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“A” DE AUTENTICIDAD

ALBRECHT, Karl; (2006). Inteligencia social. Javier Vergara Editor, España. Págs 125 - 147.

«Soy lo que soy y eso es todo lo que soy. »


POPEYE (personaje de dibujos animados)

El factor «A» en el modelo S.P.A.C.E. representa la Autenticidad. Esta


dimensión revela lo honesto y sincero que uno es con las personas y con uno
mismo en cualquier momento dado. ¿Trabáis amistad sólo con quienes pueden
beneficiaros de algún modo en el futuro, personas que tienen algo que deseáis?
¿Sois de los que coleccionan tarjetas de negocios y números de teléfono de
manera profesional, de los que entablan muchos contactos pero pocas amistades y
relaciones reales de calidad? ¿Manipuláis a los demás o permitís que los demás os
manipulen? ¿Se centra vuestro comportamiento en granjearos la aprobación ajena,
con independencia de vuestros sentimientos verdaderos? ¿Sois fieles a vosotros
mismos?
Siempre que sintáis —de manera consciente o inconsciente— que los demás
no os aceptarán, respetarán, amarán o cooperarán con vosotros si actuáis en
concordancia con vuestras propias necesidades o prioridades, es probable que os
comportéis de un modo que los demás perciban como inauténtico. Siempre que os
respetéis a vosotros mismos, tengáis fe en vuestros valores y creencias personales
y «tratéis a la cara» con los otros, es probable que os comportéis de un modo que
los demás perciban como auténtico.

ACEPTAD UN CONSEJO DE POPEYE


El personaje de dibujos animados Popeye se ha demostrado un icono
sorprendentemente duradero de la cultura del entretenimiento estadounidense. A
diferencia de la radio de Banda Ciudadana, la Roca Mascota, el Cubo de Rubik y
los tatuajes de henna, el marino comedor de espinacas ha pervivido, en películas y
series de dibujos animados e incluso en la gran pantalla moderna, desde que E. C.
Segar lo creara en 1929. Popeye dice con su comportamiento: «Soy un hombre de
mundo y un tipo con determinados principios. Soy calvo y tengo los pies grandes,
tatuajes garabateados, bíceps pequeños, antebrazos enormes y el ojo derecho
guiñado a perpetuidad. La voz me suena como si hiciera gárgaras con polvo
limpiador, mi dominio de la gramática deja que desear y como, duermo y me baño
con una pipa en la boca. Pero sé quién soy. Estoy contento (basta con escucharme
cantar) y cómodo en mi pellejo. Tendrás que aceptarme como soy.»
En cada uno de los 109 episodios de dibujos animados de Max Fleischer,
Popeye ilustraba el concepto de la Autenticidad tan bien como cualquier icono
popular. Nunca fastidiaba a nadie, hacía todo lo posible por llevarse bien con los
demás y permanecía fiel a sus principios. Cuando lo atacaban, se defendía... y por
lo general ganaba. Protegía a mujeres y niños. Cuando lo provocaban más allá de
lo soportable, respondía: lata de espinacas al canto, flexionaba los músculos y se
ponía manos a la obra. A lo mejor ese sujeto tan poco sofisticado simboliza lo
mejor que todos llevamos dentro: ser Auténticos.
En otras palabras, Popeye es lo que hay que ser: un tío cabal, un arquetipo
del juego limpio, hacerlo correcto y dar la cara por lo que se cree. Más allá de
nuestros términos de argot norteamericano, ejemplifica algo que todos admiramos
y a lo que quizás aspiremos en secreto. Los australianos, por ejemplo, describirían
a Popeye como fair dinkum. En la cultura judía, es un mensch.
La expresión «fair dinkum» es interesante. Si un australiano te califica de fair
dinkum, es probable que estés recibiendo un gran cumplido. Un fair dinkum
Aussie, también conocido como dinkydi Australian, es alguien con el que puedes
contar. Se trata de una persona con carácter, alguien de palabra que cumple sean
cuales sean los obstáculos o penalidades de por medio. Popeye es sin duda un
fairdinkum de la cabeza a los pies.
También es un mensch. En la larga, rica y turbulenta historia de la cultura
judía, muchas palabras y expresiones de los países de origen han logrado emigrar
a las culturas anglohablantes. Nuestro léxico occidental está salpicado de palabras
que derivan de alguna variedad del idioma hebreo o los dialectos del yiddish. Entre
los ejemplos se cuentan palabras de uso ya común en el inglés como kibbutz
(interrumpir una conversación u ofrecer consejo no solicitado), schlep (caminar o
acarrear algo farragoso durante una larga distancia) o chutzpah (caradura, o
«morro que te lo pisas»). Y uno de los términos más preciados en el léxico popular
judío es mensch.
Ser un mensch es que los demás te tengan por una «persona cabal y de fiar,
con características admirables». En una palabra, ser un mensch significa ser
Auténtico. En consecuencia Popeye, además de ser «lo que es» y de paso un fair
dinkum, también es un mensch.
Sin embargo, aquí nos encontramos con una curiosidad: mientras que unfair
dinkum carece en apariencia de restricciones de género (se puede ser un fair
dinkum «bloke» [hombre] o una fair dinkum «sheila» [mujer]), el término mensch
siempre se ha aplicado tan sólo a los varones. En realidad, la raíz de la palabra
quizá proceda de la palabra del alto alemán antiguo «rnennisco», que era una
variación más de la palabra utilizada para «hombre».
A riesgo de adentramos en profundas aguas culturales, podríamos
preguntarnos: ¿por qué no hay palabra en el idioma hebreo/yiddish/judío para el
equivalente femenino a un mensch? No es ninguna sorpresa que la historia
lingüística de una cultura patriarcal tenga mucho que ver con el modo en que se
encasilla, describe o califica a las mujeres, como individuos o colectivo. Lingüistas,
sociólogos y demás estudiantes del comportamiento sociolingüístico se refieren a
términos como ésos como formas de lenguaje «de género asimétrico».
Desde luego, gran parte de la asimetría masculino-femenina en la lengua
inglesa parece más idiosincrásica e histórica que lógica. ¿Por qué tenemos
«actores y actrices», pero no «médicos y médicas»? Tenemos «costureras», pero
rara vez se oye hablar de «costureros». Tenemos «camioneros» (teamsters), pero
no «camioneras» (teamstresses). ¿Evolucionará la palabra «camarero» (waiter)
para incorporar tanto a hombres como mujeres y suplantar el derivado diminutivo
femenino waitress? ¿Puede la palabra «anfitrión» (host) evolucionar para referirse
a ambos géneros?
¿Por qué oímos a menudo «acéptalo como un hombre», pero muy rara vez
«acéptalo como una mujer»? ¿Quién sería el equivalente femenino de dibujos
animados de Popeye?
El lenguaje es tanto indicador como forjador de cultura. Las palabras no son
meros símbolos inanimados: codifican las creencias, valores y prioridades de las
personas que las usan. A medida que evolucionen las culturas, es probable que
veamos evolucionar con i ellas la terminología de los papeles sociales masculinos y
femeninos. ¿No debería la dimensión de la Autenticidad de la IS fomentar una
política de inclusión, la capacidad y voluntad de asumir los intereses y sentimientos
de todas las partes?

