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Compadecida, la Luna les explicó que era ella la culpable de su infortunio. Eran
estrellas muy pequeñas, que requerían crecer más para poder ser apreciadas por
el ojo humano.
Les regaló un espejo grande y les dijo cómo usarlo para poderse hacer ver.
-Cuando esté plena muévanlo hacia el planeta de los humanos y cuando más
oscuridad haya los humanos guiarán su luz hacia su espejo, -les explicó. –Si hacen
lo que les digo, serán estrellas importantes para ellos.Las estrellas agradecieron
profundamente a la Luna y han seguido su consejo hasta la actualidad. Por si fuera
poco, esta les regaló un nombre conocido por todos, usado para llamar la ocurrencia
de esa linda luz que asoma cuando la luna titila
La tortuga y el águila
Había una vez una tortuga muy inconforme con la vida que le había tocado, y que
en consecuencia no hacía otra cosa que lamentarse.
Estaba realmente harta de andar lentamente por todo el mundo, con su caparazón
a cuesta.
Su más profundo deseo era poder volar a gran velocidad y disfrutar de la tierra
desde las alturas, tal y como hacían otras criaturas.
Un día un águila la sobrevoló a muy baja altura y sin pensárselo dos veces la
tortuga le pidió que la elevara por los aires y la enseñase a volar.
La tortuga estaba maravillada con aquello. Era como si estuviese volando por sí
misma y pensó que debía estar maravillando y siendo la envidia del resto de los
animales terrestres, que siempre la miraban con cierta compasión por la lentitud
de sus desplazamientos.
-Si pudiera hacerlo por mí misma –pensó. –Águila, vi cómo vuelas, ahora déjame
hacerlo por mí misma –le pidió al ave.
Más extrañada que al inicio el águila le explicó que una tortuga no estaba hecha
para volar. No obstante, tanta fue la insistencia de la tortuga, que el águila decidió
soltarla, solo para ver cómo el animal terrestre caía a gran velocidad y se hacía
trizas contra una roca.
Ese mismo razonamiento fue hecho por el águila, que contrario a la tortuga se
sentía muy satisfecha y conforme con lo que la naturaleza le había dado.
El rico y el zapatero
Había una vez un zapatero muy laborioso, cuyo único entretenimiento era reparar
los zapatos que sus clientes le llevaban.
Sin embargo, tanto disfrutaba el hombre de su trabajo que, amén de que sólo le
alcanzaba para lo justo, cantaba de felicidad cada vez que terminaba un encargo y
con la satisfacción del deber cumplido, dormía plácidamente todos las noches.
-Venga acá buen hombre, dígame usted ¿cuánto gana al día? ¿Acaso es la riqueza
la causa de su desbordada felicidad?
-Pues mire vecino –contestó el zapatero, -por mucho que trabajo solo obtengo unas
monedas diarias para vivir con lo justo. Soy más bien pobre, por lo que la riqueza
no es motivo de nada en mi vida.
Sin embargo, las monedas hicieron que nada volviese a ser igual en la vida del
trabajador hombre.
Como ahora tenía algo muy valioso que cuidar, ya no dormía tan plácidamente, ante
el temor constante de que alguien irrumpiese para robarle.
Asimismo, por dormir mal ya no tenía las mismas energías para afrontar con ganas
el trabajo diario y mucho menos para cantar de felicidad.
Tan tediosa se volvió su vida de repente, que a los pocos días de haber recibido
dicha fortuna de su vecino acudió a devolverla.
-Vea vecino –contestó el zapatero, -antes de tener esas monedas en mi casa era
un hombre realmente feliz que cada mañana se levantaba luego de dormir
plácidamente para enfrentar con entusiasmo y energía su trabajo diario. Tan feliz
era que incluso cantaba cada vez que podía. Desde que recibí esas monedas ya
nada es igual, pues solo vivo preocupado por proteger la fortuna y ni tan siquiera
tengo tranquilidad para disfrutarla. Por tanto, gracias, pero prefiero vivir como hasta
ahora.