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ALBRECHT, Karl; (2006). Inteligencia social. Javier Vergara Editor, España. Págs 181 – 205.
Cuando salí del comedor tras sentarme al lado del señor Gladstone, pensé que
era el hombre más inteligente de Inglaterra. Pero después de sentarme junto al
señor Disraeli, pensé que yo era la mujer más inteligente de Inglaterra.
Una mujer cuando se le preguntó la impresión que le habían causado los
estadistas ingleses Benjamin Disraeli y William Gladstone
Mostrarse condescendiente o “paternal” con Tratar a una persona como a una igual
alguien
Interrumpir a los demás con frecuencia Escuchar a los demás hasta el final
Recordemos que para ser nutritivos hace falta algo más que no ser tóxicos.
Eliminar los comportamientos tóxicos sólo os llevará al punto cero de la escala de
la empatía. Evitar la antipatía sólo os conduce a la apatía. Conseguir la empatía
exige un compromiso activo. Necesitáis «añadir valor» a la percepción que tienen
de vosotros los demás.
Al leer las dos listas de comportamientos enfrentados, ¿habéis identificado
algún comportamiento tóxico que detectéis en vosotros mismos, en mayor o
menor medida? ¿Habéis identificado algún comportamiento nutritivo que se os
antoje ajeno por completo, que no adoptéis de ninguna manera? ¿Contribuye este
proceso de pensamiento a las posibilidades que habéis ido acumulando mientras
leíais este libro? Es posible que no hayáis experimentado una epifanía personal al
leer la lista, pero aun así podría resultaros de utilidad de diversas maneras. De
ningún modo espero que experimentéis un ataque de ansiedad, culpabilidad o
reproche. Se supone que esto es una experiencia positiva de descubrimiento y
crecimiento, no un ejercicio de flagelación.
Una variedad particularmente tóxica de comportamiento verbal, en especial
destructiva dentro de situaciones y organizaciones empresariales, es «matar» las
ideas ajenas. Por matar ideas se entiende decir cosas como:
Aquí no funcionará.
Ya lo hemos intentado antes.
Cuesta demasiado.
Es demasiado complicado.
No resulta práctico.
No tenemos tiempo.
No les gustará.
Aquí somos diferentes.
Nunca lo hemos hecho.
No entra en el presupuesto.
Ciñámonos a lo que ya conocemos.
Nuestro sistema no tiene cabida para eso.
Buena idea, PERO...
No es lo nuestro.
Es demasiado arriesgado.
Probablemente es ilegal.
A lo mejor el año que viene.
El antídoto, o defensa, contra el asesinato de ideas, que tan extendido
parece, es la práctica de la «venta de ideas». Esa técnica conlleva el uso de ciertas
frases clave para situar a la otra persona en un estado mental de mayor
receptividad a vuestros pensamientos e ideas.
A menudo conseguiréis que la gente os escuche y responda con mayor
apertura de miras si empleáis cláusulas de «venta de ideas» como las siguientes
en vuestras conversaciones:
¿Puedo hacer una pregunta?
Antes de tomar una decisión definitiva, repasemos nuestras opciones.
Sugiero que no eliminemos ninguna opción a estas alturas.
¿Estamos preparados para decidir? ¿Estamos seguros de haber
reflexionado sobre todos los factores clave?
Comentemos el modo en que estamos abordando el problema.
Me gustaría volver un paso atrás y aclarar un cierto asunto.
Espero que no hayamos caído en un caso de «pensamiento de
colmena».
He oído cosas sobre X. ¿Tenéis alguna información al respecto?
No sé gran cosa del tema. ¿Y tú?
¿Sabías que...?
Existen un par de factores nuevos que tal vez desconozcas.
A lo mejor deberíamos replanteamos ese punto.
Quizá prefieras replantearte tu opinión, dado que...
He cambiado de opinión sobre eso, dado que he descubierto que...
Puede que esta idea suene algo descabellada, de modo que
permitidme explicarla antes de reaccionar.
Quizá no queráis tomar una decisión sobre eso todavía, pero...
Tengo una idea que me gustaría compartir contigo en algún momento.
Me gustaría contar con tu ayuda para una idea que estoy intentando
perfilar.
Me gustaría conocer tu opinión sobre...
Os presento una idea a medio cocer: ¿qué os parece...?
Os presento un principio de idea; a lo mejor podéis aportar algo.
Será mejor que empecemos a pensar sobre cómo vamos a...
¿Qué opciones veis a estas alturas?
¿Qué modos tenemos para...?
¿Te has planteado hacerlo según el método X?
Tal vez el mensaje más sencillo que surja de este análisis sea que la empatía,
como Dios y el demonio, está en los detalles.
¿QUÉ CIMENTA LA EMPATÍA?
