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BALAAM

Números 23,7-24

Baláam es un adivino de las márgenes del Éufrates. Aunque en muchos pasajes aparece
reconociendo al Señor como su Dios (Num 22, 18), la tradición judía y cristiana lo han presentado
como un malvado que, además de su codicia desenfrenada (2 Pe 2, 15; Judas 11), enseñaba a
Balac la manera de hacer caer a los hijos de Israel, incitándolos «a comer carnes inmoladas a los
ídolos, y a fornicar» (Ap 2, 14; Num 31, 16); estos textos aluden a Números 25, 1-18. Según una
tradición (Num 24, 25) Baláam se volvió a su tierra inmediatamente después de proferir sus
oráculos; según otra (Num 31, 8) fue pasado a filo de espada por los israelitas.

Baláam pronunció cuatro oráculos (desde cuatro montes diferentes) en los capítulos 23-24 del
libro de los Números. Tres de ellos son recogidos en este canto.

Estamos en tiempos de guerra entre Israel y Amalec, cuyo rey en ese momento es Balac. Éste va
en busca de Baláam para pedirle que se desplace con ellos a Moab para maldecir al pueblo de
Israel, ya que, según creía Balac, es bendito el pueblo que Baláan bendiga y maldito el que
maldiga.

«De Aram me ha hecho venir, Balaq, el rey de Moab, desde los montes de Oriente:
“Ven y maldice a Jacob; ven y profetiza contra Israel”.»

En el primer oráculo Baláam declara que no puede maldecir a un pueblo, sencillamente porque
Dios no quiere. El destino del Pueblo elegido está en manos de Dios y de nadie más. Nadie puede
maldecir al Pueblo que Él ha elegido como pueblo de su propiedad entre todos los pueblos.

«¿Cómo maldeciré, si Dios no quiere? ¿Cómo profetizaré, si Dios no me deja?


De lo alto de esta cima yo diviso, desde lo alto de esta roca yo contemplo:
éste es un pueblo distinto a todas las naciones...»

No contento Balac, reclama y propone a Baláam maldecir al pueblo desde otra montaña (Num 23,
11-17):

«¿Pero qué es lo que estás haciendo? ¡Tú lo estás bendiciendo!


Ven, quizá desde otra parte Dios lo quiera maldecir.»

Entonces Baláam pronuncia el segundo oráculo en el cual Dios ratifica que no es como los
hombres, que su palabra y su elección sobre Israel es irrevocable, perpetua.

«Escucha, hijo de Sippor, pon el oído rey Balaq.


Que Dios no es un hombre que dice y se arrepiente.»

Balac viendo que el profeta bendecía por segunda vez a Israel en lugar de maldecirlo, le echó de
su presencia (Num 24, 10-11). Entonces Baláam pronuncia su tercer oráculo, el más importante:

«Una estrella surge de Jacob, se oyen aclamaciones por su Rey.


Dios es su Padre...»

Esta “profecía”, aunque se refiera directamente a Saúl (cf. 1 S 15, 8) y a David (cf. 1 S 30, 1 ss.)
en la lucha contra los amalecitas, evoca al mismo tiempo al futuro Mesías: “Lo veo, aunque no
para ahora, lo diviso pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de
Israel...” (Nm 24, 17).

La estrella que surge de Jacob es una promesa del Mesías, que Dios habría de enviar como
Luz del mundo. Cromacio de Aquileya, en su Comentario al evangelio de san Mateo,
relacionando a Balaam con los Reyes Magos, escribe: «Aquel profetizó que Cristo vendría; estos
lo vieron con los ojos de la fe». Y añade una observación importante: «Todos vieron la estrella,
pero no todos comprendieron su sentido. Del mismo modo, nuestro Señor y Salvador nació para
todos, pero no todos lo acogieron».

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La promesa de Dios, su bendición especial en favor de la descendencia de Abraham, destinada a
extenderse a todos los pueblos de la tierra, se cumple definitivamente en Cristo. Este plan divino
se sigue realizando todavía hoy, para quienes acojan a Cristo en su vida. Él vino a establecer la
alianza Nueva y Eterna: él mismo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el Sacramento de la
fidelidad de Dios a su plan de salvación para la humanidad entera, para todos nosotros.

«Con Jesucristo la bendición de Abraham se extendió a todos los pueblos, a la Iglesia universal
como nuevo Israel que acoge en su seno a la humanidad entera.» (Benedicto XVI)

La parte final del tercer oráculo contienen unas misteriosas palabras que podrían parecer
insignificantes, pero no lo son:

«Se acuesta como león,


se echa como leona, nadie lo hará levantar.»

Este texto lo podemos leer en paralelo con Génesis 49, 8-12, donde Jacob bendice a su hijo Judá
diciendo:

«A ti Judá, te alaben tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos: ¡inclínense ante ti los
hijos de tu padre! Cachorro de león, Judá; de la caza, hijo mío, vuelves; se agacha, se echa cual
león o cual leona, ¿quién le va a desafiar? No se irá cetro de mano de Judá, bastón de entre sus
piernas, hasta que venga el que le pertenece, y al que harán homenaje los pueblos. El que ata
a la vid su borrico y a la cepa el pollino de su asna; el que lava en vino su túnica y en sangre
de uvas su sayo; el de ojos rubicundos por el vino, y blanquean sus dientes más que leche.»

Se trata de un oráculo mesiánico, referido claramente a Cristo. No es necesario forzar el texto,


para leer en este pasaje todo lo que ha sucedido desde el Domingo de Ramos, hasta el día
de la Resurrección.

En esa misma línea, leemos en el Apocalipsis:

«¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?... Nadie era capaz, ni en el cielo ni en la
tierra ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los ancianos me dice: “No llores; mira,
ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David; él podrá abrir el libro y sus siete
sellos.» (cf. Ap 5, 2-5)

El canto de Baláam, pronunciado hace miles de años, en medio del combate de Israel con
Amalec, es pronunciado también hoy, en medio de nuestro combate contra el enemigo (el
demonio, el pecado que habita en nosotros). Es pronunciado como una promesa y como una
esperanza de que Dios ha enviado a su Hijo como Cordero, inmolado para salvación del
pueblo elegido y de todos los que, por gracia, quieran entrar a formar parte del Nuevo Israel.
Cristo, muerto y resucitado, lleva las huellas de su suplicio, pero está de pie, triunfante, vencedor
de la muerte, y por esto está asociado a Dios como dueño de toda la humanidad.

«El Mesías, León para vencer, se hizo Cordero para sufrir» (Victorino de Pettau)

Cristo, por su muerte y resurrección ha preparado, para los que creen en él, una morada eterna
en el cielo. Por eso podemos decir, pensando en la VIDA ETERNA que Cristo resucitado nos ha
obtenido:

¡Qué bellas son, las tiendas de Israel!

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Nota a los salmistas: El objetivo de estos documentos es ayudar al salmista a profundizar en el


canto. Os rogamos no usarlo para dar una larga catequesis sobre el canto a la asamblea.
Estos escritos podrían no obstante darnos alguna idea clave para transmitirla a la asamblea,
según el contexto de la celebración litúrgica, con la intención que ésta sea un verdadero
encuentro con Cristo resucitado.

Este y otros comentarios en: http://www.cruzgloriosa.org/cantos/comentarios


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