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Filosofía del Lenguaje

2.2 Lenguaje y Lógica

2.2.1. Teoría del significado del Empirismo Lógico

[Nota histórica. El Círculo de Viena fue un movimiento intelectual creado en 1929 en torno a la
universidad de Viena y que desarrolló su actividad en el contexto de los años 1929 a 1936, un
periodo inquietante en la historia europea que desembocó en el ascenso del fascismo y,
consiguientemente, en la II Guerra Mundial. En ese ambiente, un grupo de intelectuales,
científicos y filósofos quisieron defender la racionalidad del pensamiento científico no sólo
frente a otras ideologías más oscuras, sino también frente a la forma de pensamiento y de
discurso que caracterizaba a la metafísica más tradicional. Intentaron además revisar el
empirismo clásico a la luz de los avances contemporáneos en las ciencias formales y físicas. A
su rechazo a aceptar la existencia de verdades sintéticas a priori unieron la defensa de su
concepción logicista de las matemáticas y se propusieron regimentar las teorías científicas
mediante el análisis lógico y el recurso a las herramientas de la lógica formal. Defendieron que
la tarea de la filosofía era llevar a cabo ese estudio “de segundo orden” del lenguaje de las
ciencias, y formularon un criterio empirista de significación que va a ser aquí objeto de atención
preferente. - Tras la victoria del nacional-socialismo en Alemania y la anexión de Austria, los
miembros del Círculo de Viena sufrieron una persecución política que incluyó la clausura de su
revista, Erkenntnis, y la calificación de su pensamiento de “degenerado”. La mayoría de sus
miembros se exiliaron y esta diáspora llevó en particular a R. Carnap, físico de formación y
líder intelectual del movimiento, a los Estados Unidos, donde continuó desarrollando su trabajo.
Otras importantes figuras fueron el físico M. Schlick, el matemático H. Hahn, el también físico
P. Frank, el sociólogo O. Neurath, el filósofo V. Kraft o más tarde algunos discípulos de ellos
como F. Waismann, H. Feigl o K. Gödel. El Círculo tuvo contacto también con la Sociedad de
Filosofía Científica de Berlín y atrajo a otros discípulos, como C. Hempel (Berlín), J. Ayer
(Reino Unido) o W.V.O. Quine (Estados Unidos). Es habitual referirse a su filosofía incluyendo
en ella el trabajo desarrollado por sus miembros en los años 50, 60 y 70 del siglo XX, alejados
ya todos ellos del entorno de la universidad de Viena y en el exilio. Contemporáneamente, su
herencia ha quedado recogida en el movimiento de filosofía de la ciencia que se conoce como la
Concepción Estructuralista (cuidado, nada que ver con el Estructuralismo en ciencias sociales). -
Mientras el Círculo estuvo activo, numerosos simpatizantes participaban en sus actividades.
Entre ellos estuvieron K. Popper (que influyó decisivamente al formular su principio
falsacionista), A. Tarski y también muy tempranamente L. Wittgenstein, que asistió a algunas
de las primeras sesiones del Círculo y por un breve espacio de tiempo parece haber defendido
alguna versión del principio verificacionista. Las intervenciones de Wittgenstein, con la
intención de reflejar su progresivo cambio de ideas y su alejamiento de las tesis del Tractatus y
del Empirismo Lógico (como los miembros del Círculo llamaron a su filosofía), fueron
recogidos por Waismann y publicadas bastante después, en 1965. A pesar de algunas
declaraciones de Carnap, y de la aproximación breve por parte de Wittgenstein al principio
verificacionista, su influencia efectiva tuvo que ver, sobre todo, con la posibilidad de hacer del
análisis lógico del lenguaje el método que mostrara la falta de significado del discurso
metafísico.]

Tesis fundamentales

Es posible destacar tres tesis fundamentales y comunes a los representantes del Empirismo
Lógico, que aparecen ya (aunque no en su versión final) en la declaración programática del
Círculo.

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En primer lugar, la convicción de que no hay verdades sintéticas a priori. Como consecuencia
de ello, sólo dos tipos de enunciados tienen significado pleno: los enunciados analíticos y los
enunciados sintéticos. Son enunciados analíticos aquéllos que resultan verdaderos en razón
únicamente de cómo sea el lenguaje (ya sea por el significado de los términos que los
componen, o ya sea por los principios o reglas de la lógica que incorpora el lenguaje). De
acuerdo con la concepción logicista del Empirismo Lógico, las verdades lógicas y las verdades
matemáticas serían enunciados de este tipo. Son enunciados sintéticos aquéllos por medio de los
cuales se expresa nuestro conocimiento empírico del mundo. Y es para este segundo tipo de
enunciados para los que podía formularse la segunda tesis, en la forma de un criterio empirista
de significación. En síntesis, y de acuerdo con este criterio, sólo tienen significado o contenido
empírico los enunciados de observación, o los enunciados de los que es posible inferir, por
medio de una lógica deductiva, enunciados de observación. (Esta es la versión final del criterio,
aunque más abajo comentamos algunas discusiones previas a su formulación definitiva). La
tercera tesis se refiere al análisis lógico como tarea de la filosofía. Establecer qué enunciados
sintéticos son verdaderos sólo lo pueden hacer las ciencias particulares. La filosofía puede ser, y
se precisa que sea, el estudio de segundo orden que lleve a cabo un análisis lógico del lenguaje
científico (básicamente, un lenguaje de primer orden), regimentando sus enunciados (por
ejemplo, mostrando cómo se justifican empíricamente o cómo están conectados entre sí por
medio de inferencias lógico-deductivas) y sus conceptos (por ejemplo, reconstruyendo
definiciones de los términos teóricos a partir de otros términos de observación más básicos).
Para llevar a cabo esta tarea, la filosofía podía hacer uso de las herramientas de la lógica formal
y de un lenguaje fisicalista, es decir, un lenguaje materialista que hable de objetos materiales y
sus propiedades observables.

El criterio empirista de significación

El criterio empirista de significación está unido a una posición genéricamente empirista en


epistemología (lo que se llama empirismo epistemológico), y afirma además una tesis de
semántica empirista (lo que se denomina empirismo semántico). De acuerdo con el empirismo
epistémológico, todo el conocimiento se justifica a partir de la experiencia, es decir, de lo dado
con la observación. El empirismo semántico consiste en la afirmación de que el significado o
contenido empírico de un enunciado puede identificarse con lo que cuenta como confirmación
empírica del enunciado –con su método de confirmación, entendiendo esta confirmación en un
sentido amplio como corroboración (una cuestión de grado) o refutación (también una cuestión
de grado) a partir de las observaciones. Esta es la tesis que viene a expresar, tras sucesivas
reformulaciones, el criterio empirista de significación. El Empirismo Lógico se caracterizó por
ser empirismo epistemológico y empirismo semántico, pero además por su atomismo: en la
aplicación del criterio empirista de significación, se consideró que era cada enunciado, tomado
individualmente, el que podía someterse a esa confirmación. Es decir, cada enunciado con
significado o contenido empírico podía mostrarse que era o bien un enunciado de observación, o
bien un enunciado del que podían extraerse, como consecuencias lógico-deductivas, otros
enunciados de observación.

En su primera formulación, empero, el criterio empirista de significación para los enunciados


del lenguaje científico adoptó la forma de un criterio verificacionista. (Durante esta primera
etapa, pero sólo en ella, el movimiento se autodenominó Positivismo Lógico, una denominación
que sus propios miembros prefirieron abandonar a favor de la de Empirismo Lógico cuando
abandonaron ese primer verificacionismo). De acuerdo con el criterio verificacionista de
significación, un enunciado tenía significado o contenido empírico si, y sólo si, era verificable;
y, en ese caso, su significado podía identificarse con su método de verificación. Que el
enunciado fuera verificable quería decir que tenía que poderse llegar a establecer, de manera
definitiva, su verdad o falsedad.

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Este criterio o principio verificacionista expresaba una conexión entre el significado de un


enunciado y el procedimiento que permite aceptarlo. Su formulación permitía analizar el
contenido fáctico de los enunciados científicos y considerar a los enunciados de la metafísica
“trans-empírica” enunciados carentes de significado cognitivo. Pero al mismo tiempo, como el
propio Carnap y sus colegas reconocieron más tarde, esta primera formulación del principio
tenía el importante problema de ser demasiado restrictiva: pues no sólo excluía de tener
contenido empírico a los enunciados metafísicos, sino también a algunos enunciados científicos
a los que sí se atribuye contenido fáctico. Si la verificación se entendía en términos del
establecimiento definitivo de la verdad o falsedad del enunciado, entonces los enunciados
universales o generales –incluidas leyes físicas, químicas o biológicas, e.g.- nunca podían ser
verificados. Una ley universal o general no puede verificarse definitivamente, aunque sí puede
considerarse más o menos confirmada, suficientemente o gradualmente corroborada. Por ello,
en vez de hablar de verificación, se adoptó una formulación del criterio empirista en términos de
confirmación o corroboración gradual, y de refutación entendida también como una cuestión de
grado (como algo distinto de una falsación definitiva: una sentencia quedaba gradualmente
refutada o infirmada cuando su negación se veía corroborada en ese mismo grado).

Se consideró, además, que el mismo tipo de confirmación gradual era el criterio que convenía a
los enunciados particulares o existenciales, en tanto que los enunciados de observación que
cabía inferir lógico-deductivamente a partir de ellos, y que permitían por tanto la confirmación
empírica de los primeros, eran virtualmente infinitos, y por tanto no llegaban a confirmarse
definitivamente nunca. (Así, por ejemplo, la comprobación de un enunciado como “Hay una
hoja de papel sobre la mesa” podía requerir de un conjunto de observaciones y además de un
conjunto de experimentos químicos y físicos. El procedimiento o método de confirmación
consistiría, como en el caso de las leyes universales, en tratar de obtener enunciados que fueran
predicciones acerca de futuras observaciones; y el número de posibles predicciones
observacionales que se podían inferir a partir del enunciado dado era virtualmente infinito).
Consiguientemente, se concluyó que la verificación completa no era nunca posible, y sólo podía
apelarse a un proceso de confirmación gradualmente creciente de los enunciados científicos (o,
contrapuestamente, a un proceso de refutación gradual cuando su negación resultaba confirmada
en ese mismo grado).

Que el criterio empirista de significación y, por tanto, la asignación de significado o contenido


empírico, fueran una cuestión de grado, llevó a reconocer que la aceptación o el rechazo de un
enunciado en tanto que enunciado sintético tenían un componente convencional. Pues dependían
de una decisión, aunque ésta estuviera motivada en parte por un criterio epistemológico
objetivo.

