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María de Borgoña y Maximiliano I de Habsburgo: novia rica, novio pobre

María de Borgoña nació en Bruselas el 12 de febrero de 1457. Era la única hija de Carlos, duque
de Borgoña, más conocido con el Temerario y de Isabel de Borbón. Según la describía su futuro
marido, Maximiliano, era como una princesa salida de un cuento de hadas: era pequeña, blanca
como la nieve, con cabellos negros, una nariz chiquitina, una cabeza pequeña, un semblante
agradable, a pesar de sus ojos ligeramente cansados y su boca demasiado grande.

María era la única heredera de un vasto y rico dominio, englobando el Ducado y el Condado de
Borgoña y la mayoría del territorio de los Países Bajos. Por esta razón, a lo largo de su juventud
estuvo siempre rodeada de diversos pretendientes que ansiaban su mano. Cuando todavía era
una niña de cinco años, recibió su primera proposición para desposarse con el futuro rey
Fernando II de Aragón. Más adelante hubo otros como El duque de Clarence, hermano de
Eduardo IV de Inglaterra ; Nicholas I, duque de Lorena; Carlos de Valois, duque de Berry; y Carlos
de Angulema, padre del futuro Francisco I. Conclusión, la lista era interminable, le llovían
candidados por todos los rincones de Europa.

En 1477, Carlos el Temerario fue derrotado en la Batalla de Nancy, y María a sus diecinueve años
pasó a ser la heredera de su vasto imperio. Luis XI de Francia no podría dejar escapar una
oportunidad como esta, era el momento ideal para aspirar al Ducado de Borgoña, Franco
Condado, Picardía y Artois. Para lograr su objetivo, solicitó a la duquesa borgoñesa que se casara
con su débil y frágil hijo Carlos VIII, a pesar de que fuera trece años más joven que María. Pero
María tenía voluntad propia. Había escogido un príncipe de la casa Habsburgo. La duquesa,
aconsejada por su madrasta Margarita de York, declinó la amable la oferta del monarca francés.

María de Borgoña y Maximiliano I de Habsburgo


Brujas(Bélgica) , vidriera de la Basílica of the Holy Blood (apróx.1490)
Los jovenes ya se había visto en una ocasión, en Tréveris, en 1473. El futuro Maximiliano I, dos
años más joven que María, era un príncipe alto, romántico, de espiritú sanguíneo y modales
encantadores. Poseía una gran nariz aguileña, delicada educación, y la sangre portuguesa que
corría por sus venas daba vida a su rostro. Sin embargo, había sido pobre toda su vida. Lo era
tanto que no podía ir en busca de su futura esposa. Para que fuera visitarla a Gante, la duquesa
le envió rápidamente dinero para equiparse y presentarse con pompa y esplendor ante su corte. Y
así, fue el joven príncipe en su busca. Caballero y galante, Maximiliano se enamoró de María.

Maximiliano besó a su novia por primera vez delante del obispo de Tréveris. Era costumbre, en
los enlaces reales entre extranjeros, que la joven escondiera una flor en su pecho, flor que tenía
que buscar el novio. Maximiliano buscó en vano la dicha flor, hasta que el obispo suplicó a la
princesa que aflojara su corpiño. La encontró entonces Maximiliano y en la mañana siguiente se
casaron.

De aquella unión nacieron dos hijos, Felipe el Hermoso (1478) y Margarita de Austria (1480).
María iba a dar a luz a un tercer hijo cuando sufrió una terrible caída. Ella adoraba montar a
caballo y estaba de cacería con Maximiliano cuando su corcel tropezó, lanzándola al suelo y
rompiéndole la columna. Días después María falleció. Esto ocurría en 1482 cuando apenas tenía
veinticinco años. Su súbita muerte dejó toda la corte desconcertada y a Maximiliano
desconsolado.

Años más tarde, en 1493, Maximiliano contrajo matrimonio por segunda vez con Bianca María
Sforza, la hija de Gian Galeazzo Sforza, duque de Milán, pero no tuvieron descendencia.

