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Camila Jimenez Bustos

Trabajo final
Epistemología de las Ciencias Sociales
2017

Ciencia y feminismo: relaciones de nuestro tiempo. El caso de la Economía feminista.

Introducción
Durante el siglo XX se desarrollaron diversos debates en torno a la ciencia, en los cuales se
pusieron en tensión los supuestos, métodos y objetos que fundamentaban el análisis y
producción científica. Una de las corrientes implicada en las discusiones fue la (llamada por sus
contrincantes) concepción heredada, impulsada por teóricos del Círculo de Viena. Esta
concepción sobre la ciencia tenía apoyo en la lógica matemática y el positivismo, asentados
como base para la validación de conocimiento de las ciencias empíricas e incluso como modelo
para la filosofía. Las teorías eran consideradas como un conjunto de enunciados con relaciones
lógicas a analizar, los métodos correctos para cualquier análisis eran los pertenecientes a las
ciencias naturales, y a las teorías se le aplicaban dos diferencias: una entre el contexto de
“descubrimiento” y el de “justificación”, otra entre enunciados de “hechos” y de “valores”.
Estas diferencias colocaban a la ciencia en un lugar particular, en tanto su análisis se orientaba
exclusivamente por el contexto de justificación y los enunciados sobre hechos, mientras que el
contexto de descubrimiento y los enunciados sobre valores tenían un lugar secundario para
determinar la validez de una teoría.
Una de las corrientes que se contrapuso a la concepción tradicional y revisó sus fundamentos
fue la sociología del conocimiento, específicamente el programa fuerte, con David Bloor como
representante (y en parte siguiendo el camino del giro historicista mayormente por Kuhn).
Esta corriente se distinguió de la anterior principalmente por considerar que la ciencia no
podía ser analizada solamente en base a enunciados lógicos y sobre hechos, sino que debía
incluir otros elementos y criterios. Los que el programa fuerte incluyó miraban también el
ámbito “exterior” de la ciencia, es decir, estaban relacionados a las condiciones en las que se
genera y desarrolla el conocimiento: contexto político y social, influencias externas, sujetos
que intervienen (tanto el científico como el sujeto que vive en el contexto donde la ciencia
social se desenvuelve). A partir de este cuestionamiento a los fundamentos de la concepción
heredada, se hicieron señalamientos desde otras corrientes clasificadas como secundarias o
metacientíficas desde la concepción tradicional por su relación con factores contextuales.
Estas corrientes se repensaron a sí mismas reconociéndose como productoras de
conocimientos no sólo legítimos, sino indispensables para la construcción del campo científico
en general, desde sus propios contenidos, métodos y formas de abordaje. Una de esas
corrientes es el feminismo, que disputa en gran medida el valor de la ciencia desde un lugar
nuevo, poniendo en jaque los supuestos y criterios de verdad, objetividad, y subjetividad que
imperan en la concepción (y práctica) tradicional de la ciencia, e inaugurando nuevas maneras
de construir una racionalidad científica. Dado que la discusión sigue vigente, permite la
actualización de análisis y reflexiones poco exploradas en algunos casos. En lo que sigue, se
intentará analizar el caso de la economía feminista, abordando relaciones entre la economía
como ciencia social y el feminismo como aporte epistemológico y político. Pensar a la
economía feminista y la economía popular enfocado en el rol de las mujeres trabajadoras
constituye un ejemplo de de esas actualizaciones enriquecedoras tanto para el campo de las
ciencias sociales como para el ámbito científico en general.
Epistemología: diferentes perspectivas, diferentes supuestos.
La concepción heredada que hegemonizó la caracterización de la ciencia en el siglo pasado
tuvo como pilar el ‘empirismo lógico’. Esto significaba que la realidad podía traducirse en
‘términos observacionales’ que podían captar la realidad y traducirla a términos de la lógica
matemática para conformar los enunciados componentes de una teoría. Estos enunciados,
entonces, hablaban sobre hechos, sobre aquello “que es” traspasado al lenguaje, y al hacer
referencia a un estado de las cosas podían dirimir entre los verdaderos o falsos. Si bien estos
enunciados eran los privilegiados y válidos para formular teorías, también manejaban otros,
que incluían cuestiones de otros órdenes menos importantes. Los enunciados de valores, en
efecto, hablaban sobre aquello que “debe ser”, es decir, enunciados “normativos, evaluativos
o deónticos que adscriben a un agente la obligación de actuar, o atribuyen la cualidad de
bueno a algo”. Esta diferenciación entre hechos y valores era paralela a la diferenciación entre
el contexto de descubrimiento (aspectos históricos, sociales y subjetivos relativos a la actividad
científica) y el contexto de justificación (aspectos lógicos y empíricos de las teorías). La
combinación en paralelo de estas diferencias daba como resultado un marco de consideración
neutral de la ciencia. Es decir, por un lado, el contexto de justificación manejaba términos
lógicos y empíricos, avalando “la idea de una ciencia (y una persona de ciencia) pura y
valorativamente neutra, en la que consideraciones éticas, políticas, sociales, etc. no tenían
cabida”, y por otro, dado que la ciencia sólo mostraba hechos, no se juzgaba si había “ciencia
buena o mala, sino que son las personas que la utilizan quienes hacen buen o mal uso de ella.
Se evitaba así, entre otras cosas, la reflexión sobre la pertinencia ética o social de desarrollar o