Pensemos en términos de dos oportunidades para cimentar la empatía: 1) la
experiencia momento a momento de conectar con la gente; 2) el proceso de
«mantenimiento», en virtud del cual se conserva la salud de una relación a lo largo
del tiempo. Analicemos primero la parte momentánea.
En una situación específica, por lo general es posible establecer una fuerte
conexión empática con una persona o grupo de personas concentrándose en tres
modalidades específicas de comportamiento. En este caso, como en el de
comunicarse con claridad que se trató en el capítulo 5, podemos pensar en
términos de otra «Triple A»: Atención, Aprecio y Afirmación.
Atención
En primer lugar necesitamos adoptar por costumbre la práctica de salir de
nuestras burbujas mentales y sintonizar con los demás en cuanto individuos
únicos. A todos los seres humanos normales les gusta que les presten atención, los
escuchen y los tomen en serio. Quienes fingen su interés en los demás a menudo
se delatan con indicios no verbales que contradicen la fachada. La mejor manera
de mostrar interés en alguien es interesarse en ese alguien. Una intención genuina
de escuchar, ya ser posible aprender de alguien, se trasluce en vuestro
comportamiento consciente e inconsciente. Además, ciertos indicios no verbales
voluntarios pueden transmitir a la otra persona que lo consideráis un individuo
valioso e interesante.
Por ejemplo, orientar vuestro cuerpo hacia la otra persona, entablar contacto
ocular, detenerse y escuchar con atención mientras habla y asentir o señalar de
otro modo que estáis siguiendo lo que dice son todas prácticas que ayudan a
reforzar la sensación de atención. Si sois una persona razonablemente expresiva,
lo más probable es que no tengáis que pensar demasiado en esos indicios; suelen
surgir de manera natural. Si sois más tímidos o reservados, planteaos incrementar
de forma voluntaria vuestro uso de esos indicios, para aportar energía a vuestras
interacciones con los demás.
Una variedad menos conocida pero muy eficaz de atención es la sincronía no
verbal, que significa ajustar vuestra postura corporal, orientación física general y
gestos a los de la otra persona. También podéis percibir ese mismo tipo de indicios
para determinar si la otra persona siente una conexión empática con vosotros.
Probablemente habréis reparado en que, cuando dos personas sostienen una
conversación amigable, sus posturas corporales, gestos, cadencias de voz,
expresiones faciales e incluso respiraciones tienden a alinearse. Si detectáis un
desajuste significativo entre sus gestos «no verbales», quizás estéis viendo
pruebas de enajenación, conflicto o desacuerdo. Para entablar una compenetración
inicial, podéis empezar por ajustaros al ritmo de los indicios no verbales de la otra
persona con los vuestros; no de una manera obvia ni por sentido de la
manipulación, sino de un modo natural. No es más que una manera de contribuir
al conjunto de señales naturales de empatía y conexión que transmitís con
vuestros indicios no verbales: siempre y cuando estéis prestando atención de
verdad y no fingiendo.
La sincronía verbal, que también ayuda a cimentar la empatía, es el hábito de
reflejar las palabras, expresiones y figuras retóricas de la otra persona. Si esa otra
persona utiliza una metáfora en particular, emplear esa misma metáfora en
vuestra respuesta actúa de refrendo de la idea y confirmación no verbal de
conexión. También podéis adaptaros al estilo del lenguaje. Por ejemplo, hay gente
que gusta de utilizar versiones blandas de palabrotas para avivar su conversación y
recalcar ciertos temas. Este tipo de comportamiento se ha vuelto mucho más
aceptable en los años recientes. Sin embargo, quizá sea aconsejable rehuir el
lenguaje soez hasta que el de la otra persona derive en esa dirección. Entonces
podréis ajustaros verbalmente a ese patrón de habla.
La microestructura de la conversación humana es notablemente compleja y
diversa; en este breve comentario sólo podemos abordar algunas de las dinámicas
más interesantes. Como ya se ha mencionado, la atención tiende a surgir de forma
natural si uno escoge prestar atención de verdad a los demás en cuanto
individuos. Y no irá mal conocer unos pocos métodos o técnicas específicos para
ayudar a entablar la conexión.