Era madre de Felipe el Hermoso el que tantos quebraderos de cabeza dio a nuestra Juana de Castilla. A lo
mejor si María de Borgoña hubiera vivido más, quién sabe podría haber sido de gran apoyo para infanta
castellana.

ISABELLA DE PORTUGAL, DUQUESA DE


BORGOÑA. PROMOTORA DE UN ESTILO.
9 junio, 2013 · de dianafernandezgonzalez · en Historia del Traje y la Moda, Personalidades de la Moda. ·

1477. Felipe el bueno de Borgoña y su corte (detalle)Jean Miélot le presenta su traducción del Traité sur l’Oraison Dominicale

En varias ocasiones nos hemos referido a la corte de Borgoña, al mencionar uno de los estilos del vestir
denominado por algunos como ‘Gótico Tardío’, expresión extrema de la moda Gótica que surge en Europa
a finales del siglo XIII y se extiende hasta mediados del siglo XV. Cuando ya en la Italia renacentista se
percibía un estilo nuevo, iniciado primero en Florencia y definido en la ciudad de Venecia, aún en Francia y
otros países centroeuropeos se mantuvo la influencia de la llamada Moda de Borgoña hasta 1476.

El Ducado de Borgoña fue uno de los Estados más importantes de la Europa medieval, independiente
entre 880 y 1482. El feudo del duque de Borgoña correspondía aproximadamente con la región actual
francesa de Borgoña. Gracias a su riqueza y vasto territorio, el ducado fue tanto política como
económicamente muy importante. Técnicamente eran vasallos del rey de Francia, pero los duques de
Borgoña supieron mantener una política propia.

Uno de los momentos de mayor esplendor de la corte de Borgoña fue durante el mandato de Felipe III,
Duque de Borgoña llamado “Felipe el Bueno” (en francés Philippe le Bon), (1396 –1467), hijo de Juan I Sin
Miedo y bisnieto del rey Juan II de Francia, de la dinastía Valois. En 1409 contrajo matrimonio con Micaela
de Valois (hija de Carlos VI de Francia), con la que no tuvo descendencia. Micaela falleció en 1422.En 14
24 contrajo matrimonio con Bona de Artois (también bisnieta de Juan II de Francia), con la que tampoco
tuvo descendencia. Bona de Artois murió en 1425.

1450. Rogier van der Weyden, Felipe el bueno

Es la tercera de las esposas de Felipe III a quien dedicamos esta publicación: Isabel de Portugal, hija del
rey Juan I de Portugal, quien contrae matrimonio con el duque en 1430, momento de mayor esplendor de
esa corte que sería referente del buen gusto de la época y que, según algunos autores, lugar donde se
evidencia la aparición de la moda en el vestir.

La corte del ducado de Borgoña, durante el mandato de Felipe el Bueno ha sido descrita como
extravagante. A pesar de mantener un contacto cercano con la floreciente cultura burguesa, sus códigos
aristócratas fueron marcados de manera en estrecha relación con la caballeresca y el concepto del
caballero medieval, llegando a crear su propia orden en 1430, la Orden del Toisón de Oro, a imagen y
semejanza de la legendaria de los Caballeros de la Mesa Redonda.

Pero a pesar d esa ‘vocación’ arraigada a las órdenes de caballería, la corte del ducado de Borgoña fue
considerado como la de mayor esplendor de Europa, y convertida en líder de buen gusto y centro de la
moda. Sus productos de lujo (entre ellos los textiles) eran demandados por toda la élite aristocrática del
resto de las cortes.
Petrus Christus, Isabel de Portugal con St Elizabeth

El 19 de octubre de 1429, con una flotilla de unos 20 barcos y acompañada por casi 2,000 portugueses,
Isabella dejó Portugal para siempre. Después de un duro viaje de once semanas, en el cual se perdieron
varios navíos y gran parte del ajuar de la novia, el convoy llegó a Sluys, puerto de la ciudad belga de
Brujas. La boda religiosa se ofició después de dos semanas de su llegada, en 1430.

