confrontacion
Comunidades de base
y universalidad eclesial
por
Alberto Iniesta
1, Entre el narcisismo y la diluci6n
‘Antes de entrar en el tema de este articulo, me parece necesario aludie
aunque de paso a la complejidad dialéctica de todo lo vital, a la tensi6n cons-
tante de fuerzas que es necesario no destruir ni ignotar sino armonizar ¢ inte-
rar para que la vida siga adelante en un equilibrio complejo y nada estaico,
sino necesatiamente dinémico, rehaciendo constantemente y sobre la marcha
Jas nueva
Ya dentro de mi propia existencia individual, necesito conjugar dinamis
mos tan dispersos, heterogéneos y en apariencia contradictorios como la
sintesis en funcién de los nuevos y diversos datos
tendencia centrifuga, que me hace solicitar y hambrear todo Jo exterior, con la
centripeta, que necesita autoafirmarse, autoposesionarse, reconcentrarse en st
mismo. Por otra parte, estin los instintos primarios, exigentes de satisfacciones
inmediatas, de premios a corto plazo, cont
tudes mis profundas y mas elevadas, mis a largo plazo, mas espitituales, filo-
séficas, culturales, religiosas, cientificas. Se podtia alargar la lista, pero no es
necesario. Valgan como ejemplo.
La misma complejidad se experimenta en cada grupo humano y en Ia rela-
ci6n de unos grupos eon otros y de cada uno con el resto de la sociedad y de la
humanidad, relaciones hechas a la vex de dependencia y de defensa, de atrac-
cin y de repulsion, de plazas pablicas y de hogares intimos defendidos del
exterior. Especialmente en la ciudad, sentimos a veces Ia impresion de que la
sociedad no nos deja vivir, pero sabemos también que sin Ia sociedad no
podemos vivir. Y ante esta complejidad, hemos de recordar una vez mas que
‘esa misma complejidad es el tejido completo de lo vital, y que el ideal de la vida
tes y sonantes, y por otto las acti-
tno esta ni en unos aspectos separados ni en los otros, sino en su conjuncién y en
su equilibrio; pero que ese equilibrio no puede encontratse a base de porcenta-
jes estrictos, de medias tintas ni de recetas hechas, sino en una dosis siempre
39Alberto niesta
cambiante, en una proporcién a redescubrit constantemente, en una sintesis
caminante.
La Iglesia como comunidad universal y como comunidad de comunidades
no escapa ni podia escapar a esta dialéctica de fuerzas, por ser herencia y
presencia de Dios en la urdimbre de la historia humana; rostro del Dios de la
creacién, donde vibra con destellos infinitos esta multiplicidad de fuerzas dis-
petsas ensambladas en una armoniosa realidad global, y rosiro del Dios de ta
Revelacién, del Dios Trinidad en el cual descubrimos frontalmente la explica-
i6n de la armonia dialéctica o de la dial
¢ infinita distincién de los infinicos modos de subsistencia del Padre y del Hijo
se fundamenta la sublime ¢ infinita comuni6n del Padre y del Hijo en el Espiri-
tu, Siel Padre no afirmara al Hijo, no existitfan como Padre y como Hijo. Pero
como se afitman como tales, se afirman para amarse mutuamente y para reen-
itu del Amor, que mutua
mente se envian y se reenvian y del que nos hacen patticipes « nosottos, para
ica armoniosa, porque en la sublime
contrarse eternamente y subsistentemente en el
que continie en nosottos, en la Iglesia, esa onda de la dialéctica amorosa de
Dios, que vemos en la vida del hombre como aparente paradoja pero que ¢s la
mejor expresién de que el hombre es imagen de Dios.
