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El primer año de vida del niño.

Da cuenta del intercambio emocional y vivencial entre madre e hijo. Reflexiona acerca de la forma en que esta
relación, desde sus inicios, garantiza la supervivencia del infante y el desarrollo somático y psíquico de su
personalidad.
La principal cuestión planteada, es el desarrollo de esta relación tan fundamental para el ser humaño. El niño,
durante el primer año de vida se esfuerza en sobrevivir y en elaborar formas de adaptación al medio. Todo
aquello de lo que carece de pequeño, lo proporciona la madre quien atiende de manera complementaria todas sus
necesidades, y el resultado de este cuidado y esta relación es una diada, principal herramienta para la
supervivencia y la adaptación al medio.
Enfatiza la necesidad de determinar y definir aquello por lo cual la relación se hace posible: objeto libidinal, al que
Freud se refirió como “El objeto de un instinto, es aquello en relación a lo cual o a través de lo cuál el instinto es
capaz de lograr su finalidad...” (1915, citado en Spitz, pág. 24).
El objeto libidinal no permanece en las mismas coordenadas de tiempo y espacio, sino que es cambiante, no es
nunca constante ni idéntico a sí mismo. La característica principal que lo hace ser tan importante consiste en que
puede ser descrito en términos de estructura y dirección de los impulsos instintivos que van hacia él. Las
relaciones de objeto son entre sujeto y objeto. Neonato, quien se haya (durante los primeros meses de vida) en un
estado de indiferenciación por lo que no existe en él el funcionamiento psíquico esperado en todo ser humaño.
Esta idea desemboca en que el neonato es incapaz de definir al objeto y mucho menos establecer una relación de
objeto con el mismo. Ambas cosas lograrán un desarrollo progresivo, en el transcurso del primer año de
vida. Es por esto que SPITZ, distingue tres etapas para este desarrollo:

La etapa sin objeto (etapa preobjetal o anobjetal).

Menciona, como primera etapa de desarrollo de esta vital relación, la etapa sin objeto (etapa preobjetal o
añobjetal), que coincide con la etapa del narcisismo primario del infante. Se refiere a ella como una etapa de
no diferenciación, ya que la percepción, las actividades y las funciones del recién nacido no están del todo
organizadas en unidades, salvo aquellas actividades y zonas relacionadas con la tarea de nutrición, la circulación,
la función respiratoria y otras funciones vitales.
La base para el entendimiento de esta fase es el hecho de que el infante es incapaz de distinguir una cosa de
otra, ni de distinguir los aspectos externos de su propio cuerpo y no vivencia el mundo que lo rodea como algo que
se encuentra separado de él. Incluso el recién nacido en sí no se encuentra diferenciado ni organizado.
Durante los primeros días de nacido, incluso el primer mes, no existe para el infante el mundo exterior, es como si
su aparato perceptor se protegiera con una barrera sumamente fuerte que le impidiera todo contacto con la
realidad circundante. Durante este periodo, las experiencias infantiles se determinan por medio del sistema
interoceptivo o propioceptivo, las respuestas que logra demostrar se refieren únicamente a la satisfacción de sus
necesidades. En este punto quisiera hacer mención de la discrepancia que refiere el autor acerca de las teorías
que pretenden una idea de percepción del bebé in útero, al igual que durante el parto. Para Spitz no existe tal
cosa del “trauma del parto” ya que al nacer el bebé no tiene conciencia por lo que el momento del nacer
no tiene en el infante un contenido psíquico.
El autor enfatiza el hecho de que un estado de displacer que puede llegar a observarse en el niño al nacer
dura prácticamente segundos; si se le deja en paz, todo esto desaparece solo, sin ayuda. La excitación negativa
del recién nacido, debe considerarse únicamente a modo de descarga, este proceso es fisiológico y se rige por el
principio de Nirvana según el cual la excitación corporal se mantiene en un nivel constante, cualquier estímulo que
exceda esta excitación buscará la descarga sin demora. Sin embargo no se hablará en esta etapa de una función
psicológica que permita al infante la conciencia de lo que está pasando. Esta función psicológica se desarrollará a
su debido tiempo y se regirá por la ley del principio del placer y displacer, que será, a su vez, sustituido (aunque
nunca por completo) por el principio de realidad.