La infanta portuguesa tuvo que integrarse al estilo de vida del ducado de Borgoña, diferente para ella.
Proveniente de una corte con esplendor en la que sus padres se interesaron no solamente por una
educación formal cortesana sino por desarrollar su inteligencia y conocimientos (Isabella dominaba a la
perfección varios idiomas, conocía de artes y letras), no estaba acostumbrada a tanta magnificencia y lujo.

La infanta portuguesa tuvo también que soportar las infidelidades de su esposo, algo habitual dentro de la
vida de las soberanas de la época. Desde el inicio del enlace, el duque le dejó claro que no tenía intención
de cumplir sus votos de fidelidad. En contraste con el estilo típico de los nobles y la realeza de la época (la
de mantener una sucesión de amantes o favoritas en la corte), Felipe no tenía preferencias entre las
damas cercanas. En cambio, mantuvo sus numerosas mujeres como amantes, varias a la vez, quienes
presentarían con periodicidad a sus hijos ilegítimos.
Isabella era una mujer refinada e inteligente, disfrutaba de estar rodeada de artistas y poetas,
convirtiéndose en una generosa mecenas de las artes. Pero también desde su boda hasta su muerte en
1471, esta extraordinaria mujer se rebeló contra las restricciones sociales de su época y jugó un papel
importante en las negociaciones internacionales en nombre de Borgoña. Supo considerar, además, el
papel que jugaría su imagen como reflejo del poder de la corte que representaba, por lo que no dudó
vestirse según el estilo borgoñés con las prendas confeccionadas con ricos tejidos de seda, con el talle
alto, el vientre abultado, la larga cola y los enormes tocados puntiagudos.

En el retrato de Petrus Christus, parte del ala izquierda de un tríptico ‘Isabel de Portugal con St. Elizabeth’,
la duquesa lleva el surcote propio del estilo de Borgoña, con talle alto, escote en ‘V’, festoneado con
armiño al igual que los puños de las mangas. El tejido lujoso de seda brocada, el tocado ‘de cuernos’ o
‘henin dividido’…caracterizan la silueta de la moda femenina de la segunda mitad del siglo XV. Otros
retratos de la portuguesa, destacan la moda de la ‘frente despejada’ también propia del estilo de Borgoña.

Rogier van der Weyden. Isabel of Portugal


Después de perder a dos de sus hijos y distanciada de su marido y de la corte desde 1457, Isabelle de
Portugal muere en Dijon en 1471. Su último hijo sería Carlos I de Valois, quien sería duque de Borgoña y
cuya hija, al casarse con el emperador Maximiliano ligaría la herencia borgoñona al linaje de los
Habsburgo en la persona del hijo de ambos, Felipe el Hermoso, que contraería matrimonio con la reina
Juana de Castilla.

Sin haber sido una mujer hermosa, la inteligencia y personalidad de la duquesa de Borgoña posibilitó que,
a través de sus misiones diplomáticas, contribuyera a ‘esparcir’ por el continente una moda tan excesiva
como atractiva. Solamente así se entiende la supervivencia de un estilo en una época en que, más al sur,
se estaba gestando otro bien diferente: el Renacimiento.

MARÍA I DE BORGOÑA. TOCADOS FLAMENCOS ADORNAN A UNA DUQUESA.

La moda, desde que aparece en su versión artesanal y espontánea, no tarda en ejercer su influjo
imponiendo formas y detalles caprichosos en el vestir. La definición de que existe moda cuando aparecen
elementos cambiantes en la indumentaria que responden más a la fantasía que a las necesidades, es tan
acertada que, solamente observando la variedad del traje de los siglos XIV y XV se puede aceptar tal fecha
como el origen de la moda.
Uno de los estilos de esa recién nacida moda es el ideal estético que se impone para las damas del siglo
XV, cuando las tendencias emanaban del ducado de Borgoña. La riqueza de los tejidos, la variedad de
mangas en chaquetas masculinas y vestidos femeninos, las formas de los tocados…, son solamente
algunos de los reflejos de la existencia de la moda, cambiante, efímera y caprichosa.

