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Diario de Moscú y San Petersburgo

Francisco de Miranda
—5→
Presentación
Desde luego, si se trata de elegir entre lo numeroso, el diario que Francisco de
Miranda escribiera en el transcurso de su viaje a los Estados Unidos (1783-1784), es
materia del máximo interés. Siete años habían pasado desde la declaración de la
independencia norteamericana cuando Miranda, quien a la orden de España había
participado en la lucha contra los ingleses en Florida y contribuido por tanto a la
libertad de la nueva nación, escudriña tan singular país y se relaciona con sus notables.
Cumple sin embargo un itinerario o peregrinación que llevaría a tantos, de todo el
mundo, a tratar de entender el fenómeno de esa democracia. Si observa las leyes y
organización, en el entretexto se percibe la mirada de un «indiano» que ya allí, en su
primera salida del cascarón ibero, hace planes patrióticos.
Sin duda, los documentos, notas, registros e inmensos acopios relativos a la
excepcional presencia de este caraqueño en la Francia de 1792 y años posteriores, son
de la mayor importancia. Hacen comprender las actividades cosmopolitas de un hombre
que se siente latinoamericano. Conduce ejércitos franceses, se ve enredado en el
hervidero de las degollinas revolucionarias, prisionero en las mismas cárceles de tantos
famosos de la historia, y luego de muchas idas y vueltas, merece ser expulsado por el
«genio tenebroso» y policial de Fouché.
De por sí, las complicadas como largas y accidentadas negociaciones que Miranda
sostuvo con los ingleses a fin de interesarlos por la independencia —6→ del Nuevo
Mundo sudamericano ocupan el primer lugar en las consideraciones acerca del
Precursor. No menos, sus vínculos conspirativos con otros paisanos, así como los
planes, estudios, documentos y mensajes relativos también a la libertad de «Colombia,
alias Hispanoamérica», sueño de un país del Mississippi al Cabo de Hornos.
Apabullado entonces por lo importante o decisivo, el lector de sus diarios podría
verlos simplemente como los ejercicios de documentación de quien, mientras se
demoran sus planes, recorre el mundo en busca de informaciones y conocimientos que
hagan viable el futuro que está organizando tan minuciosamente. En efecto, inseparable
de aquél, hay un Miranda particular, el viajero (viajante se llama él en algún momento).
Sus numerosos intérpretes y biógrafos han encontrado en ellos al hombre del Siglo
de las Luces, casi un prototipo: sale a todas partes, recorre el ancho mundo para estudiar
el libro de la naturaleza humana en sus costumbres y formas políticas (qué se enseña y
cómo, de qué forma se organizan los ejércitos y hospitales, las maneras de fomentar la
agricultura). Igualmente ha sido hallado como un protorromántico, abrasado por el
naciente ideal nacionalista. Señala por cierto Fernando Paz Castillo que en la lengua
española Miranda fue el primero en usar la palabra «romántico». La consiguió, como
era de esperarse, ante un paisaje alemán, en las cercanías de Münster, el año 1788. «El
camino va siempre por un valle continuo y formado por montañas elevadas de peñascos
románticos si los hay». Otra vez: los montes y las rocas son tan elevados y de tan
románticas formas, que parecen unos grandísimos muros de peña viva en una sola
pieza».
Viajero entonces, por ejemplo, Prusia, Italia, Suiza, Grecia, Turquía, Bélgica,
Holanda, los países nórdicos estuvieron dentro de sus recorridos y quedaron
consignados en sus «diarios». Fue por todas —7→ partes y, lejísimos, llegó el 7 de
octubre de 1786 a la Rusia de Catalina la Grande, a quien conoce el 14 de febrero del
año siguiente, de cuyo séquito pasa a formar parte inmediatamente como «Coronel de
Miranda, americano del Sur». Protegido por la zarina recorrerá el país -del Mar Negro a
Petersburgo-, del que saldrá el 6 de septiembre de 1787, no menos amparado por un
pasaporte que habría de librarlo de la persecución española, reino que lo tenía entre sus
peores enemigos. Picón Salas y sus demás biógrafos se complacen en recordar cómo la
mano larga de la emperatriz se extiende cuando Miranda prosigue su periplo europeo y
los diplomáticos rusos en Occidente lo tratan como a alguien propio. También en Rusia,
primero que a Catalina, cuenta con la incondicionalidad de Potemkin, cuyo nombre
retiene la memoria actual gracias a la magistral película de Eisenstein.
Munido de semejantes padrinos no es raro entonces que en los diarios llevados por
Miranda en Rusia se mencione a cada paso a sus gentiles protectores y que se abran a su
paso las puertas de la nobleza, las embajadas, monasterios y jerarquías. Se aloja en sus