ES UN HERMOSO DÍA EN EL BARRIO DE LA IS


La Autenticidad se basa en el deseo y la capacidad para permitirse ser real,
no falso o artificial. Es el modo en que conectáis con otras personas para haceros
merecedoras de su confianza. Es la diferencia entre ser genuino y ser artificial. Es
una confianza o creencia en uno mismo, que permite asumir una autoridad y una
propiedad reales en el propio espacio o lugar.
Un estadounidense que personificó la idea de estar cómodo consigo mismo
fue Fred Rogers o, como lo conocían la mayoría de los que alguna vez vieron la
televisión pública estadounidense entre 1967 y 2001, el «señor Rogers» y su
maravilloso barrio de fantasía.
El atractivo del señor Rogers era sencillo: siempre hablaba a los niños desde
su nivel, y no era ni empalagoso ni condescendiente. Su tono era siempre el
adecuado para cualquier momento de enseñanza que se le presentase. Atravesaba
la «cuarta pared» de la pantalla de televisión en todo momento, hablando «con»
los niños y no «a» ellos.
En términos de autenticidad, el señor Rogers residía en el momento, desde el
instante en que entraba en su «casa» y se cambiaba los zapatos de calle por sus
deportivas de recreo. Cuando sustituía la americana por su cómodo y entrañable
jersey, los espectadores sabían que estaba en casa. Con sus homilías en tono
calmo sobre la necesidad de compartir y sus lecciones sobre la importancia de
cuidarse, ofrecía paz y solaz durante al menos treinta minutos al día. Cuando
falleció en 2003, es probable que hasta los más hastiados de los estadounidenses
se maravillaran ante el hecho de que durante toda su vida, como pastor, profesor
y pionero televisivo, fuera en verdad tal y como se retrataba. Con su manera
sencilla de tratar con los niños, Fred Rogers se convirtió en un icono de bondad
dentro de la cultura estadounidense, incluso para los humoristas. En la película
Paternidad, Burt Reynolds aparecía como un soltero acaudalado que quería tener
un hijo con una madre de alquiler. Al enfrascarse en el proyecto, acababa
fascinado con los niños y los programas infantiles de televisión. En una escena,
entra en una habitación donde está trabajando su doncella y, sin preámbulo
alguno, le dice: «Sabes por qué me señor Rogers? Porque yo le gusto a él, tal y
como soy.» Su doncella le lanza una mirada que sugiere que ha regresado a
alguna especie de estadio infantil; la escena sólo funciona gracias al atractivo
icónico del señor Rogers para tantos espectadores.
¿Tenéis vosotros un señor (o señora) Rogers en vuestra vida? ¿Podríais ser el
señor o la señora Rogers de alguien? Pensad en las personas más nutritivas que
conocéis.
 ¿Quién es la persona más positiva de vuestra vida? ¿Cómo que él o ella
siempre puede ver el lado bueno y nunca empieza contemplando el
aspecto peor de una situación?
 ¿Quién es la persona más generosa de vuestra vida? ¿Quién os
ayudaría o prestaría dinero, si se lo pidierais en un momento de gran
necesidad, sin hacer preguntas?
 ¿Quién es la persona más fiable de vuestra vida? ¿Quién iría al
aeropuerto, compraría una entrada o cruzaría el país en avión por
vosotros mañana mismo si de verdad necesitarais que lo hiciera?
 ¿Quién es la persona más enérgica de vuestra vida? ¿Quién tiene ese
timbre vibrante en la voz y no ve la hora de empezar, ir a alguna parte
o hacer algo?
 ¿Quién es la persona más entusiasta de vuestra vida? ¿Quién siente
una sincera pasión por la vida y todo lo que contiene?
 ¿Quién es la persona más atenta de vuestra vida? ¿Quién está siempre
allí con los detallitos (un apretón de manos, una postal, un abrazo, un
regalo, una taza de café, una llamada de teléfono) y sin ningún motivo
en especial?
 ¿Quién es la persona más amable de vuestra vida? ¿Quién trata a todo
el mundo con amor y respeto y sólo ve lo bueno de los demás?
 ¿Quién es la persona más lista de vuestra vida? ¿A quién acudís en
busca de respuestas, apoyo, consejo y orientación?
 ¿Quién demuestra siempre más interés en vuestra vida? ¿Quién os
hace saber siempre que vuestra vida, trabajo, metas y sueños son
importantes?
 ¿Quién es la persona más divertida de vuestra vida? ¿Con quién podéis
salir sin más y ser vosotros mismos, libres de todo juicio, negatividad,
miedo o crítica?
 ¿Quién es la persona más graciosa de vuestra vida? ¿Quién os
proporciona genuinas carcajadas irrefrenables?
Si sois unos auténticos privilegiados, quizá todos esos adjetivos describan a
una sola persona: un mejor amigo, cónyuge o alguien tan cercano a vosotros