‘Todas las comunidades de todos los tiempos de la Iglesia han estado some:
tidas a estas fuerzas, no demoniacas, sino divinas; no tentaciones, sino datos;
no piedras de escéndalo, sino nervios, huesos, tejidos musculares y
todo, del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, comunidad de comunidades,
complejidad de complejidades. El pecado y la tentaci6n no estan et
plejidad de fuerzas, sino en sectorizar 0 polarizar unas, en desconectarse de
‘otras, en secar o cortat realidades vivas de nuestro organismo que nos son nece-
ceras del
a.com
sarias pero incémodas o desconcertantes
En estas polarizaciones hay tentaciones por todas partes y en todos los siglos
de la Iglesia, Es ya proverbial la Hamada politica de campanario de tantas
parroquias durante siglos, donde cada patroco era un senior feudal atin frente a
la didcesis, y donde cuando Ilegaba una carta «de palacion, decia el cura
mientras la abria: «A ver qué tripa se le ha soltao al obispols. Aparte de algGn
nombramiento de tarde en tarde y una visita candnica cada ocho o diez afios, las
relaciones practicas de una partoquia con el resto de fa iglesia diovesana eran
casi nulas, Mientras que, por otra parte, sus vivencias hutiitgicas y sus actuacio-
nes catequéticas eran normalmente amorfas, con un Gnico ritual valido en
principio para toda la Iglesia univesal y en una Gniea lengua, con un nico
catecismo que se utilizaba de manera casi siempre memoristica, repetitiva y sin
creatividad, salvo casos excepcionales, lo cual facilitaba una comunidad ctistia-
na local tan diluida en la universal, que hacia perder una de las fuerzas necesa-
tias en el dinamismo dialéctico; es deci, Ja autoafirmaci6n, el ser quien se es,
pata poder darse a los demés, para legar desde
autoafitmaci6n a ta comu-
“0CConmunidades de base y universalidad eclesial
Recordemos también, aunque s6lo sea de paso, las viejas y frecuentes
tensiones y hasta polémicas entre cabildos catedralicios y sus respectivos
obispos: entre Srdenes religiosas y estructuras diocesanas, y entre unas étdenes
teligiosas y otras, Sin contar la larga historia de los dimes y diretes entre funda.
dores y reformadores de congregaciones religiosas con los obispos locales la
Santa Sede; las largas pet
tuvieron que suftir para que la Institucion diera al fin luz verde a algo que
Juego se comprobé ser un gran servicio a la historia de la Iglesia: Francisco de
Asis, Teresa de Jestis, José de Calasanz, Don Bosco, Ignacio de Loyola, por
ejemplo, entre multitud de ottos ejemplos que se podrian aducir, sobre esta
fecunda comunién dialéctica que se puede y se debe dar entre los carismas ec
siales, con tal de que se cumplan ciertas condiciones y se traten de evitar ciertos
sy fatigas que tantos cristianos ejemplares y santos
tiegos. Si aquellos fundadores y reformadores hubieran entendido la obedicn:
cia a la Iglesia de una manera automatica, pasiva ¢ inerte, hubieran dejado de
aportar a la vida del Cuerpo Mistico una tensién fecundadota que aporté de
hecho nueva savia y auevos frutos a la Iglesia; lo mismo que si la hubieran
emtendido de manera sectatia, orgullosa, polatizada y ciega, como la fuerza de
tun jabali lanzado a la carrera.
Yo ditia, pata terminar este aspecto, que la Iglesia no es como wna pitimi.
de, donde el equilibrio de fuerzas ¢s mas tosco y hasta aplastante, sino como
una catedral, donde cada piedra est contrapesando y siendo contrapesada pot
todas las de
‘una complicadisima armonia de fuerzas. Solo que en nuestro caso las piedras
somos conscientes y vivientes, y el Espiritu de Dios es e! Espacio en el que nos
‘ensamblamos y que a la vez nos penetta, nos pule, nos coloca, nos mantiene y
‘és del conjunto, leno de armonia y de paz pero como fruto de
nos hace crecer en la obra. No en vano la Iglesia como construccion es un viejo
tema que aparece ya en el Nuevo Testamento.
2. Plan a seguir
Puede parecer que nos hemos adivertido», como decian los clasicos castella
nos, pero me parecia importante recordar esta realidad tan fundamental y de
tan constante repercusi6n en la vida eclesial, antes de tratar el tema de la comu-
nicacién entre la pequefia comunidad cristiana y la Iglesia universal, para evitar
‘en su tratamiento tomar actitudes simplistas y tajantes en una realidad de suyo
tan compleja, fluida y dindmica, ademas de recordar con ello que, como en.
todo equilibrio de fuerzas, la tensi6n y la comunién deben establecerse en todas,
rnte en un solo sentido. Es decit: que si las pequeiias
Jo mismo habria que decir en
sentido contrario, independientemente de los matices necesarios. Pero no se
pueden olvidar sampoco otras fuerzas referenciales y otros puntos focales, como
direcciones y no sok
comunidades deben estar unidas a la jerarqui:
4“Albert Insta
puede ser la historia de la Iglesia, o¢l Nuevo Testamento, o inclusive la historia
del hombre con sus signos de los tiempos, y todo ello centrado en la referencia
tanto a Jestis de Nazaret como al Cristo pneumiatico y resucitado, y por tanto al
Espiritu Santo y su presencia cn la comunidad como fuerza de comunién y
como luz para su discernimiento, Por ello, el orden que seguiré en este trabajo
sera considerar primero las relaciones de la comunidad con los obispos, de la
jerarquia con las comunidades, y de las comunidades entre sf, aceptando la
actitud de comunién dialéctica, y en referencia a la Iglesia y al mundo, especial-
mente la Iglesia y el mundo de nuestra €poca, todo ello contrastado siempre
te del Cristianismo de todos los
tiempos, aunque alimentado por la presencia actual y siempre nueva del Espi
con el Nuevo Testamento, como norma consta
tu, que nos descubre cn conereto cual es aqui y ahora la voluntad del Padre.