Plantea una pregunta referente al modo en que el neonato percibe los estímulos del exterior que se requieren
para que capte algo. El neonato no tiene imagen alguna del mundo exterior, ni estímulos de ninguna modalidad
sensorial que le permitan reconocer señales, por lo tanto, se afirma que los estímulos que llegan a “chocar” con el
aparato sensorial del infante son totalmente ajenos en todas las modalidades de sensación, cada estímulo para
ser percibido como tal, debe ser transformado primeramente en una experiencia significativa, y solo entonces se
podrán convertir en una señal que creará a futuro el mundo externo para el bebé.
Qué condiciones capacitan al infante para lograr esta señal?
1) Barrera contra los estímulos que lo protegerá de todos aquellos a los que estamos expuestos a diario. Esta
barrera, por una parte hace referencia a que las funciones receptoras del infante no están desarrolladas al nacer, y
por otra parte el estado de vigilia del recién nacido se encuentra totalmente reducido a los momentos en que este
se despierta en demanda de su alimento únicamente (La mayor parte del tiempo lo pasa durmiendo o adormilado).
Para que comience a detectar todos los estímulos que le llegan, deberá pasar por un desarrollo de esta función.
2) El proceso de dar significado a los estímulos también es resultado de un desarrollo.
3) También hay que tomar en cuenta la protección de la madre contra el exceso de estímulos de cualquier clase
(la cama protegida por los lados, la tibieza que procura al ambiente del niño, etc.).
4) Por otro lado es importante mencionar la tarea de la madre que también ayuda al niño a tratar con los estímulos
internos, proporcionándole las herramientas necesarias para aliviar la tensión que estos le provocan, satisfaciendo
sus necesidades en el momento en que estas se presentan.
5) Como otro punto, de gran importancia para el autor, menciona la relación de reciprocidad establecida entre
madre e hijo, que se basa en un “diálogo” de secuencia acción-reacción-acción. Esta relación tan especial que
logra establecerse es el fundamento para que el bebé logre transformar los estímulos que llegan del exterior en
señales significativas.
El neonato no puede percibir los estímulos de su entorno, sin embargo esto no quiere decir que no guarde huellas
mnémicas de sus primeros contactos con lo externo. Esto a través de un desarrollo lleva al neonato a formar el
tan esperado vínculo con lo externo y las deseadas señales que lo lleven a conocer su entorno.
Ahora bien, desde los primeros días de vida el bebé muestra acciones y reacciones bastante complejas, una de
estas es la acción de mamar que efectúa el bebé y que implica varios movimientos organizados y estructurados
que llevan a tal respuesta. Pero, cómo percibe el pequeño, el estímulo que ha de mostrarle que debe realizar tal
acción de mamar? Spitz habla de ciertos estímulos pertenecientes a un sistema de “captación” (que es distinto al
sistema de percepción que aparece únicamente en edades posteriores). Este sistema está a su vez conformado
por un sistema de “Organización cenestésica” que básicamente es visceral y se manifiesta a través de
emociones, perteneciendo, así, al sistema nervioso autónomo. Las percepciones dadas en este sistema son
distintas a las que alcanza en etapas posteriores, por lo que el autor llama a este tipo de percepción “recepción”.
Posteriormente el sistema presentado es el de la “Organización diacrítica”, donde la percepción pertenece a
órgaños periféricos localizados, y las manifestaciones aquí se deben a procesos cognitivos más elaborados, como
los procesos conscientes del pensamiento. De esta manera menciona que tal acción de mamar pertenece al
primer tipo de organización, es únicamente visceral y responde a emociones principalmente, está alejada de la
conciencia y por lo tanto no puede pertenecer al sistema de organización diacrítica.
No son solo las percepciones las que se encuentran indiferenciadas en el neonato, sino también los afectos, ya
que, como se ha dicho hasta el momento la organización diacrítica no se encuentra presente todavía y mucho
menos la capacidad de distinguir entre una cosa y otra y de singularizar el objeto libidinal, por lo que responde
únicamente a estímulos internos.
cómo se da entonces la modificación en la conducta del infante, haciendo referencia específica a la experiencia y
aprendizaje que son los principales puentes para su relación con el mundo. Una de las acciones primeramente
sugeridas a través de la experiencia como una conducta dirigida hacia un fin es el acto de mamar del pecho
materno, a lo que refiere que si un bebé, que ha sido amamantado desde su nacimiento, es sacado de su cuna
alrededor del octavo día y se le coloca en postura de mamar, el infante volverá su cabeza hacia el pecho de la
persona que lo alza ya sea hombre o mujer.