Pero sorprende, sobre todo, el ideal de belleza que toda mujer quería tener en su rostro, el cual era
considerado bello mientras más amplitud de frente tuviera. Para lograr tal efecto en aquellas mujeres que
por naturaleza no tuvieran una generosa frente, se procedía a depilar la entrada de los cabellos y las cejas,
para, de esta forma, dar la impresión de mayor cantidad de frente despejada.

Gracias a los primeros retratos de gran formato y, sobre todo, a las miniaturas que iluminaban los
manuscritos, podemos apreciar que tal extraña estética fue generalizada por las damas de las altas clases
de Europa. Pintores como Rogier van der Weyden, Hans Memling, Petrus Christus. Hans Holbein the
Elder, entre otros, nos han legado variadas recreaciones de este estilo adoptado por las mujeres de la
aristocracia en los años que van desde 1440 a 1500’s.

Escuela holandesa. Retrato de joven dama, probablemente María de Borgoña

Uno de los personajes que ha sido retratado y que nos sirve para detenernos en detalles de las prendas y
tocados de estos años es María I de Borgoña (Bruselas, Flandes, 13 de febrero de 1457 – Brujas, 27 de
marzo de 1482), Duquesa de Borgoña y Duquesa de Brabante, y esposa de Maximiliano I, emperador del
Sacro Imperio Romano, y madre de Felipe el Hermoso.
Hija única del último duque de Borgoña, Carlos el Temerario y de su segunda esposa Isabel de Borbón,
heredó el ducado de su padre, a los 20 años, tras la muerte de éste en la batalla de Nancy. Los dominios
heredados abarcaban el Ducado de Borgoña, el Condado libre de Borgoña, y la mayoría de los Países
Bajos. Por tanto, su mano fue ansiosamente buscada por muchos de los príncipes de los príncipes de la
época. María eligió entre los muchos pretendientes de su mano, seleccionando el archiduque Maximiliano
de Austria, hijo del emperador Federico III, con quien se casó en 1477. Maximiliano, se convertiría en
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y ambos tendrían como hijos a Margarita de Austria y a
Felipe el Hermoso, que introduciría, por su matrimonio con Juana I de Castilla, la estirpe de los Austria en
España.

Grabado en el que se reproduce a Maximiliano I y María de Borgoña Anónimo flamenco. María de Borgoña. Segunda mitad del siglo XV

Niklas Reiser. María I de Borgoña Michael Pacher.María de Borgoña 1479 María de Borgoña rezando. Detalle de iluminación de
manuscrito “Hours of Mery Burgundy”

María de Borgoña murió en Brujas a consecuencia de una caída de caballo en 1482. El hijo de María, Felipe, le sucedió en sus dominios bajo la
tutela de su padre.
La moda de los tocados puntiagudos había comenzado años antes. Ya desde la época de Felipe III “Felipe el Bueno” (Philippe le Bon, 1396 –
1467), y sobre todo en los años en que está casado con su tercera esposa Isabel de Portugal (desde 1430 a 1471) se había propagado este peculiar
estilo de tocado y estética facial.

Hay quienes atribuyen su origen a la influencia de los tocados de las princesas mongolas, otros, a la evolución de la diversidad de cofias, velos o
telas que cubrían el cabellos de las damas, acción obligada por los dogmas de la iglesia.
Ya sea uno u otro origen, lo cierto es que primero aparecen los llamados tocados puntiagudos: cónicos, oblongos, esféricos y todos cubiertos con
largos velos que, en muchas ocasiones, competían con la cola de los vestidos. Esta inicial variedad de formas (predominando los “de cuernos”)
se ve decantada por la preferencia de uno, el más alto de todos: el henin (en ocasiones aparece con dos “n”, como hennin).