El lenguaje de la observación y el principio de tolerancia

A pesar de la liberalización que dio lugar a la versión definitiva del criterio empirista en
términos de confirmación, aún era posible encontrar ejemplos que mostraban que el criterio era
demasiado restrictivo o demasiado laxo. En relación con lo primero, Carnap se ocupó en
particular del problema que representaban los enunciados que contenían términos
disposicionales. Son términos que describen la disposición de un cuerpo a reaccionar de una
determinada manera cuando se dan condiciones específicas. Por ejemplo: ‘frágil’, ‘rompible’,
‘soluble’, y también ‘visible’ o ‘audible’. El problema con estos términos era que los
enunciados de los que forman parte sólo podían conectarse con enunciados observacionales bajo
el supuesto de que se daban esas condiciones previas, pero no en otro caso. La solución que
propuso Carnap obligaba a considerar la introducción de esos términos mediante lo que llamó
enunciados de reducción. (Por ejemplo, en el caso de un predicado como ‘x es soluble en agua’,
este predicado se introducía mediante un enunciado de reducción del tipo “Si un x se introduce
en agua en un tiempo t, entonces, si x es soluble en agua, x se disuelve en t, y si x no es soluble
en agua, no lo hace”). Estos enunciados tenían que tomarse como premisas de la inferencia que

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permitía deducir consecuencias lógicas. El criterio empirista de significación tenía que tener en
cuenta la necesidad de estas reducciones, y para ello Carnap propuso redefinir la noción de
confirmabilidad de un enunciado diciendo que un enunciado es confirmable si la confirmación
del enunciado es reducible o reconducible a la de una clase de enunciados que sólo contienen
predicados observables. (Como ejemplo vale el anterior, relativo a ‘x es soluble en agua’).
Durante algún tiempo, Carnap pensó además en reformular el criterio empirista en términos de
una noción más fuerte que la de confirmabilidad, que era la de contrastación (testability): un
enunciado que puede ser confirmado mediante observaciones era, además, contrastable si era
posible especificar un procedimiento o método para producir esos hechos voluntariamente. Esta
reformulación habría permitido que no sólo los términos disposicionales, sino también otros
predicados operacionales, satisficiesen el criterio empirista. Finalmente, Carnap prefirió
mantenerlo en su versión más liberal, en términos de confirmabilidad o corroborabilidad. Esto le
permitió atribuir contenido empírico a enunciados confirmables que no eran contrastables, pero
continuó creando dificultades para algunos términos operacionales de difícil reducción.

Esta exigencia de reducibilidad del lenguaje científico a un lenguaje de observación (entendida


como explicitación de condiciones necesarias para la introducción de un término o para la
atribución de significación empírica a un enunciado) ofrecía una imagen de las teorías
científicas como lenguajes deductivos en los que se podían distinguir dos niveles: el lenguaje de
observación y el lenguaje teórico. Los predicados y enunciados teóricos, aunque no eran de
observación, tenían que poder reconducirse al lenguaje de observación inferencialmente, a partir
de enunciados de reducción (como veíamos). La imagen dejaba abierto el problema, no
obstante, de cuál era el lenguaje de la observación. Ya hemos indicado la solución adoptada con
carácter general: se trataba de un lenguaje fisicalista, es decir, materialista, en el que se habla de
objetos observables y sus propiedades. En la primera formulación del criterio empirista como
criterio verificacionista, la tesis que se había defendido era más restrictiva: se exigía que cada
predicado científico pudiera definirse (no meramente reconducirse) a términos de observables, y
que cada enunciado científico fuera traducible a un enunciado relativo a propiedades
observables. (Sólo más adelante se adoptó la solución que acaba de verse, y se exigió sólo la
reducción a predicados observables, pues con esta exigencia bastaba para la confirmabilidad de
los enunciados relativos a esos conceptos). Pero además se pensó, en un primer momento, que
para los fines perseguidos era preferible un lenguaje fenomenista, es decir, un lenguaje que
empezase con enunciados sobre datos sensoriales (como “Ahora hay un objeto verde en mi
campo visual”). La opción final por un lenguaje fisicalista estuvo motivada por su
intersubjetividad: los hechos descritos en este lenguaje son en principio observables por
cualquier persona y la interpretación del lenguaje es igualmente accesible a cualquiera.

Al mismo tiempo, la posición empirista que se defendía, unida a la convicción de que el


conocimiento científico avanza en la dirección de dar lugar a una gran ciencia unificada, movió
a Carnap a formular lo que llamó el principio de tolerancia. De acuerdo con esta tesis adicional,
era indiferente qué lenguaje se adoptara como lenguaje para la observación: un lenguaje
fenomenalista, o uno materialista (o, directamente, el ‘lenguaje sobre cosas’ que empleamos
informalmente en la vida cotidiana). Pues todos ellos tenían que ser intertraducibles entre sí, en
la medida en que todos ofreciesen descripciones válidas de los mismos hechos aunque desde
diversos puntos de vista. Análogamente, la lógica del lenguaje, en la medida en que pudiera
considerarse resultado de una decisión o convención, podía ser plural; debía mostrarse, sin
embargo, que era posible traducir o reconducir unos lenguajes lógicos a otros.

(La formulación que Carnap hace del principio es originariamente más liberal, pues se formula
tan sólo como una exigencia acerca del lenguaje y sin referencia al trasfondo regulativo de una
única teoría abarcadora. Se encuentra en su libro Logical Syntax, donde escribe:

Principio de tolerancia: Nuestra tarea no es establecer prohibiciones, sino alcanzar


convenciones (...) Todo el mundo tiene libertad para construir su propia lógica, es decir,
su propio lenguaje, conforme a sus deseos. Lo único que se le exige es que, si quiere

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discutirlo, ha de enunciar sus métodos con claridad, y dar reglas sintácticas en lugar de
argumentos filosóficos. (Ibid., §17)

La exhortación final a dar reglas sintácticas en lugar de argumentos filosóficos sólo se puede
entender sobre el trasfondo de una distinción suya entre el modo formal y el modo material de
habla, y teniendo en cuenta su trabajo posterior para el desarrollo de sistemas semánticos).

Modo material y formal de habla

El modo material de habla es aquél en el que hablamos de objetos y de sus propiedades


materiales. El modo formal de habla es aquél en el que hablamos de la forma de las palabras y
enunciados, o en el que estudiamos cómo es nuestro lenguaje (incluye no sólo hablar de la
forma de las palabras y enunciados, sino también aplicar el análisis para encontrar la forma
lógica). Por ejemplo, la disputa entre una posición fenomenalista y una realista, cuando los dos
proponentes discuten acerca de la verdadera naturaleza de los objetos materiales, podría parecer
irresoluble, pues el fenomenista dirá: “Un objeto es un complejo construido a partir de datos
sensoriales”, mientras que el realista afirmará: “Un objeto es un complejo constituido por
átomos”. En estos dos casos, ambos se están expresando en el modo material de habla, y la
discusión filosófica podría parecer irresoluble. Para Carnap, la traducción a un modo de habla
formal puede permitir mostrar que el conflicto es en realidad un pseudo-problema filosófico.
Pues este modo formal de habla permitiría aproximar las dos posiciones, en los siguientes
términos. El fenomenalista defendería: “Cada enunciado en el que aparece la designación de un
objeto es lógicamente equivalente a un conjunto de enunciados en los que no aparecen
designaciones de objetos, sino sólo de datos sensoriales”. El realista defendería: “Cada
enunciado en el que aparece la designación de un objeto es lógicamente equivalente a un
conjunto de enunciados en los que sólo aparecen designaciones de coordenadas espacio-
temporales y determinadas funciones descriptivas”. Ambos enunciados están formulados ahora
en el modo de habla formal. Hacerlo así permite aplicar el principio de tolerancia, y muestra que
las dos afirmaciones no son, en principio, incompatibles entre sí, y su aceptabilidad depende de
que cada una de ellas pueda establecerse de manera independiente.

Los dos modos de habla, el material y el formal, serían admisibles en el lenguaje de la ciencia.
Hay un tercer modo de habla que el empirismo lógico censuraba, y que debería excluirse de
todo lenguaje con significado –aunque Carnap consideraba que era habitual en el contexto del
discurso filosófico y metafísico. Es el modo de habla de pseudo-objeto: consiste en formular
enunciados que parecen estar en modo material, sin que puedan satisfacer el criterio empirista
de significación. (Carnap cita con ironía ejemplos del tipo “El Absoluto es perfecto”, “La nada
nadea” o “El hombre es el pastor del Ser”). Un análisis de la sintaxis lógica de estos enunciados
permitiría mostrar su falta de significado empírico.

Sistemas semánticos

El trabajo de Tarski en lógica formal a partir de los años ‘40 del s. XX había mostrado que era
posible trabajar con conceptos semánticos precisos y bien definidos, utilizando para ello
lenguajes formales desde los que interpretar el lenguaje objeto de estudio y describir
sistemáticamente los tipos de significados y sus relaciones. La teoría de modelos daba ese
marco teórico-formal y Carnap comenzó a utilizarlo, en su estudio del lenguaje de las teorías y
los enunciados científicos, con el fin de suplementar el análisis de la sintaxis lógica con el
estudio de la estructura semántica. El nuevo método de trabajo e investigación consistía en
construir sistemas semánticos, es decir, lenguajes formales que tradujeran los lenguajes de las
teorías científicas, expresando con claridad y precisión las relaciones de significado entre los
términos de observación y teóricos y las relaciones inferenciales entre enunciados,
especialmente entre el nivel de la observación y el nivel teórico.

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2.2.2. W.V.O. Quine. Crítica al Empirismo Lógico y regimentación lógica del lenguaje.
Significado estimulativo y traducción radical.

Quine ha sido uno de los más importantes defensores del empirismo en el marco de la filosofía
analítica del siglo XX. Aunque discípulo de Carnap, ha dirigido una crítica radical e interna al
Empirismo Lógico y ha propuesto importantes tesis en filosofía de la lógica, de la ciencia y del
lenguaje. De entre sus aportaciones, aquí vamos a estudiar las tesis fundamentales de su
empirismo semántico y algunas de sus consecuencias.

Compromiso ontológico de las teorías. Regimentación lógica del lenguaje.

En un trabajo temprano sobre lógica, Quine probó un resultado de importantes consecuencias


para su concepción posterior del lenguaje de las teorías científicas. Demostró que, dada una
teoría formalizable en el lenguaje de la lógica clásica de predicados, y asumiendo una
interpretación objetual de los cuantores (que es la acostumbrada, en detrimento de la
interpretación sustitucional), siempre es posible encontrar otro lenguaje, también perteneciente a
la lógica de predicados clásica, y tal que en él no aparecen constantes individuales, es decir, tal
que de él se han eliminado las expresiones que desempeñan la función de los nombres propios.
El procedimiento de Quine consiste en sustituir estas constantes individuales por descripciones,
y éstas sólo constan de constantes de predicado y variables individuales ligadas, es decir,
cuantificadas.