casas, incluso le brindan en ciertas ocasiones las mejores habitaciones, que el viajero
describe; lo sientan a sus mesas -hubo una vez un banquete señorial de ciento treinta
puestos; en una comida con la emperatriz, de selectos sesenta invitados, el coronel
recibió manjares servidos por la propia soberana-; lo pasean por sus jardines y lo dejan
circular por sus palacios, iglesias, colegios, hospitales y cárceles. Monta a las torres
para ver los grandes panoramas y no se fatiga cuando le descubren archivos y tesoros:
retiene si estaban limpios y ordenados. Rigurosamente anota en cada oportunidad el
número de alumnos, contingentes y obras de arte acumuladas: —8→ una implacable
«contabilidad» científica o racionalista.
El criollo caraqueño, cuyo padre, un comerciante canario, no pudo lucir insignias
militares porque la oligarquía nativa se lo impidió, se codea en Europa y en Rusia con
príncipes y nobles. El historiador Salcedo-Bastardo, entre otros, ha acopiado la lista de
estas relaciones: desde Jorge Washington a Napoleón Bonaparte, quien le dedica una
frase histórica; Gibbon, el músico Haydn, hasta Federico II y hay que parar de contar.
Acaso de estos vínculos pudieran alegarse varias explicaciones imaginativas más
que históricas en el sentido de los historiadores de oficio. Para unos, sería como la
doctrina del snobismo del que Marcel Proust fue campeón: el sine nobilitate u hombre
privado de sangre azul, fascinado por las maneras y aparato de los grandes. O la
interpretación de un autor español para quien toda esa energía social de Miranda se
razona mediante el resentimiento que venga humillaciones paternas. Algo así como
tratar de explicarse las acusaciones de Bartolomé de las Casas contra la crueldad
conquistadora por causa de su déficit de «cristiano nuevo». Se enseña también que
Miranda se codeaba con los nobles de cuna valido del revolucionario derecho a
«figurar» en razón de sus méritos personales. Esta doctrina podría ser completada con
calas stendhalianas: el héroe novelesco de Rojo y negro sabe lo que vale y que es tan
igual o mejor que sus superiores en una escala que comenzaba a rodarse.
Sin embargo, se lo considera «conde» y viste galas militares. Apenas si era un
oficial del ejército español, con servicios en el norte de África y en el Caribe, cuya
deserción habría acabado por transformarlo en «monstruo» para ese reino. Veinte años
duraron las acusaciones españolas en su contra antes de ser «absuelto» de los cargos. La
singular —9→ atención de Josefina Rodríguez de Alonso, cuya tarea se debe la
nueva y ordenada edición del Archivo de Miranda (Colombeia), apunta que en Turquía
se le expidió pasaporte con ese título, que en la época nadie se ocupaba de investigar la
procedencia y que vistió de militar en Rusia para poder ir adecuadamente en la caravana
triunfal con la que Potemkin asegurarla el dominio zarista sobre Crimea.
Hasta Rusia lo persigue el poder español, aprovechándose de lo del uniforme y la
falsa nobleza. En lo que pudo ser un incidente diplomático, obtiene el favor de la zarina,
ocasión de no pocas leyendas amorosas. Cruce de realidades y ficciones, el ficticio don
Juan de Lord Byron también viaja en el poema hasta estas tierras y se convierte en
favorito de Catalina. En Rusia, como en todas partes, sus diarios registran abundantes
referencias a un activo Eros de ocasión. Que lo tuviera es común a todas las épocas
humanas, que lo manifieste como un registro más de sus anotaciones diarias pone las
cosas en la perspectiva de un siglo que ha dejado tantas leyendas y tanta literatura al
respecto. Picón Salas lo compara con Casanova y Cagliostro, igualmente amantes
legendarios. Desde luego su personalidad ha debido ser «seductora» como su porte,
cultura, desempeño y habilidades sociales dentro de núcleos acostumbrados a acoger a
individualidades talentosas, capaces de valerse por sí mismas, sin lugar a dudas, dotadas
de «genio». No hay que insistir en las lógicas diferencias con aquellos históricos y
legendarios personajes y en las concomitancias de épocas, como no sea para observar
de qué manera registra también, con toda puntualidad, los nombres de quienes le invitan
a cenar, lo que le costó el transporte y el té en una posada. Conserva asimismo las
esquelas, cartas, tarjetas de visitas, todo con un pasmoso rigor «objetivo» —10→ que
sin muchos esfuerzos de imaginación se consigue también en novelas de ese tiempo y
hasta no hace mucho se estilaban entre ricos y clases medias.
En este sentido, los diarios de Miranda lo son en la acepción literal: lo que pasa
cada día (a quién vio, dónde), los incidentes menudos, jamás los diarios entendidos de
manera «subjetiva», los de las penas del alma, los sufrimientos del héroe sometido a