Huelga decir que no me referiré a aquellas realidades de la pequeria comunidad
cristiana en cuanto tal, sino a los aspectos relacionales y a las vinculaciones de
aquella con la gran comunidad universal. Dado el limitado espacio de que
dispongo, tendré que set forzosamente conciso y generalizador, reconociendo
que cada uno de los puntos a tocar mereceria un estudio més detallado,
matizado y profundizado.
3. Lacélulay elcwerpo
Si aceptamos el concepto de Iglesia como comunién, y estructurada en
‘comunidad de comunidades, la Iglesia universal y la pequefia comunidad se
necesitan y se vitalizan mutuamente. Como la célula en el cuerpo, la pequeia
comunidad depende vitalmente del conjunto de la Iglesia. Y no porque poda-
‘mos considerar las relaciones en la vida cristiana como si unos fuéramos cauces
de gracia pata los otros, como si Dios Hegara a nosottos indirectamente por
mediaciones humanas. La Iglesia es un perpetuo Pentecostés, una donaci6n, un
descenso constante del Espiritu sobre cada uno de nosotros, coraz6n a corazn y
en directo con Dios, tanto en comunidad como a solas, Sin embargo, por la ley
de la Encamnaci6n se da siempre una vinculaci6n entre et don del Espiritu y la
comunicacién elcesial, el contacto sacramental y, si se permite hablar asf,
ecatnals, Y cllo ocutte en un doble tiempo: precedentemente, en cuanto que
con ocasién del contacto eclesial s
os Hama y esperanza a una recepcién del
Espiritu; y posteriormente, en cuanto que la nueva recepcién del Espiritu
tiende a desarrollar y acrecentar en nosotros nuevos y mis profundos vinculos de
comuni6n, no solamente interior y afectiva sino exterior y efectiva
El ministetio episcopal es el punto visible, concreto y cercano de la
comuni6n ectesial, al cual deben vincularse las pequetias comunidades, sin
distingos ni suspicacias, sin recelos ni retorcidas estrategias; también sin infant
lismo ni setvilismos, sin sumisiones pasivas, sin miedos ni complejos. Las rela-Comunidades de base y univesslidad ecesial
ciones de la pequetia comunidad con el obispo deben ser fraternales, no filiales;,
corresponsables en la respectiva esfera; sinceras y llenas de confianza, expresan-
do la verdad con franqueza, aunque sin altaneria ni orgullo, sino en Ia humil
dad y la paz; buscando la colaboraci6n con el obispo, aunque la colaboracién
ro excluya de antemano la discrepancia en opinar sobre lo opinable y en buscar
juntos la verdad prictica, pero reconociendo que tampoco la comunidad ¢s
infatible ni impecable
EI momento ideal y de mayor plenitud en el contacto entre obispo y
pequefia comunidad consistiri cuando aquel se haga presente en ésta, con
‘ocasién de sus reflexiones y celebraciones, especialmente en la Eucaristia. Sin
estos contactos directos, la comunién eclesial puede quedar un poco fria y
distante si no es hasta meramente te6rica y juridica, En estos momentos se
promueve una comunién de fe que esté por encima y por debajo de lo
puramente nocional, y se ctea una comuniGn afectiva que hace comprenderse
mejor para no ertar sobre los planceamientos del hetmano, y para corregirse
mutuamente si de hecho hubo etfor.