Aprecio
¿Demostráis a los demás que tenéis capacidad y voluntad para aceptarlos
como son, por lo que son? Quizá discrepéis de sus opiniones políticas o religiosas,
y vuestro mundo personal de valores y experiencias tal vez sea del todo distinto al
suyo; al mismo tiempo, podéis reconocer su derecho a un lugar en el planeta. En
un plano no verbal, eso significa que vuestros indicios transmiten aceptación, o al
menos ausencia de rechazo o animosidad. Si os decís a vosotros mismos que
podéis coexistir pacíficamente con ellos aunque discrepéis en algunos temas, lo
más probable es que transmitáis aceptación y aprecio de manera natural. Además
de las señales naturales que indican a la gente que los aceptáis y apreciáis su
derecho a ser quienes son y lo que son, podéis hacer bastantes más cosas para
reforzar el vínculo de respeto mutuo. Una habilidad importante para reforzar la
percepción de respeto, aceptación y aprecio es el uso de «lenguaje limpio», como
se explicó en el capítulo 5. Al adoptar un patrón de lenguaje semánticamente
flexible y considerado, libre de dogmatismo, sarcasmo, opinionitis, «todología»,
polarización y dicotomía, y haciendo un buen uso de los limitadores y calificativos
semánticos, podéis evitar el surgimiento de resistencia a vuestras ideas en los
demás. Cuando crean de verdad que los respetáis a ellos y sus ideas, tendrán más
ganas de escuchar las vuestras.
Afirmación
Hay que reconocer que es más fácil apreciar, respetar y sentirse cercano a
alguien cuyos valores e ideas compartís que a alguien de quien discrepáis
enérgicamente en cuestiones significativas. Al mismo tiempo, es posible afirmar a
esa persona, en cuanto persona, mediante vuestro modo de interactuar con ella.
Como dicen los expertos en educación infantil: «Se puede amar al niño y odiar su
comportamiento.» Lo mismo vale para los adultos: es posible discrepar con alguien
y aun así tratarlo de un modo que lo invite a respetaros, y es posible que incluso
apreciaros. Sería mucho decir que esta filosofía se extiende universalmente hasta
los criminales contumaces y demás personas despreciables, pero afortunadamente
la mayoría no tenemos que tratar con gente como ésa muy a menudo. A la
mayoría nos toca interactuar con personas bastante «normales», aunque algunas
sean de trato algo difícil.
Como seres humanos, por lo general necesitamos, queremos —y a menudo
buscamos— que nos afirmen en al menos tres niveles: 1) amabilidad, 2) capacidad
y 3) dignidad. Todos necesitamos saber que merecemos afecto. Todos
necesitamos sentir que se nos respeta por aquello de lo que somos capaces. Todos
necesitamos sentir que se nos reconoce como personas dignas. En los tres
aspectos, los cumplidos sinceros y genuinos obran milagros. El legendario experto
en motivación Dale Carnegie señaló que la mayoría de seres humanos está
sedienta de «entradas emocionales»: el tipo de reconocimiento, aceptación,
alabanza y afirmación que en realidad es muy fácil de proporcionar. El principio es
engañosamente simple: si ayudáis a los demás a sentirse bien con ellos mismos,
se sentirán bien hacia vosotros.
A estas alturas del análisis, algunos —es posible que muchos— quizá
protesten: «¿Qué pasa con nosotros los introvertidos? Todos esos
comportamientos cimentadores de la empatía tal vez resulten fáciles para personas
muy sociables. Pero no todo el mundo es tan extravertido e inclinado a conectar
fácilmente con la gente. ¿Qué pasa con aquellos de nosotros que no somos
“tejedores de redes” por instinto?»
En realidad, el mundo tal vez no esté tan lleno de extravertidos como muchos
introvertidos parecen creer. De hecho, muchas personas que parecen afables,
abiertas y sociables son en realidad introvertidas «en el armario». Muchos
formadores de seminario habilidosos, por ejemplo, son en realidad más
introvertidos de lo que el público que los escucha pueda presuponer. Poseen la
capacidad adquirida de conectar con un grupo mediante anécdotas, humor y un
enfoque humanístico de su materia. Se ponen «en marcha» cuando necesitan
estar «en marcha», utilizando un leve toque y una buena presencia de IS.
Cuando estas personas han terminado su jornada de formadoras, a menudo
se sienten cansadas y necesitadas de una tregua para recargar sus baterías
intelectuales y sociales. «Vamos a tomar algo y cenar en algún sitio», sugiere
algún miembro del seminario tras un largo día de trabajo en grupo. «Gracias, pero
tengo trabajo pendiente», es la respuesta del fatigado formador, ansioso por
regresar a su habitación, descansar, comer y dormir lo bastante para ser capaz de
repetir al día siguiente o en la siguiente ciudad.
Por lo que respecta a la tan cacareada habilidad de «tejido de redes», he aquí
un secreto que descubrí hace mucho tiempo: no hace falta ser un experto tejedor
de redes para beneficiarse del trabajo en red; basta con tener un amigo o más que
lo sean. Ellos se encargarán del tendido de redes por vosotros. En realidad, las
personas que son tejedoras de redes altamente motivadas necesitan tejer redes:
forma parte de su estructura psíquica. De hecho, no pueden evitarlo. Les J encanta
que les permitáis encargarse de vuestras redes. Si necesitáis encontrar un
oftalmólogo pediátrico o un experto en cuidado arbóreo, basta con poneros en
contacto con vuestro amistoso tejedor de redes del barrio; os agradecerá que lo
llaméis. En cuanto descubrí que podía «externalizar» mi tejido de redes, dejé de
sentirme mermado por ser el introvertido adaptado que soy.
