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2015 | Septiembre
para ponerlos en estado de expulsar a los es- sea este), plantea la necesidad de un republi-
pañoles, sus tropas y los partidarios de la co- canismo unitario (no federalista que atomi-
rrompida España para hacerlos capaces de es- za las fuerzas político-militares) e invoca la
tablecer un imperio poderoso, con un gobier- unidad confederada de las excolonias ame-
no libre y leyes benévolas?” (Bolívar, 2015: 45). ricanas, como un salvavidas ante la agresión
imperialista.
Bolívar creía encontrar ese porvenir america-
no en la futura “Regeneración”. Romper con La Carta de Jamaica participa latentemente de
“la corrompida España”, romper con los la- una filosofía de la historia “del progreso in-
zos imperiales, con la monarquía absolutista definido del género humano” y de la filoso-
del villano (era un villano asqueroso) Fernan- fía ilustrada que propugna la impostergable
do VII, y darse un régimen republicano, eran adopción del código humanitario de los dere-
imperativos concomitantes. Bolívar no era un chos humanos y la inminente realización de la
jacobino, pero esto no le impidió creer en unas soberanía nacional. La caída de la monarquía
leyes que nos condujeran suavemente a nues- española de 1808, las abdicaciones de Bayo-
tra propia emancipación cultural, leyes que na, por virtud de las cuales los reyes españo-
debían buscar equilibrar la realidad heredada les Carlos IV y Fernando VII ceden el poder a
por la dominación feroz de tres siglos (basada Napoleón, el movimiento juntero americano,
en la intolerancia católica, en el autoritarismo los gritos de independencia en 1809 y 1810 y la
monárquico y en el prejuicio racial) con las “guerra a muerte” decretada entre americanos
nuevas virtudes ciudadanas que acompaña- y españoles, fueron episodios fundamentales
rían un proyecto educativo (no expresamente para acelerar el tempo histórico americano y
10 mencionado aquí) que se basaban en el respe- señalaron el inequívoco camino de la emanci-
to a la fe ajena, en la democracia representati- pación. La restauración al trono de Fernando
va y en la igualdad entre los hombres. VII en 1814 por las fuerzas más reaccionarias
de la Europea posnapoleónica (Klemens von
Como los hombres ilustrados de su época, Metternich, el Zar Alejandro I y el ministro
Bolívar confiaba en la Constitución política británico lord Castlereagh) no podía contrade-
como el “artefacto” civilizatorio par excellence. cir el curso natural de la historia.
Lo había sido para el abate Emmanuel-Joseph
Sieyès y el jacobino Thomas Paine en la Revo- El giro político (la politización de nuestros cuer-
lución francesa, lo había sido para Hegel en pos nacionales) no tenía vuelta atrás: “El velo
Alemania, lo había sido para los liberales es- se ha rasgado, ya hemos visto la luz, y se nos
pañoles en la Constitución de Cádiz de 1812 quiere volver a las tinieblas: se han roto las ca-
(Constitución coja, por lo demás). La Constitu- denas; ya hemos sido libres, y nuestros ene-
ción era la hoja de ruta del edificio político que migos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por
traducía los fundamentos de la racionalidad lo tanto, la América combate con despecho; y
ilustrada (Voltaire, Rousseau, La Enciclopedia) rara vez la desesperación no ha arrastrado tras
a la protección de los derechos del hombre y al sí la victoria” (Bolívar, 2015: 16).
equilibrio de poderes públicos.
Hay una extendida leyenda negra en torno a
La Carta de Jamaica esboza las condiciones de Bolívar. Hay hasta un secreto encanto en ha-
la soberanía política de nuestras naciones, blar contra él, desvirtuar sus acciones y deni-
fundamenta las razones del rechazo del mo- grar de su pensamiento. Su legado se podría,
narquismo (el absolutismo de Fernando VII conforme al pensamiento de los detractores,
o el monarquismo constitucional, cualquiera contraer a una visión apocalíptica de un cúmulo
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de ruinas que crece de la tie-
rra al cielo. Por las mismas,
o similares razones, por la
cuales en el sur de Colombia
pueden odiar a Bolívar, pue-
den amar y rendir tributo a
Manuel Canuto Restrepo.
Así como un chistoso me
aconsejó hace algunos días
“darle a leer a Santander” a
mi niña de ocho años.
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