se puede otorgar a sí mismo. A lo más que se podría llegar
36
sería –ya lo hemos apuntado- a una especie de „amor benevolentiae‟ (benevolencia del
ser racional), con las siguientes características60:
puesto que se han elevado por encima del mero instinto y han acogido en sus voluntades
el bien como lo general. Esa continua referencia al otro trae consigo la no-imparcialidad
de la ética (al contrario de lo postulado por Kant, para el que la exigencia de imparciali-
dad no requería ulterior fundamentación). Para Spaemann, en efecto, “... en el fondo de
toda llamada fundamentación aparece una decisión” o, lo que es lo mismo, que no hay
ética alguna sin metafísica62:
Ordo amoris
referirnos de modo alguno a Dios, sino únicamente a lo finito. Aquí entra en juego el
concepto agustiniano de ‘ordo amoris’ ; cada cual tiene su propio lugar en el ordo amoris
del otro, dando lugar a una jerarquía escalonada de la benevolencia.
a) Proximidad-lejanía
b) Identidad
Esto bastaría, según Spaemann, para ampliar esta relación moral humana de bene-
volencia más allá de las relaciones interhumanas. Habrá que mostrar responsabilidad fren-
te a la naturaleza por mor de sí misma, aunque, eso sí, teniendo en cuenta las peculiarida-
des existenciales del reino animal: “... como el animal no se hace real a sí mimo, sino que
permanece en la centralidad de la inclinación instintiva, su vida no deviene una totali-
dad”65.
Consecuencialismo
“... todos, y en todo momento, están obligados, para obrar moralmente, a ha-
cerlo lo mejor posible para promover el mejor de los mundos”.
El discurso
do ser racional. Según esta tendencia, lo específicamente ético reside en respetar una
condición determinada a la que se subordina cualquier persecución individual de fines.
Es, según Spaemann, un “... intento de operacionalizar y desindividualizar el concepto
kantiano de razón práctica”. El discurso ético a que se refiere debe satisfacer tres condi-
ciones68:
3) Todos deben estar dispuestos a poner sus intereses a disposición de una even-
tual transformación.
Es evidente que la pregunta, típica en ética, por la acción recta en relación con la
totalidad de la vida correcta sólo tiene sentido para un supuesto teórico: que existe la ac-
ción como realización consciente y voluntaria de un propósito. Esa ‘autonomía del sen-
tido de la acción’ (saber que la misma tiene en diferentes contextos diferentes significa-
dos para los demás) es lo que entendemos por ‘libertad’. Obrar, en este caso, sería, tal
como lo define Spaemann, “... seleccionar, de entre las infinitas consecuencias, algunas
determinadas como ‘fines’, frente a las cuales las demás son reducidas a la condición
de efectos secundarios”. En buena lógica, dichas consecuencias sólo deberían integrarse
en una totalidad cuando las contempla el que obra o el que juzga. Actualmente, sin em-
bargo, a causa de la moderna técnica científica, el alcance de las consecuencias de la ac-
ción humana ha llegado a ser tan grande que la distinción tradicional a que acabamos de
referirnos empieza a perder terreno ; como observa Spaemann, “... la naturaleza no es
ya el marco invariable dentro del que ocurre la acción humana y que absorbe y neu-
traliza a largo plazo sus consecuencias”. Existen dos tipos de reacciones evasivas al res-
pecto69:
41
Como advierte Spaemann, en estos casos la convicción moral “... se torna real
únicamente como un modo determinado de establecer una relación real con la totalidad
de las estructuras sistemáticas en las que vive el agente, y de afirmar así su interpreta-
ción espontánea frente a la nueva interpretación que le corresponde desde el punto de
vista funcional-sistemático”.