(físicamente, emocionalmente o ambas cosas) como sea humanamente posible.
Si sois sólo afortunados del montón, la lista quizá describa a varias personas
que, con toda probabilidad, llevarán a vuestro alrededor muchos años. Sean
amigos, parientes o ambas cosas, es muy posible que esas personas vivan
absolutamente en el momento, disfrutando de todas las cosas y personas que las
rodean, sin otro motivo que porque pueden. Ejemplifican al señor Rogers que
todos llevamos dentro. En un mundo muy necesitado de empatía, compasión y
autenticidad, sin duda se le echa de menos.

LA SONRISA DE QUITA Y PON: ¿PODÉIS FINGIR SINCERIDAD?


En el contexto de la inteligencia social, la autenticidad conlleva algo más que
limitarse a ser uno mismo; también supone ser capaz de establecer conexiones
genuinas con otras personas, lo que exige una buena dosis de empatía y
compasión. Es posible, por ejemplo, poseer unas «habilidades personales» bien
desarrolladas y aun así carecer de la profundidad emocional necesaria para ser
considerado socialmente inteligente de verdad.
Pongamos por caso a Ronald Reagan. En particular mientras fue presidente
de Estados Unidos, Reagan engendró un grado inusual de afecto en el corazón de
muchos norteamericanos e incluso gente de otros países. Después de que dejara
el cargo, e incluso durante el declive de su salud y su muerte, el sentimiento de
afecto que muchos sentían por él no hizo sino crecer. Sus ceremonias funerarias
fueron acompañadas por un extraordinario torrente de admiración; la mayor parte
de la prensa y televisión estadounidense lo presentó como una entrañable figura
paternal y un líder compasivo. Para disgusto de muchos contrarios a sus políticas,
lo elevaron incluso a la talla de líder heroico.
Aun así, hasta los más devotos asociados de Reagan reconocían sin
problemas la paradójica contradicción entre sus imágenes emocional y social.
Habilidoso, por un lado, para caer bien y motivar a las personas —individual y
colectivamente—, Reagan era un hombre al que muy pocas personas conocían
bien, sin conexiones personales profundas. Sus relaciones con los parientes
cercanos eran por lo general distantes y tensas. La gente que trabajaba en su
proximidad a diario declaró que mostraba muy poco interés en ellos como
individuos. Uno de sus biógrafos afirmó que había oído las mismas anécdotas
exactas contadas del mismo modo exacto: las mismas palabras, la misma cadencia
de voz, las mismas pausas, los mismos gestos y expresiones faciales.
Basándonos en esas observaciones, parece razonable caracterizar a Reagan
como a un hombre de notable inteligencia social —al menos de acuerdo con
cualquier definición conductual razonable— y una inteligencia emocional
acusadamente baja. Está claro que, si bien la IE y la IS están estrechamente
entrelazadas, no parecen la misma cosa.
En su libro y muchos artículos sobre Reagan y su vida, el bió grafo Edmund
Morris realizaba un comentario tristemente ingenio- sobre el personaje público de
Dutch en contraste con su realidad privada. Al parecer, pese al gran estadista,
político y líder que era, el Reagan de la vida real era una dolorosa contradicción —
o al menos una versión paradójica— de la dimensión de la Autenticidad de la IS.
Dice Morris:
Tarde o temprano, todo aspirante a una relación íntima (entre ellos sus
cuatro hijos, Maureen, Michael, Patti y Ron) descubría que el único ser humano
que le importaba de verdad a Reagan (tras la muerte de su madre) era [su
esposa] Nancy. Para Michael Reagan, el momento llegó el día de su graduación en
el instituto, cuando su padre lo saludó con «Yo me llamo Ronald Reagan. ¿Y tú?».
Patti Davis, la hija pequeña de Reagan, escribe en su autobiografía de 1992:
«A menudo, entraba en una habitación y él levantaba la vista de sus tarjetas
de notas como si no estuviera seguro de quién era yo. Ron corría hacia él,
pequeño y rebosante de entusiasmo infantil, y veía la misma expresión
desconcertada en los ojos de mi padre, como si tuviera que recordarse a sí mismo
quién era Ron... A veces me entraban ganas de recordarle que Maureen era su
hija, también, y no sólo alguien con filosofías políticas parecidas.»
El diario presidencial que Reagan mantuvo con escrúpulo llama la atención
por una ausencia casi total de interés en las personas como individuos. En el
medio millón aproximado de palabras que contiene, no encontré un solo
comentario afectuoso sobre sus hijos.