no ciertas líneas de investigación, métodos, hipótesis, etc.” En síntesis, el conocimiento era un
resultado directamente derivado de lo existente, y el científico un sujeto expositor de ese
conocimiento inalterado.
Estas condiciones demarcaban el ámbito estrictamente científico de otros ámbitos, dejando
gran parte de la producción de conocimientos afuera, y jerarquizando fuertemente los
conocimientos que podían considerarse -aunque descreídamente- como ciencia. El análisis del
contexto de descubrimiento y desarrollo, así como las implicancias no estrictamente empíricas
de la ciencia, no eran relevantes para la justificación y validez de una teoría, es decir, no eran
centrales para definir qué era el conocimiento ni su producción, por lo cual podía ser una tarea
encomendada a la sociología o la historia. Esta concepción se asentó durante gran parte del
siglo XX como paradigma tradicional de la ciencia, pero posteriormente fue puesta en cuestión.
El cuestionamiento más fuerte fue hecho por el Programa Fuerte entre 1960-70, que introdujo
un análisis que atendía a cuestiones contextuales, ideológicas y sociales. Precedido por
discusión en torno al giro historicista y los desarrollos de Kuhn críticos de la concepción
heredada, el Programa Fuerte propuso nuevos criterios para el estudio empírico de la ciencia.
La pretensión era contraponerse a la creencia difundida en la sociología del conocimiento de
que “el conocimiento en cuanto tal, distinto de las circunstancias que rodean su producción,
está más allá de su comprensión [de los sociólogos]”. Así, el estudio empírico de la ciencia
debía ser causal, imparcial, simétrico y reflexivo. Estos criterios desataron grandes
controversias, puesto que permitía poner “en duda la posibilidad de encontrar o idear criterios
racionales y objetivos de evaluación o elección interteórica”. Es decir, permitía pensar en la
posibilidad de echar por tierra los parámetros rígidos que imperaban. La propuesta del
Programa Fuerte también dio lugar a excesos relativistas, que tensaron la discusión en torno a
la producción y caracterización del conocimiento científico, diluyendo los límites entre la
“buena” y la “mala” ciencia (diluyendo a la vez los límites de la ciencia misma), aunque no
lograron asentarse fuertemente. Pero lo que esta propuesta desencadenó principalmente fue
una consideración nueva sobre la ciencia y un desafío “respecto a la reconstrucción de la
racionalidad científica sobre unas bases no tan firmes como las que asumieron los empiristas
lógicos” sino más amplias y con inclusión de factores sociales para pensar su desarrollo. Así,
entraron en consideración corrientes como el feminismo para el análisis y la reconstrucción de
esa racionalidad científica.
La crítica feminista a la ciencia coincide temporalmente con la crítica realizada por Kuhn y el
Programa Fuerte. Como corriente teórica, cultural y política, el feminismo fue tomando vigor
dada su genuina y diversa producción de conocimiento tanto sobre sí mismo como sobre los
ámbitos en los que se inserta. Con respecto a la ciencia, su recorrido involucró posturas que
constituyeron un cambio progresivo. Siguiendo a Sandra Harding, “a partir de mediados de los
años setenta, las críticas feministas de la ciencia han evolucionado desde una postura
reformista a otra revolucionaria, de unos análisis que daban la posibilidad de mejorar la ciencia
que tenemos a la reivindicación de una transformación de los mismos fundamentos de la
ciencia y de las culturas que le otorgan su valor”. Esto significa una avanzada desde la pregunta
por el lugar de la mujer en la ciencia, hacia el valor y alcance de la ciencia para el feminismo
(considerándolo como insuficiente al seguir respondiendo en gran medida a “proyectos
occidentales, burgueses y masculinos”). Estas posturas no son opiniones instaladas de manera
simple en la corriente feminista, sino que son un reflejo y producto de las diferentes
discusiones hacia su interior, aún vigentes, pero en absoluto banales, estériles o apodícticas: si
hay algo que caracteriza al feminismo, es la capacidad de hacer convivir múltiples visiones,
apuestas, debates, matices, áreas y objetos de estudio. Es esta riqueza de aristas lo que vuelve
al feminismo una plataforma de discusión inagotable, y sobretodo, revolucionaria (tanto en su
capacidad innovadora como en su sentido político).
El feminismo ha realizado -y lo sigue haciendo- distintos aportes a la discusión epistemológica
de la ciencia, implicando cambios profundos en la manera de concebirla, desde luego
rompiendo con el modelo tradicional expuesto anteriormente. Y lo que introduce en la
discusión sobre la ciencia viene, coincidiendo con Sedeño, desde una posición de “interés y
beligerancia, lo cual no resulta extraño, pues la ciencia, además de haber excluido a las
mujeres de la institución, se ha usado para justificar la subordinación de ellas a lo largo de la
historia”. Es decir, el feminismo se introduce en el ámbito científico mostrando su carácter
androcéntrico y sexista, carácter que aún hoy todavía impera en la ciencia, que sigue
obstaculizando la admisión de subjetividades femeninas y disidentes al ámbito interno de la
ciencia y silenciándolas, reproduciendo el discurso y la práctica científica occidental, patriarcal,
colonial y masculina. Básicamente, aún hoy la ciencia busca mantener la hegemonía en “la
organización ‘en géneros’ de la sociedad”, base de la reproducción de la desigualdad de género
y la limitación interesada de esta categoría. Por esto, aún tiene el feminismo un largo camino
por la disputa del sentido en la ciencia, aunque ha avanzado considerablemente en la