Normalidad y naturalidad
Responsabilidad
Perdón
Consideraciones críticas
Por lo que puede considerarse tras la lectura de este libro, la mayor preocupación
de su autor es la de restablecer el orden moral perdido en el guirigay de la época moder-
na. Spaemann piensa que atravesamos actualmente una de esas crisis periódicas en que
el hombre occidental se encuentra sin rumbo y donde hay que buscar por todos los me-
dios la forma de volver a la legalidad de siempre. Dicha hipotética legalidad, especie de
‘derecho común’ spinozístico-hobbesiano ya establecido por el género humano (¿o qui-
zás sólo por el homo occidentalis?) de modo perenne desde tiempos clásicos, correspon-
dería a un reflejo más o menos fiel del ‘derecho natural’, de unas supuestas ‘leyes de la
naturaleza’ de las que nos hemos ido paulatino e inadvertidamente apartando con el paso
de los siglos merced al progresivo mecanicismo en que ha ido a desembocar nuestra
desdichada civilización. Y el autor confía a todas luces en que más pronto o más tarde
se volverá a la sensatez y que las sempiternas reglas morales naturales tornarán a estable-
cerse con renovado rigor en el espíritu de los mortales. Según Spaemann, en efecto, lo
natural es que haya reglas morales, y si hemos dejado de tenerlas, es porque, debido a
nuestro creciente materialismo, le hemos ido perdiendo el respeto a la madre naturaleza.
Obsérvese que la postura a este respecto del autor que comentamos es completamente
44
Cuando Spaemann habla de la ‘ley natural’ se refiere (como todos) a Dios, pero
no a la divinidad metafísica de la Ilustración y del iusnaturalismo, sino al Dios creador
de S. Agustín o Descartes. A veces incluso llega a confundir ambos conceptos de la divi-
nidad ; por ejemplo, equipara el amor Dei intellectualis de Spinoza con el amor Dei us-
que at contemptum sui del de Hipona (y es verdad que las filosofías de ambos autores
tienen el mismo origen neoplatónico-bíblico, pero la semejanza entre ambos termina ahí,
45
pues les separan el tiempo y el hecho de ser uno judío y el otro cristiano). Sólo así, basán-
dose en esa deidad antropomórfica (la del cristianismo), pensamos que se puede entender
el empleo por parte de Spaemann de los términos ‘perdón’ y ‘castigo’ al referirse a las
reglas morales en relación con el amor benevolentiae. Por otro lado, y suponiendo que
aceptemos en principio la necesidad de alguna regulación ética (por aquello del homo
homini lupus de Hobbes), siempre queda el problema de quién es el que va a promulgar
la susodicha legislación moral y a controlar (v.gr., premiar y castigar) su cumplimiento.
Spìnoza, por ejemplo, al referirse al ‘derecho común’, dice que éste surge de una muche-
dumbre organizada (contractualismo prerousseauniano) y deja bien claros los límites del
Estado: libertad de religión y libertad política77. A Spaemann, en cambio, no parece pero-
cuparle en absoluto este tema ; tal vez aspire secretamente a formar parte él mismo de
una selecta casta de filósofos-gobernantes a la manera platónica.
Resumiendo, podemos decir que la teoría moral de Spaemann nos retrotrae a to-
das aquellas del pasado que, en vista de la ausencia de alternativas viables a la ideología
dominante en un momento dado, abogaron por recurrir a estructuras ya periclitadas. Y
las tendencias de este tipo suelen conducir, si se las acepta y se las asimila defectuosa-
mente, a totalitarismos en el terreno político. Estos aparecen siempre que hay alguien
que cree estar en posesión de la verdad y encuentra suficientes seguidores que le secun-
den. La Historia está llena de casos similares ; véase, por ejemplo, la nefasta aplicación
que tuvieron en su momento teorías morales de por sí inocuas, bienintencionadas y hasta
interesantes como las de Nietzsche o Heidegger (de este último se detecta más de una
resonancia en la ética de Spaemann), que también pretendían resucitar el espíritu de la
antigua Grecia.
46
47
LIBERALISMO, CONSERVADURIS-
MO Y TOTALITARISMO (Acotaciones
filosóficas a ‘El uso de las ideas políticas’, de
Barbara Goodwin)
dor, y ello contribuiría a dotar al término ‘ideología’ del sentido peyorativo que ahora
tiene. Según Destutt de Tracy, hay cuatro clases de impresiones de las que hace depender
las facultades espirituales81:
• Las que son resultado de la acción presente de los objetos sobre los órganos
de los sentidos (sentir)
• Las que resultan de la acción pasada de los objetos y que consisten en una dis-
posición particular que ha dejado en los órganos (recordar)
• Las de los objetos que están en relación entre sí y pueden ser comparados (juz-
gar)
• Las que nacen de las necesidades y que nos llevan a satisfacerlas (desear).
d) Igual que los mitos, la ‘ideología’ puede llegar a cumplir funciones simbóli-
cas, reconciliando lo irreconciliable.