CUMPLIDOS A MEDIAS
«Uy, qué corbata más chula. Consérvala, seguro que un día de éstos se pone
de moda.»
Hay gente que parece incapaz de animarse a dedicarle un cumplido gratuito y
generoso a los demás. Parecen considerar ¡os cumplidos una especie de economía
de suma cero: creen de manera subconsciente que al alabar a los demás de algún
modo se devalúan ellos mismos.
Las personas ferozmente competitivas, o ambiciosas hasta el extremo, a
veces hacen gala de una especie de tacañería emocional. Están demasiado
enfrascadas en mantener a flote su propio sentido tambaleante de autoestima para
nutrir y apoyar a las demás.
Algunas personas con la autoestima baja se las apañan incluso para idear
cumplidos que hagan sentirse mal a los demás. Se convierten en maestras del
cumplido a medias: posiblemente, una estrategia social más disparatada que
limitarse a guardárselos del todo. Un cumplido a medias realmente bueno suena al
principio como uno de verdad, pero en cuanto se rumia sale a relucir su auténtico
propósito.
Un experto en el CAM puede incluso ajustar la combinación de agridulce de
tal modo que el blanco no pueda estar seguro del todo de si acaba de recibir un
cumplido o un desaire. Se trata de una habilidad útil: si la persona «alabada» saca
a colación el aspecto tóxico de la frase, el emisor siempre puede cobijarse al
amparo del «Bah, no seas tan sensible; quería ser un cumplido».
Veamos unos cuantos clásicos:
«Has perdido un montón de peso; ha habido una temporada que te estabas
poniendo gordo de verdad.»
«Qué vestido tan bonito; yo antes llevaba ese estilo.»
«Veo que te están saliendo un montón de canas; te dan un aire distinguido.»
«Hombre, por fin has cortado con ese tío; me alegro de que hayas entrado en
razón, no sé qué viste nunca en él.»
«¿Qué libro estás leyendo? Ah, ése. Hay uno mucho mejor, ya te mandaré un
mail con el título y el autor.»
«Qué bien te queda el lifting. ¿Quién te operó? Ah... Ojalá me hubieras
llamado; podría haberte mandado al mejor de la ciudad.»
«Veo que te has comprado un coche nuevo. Yo miré ese modelo, pero
Consumer Reports no lo ponía muy bien.»
¿Qué hacer con el halagador a medias? La mayoría de estrategias no resultan
muy atractivas. La primera, por supuesto, es limitarse a dejar pasar el desaire sin
comentarios; intentar entrenarse para detectarlo antes de reaccionar con ira u
ofenderse. Eso es lo que quería decir vuestra madre cuando os aconsejaba que
aprendierais a ser un poco menos «susceptibles».
El segundo mecanismo para afrontarlo es «ver» el comportamiento tóxico de
esa persona y exigirle responsabilidad por él: «Eso ha sonado más como una pulla
que como un cumplido. ¿En qué sentido lo decías?» Rara vez oiréis que alguien
reconozca la intención de haceros sentir mal; de manera casi invariable intentarán
presentarse como inocentes. Sin embargo, si convertís en un hábito el sacar a
relucir su comportamiento, es posible que os encontréis con que lo practica menos,
al menos con vosotros. La eficacia de la técnica depende de la ambigüedad y la
sensación de confusión que induce en la víctima; si le quitáis eso, deja de ser
divertido para ellos.
Si sois habilidosos con las palabras y rápidos de pies, existe una tercera
estrategia: la respuesta ambigua. Respondéis a la supuesta intención, la porción
halagadora de la frase que sirve como cebo, y fingís no haber oído la otra.
Ejemplo:
Especialista en CAM: «Está bien que tu hijo se interese por el deporte. De
todas formas, es un poco bajito para la Liga Infantil, ¿no te parece?»
Vosotros: «Oh, gracias por decirlo. Le transmitiré tu apoyo; le alegrará saber
que confías en él»
Esa estrategia transfiere el estado de ambigüedad a la cabeza de la otra
parte. Da a entender, en un plano metaverbal: «Reconozco la intención real de tu
comentario, oculta en la ambigüedad de la frase. En vez de responder
directamente a tu comportamiento tóxico, utilizo mismo canal de ambigüedad para
hacerte saber que te tengo calado.»
La estrategia número tres requiere un poco de práctica, y puede ser en
verdad muy efectiva. Su principal punto en contra quizá sea la posibilidad de que
os tiente hacia el uso del sarcasmo, las pullas veladas y la represalia verbal
ingeniosa. El resultado podría ser que os descubrierais ejerciendo un
comportamiento inauténtico a vuestra vez. En general, es mejor afrontar la baja
Autenticidad respondiendo con una elevada Autenticidad. En conjunto, conviene
escoger la estrategia que se adecue a la situación y encaje con los propios valores
personales.