pruebas, las anotaciones del «creador» atormentado por la página en blanco. Mario
Sánchez Barba, quien ha estudiado el «estilo» literario de Miranda y defiende que la
literatura no debe ser reducida a lo meramente estético, detecta que se trata de un
«gigantesco monumento a la monotonía». Dice que ofrece un no menos «gigantesco
espejo» que refleja «la serie de actitudes que pueden encontrarse entre sociedades reales
y sociedades imaginarias».
De hecho, el lector moderno de lo literario, el que ha conocido los diarios de
Amiel, los hermanos Goncourt, o los de Kafka, observa inmediatamente que los de
Miranda no son mosaicos de impresiones, relaciones del yo y otras peculiaridades que
la estética de la palabra y el ego conocen desde Rousseau. Monocordes, carentes de
desahogos, incluso faltos de «escritura», hasta privados de acción, son la vida cotidiana
de quien todo lo visita y husmea. «De todos estos capitales defectos, es uno de los
mejores edificios que puedan verse en el mundo entero y merecen la atención de
cualquier viajero instruido», dice Miranda a propósito de un monumento ruso.
«Ocupado todo el día y noche en parte, en escribir en mi diario aquellos pedazos que la
celeridad de las marchas y mis enfermedades, me han obligado a conservar en minutas
solamente», registra antes de su arribo a la corte de la zarina. En el trayecto de Moscú a
San Petersburgo -entre el 11 de mayo y el 6 de septiembre de 1787- apenas se queja una
vez de melancolía —11→ y otra de dolores de espalda, cuando en Turquía sus
constantes malestares de cabeza le valieron una peculiar receta de purgantes.
Miranda entiende entonces por diario una minuta o un memorándum. Sabía de los
otros puesto que estando en Rusia lee las ingeniosas páginas del Viaje sentimental de
Sterne. A lo mejor tal concepto del «género» pueda ser comparado con lo escrito por
August von Platen, igualmente objetivo. «Por ver la casa en que nació Shakespeare, 1
chelín; por ver su tumba, 1 chelín», registró con idéntica minucia el futuro presidente
norteamericano Thomas Jefferson cuando, por la misma época, visitaba Inglaterra y
como casi todos los viajeros de entonces cultivaba el «género» del diario siguiendo el
mismo patrón estilístico. Si se piensa en lo literario, ciertas páginas de los registros
objetivos de Goethe en Italia se le parecen. «Escribiendo todo el día hasta medianoche,
a razón de siete u ocho pliegos por día», anota cierta vez y en varias dice que no ha
salido de casa para poder llevar sus diarios. Llega, por caso, a confundir las fechas en
una ocasión, pero la prisa le impide detenerse. Señala lo que va leyendo sobre el país y
pide libros a sus contertulios. La edición original de su Archivo está llena de esas
abreviaturas peculiares de los escritos antiguos, así como de asteriscos y notas a pie de
página con las que redondea lo que ya pasó y se le había escapado. Desde luego, usa
expresiones populares españolas y el tono «objetivo» de la anotación con frecuencia
elude posibilidades de humor y paradoja, atractivo y brillantez por los que solemos
acercarnos a los diarios famosos. Faltan, aunque no están del todo ausentes, esos
párrafos de suprema captación que fulguran en los diarios ejemplares. Así, de la
bellísima y turística Petersburgo, tan apta para las descripciones y las emociones, no
sobresale el relato de —12→ su traza. Desde luego, agradecido por las gentilezas de
sus anfitriones, que incluso quieren retenerlo en Rusia, su contacto con la superficie de
tal sociedad «liberal» le impide ver la profundidad del despotismo. De semejante error
de paralaje sufrió también Voltaire cuando frecuentó a los grandes. Como en Estados
Unidos el hombre de la independencia mira con malos ojos la rusticidad democrática y
no vacila en tener un siervo negro. Desde luego, como ha pasado con Bolívar, hay un
«culto» a Miranda, es decir, hay una oratoria y una beatería; se han dado los
hagiógrafos y los detractores. Verlo así, entre la proporción de sus proyectos y sus
páginas menudas no debería parecer un irrespeto. Acaso el problema es que Miranda
sea frecuentado exclusivamente con fines históricos o pedagógicos, que la relación con
sus escritos sea asunto de especialistas e historiadores profesionales, de exégetas y
cultores, cuando caben otros acercamientos. Para el lector común, el que llega a la
historia, a las biografías y a los documentos personales por puro gusto y los consigue
más curiosos si son de un paisano de tamaño, no hay manera de omitir las singulares
peripecias de sus viajes y, desde luego, la aventura de este andariego, peculiarísimo
latinoamericano, de los pocos en tener semejantes proezas mundanas y cosmopolitas.
Óscar Rodríguez Ortiz

