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CRÍTICA:

El caso Levé
JESUS FERRERO

16 OCT 2010

Es difícil saber lo que buscaba Édouard Levé al quitarse la vida días después de
entregar Suicidio a su editor. Tras leer rápidamente la novela, el editor debió de
advertir algo extraño y, no sin inquietud, le preguntó a Levé si el libro no estaba
anunciando su muerte. Levé le contestó con evasivas, pero lo cierto es que poco
después se ahorcó, dejando tras él una obra bastante unitaria y abierta a tres
dimensiones: la escritura, la fotografía y la pintura. Como fotógrafo aspiraba a una
especie de hiperrealismo existencialista. Una de sus mejores series, y que más
representa su actitud literaria y estética, es la que dedicó al pueblo francés llamado
Angoisse (angustia). A Levé no le gustaba alterar las fotografías. "Ni embellezco ni
afeo las cosas", confiesa en Autorretrato (451 Editores). Con esa disposición
fotografió Angoisse, sin aditivos de ningún tipo. La serie produce una impresión
extraña, y por efecto del mismo nombre, todo en Angoisse parece impregnado de
angustia: el bar, la iglesia, la discoteca, las zonas de recreo, el cementerio, la plaza,
la entrada y salida del pueblo con letreros que dicen angustia. Su experiencia como
pintor la resume así en Autorretrato: "Ejercí la pintura de 1991 a 1996. Pinté
quinientos cuadros, vendí unos sesenta, tengo cien almacenados, y el resto lo
quemé". Como escritor Levé no se muestra menos sorprendente y ha dejado tras él
cuatro libros: Obras, Diario, Autorretrato y Suicidio. Obras consiste en una lista de
obras posibles que no fueron realizadas: exposiciones, colecciones de museo,
posibles
  obras de teatro, fotografías, vídeos, instalaciones de todas las
características... El estilo de Levé nació con este libro escrito en un lenguaje
despojado de emociones, que va dibujando una imagen del mundo agobiantemente
desnaturalizada. Diario, su segundo libro, es también engañoso desde su mismo
título, pues se trata en realidad de un periódico donde todas las noticias
(internacionales, de sociedad, de sucesos, de economía, de deportes, de cultura, así
como los anuncios y las guías de cine, teatro y televisión) aparecen despojadas de
nombres propios. El resultado es un extraño relato, tan hiperrealista como
abstracto, de nuestro mundo, con un efecto irónico parecido al que produce su
primer libro. Después vinieron Autorretrato y Suicidio, que forman un díptico
existencial. En Autorretrato Levé configura un retrato poliédrico de su persona,
dejándose llevar por el pensamiento involuntario más que por la memoria
involuntaria. Evitando los puntos y aparte, va tejiendo un texto sobre sí mismo en el
que hierven en una misma sustancia textual pensamientos, recuerdos, deseos,
desilusiones, proyectos, frustraciones, acontecimientos, gustos, disgustos,
aseveraciones, sentencias, miedos, angustias y meditaciones. Todo lo que sería una
persona pero desde todos los ángulos, sucediéndose ininterrumpidamente hasta el
punto final. Ya pasado el ecuador de Autorretrato, Levé empieza a dar posibles
claves de interpretación de su último libro, Suicidio. Por ejemplo, en la página 90
confiesa: "Un día le dije a mi psicoanalista: 'No disfruto de lo que poseo', y me eché a
llorar". Más adelante añade: "En épocas de depresión me hago la imagen mental del
entierro que sigue a mi suicidio, hay muchos amigos, tristeza y belleza, el
acontecimiento es tan conmovedor que me entran ganas de vivirlo...". Paradójico
párrafo donde la vida significa muerte, pues se supone que sólo muertos podremos
"vivir" nuestro propio entierro. En la última página de Autorretrato, el narrador habla
de un amigo que se pegó un tiro en la cabeza, aparentemente sin justificación.
Suicidio va a versar justamente sobre ese amigo, ese suicidio, y ese mundo perdido y
vuelto a encontrar en las infinitas esquinas del recuerdo y la obsesión. El relato está
concebido en segunda persona y adquiere desde el principio un aire interrogativo y
conjetural. Levé irá enjuiciando el hecho desde diferentes planos del sentimiento y el
pensamiento, conformando un retrato muy vivo de su amigo muerto, pero ya pasada
la mitad de la narración parece claro que se produce una osmosis entre Levé y el
suicida, y que ya es Levé el que está hablando de sí mismo y de su posible muerte.
Nos hallamos ante una novela inclasificable que te deja la cabeza en una dimensión
donde lo especulado, lo deseado y lo temido parecen conformar una única
 naturaleza, casi un único destino. La vida y la obra de Levé espantan por su simetría,

su limpieza, su redondez y su crueldad de samurái. Desde Mishima no se conocía un


empeño tan definitivo en hacer de la vida y la muerte una experiencia tan acoplada a
la obra como las dos mitades de un lenguado o las dos caras de Jano.

Suicidio
Édouard Levé

Traducción de Julia Osuna Aguilar

451 Editores. Madrid, 2010

102 páginas. 14,50 euros

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de octubre de 2010

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Novela · Narrativa · Literatura · Cultura

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