EL SÍNDROME DEL CACHORRILLO


Otra variedad común del patrón social inauténtico es el Cachorrillo de dos
patas. Ese tipo de persona disfruta luciendo un cartel de diseño profesional que
dice: «Patéame. Y ahora otra vez, por favor.» Parece recrearse cuando los demás
la humillan y después les hace sentir culpables por ello. Una conversación de
muestra:
Vosotros: «Por lo que me cuentas, se diría que tu relación con Dave no va
muy bien.»
Cachorrillo: «Pues no, la verdad. Me trata mal. Ha desaparecido parte de mi
dinero y mis joyas. Creo que a lo mejor hasta me pone los cuernos.»
Vosotros: «¡Caramba! Parece grave. ¿Por qué seguís juntos? Yo habría
cortado y me habría ido hace tiempo.»
Cachorrillo: «Bueno, la verdad es que no quiero pasar por una separación
traumática otra vez. No estoy preparada para estar sola, como la última vez,
durante tanto tiempo. En realidad no es tan malo. A lo mejor todavía podemos
arreglar las cosas.»
Vosotros: «¿Arreglar las cosas? ¡Pero si me has dicho que te roba! ¿Qué vas
a arreglar?»
Cachorrillo: «Es que este tipo de cosas no se me dan nada bien. No sé... a
lo mejor corta él conmigo. Así no tendré que ser yo quien dé el primer paso.»
Si sois la parte receptora de una conversación así, esta aparente necesidad
«cachorril» de gustar que tienen algunas personas resulta desesperante y
desconcertante. Como tienen tanto miedo al conflicto y la confrontación, están
dispuestas a dejarse maltratar de buen grado. ¿Qué obtienen de ello? ¿Cuál es el
rédito emocional de una inversión tan arriesgada?
Al factor «patéame» se le puede añadir otro grado de dificultad: el complejo
de culpa. Aquí, el cachorrillo es un maestro en el arte de dar y recibir. Pueden
provocar paranoias de culpabilidad en los otros: «¿Cómo has podido hacerme
esto? Con todo lo que hemos pasado juntos, ¿cómo puedes hacerme tanto daño?»
También pueden crear paranoias de culpabilidad tergiversando las palabras
ajenas, para reforzar su necesidad de permanecer en el papel de cachorrillo: «Muy
bien. Seguid sin mí. Estaré bien aquí, no os preocupéis. Si me caigo y me rompo la
cadera, ya me las apañaré de alguna manera.» Esta táctica, sumada al lenguaje
corporal habitual (grandes suspiros, hombros encorvados y el hastío que deriva de
verse herido, una vez más), crea la perfecta oportunidad para que la otra persona
sienta la necesidad irracional de reinsertarse en la situación y cabalgar al rescate.
El principal motivo por el que los Cachorrillo carecen de Autenticidad es
porque preparan, tienen y utilizan planes ocultos. Su vuelta de tuerca, a diferencia
de los personajes más descarados, intimidadores o peleones, es que ellos se
regodean interiormente. Nadie está seguro de por qué lo hacen, porque ni siquiera
ellos reconocen sus motivos.

