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Bell Hooks, (1994). “Eros, Erotismo y el Proceso Pedagógico” en Enseñando a Transgredir.

New York: Routledge.

Traducido por Alexander Chaparro y Nelesi Rodriguez

EROS, EROTISMO Y EL PROCESO PEDAGÓGICO

Los profesores raramente hablan del lugar que tiene el eros o lo erótico
en el salón de clase. Muchos de nosotros, entrenados en el contexto filosófico de
la dualidad metafísica occidental, hemos aceptado esta noción que divide cuerpo
y mente. Con esta creencia, entran individuos a la aulas a enseñar como si tan
sólo estuviese presente la mente y no el cuerpo. Llamar la atención sobre el
cuerpo es una traición al legado de represión y negación que ha sido heredado de
los profesionales antiguos, que usualmente han sido blancos y masculinos. Pero
nuestros ancianos no-blancos estaban igual de emocionados por negar el cuerpo.
Las universidades norteamericanas predominantemente negras siempre han sido
un bastión para la represión. El mundo público de enseñanza institucional era el
sitio donde el cuerpo tenia que ser borrado, pasar desapercibido. Cuando
comencé a ser profesora y tenía que ir al baño a mitad de clase, no tenía idea de
qué hacían quienes vinieron antes de mi en estas situaciones. Nadie hablaba del
cuerpo en relación con la enseñanza. ¿Qué hace uno con el cuerpo en el aula?
Tratando de recordar el cuerpo de mis profesores, me encuentro incapaz de
rememorarlos. Escucho voces, recuerdo detalles fragmentados, pero rara vez
cuerpos completos.
Al entrar en el salón de clase determinados a borrar el cuerpo y
entregarnos por completo a la mente, lo que hacemos es mostrar a nuestros seres
qué tan profundamente hemos aceptado la noción de que la pasión no tiene lugar
en el salón de clase. Represión y negación nos permiten olvidar y después
desesperadamente intentar recuperarnos, nuestros sentimientos, nuestras
pasiones en lugares privados–después de clase. Recuerdo que cuando cursaba mi
estudios de pregrado leí un artículo en Psicología Hoy (Physchology Today), que
reportaba un estudio en el que decía que cada tantos segundos los profesores
masculinos, mientras dan lecciones en clase, piensan sobre sexualidad–inclusive
teniendo pensamiento libidinosos sobre sus estudiantes. Estaba asombrada.
Después de leer el artículo, que recuerdo fue compartido y discutido sin cesar en
los dormitorios, observaba a los profesores masculinos de una manera distinta,
tratando de conectar fantasías que los imaginaba teniendo en su cabeza durante
clases con sus cuerpos que había fielmente aprendido a pretender no ver.
Durante mi primer semestre dando clases en la universidad, había un estudiante
varón en mi salón al que siempre pretendía ver y no ver al mismo tiempo. En
algún punto en medio del semestre, recibí una llamada del terapeuta de la
escuela, quien quería hablar sobre la manera en la que trataba a este estudiante
durante clases. La terapeuta me dijo que los estudiantes habían dicho que lo
trataba de una manera ruda, brusca, y hasta mala que era inusual. No sabía quién
era el estudiante exactamente, ni podía poner una cara o un cuerpo a su nombre,
pero luego cuando se introdujo en el salón, caí en cuenta de estar atraída
eróticamente a este estudiante. Y ésa era mi manera ingenua de lidiar con
sentimientos en el salón de clase, al haber sido enseñada a cambiarlos (por ende
mi trato rudo hacia él), reprimirlos y/o negarlos. En extremo consiente en ese
entonces sobre cómo esa represión y negación podían llegar a “herir” a un
estudiante, estaba determinada a afrontar cualquier pasión despertada en el
contexto de clase y lidiar con ella. Al escribir sobre el trabajo de Adrianne Rich,
conectándolo al de hombres que han ensañado de manera crítica sobre el
cuerpo, en su introducción a Pensando a través del Cuerpo (Thinking Through
the Body), Jane Gallop nos comenta:
Los hombres que se encuentran de alguna manera pensando sobre el cuerpo
son más propensos a ser escuchados y reconocidos como pensadores serios.
Las mujeres tenemos primero que demostrar que somos pensadoras, lo cual
es más fácil cuando nos conformamos con el protocolo que considera que
el pensamiento serio se hace en separación de un sujeto encarnado en la
historia. Rich está pidiendo que las mujeres entren en los reinos del
pensamiento crítico y del conocimiento sin convertirse en un espíritu
desencarnado, en hombre universal.