En un principio, el infante solo reconoce las gestiones del alimento solo cuando tiene hambre, en realidad
no identifica la leche como tal, ni el biberón, ni siquiera el pecho materno, es solo que responde a este
estímulo como a cualquier otro.
Es importante hacer referencia de las dos secuencias que menciona el autor que ayudan a explicar lo anterior:
una hace referencia al estímulo externo de la presencia del pezón que insita al niño a succionar, el otro es su
necesidad de satisfacer el hambre. El hecho de que se presente el pezón, no es condición suficiente para que se
lleve a cabo la succión, solo se percibirá el pezón en la boca si se cumplen las siguientes condiciones:
1) que la tensión interna o el aparato propioceptivo del niño (el hambre) no esté nulificado por alguna tensión
externa desagradable.
2) Otra cuestión de vital importancia es que el infante tenga hambre, de otra manera no succionará el pezón.
Enfatiza el hecho de que si el infante se encuentra molesto o tenso, su única manera de eliminar esto es
descargándolo, de otra manera no se podrá percibir el estímulo externo. Para percibir deberá de cesar el displacer
y la descarga, solo cuando esto ocurre podrá reanudarse la percepción del estímulo externo satisfactor de la
necesidad.
Ahora bien, para pasar a la siguiente etapa ocurre un nuevo progreso en el niño, la percepción el rostro
humano. Durante las primeras seis semanas de vida, las huellas mnémicas del rostro humano quedan fijadas en
la memoria infantil, como la primera señal de la presencia del satisfactor de la necesidad, y se observa en el
infante la acción de seguir con la vista todos los movimientos de esta primera señal.

El precursor del objeto:

La segunda etapa a la que Spitz llama El precursor del objeto, enfatiza el hecho de que el rostro humano
se convierte en un estímulo visual privilegiado y distinguido de todos los demás estímulos
circundantes. En el transcurso del tercer mes, la madurez física y psicológica del infante le permitirán realizar su
primera respuesta psicológica ante el estímulo externo: la sonrisa ante el rostro humano.
A esta edad, no hay ninguna otra cosa, ni siquiera el alimento del niño, que provoque tal respuesta. Sin embargo
cabe mencionar que esta sonrisa es indiferenciada, así el niño responderá a cualquier rostro que se presente
frente a él, sin embargo es hasta los seis meses de edad que comienza a reservar tal respuesta
únicamente al rostro de mamá, amigos y personas conocidas, es decir, la respuesta se torna hacia los
objetos de amor.
Es importante aclarar que la reacción sonriente de los primeros tres meses de vida no indica, de ninguna forma
una verdadera relación de objeto. En realidad el infante no sonríe a una persona en especial, ni a un objeto
libidinal, simplemente sonríe a un signo. Este signo es proporcionado por “partes” del rostro humano, como son los
ojos, nariz y frente, todo esto en movimiento (esto constituye lo que el autor denomina una Gestalt privilegiada).
El reconocimiento de esto pertenece a un desarrollo posterior, se necesitan otros 4 o 6 meses para que el bebé
distinga un rostro entre muchos, y sea capaz de dotar este rostro con las características del objeto. Este es el
indicador visual externo del proceso intrapsíquico de la formación de objeto.
Lo que distingue el objeto de las demás “cosas” es que las cualidades esenciales del objeto son constantes, sus
atributos externos no son esenciales y por lo tanto pueden modificarse sin correr el riesgo de no ser reconocido
por el infante, por el contrario, en las “cosas” las cualidades externas son las únicas que pueden ser percibidas,
por lo que cualquier modificación de los atributos externos hará difícil o casi imposible su reconocimiento.
Al exponer lo anterior surge en el propio autor la disyuntiva acerca de si lo que se necesita para establecer esta
primera señal del rostro humano es la percepción de la nariz, ojos y frente en movimiento, será posible presentar a
una muñeca mecánica ante el infante y observar la misma respuesta de sonrisa? Esto no será posible porque un
aspecto importante es el establecimiento de una relación recíproca entre el bebé y otro ser humano. Con una
muñeca, la relación sería solo unilateral. La retroalimentación recíproca dentro de la díada madre hijo, es un flujo
continuo y es de vital importancia, aunque ésta no sea del todo simétrica.