NARCISISMO: EN VERDAD LO IMPORTANTE SOY YO


El narcisismo y el altruismo ocupan polos opuestos de la motivación humana.
Pocos somos altruistas del todo, y la mayoría somos narcisistas hasta cierto punto.
Nuestro narcisismo puede volverse patológico si nos hace incapaces de entablar
relaciones bidireccionales de mutualidad, generosidad y apoyo. El equilibrio entre
nuestro narcisismo y nuestro altruismo expresa nuestra salud emocional, en
especial nuestra sensación de autoestima.
Veamos la auténtica historia del origen del término, tal y como la recogió el
poeta latino Ovidio:
Narciso era hijo de Cefiso, el dios del río, y la ninfa Liríope. Para cuando
cumplió los dieciséis años todo el mundo reconocía su irresistible belleza, pero él
rechazaba a todos los amantes —de ambos sexos— a causa de su orgullo. La ninfa
Eco estaba locamente enamorada, pero se veía trabada por su incapacidad para
iniciar una conversación. Al final, Narciso la rechazó. Ella se consumió en su dolor
hasta no ser más que una simple voz. Un joven, repudiado de la misma manera,
rezó para que su amado se amara a sí mismo sin remisión. La diosa Némesis
respondió a sus plegarias disponiendo que Narciso se parara a beber en un
manantial de las cumbres del monte Helicón. Al mirar en el agua vio su reflejo y se
enamoró en el acto de la imagen. No podía abrazar su reflejo en el estanque.
Incapaz de separarse, permaneció allí hasta que murió de inanición. Sin embargo,
no dejó ningún cuerpo; en su lugar brotó una flor.
Los psicólogos clínicos, que tratan de ayudar a pacientes de tratamiento
notablemente difícil, describen las siguientes características de las personas
patológicamente narcisistas:
 Evidente concentración en sí mismas durante la comunicación
interpersonal.
 Dificultad para crear y mantener relaciones.
 Carencia de consciencia situacional.
 Carencia de empatía.
 Dificultad para verse como las ven las demás.
 Hipersensibilidad a cualquier insulto real o imaginario.
 Vulnerabilidad a la vergüenza por encima de la culpabilidad.
En la terminología de la inteligencia social, lo que algunos psicoterapeutas
califican de narcisismo o «amor propio maligno», podemos tildarlo sin más de
carencia de Autenticidad.
En culturas basadas en los medios de comunicación como la estadounidense
y cada vez más culturas occidentales, tenemos la oportunidad de estudiar el
narcisismo «a lo grande» en las figuras de los famosos que los responsables de los
medios nos pasean por la cara. Se nos obsequia con los detalles más mundanos de
los matrimonios y divorcios, riñas y reconciliaciones, infidelidades, vidas sexuales y
adicciones de nuestros iconos culturales. Basta presenciar la cantidad de veces que
vemos a ricos y famosos que parecen «tenerlo todo» acabar en un programa de
desintoxicación, en la ruina o, peor, en la tumba. Si bien en Hollywood puede ser
un título honorífico más bien notorio haber pasado unos meses bajo supervisión
«quitándose», en el mundo real es mucho menos glamoroso perder el trabajo, el
cónyuge y la carrera, todo por un comportamiento autodestructivo.
Los custodios de la cultura popular estadounidense —los responsables de los
medios de comunicación— aman tanto a los héroes como a los antihéroes, aunque
son estos últimos los que parecen salir más a la luz pública. Tenemos ocasión de
ver la bufonería narcisista del multimillonario inmobiliario Donald Trump más a
menudo de lo que vemos la discreta sabiduría y humildad personal del genio de las
finanzas Warren Buffett. Sabemos más del «Rey de lo Zafio», Howard Stern, que
del moderado, erudito y bien hablado presentador Bill Moyers. Oímos más a
presentadores de programas de entrevistas estridentes como Chris Matthews o BilI
O’Reilly que a investigadores serios como Jim Lehrer, Brian Lamb, Tim Russert o
Aaron Brown. Sabemos más de directores de cine prima donnas como Stanley
Kubrick —que en una célebre ocasión exigió 147 tomas de una escena al actor de
inmenso talento Jack Nicholson en El resplandor— que del sosegado oficio de Ken
Burns, cuyos documentales históricos definieron el género.
Para ser algo críticos, podríamos decir que para los Kubrick del mundo «lo
importante soy yo». Para los Ken Burns, Bill Moyers y Jim Lehrer del mundo «lo
importante es el producto». Resulta pertinente la expresión latina: res ipsa
loquitor, o «la cosa habla por sí misma».

El valor de la humildad
Dos de las leyendas de la comedia, el actor y productor Mel Brooks y el actor Zero Mostel,
mantuvieron una relación de trabajo muy controvertida, pero aun así respetaban a regañadientes el
talento del otro. Durante el rodaje de Los productores, en 1968, se dice que Brooks se puso hecho
una furia porque no estaba consiguiendo lo que quería de los actores.
Según los relatos del incidente; Zero Mostel salió caminando del plató.
«¿Adónde vas?», exigió saber Brooks.
Mostel le lanzó una mirada fulminante y le dijo: «Me voy a mi camerino, Estaré allí hasta que
se te pase el berrinche.»
Brooks, horrorizado ante la perspectiva de un corte de producción, preguntó: «¿Me estás
diciendo que te irás a tu camerino y dejarás que toda esta producción se quede congelada y se
pierdan millares de dólares hasta que se me pase el berrinche?»
«Sí», respondió Mostel con desdén.
Con su característica media sonrisa, Brooks anunció: «Se me ha pasado el berrinche.»