Más allá del ámbito del pensamiento crítico, es igualmente crucial que
aprendamos a entrar en el aula como un “todo” y no como un “espíritu
incorpóreo.” En los primeros días de las clases de Estudios de la Mujer de la
Universidad de Stanford, aprendí con el ejemplo de osadía de mujeres profesoras
valerosas (en particular Diane Middlebrook), que hay un espacio para la pasión
en el aula, que el eros y lo erótico no tienen que ser negados para que el
aprendizaje tenga lugar. Uno de los principios centrales de la pedagogía crítica
feminista ha sido la insistencia en no acoplarse a la división mente/cuerpo. Ésta
es una de las creencias subyacentes que le han otorgado a los Estudios de la
Mujer un lugar subversivo en la academia. Si bien los Estudios de las Mujer a lo
largo de los años han tenido que luchar para ser tomados en serio por los
académicos en disciplinas tradicionales, aquellos de nosotros que hemos estado
íntimamente vinculados como estudiantes o profesores con el pensamiento
feminista siempre hemos reconocido la legitimidad de una pedagogía que se
atreve a subvertir la división mente/cuerpo y nos permite ser enteros en el aula
y, como consecuencia, sinceros.
Recientemente, Susan B., una colega y amiga, a quien enseñé en una
clase de Estudios de la Mujer de pregrado, me dijo que sentía que estaba
teniendo tantos problemas en sus cursos de posgrado porque esperaba una
calidad de enseñanza apasionada que no estaba presente en donde estudiaba. Sus
comentarios me hicieron pensar de nuevo en el lugar de la pasión, del
reconocimiento erótico en el aula, porque creo que la energía que ella sentía en
nuestras clases de Estudios de la Mujer estaba allí debido a que las profesoras
que enseñaban esos cursos se atrevían a dar plenamente de si mismas, a ir más
allá de la mera transmisión de información en las lecciones.
La educación feminista para conciencia crítica tiene sus raíces en la
suposición de que el conocimiento y el pensamiento crítico hechos en el aula
deben informar nuestros hábitos de ser y formas de vivir fuera del aula. Dado
que muchas de nuestras primeras clases eran tomadas casi exclusivamente por
estudiantes femeninas, era más fácil para nosotros no ser espíritus incorpóreos
en el aula. De igual manera, se esperaba que trajésemos una calidad de cuidado
e incluso “amor” a nuestros estudiantes. El eros estaba presente en nuestras
aulas como una fuerza motivadora. Como pedagogos críticos estábamos
enseñando a los estudiantes distintas maneras de pensar sobre el género,
entendiendo plenamente que este conocimiento también les llevaría a vivir de
una manera diferente.
Para comprender el lugar del eros y el erotismo en el salón de clase,
debemos ir más allá de pensar esas fuerzas únicamente en términos sexuales,
aunque esa dimensión no se puede negar. Sam Keen, en su libro The Passionate
Life, insta a los lectores a recordar que en su concepción más temprana "la
potencia erótica no se limitaba al poder sexual sino que incluía la fuerza motriz
que impulsaba cada forma de vida desde un estado de mera potencialidad hasta
la realidad". Dado que la pedagogía crítica busca transformar la consciencia,
proporcionar a los estudiantes formas de conocer que les permitan conocerse a si
mismos mejor y vivir en el mundo más plenamente, hasta cierto punto debe
confiar en la presencia de lo erótico en el aula para ayudar al proceso de
aprendizaje. Keen continúa:
Cuando limitamos “lo erótico" a su significado sexual, traicionamos nuestra
alienación ante el resto de la naturaleza. Confesamos que no estamos
motivados por nada como la misteriosa fuerza que mueve a las aves a emigrar
o los dientes de león de la primavera. Además, damos a entender que la
realización o el potencial hacia el cual aspiramos es sexual- la conexión
romántica genital entre dos personas.