El propósito que guió a Barbara Goodwin al compilar su estudio, del que vamos
a analizar algunos capítulos significativos, queda claro, en nuestra opinión, en las
siguientes declaraciones87:
50
Liberalismo
El proceso descrito en la primera de ambas vías tendría lugar, según Jerez Mir, a
lo largo de los siglos XVII y XVIII y primer tercio del XIX ; Henri Dénis, por su parte,
retrotrae su origen al siglo XVI o incluso antes89, ya que, como comenta, fue precisamen-
te en esa época cuando llegó a sus últimas consecuencias la crisis del sistema feudal de
producción que había regido durante todo el Medioevo. En dicha apreciación coincide
con Maurice Dobb y otros analistas del tránsito del feudalismo hacia el capitalismo90, en
un período que Jerez Mir denomina ‘época de las guerras comerciales’, cuyo resultado
fue el predominio tanto económico como político de Inglaterra en el escenario europeo,
una vez eliminada la competencia holandesa y francesa91. Fruto de la nueva situación
geopolítica fue, según Jerez Mir, la consolidación de las primeras organizaciones predo-
minantemente capitalistas, así como del modo científico de pensar, como hemos comen-
tado, probablemente a consecuencia de la revolución comercial que acababa de verificar-
se, ya que ella fue con toda seguridad la que posibilitó la primera acumulación de capital
lo suficientemente voluminosa como para permitir el paso hacia la nueva estructura so-
cial ; pero Jerez Mir apostilla92: “Sin embargo, sabemos ya que los cambios determinados
por la ‘revolución comercial’ no fueron en todas partes los mismos y que solamente ac-
tuaron en el sentido de consolidar la constitución de una sociedad de mercado, capitalis-
ta, y la psicología del lucro y del beneficio que ésta implica, en Inglaterra, Holanda y
Francia, y esto con notables diferencias entre estas tres naciones”. La nueva estructura
económica es lo que se ha dado en llamar mercantilismo. Este sistema, nuevo plantea-
miento socioeconómico surgido tras la crisis del orden feudal, es, según Dénis, la pri-
mera “... teoría de la sociedad que se desarrolla esencialmente en el terreno de la
economía, ya que la finalidad de la vida social está concebida como una finalidad eco-
nómica y [...] los medios que se toman en consideración para realizar dicha finalidad
son también de tipo esencialmente económico” 93. De todas formas, y como recuerdan
Arthur Sheldon y F.G. Pennance, no se trataba de un ‘corpus’ rígido de doctrinas, sino
que se fue desarrollando a lo largo de un prolongado período y reflejó una gran variedad
de ideas, que estos autores resumen como sigue94:
Fue, como hemos comentado, John Locke (1632-1703) el que formuló por
primera vez, aunque basándose en precedentes teóricos anteriores a él, algunos de los
cuales se remontaban, como se ha visto, a la Edad Media, los principios sobre los que se
apoya la composición y el derrocamiento de los gobiernos104: “El pueblo puede elegir
representan-tes, delegar poderes, acordar, cumplir las decisiones tomadas por mayoría,
pero en últi-ma instancia los representantes y los funcionarios que detentan los poderes
lo hacen con la confianza del pueblo y son responsables ante la confianza depositada en
ellos”. La Ley, por otra parte, tenía, según Locke, la función principal de proteger la
propiedad, y la democracia se convierte entonces en una asociación de propietarios
conscientes de sus in-tereses individuales, y compete al Gobierno la salvaguardia de los
mismos. La versión que da Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) de esta misma idea,
aunque ciertamente in-fluida por la de Locke, es bastante más radical que aquella, hasta
el punto de conectar más tarde con el marxismo. Barbara Goodwin, por su parte, termina
como sigue su capítulo acerca del liberalismo105:
“El liberalismo, en la práctica, es menos claro y más difuso que la ideología
que hasta ahora hemos estado analizando. [...] Antes de considerar el principal
rival crítico del liberalismo, el marxismo, hay que decir que el liberalismo ha hege-
monizado y presidido los que, sin lugar a dudas, han sido los tres siglos más pro-
gresistas y liberadores de la historia humana. Por consiguiente, se ha de reco-nocer
que al liberalismo se deben muchos de los avances de esta época, aún cuan-do sea
justo culparlo de muchos de nuestros endémicos problemas sociales”.