Los retratos de la duquesa María joven, aparece con otro tocado, más redondeado y con menos volumen, pero marcándose la estética de la frente
despejada. En las siguientes imágenes de María de Borgoña, aparece ya con el henin, cada vez más delgado y alto mientras más tarde es
retratada.

El henin borgoñés (burgundian henin) fue utilizado en toda la zona francesa, en el norte y centro de Europa, inicialmente solamente por las
mujeres de la aristocracia, extendiéndose posteriormente a las damas burguesas de casi todos los países, con excepción de Italia.

Es, precisamente desde las ciudades italianas, donde nacería y se difundiría otro estilo del vestir, bien diferente al borgoñés. Se tratará de la moda
del primer renacimiento que se estaba gestando desde años antes, bajo el amparo de una nueva ideología y cultura: el Humanismo.

La etiqueta borgoñona en la Corte de España


Borgoña en los siglos XIV y XV era un ducado vasallo del Rey de Francia: el tercer hijo del monarca
galo era el titular. Era un ducado pequeño que había heredado una serie de territorios al Norte de
Francia gracias a alianzas patrimoniales, convirtiéndose en el centro del poder económico europeo.
El Duque Felipe el Bueno de Borgoña decide crear un protocolo fastuoso para imponer su
autoridad y renombre frente a Inglaterra, Francia, Alemania y Castilla y Aragón, las grandes
monarquías de entonces. Fue inventado para elevar la figura del soberano, el Duque,
convirtiéndolo en un ser casi semi-divino, para así imponer la autoridad recibida de Dios frente a
sus súbditos.

En este protocolo el orden era estrictamente riguroso: cada procedimiento estaba escrito, de modo
que se sabía exactamente dónde se debía sentar cada persona, cómo se le servía y en qué orden.
Existía una corte enorme, formada por personas con funciones específicas que debían cumplir
estas normas con disciplina. La celebración de los actos era uniforme para los distintos territorios
que poseía el ducado. Puesto que no existía una continuidad territorial entre dichas posesiones, se
dictaminó que todas las ceremonias reunieran las mismas características, independientemente del
lugar en que se organizasen.

Otto Cartellieri, uno de los pioneros en el estudio de la etiqueta en la corte borgoñona, creía que los
duques de Borgoña y sus consejeros habían elaborado el protocolo con el fin de propagar la
creencia que la autoridad ducal era semi-sagrada; que la pompa contribuía a convencer a sus
súbditos que «nada era demasiado bueno para él... [que] la mano del soberano no podía tocar
nada ordinario». Y, tal y como concluye Cartellieri, los duques de Borgoña, por muchas
incomodidades e inconvenientes que les supusieran, «siempre prestaron suma atención a los
asuntos ceremoniales y de preferencia».

Felipe El Bueno, duque de Borgoña, y su hijo, recibiendo el ejemplar de Las Crónicas de Hainaut.

Ya en 1360, los duques mostraban generosidad y magnificencia, solemnidad y «ceremonias


esplendorosas y elaboradas». Gobernantes y cortesanos desarrollaron, desde la época medieval en
adelante, una cultura cortesana de ceremonia y mecenazgo con la intención de realzar su autoridad
y el poder del estado absolutista. De este modo, se manipulaba a la opinión pública por medio de
coronaciones, entradas reales en las ciudades, ceremonias fúnebres reales y la popular festividad
del Te Deum, entre otros rituales.
Tanto para los contemporáneos como para los historiadores, la etiqueta, utilizada debidamente,
reforzaba la jerarquía e imponía un orden; y conseguir asentar la jerarquía y el orden era, de entre
todos, el principal objetivo de las culturas política y cortesana de las primeras élites dominantes
modernas. Y tal era así, que ya Lady Anne Fanshawe, esposa de un diplomático inglés de mediados
del XVII y veterana cumplidora de la vida cortesana europea, elogiaba a la corte española
describiéndola como la mejor ordenada en el mundo cristiano, por supuesto, después de la inglesa.