Quizá lo único peor que el narcisismo descarado estilo «a que molo» de los
ídolos o iconos públicos sea cuando esos mismos ídolos resultan tener los pies de
barro. Pese a todas sus hazañas en el rombo del béisbol, Joe DiMaggio era un
hombre frío y distante que pasó sus últimos años presa de una preocupación
obsesiva por que la gente estuviera obteniendo beneficios (que deberían haber
sido para él) a costa de su nombre.
La habilidad de O. J. Simpson en los campos de fútbol americano universitario
y profesional de su vida siempre quedará eclipsada por su turbulenta relación con
su esposa, Nicole Brown Simpson. Lo más probable es que nunca se llegue a
conocer su grado de implicación en el asesinato de su mujer y el de Ronald
Goldman, con independencia de lo que hayan dicho los tribunales. Simpson era un
hombre vanidoso, narcisista y pagado de sí mismo. Cualquier semblanza de
Autenticidad que se ingeniara para mostrar ante las cámaras se antoja altamente
impostada.
Ted Williams era un genuino héroe de guerra con la mejor media de bateo de
la historia del béisbol. También él era un hombre difícil, retraído y distante.
Cuando logró un home Run en su último bateo en casa para los Red Sox de
Boston, desapareció en el banquillo y se negó a salir para brindar su gorra al
público de Fenway Park. Como observó John Updike en su famosa columna sobre
el acontecimiento en 1960, «Hub Fans Bid Kid Adieu»:
Como una pluma atrapada en un torbellino, Williams recorrió el cuadrado de
bases rodeado por nuestro griterío suplicante. Corrió como siempre había corrido
en los home runs: presuroso, sin sonreír, con la cabeza gacha, como si nuestras
alabanzas fueran un aguacero del que escapar. No saludó con la gorra. Aunque
pateamos, lloramos y cantamos «Queremos a Ted» durante minutos después de
que se cobijara en el banquillo, no regresó. Nuestro estruendo por unos segundos
superó la emoción para dar paso a una especie de inmensa angustia descubierta,
un aullido, un sollozo en busca de salvación. Sin embargo, la inmortalidad es
intransferible. La prensa dice que el resto de jugadores, e incluso los árbitros de
campo, le suplicaron que saliera y nos diera las gracias de alguna manera, pero él
se negó. Los dioses no responden cartas.
JUEGOS MENTALES, LUCHAS DE PODER Y MANIPULACIÓN
Todos conocemos a unas cuantas personas a las que consideramos
«jugadoras». Por ello solemos entender que parecen abordar las situaciones y
relaciones con la intención de engatusar a los demás o manipularlos para que se
comporten de maneras conformes a sus necesidades. La esencia del
comportamiento inauténtico es el patrón de intentar satisfacer las propias
necesidades de manera encubierta en lugar de con honestidad y cooperación. La
expresión «juegos mentales» se ha colado en el vocabulario popular para describir
la batalla de ingenios a la que nos arrastran las personas inauténticas.
Hace unos años, el psicólogo Eric Berne elaboró un concienzudo estudio
sobre la manipulación interpersonal en forma de lo que él llamaba «juegos
transaccionales»: un repertorio de interacciones repetibles y estereotipadas en las
que una parte se cobraba una minúscula victoria psicológica sobre la otra, por lo
general explotando alguna vulnerabilidad inconsciente. Su libro Games People Play
y su método del análisis transaccional, o «AT», alcanzó bastante popularidad entre
las organizaciones empresariales, útil para enseñar a la gente a tratar con
personas inauténticas y permanecer más cercana al comportamiento auténtico en
sus vidas.
Berne otorgó nombres sencillos y comprensibles a los diversos juegos que
identificó. Un simple ejemplo ilustrará lo que entendía por juego transaccional. En
el juego que bautizó como «Te pillé, so mamón», abreviado como «TPSM», una
parte se venga de la otra por alguna derrota anterior.
Esposa: «Me encantaría cambiar las cortinas de esta habitación. Se están
poniendo la mar de viejas.»
Marido: «Bueno, ¿por qué no? Vamos a los grandes almacenes a ver qué
tienen.»
Esposa: «No, ahora mismo no podemos permitírnoslo. Ese juego de palos de
golf que te compraste se llevó un buen mordisco del presupuesto.»
Según Berne, el juego está formado por tres partes:
1. El «gancho», u oferta de jugar, que va disfrazado como un fragmento
inocente de conversación.
2. La «aceptación», o respuesta inocente de la otra parte, por lo general
en forma de un intento de rescate, consuelo o apoyo al jugador que ha
realizado la oferta.
3. El «golpe», o vuelco repentino, que hace que el «blanco» —la persona
que ha entrado en el juego engatusada— se sienta mal.
En esencia, el juego transaccional tiene, como objetivo encubierto, hacer que
el blanco se sienta mal de alguna manera. Puede ser ira, frustración,
remordimientos o cualquiera de la serie de emociones tóxicas. Según Berne, los
jugadores son incapaces de satisfacer sus necesidades emocionales mediante la
interacción directa y honesta con los demás, de modo que optan por la experiencia
emocional negativa de la venganza. Los jugadores consumados suelen ser
personas que no lograron construir una sensación fuerte de autoestima al salir de
la infancia —quizá los abandonaran, maltrataran, intimidaran o dejaran de querer
— y que de manera inconsciente han decidido: «El mundo me ha tratado mal, y
alguien va a pagar por ello.» Ese alguien resulta ser todo el mundo.
En casos extremos, los jugadores entrampan a casi todas las personas con las
que se encuentran. Su sed de venganza es imposible de saciar. Por lo general, han
construido sistemas de racionalización muy sólidos para justificar su
comportamiento jugador y desplazar la responsabilidad de su conducta tóxica a los
demás.
En última instancia, según Berne, el único modo de ganar cuando se trata con
un jugador de carrera es sencillamente no jugar. Hay que aprender a detectar los
indicios del gancho: quejas, gimoteos, ruegos de simpatía y referencias a
situaciones o sucesos históricos susceptibles de servir como armas psicológicas
para haceros sentir mal. En cuando seáis capaces de identificar al jugador y
haceros a la idea de su surtido de juegos, a menudo podréis detectar la mayoría
de ganchos y negaros a picar.