Por notación lógica canónica se entiende un lenguaje formal o semi-formalizado, un lenguaje


lógico, que permita analizar y representar la forma lógica de los enunciados del lenguaje natural
en que están expresadas originariamente las teorías científicas. Esta notación lógica canónica
hace visible la aparición de variables de individuo cuantificadas, es decir, las variables que
recorren el dominio semántico o universo del discurso, junto con el alcance preciso de los
cuantores y otros rasgos de la forma lógica de los enunciados. Cabe preguntarse entonces cuáles
son los valores que han de tomar esas variables individuales para hacer verdaderos a los
enunciados de una teoría o lenguaje dados. Adoptar esa teoría o lenguaje significa
comprometerse con los valores para las variables ligadas que hacen verdaderos a sus enunciados
(ya sean estos valores números, cuantos de energía, electrones, especies biológicas, etc.) Este
punto de vista da lugar a que Quine formule la tesis del compromiso ontológico de las teorías
científicas: “Ser es ser el valor de una variable ligada” (en una formulación que parafrasea
irónicamente a Berkeley). Esta tesis da una respuesta a la pregunta por cuándo estamos
comprometidos a decir que existen determinados tipos de entidades: cuando hayamos asumido o
decidido usar un lenguaje o teoría cuyos enunciados, para ser verdaderos, requieren que
interpretemos sus variables de individuo mediante esos tipos de entidades.

(Parcialmente relacionado con esto se encuentra la concepción de la verdad que Quine ha


defendido posteriormente. Se trata de lo que él mismo presenta como una teoría
‘desentrecomilladora’ de la verdad, y que es una teoría deflacionisas. Para las teorías
deflacionistas de la verdad, decir “La oración ‘La nieve es blanca’ es verdadera” es equivalente
a afirmar “La nieve es blanca”, sin que el predicado ‘__ es verdadero’ contribuya en nada al
pensamiento expresado o al sentido de la oración. Según la teoría ‘desentrecomilladora’ que
defiende Quine, el predicado de verdad es un recordatorio de que, aunque en ocasiones
recurramos a un ‘ascenso semántico’ para hablar de las oraciones del lenguaje, de lo que
estamos hablando en último término es de cómo es el mundo. En la enunciación por parte de
Tarski de una definición semántica del predicado de verdad, él había recurrido al ejemplo:

(T) “La nieve es blanca” es verdadero si y sólo sí la nieve es blanca.

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Filosofía del Lenguaje

Importa tener en cuenta aquí que la aparente trivialidad de lo enunciado no es tal: a la izquierda
de la locución ‘si y sólo si’ se atribuye un predicado metalingüístico (‘__ es verdadero’) a un
enunciado de un lenguaje objeto, y a la derecha de la locución se explicita, en el metalenguaje,
cómo tiene que ser el mundo para que al enunciado del lenguaje objeto pueda atribuírsele ese
predicado. Quine observa que las comillas marcan la diferencia entre hablar acerca de las
palabras (a la izquierda de la locución) y hablar acerca de la nieve. La oración entrecomillada es
el nombre de una oración que contiene la palabra ‘nieve’ para nombrar a la nieve. Y, cuando
decimos que la oración es verdadera, lo que estamos haciendo en realidad es llamar ‘blanca’ a la
nieve. El predicado de verdad, concluye Quine, es un instrumento para ‘desentrecomillar’.)

Crítica a los dos dogmas del empirismo

En un ensayo muy influyente, titulado Dos dogmas del empirismo, Quine hizo una crítica en
profundidad a dos tesis fundamentales del Empirismo Lógico: la que afirmaba la separación
estricta entre enunciados analíticos y sintéticos, y la que expresaba el criterio empirista de
significación. La primera de las tesis suponía que, frente a los enunciados sintéticos (cuya
verdad sólo depende de los hechos), los analíticos son enunciados cuya verdad puede
establecerse con independencia de cómo sean los hechos, y esto es así porque son verdaderos
sólo en razón de los significados de los términos componentes, o porque instancian una verdad
de la lógica del lenguaje y su negación sería contradictoria. (Estas son las dos explicaciones de
la analiticidad que tradicionalmente se retrotraen a Kant y Frege). Aunque la argumentación de
Quine en contra de este primer “dogma” no puede considerarse una refutación absolutamente
concluyente, su estrategia argumentativa sí se ha considerado suficiente para poner en cuestión
la tesis. Lo que Quine muestra es que no es posible llegar a ofrecer una definición precisa y no
circular de la noción de analiticidad que no presuponga otras nociones igualmente necesitadas
de definición precisa o aclaración suficiente. Así, explica que, al buscar la verdad en la
significación de los términos que componen el enunciado, hemos de distinguir entre el
significado y la referencia, para considerar que es la sinonimia del significado lo que determina
la analiticidad (es analítico, por ejemplo, “Todos los solteros son no casados”, no lo es “El
lucero de la mañana es el lucero de la tarde”). Pero Quine rechaza que una investigación, del
tipo que sea –tampoco una investigación de carácter semántico como la suya-, pueda hacer
intervenir la noción de “significado”: esta noción, tal y como se ha entendido tradicionalmente,
es en opinión de Quine una “oscura noción intermedia” entre las expresiones y sus
denotaciones, que puede (y debe) “abandonarse tranquilamente”. Por tanto, la explicación de la
analiticidad puede buscarse en términos de sinonimia de las formas lingüísticas, pues esta
propiedad permitiría eludir hablar de los significados y sería suficiente para definir la primera:
sería analítico un enunciado del que, al sustituir sinónimos por sinónimos, resulta una verdad
lógica (como lo es, trivialmente, “Todos los no casados son no casados” cuando sustituimos, en
“Todos los solteros son no casados”, la expresión ‘soltero’ por su sinónima ‘no casado’).

Ahora bien, ¿qué sustituciones permiten este tipo de transformación de un enunciado en una
verdad lógica? Es decir, ¿cuándo sabemos garantizadamente que dos expresiones son
sinónimas? Quine ensaya la posibilidad de considerar las definiciones de los términos como
expresiones sinónimas de estos mismos términos. Pero observa que las propias definiciones se
basan en relaciones de sinonimia anteriormente reconocida. Otro intento es el de apelar al
criterio de intersustituibilidad salva veritate, que no garantiza tampoco, sin embargo, la
sinonimia cognitiva, que es la que importa (no basta con que dos términos tengan la misma
extensión, como ocurre con ‘animales con riñones’ y ‘animales con corazón’: estos términos
son intersustituibles salva veritate, pero no sinónimos). Y, si quisiéramos decir en qué consiste
la sinonimia cognitiva de dos términos, nos vemos llevados a relativizar esta relación semántica
al lenguaje empleado y a sugerir que podemos definirla a partir de la analiticidad en ese
lenguaje (pues, si quisiéramos expresar la sinonimia cognitiva apelando a alguna noción de
necesidad, afirmar la verdad de un enunciado como “Necesariamente todos los solteros son no
casados” sería lo mismo que afirmar que “Todos los solteros son no casados” es un enunciado

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analítico, ya que no hay algún procedimiento independiente para comprobar la ‘necesidad’


cognitiva). Un último intento –acorde con los procedimientos del Empirismo Lógico- consistiría
en dar reglas semánticas para el lenguaje considerado, de modo que esas reglas especificasen
cuáles son los enunciados analíticos para ese lenguaje. Pero en este caso la propia formulación
de las reglas contendría la palabra ‘analítico’, presuponiendo la noción que se quería explicar.

Quine concluye esta densa primera parte de su ensayo (en realidad, las cuatro primeras
secciones) con la afirmación de que “sigue sin trazarse una línea de separación entre enunciados
analíticos y enunciados sintéticos”. En las dos secciones últimas pasa a ocuparse del segundo
‘dogma’, dado con la tesis de que el significado de un enunciado puede identificarse con su
método de confirmación o refutación empírica. (Un enunciado analítico sería entonces un caso
límite que queda confirmado en cualquier supuesto). El criterio empirista de significación
establecía que, para poder atribuir contenido (significado) empírico a un enunciado, éste tiene
que expresar de manera inmediata nuestras experiencias u observaciones, o tiene que estar
conectado, lógico-deductivamente, con enunciados de este tipo. Quine se pregunta entonces por
la naturaleza de la relación entre un enunciado sintético (empírico) y las experiencias que
contribuyen a su confirmación. Y defiende, frente al Empirismo Lógico, una tesis alternativa:
afirma que la unidad de significado empírico no son los enunciados individuales, sino “la
totalidad de la ciencia”. Y que esta totalidad no está en contacto con la experiencia o con
nuestras observaciones más que en el límite que representan los enunciados de observación. El
resto de los enunciados no están conectados con éstos lógico-deductivamente, sino que
intervienen también otros criterios de muy diverso tipo. Un conflicto con un enunciado puede
llevar a reajustar otros enunciados, pero “hay mucho margen de elección en cuanto a los
enunciados que deben recibir valores nuevos”. Quine utiliza, aquí y en otros lugares, algunas
metáforas para aproximar su idea de cómo está constituido el lenguaje científico: lo compara
con una red, con un puzzle o con un campo de fuerzas que sólo están en contacto con la
experiencia en sus bordes o límites exteriores. Pero no hay experiencias concretas y particulares,
afirma, que estén directamente ligadas con la aceptación o rechazo de los enunciados tomados
uno a uno, sino que estas relaciones entre los enunciados y la experiencia “son indirectas, se
establecen a través de consideraciones de equilibrio” que afectan al conjunto del lenguaje como
un todo.

Esta conclusión de Quine, si se acepta, tiene importantes consecuencias para lo que


tradicionalmente se describe como las verdades de las matemáticas o las verdades lógicas, así
como para las leyes y principios teóricos de las teorías científicas. Pues incluso en este nivel
Quine no acepta que haya verdades “incuestionables” o irrevisables. Lo que hay es una
resistencia a revisar la verdad de estos enunciados, de tal manera que, cuando en el interior de la
teoría surge alguna inconsistencia o conflicto, se trabajará revisando y modificando antes otros
enunciados situados en una posición menos central para la teoría. No habría, sin embargo, una
razón de principio que impida considerar que estas verdades analíticas son revisables y podrían,
en el futuro, verse modificadas. Y la distinción analítico/sintético, o la existente entre los
principios y leyes científicos y los enunciados más próximos a la observación, no puede verse
como una distinción categorial, sino que es una cuestión de grado, resultante de un alejamiento
gradual.

Esta concepción del lenguaje de las teorías científicas se conoce como la concepción holista de
Duhem-Quine, y puede entenderse como una forma de holismo epistemológico. (Más abajo
veremos que hay una versión más fuerte, semántica, de este holismo en la concepción de
Quine). Una consecuencia importante es la tesis de la infradeterminación de teorías. Esta tesis
expresa la convicción de que es, en principio, posible que haya dos teorías alternativas sobre un
mismo conjunto de fenómenos, en el siguiente sentido: las dos teorías compartirían el mismo
fragmento observacional (los mismos enunciados observacionales), pero su fragmento teórico
contendría enunciados lógicamente incompatibles entre sí.