Conservadurismo y totalitarismo
“La crítica clásica del cambio político es la de Platón, un autor del siglo
IV a.C., época en que las ciudades-estado griegas habían pasado ya su apogeo y
Atenas, donde vivía Platón, había atravesado por una serie de turbulentos cambios
políticos durante un breve período de tiempo, habiendo experimentado la tiranía,
la democracia demagógica y la oligarquía reaccionaria. La teoría política platónica
se desarrolló como reacción contra las incertidumbres y los abusos políticos”.
Lo que concluye Platón (y el resto de los conservadores con él), es que “más vale
mal conocido que bueno por conocer”. Aparte de este argumento, los opositores de todo
cambio apelan, como Burke, a una supuesta ‘tradición’ aquilatada por los siglos que hay
que conservar sin alteraciones. Lo que se está criticando con esta postura, en opinión de
Barbara Goodwin, es el concepto de ‘progreso’ emanado del pensamiento ilustrado, que
los filósofos dieciochescos asociaban al cambio y que según sus oponentes lo que produjo
realmente fue decadencia moral. La forma más extrema de este punto de vista sería el
fascismo, que coincide en muchas de sus ideas –aunque no en todas, por supuesto- con
las tendencias conservadoras108.
56
El siglo XIX dio lugar, entre otros, a tres genios malditos Marx, Nietzsche y
Freud. Este último, que es el que en estos momentos nos interesa, dada la novedad de su
descubrimiento, tuvo que expresar tanto éste como su práctica en conceptos importados
de otras ciencias, como son la ‘física energética’, la ‘economía política’ y la ‘biología’.
Pero su pensamiento no se limita a unos conceptos tomados prestados de otras ciencias ;
el psicoanálisis es una ciencia por sí mismo, una ciencia con una práctica, una técnica y
una teoría propias la "ciencia del inconsciente", como la llama Lacan. Este autor intenta
volver a Freud para buscar, discernir y sacar de su obra, como decíamos, la teoría de la
que surge todo el resto, tanto la técnica como la práctica. Pero esta vuelta a Freud no con-
siste en una vuelta a su nacimiento -eso llevaría consigo una caída en el psicologismo y
en el pragmatismo-, sino en una vuelta a su madurez , a su “teoría madurada, reflexio-
nada, apuntalada y verificada”. La Razón Occidental, según Althusser, sólo acepta el
psicoanálisis en tanto en cuanto se puede asimilar a sus propias ciencias o a sus propios
ritos. Así tenemos una serie de ciencias que han asimilado al psicoanálisis para sus propó-
sitos:
1) Psicología
▪ conductista (Dalbiez109)
▪ fenomenológica (Merleau-Ponty110)
▪ existencialista (Sartre)
4) Filosofía
▪ etc.
58
Según Althusser -y Lacan, por supuesto- el objeto del psicoanálisis no es otra cosa
que "... aquello de que trata la técnica analítica en su práctica analítica de la cura ...",
pero exteriormente a la cura en sí. Nos estamos refiriendo, como es de suponer, al incons-
ciente. Para Jacques Lacan, la prueba que los hombres han superado ha sido el sobrevivir
como criatura humana, habiendo escapado a todas las muertes infantiles, muertes huma-
nas muchas de ellas. Los hombres adultos son, no obstante, “... siempre amnésicos, tes-
tigos y muy a menudo víctimas de esta victoria, que llevan en lo más desgarrado de su
ser mismo, las llagas, las enfermedades y marcas de esta lucha para la vida o la muerte
humanas. Algunos, la mayor parte, han salido casi indemnes -...- ; muchos de estos anti-
guos combatientes quedan marcados para toda la vida ; ...”. Pero la humanidad sólo re-
gistra sus muertos oficiales en los memoriales de las guerras. El psicoanálisis,, por su
parte, se ocupa de esta otra lucha, “... de la única guerra sin memorias ni memoriales, en
la que la humanidad finge no haber participado nunca, aquella que cree haber ganado
59
d) La Filosofía, "puesto que estos singulares orígenes le ocultan los únicos a los
que ella rinde el homenaje de su propio ser: Dios, la razón, la historia y la
cultura".
