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Lo primero es abrir una mirada nueva sobre lo que entendemos por reconocimiento: Basta
ya de ver el reconocimiento a los demás como una amenaza. Basta ya de pensar en el
reconocimiento como algo ruin, innecesario incluso como aquello que si te atreves a pedir,
el resto de compañeros se va a sentir agraviado y a distanciarse de ti. Basta ya de esa
manera de pensar en la que todo lo que “debes” hacer lo tienes que hacer sin que se valore
porque simplemente te toca hacerlo, y todo aquello a lo que tienes derecho, debes
renunciar a pedirlo porque “mira como esta el mundo y tú con tanta suerte”. Además,
vivimos con miedo a expresar nuestras necesidades. Basta ya de palabras vacías, o mejor
dicho de vaciar palabras como el reconocimiento. Basta ya de entender el reconocimiento
como una foto, una aplauso, un sobre o un pin y empecemos a entenderlo como una forma
de mirar curiosa y que admira, que surge de la gratitud y de la ganas de aprender cómo ha
sido lo maravilloso que ha hecho tu compañero.
¿Qué otra cosa puede ser más importante a la hora de trabajar en equipo que ver al otro y
ser visto por el otro, conocer al otro y que te conozca, reconocer al otro y que te reconozca?
Entiendo el reconocimiento como una actitud cotidiana que todos deberíamos ejercer y
como algo imprescindible que todo el que desee lo mejor para un grupo debería tener en su
lista honesta de responsabilidades. En mi opinión es uno de los cimientos del trabajo en
equipo, y aquí expongo tres razones que lo argumentan:
El reconocimiento es un valor que muy bien nos vendría recuperar para mejorar el trabajo
en equipo porque aumenta el conocimiento dentro del grupo, porque hace que la
experiencia grupal sea más feliz y porque elimina la competitividad tóxica que nos separa
en la relación personal entre los miembros. Además, nos ayudaría a sentirnos más capaces
para transformar el mundo mediante los pequeños cambios que están a nuestro alcance en
nuestro entorno cotidiano porque eso es lo que realmente hace un equipo que trabaja junto.
En este sentido, el reconocimiento es la confirmación de los pasos que damos en una
dirección y después sigue la tarea, el esfuerzo, el camino,... de modo que el reconocimiento
del que hablamos no es una meta sino un retomar constante de la co-construcción del
mundo en que vivimos.