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Desde el punto de vista de una teoría semántica, este holismo está asignando una función
fundamental a los enunciados observacionales, pues de ellos depende la elaboración no
deductiva del lenguaje de la ciencia. Pero parece faltar aún una explicación de cómo hacemos
esto: en primer lugar, cómo damos significado o valor semántico a algunos enunciados a los que
designamos como enunciados de observación; en segundo lugar, cómo ponemos en contacto
estos enunciados con otros. En tercer lugar, aún podemos considerar que habría un problema
pendiente. Hasta aquí Quine se ha estado refiriendo al lenguaje de la ciencia, sin que esté claro
en qué medida sus conclusiones afectarían al lenguaje corriente que utilizamos los y las
hablantes en nuestros intercambios comunicativos cotidianos.

Significado estimulativo y traducción radical

Si quisiéramos aislar el significado empírico de los enunciados que empleamos en la


comunicación cotidiana, una estrategia de investigación posible podría consistir en llevar a cabo
un experimento mental: imaginemos que queremos traducir, a nuestra lengua, otra lengua
completamente desconocida, y que lo único que está a nuestra disposición para hacer esto es la
evidencia empírica, la información dada en forma de experiencia sensorial. Este es el
experimento que propone Quine y que se encuentra expuesto en dos importantes trabajos que
aquí pueden servir de referencia: el capítulo 2 de su libro Palabra y Objeto y un ensayo previo,
Significado y traducción. En este experimento mental, Quine imagina a un lingüista con el
proyecto de llegar a escribir un manual de traducción entre su propia lengua y la lengua de los
pobladores indígenas de un pueblo que ha permanecido, hasta ese momento, aislado. Quine
denomina, a esta situación imaginaria, un escenario de traducción radical. El punto de partida
para la traducción habrán de ser, propone Quine, situaciones en las que, ante la presencia de un
estímulo, hay un hablante nativo que emite una determinada proferencia. (El ya famosísimo
ejemplo de Quine incluye la aparición súbita de un conejo que atraviesa la escena a saltos y la
proferencia de la expresión “gavagai”). En esta situación, a la que Quine da el nombre de
situación estimulativa, el lingüista puede arriesgar una traducción tentativa: traducir, por
ejemplo, “gavagai” por “conejo” (o por “He aquí un conejo”, o “Eso es un conejo”, o algo
similar). En general, Quine cree que en esa situación de traducción radical, las proferencias que
se traducen en primer lugar y con menor riesgo de error son las que informan sobre
observaciones que el lingüista puede suponer compartidas o comunes entre el hablante nativo y
él mismo.

Cuando la traducción haya avanzado estableciendo correlaciones lingüísticas en distintas


situaciones estimulativas, el lingüista necesitará también contrastar sus correlaciones para verlas
confirmadas (o refutadas), y para ello tomará la iniciativa: emitirá él mismo las expresiones en
las situaciones estimulativas adecuadas, y esperará al asentimiento o disentimiento del hablante
nativo. Esto significa que ha de ser capaz de reconocer este asentimiento (o disentimiento), algo
que Quine considera información empíricamente dada. Además, el lingüista ha de poder
diferenciar entre la información que da lugar a la respuesta del hablante nativo (asentimiento o
disentimiento) que está directamente motivada por el estímulo (aunque no en términos
neurológicos, sino de referencia), y lo que Quine va a llamar información colateral, que va más
allá del estímulo presente. Esta información colateral forma parte del saber del mundo o del
saber del lenguaje del hablante nativo y puede estar influyendo también en su respuesta.

La posibilidad de diferenciar teóricamente entre dos tipos de información permite a Quine


introducir varias definiciones clave en su explicación del significado oracional:

Enunciado ocasional, para un/una hablante, es el enunciado ante el que el/ella está preparado
para asentir o disentir únicamente cuando la pregunta va acompañada de un estímulo que le
predisponga a ello.

9
Filosofía del Lenguaje

Un enunciado fijo es aquél ante el que el/la hablante está dispuesto/a a insistir en su
asentimiento (o disentimiento) cuando se le pregunte con posterioridad, cuando ya no medie
ningún estímulo específico.

El significado estimulativo afirmativo de un enunciado ocasional E, para un/a hablante, es la


clase de todos los estímulos que provocarían su asentimiento a E. De manera análoga, en
términos de disentimiento, se define el significado estimulativo negativo de E. Finalmente, el
significado estimulativo de E es el par ordenado de ambos (afirmativo y negativo).

Este conjunto de nociones está basado en la disposición de los y las hablantes a emitir una
determinada respuesta (una proferencia, o asentimiento o disentimiento ante una proferencia) en
relación con estímulos. Hay que presuponer, y Quine lo hace explícitamente, que la respuesta es
la misma, o aproximadamente la misma, cuando se dan circunstancias suficientemente
similares. E igualmente hay que contar con criterios que permitan identificar una determinada
disposición. Quine apela a un conocimiento tácito, por parte de cualquier hablante competente
(aquí representados/as por el lingüista de campo), sobre cómo identificar disposiciones a partir
de “comprobaciones juiciosas, muestras representativas y uniformidades observadas”.

La igualdad de significado estimulativo, obtenida por vía de las disposiciones y asentimientos,


es lo único que está dado a la observación del traductor radical. Hasta este punto la definición
del significado sólo ha tomado en consideración la disposición de hablantes tomados
individualmente. En este caso, dos enunciados ocasionales son intrasubjetivamente sinónimos
cuando tienen el mismo significado estimulativo para un/a hablante. Esta noción de sinonimia
intrasubjetiva no necesita limitarse, sin embargo, al caso de enunciados ocasionales, ni tampoco
al caso de un/a hablante considerado/a individualmente. Precisamente la generalización al
conjunto de la comunidad de hablantes permite definir la noción fundamental de enunciado
observacional.

Un enunciado observacional se define como un enunciado ocasional en el que el asentimiento o


el disentimiento está provocado sin la ayuda de más información que la proporcionada por el
estímulo mismo, y no por otra información colateral (por el saber del lenguaje o saber del
mundo que posea el/la hablante). Alternativamente, Quine define también la noción de
enunciado observacional como un enunciado ocasional que posee un significado estimulativo
intersubjetivo. La posible variabilidad intersubjetiva del significado estimulativo (es decir, la
posibilidad de que se den variaciones en el asentimiento o disentimiento de diferentes hablantes
ante el mismo estímulo) se salva en la teoría de Quine redefiniendo esta noción de enunciado
observacional de manera que dé cabida al grado mínimo de variabilidad admisible. Quine apela
a tendencias generales en la conducta de los/las hablantes y precisa la noción de enunciado
observacional, aclarando que en relación con él el significado estimulativo presenta
desviaciones significativamente pequeñas para un número significativamente alto de hablantes.

El problema de la ‘inescrutabilidad’ de los términos


La explicación y conjunto de definiciones vistas han tenido como objeto enunciados completos.
Quine observa que, en el proceso de traducción radical, los términos pueden aparecer de dos
maneras diferentes: como enunciados completos, es decir, con el mismo significado
estimulativo de un enunciado completo (como era el caso de “gavagai”), o bien como elementos
estructuralmente componentes de enunciados completos. En el primer caso, el traductor radical
intentará atribuir significado estimulativo a estos términos a partir de que haya una cierta
igualdad en su aplicación, tanto por parte de un/a hablante individual como de más hablantes: es
decir, el traductor buscará coincidencia en los estímulos que provocan asentimiento o
disentimiento. Y, a partir de esta asociación, buscará una traducción adecuada en su propia
lengua. Pero Quine se pregunta si esto es suficiente para garantizar la equivalencia extensional
de ambos términos, es decir, si la traducción así obtenida garantiza que los dos términos se
aplican a las mismas entidades, que son verdaderos de los mismos objetos para el/la o los/las
hablantes y para el propio traductor.

10
Filosofía del Lenguaje

La respuesta de Quine toma la forma de lo que se conoce como tesis de la inescrutabilidad de la


referencia. Consiste en la observación de que no hay, más allá de los propios estímulos, ninguna
evidencia o prueba empírica que permita decir que las extensiones son las mismas, o que las
entidades de las que se habla son la misma entidad para los/las hablantes nativo/as y para el
traductor. Para prestar fuerza a esta observación, Quine propone que imaginemos que los/las
hablantes nativos/as tienen una concepción del mundo peculiar y distinta a la occidental, de
manera que, cuando emiten “gavagai”, están nombrando una entidad metafísica que podría
describirse como “la esencia de la conejidad”; o bien, que su percepción del espacio-tiempo es
distinta, de manera que con ese mismo término están significando “simples estadios, o breves
segmentos temporales, de conejos”. El traductor, al traducir “gavagai” por “conejo”, está
presuponiendo que los hablantes nativos son lo suficientemente semejantes a él mismo como
para tener un término general breve para conejos, y no para esencias metafísicas o estados o
partes de conejos. Pero esto sólo permite concluir, piensa Quine, que la igualdad de significado
estimulativo (tanto intra como intersubjetiva) no garantiza, en el caso de los términos que
designan entidades, la igualdad de extensión.

Este resultado, que a veces se describe como una forma de escepticismo del significado, lleva a
Quine a poner en cuestión lo que llama la tendencia a la reificación de nuestra cultura. Puede
ponerse en relación, aunque ahora se esté tratando del lenguaje natural, con el resultado que se
puede demostrar para lenguajes lógicos de primer orden: los nombres propios de entidades son
prescindibles, pueden eliminarse en favor de descripciones y cuantificación sobre variables
individuales. Ésta es, en última instancia, la propuesta de Quine. Sin embargo, hasta el momento
la traducción no ha pasado de los enunciados y términos con significado estimulativo, y un
análisis lógico requiere poder traducir también el resto del vocabulario lógico: en particular, los
operadores veritativo-funcionales.

Funciones veritativas y lógica del lenguaje


En realidad, los operadores veritativo-funcionales clásicos (también llamados funciones de
verdad: negación, conjunción, disyunción, condicional) se prestan de manera inmediata a la
traducción, si recordamos que su significado viene dado por tablas de verdad cuyas entradas son
los valores de verdad del enunciado o los enunciados concernidos, y que consisten en asignar un
valor de verdad al enunciado compuesto que resulta de la operación. (Por ejemplo, la negación
de un enunciado será aquél enunciado al que los hablantes asienten siempre que disienten del
enunciado sin la negación; la conjunción de dos enunciados será el enunciado compuesto al que
los hablantes asienten siempre, y sólo cuando, asientan además a cada uno de los dos
enunciados tomados individualmente). Establecer estas tablas permite identificar las expresiones
del lenguaje nativo que desempeñan las mismas funciones, es decir, que son equivalentes
funcionales de los operadores lógicos clásicos.