Durante estos siglos, incluso hasta las últimas décadas de la monarquía borbónica de principios del
siglo XX, los observadores de la corte española a menudo quedaban impresionados por su etiqueta.
Aparecía extraordinariamente rígida, ritualista, fría, y durante el XVII, degradante hacia los
cortesanos y sirvientes que trabajaban de acuerdo con sus preceptos. Tanto monarcas como
cortesanos parecían encadenados a unos ceremoniales heredados de un pasado lejano.

Armorial de Borgoña

La etiqueta española se basó en los principios y la organización de la corte del ducado borgoñón.
Desde 1363, los duques de Valois y sus sucesores Habsburgo elaboraron tal estilo, regulando con
sumo detalle casi todos los aspectos de la vida cortesana: dar a luz, atender la capilla, vestirse y
desvestirse, recibir visitas, hacer regalos, organizar cenas con invitados y supervisar las cocinas
ducales. Éstas y otras actividades se rodeaban de un ceremonial que creaba una «helada
atmósfera» en la cual la familia real se movía.

Pero el ceremonial, combinado con enorme riqueza, generoso mecenazgo artístico y asiduo culto a
los mitos caballerescos, así como la cruzada contra el Islam, ayudaron a crear una viva y espléndida
corte donde la autoridad de los duques era realmente singular y su persona era considerada casi
divina.

No es de sorprender que el esplendor borgoñón hubiera impresionado sumamente a Maximiliano


de Habsburgo, el último Sacro Emperador Romano, como su mito deslumbró al hijo de éste, Felipe
el Hermoso. Maximiliano, a través del matrimonio, y Felipe, por herencia, accedieron al trono
ducal de Borgoña, así como al complicado ceremonial que eclipsó todo a cuanto la familia
Habsburgo había estado acostumbrada. Maximiliano y su hijo, inevitablemente, asumieron los
hábitos de la corte borgoñona y elevaron la etiqueta imperial Habsburgo al nivel de los duques de
Valois. Fue Carlos V, Sacro Emperador Romano y el primer rey Habsburgo de una España unida,
quien incorporó sistemáticamente el ritual borgoñón a la corte española.
Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, padres de Carlos I (1500)

Durante toda su vida, Carlos I (V) se enorgulleció de su herencia borgoñona y pensó mucho acerca
de cómo él había representado a los duques de Valois -como gran caballero cristiano, defensor del
catolicismo, destacado mecenas de artistas, rico y héroe defensor de muchos de los valores
medievales tardíos-. Hacia 1547 exigió a un agente en España, el tercer duque de Alba, que
supervisara el establecimiento de la etiqueta borgoñona en casa de su hijo y heredero, el futuro
Felipe II, quien era al mismo tiempo el sustituto del emperador en la Península. A partir de
entonces, el estilo borgoñón se convertirá en la columna vertebral característica de la estructura,
ceremonia y etiqueta de la Casa Real.

La imposición del estilo borgoñón en casa de Felipe fue intencionada para inculcar a los futuros
súbditos la continuidad de la autoridad de los Valois y para asociar a su nombre el esplendor de sus
ancestros ducales, así como satisfacer su inclinación personal y prescribir sus gustos. Además,
Carlos, nacido en Gante y educado en la Corte holandesa borgoñona, se sentía fuertemente ligado a
la etiqueta con la que había crecido y naturalmente deseaba ver como la gloria de Borgoña se
reflejaba en su corte española. Era adecuado que los españoles, destinados a gobernar los Países
Bajos, compartieran su cultura cortesana.

El III Duque de Alba


Aunque el estilo borgoñón era incómodo y rígido; tendía a aislar al monarca y a su familia entre un
pequeño e íntimo círculo de grandes y sirvientes palaciegos y socavaba la tradicional simplicidad
de las casas de los monarcas medievales de la Península, además de que era enormemente caro de
mantener, ni Felipe II ni sus sucesores anularon lo que Carlos V había decretado. Felipe tenía
demasiado respeto a su padre como para hacer tal cosa, mientras que los últimos Habsburgo
aceptaron el estilo borgoñón como característica inevitable y como un recuerdo de las glorias
políticas y militares del poder español.