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 Los poderes sexuales de Miranda y su influjo sobre

Catalina La Grande

 Por: José Sant Roz | Sábado, 15/09/2007 08:49 AM | Versión para


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 Miranda tenía 36 años. Dominaba el inglés y el francés perfectamente, y
estaba estudiando con ahínco griego, latín y hasta ruso. Llevaba consigo una
descomunal biblioteca en varios idiomas, y también un laboratorio para
realizar pequeños experimentos. Puede decirse que era también botánico,
geólogo, matemático, medio alquimista, físico, geógrafo y un
experimentado amante que coleccionaba pelos de pubis en pequeños nichos
cristal. Probablemente no se conocía en su siglo a un hombre que hubiese
conocido mejor los gustos de las mujeres en la cama como él. Hay parte de
su diario que hasta hoy día no ha sido publicado (el historiador William
Spence Robertson sostiene que es realmente impublicable) por lo crudo y
revelador de sus hazañas en relación con sus experimentos con la verdad
del sexo. Probablemente en su laboratorio ambulante llevase toda clase de
elementos para analizar con sumo detalle la variedad de rarezas que
adornan a las mujeres. Por este motivo, su conocimiento profundo del bello
sexo, sus gustos y placeres, causaba en las mujeres una extraordinaria
curiosidad por el personaje y a poco de conocerle quedaban prendadas y
sujetas a su influjo.