LA REGLA DE PLATINO
La tan repetida Regla de Oro —«actúa con los demás como te gustaría que
ellos actuaran contigo»— quizá sea un consejo fatalmente defectuoso. George
Bernard Shaw dijo: «No actúes con los demás como te gustaría que ellos actuasen
contigo; quizá no tengan los mismos gustos.» La sugerencia de Shaw tal vez sea
algo más que un chiste; sugiere una perspectiva diferente sobre la empatía.
Tiene más sentido reformular el consejo; llamémoslo la Regla de Platino:
«Actúa con los demás como los demás preferirían que actuaras con ellos.»
En cuanto salgamos de los límites de nuestro egoísta ensimismamiento en
nuestras necesidades y prioridades, podremos entender mejor cómo conseguir lo
que queremos asegurándonos de que los demás consiguen lo que quieren. En
realidad, podría sostenerse incluso que intentar tratar a las personas como
nosotros creemos que quieren que las traten puede ocasionar más problemas si
cabe.
Por ejemplo, los profesionales de la atención sanitaria —médicos, enfermeras
y practicantes afines— tienden a preferir el trato con pacientes «obedientes», un
eufemismo para personas dóciles que no causan problemas poniendo en duda sus
decisiones, solicitando información o reclamando una atención especial. Aun así,
los estudios de investigación de pacientes indican con claridad diversas variaciones
importantes en la preferencia de los pacientes respecto de su modo de interactuar
con los profesionales sanitarios: un «estilo psicosocial de paciente», por así decirlo.
Desde luego existen los pacientes obedientes, esas almas sumisas que ponen
su salud —y en ocasiones su vida— en manos del personal médico. Sin embargo,
existen también pacientes enérgicos, que esperan que los profesionales sanitarios
los traten como a clientes, y no como a niños obedientes. Hay otros pacientes que
se consideran responsables de sus resultados médicos y esperan que los
profesionales les expliquen las cosas.
El defectuoso enfoque de la «Regla de Oro» en la atención sanitaria, por
ejemplo, parece dar a entender que «nos» gustaría que nos trataran con
condescendencia, nos suministraran muy poca información salvo aquella que
solicitáramos específicamente y nos «gestionaran» como si fuéramos meras
ovejas. La alternativa Regla de Platino sugiere que descubramos las necesidades
particulares de las personas individuales en las situaciones particulares y las
atendamos como a individuos, con esas necesidades en mente.
Caso ejemplar: mi oftalmólogo, que ha efectuado diversas operaciones en mis
ojos, me entiende como ser humano además de como par de globos oculares.
Cuando abordamos por primera vez la posibilidad de recurrir a la cirugía, adaptó
su enfoque explicativo a lo que él sabía. Sabía que yo había recibido formación de
científico y había trabajado de físico, y que tengo una mentalidad inquisitiva.
También sabía que tengo relativamente poco miedo a la cirugía y que agradezco
saber tanto sobre mi condición médica como una persona lega pueda
razonablemente saber.
De modo que, cuando nos sentamos en su despacho para comentar la
cuestión, sacó de inmediato un modelo anatómico de plástico del ojo humano y
empezó a explicarme con cierto lujo de detalles cómo planeaba realizar la
operación. Aunque a otros pacientes podría haberlos horrorizado y amilanado una
explicación tan gráfica, en mi caso se trató del enfoque adecuado. Hay quien
«preferiría no saber». Sin embargo, pensando como científico de formación,
encontré fascinante el procedimiento y su lógica. Más tarde adquirí una copia en
vídeo de una operación ocular del tipo de la que nos estábamos planteando y, tras
mirarla, sentí una total confianza respecto del resultado.
Entonces me convertí en un «buen paciente». El oftalmólogo había satisfecho
mediante la Regla de Platino mis particulares necesidades de información y
sensación de dominio a través del conocimiento. Estoy seguro de que en otros
casos quizás abordara una charla como aquélla de manera muy diferente, según
las necesidades del individuo.
Ése es uno de los principios clave de la empatía, en el contexto de la IS:
establecer una conexión eficaz con otra persona, basándonos en dónde está, qué
necesita, cómo ve la situación y cómo determina sus prioridades. Hay gente que
abraza y gente que no. A algunos les gusta tocar y que los toquen, a otros no.
Algunos tienen querencia por las palabrotas y blasfemias, otros no. Hay quien
comparte sus sentimientos y su vida personal con los demás, hay quien no. Un
componente clave de la empatía es un esfuerzo consciente por comprender y
reconocer las posiciones vitales de los demás y trabajar a partir de ese
conocimiento en la formación de relaciones eficaces con ellos.