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“¿Ya salió el hermanito?


de Área Psicopedagógica, el Lunes, 10 de enero de 2011 a las 21:01

No alcanza con el complejo de Edipo: también el “complejo fraterno, ese conjunto de


deseos hostiles y amorosos que el niño experimenta respecto de sus hermanos”, ejerce
–destaca el autor de esta nota– efectos formadores y traumáticos sobre el psiquismo
de cada uno. Ni siquiera los hijos únicos se salvan.

Por Luis Kancyper *

El complejo fraterno es un conjunto organizado de deseos hostiles y amorosos que el


niño experimenta respecto de sus hermanos. Este complejo no puede reducirse a una
situación real, a la influencia ejercida por la presencia de los hermanos en la realidad
externa, porque trasciende lo vivido individual. También el hijo único requiere, como
todo ser humano, asumir y tramitar los efectos generados por la forma singular en que
este complejo se construye en cada sujeto.

La función sustitutiva del complejo fraterno se presenta como una alternativa para
reemplazar y compensar funciones parentales fallidas. Freud la describe en
Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916): “El chico puede tomar a la
hermana como objeto de amor en sustitución de la madre, infiel”; “Una niñita
encuentra en el hermano mayor un sustituto del padre, quien ya no se ocupa de ella
con la ternura de los primeros años, o toma a un hermanito menor como sustituto del
bebé que en vano deseó del padre”; “Entre varios hermanos que compiten por una
hermanita más pequeña ya se presentan las situaciones de rivalidad hostil que
cobrarán significación más tarde en la vida”. La sustitución puede también operar
como función elaborativa del complejo de Edipo y del narcisismo y, por otro lado,
como función defensiva de angustias y sentimientos hostiles relacionados con los
progenitores pero desplazados sobre los hermanos.

La función defensiva del complejo fraterno se manifiesta cuando éste encubre


situaciones conflictivas no resueltas. En muchos casos sirve para eludir y desmentir la
confrontación generacional, así como para obturar las angustias. Con mucha
frecuencia, los mismos padres provocan falsos enlaces entre los complejos paterno,
materno y parental y el complejo fraterno y promueven competencias hostiles entre los
hijos: dividen para reinar. De ese modo, interceptan entre la posibilidad de construir
lazos solidarios de confraternidad entre los hermanos, para fundar entre ellos un poder
horizontal que contraste y confronte precisamente el abuso del poder vertical
detentado por los padres en la dinámica familiar. Los falsos enlaces originan múltiples
malentendidos, que se presentifican también en la mitología y en la literatura; por
ejemplo, en la obra teatral El malentendido, de Albert Camus.

El complejo fraterno ejerce una función elaborativa fundamental en la vida psíquica.


Así como el complejo de Edipo pone límite a la ilusión de omnipotencia del narcisismo,
el complejo fraterno participa en el desasimiento del poder vertical detentado por las
figuras edípicas y establece otro límite a las creencias narcisistas relacionadas con las
fantasías del “unicato”. El sujeto fijado a traumas fraternos permanece en una
atormentada rivalidad con sus semejantes, que puede llegar a cristalizarse en la
repetición tanática de “los que fracasan al triunfar”. En esta conducta no sólo actúan
las culpas edípicas no elaboradas, sino también las culpas fraternas y narcisistas, con
su necesidad de castigo consciente e inconsciente.
El complejo fraterno posee un papel estructurante y fundador en la vida anímica del
individuo, de los pueblos y de la cultura, a través de la génesis y mantenimiento de los
procesos identificatorios en el yo y en los grupos, en la constitución del superyó e ideal
del yo y en la elección del objeto de amor.

En el historial clínico “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”,


Freud revela la importancia que ejerce la rivalidad fraterna en la determinación de la
elección de objeto sexual y en el ámbito de la elección vocacional. Describe el “hacerse
a un lado” como la manifestación de una rivalidad eludida, que se relaciona con la
dinámica paradójica del doble, maravilloso y ominoso, resignificado a través del
hermano.