2) Momento del Edipo, en el que una estructura ternaria surge sobre el fondo de
la estructura dual, cuando el tercero (el padre) se mezcla como intruso en la
satisfacción imaginaria de la fascinación dual, trastorna su economía, rompe
las fascinaciones e introduce al niño en un Orden Simbólico, de un lenguaje
objetivo que le permitirá situarse como niño humano en un mundo de terceros
adultos.
Allá en donde una lectura superficial u orientada de Freud no veía más que la
infancia feliz y sin leyes ('perversidad polimorfa'), Lacan nos muestra, pues, la eficacia
del Orden, de la Ley, que acecha desde antes de su nacimiento a toda criatura humana, y
se apodera de ella desde su primer grito, para asignarle su lugar y su rol. Esta Ley, este
“código de asignación, de comunicación y de no-comunicación humanas”, preside todas
las etapas (oral, anal, genital) franqueadas por la criatura humana asexuada. No es posi-
ble, pues, reducir los traumatismos infantiles a simples 'frustraciones biológicas'. Según
Lacan, el fin de la larga marcha forzada hacia la infancia humana estriba en que en el
Edipo el niño sexuado se convierta en niño humano sexual (hombre, mujer) habiendo so-
metido a la prueba de lo Simbólico sus fantasmas imaginarios, y acabe, si todo 'va bien',
por devenir y aceptar lo que es: un niño o una niña entre los adultos. Todo ello se desarro-
61
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2
TREMBLAY, Rodrigue, 2006, “Los cinco pilares del complejo industrial militar de Estados Unidos”, en
Online Journal, Internet ; SÁNCHEZ HERNÁNDEZ, Carlos, 2009, “El Pentagon System y el complejo militar-
industrial norteamericano: una aproximación”, en Nómadas, No 23, Universidad Complutense de Madrid
3
SCHILLER, op. cit., pg. 11
4
Ibid., pp. 12-13
5
Ibid., pg. 17 ; GALLAGER, John y ROBINSON, Ronald, 1980, “El imperialismo de libre cambio”, en LOUIS,
William R. (ed.), El imperialismo, México, Nueva Imagen ; MAYO, John y ZAMUNDIO VEGA, Mario, 1991,
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imperialismo y los nuevos Tratados de Libre Comercio”, en El Militante, Internet ; ANXO BASTOS, Miguel,
2015, “Librecambismo e imperialismo”, en Instituto Mises, Internet
6
Ibid., pg. 1 ; BARAN, Paul y SWEEZY, Paul M., 1966, Monopoly Capital, New York, Monthly Review Press
7
SCHILLER, op. cit., pg. 19 ; BOTELLA, Jorge, 2008, “Contrarrevolución”, en Papeles para el Progreso, No
39, Internet
8
SCHILLER, op. cit., pg. 20
9
FRANKEL, Charles, 1956, The Care for Modern Man, Harper & Brothers
10
SCHILLER, op. cit., pg. 23
11
Ibid., pg. 26
12
Ibid., pg. 27, LACY, Dan, 1961, Freedom and Communications, University of Illinois Press
13
Ibid., pp. 28-32 ; FRASER, Colin y VILLET, Jonathan, 1994, La comunicación, clave para el desarrollo hu-
mano, Internet ; MELGAR CALLEJAS, José Ma, 1998, El desarrollo comunicacional y los procesos políticos,
económicos y sociales, Universidad Francisco Gaviria ; ESTEINÓN MADRID, Javier, 2002, “Los medios de
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sostenible”, en Vinculando, Internet ; HERNÁNDEZ GRAVE, Mailé, 2018, “Medios de comunicación para el
desarrollo social”, en Telos, Internet
14
SCHILLER, op. cit., pp. 37-39
15
Ibid., pp. 39-45
16
Ibid., pp. 44-46
17
Ibid., pg. 53
18
Ibid., pp. 54-56
19
Ibid., pp. 58-63
20
Ibid., pp. 65-66
21
Ibid., pg. 69
22
Ibid., pg. 70
23
Ibid., pp. 78 ss.