instalación de discusiones en la sociedad toda. Entonces, ¿en qué aspectos puede constatarse
la intervención del feminismo en esa disputa epistemológica, pero también política y social?
Podría decirse que en el tensionamiento de lo dado en la ciencia. Y lo dado se instancia en la
conceptualización y caracterización de la verdad, la objetividad, y la subjetividad, esto es, qué
sea el conocimiento, cómo se produce, y quién lo produce. Estos aspectos hacen a la
racionalidad científica, marcan el campo científico y su actividad, que el feminismo busca
disputar.
La perspectiva feminista en la ciencia advierte algunos supuestos a la base de lo que se
considera conocimiento, supuestos que se dan por una matriz sexista sustantiva. Tomando
como guía a Sedeño (2005:419), se encuentra uno referido al desarrollo teórico y
metodológico en la ciencia. Por un lado, muchas veces el desarrollo teórico se apoya en
“argumentos falaces o supuestos que se basan en datos experimentales limitados y se
efectúan extrapolaciones insostenibles”; por otro lado, se advierten errores en el método,
dada la “existencia de fallos en los diseños experimentales, como cuando se apela a ciertos
‘hechos’ cuya universalidad resulta cuando menos, dudosa”. De modo que el rasgo sexista
característico de la ciencia hegemónica define un conocimiento que atiende sólo a algunos
aspectos, invisibilizando otros. Esto da paso a otra advertencia epistemológica, que tiene que
ver con los parámetros de objetividad de la ciencia. Hay una pregunta por la posibilidad de
“repensar los conceptos de verdad, racionalidad, objetividad, etc., de manera que se puedan
eliminar de ellos los sesgos de género”. Si impera una matriz sexista, pues entonces los
parámetros de objetividad parten de un lugar determinado. Ante esto, el feminismo propone
una redefinición de la objetividad en términos de intersubjetividad, para poder garantizar “la
inclusión de todas las perspectivas socialmente relevantes en la comunidad comprometida en
la construcción del conocimiento (y las mujeres lo son en muchos casos)”. Este aspecto
muestra la falencia que encarna la distinción entre los enunciados de hechos y los de valores
promovida por la tradición científica, ya que en los “hechos” no están garantizadas ni su
objetividad ni su inalterabilidad, o bien tienen más implicancias en su naturalidad de lo que
aparentan. Sin embargo, esto no se termina de aclarar sin antes derribar otro supuesto. La
perspectiva de género para analizar la ciencia hace énfasis en este tercer supuesto, referido a
los individuos que “hacen ciencia”, es decir, sobre la subjetividades que se implican en la
actividad científica. En este punto, se hace una pregunta por el “agente cognoscente [que]
apoya o facilita estos análisis”. El feminismo introduce la noción de conocimiento situado, un
conocimiento “cuya aparición y aceptación depende, en parte, de condiciones concretas del
propio científico o científica y del contexto social y profesional en que desarrolla su labor”. De
modo que los sujetos encargados de producir y reproducir la actividad científica no pueden ser
totalmente neutrales o imparciales, al estar imposibilitados de aislarse del contexto en el cual
realizan su actividad científica. Tampoco puede adjudicársele la completa responsabilidad de la
producción científica, ya que si bien “son los individuos los que razonan, idean, experimentan,
etc., se llega al conocimiento científico socialmente, es decir, mediante la discusión crítica, la
modificación, etc., de los productos individuales por la comunidades una actividad
intersubjetiva”. Además, se introduce el concepto de ‘sujeto cognoscente situado’ para indicar
que los “sujetos epistémicos llevan a cabo su actividad de conocer en un tiempo y en un lugar,
es decir situados en una cierta relación o relaciones con lo que se conoce y con otros sujetos
cognoscentes”, además de estar en una determinada situación social, que se vuelve
epistemológicamente significativa.
A partir de lo dicho, puede constatarse de qué modo el feminismo desenmascara, entonces,
los supuestos regentes en la producción y análisis del conocimiento, es decir, los supuestos
que configuran la racionalidad científica generalizada. Poner en cuestión estos supuestos
constituye, en ese mismo acto, una reformulación de la racionalidad científica. Este sentido, es
preciso destacar que el feminismo reformula esa racionalidad poniendo en juego un factor
eminentemente político. La teoría feminista no está escindida, en ningún momento, de su
dimensión práctica y política, y es justamente ese rasgo el que permite discutir la pretensión
de autonomía y neutralidad científica. El feminismo mete una cuña “externa” a la ciencia que,
aunque quiera negarsela, es sustantiva para la conformación de la teoría en sí, y no puede ser
desestimada. Si se asume que los valores contextuales tienen un contenido político, puede
afirmarse que lo político opera en la ciencia; al decir de Sedeño, “los valores contextuales
también pueden expresarse en los supuestos básicos, o motivar la aceptación de estos
supuestos básicos que facilitan las inferencias en áreas específicas de investigación”; “La
ciencia es una institución más (como la religión organizada en iglesias o el derecho),
productora de conocimiento (...) Este rasgo no sólo determina la estructura interna de la
ciencia y su lugar en la sociedad, sino que determina fuertemente el tipo de conocimiento que
realmente produce.” A fin de cuentas, es una decisión política relegar, jerarquizar y delimitar el
conocimiento y los sujetos aceptados para su producción, así como también lo es la
integración de perspectivas y sujetos en la actividad científica.