Es de vital importancia para el autor que esta relación con la madre este basada en el afecto. La madre deberá
crear un “clima emocional” favorable en todos los aspectos de desarrollo del niño. El afecto que la madre logre
transmitir al pequeño servirá de orientación a los afectos del infante y conferirá a su experiencia una buena calidad
de vida. Las respuestas de la madre pueden ser variantes, de día a día, entre horas o entre minutos y estos
patrones cambiantes son absorbidos por el niño como un proceso de circuito que influye en su conducta y en sus
actitudes. Es evidente que los conflictos de la madre también repercutirán en el infante llevando en varias
ocasiones a un conflicto creciente.
En la relación madre- hijo lo dado por la madre representa lo dado del medio, es más, ella es la que representa al
medio; por parte del niño, lo dado comprende su equipo congénito que le permitirá madurar.
Las relaciones de objeto llevan desde el surgimiento del preobjeto hasta dotar a la madre de las cualidades del
objeto libidinal. Ahora bien, cual es la consecuencia y la significación del establecimiento de este preobjeto?
1) Es en esta etapa en que ocurre la transición entre la recepción y la percepción propiamente dicha.
2) Transición del principio del placer - displacer, que exige su atención del estímulo que viene de adentro, ahora se
puede demorar esta demanda de manera que comienza a funcionar el principio de realidad.
3) El hecho de que el niño pueda reconocer el rostro humano y sonreír ante él, demuestra que hay rastros de
recuerdos, lo que implica que en el aparato psíquico ha habido una división (consciente, preconciente e
inconsciente).
4) También demuestra que el niño es capaz de desplazar cargas catéxicas de una función psicológica a otra, y de
un rastro mnémico hacia otro.
5) Esto también representa una estructuración en la somatopsique, el ello y el yo se separan el uno del otro y una
vez establecido el yo rudimentario, comienza a funcionar observándose en los actos dirigidos e intencionados que
el niño empieza a realizar. Este yo estará siempre al principio del dominio y la defensa.
Desarrolla lo que llama Spitz una función “integradora” que lleva a la transición de lo somático y lo
psicológico.
6) La función protectora de la barrera contra los estímulos ahora es consecuencia y responsabilidad directa de
este nuevo yo que surge.
7) También se va a observar un cambio en el infante de la pasividad hacia una actividad dirigida en la etapa en
que aparece la respuesta de sonrisa.
8) Por último establece que esta respuesta sonriente es la base y premisa para todas las relaciones sociales que
se establecerán posteriormente.
Como se ha podido observar hasta este momento, Spitz enfatiza la importancia de las experiencias del niño en su
primer año de vida y la capacidad plástica que tiene la psique del mismo durante este mismo periodo de
desarrollo. El niño busca adaptarse de manera firme y rápida a su medio. Mediante esta adaptación el infante
es capaz de transformar las presiones ejercidas por los impulsos agresivos y libidinales a conductas dirigidas y
esto es gracias a la plasticidad antes mencionada. Una de las principales razones de la existencia de dicha
plasticidad es que durante el primer año de vida hay una falta de estructura psíquica bien establecida y
diferenciada. El recién nacido no tiene yo, este es producto de la adaptación y desarrollo a lo largo de las primeras
etapas, sin embargo ante esta adaptación el yo del infante cumple con su papel en tres situaciones características:
1)A la edad de tres meses el yo del niño solo responde a la gestalt signo del exterior . Esta respuesta es una
sonrisa que se da de manera indiscriminada, aún siendo amigo o extraño. Es un yo característicamente
rudimentario que a pesar de contar con muchas limitaciones es capaz de actuar adecuadamente, por que cuenta
con el yo auxiliar que la madre le proporciona.
2) A los siete meses y medio el yo deja de ser rudimentario y comienza a ser capaz de lograr una percepción con
algunos rastros mnémicos y de responder con expresiones de afecto positivo. Las estructuras del yo comienzan a
responder de una manera central y comienza a controlar los accesos de la movilidad
3) Se hacen evidentes los procesos mentales que se esfuerzan en ser cumplidos.