24
Ibid., pp. 83-89
25
Ibid., pg. 90
26
Ibid., pp. 97-102
27
Ibid., pg. 104 ; TSURU, Shigeto, 1965, ¿Adónde va el capitalismo?, Barcelona, Occidente ; SUZUMURA,
Kotaro, 2006, “Shigeto Tsuru (1912-2006): Life, Work and Legacy”, en The European Journal of Economic
Thought, Vol. 13, pp. 613-620
28
SCHILLER, op. cit., pp. 105 ss.
29
Ibid., pg. 121
30
Ibid., pg. 141
31
Ibid., pp. 142 ss.
32
Ibid., pg. 148
33
FERRATER MORA, José, 1979, Diccionario de Filosofía (II), Madrid, Alianza, pg. 1.296
34
LYNCH, Kevin, 1959, La imagen de la ciudad, Buenos Aires, Infinito
35
SPAEMANN, Robert, 1988, Etica: cuestiones fundamentales, Pamplona, EUNSA
72
36
BARCO, José Luis del, 1991, “Estudio introductorio”, en SPAEMANN, R., Felicidad y benevolencia, Ma-
drid, Rialp, pg. 13
37
MONDOLFO, Rodolfo, 1966, El pensamiento antiguo, II, Buenos Aires, Losada, pg. 70
38
BARCO, op. cit., pg. 23
39
Ibid., pg. 26
40
SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, op. cit., pg. 35
41
Ibid., pg. 42
42
Ibid., pg. 44
43
Ibid., pg. 51
44
Ibid., pg. 52
45
Ibid., pg. 58
46
Ibid., pg. 59
47
Ibid., pg. 61
48
Ibid., pg. 65
49
Ibid., pg. 68
50
Ibid., pg. 74
51
Ibid., pg. 82
52
Ibid., pg. 89
53
La felicidad no está ni dentro, ni fuera de nosotros ; está en Dios, y fuera y dentro de nosotros. [N. A,]
54
SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, op. cit., pp. 94-95
55
Ibid., pg. 107
56
Ibid., pp. 110-11
57
Ibid., pg. 115
58
LORENZO, Dionisio, 1942, “Ludwig Klages, el hombre y el filósofo”, en El Español, Año 1, No 9, pp. 13 ss.;
KLAGES, Ludwig, 1986, Der Mensch und das Leben, Bouvier Verlag
59
Ibid., pp. 133-34
60
Ibid., pg. 146
61
Ibid., pp. 149 ss.
62
Ibid., pp. 155-57
63
Ibid., pg. 164
64
Ibid., pp. 177-78 ; ROSAS, Alejandro, 1990, “Argumentos trascendentales y la refutación kantiana del
realismo”, en Ideas y Valores, No 98, Universidad Nacional de Colombia ; KUHLMANN, Wolfgang, 1998,
“Kant, Rohs y la pragmática trascendental”, Ibid., N o 106 ; APEL, Karl-Otto, 2004, “Reflexión pragmático-
trascendental”, en Invenio, Internet ; FERNÁNDEZ TRESGUERRES, Alfonso, 2006, “Pragmatismo empírico
y pragmatismo trascendental”, en El Catoblepas, No 52, pg. 12 ; PAOLICCHI, Leandro, 2014, “Crítica tras-
cendental del sentido y validez”, en Contrastes, Vol. 19, No 2, pp. 229-247 ; CRELIER, Pablo A., 2010, De
los argumentos trascendentales a la hermenéutica trascendental, Universidad Nacional de La Plata
65
Ibid., pg. 180
66
Ibid., pg. 182
67
Ibid., pp. 190-97
68
Ibid., pg. 201
69
Ibid., pp. 216-19
70
Ibid., pp. 235-37
71
Ibid., pp. 248-49
72
Ibid., pp. 252-53
73
Ibid., pp. 273 ss.