Las ciencias sociales desde la epistemología feminista.


Hasta aquí se ha afirmado que el feminismo irrumpe en una racionalidad científica instalada.
También se han expuesto los puntos de la epistemología en los que la perspectiva feminista
tiene incidencia. Finalmente, se ha querido sugerir, siguiendo a Harding, que “las críticas
feministas de la ciencia pueden considerarse como una llamada a una revolución intelectual,
moral, social y política.” Ahora bien, sería valioso ahondar en la necesidad de construir y
fortalecer una epistemología feminista.
Esta afirmación surge de un análisis político. Diana Maffia sostiene que “los hallazgos
epistemológicos más fuertes del feminismo reposan en la conexión que se ha hecho entre
'conocimiento' y 'poder' (...) a través del reconocimiento de que la legitimación de las
pretensiones de conocimiento está íntimamente ligada con redes de dominación y de
exclusión.” El feminismo tiene como objetivo, como horizonte, como trasfondo, la
emancipación de la mujer y la igualdad de género. Por eso, a una epistemología con
perspectiva de género no le interesa “solamente describir nuestras prácticas de conocimiento,
sino cómo podemos mejorarlas para, de ese modo, mejorar la vida (...) Critica las prácticas
actuales de conocimiento bajo la premisa de que podemos mejorarlas (...) Por eso, la
epistemología feminista es una empresa normativa. Los valores, entonces, tendrán que ser
diferentes a los tradicionalmente propuestos.” En el contexto actual, en una configuración
global capitalista y patriarcal, la manifiesta pretensión del feminismo de cumplir su objetivo
emancipatorio se presenta como un desafío, con una lucha por delante. Sin embargo, el
feminismo ha avanzado y se ha hecho el lugar en las ciencias. Ejemplo de eso lo constituye la
economía feminista.