Dice allí Freud: “Como hasta ahora ese ‘hacerse a un lado’ no se había señalado entre
las causas de la homosexualidad, ni tampoco con relación al mecanismo de la fijación
libidinal, quiero traer a colación aquí una observación analítica similar, interesante por
una circunstancia particular. Conocí cierta vez a dos hermanos mellizos, dotados
ambos de fuertes impulsos libidinosos. Uno de ellos tenía mucha suerte con las
mujeres y mantenía innumerables relaciones con señoras y señoritas. El otro siguió al
comienzo el mismo camino, pero después se le hizo desagradable cazar en el coto
ajeno y ser confundido con aquél en ocasiones íntimas en razón de su parecido;
resolvió la dificultad convirtiéndose en homosexual. Abandonó las mujeres a su
hermano, y así ‘se hizo a un lado’ con respecto a él. Otra vez traté a un hombre joven,
artista y de disposición inequívocamente bisexual, en quien la homosexualidad se
presentó contemporánea a una perturbación en su trabajo. Huyó al mismo tiempo de
la mujeres y de su obra. El análisis, que pudo devolverle ambas, reveló que el motivo
más poderoso de las dos perturbaciones –renuncia en verdad– era el horror al padre.
Esta clase de motivación de la elección homosexual de objeto tiene que ser frecuente;
en las épocas primordiales del ser humano fue realmente así: todas las mujeres
pertenecían al padre y al jefe de la horda primordial”.

Continúa Freud: “En hermanos mellizos, ese ‘hacerse a un lado’ desempeña un


importante papel también en otros ámbitos, no sólo en la elección amorosa. Por
ejemplo, si el hermano mayor cultiva la música y goza de reconocimiento, el menor,
musicalmente más dotado, pronto interrumpe sus estudios musicales, a pesar de que
desea dedicarse a ello, y es imposible moverlo a tocar un instrumento. No es más que
un ejemplo de un hecho común y la indagación de los motivos que llevan a hacerse a
un lado, en lugar de aceptar la competencia, descubre condiciones psíquicas muy
complejas”.

En el “hacerse a un lado”, se reavivan entre los hermanos fantasías fratricidas, de


excomulgación y de gemelidad. Fantasía esta última en la cual existe un solo tiempo,
un solo espacio y una sola posibilidad para dos. Se instala así una relación donde un
hermano ejerce un excesivo control y un poder de sumisión obsesivo y perverso sobre
el otro. Al satisfacer sobre éste sus mociones agresivas se genera entre ambos un
campo perverso en el que se reactivan las rivalidades edípicas pero también las
fraternas, que no se trasponen entre sí. En cada una intervienen diferentes angustias,
sentimientos de culpabilidad y fantasías, que suelen desplegarse, en ambos hermanos,
bajo formas de protesta fraterna manifiestas y latentes.

En la protesta fraterna, uno de los hermanos manifiesta una agresión franca y un


rechazo indignado hacia otro que, según él, ostenta un lugar favorecido e injusto. No
oculta su hostilidad porque, desde la lógica de su narcisismo, la presencia del otro es
vivida como la de un rival e intruso que atenta contra la legitimidad de sus derechos y
a la vez resignifica el homo homini lupus (“hombre, lobo para el hombre”) que subyace
en la vida anímica.

En las protestas fraternas circula una amplia gama de afectos, fantasías y poderes
hostiles, no sólo desde el hermano mayor hacia el menor, ya que también éste
acumula, en el tesoro mnémico de sus afectos, una intensa rivalidad hacia el
primogénito, originada por la relación de dominio durante el período infantil entre ellos
y por los sentimientos de culpa suscitados a partir de los pactos secretos que cada hijo
establece con una o con ambas figuras parentales. Cada hermano, desde su diferente
lugar en el orden de nacimiento, porta diversas protestas fraternas.

Recuerdo el reclamo de un analizante que ocupaba el lugar “hilvanado” del hermano


menor en la constelación familiar: “Mi madre decía: ‘Al primero se lo borda, al segundo
se lo cose y al tercero se lo hilvana’”. En la observación de niños en la vida cotidiana se
comprueba que el anuncio del nacimiento de un hermano provoca una súbita,
revulsiva herida narcisista, acompañada de encarnizadas protestas y rivalidades. Una
niña de cinco años le advertía a su hermanita de dos, inmediatamente después de que
la madre les había anunciado la llegada de una nueva hermanita: “Yo voy a ser
siempre la más grande, pero vos ya no vas a ser la más chiquita”.

Una madre les anunció, a su hijo de ocho años y su hijita de dos y medio, que estaba
embarazada de un nuevo hermanito. El hijo mayor exclamó con alegría: “¡Qué suerte!
Voy a tener un hermano para jugar a la pelota”, mientras que la pequeña bajó su
mirada y enmudeció. La madre dudó si la nena había comprendido: “¿Escuchaste bien
lo que les dije? A ver, ¿qué tiene mamá en la panza?”. La niña, con voz grave,
respondió: “Un tonto”. Después, cuando fueron a la clínica a ver al hermano recién
nacido, la niña se acercó a su madre y le murmuró al oído: “¿Ya salió el hermanito?
¿Después lo ponemos adentro de vuelta?”.

* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).


Textos extractados del trabajo “El complejo fraterno y sus cuatro funciones”.

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