74
ABBAGNANO, Nicolai, 1973, Historia de la Filosofía (II), Barcelona, Montaner & Simón, pg. 381
75
MONDOLFO, op. cit., pp. 76 ss.
76
MacINTYRE, ALASDAIR, 1987, Tras la virtud, Barcelona, Crítica, pg. 143
77
ABBAGNANO, op. cit., pp. 249 ss.
78
PUELLES BENITEZ, Manuel de, 1986, Educación e ideología en la España Contemporánea, Barcelona,
Labor, pg. 10
79
FERRATER MORA, op. cit., pp. 1.611-12
80
Etienne Bonnot de Condillac (1714-1780), inspirándose en Locke y en Newton, pretendía mostrar que
todo el desarrollo de las facultades humanas derivaba de la experiencia sensible, y que también derivaba
de ella el reconocimiento de la realidad externa e independiente de los objetos ; a tal fin abandonó la
73
distinción lockiana entre ‘sensación’ (i.e., representación de algo exterior) y ‘reflexión’ (i.e., experiencia
que tenemos de nuestros propios estados, incluidas las ‘sensaciones’), argumentando que, siendo las
sensaciones necesariamente agradables o desagradables, el hombre estaría siempre interesado en gozar
de las primeras y librarse de las segundas. [ABBAGNANO, Nicolai, 1973, Historia de la Filosofía (III), Barce-
lona, Montaner & Simón, pp. 368 ss.]
81
Ibid., pg. 198
82
QUINTANILLA, op. cit., pg. 217 ; VALLINA, Beatriz, “Ideología para principiantes – Karl Mannheim”, en
Filosofía para Principiantes, Internet ; VARA COOMONTE, Pablo A., 2001, “Karl Mannhelm: la educación
cívica”, en Sarmiento, No 5, pp. 77-98
83
FERRATER MORA, op. cit., III, pg. 2.085
84
GOODWIN, op. cit., pg. 31
85
Ibid., pg. 33
86
Ibid., pp. 34-35
87
Ibid., pp. 39-40
88
JEREZ MIR, Rafael, 1975, Filosofía y sociedad: una introducción a la Historia Social y Económica de la
Filosofía, Madrid, Ayuso, pp. 165-66
89
DÉNIS, Henri, 1970, Historia del Pensamiento Económico, Barcelona, Ariel, pp. 82 ss.
90
HILTON, Rodney (ed.), 1987, La transición del feudalismo al capitalismo, Barcelona, Crítica, y ASTON,
T.H., y PHILPIN, C.H.E. (eds.), 1988, El debate Brenner: Estructura de clases agraria y desarrollo económico
en la Europa preindustrial, Barcelona, Crítica
91
JEREZ MIR, op. cit., pp. 173 ss.
92
Ibid., pg. 178
93
DÉNIS, op. cit., pp. 90 ss.
94
SELDON, Arthur, y PENNANCE, F.G., 1975, Diccionario de Economía, Barcelona, Oikos-Tau, pp. 357-59
95
DÉNIS, op. cit., pp. 116 ss.
96
Ibid., pp. 124-29
97
Ibid., pp. 130 ss.
98
Ibid., pp. 142 ss.
99
SELDON & PENNANCE, op. cit., pg. 265
100
ABBAGNANO, op. cit., II, pp. 347-48 ; CANO RUIZ-OLAÑA, Manuel, 2016, “Adam Smith y la misteriosa
teoría de la ‘mano invisible’”, en PuntoyComa, Internet
101
SELDON & PENNANCE, op. cit., pp. 505-507
102
GOODWIN, op. cit., pp. 64 ss.
103
Ibid., pp. 233-34
104
Ibid., pp. 235 ss.
105
Ibid., pg. 81
106
GOODWIN, op. cit., pg. 181
107
Ibid., pp. 182 ss.
108
GOODWIN, op. cit., pp. 182 ss.
109
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