Para desenvolverse en las cortes le bastaba con dominar el francés, pero


siempre trataba de conocer las lenguas del país nativo por el que pasaba,
porque su mayor interés era tratar a las mujeres de cada región y saber qué
sentían y qué pensaban de su encuentro con él. En su viaje a Rusia, iba
provisto de un pasaporte que le dio el ministro de Austria en
Constantinopla, y como no tenía pizca de tonto se encasquetó el título de
“conde de Miranda”. Seguramente se dijo a sí mismo, que para ser conde lo
que hacía falta era tener presencia, y a él le sobraban títulos, educación,
buen gusto para serlo. Además, ¿cuándo un hijo de la América española se
había internado en esos mundos? Con una gran preparación moral e
intelectual llegó a Rusia. Pasó unas semanas en una casa a orillas del río
Dnieper, y luego prosiguió viaje a Kherson. Pronto lo encontramos
visitando la mansión del conquistador de la península de Crimea, Gregorio
Potemkin, convertido en príncipe de Táuride. Gregorio Potemkin era tuerto,
pero miraba mucho mejor que todos sus pares e inmediatamente ordenó
que a Miranda se le tributaran honores de ciudadano del mundo. El 31 de
diciembre de 1786 fue escoltado hasta la residencia de Potemkin, honorario
de la emperatriz Catalina II. Miranda pidió que le mostraran un cuadro de
la emperatriz y lo estuvo mirando fijamente hasta que Potemkin
impresionado por la serenidad y los conocimientos de aquel venezolano le
dijo que cometería un crimen imperdonable si no iba hasta Kiev y conocía
personalmente a la Monarca. ¿Qué estaría pasando por la cabeza de
Miranda mientras analizaba aquel cuadro? Yo creo que Freud, Jung y
Wilhem Reich, en cuanto a bucear en el sexo, comparados con Miranda eran
todos unos niñitos de pecho.

“Vamos, visite Crimen -le dijo el príncipe- que Catalina II realiza una gira
triunfal por la región meridional de su imperio.” En enero de 1787, en
compañía del príncipe tuerto Gregorio Potemkin atravesó las estepas rusas
y estuvo en Inkerman y Sebastopol. En Kiev Miranda concurrió a una misa
celebrada de acuerdo con el rito griego, y luego estuvo frente a frente a la
notabilísima Gran Catalina que contaba a la sazón 58 años de edad. Con su
penetrante mirada la analizó completamente. La emperatriz que era de baja
estatura y gruesa, quedó extrañamente prendada de aquel avasallante
personaje y le ofreció graciosamente su mano para que la besara. Luego la
zarina le invitó a su mesa, y hablaron largamente sobre la América española
y sobre la Inquisición.

En el alojamiento de la condesa Branicki, la emperatriz interrogó a Miranda


sobre muchos temas. Seguramente, con la debida confianza Miranda pudo
tomarle el pulso de sus pasiones y analizarle su carácter. El venezolano
entonces le dijo que se proponía hacer el largo viaje hasta Moscú, ella le
contestó que no permitiría que se ausentara de Kiev en esa estación, porque
se consideraba peligroso el cruce de los ríos. Fue entonces cuando Miranda
escribió en su diario: “este acto de su buen corazón, hizo tanta impresión en
el mío, de terneza y agradecimiento, que no podré olvidarlo jamás”. Con
motivo de otra recepción él volvió a conversar con ella y escribió: “Me
preguntó S.M. varias cosas durante el juego, a cerca de nuestra América, de
los jesuitas, de las Lenguas, de los Naturales del país etc… y me dixo como
la Corte de Madrid le avia negado estas noticias (diciendo que era el secreto
del estado) para formar un Diccionario que quería publicar de todas las
Lenguas conocidas”. La Emperatriz le interrogó también sobre las
antigüedades de Grecia e Italia. De aquí -agrega- descendimos al estado de
las artes en España, célebres pinturas que debía haber en los Palacios del
Rey, Autos de Fé, y la antigüedad de Granada…¨ Miranda tomó nota “….la
bondad de su Corazón, humanidad, instrucción y nobles sentimientos de su
espíritu….¨

Sin duda que el Precursor se había ganado el corazón de la Emperatriz,


porque todo en la corte observaron el enorme favor que le dispensaba en
todo la caprichosa soberana. En su diario también apunta que el conde de
Ségur juzgó halagüeña su recepción y le calificó de “gran Cortesano”.

