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PEPE MORALES, PINTOR

(1933-2018)

Por Rael Salvador

Ensenada, B.C.

En una de esas tantas tertulias, al pintor Pepe Morales lo conocí por el


escritor Sergio Gómez Montero. En la camaradería de los 90, la charla
siempre expresaba la lucidez y la fuerza de los colores, intensificando sus
formas y haciéndose del viaje para coronarse en los misterios de los olivos y
las estructuras abstractas, del sinfín de figuras y desfiguras que poblarían sus
obras.

Nacido en Córdoba (Palma del Río, 1933), desde su infancia Morales


siempre mantuvo su pasión encendida en las barricadas del arte. De joven, a
los 12 años, estudió lo oficios académicos –ingresó en la Escuela Superior de
Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, alternándola con las clases nocturnas
de la Escuela de Artes y Oficios–, obteniendo más adelante el título de
profesor de dibujo y pintura.

Toda su vida dibujando, pintando y paisajeando –España, Francia,


India, México, Nepal y Egipto–, en el lienzo de su existencia no lo quedó un
rincón que no experimentara las tendencias más atractivas para sus dominios
plásticos: abstracción y realismo, traducidos en expresionismo y surrealismo.

En su compromiso social, vale decir, creó la Asociación Sindical de


Artistas Plásticos de Córdoba. Pepe Morales es considerado como uno de los
artistas plásticos cordobeses más relevantes del siglo XX. Con motivo de sus
más de 50 años de trabajo en el mundo de arte, tuvieron lugar exposiciones
retrospectivas en el Museu Docesá de Barcelona y en Le Musée du
Montparnaesse en París con el título de “Morales, itinerario de un pintor
andaluz”.

Antropomórficos y matéricos, sus elementos suspiran en la metafísica


de lo ejemplar: las prefiguraciones, a lo largo y a lo ancho, exponen un
abanico de sueños aprehensibles, alquimias oníricas donde se da la mano con
Klee, y así recuadra un minueto que destila universos entrevistos. En esa
plataformas identifico la Etapa Negra, de los años 70, una de las más
hermosas y atrevidas reivindicaciones de lo humano, alegoría de la locura y,
por momentos, homenaje prudente a Brueghel el Viejo y al mermelado Bosco.

Su obra es un recuento de glorias y agudezas, las cuales despliegan la


invitación a la sonrisa vigilante y, a la vez, a lo incógnito de una gracia
comprometida, como si ríos de pintura demarcaran la vitalidad de un territorio
y la recuadración de una patria poética.

Ahora que las tertulias son humos que se desdibujan en los horizontes,
otros llevamos los ejemplos de los camaradas, secundando un tiempo que tuvo
el mérito de descubrir las vías por donde hoy pasa a tropel la desembocadura
de un carnaval eléctrico, sin tono ni medida, empeñado en la ilusión del
cristal… desperdiciando la sidra. ¿Qué más decir ante la magnificencia de sus
vórtices, que es el obsequio intemporal de su pintura?

Por Sergio le conocí, y ahora me corresponde ofrecer condolencias a


Berta Gómez Montero y a su familia través del escritor, su cuñado y amigo,
mucha veces su inspiración, agregando que a Pepe Morales lo recordaremos
en la belleza de cada tarde, ante su obra viva, porque cada vez que un pintor
dice adiós, el crepúsculo intensifica su partida.

raelart@hotmail.com

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