Comprender que el eros es una fuerza que realza nuestro esfuerzo general
para ser auto-actualizantes, que puede proporcionar un fundamento
epistemológico que informe cómo conocemos lo que sabemos, permite a los
profesores y estudiantes usar esa energía en el aula de una manera vigorizante
para la discusión y la imaginación crítica.
Sugiriendo que esta cultura carece de una "visión o ciencia de la
higienología” (salud y bienestar) Keen pregunta: "¿Qué formas de pasión
pueden hacernos enteros? ¿A qué pasiones podemos llegar con la seguridad de
que vamos a expandir más que a disminuir la promesa de nuestras vidas?" La
búsqueda del conocimiento que nos permite unir la teoría y la práctica es una de
esas pasiones. En la medida en que los profesores traen esta pasión, que tiene
que estar fundamentalmente arraigada en un amor por las ideas que somos
capaces de inspirar, el aula se convierte en un lugar dinámico donde las
transformaciones en las relaciones sociales se concretan y la falsa dicotomía
entre el mundo exterior y el mundo interior de la academia desaparece. En
muchos sentidos esto es aterrador. Nada en la forma en la que fui entrenada
como maestra realmente me preparó para presenciar a mis estudiantes
transformándose.
Fue durante los años que enseñé en el Departamento de Estudios
Afroamericanos en Yale (un curso sobre escritoras negras) que fui testigo de
cómo la educación para la conciencia crítica puede alterar fundamentalmente
nuestras percepciones de la realidad y nuestras acciones. Durante un curso
exploramos colectivamente en la ficción el poder del racismo internalizado,
viendo cómo fue descrito en la literatura, así como interrogando críticamente en
nuestras experiencias. Sin embargo, una de las estudiantes mujeres negras quien
siempre se había planchado el cabello porque muy profundamente había sentido
que no se vería bien si no lo hacía–si decidía llevarlo “al natural”–cambió. Ella
regresó luego de unas vacaciones y nos dijo a todos que esta clase la había
afectado profundamente, tanto que cuando fue a hacerse su tratamiento capilar
regular una fuerza interna le dijo que no. Todavía recuerdo el miedo que sentí
cuando ella testificó que la clase la había cambiado. A pesar que creía en la
filosofía de la educación para una conciencia crítica y empoderadora, todavía no
había conectado la teoría con la práctica. Una pequeña parte de mí todavía
quería que permaneciéramos siendo espíritus sin cuerpos. Y su cuerpo, su
presencia, su cambio de estilo era un reto directo que yo debía enfrentar y
afirmar. Ella me estaba enseñando una lección. Ahora, años después, leí
nuevamente sus palabras finales para la clase y reconocí la pasión y la belleza de
su voluntad de saber y actuar:
Soy una mujer negra. Crecí en Shaker Heights, Ohio. No puedo regresar y
cambiar años de creer que nunca podría ser tan hermosa o inteligente como
muchas de mis amigas blancas–pero puedo seguir hacia delante aprendiendo a
sentirme orgullosa de quien soy… No puedo volver atrás y cambiar años de
pensar que la cosa más maravillosa en el mundo sería ser la esposa de Martin
Luther King Jr.–pero puedo continuar y encontrar la fuerza que necesito para
ser revolucionaria por cuenta propia en vez de ser la compañera y necesitar la
validación de alguien más. Así que no, no creo que podemos cambiar lo que ya
está hecho, pero podemos cambiar el futuro y por eso estoy reclamando y
aprendiendo más para poder ser más plena.

Tratando de dar sentido a mis pensamientos sobre erotismo y pedagogía, he


releído diarios de mis alumnos de los últimos diez años. Una y otra vez, leí notas que
fácilmente podrían considerarse “románticas” en las que estudiantes expresaban su
amor por mí y por nuestra clase. Acá un estudiante asiático comparte sus
pensamientos sobre una clase:
La gente blanca nunca ha entendido la belleza del silencio, la conexión y la
reflexión. Tú nos enseñas a hablar y a escuchar los signos del viento. Como una
guía, caminas silenciosamente a través del bosque delante de nosotros. En el bosque
todo tiene un sonido, todo habla… Tú también nos enseñas a hablar en un bosque en
donde toda la vida habla, no sólo el hombre blanco. ¿No es eso parte de sentirse
pleno de manera abierta–la habilidad de poder hablar, no tener que quedarse callado
o pretender todo el tiempo? Ésta es la verdad que nos has enseñado: todo el mundo
tiene derecho a hablar.

O un estudiante negro escribiéndome que él “me ama ahora y siempre”


porque nuestra clase ha sido una danza y él ama bailar:
Me encanta bailar. Cuando era niño, bailaba en todos lados. ¿Por qué bailar si
puedes ir un-dos-tres-cua a todos lados. Cuando bailaba mi alma se sentía liberada.
Era poesía. En mis excursiones sabatinas al supermercado con mi mamá, yo danzaba
con el carrito de compras por los pasillos. Mi madre volteaba y decía: “niño, deja de
bailar, eso es lo único que la gente blanca cree que somos capaz de hacer bien.” Yo
me detenía pero cuando ella no me estaba mirando hacía pequeños pasos. No me
importaba lo que la gente blanca pensara, a mi sólo me encantaba bailar-bailar-
bailar. Todavía bailo y todavía no me importa lo que la gente piense, blanca o negra.
Cuando bailo, mi alma es libre. Es muy triste leer sobre hombres que dejan de bailar,
que dejan e bromear, que no se permiten ser libres… Imagino que para mi sobrevivir
significa nunca para de bailar.