Ahora tomo nota del libro de William Spence Robertson sobre Miranda:
“Poco después de regresar Miranda a Kiev, advirtió que Catalina II le
miraba con no poco favor. Su chambelán le sugirió que no regresara nunca a
las posesiones españolas y que se quedara en Rusia. Después de referirse a
una partida de whist que jugó mientras estaba en el alojamiento del conde
de Branicki, Miranda expresa lo siguiente en su diario: “Mamonov me hizo
sentar junto á el con mil cariños…. Y concluido el juego me llamó a parte, y
dixo que la emperatriz, le avia encargado me significase que queria que io
me quedase con ellos, pues temia que en mi Pais no me trataran bien etc…
io le respondi que nadie seguramente que amaba mas á la emperatriz que
io, ni era mas sensible a su Real bondad; mas que me allava en tales
circunstancias en el dia, que hacian la Cosa casi imposible….que finalmente
io se la comunicaria baxo inviolable secreto, para que informase á S.M. y
que haria lo que a ella le pareciese justo… El príncipe Potemkin informó a
Miranda que cuando la emperatriz se enteró que podñia ser víctima de la
Inquisición si regresaba a su tierra natal, “habló de su persona con ternura
de madre”. Aunque los propósitos que acariciaba Miranda con respecto a la
América española le impulsaron a declinar un ofrecimiento tentador de
entrar al servicio de Rusia, el conde Mamonov le informó que su imperial
ama le daría su protección “en todas partes del mundo”. Miranda sugirió
entonces, que para estimular la realización de su obra, le vendría muy bien a
fin de emplearla en caso de necesidad, una letra de crédito de 10.000 rublos.
Parece que, audazmente, esbozó sus ideas revolucionarias a la zarina. En un
articulo que ayudó a redactar para la prensa muchos años después, declaró
haber revelado sus ideas sobre su tierra natal a Catalina II, la cual, según
dicen, manifestó el más vivo interés por la realización de su proyecto y le
aseguró, en caso de que triunfara, que sería la primera en apoyar la
independencia de la América del Sur. Normandes, el ministro de España en
Rusia, escribió a Madrid y declaró que Miranda gozaba de alto favor ante
Potemkin y la emperatriz, más que cualquier otro forastero que se
encontrase en la corte rusa.”
Continúo documentándome en el trabajo de William Spence Robertson:
Miranda residió alrededor de tres meses en San Petersburgo. Por medio de
sus cartas de introducción, conoció a muchas personas distinguidas. Dice en
su diario que en la biblioteca de la academia de las Ciencias le permitieron
examinar el proyecto, redactado por Catalina, de un código para Rusia.
Después de visitar las fortificaciones de Kronstadt, escribió con entusiasmo
en su diario que allí debería erigirse una estatua colosal de Pedro I. Fue
invitado a una serie de comidas y recepciones, en la capital, que acaso
superaron a todas las fiestas a las cuales había asistido hasta entonces. Entre
las residencias imperiales que visitó figuran el agradable palacio de
Tzarkoie-Selo, el llamado “Ermitage”, y el magnífico Palacio de Invierno.
Entre tanto la zarina había regresado a la capital, y allí dio audiencia a
Miranda. En su diario, alega Miranda que en cierta oportunidad, mientras
Catalina se dirigía a misa, le dijo en voz baja que le protegería contra las
intrigas españolas. A principios de agosto, escribió que Mecanaz había ya
repetido su pedido de que se le entregara a España, pero Bezborodko le
había dado la misma respuesta que en julio, es decir, que “S.M. me avia
acordado su protección y la estima que me profesava era personal, y no por
rangos, ni titulos,- me dijo asi mismo que la emperatriz esta mañana le avia
ordenado que me diese Cartas mui expresivas, y de fuerte recomendación,
para todos sus Ministros en paises extranjeros que me protejieran, prestasen
auxilio en su nombre &c… y que si io huviese de necesitár alguna cosa mas
que le avisase- si volvía aquí seria siempre mui bien recivido.- y que si
pensara venir a establecerme en Rusia, que me darñia un acomodo
ventajoso con sumo gusto &c. &c.”