La economía feminista.
La economía como ciencia social no ha escapado a las críticas realizadas durante el ‘60-70. Al
igual que otras ciencias, estuvo marcada por el androcentrismo, la “perspectiva que tiene al
varón blanco y heterosexual como la medida de todas las cosas, como el parámetro y el
enfoque de todas las investigaciones y que toman los resultados como válidos y extrapolables
a la generalidad de los individuos, hombres y mujeres”. Según Laterra (2016:5), la economía
actual se enmarca en el paradigma neoclásico. Dos de sus rasgos centrales consisten en la
esencialización de los roles respecto del sexo biológico, y en la limitación de fronteras de la
economía a la economía de mercado. Este paradigma invisibiliza o excluye desde un principio
el factor de la satisfacción de las necesidades básicas de subsistencia y la calidad de vida de las
personas como parte de la economía. aunque es una tarea competente y básica de ella.
La economía como conocimiento y práctica también puede ser atravesada por el feminismo en
la revisión de sus fundamentos. La razón de un abordaje feminista radica en que,
paradójicamente, son las mujeres las que realizan el trabajo de satisfacción de necesidades
básicas y subsistencia, pero éste se encuentra invisibilizado, es decir, el trabajo que queda
fuera del ámbito del mercado no es considerado trabajo. Aquí se ve de manera clara los
supuestos desarrollados anteriormente: el conocimiento, su objetividad y los sujetos
involucrados, responden a ciertos parámetros. En este caso, la economía como ciencia social
ha establecido límites excluyentes para con los sujetos feminizadas a partir de la premisa de la
división sexual del trabajo. Frente a esa situación en una de las ciencias sociales, el feminismo
tiene el desafío de subvertir o reformular esos parámetros. Así, se construye la economía
feminista, con el objetivo de visibilizar aquello invisibilizado, ampliar los marcos, revisar la
teoría, introducir variables desde una perspectiva feminista, que incluya a la comunidad
feminizada como sujeto de la actividad científica.
Dado que parte de la tarea de la economía feminista es la reformulación de conceptos y
categorías, se implica en esta perspectiva luchas por la remuneración. Si se entiende que el
trabajo no se reduce a la economía de mercado, la paga debe efectuarse a las trabajadoras de
otros campos, como el doméstico.Eso se logra si se abarcan “aquellas dimensiones
socioeconómicamente ocultas y poder contar con un panorama integrador de la economía.
Esto también implica la tensión de abandonar los viejos ropajes metodológicos para dar paso a
nuevos conceptos, categorías analíticas, métodos que puedan dar cuenta de las experiencias
de las esferas feminizadas, poniendo en tensión andamiajes que habían sido pensados para
comprender los procesos mercantiles y las experiencias de aquel homo economicus, varón,
blanco, burgués u obrero, occidental y heterosexual”.

Conclusión
La construcción de una epistemología feminista como matriz teórica para el análisis de las
ciencias se vuelve fundamental en un contexto de avanzada de las hegemonías occidentales,
coloniales, capitalistas y patriarcales. Las mujeres han sido colocadas históricamente en un
lugar subalterno, y en una etapa avanzada del sistema, los efectos los sienten quienes se
encuentran en las coordenadas opuestas a las mencionadas. En ese sentido, se detecta una
feminización de la pobreza que indica la frontera última de las mujeres, que es el cuerpo. En
esta situación, la inserción del feminismo en el ámbito social y político, así como en el
epistemológico, resulta una salida para, por un lado, subsanar los efectos medio del
empoderamiento de las mujeres, y por otro, para seguir subviertiendo categorías y configurar
nuevos lenguajes, y nuevas realidades.

Bibliografía
BLOOR, 1994, “El Programa Fuerte en la Sociología del Conocimiento” en La Explicación Social
del Conocimiento, UNAM.
DA SILVA, 2016, Feminización de la pobreza: “la pobreza tiene rostro de mujer”, consultado en
http://economiafeminita.com/feminizacion-de-la-pobreza-la-pobreza-tiene-rostro-de-mujer/
el 12/12/17
HARDING, 1996, Ciencia y feminismo, Morata, p. 11
MAFFIA, 2016, Epistemología feminista: la subversión semiótica de las mujeres en la ciencia,
consultado en http://dianamaffia.com.ar/archivos/Epistemolog%C3%ADa-feminista.-La-
subversi%C3%B3n-semi%C3%B3tica-de-las-mujeres-en-la-ciencia.pdf el 6/12/17
PEREZ SEDEÑO, 2005, “Otro género de razón” en Pérez Ransanz y Velasco Gómes (eds.),
Racionalidad en ciencia y tecnología. Nuevas perspectivas Latinoamericanas, UNAM, p. 426.
LATERRA, 2016 ¿Qué propone la economía feminista?, consultado en
http://economiafeminita.com/que-propone-la-economia-feminista/ el 6/12/17

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