Antes de adentrarnos en la tercera etapa propuesta por Spitz para el establecimiento del objeto libidinal, quisiera
enfatizar la importancia que representa la relación madre- hijo, sobre todo en este primer año de vida.
El autor hace mención de que la existencia de la madre, incluso su propia presencia, actúa como un estímulo para
las respuestas del infante. Las acciones intencionales del mismo son las que ejercen mayor influencia sobre el
desarrollo de su personalidad.
La madre es la que proporciona las facilidades y controles de esta conducta dirigida, de esta manera el niño
tenderá a repetir las conductas reforzadas, evitando, por el contrario toda acción que haya representado un
fracaso en la aceptación de la madre. A pesar de esto, tanto los controles como las facilidades son indispensables
para el desarrollo aunque la proporción en la que ambas se aplican son determinantes para la vida posterior.
Otra situación importante es la comunicación que se establece con la madre. El bebe está acostumbrado a
expresarse por medio de descargas afectivas que surgen en resultado de los estímulos originados en su interior,
que el niño percibe como displacenteros o desagradables. La madre deberá desarrollar la capacidad para la
empatía con su bebé para poder así percibir y atender sus necesidades cuando estas aparezcan en forma de
llanto o alguna otra descarga emocional. Para Spitz las señales afectivas generadas por el ánimo maternal se
convierten, por su parte, en una forma de comunicación con su bebé. Estos intercambios afectivos entre
madre e hijo se dan de manera ininterrumpida sin que necesariamente la madre se percate de su existencia.
Las experiencias investidas de afectividad por las que pasa el infante facilitan el almacenamiento de rastros
mnémicos de las situaciones externas dadas, y esto está muy de acuerdo con lo propuesto por el autor acerca de
los dos tipos de percepciones que caracterizan al infante: la organización cenestésica y diacrítica. Donde si la
primera se da de manera afectiva, será el único puente que tenga el recién nacido para avanzar hacia la
percepción diacrítica intensiva y lograrla.
No obstante el papel del afecto en el desarrollo de la personalidad, el autor enfatiza la importancia de las
frustraciones reiterativas e insistentes que se presentan en este desarrollo y que obligarán al infante a volverse
más activo y responsivo ante su medio. Las frustraciones van implícitas en el desarrollo, sin embargo en la
actualidad, se tratan de evitar estas frustraciones al niño por parte de los padres, educadores y psicólogos. En
realidad lo que les preocupa no es tanto la conducta del pequeño sino su deseo de evitar sentimientos de
culpabilidad conscientes o inconscientes. Para lograr el bienestar del infante son necesarias las frustraciones ya
que tienen el papel de comprobar la realidad al infante y esta comprobación es vital importancia para el desarrollo
satisfactorio de su yo.

Establecimiento del objeto libidinal.

La tercera y última etapa es la llamada “el establecimiento del objeto libidinal”:


Para comenzar a hablar de esta etapa Spitz introduce la idea fundamental de la angustia del octavo mes que
caracteriza un cambio decisivo en la respuesta del infante hacia los otros. Ahora el infante distingue
claramente entre el amigo y el extraño y se produce en él una negativa de entrar en contacto con el desconocido;
negativa que el autor califica como un matiz más o menos pronunciado de angustia: “La angustia del octavo mes”
que es considerada como la primera manifestación de angustia propiamente dicha.
Ante esto el autor se ve en la necesidad de distinguir en el primer año de vida tres etapas de la angustia
como tal:
1) La primera entra dentro de la reacción del infante ante el proceso del parto. Freud habla de esta reacción como
un prototipo psicológico de toda angustia que se desarrolle posteriormente. Una semana después de nacido el
pequeño muestra manifestaciones de desagrado, sin embargo estas no son catalogadas como angustia, ya que,
aunque tengan las características de los estados de tensión psicológica, carecen de significado psicológico.
Alrededor de la octava semana de nacido las manifestaciones de desagrado se hacen cada vez más
estructuradas e inteligibles y comienzan a aparecer los primeros matices de angustia.
A medida que las manifestaciones del niño se hacen más inteligibles, las respuestas del medio se hacen más
adaptadas a las necesidades que este expresa, y así, en el tercer mes de vida, las huellas mnémicas de ciertas
señales dirigidas por el niño hacia el medio queda de una forma codificadas en su aparato psíquico.