La Autenticidad en términos muy sencillos


En su best seller de 1986 Todo lo que realmente necesito saber lo aprendí en el parvulario, el
pastor y ensayista Roben Fulghum ofrecía una lista de «cómo vivir, qué hacer y cómo ser» que
aprendió cuando iba al parvulario. Es elegante a la par que sencilla, lo que la hace más atractiva
aún,
 Compártelo todo.
 Juega limpio.
 No pegues a la gente.
 Deja las cosas donde las encontraste.
 Limpia lo que ensucies.
 No cojas cosas que no son tuyas.
 Pide perdón cuando hayas hecho daño a alguien.
 Lávate las manos antes de comer.
 Tira de la cadena.
 Las galletas calientes y la leche fría te sientan bien,
 Lleva una vida equilibrada: aprende un poco, piensa un poco, dibuja, pinta, canta,
baila, juega y trabaja un poco todos los días.
 Échate una siesta todas las tardes.
 Cuando salgas al mundo, ve con cuidado con el tráfico, ve de la mano y no te
separes.
 No pierdas de vista lo maravilloso. Recuerda la semillita en la taza de poliestireno: las
raíces van hacia abajo y la planta hacia arriba y nadie sabe de verdad cómo ni por
qué, pero todos somos así.
 Los pececitos, los hámsters, los ratones blancos e incluso la semillita de la taza de
poliestireno: todo muere. Nosotros también.
 Y luego recuerda los libros de Dick y Jane y la primera palabra que aprendiste —la
palabra más importante de todas—: MIRA.

CIMENTAR LAS HABILIDADES DE AUTENTICIDAD


Cosas que hacer para mejorarlas habilidades en la dimensión de la
Autenticidad:
 Llevad la cuenta de las situaciones en las que otros intentan induciros
a actuar de un modo que se contradice con vuestros valores
personales. ¿Cómo reaccionasteis? ¿Cómo reafirmasteis vuestro
derecho a comportaros con autenticidad?
 Llevad la cuenta de cualquier situación en la que actuasteis de
determinada manera y luego os sentisteis incómodos con la decisión
que tomasteis. ¿Cedisteis cuando sentíais que no habríais debido?
¿Tomasteis el camino fácil en lugar de ser fieles a vuestro código de
conducta personal? ¿Evitasteis discrepar con alguien o enfrentaros a
alguien porque la idea del conflicto os incomodaba?
 Redactad una lista de vuestras «aportaciones emocionales»: las
señales o comportamientos que necesitáis de los demás para ayudaros
a sentiros capaces y dignos de amor y aceptación. ¿Os arrastra alguna
de esas aportaciones o necesidades a comportaros de manera
inauténtica, buscando la aprobación, evitando el conflicto,
manipulando a los demás o siendo deshonestos acerca de vuestros
valores o motivos?
 Procuraos un libro sobre valores y reflexionad sobre vuestros valores
primarios, lo que os es más querido. ¿Os comportáis de un modo que
lleve a la práctica esos valores?
 Redactad una declaración personal de misión que explique para
vosotros mismos por qué creéis que estáis en el planeta, cuáles son
vuestras prioridades y qué queréis hacer para que vuestra vida tenga
sentido. No dejéis de revisarlo hasta que exprese el meollo de vuestra
vida. Entonces pasadlo al ordenador e imprimidlo; pegadlo a la pared o
la nevera y leedlo todos los días. Preguntaos: ¿vivo la misión que
quiero vivir?

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