La descripción de este procedimiento permite a Quine valorar como una especulación


innecesaria la posibilidad de que, en otras culturas, la lógica del lenguaje difiera de la lógica de
predicados familiar para la nuestra. Lo que se pone en juego en la traducción radical es la
posibilidad de identificar equivalentes funcionales para los operadores veritativo-funcionales, y
esta identificación sólo necesita del tipo de evidencia empírica sobre la que descansa la propia
traducción: estímulos sensoriales y la conducta lingüística observable de los hablantes nativos
(sus asentimientos y disentimientos).

Hipótesis analíticas de traducción


El problema que se plantea a continuación el lingüista es cómo continuar la traducción más allá
de los enunciados observacionales y las funciones de verdad. Antes hemos dicho, en relación
con los términos, que hay dos maneras de obtenerlos: o bien porque desempeñan la función de
enunciados completos (y este caso nos llevaba a la tesis de la inescrutabilidad), o bien mediante
un análisis de los enunciados ya traducidos. A este segundo procedimiento Quine lo llama el
método de la segmentación, y es el que permite al lingüista continuar avanzando en su

11
Filosofía del Lenguaje

traducción. Lo hace segmentando las emisiones en fragmentos recurrentes y manejablemente


cortos, lo que le permite conjeturar correlaciones entre estos segmentos y las expresiones de su
propio lenguaje. Pero es importante observar que estas correlaciones o ‘ecuaciones’ son
conjeturas, son hipótesis formuladas sobre un doble presupuesto: que es posible suponer
idénticas extensiones para los términos correlacionados (lo que, como hemos visto, no queda
nunca garantizado por la evidencia disponible), y que también las construcciones sintácticas, o
los modos de ‘reunir palabras’, son suficientemente próximas (algo que hay que suponer para
poder llegar a formular las correlaciones) aunque no puedan suponerse idénticos.

A estas ecuaciones o hipótesis les da el nombre de analíticas porque no están basadas de modo
directo en la observación, en los estímulos dados empíricamente, sino también en el
conocimiento que el lingüista tiene de su propio lenguaje. Suponen, por tanto, un grado de
alejamiento mayor con respecto a la posibilidad de una traducción exacta. Quine admite, por
supuesto, que el lingüista puede evaluar sus propias hipótesis analíticas de traducción,
utilizando para ello los enunciados fijos y comparando el resultado de traducciones obtenidas
mediante las hipótesis analíticas con el resultado de traducir a partir de los enunciados
ocasionales que han permitido llegar a esos enunciados fijos. Pero, incluso en el caso más
simple de hipótesis analítica de traducción (la que correlaciona dos términos o dos palabras a
partir de la constatación del paralelismo funcional entre ellos), Quine considera que es
únicamente la “abierta proyección de sus propios hábitos lingüísticos” lo que permite al
lingüista establecer esas equivalencias y avanzar en la traducción.

Holismo del significado


Incluso cuando la correlación semántica llegara a cubrir la totalidad de las emisiones nativas,
esta correlación en sí misma no estaría totalmente apoyada en la evidencia empírica. La
traducción radical consiste en establecer correlaciones o concordancias a partir del significado
estimulativo, las sinonimias intra e intersubjetivas y el asentimiento y disentimiento observados
en diversos momentos. Lo que se establece así son equivalencias funcionales, suficientemente
apoyadas en la observación. Pero el conjunto de la traducción es en sí misma inverificable, pues
ha procedido a partir de ajustes y de la búsqueda de consistencia entre hipótesis analíticas –
además de haber intervenido otros criterios, como la simplicidad o criterios de plausibilidad o
razonabilidad. Quine concluye que sólo podemos hablar de sinonimia entre términos o
expresiones de dos lenguas tomando como sistema de referencia un determinado sistema de
hipótesis analíticas, de la misma forma que sólo podemos hablar (ya lo veíamos antes) de la
verdad de un enunciado tomando como sistema de referencia una teoría o esquema conceptual
completo (un ‘lenguaje’).

Este holismo del significado u holismo semántico tiene consecuencias, especialmente, cuando
se toma en consideración el fragmento no observacional sino teórico de los lenguajes
científicos. Frente a los enunciados observacionales, cuyo significado dependía y sólo de los
estímulos presentes (prescindiendo de otra información colateral disponible), en el caso de los
enunciados teóricos (como “Los neutrinos carecen de masa” o “Energía es igual a masa por
aceleración”) difícilmente podemos imaginar una situación estimulativa que provoque
asentimiento o disentimiento y que no requiera de otra “estimulación verbal procedente del
interior del lenguaje”, es decir, de otros enunciados aceptados como verdaderos. Es por esto por
lo que Quine afirma que los enunciados teóricos carecen de significado “lingüísticamente
neutral”.

El conjunto de conclusiones que Quine ha ido obteniendo a partir de su experimento imaginario


en la situación de traducción radical se expresan sintéticamente en la forma de una tesis de la
indeterminación de la traducción radical, que afecta al conjunto del sistema semántico (al que
Quine se refiere también como sistema o esquema conceptual) propio de una lengua o lenguaje.
La conclusión es, en cierta forma, más fuerte que la que antes veíamos para las teorías
científicas, en la forma de una tesis de infradeterminación. Porque ahora se trata del lenguaje
natural y de lo que, una vez hemos prescindido de una concepción mentalista y no empirista del

12
Filosofía del Lenguaje

significado, puede permitirnos poner en correspondencia dos expresiones que cumplen la misma
función comunicativa, si tomamos en consideración, y sólo, la evidencia dada empíricamente
(estímulos presentes y disposiciones de los/las hablantes). El escepticismo que resulta respecto a
la posibilidad de determinar los significados se suele expresar diciendo que, en la concepción
del lenguaje de Quine, no hay cuestiones de hecho que permitan decidir en qué consiste
exactamente el significado de una expresión, o que permitan declarar a una traducción la única
correcta. (Aunque, como el propio Quine reconoce, sí puede haber criterios que permitan
considerar a una comparativamente mejor que otra). No hay, en definitiva, un manual de
traducción ‘verdadero’.

En última instancia, la indeterminación se salva por el carácter social del lenguaje, por la
posibilidad de comunicarnos con otros/as hablantes aunque tengamos que actuar como
traductores radicales (eso es lo que somos, para Quine). Del lenguaje dice Quine que es el lugar
de la intersubjetividad, y al mismo tiempo afirma que es esa intersubjetividad la que introduce
una “presión hacia la objetividad” en el lenguaje.

Algunas valoraciones críticas

El filósofo D. Føllesdal ha entendido que de las tesis de Quine se sigue una más como corolario:
la afirmación de la inseparabilidad de teoría y lenguaje, o la inseparabilidad entre nuestro saber
del lenguaje (de los significados) y nuestro saber del mundo (de los hechos). Quine ha intentado
evitar el tipo de relativismo lingüístico que parecería seguirse de este corolario insistiendo en la
función de los enunciados observacionales, que representan las “puertas de entrada al lenguaje”:
tanto para el aprendizaje lingüístico (como Quine se esfuerza en mostrar en los capítulos 1 y 2
de Palabra y Objeto), como para el trabajo del traductor radical, como para la formulación de
una teoría científica.

En varios momentos, Quine ha mantenido un debate con el lingüista Chomsky y sus seguidores.
Chomsky y otros han objetado a Quine que el tipo de semántica conductual que él defiende no
permite explicar completamente el proceso de aprendizaje lingüístico, porque en él se adquieren
más conocimientos de los que pueden explicarse apelando tan sólo a lo dado con la observación,
es decir: a estímulos sensoriales y conducta lingüística observable. Además, Chomsky ha
objetado que el tipo de indeterminación que Quine defiende no es sino producto del tipo de
infradeterminación empírica de que adolece cualquier teoría científica: pues lo dado con la
observación, real y posible, siempre infradetermina el significado empírico de, por ejemplo, los
enunciados teóricos y los principios generales de las teorías científicas. Quine ha respondido
que la indeterminación de la traducción radical no es meramente un ejemplo de esa
infradeterminación empírica, que se daría en la medida en que la lingüística como ciencia
pudiera verse como parte de las ciencias de la conducta y, en última instancia, de la teoría física.
(La posición tácitamente contenida en esta frase es, de hecho, la defendida por Quine cuando ha
urgido a naturalizar la epistemología). La indeterminación de la traducción radical tiene un
contenido adicional: la convicción de que podría haber, en principio, manuales de traducción
lógicamente incompatibles entre sí y tales que ambos fueran, individualmente, compatibles con
la totalidad de los hechos susceptibles de descripción en términos físicos. (“Cuando digo que no
hay cuestiones de hecho por lo que hace, por ejemplo, a dos manuales de traducción rivales, lo
que quiero decir es que ambos manuales son compatibles con todas y las mismas distribuciones
de estados y relaciones entre partículas elementales. En una palabra, que son físicamente
equivalentes”. Quine, Theories and things, 1981).

Otro motivo de desacuerdo con Quine ha sido su crítica a la noción de analiticidad. Desde
posiciones filosóficas diversas, se ha considerado defendible una noción de analiticidad que
encuentra utilidad incluso en la comprensión pre-teórica de los hablantes, cuando identifican
dos términos como sinónimos (algo que, sin embargo, ya había observado él, aunque
considerando que este era un criterio empírico que aproximaba lo analítico a lo sintético). Quine

13
Filosofía del Lenguaje

ha revisado su propia posición respecto a las verdades lógicas y ha aceptado, más recientemente,
que “un cambio de lógica es un cambio de tema”: es decir, cambiar la lógica lleva consigo
cambios amplísimos en el conjunto del lenguaje o teoría de que se trate, y es ésta la razón que
lleva a concederles a las verdades lógicas una función central.

También se ha puesto en cuestión el holismo de Quine, así como su resistencia a aceptar


cualquier explicación internista o mentalista del significado. Y se ha discutido igualmente su
rechazo de cualesquiera nociones no-extensionales en general, lo que le lleva a evitar las
nociones modales y a analizar los contextos intensionales, que él ha llamado irónicamente
contextos ‘opacos’, como si fueran un único ‘bloque’ semántico. Hasta el último momento,
Quine ha continuado defendiendo que la lógica de primer orden clásica, bajo una interpretación
objetual de los cuantores, es instrumento suficiente para describir la estructura lógico-semántica
del lenguaje de las teorías científicas –y, a fortiori, del lenguaje natural.

Este planteamiento general: el de que sólo necesitamos nuestras observaciones, más la lógica de
primer orden, para ofrecer una teoría semántica naturalizada del lenguaje natural, ha sido
llevado a sus últimas consecuencias teóricas por un discípulo de Quine que se ha convertido, a
su vez, en uno de los filósofos del lenguaje más influyentes de los últimos años: D. Davidson.