2) Estos rastros mnémicos estarán cada vez más relacionados con matices de afectos agradables y a veces
desagradables. Los afectos desagradables, están estructurados de tal manera que su reactivación se enfoca en
una conducta específica que podría ser de retraimiento que son representados como “miedo” en relación a una
respuesta desagradable por parte del medio. Este es el segundo paso para el establecimiento de la angustia
propiamente dicha. Esta reacción de temor es provocada por la asociación del niño con una experiencia
desagradable previa. Cuando el niño vuelve a presenciar la situación que le provoca dichos sentimientos de
desagrado, responde con la huida.
3) La angustia del octavo mes, descripta con anterioridad es enteramente diferente a esta actitud de miedo y
huida que caracterizan la segunda fase para el establecimiento de la angustia propiamente dicha. En la reacción
ante el desconocido, el niño responde a algo con lo que nunca tuvo antes una experiencia desagradable.
Entonces, porqué tal reacción? Spitz asegura que el niño realmente esta respondiendo a la ausencia de la madre.
Si reacciona ante un desconocido es porque realmente este no es su madre: su madre “lo ha dejado”. Esta
respuesta se da porque el rostro del desconocido no coincide con las huellas mnémicas del rostro de la madre. El
infante descubre que este nuevo rostro es diferente y por lo tanto lo rechaza. Este desplazamiento de la catexia a
las huellas mnémicas que el niño ha logrado hasta el octavo mes de vida refleja con seguridad el hecho de que
ha logrado establecer una relación de objeto verdadera y que la madre se ha convertido en el “objeto libidinal”, en
su objeto amoroso.
Al mismo tiempo se observa en el niño un cambio al tratar a su medio, ya utiliza defensas no tan arcaicas y
adquiere la capacidad de enjuiciamiento y de decisión. Esto representa un desarrollo del yo en un nivel intelectual
superior.
Esta angustia del octavo mes, como la ha llegado a denominar el autor, representa también el hecho de que uno
de los periodos críticos ha quedado situado en esta etapa. Ahora la forma de reconocimiento y percepción de
estímulos negativos externos, y el desagrado mostrado ante estos se vuelve más específico. Esta cristalización de
los afectos, junto con la integración del yo y la consolidación de las relaciones objetales son tres procesos que se
desarrollan paralelamente y son partes interdependientes para el desarrollo total de la personalidad en el
individuo.
Quisiera hacer otro paréntesis ante esta afirmación del autor, ya que en un principio, surgió en mi la pregunta de
por qué el autor únicamente se enfocaba en el primer año de vida del niño, habiendo experiencias tan
significativas y determinantes para la personalidad en los años subsiguientes? Solo hasta este momento esta
duda ha quedado resuelta, ya que puedo percibir cómo el autor, sin minimizar ni subestimar la importancia de las
siguientes etapas del desarrollo expone los logros que se esperan que una persona alcance en el primer año de
vida; logros, que si son manifestados por el infante, serán el puente directo para la obtención del éxito en la etapas
posteriores del desarrollo. Incluso marcarán al individuo durante el resto de su vida ya que abarcan esferas de
funcionamiento vitales para la estabilidad psicológica y la adaptación del individuo al medio; estas esferas son,
como ya las mencionamos, las reacciones afectivas ante el medio (la capacidad de cristalizar los afectos), la
integración de las funciones yoicas y el adecuado establecimiento de las relaciones de objeto.
La angustia manifestada como tal ante un desconocido indica el hecho de que el niño diferencia el
semblante materno y le adjudica un lugar único entre todos los demás rostros humanos.Desde entonces y
unos meses más adelante, el niño preferirá el rostro de su madre y rechazará todos los otros que difieran de él.
Esto es, para el autor, lo que indica el establecimiento del objeto libidinal propiamente dicho. Una vez que el objeto
queda establecido, el niño ya no confunde nada con él. Esta exclusividad permite al niño crear vínculos estrechos
que otorgan al objeto propiedades únicas e individuales. La angustia del octavo mes es la prueba de que el niño
ha encontrado “la pareja con la cual puede formar relaciones de objeto en el verdadero sentido de la palabra”
(pág.126).