El conde de Bezborodko le informó a Miranda por esta época que estaba


convencido del cariño que le tenía la zarina, de su celo y que estaba
dispuesta a recibirlo en cualquier momento que él lo considerase
conveniente, Su Majestad Imperial le autorizaba a Miranda a vestir el
uniforme de sus ejércitos, y proveyó de una carta circular a los ministros de
Rusia en Viena, París, Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y
Nápoles, en que les ordenaba en caso de necesidad, prestar la imperial
ayuda y protección al portador. También se le confió una carta secreta del
conde de Bezborodko a los ministros Rusos de Berlín, Nápoles y Viena, que
dice lo siguiente: “El conde Miranda, coronel al servicio de Su Majestad
católica, habiendo llegado a Kiev durante la estada de la emperatriz en ésa,
tuvo el honor de ser presentado a Su Majestad Imperial y de conciliarse por
sus méritos y cualidades distinguidas – y entre otras cosas por los
conocimientos que ha adquirido por sus viajes en los distintos continentes
del globo- el sufragio de nuestra Augusta Soberana.

“Su Majestad Imperial, queriendo dar al Sr. Miranda una prueba señalada
de su estima y del interés particular que por ñel se toma, ordena a V.E.,
cuando reciba la presenta carta de mi parte, tributar a este oficial una
acogida conforme al aprecio que Ella misma tiene por su persona,
testimoniarle todos los cuidados y todas las atenciones posibles,
acordándole su asistencia y protección cada vez que la necesite y quiera él
mismo recurrir a ella, y, finalmente, ofrecerla cuando venga el caso, su
propia casa como asilo.

“La Emperatriz al recomendar a Vd., Señor, este Coronel, de un modo tan


distinguido, ha querido demostrar hasta que punto siente cariño por el
mérito, dondequiera lo encuentre y que en un título infalible, ante ella, para
poder aspirar la preferencia a sus bondades y su alta protección, consiste en
poseer tantos –méritos- como el Sr. Conde de Miranda.”

Después de llegar a San Petersburgo el ministro español Normandes, las


intrigas contra el “criminal de estado” parecen haber declinado. En un
despacho fechado el 9 de agosto de 1787, el conde Cobentzel informó a
Viena que Miranda vivía en la intimidad de los diplomáticos extranjeros, así
como de la Corte rusa. “Es un hombre de temperamento grosero y vastos
conocimientos-decía Cobentzel-, que habla muy libremente de todo, pero
denuncia particularmente a la Inquisición, al gobierno de España, al Rey y al
Príncipe de Asturias. Hace muchas alusiones ofensivas a la ignorancia
española.”

En aquellos días, el conde Bezborodko aconsejó enfáticamente a Miranda


que desconfiara de los españoles, y le envió una letra de crédito sobre el
banquero inglés de la zarina, por valor de dos mil ducados. El beneficiario
tomó nota de que había pedido diez mil rublos y cuando se quejó y declaró
que necesitaba en total dos mil libras, el conde le aseguró que se le daría
todo el oro que deseara. Además se le concedió el derecho de llevar el
uniforme de coronel de un regimiento cuyo jefe era el príncipe Potemkin. En
vísperas de su partida de la capital, Miranda dirigió una carta muy
diplomática a la zarina; agradecía las numerosas gentilezas que había tenido
con él y le declaraba serle profundamente adicto, agregando que
“Únicamente un grande y tan interesante objeto como el que me ocupa
actualmente, sería capaz de hacerme diferir el grato y dulce placer de poder
por mis servicios satisfacer en parte lo que debo a la benevolencia de V.M. y
de compartir con sus súbditos las ventajas preciosas e inestimables que la
Sociedad goza bajo su ilustre y glorioso reinado”. Decíale además que la
“Carta de Crédito que V.M. ha tenido a bien agregar todavía, será
juiciosamente empleada.”