14
Filosofía del Lenguaje

2.2.3 Significado, Verdad e Interpretación Radical en el programa de D. Davidson

El trabajo de Davidson ha recorrido una amplitud de temas con un enfoque unitario y


sistemático, y sus ideas pueden verse en conjunto como un intento de dar cuenta desde una
teoría integradora del conocimiento, la acción, la mente y el lenguaje. Una característica de su
método analítico es la de intentar aproximarse a las cuestiones que quiere estudiar: la acción
humana, el conocimiento, la mente o el significado, investigando el lenguaje en el que los
expresamos, y en particular la estructura lógica de los enunciados de este lenguaje, antes que
mediante una investigación directa de carácter ontológico de estos fenómenos. Aquí vamos a
centrar nuestra atención en su teoría semántica y en su teoría de la interpretación.

Significado y verdad

En varios ensayos Davidson ha intentado aproximarse a una teoría del significado que sea
adecuada para el lenguaje natural. Lo ha hecho asumiendo varios presupuestos filosóficos. En
primer lugar, considera que lenguaje y pensamiento, o aseveraciones y creencias, no pueden
separarse: defiende que sólo accedemos a las creencias a través de su expresión lingüística y
que, en contrapartida, sólo podemos explicar el significado de las aseveraciones apelando a las
creencias expresadas por ellas. Esta idea determina una aproximación holista al lenguaje y al
entendimiento lingüístico, donde aseveraciones y creencias están relacionadas en red de forma
tal que, para entender una aseveración (o la creencia expresada por ella) hemos de tener en
cuenta cómo está interrelacionada con otras aseveraciones (y creencias). En segundo lugar,
reconoce como características esenciales del lenguaje natural humano su sistematicidad y
productividad, y considera que la composicionalidad es la propiedad que mejor permite explicar
ambas. Ya hemos visto que decir que el lenguaje natural es composicional es decir que el
significado de cualquiera de sus enunciados (o de cualquier expresión compuesta) viene dado
por los significados de las expresiones componentes más su articulación sintáctica. Un tercer
presupuesto filosófico tiene que ver con el hecho biográfico de que Davidson ha sido estudiante
de Quine, al que reconoce como maestro. Aunque sus propios intereses no han sido tan
epistemológicos y sí más semánticos, acepta con Quine que la noción de significado tradicional
(que entendía los significados ya sea como contenidos mentales “que nadie ha visto”, o ya sea
como ideas abstractas y objetivas de algún tipo peculiar) es oscura e innecesaria para una teoría
satisfactoria del significado y del entendimiento lingüístico.

Una teoría del significado para el lenguaje natural tiene que poder reflejar este conjunto de
propiedades: el carácter holista del entendimiento por medio del lenguaje, y la
composicionalidad que permite que, a partir de un conjunto finito de unidades y de reglas para
combinarlas, puedan generarse virtualmente infinitos nuevos significados. Además, ha de poder
prescindir de nociones de significado que Davidson considera oscuramente mentalistas o
abstractamente idealistas. La propuesta final y más original de Davidson ha consistido en
proponer que se deje de hablar de significados en favor de hablar de las condiciones de verdad
de los enunciados, así como de la contribución que las expresiones componentes hacen a esas
condiciones de verdad. Davidson motiva su propuesta observando que entender un enunciado
puede hacerse equivaler a conocer sus condiciones de verdad, es decir, a conocer en qué
condiciones ese enunciado sería verdadero, o cómo tendría que ser el mundo para que el
enunciado pudiera ser declarado verdadero. Y añade que entender el significado de una
expresión puede hacerse equivaler, correspondientemente, a conocer la contribución (semántica)
que esa expresión hace al significado de los enunciados en los cuales se integra.

Así, pues, una teoría del significado podría adoptar la forma de una teoría de la verdad, donde
para cada enunciado del lenguaje objeto de estudio (lenguaje objeto) se proporcionase (en el
metalenguaje de la teoría) una descripción sistemática de sus condiciones de verdad, incluida la

15
Filosofía del Lenguaje

contribución a esas condiciones de verdad de las expresiones componentes. Para esta


descripción sistemática, Davidson ha recurrido a una teoría ya disponible: la teoría semántica de
la verdad de Tarski. (El lógico y matemático A. Tarski propuso, en los años ’40 del siglo
pasado, un procedimiento de definición de estructuras o modelos semánticos para los lenguajes
formales o formalizados que permitía asignar contenidos semánticos, llamados también
condiciones de verdad, a todos los enunciados del lenguaje considerado y a sus expresiones
componentes, y esto de manera sistemática, completa y de acuerdo con el principio de
composicionalidad. En particular, es posible definir un modelo semántico tipo Tarski para el
lenguaje de primer orden -para la lógica predicados clásica-, que es en lo esencial el tipo de
lenguaje objeto en el que está pensando Davidson).

Esquemáticamente, Davidson ha simbolizado esta asignación de condiciones de verdad asociada


a cada enunciado por medio de lo que se conoce como la Convención T (‘T’ de Tarski y
también de truth, verdad en inglés). La Convención T es un esquema de axioma que se
introduce en el metalenguaje de la teoría y que, para cada enunciado ‘S’ del lenguaje objeto,
especifica su significado dando una descripción de sus condiciones de verdad en el
metalenguaje de la teoría. Esta descripción o especificación aparece simbolizada por p.

(T) ‘S’ es verdadero en el lenguaje L si y sólo si p.

La teoría de Tarski permite asignar, en primer lugar, denotación a las expresiones que son
nombres; en segundo lugar, asigna una interpretación extensional a los predicados (que
simbolizan propiedades y relaciones) al asignarles las tuplas de entidades que satisfacen el
predicado; finalmente, y teniendo en cuenta la cuantificación (operadores universal y
existencial), y otros operadores lógicos, asigna al enunciado compuesto a partir de esas
expresiones un valor de verdad. La locución ‘si y sólo si’ de la Convención T indica que se
están dando las condiciones necesarias, y conjuntamente suficientes, para poder decir que ‘S’ es
verdadero. Por ejemplo, “Ícaro voló hasta el sol” es verdadero si y sólo sí el individuo denotado
por el nombre ‘Ícaro’ se encuentra dentro de la extensión del predicado ‘x voló hasta el sol’.

La propuesta de Davidson es, finalmente, presentar una teoría de la verdad para un lenguaje
dado L haciendo uso de un esquema de axioma como el que representa (T), donde aparece un
predicado metalingüístico ‘__ es verdadero en L si y sólo si’ y tal que es posible obtener, a partir
de ese esquema (T), todas las instanciaciones que resultan al sustituir ‘S’ por todos y cada uno
de los enunciados de L, y al especificar mediante p una descripción en el metalenguaje de las
condiciones de verdad correspondientes a cada uno de esos enunciados ‘S’. Esta teoría sería una
teoría del significado para L.

Algunas dificultades. El análisis paratáctico

Un problema con la propuesta de Davidson se hace enseguida evidente, y quizá ya se ha


sugerido con el ejemplo que acabamos de poner dos párrafos más arriba. El problema de una
teoría semántica como la teoría de Tarski es que hay, en primer lugar, muchos fenómenos de
significado que parecen no quedar incluidos bajo ese tipo de asignación de condiciones de
verdad (puramente extensional); y, en segundo lugar, que incluso en aquellos casos en los que
esta asignación parece en principio posible, no está claro cómo hemos de analizar las
expresiones del lenguaje natural desde un punto de vista lógico-semántico. Con respecto a este
segundo problema, el programa de Davidson (desarrollar efectivamente una teoría como la que
propone) lleva consigo esta necesidad: la de un análisis satisfactorio de la forma lógica de las
expresiones del lenguaje natural, forma lógica que no se va a corresponder por completo con la
gramática superficial de la lengua sino con la de sus estructuras de significado. Con respecto al
primer problema, una parte importante del trabajo de Davidson ha estado dedicada a ofrecer el
tipo de análisis de esos fenómenos difíciles, y el tipo de extensiones de la teoría de la verdad
tipo Tarski que permitirían salvar las objeciones. A este conjunto de análisis y extensiones de la

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Filosofía del Lenguaje

teoría se les ha dado el nombre de análisis paratáctico, y hay tres fenómenos en concreto que
han necesitado este tipo de reelaboración.

1. Dependencia contextual
Las oraciones de una teoría de la verdad tipo Tarski se interpretan en modelos estipulados, y las
asignaciones o interpretaciones que las expresiones reciben son fijas. El lenguaje natural,
contrapuestamente, se caracteriza porque sus significados sólo pueden determinarse, en la
mayoría de las ocasiones, teniendo en cuenta factores contextuales y otras circunstancias. Por
ejemplo, la fijación de la referencia de los pronombres personales (‘yo’, ‘tú’) o demostrativos
(‘esto’), o de los adverbios temporales (‘hoy’, ‘ahora’) y de lugar (‘aquí’) depende de lo que se
ha llamado el contexto estrecho, que incluye al menos tomar en consideración quién es la
persona que habla, en qué momento y dónde lo hace (y, posiblemente, otros índices variables
también). Con respecto a este tipo de dependencia contextual del significado, la solución de
Davidson ha sido la de extender la noción de modelo semántico de Tarski para estipular que la
asignación de una interpretación o contenido semántico a una expresión dada ha de ser relativa a
varios índices, incluidos al menos hablante, lugar y tiempo de la emisión de esa expresión (y
admitiendo la posibilidad de incorporar al modelo semántico otros índices que puedan
necesitarse).

Contemporáneamente los detractores de Davidson aún insisten en que el significado de otras


muchas expresiones, y no sólo expresiones indéxicas como las anteriores, depende de cómo se
interpreten en el contexto, teniendo en cuenta entre otras cosas las intenciones de quien habla, es
decir, lo que quien habla quiere significar, y otras circunstancias. Y observan que, por mucho
que se extienda el modelo semántico para incorporar otros índices a los que sería relativa la
interpretación, siempre será posible imaginar circunstancias o contextos en los que hay que
tener en cuenta nuevos factores no previstos. (Los partidarios de la semántica formal como
estrategia válida de análisis no niegan esto, pero aún pueden dar respuesta a esta objeción.
Comentaremos algo más al final, cuando hablemos del debate entre contextualismo y
minimalismo semántico).

2. Oraciones de atribución de creencia y, en general, el habla indirecta.


El problema aquí es el de los contextos llamados intensionales, del que ya hemos hablado al
estudiar a Frege. Por ejemplo, en (a) “Copérnico creía que las órbitas de los planetas son
circulares”, el contexto gramatical ocupado por la oración subordinada (“que las órbitas de los
planteas son circulares”) no respeta el principio extensional de que la oración subordinada
pueda sustituirse por otra del mismo valor de verdad sin que, en ocasiones, el valor de verdad
final del enunciado compuesto se vea alterado. Por ejemplo, en (b) “Copérnico creía que la
tierra ocupa el centro de nuestra galaxia”), la nueva oración subordinada incluida en (b) es
igualmente falsa, como la anterior en (a), pero el valor de verdad del enunciado compuesto se ha
visto alterado; ahora (b) es falso, mientras que (a) era verdadero. Esto viola el principio de
sustitución uniforme. La razón está en que ese valor de verdad final del enunciado compuesto
depende de lo que creía Copérnico (el contexto intensional de su creencia), y no de los valores
de verdad de las oraciones subordinadas.