Felipe IV, de entre todos los reyes del antiguo régimen español, fue el más resuelto a mantener la
etiqueta en la corte en todo su rigor, entendió la etiqueta como un pilar del poder Habsburgo, una
fuente de orden y fortaleza moral.

Felipe IV, en traje de caza

Los reyes Borbones del siglo XVIII, ansiosos a menudo por enfatizar la continuidad con el pasado
Habsburgo, también conservaron el sistema borgoñón. Por entonces, además, hombres y mujeres
con intereses creados -cortesanos aristócratas, oficiales, sirvientes, artistas y artesanos,
oportunistas y traficantes de influencias y mecenazgos- se beneficiaron del extravagante estilo
borgoñón y se resistieron a los pocos intentos serios hechos para una reforma indispensable. No
sorprende, por tanto, ver que el intento hecho por Felipe V para reestructurar la Casa Real fallara.

Presionado, aparentemente, por el cardenal Alberoni, Felipe V, en 1718, impuso una reforma de la
estructura y de la contabilidad financiera de la corte, proponiendo el recorte de costes y la mejora
de rendimientos. Los departamentos tradicionales de la Casa Real -cada uno de ellos encabezado
por un aristócrata eminente o por un prelado influyente- habrían perdido su independencia con
respecto a la nueva figura del intendente general de la Casa Real de España. Por eso, la
denominación oficial de la Casa Real como la Casa de Borgoña se extinguiría. Pero unos días
después de que Alberoni perdiera el poder en 1719, Felipe revocó su reforma, la Intendencia
General fue abolida y la estructura departamental borgoñona totalmente restaurada. Por lo tanto,
una vez más, el estilo borgoñón triunfó sobre sus detractores.

El Cardenal Alberoni

En cualquier caso, la etiqueta borgoñona se adaptó a los gustos reales y a las variables
circunstancias financieras, políticas e ideológicas. Esto fue así tanto en la corte ducal borgoñona
bajo los Valois, como también bajo sus sucesores Habsburgo.

El carácter de su casa y de sus ceremonias y la rigidez de su etiqueta varió de reinado a reinado.


Los reyes españoles, asimismo, moldearon y remodelaron el protocolo y a menudo lo olvidaron
totalmente. Aunque la estructura de la casa, los nombres de sus empleados y la descripción de sus
tareas, así como su posición relativa dentro de las detalladas jerarquías de los departamentos,
permanecieron básicamente intactas de siglo en siglo, otros aspectos fueron de vez en cuando
reformados. Los monarcas ocasionalmente decretaron nuevas reglas.

Se ha dicho, por ejemplo, que al hacerse viejo, Felipe II dejó de cenar en público; y que Carlos IV
(1788-1808) y su consorte, María Luisa de Parma, relajaron el protocolo para tomar parte en los
entretenimientos que ofrecían los Grandes -algo que los monarcas españoles no habían hecho de
manera regular desde hacía más de dos siglos-.

El trono con dosel de Carlos IV, circundado por los retratos del rey y su consorte

Las ordenanzas reales, instrucciones y edictos modificando la etiqueta se hacían públicos una vez
casi cada diez años, como mínimo, desde 1547 hasta 1720. Mientras Felipe II y Felipe IV tendían a
utilizar estos métodos para intensificar el protocolo e imponer una disciplina estricta sobre sus
cortesanos, muchos monarcas actuaron de manera totalmente diferente y «reblandecer las
normas».

Tal «reblandecimiento», u olvido total de las normas borgoñonas, dio flexibilidad al sistema y ganó
la lealtad, más o menos entusiasta, de todos los monarcas españoles de la Edad Moderna. Sin
embargo, esta flexibilidad no fue el simple producto de la negativa real a vivir con un protocolo que
podía parecer sin sentido o demasiado estricto, sino que resultó también de una profunda
perversión del sistema borgoñón experimentada a finales del XVII. Por entonces, las costumbres
originalmente franco-holandesas de los duques de Valois habían quedado diluidas primeramente
por los hábitos alemanes.