Por otro lado, en esta misma etapa se encuentra una mayor maduración y desarrollo en la organización psíquica
de la persona. De este modo se observa un enriquecimiento del yo en diversas fuentes, se establecerán los límites
entre el yo y el ello, y el yo y el mundo exterior. En esta integración y estructuración del yo se observará la
diferenciación progresiva de la agresión y la libido para luego fusionarse en el mismo objeto.
Cabe mencionar en este punto que el establecimiento del objeto libidinal y la resultante relación de entre
sujeto y objeto, estarán también determinadas por el medio cultural y social que rodean a la díada. Las
instituciones culturales desempeñan un papel significativo en la formación de la personalidad. Una de las
principales instituciones culturales, la familia, garantiza al infante el establecimiento de una relación entre él y
“una sola persona maternante” durante el primer año de vida. Situaciones culturales diferentes tendrán
influencias significativas en la edad, fuerza y forma en que se establece el objeto y las relaciones con el mismo.
Por otro lado el desarrollo y evolución de los impulsos de instintos (libidinal y agresivo), participan también en la
formación de relaciones de objeto. Al nacer y durante la etapa de narcisismo primario, dichos impulsos no están
diferenciados, esto se logrará a través de un proceso gradual.
Logran diferenciarse a lo largo de los tres primeros meses de vida como resultado del intercambio entre madre e
hijo. Al principio estas experiencias e intercambios se producen en el sector específico de cada uno de los
impulsos, no se funden o conectan unos con otros. Esto resulta en la etapa de preobjeto. A medida que estas
etapas avanzan de la fase sin objeto al establecimiento del objeto libidinal el desarrollo avanza y los impulsos se
detienen en la satisfacción de las necesidades orales del infante. Como la madre es la que satisface estos deseos
del infante, se convierte en el “blanco” de los impulsos agresivos y libidinales, sin embargo, este blanco no es
percibido como una persona unificada y permanente, o como “objeto libidinal”.
En esta etapa de no diferenciación el infante tiene dos objetos: el objeto “bueno” hacia el cual se vuelve la libido y
el objeto “malo” contra el cual se vuelca la agresión. Abraham denomina este periodo como la etapa
preambivalente. Al principio de esta etapa surge un yo rudimentario que actúa centralmente y que permite
descargar el impulso en forma de una acción dirigida que producirá posteriormente la diferenciación entre los
impulsos. El niño comienza a diferenciar entre el objeto malo (que no satisface sus necesidades) y el objeto bueno
(que si satisface sus necesidades).
Alrededor de los 6 meses de edad se produce una síntesis, la influencia del yo y sus tendencias integrativas se
sienten en la integración de la huellas mnémicas de experiencias repetidas y por los intercambios del hijo con la
madre. Finalmente surge una sola madre (que integra a la madre mala y buena), surge el objeto libidinal
propiamente dicho. Llega un momento en que la madre deja de ser percibida como un elemento bueno o malo de
acuerdo a la situación específica en que es experimentada y de esta manera atraerá hacia sí los impulsos
agresivos del infante y los impulsos libidinales. Es importante aclarar, sin embargo que los aspectos buenos de la
madre sobrepasan el peso de los aspectos “malos”, del mismo modo el impulso libidinal del niño, sobrepasa el
impulso agresivo. Es así como Spitz percibe el papel que juegan los impulsos en el establecimiento del
objeto libidinal y la relación con el mismo.
Finalmente el autor menciona el acto de la alimentación como un factor de importancia en la relación establecida
entre madre e hijo. El se basa en los horarios de alimentación, que representan para el niño las facilidades o
limitaciones que le otorga la madre. La madre al otorgar más facilidades, favorece el desarrollo del objeto “bueno”,
por el contrario, al limitar en demasía al niño, está favoreciendo el desarrollo del objeto “malo”.
A lo largo de todo el desarrollo el niño debe estar familiarizado con ambos tipos de relación con su exterior: la
relación que facilita (que se vive como recompensa del objeto bueno) y la relación que limita y reprime (que es
experiencia da como las fechorías del objeto malo). El hecho de que el infante se enfrente a las limitaciones es
inevitable, sin embargo, la compensaciones que da el objeto bueno capacitan al infante a resistir las frustraciones
mayores. Esta capacidad de tolerar dichas frustraciones es el origen del principio de realidad y esto es un paso
importante para la humanización del individuo, para poder aplazar la satisfacción del impulso y esperar resultados
más benéficos debido a este aplazamiento y a esta espera.

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