Para resolver esta dificultad, Davidson ha propuesto un análisis que escinde la oración de
atribución de creencia (en general, cualquiera en estilo indirecto) en dos oraciones enunciativas,
cada una de ellas analizable en los términos puramente extensionales de una asignación de
condiciones de verdad. Así,

(a) Copérnico creía que las órbitas de los planetas son circulares,

se analiza, en el nuevo análisis paratáctico, como:

(a’) Copérnico creía esto. Las órbitas de los planetas son circulares.

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Filosofía del Lenguaje

Aquí, lo denotado por el pronombre demostrativo ‘esto’ vendrá fijado en cada contexto de uso,
y esta asignación de una denotación (que será parte de las condiciones de verdad del enunciado
correspondiente) puede hacerse estipulando que ‘esto’ denota el contenido de la creencia de
Copérnico que se toma en consideración. Los detractores de Davidson han observado que
aunque el análisis sea, desde un punto de vista técnico, admisible y se integre en el marco del
tipo de teoría de la verdad propuesto, supone asignar condiciones de verdad a oraciones distintas
de la originalmente dada.

3. Modificadores adverbiales e inferencias basadas en estas expresiones


Para cualquier persona que sea hablante competente de una lengua como la nuestra, es fácil
reconocer la corrección del razonamiento siguiente: de “Llegó a medianoche, pausadamente,
con aparente despreocupación”, podemos inferir “Llegó a medianoche, pausadamente”, y de
aquí podemos continuar infiriendo “Llegó a medianoche” e incluso “Llegó”. Pero este patrón
inferencial no puede reflejarse en una teoría de la verdad tipo Tarski, pues los patrones de
inferencia o argumentos correctos que la semántica lógica puede traducir se basan en la
articulación lógica entre enunciados completos (como es el caso del clásico Modus Ponens), y
no en la estructura gramatical o sintáctica intra-oracional de un único enunciado. La solución
ofrecida por Davidson aquí ha sido original y ha obtenido reconocimiento y aceptación en el
campo de la lingüística. Ha propuesto sustituir los modelos tipo Tarski clásicos por lo que se
llama semántica de eventos, logrando así un modelo semántico que puede reflejar este tipo de
patrones de razonamiento.

Un modelo de Tarski clásico es una estructura que puede simbolizarse mediante <M, R, I>,
donde M representa un conjunto de entidades (individuos y/o objetos) que constituyen el
dominio semántico o universo del discurso; R representa un conjunto de propiedades y
relaciones, e I es la función de interpretación que asigna denotación a los nombres (una entidad
de M), satisfacción a los predicados (las tuplas de entidades de M que los satisfacen, y que
definen así las propiedades y relaciones al fijar sus extensiones), y finalmente un valor de
verdad a los enunciados completos. En una semántica de eventos, el dominio semántico o
universo del discurso Me no contiene entidades individuales, sino eventos: es decir, es un
conjunto de sucesos o acontecimientos a los que es posible aplicar predicados y sobre los que es
posible cuantificar. De esta manera, el tipo de inferencia que hemos visto antes ejemplificada
deja de ser problemática y puede describirse en términos limpiamente extensionales, pues los
adverbios pasan a ser las predicaciones que se aplican, en conjunción, al mismo acontecimiento
(‘llegar’). Así, parafraseando el razonamiento en un lenguaje semi-simbólico, tendríamos algo
aproximado a:

Existe un acontecimiento e (‘llegar’) realizado por un sujeto s en el momento t y la


localización l, y tal que: A-media-noche(l) y Pausadamente(l) y Con-aparente-
despreocupación (l).

Es decir, l satisface los tres predicados unarios siguientes: A-media-noche(x), Pausadamente(x),


y Con-aparente-despreocupación(x). Ahora, las reglas clásicas del razonamiento en cualquier
modelo extensional permiten la inferencia anteriormente indicada.

4. Oraciones no enunciativas
Las oraciones interrogativas o imperativas, a diferencia de los enunciados, no poseen
condiciones de verdad. Una pregunta o una petición no son verdaderas o falsas en cuanto tales.
Esto plantea el problema de cómo extender el análisis de una teoría de la verdad tipo Tarski a
estas oraciones. Davidson ha propuesto hacerlo del siguiente modo: una oración como

(c) ¿Llueve?

se transforma, mediante el análisis paratáctico, en:

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Filosofía del Lenguaje

(c’) La siguiente emisión es una pregunta. Llueve.

Su idea es que podemos concebir las oraciones no enunciativas como oraciones enunciativas
más una expresión que describe el tipo de transformación sintáctica que ha tenido lugar en la
emisión original de esa oración. Para Davidson, por tanto, la emisión de una oración no
enunciativa es analizable, en términos semánticos, en dos oraciones enunciativas. El
procedimiento es similar al empleado antes para el discurso indirecto, y está sujeto a una
objeción similar: cabe dudar de que el tipo de fuerza que posee la emisión de (c) se preserve en
(c’). (Los defensores de la teoría de actos de habla, como veremos más adelante, han llamado a
este tipo de análisis la “falacia realizativa”).

Otros problemas: ¿puede ser la teoría empíricamente adecuada?

El planteamiento de Davidson está abierto a otra objeción. El tipo de análisis de la forma lógica
que propone arroja a veces resultados muy poco intuitivos, como en el caso de las oraciones no
enunciativas o las de atribución de creencia. Sin embargo, Davidson ha insistido en que una
teoría del significado para un lenguaje L tiene que ser empíricamente adecuada, y esto entraña
que sea adecuada a la conducta lingüística real del conjunto de hablantes competentes de L. Lo
que hace falta es mostrar que una teoría de la verdad tipo Tarski puede proporcionar un análisis
de la forma lógica que subyace a las expresiones del lenguaje natural (de este problema nos
acabamos de ocupar al hablar del análisis paratáctico), y que efectivamente las expresiones del
lenguaje natural, tal y como las usan los y las hablantes, quedan suficientemente explicadas o
descritas con los recursos mínimos de una lógica extensional clásica. Para mostrar que la
respuesta a esta segunda cuestión es positiva es para lo que Davidson ha elaborado una teoría de
la interpretación.

Hay además un tercer problema. De acuerdo con el principio de composicionalidad, el


significado (condiciones de verdad) de un enunciado completo se obtiene a partir de los
significados (contribución a las condiciones de verdad) de las expresiones que lo componen,
más su articulación sintáctica. Esto parece requerir que, para describir los significados de las
expresiones del lenguaje, hayamos de empezar conociendo los significados de las expresiones
sub-oracionales. Al mismo tiempo, y en aparente contradicción con esta idea, el esquema de
axioma de la Convención T genera todas las descripciones de las condiciones de verdad de los
enunciados de L empezando por atribuir el predicado ‘__ es verdadero en L’, y sin suponer que
los significados son conocidos antes de que analicemos sus condiciones de verdad. Es decir, la
teoría comienza suponiendo que, desde el metalenguaje, podemos tener conocimiento de cuándo
diríamos que un enunciado es verdadero, y sólo después, a través del análisis, se puede obtener
su forma lógica –es decir, se determinan las expresiones componentes y su contribución a la
verdad o falsedad del enunciado. Pero esto sólo se hace a partir de la precomprensión de qué
circunstancias harían al enunciado verdadero (o falso). Esto concuerda con la concepción holista
de la relación entre pensamiento y lenguaje, o entre creencias y aseveraciones, que antes
exponíamos, y Davidson lo ha expresado afirmando que hemos de comenzar suponiendo una
pre-comprensión de la noción de verdad, que sería una noción primitiva (pre-teórica, asumida
como algo dado ya en el conocimiento de los/las hablantes), antes de poder formular la teoría
del significado que ha propuesto. Pero parece que esta afirmación aún nos deja esperando
alguna explicación más articulada de cómo se relacionan todas estas nociones.

Interpretación radical: una teoría de la interpretación y el entendimiento lingüístico

¿Qué conocimiento se necesita tener para que sea posible entenderse lingüísticamente con otros,
con otras hablantes? Supongamos que somos intérpretes sin ningún conocimiento previo de los
significados ni las creencias de otras personas, cuya lengua desconocemos. Una interpretación
radical es la tarea a la que se enfrenta un intérprete que quiera llegar a entenderse con una

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Filosofía del Lenguaje

persona nativa de otra cultura y otra lengua, cuando ninguno de los dos posee conocimiento
previo alguno de la lengua o las creencias ajenas. El punto de partida de este experimento
mental es, por tanto, similar al que proponía Quine en su propia investigación sobre traducción
radical: una situación de triangulación epistémica en la que están presentes el intérprete, la
persona nativa interpretada y algún acontecimiento externo que ambos pueden observar. Para
Quine, se trataba de mostrar que es posible llegar a comunicarse con la persona nativa sin más
puntos de apoyo que la evidencia empírica, incluida la observación de la conducta lingüística de
la persona interlocutora (y presupuestas la capacidad de asentir y disentir, así como la capacidad
de reconocer este asentimiento y disentimiento). La reconstrucción de Davidson en esa situación
de triangulación epistémica que él mismo investiga (y, al hacerlo, recuerda y se remite a Quine),
sigue un proceso análogo y reproduce las mismas etapas. Pero hay dos diferencias importantes
con respecto al proceso descrito por Quine que caracterizan, por tanto, la teoría de Davidson, y
la convierten –según su propia pretensión- en una teoría de la interpretación y el entendimiento
lingüístico, y no meramente en un ejercicio de hallar equivalentes funcionales para la
traducción.

En primer lugar, cuando se alcanzaba el nivel de las hipótesis analíticas de traducción, Quine
afirmaba que lo que tiene lugar es una abierta proyección, por parte del traductor radical, de sus
propias estructuras lingüísticas, sin más. Para Davidson, lo que el intérprete va a hacer es
buscar, en la lengua interpretada, la teoría de la verdad correspondiente. Esto es, lo que se
proyecta no son directamente las propias estructuras lingüísticas, pero sí el presupuesto de que a
la lengua interpretada le subyacen estructuras de verdad análogas. Es decir, el intérprete supone
que los enunciados de la persona nativa interpretada poseen condiciones de verdad que los
hacen verdaderos (o falsos) en la situación de triangulación epistémica descrita. El intérprete
asume, por tanto, que en la persona interpretada hay una precomprensión de la noción de verdad
análoga a la suya, y dada igualmente con su competencia lingüística: pues entender un
enunciado equivale a conocer sus condiciones de verdad, también en la lengua nativa.