‘Aunque se aumentara el ntimero de obispos, como me parece descable, cl
obispo no podria estar siempre presente en todas las comunidades a él vincula.
das. La presencia de su catisma episcopal de coordinacién se hace habitualmen-
te pot el ministerio prebisteral o, sifuera el caso, diaconal. Si ni adn eso fuera
posible, el obispo podria delegar dicha presencia en cualquier cristiano de la
comunidad con ciertas cualidades de animacién y que fuera reconocido pot la
misma comunidad como apto 0 apta para ello. En doctrina catdlica se excluitfa
la presidencia del sacramento de la Eucaristia y de la Penitencia, en el caso de
no ser presbiteto: pero la delegacidn episcopal para la animacion comunitatia
no requiere necesariamente que se confiera a un presbitero, aunque en genetal
set muy conveniente donde sea posible, por su dedicacién, su preparacién y su
catisma pastoral
Si bien el obispo local es el signo mas cercano y visible de la comunién
cclesial, Ia pequeia comunidad debe sentitse también vinculada a la Iglesia
universal, a otras comunidades y didcesis, alos te6logos y obispos, a los concilios
y tomanos ponti
eclesiales, como los Sinodos Episcopales o las conferencias de Medellin o
Puebla, etc. Dentro de una constante unidad y comunién en la fe y en la vida
ctistiana, hay un pluralismo infinito de matices que nos da a la ver una gran
libertad y una gran exigencia de responsabilidad; libertad, porque en muchos
aspectos hay posibilidad de escoger diversos caminos; responsabilidad, porque
s importante para nosotros encontrar cual es el que nos seftala de hecho el
Espiritu, y es0 no suele acertarse en el capricho, la ligereza y la autosuficiencia,
sino en la fidelidad, la humildad, la limpieza de coraz6n y la ferviente otaci6n,
Eso mismo hace también que relativicemos la vinculacién concreta a un obispo
alos santos y carismaticos; a los grandes acontecimientos,
concreto, En un sentido, porque aunque de hecho nuestras relaciones conAlberto Iniest
nuestro obispo fueran ideales, nunca debe ello servirnos de pantalla para no
buscar también Ia sintonia universal con la Iglesia grande del mundo y de la
historia. Y porque cuando ocurra, por ser todos humanos y sujetos a debilidad,
error y pecado, que por causa de nuestro obispo la comuni6n con él tenga que
reducitse a lo estrictamente fundamental, no por eso una comunidad puede
sentirse cismatica ni practicamente excomulgada, sino que debe saber que su
‘comunién se remonta por encima de la figuta de su obispo a la de los demas
obispos y miembros de la Iglesia Universal. Naturalmente, se supone que para
esta actitud telativizadora creemos tener razones series y objetivas, y que por
nuestra parte procuramos dentro de la discrepancia mantener una postura de
respeto, prudencia y caridad, buscando la paz en lo que esté de nuestra parte
Pongamos un ¢jemplo, no el Gnico posible, pero si de los dems claros: el caso
de que unos cristianos, que desean ser fieles a la Iglesia, comprucben con
evidencia que su obispo esta bloqueando o practicamente rechazando la puesta
en prictica del Concilio Vaticano 1
‘Tanto para los momentos ctuciales 0 conflictivos como inclusive para la vida
corriente de todos los dias, la pequefia comunidad debe tener siempre como
puntos de referencia para
primeras comunidades, plasm:
comunién eclesial la Palabra de Cristo y de las
la en el Nuevo Testamento, @ st ver leido,
cstudiado y meditado a la misma luz con la que se escribid: el Espiritu Santo,
{que en todo momento desciende sobre la pequetia comunidad para mantenerla
en comunién con El, consigo misma y con el resto de Ia Iglesia. Inclusive los
‘acontecimientos de Ia vida y la historia de nuestro tiempo,
Espiritu, pueden ser para nosotros fuente de luz y orientacién en el camino, y a
veces exigencia imperativa de Dios. Pongamos como comparacién la parabola
del camino de Jeric6: el sacerdote y el sactistén tenian en aquel momento dos
fidelidades, que en realidad no supieron ver que eran la misma; su ley religiosa
{dos a la luz del
les prohibia tocar un posible muerto, porque luego habjan de ira hacer un acto
cultural en el remplo, Jestis de Nazatet nos descubre que en aquel momento la
verdadera fidelidad a Dios estaba en haberse detenido
Dios; aqui, la historia estaba por delante de la Revelacién; mejor dicho: 1a
historia era Revelacién, Hamada y, por tanto, exigencia inmediata de comu
nidn. Ante la constante apertura a la ambigtedad, ni podemos set ligeros en
creernos por cualquier causa autorizados a la extravagancia, ni podemos juzgat
ender a un hijo de
ligeramente a los demas cuando en un caso 0 en un camino tienen opciones
diferentes de las nuestras, con tal de que insistamos en Ja comuni6n con Cristo y
con su Espiritu, que es la raz y la savia de la Iglesia