Tres días después Miranda acusó recibo formalmente de letras de crédito


del gobierno ruso por valor de dos mil libras. El dilema que se había
planteado a los ministros imperiales fue certeramente pintado por el conde
de Ségur: “No se atreven a hablar contra el viajero a la Emperatriz, que lo
protege y persiste en la creencia de que es inocente y oprimido”.

…Otros puntos de vista sobre la estada de Miranda en Rusia se encuentran


en los siguientes extractos de una carta escrita desde San Petersburgo, por
su amigo íntimo el sabio doctor Guthrie, cirujano inglés que estaba al
servicio de la Emperatriz, y dirigida al doctor Duncan de Edimburgo:

“Permítame presentarle a un viajero sumamente liberal e ilustrado, de la


parte del globo que Vd. Menos esperaría: a un noble mexicano que, a pesar
de todas las góticas barreras impuestas al conocimiento que puede inventar
el Santo Tribunal, ha encontrado medios secretos de adquirirlo, y ahora
viaja para instruirse más. También, es difícil descubrir en que rama de la
cultura antigua o moderna puede ser incompetente. El conde de Miranda se
propone poner término en Edimburgo, a su gira por Europa, las Américas
del Norte y del Sur y una parte de Africa, y creo que pocos han
aprovechado tanto sus viajes.

“Vino al Imperio, vía Kherson, desde Constantinopla, y después de visitar la


Crimea con el príncipe Potemkin, nuestro primer ministro, acompañó a la
Emperatriz en su famoso viaje. Esta inteligente dama pronto distinguió al
conde entre el amplio grupo de nobles extranjeros que ha acudido a Kiev
por el placer de verla, y las señaladas distinciones de que le hizo objeto
honran igualmente a ambos. Sólo lamento que todas las atenciones del
Norte no le puedan inducir a quedarse con nosotros. Creo que el
temperamento del conde, más crítico que erudito, lo ha alzado por encima
de la mezquina y obscura política que durante tanto tiempo ocultó a los ojos
del Viejo Mundo la mejor parte del Nuevo, pues contesta al historiador, al
filósofo o al naturalista todas las preguntas que pueden arrojar luz sobre sus
respectivas investigaciones. Esto ha llamado la atención, incluso a las testas
coronadas, en el mismo sentido porque nuestra Gran Señora ha estado
bromeando con el acerca de las llamas de la Inquisición y aun le ha invitado
a quedarse en Rusia, honor que rara vez se confiere a un oficial, por
distinguido que sea.

“El Rey de Polonia tuvo también la idea de conocerle durante su último


viaje, y le hizo proposiciones similares; en resumidas cuentas, parece que
todos los amantes y protectores de las letras se interesan por el primer
sudamericano completamente ilustrado que ha llegado a Europa. Ruego a
Vd. Le presente a todos sus sabios amigos y le dé oportunidad de asistir a
las asambleas de las sociedades médicas y otras, con el objeto de permitirle
juzgar el progreso del enjambre de inteligentes estudiosos que
constantemente se encuentra en Edimburgo, desde que la universidad y
otras cátedras han sido ocupadas por maestros ilustres. Tales son las
atracciones que busca Miranda, y no el brillo de las Cortes y las distinciones
de rango que elude en la medida que lo permite la decencia, en la
persecución de su gran objeto, por el cual parece sentir una insaciable sed.”

….Envuelto en un pedazo de papel que lleva el nombre de una hermosa


dama, puede encontrarse también en los manuscritos de Miranda un rizo
rubio que otrora adornó la frente de una amada sueca.

Indudablemente fue pedido al Ministro de Suecia en San Petersburgo un


informe referente al turista, que envió a su gobierno. Su veredicto era que
Miranda “era un hombre de raro talento, lleno de información, dotado de
grandes energías y elocuencia, pero de temperamento imprudente y
violento, y de una sorprendente grosería de modales, que se manifiesta en
todas las circunstancias.”

Nunca hubo un venezolano más universal que don Francisco de Miranda,


realmente gloria del mundo y de todos los revolucionarios del planeta.

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