Estas palabras fueron escritas por O’Neal LaRon Clark en 1987. Tuvimos una
relación profesor/estudiante muy apasionada. Él era un hombre muy alto; recuerdo un
día en que llegó tarde a clases y fue directo al frente, me levantó y me dio una vuelta.
Todo el salón se rió. Yo lo llamé “tonto” y me reí también. Era su manera de
disculparse por haber llegado tarde, por haberse perdido un momento de pasión en el
salón de clase. Y por eso decidió traer la suya. Yo también amo bailar. Y así bailamos
hacia un futuro en el que nos hicimos camaradas y amigos, unidos por todo eso que
aprendimos juntos en el salón de clase. Quienes lo conocieron recuerdan los
momentos en que llegaba temprano a clase para hacer imitaciones graciosas del
profesor. Él murió de manera inesperada el año pasado–todavía bailando, todavía
amándome ahora y siempre.
Cuando hay eros presente en el salón de clase, el amor está destinado a
florecer. Ideas profundamente internalizadas sobre lo público y lo privado nos hacen
creer que el amor no tiene lugar en el salón de clase. Aun cuando muchos espectadores
podrían aplaudir una película como La Sociedad de los Poetas Muertos e identificarse
con la pasión del profesor y de sus estudiantes, rara vez es esa pasión afirmada
institucionalmente. De los profesores, se espera que publiquen, pero nadie espera que
nos importe enseñar de manera particularmente apasionada o distinta. Los profesores
que aman a y son amados por sus estudiantes son todavía “sospechosos” para la
academia. Parte de esta desconfianza viene la creencia que los sentimientos y pasiones
pueden obstaculizar la evaluación objetiva de cada uno de los estudiantes. Pero esta
idea está basada en la falsa creencia que la educación es neutral que hay un territorio
emocional “balanceado” en el que nos podemos parar para tratar a todos de la misma
manera, sin sesgos emocionales. En realidad, los lazos especiales entre alumnos y
profesores siempre han existido, pero tradicionalmente han sido exclusivos en vez de
inclusivos. Permitirse preocuparse o cuidar de ciertos individuos en el salón–abrazar y
abarcarlos a todos–va en contra de la noción de la pasión privatizada. En diarios
estudiantiles de distintos años en los que he enseñado siempre ha habido quejas acerca
del lazo especial que se percibe entre ciertos alumnos y yo. Darme cuenta de que mis
alumnos dudaban de mis expresiones de amor y cuidado en el salón de clases, me hizo
consciente de la importancia de discutir este tema. Una vez les pregunté a mis
estudiantes: “¿Por qué sienten que el cuidado que yo le extiendo a un estudiante en
particular no puede ser extendido también a ti? ¿Por qué piensas que no hay suficiente
amor y cuidado para todos?” Para responder esta pregunta, ellos tuvieron que
reflexionar cuidadosamente acerca de la sociedad en la que vivimos, en cómo somos
enseñados a competir los unos con los otros. Tuvieron que pensar en el capitalismo y
en cómo afecta la manera en que nos aproximamos al amor y al cuidado, la manera en
que vivimos en nuestros propios cuerpos, la manera en la que tratamos de separar
cuerpo y mente.
No hay mucha enseñanza apasionada en la educación superior de hoy. Incluso
cuando los estudiantes ansían ser tocados por el conocimiento, los profesores le temen
a este reto y permiten que sus miedos y preocupaciones acerca de perder el control
dominen su deseo de enseñar. Al mismo tiempo, aquellos de nosotros quienes
enseñamos las mismas viejas asignaturas de las mismas viejas maneras frecuentemente
terminamos aburridos–incapaces de despertar las pasiones una vez vivas. Si, como
Thomas Merton sugiere en su ensayo sobre pedagogía “Aprendiendo a Vivir,” el
propósito de la educación es mostrar a los estudiantes cómo definirse a si mismos
“auténtica y espontáneamente en relación” al mundo, entonces la mejor manera en que
un profesor puede enseñar es si ellos mismos se redefinen de acuerdo a este principio.
Merton nos recuerda que “la idea del ‘paraíso’ auténtica y original, tanto en el
monasterio como en la academia, implicaba no simplemente un inventario celestial de
ideas teóricas en las que magistrados y doctores guardaban la llave, sino el ser interior
de los estudiantes” quienes se descubrirían en relación a sí mismos, a poderes
superiores, a la comunidad. Que la “fruta de la educación… estaba en la activación de
ese centro último.” Para restaurar la pasión en un salón de clases en el que nunca ha
encontrado lugar, los profesores deben encontrar nuevamente el lugar del eros en si
mismos y permitir que la mente y el cuerpo, juntos, sientan y conozcan el deseo.

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