Después, debido a las quejas en las Cortes de 1558, en España, tanto Carlos V como Felipe II
habían permitido deliberadamente que algunas de las antiguas costumbres castellanas se
mezclaran con las borgoñonas.

Isabel de Avis y Trastámara, Infanta de Portugal, Consorte de


Carlos I

Además, la etiqueta cortesana portuguesa fue importada a España por la esposa de Carlos I y
muchas de las prácticas de la Casa Real de Lisboa se aceptaron y se codificaron en las Ordenanzas
de 1575. Más tarde, durante sus primeros años en Madrid, Felipe V complicó aún más el asunto
cuando impuso algunas peculiaridades menores de organización y ritual traído de Versalles. De
este modo, hacia mediados del siglo XVIII, la pureza que quedaba del protocolo borgoñón era
escasa, a pesar de la esperanza que había expresado Felipe IV en 1631.

Igual que en otras cortes y en otros sistemas de protocolo, la etiqueta era ante todo un instrumento
que los gobernantes manipulaban, como hemos visto, para glorificarse ellos y su dinastía y para
mantener el orden y reforzar la convencional jerarquía social, rodeándose de inexpugnables muros
de historia y de tradición. Los reyes españoles utilizaron la etiqueta para hacer que su persona
fuera prácticamente inviolable. De ahí que Felipe IV advirtiera a sus gentilhombres de cámara, que
no debían permitir que nadie tocara ni las sábanas ni los visillos de su cama «a menos que fueran
gentilhombres y ayudas de cámara con el fin de prepararla o para alguna otra cosa necesaria a
su mantenimiento, y aun entonces debía de ser hecho con la mayor decencia y respeto».

Las normas de etiqueta de la corte también servían para necesidades prácticas. La seguridad la
proporcionaban los alabarderos y otras compañías de guardias y las reglas protegían al rey y a su
familia de envenenamientos y otros peligros y salvaguardaban la Casa Real de intrusos y ladrones -
aunque los robos incesantes de plata y lino indican que tales medidas no eran del todo eficaces-.
Incluso las cocinas reales necesitaban una cuidadosa custodia contra los intrusos y Felipe II tuvo
grandes dificultades, según cuenta un empleado de la corte, para mantener a los bribones a raya.
Así que Felipe II tuvo que intensificar las reglas desde entonces.
Capítulos enteros de regulaciones, en las Ordenanzas de 1575 o en muchas órdenes de Felipe IV, se
dedicaron en particular a mantener a hombres y mujeres separados. Los gobernantes del XVI y del
XVII tenían que recordar a los galanes y a las jóvenes damas de la corte el modo de comportarse.
Éstas y otras normas aseguraban, cuando se hacían cumplir con efectividad, que las sucesivas
reinas, infantas y sus damas y sirvientas estuvieran prácticamente aisladas del mundo exterior.

Felipe II en el banquete de los monarcas (1596)

Otras reglas protegían la salud real y la limpieza de los palacios y de aquéllos que trabajaban en
estas tareas: se lavaban las manos -incluyendo las del rey-; se fregaban las mesas; se barrían los
suelos, y la comida se almacenaba y se servía cuidadosamente de acuerdo con los preceptos de los
libros de etiqueta y otras órdenes. Otras fórmulas regulaban la gradación de los cortesanos,
prescribiendo, por ejemplo, en qué lugar tenía que sentarse cada uno cuando los oficiales de alto
rango se encontraban para comer o para conducir los negocios de la casa. Estas fórmulas
fomentaban la eficacia y la puntualidad, y se aplicaban a supervisar los gastos a través de exámenes
contables frecuentes y a asegurar la buena calidad de los productos adquiridos para la Corte.

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