Pero el intérprete tampoco sabe nada acerca de las creencias de la persona nativa. (Davidson
evita asumir cualquier presupuesto relativo a la hipotética realidad psicológica de esas
estructuras de verdad en las mentes individuales). Por esto, y como segunda diferencia
importante de Davidson respecto a Quine, es preciso atribuir al intérprete la aplicación de un
principio heurístico que guía su esfuerzo de interpretación: el principio de caridad. Conforme a
este principio, el intérprete tiene que suponer que la persona nativa es coherente y correcta en
sus aseveraciones y creencias. Que es coherente quiere decir que lo que asevera es consistente
con lo que cree, que hay concordancia entre sus aseveraciones y sus creencias, entre lo que dice
y lo que piensa; y, además, que el modo en que se relacionan sus aseveraciones entre sí y sus
creencias entre sí es consistente, se corresponde con los estándares generales de una
racionalidad común. Que la persona nativa es correcta en sus aseveraciones y creencias quiere
decir que hay correspondencia entre lo que asevera o cree, y el acontecimiento que ha motivado
esa aseveración o creencia –de acuerdo con los criterios de verdad del propio intérprete. Es
decir, supone asumir por parte del intérprete un vínculo causal entre creencias o aseveraciones y
el objeto de cada creencia o aseveración (el cual, en las primeras etapas de la interpretación y en
esa situación paradigmática de la triangulación epistémica, será un objeto percibido que incide
causalmente, o así se asume que ocurre).

Estos dos presupuestos, contenidos ambos en el principio de caridad, permiten que la


interpretación avance en la dirección de maximizar el acuerdo con respecto a la verdad: el
intérprete tiene que suponer que lo que la persona nativa dice y cree se corresponde con lo que
él mismo, de acuerdo con sus propios estándares de racionalidad y su propia teoría de la verdad,
considera verdadero. Sólo así puede ir estableciendo correspondencias entre los enunciados que
él mismo tiene por verdaderos, y los que puede atribuir a la persona interpretada como
enunciados de su lengua tenidos igualmente por verdaderos por ella. A continuación, será un
análisis más detallado y contrastivo el que permitirá, paulatinamente, asignar condiciones de
verdad a los enunciados nativos y, con ello, encontrar más estructura en ellos: es decir,

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Filosofía del Lenguaje

encontrar las expresiones componentes que contribuyen a las condiciones de verdad del
enunciado de que se trate en cada caso.

En respuesta a una objeción, Davidson ha aceptado la posibilidad de que haya dos lenguas
completamente diferentes entre sí, o una con estructuras de verdad completamente ajenas a las
familiares en nuestro ámbito cultural, de tal modo que el proceso interpretativo sólo identifique
disimilaridades: pero entonces, responde Davidson, la interpretación ni siquiera podría tener
lugar. Por el contrario, es muy plausible imaginar que, una vez iniciada la interpretación, el
intérprete identificará desacuerdos con respecto a la verdad: pero, para que esto ocurra, hace ver
que es preciso haber avanzado antes mucho en la dirección de maximizar el acuerdo: sólo
podemos tener seguridad de que una misma aseveración es verdadera (o falsa) para el intérprete,
y por el contrario falsa (o verdadera) para la persona nativa, cuando hemos interpretado lo
suficiente como para poder considerar, con un grado de fiabilidad suficiente, que dos
aseveraciones son la misma, es decir, que dicen lo mismo en relación con el mundo.

Davidson argumenta que el principio de caridad, que es un principio hermenéutico (sobre cómo
es posible la interpretación), enuncia un presupuesto de racionalidad común –de coherencia y de
correspondencia con los hechos- que no sólo es indispensable para que la interpretación pueda
tener lugar en esa situación imaginaria de la interpretación radical: su tesis, más fuerte, es que
todas las personas, en la medida en que somos hablantes competentes de alguna lengua o
lenguaje, somos intérpretes radicales. Esto equivale a reconocer que, para entendernos con las
demás personas, hemos de reconocerles una racionalidad común (coherencia en sus
aseveraciones y creencias, y correspondencia de éstas con los hechos) y estructuras de verdad
igualmente comunes. Pero reconoce, al mismo tiempo, dos consecuencias de su reconstrucción
del proceso interpretativo: la indeterminación y el holismo.

Algunas consecuencias y algunas dificultades

Algunos detractores de Davidson le han enfrentado con la evidencia de que ese proceso de
interpretación que él reconstruye está sujeto a la indeterminación: un mismo corpus de
evidencia empírica (que incluya los acontecimientos percibidos y la conducta lingüística
observada en la comunidad interpretada) puede dar lugar a interpretaciones distintas e
incompatibles entre sí. Es decir, siempre es en principio posible pensar que puede haber más de
una interpretación para una lengua dada. Esto es lo que afirma la tesis de la indeterminación de
la interpretación radical, que Davidson enuncia y asume explícitamente. Y esta tesis ha de verse
conjuntamente con la tesis que afirmaba la inseparabilidad de pensamiento y lenguaje. El
proceso de interpretación reconstruido por Davidson pone de manifiesto que, sobre la base de
las premisas asumidas por él, esta separación no es posible: el intérprete accede a las creencias
de la persona nativa al interpretar sus aseveraciones, pero, al mismo tiempo, sólo puede asignar
condiciones de verdad (y, por tanto y a fortiori, contenido de significado) a los enunciados
aseverados cuando supone que éstos expresan lo que la persona interpretada cree verdadero. De
lo que se sigue, en consecuencia, una concepción holista del pensamiento y el lenguaje.

Que pueda haber múltiples interpretaciones, igualmente concordantes con las exigencias de la
interpretación, puede representar un problema si además se exige la realidad psicológica de esa
teoría de la verdad obtenida en la interpretación. Davidson ha respondido que su teoría no
pretende realidad psicológica (no es una descripción de los procesos psicológicos tal y como
estos tienen lugar en las mentes individuales), sino que lo que él ofrece es una teoría semántica
del significado lingüístico (en términos de una teoría de la verdad), y que esta teoría semántica
va unida a una teoría de la interpretación por medio de la cual se hace plausible la adecuación
empírica de la primera. Así pues, la teoría de Davidson no pretende realidad psicológica, y sólo
reconstruye estructuras semánticas del lenguaje natural cuyo dominio y aplicación hay que
suponer dadas y subyaciendo a la competencia lingüística de los/las hablantes.

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Filosofía del Lenguaje

Sin embargo, si objetamos que en el proceso interpretativo descrito ha de haber alguna realidad
(o requerimos que la haya), lo que encontramos es que en ningún momento la interpretación
llevada a cabo por el intérprete puede considerarse definitiva, si por definitiva entendemos que
arroje como resultado una descripción correcta de la teoría de la verdad de la persona
interpretada. Lo que hay, acepta Davidson, es una teoría inicial (una hipótesis, en realidad,
acerca de cuál puede ser la teoría de la verdad de la persona interpretada), y a continuación un
proceso continuo de ajuste de esta teoría inicial conforme avancen la interpretación, revisión y
corrección subsiguientes. A cada resultado provisional de este proceso continuo Davidson lo
llama teoría de ajuste.

Pero la imagen que queda, tras aceptar que el proceso de interpretación sólo da como resultado
una sucesión progresiva de teorías de ajuste, es la de que el entendimiento lingüístico no
descansa entonces sobre significados estables y comunes, sino sobre aproximaciones sucesivas
constreñidas por la exigencia de maximizar el acuerdo respecto a la verdad. En un ensayo de
tono provocador, Davidson ha afirmado que no hay lenguaje, si por lenguaje hemos de entender
lo que la filosofía o la lingüística han entendido tradicionalmente. Es decir, no hay reglas o
convenciones que garanticen significados comunes. En su opinión, lo único que podemos
afirmar –a partir de lo dado como evidencia empírica- es que cada hablante posee su propio
idiolecto (su propia teoría de la verdad), y que el entendimiento lingüístico transcurre a través de
procesos de interpretación como los descritos.

(En otro ensayo Davidson ha estudiado el fenómeno de los ‘malapropismos’, es decir, de los
usos incorrectos de expresiones, como un fenómeno que le permite argumentar a favor de su
concepción: pues es perfectamente posible entender lo que ha querido decir un/a hablante que
emplea una expresión en desacuerdo con las convenciones lingüísticas. Aquí, según él muestra,
la interpretación se hace posible tan sólo a partir de la teoría de la verdad del propio idiolecto y
la aplicación del principio de caridad. La aseveración “Una bonita disposición de epitafios*” se
logra interpretar así, en el ejemplo que propone en su ensayo, como “Una bonita disposición de
epítetos”).

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Filosofía del Lenguaje

2.3. Teorías de la referencia y externismo semántico

Se llama externismo semántico a la tesis que afirma que el significado y la referencia de las
expresiones lingüísticas que usamos corrientemente no están únicamente determinados por las
ideas que asociamos con esas expresiones o por los estados internos (físicos) que acompañan o
subyacen a su uso. El lógico y filósofo S. Kripke ha defendido que las referencias de los
nombres propios, así como de los términos de género natural, están determinadas en parte por
factores externos de tipo causal e histórico. Esta misma tesis ha sido defendida también, algo
posteriormente, por el filósofo H. Putnam, quien ha reforzado los argumentos de Kripke en lo
que atañe a los términos de género natural. La tesis externista de ambos se contrapone sin
embargo a una tesis tradicional y ampliamente adoptada hasta ese momento, la del internismo
semántico, de acuerdo con el cual el significado está determinado por nuestros estados mentales
y sus contenidos intencionales, y depende únicamente de las propiedades intrínsecas (internas)
de estos estados. Las teorías tradicionales de la referencia que hemos estudiado hasta ahora (las
de Frege y Russell) son teorías descriptivas, para las que la referencia de una expresión viene
determinada por un determinado contenido cognitivo asociado con ella; en este sentido, pueden
verse como teorías internistas. Las criticas de autores como Kripke y Putnam han puesto de
manifiesto algunos importantes problemas de estas teorías tradicionales, y han dado lugar a un
debate que aún sigue abierto. Lo que vamos a exponer a continuación, con alguna brevedad y
simplificación, son algunas de las principales posiciones y argumentos de este debate.

El problema teórico fundamental al que se enfrenta una teoría de la referencia es el de explicar


en virtud de qué una expresión lingüística (de un determinado tipo) puede remitir a, o estar por,
una determinada entidad. Lo que se pretende explicar es cuál es el mecanismo de fijación o
identificación del referente. Además, pueden estudiarse cuestiones como la relación entre
referencia, significado y verdad. El tipo de expresiones que es pertinente estudiar son los
nombres propios (‘Aristóteles’, ‘Valladolid’, ‘Sierra de Guadarrama’), pues son expresiones que
paradigmáticamente refieren o se usan con la intención de que refieran a entidades individuales.
Pero también es posible estudiar la referencia de otro tipo de expresiones: los términos de
género natural (‘tigre’, ‘agua’), las descripciones definidas singulares (‘El autor de Los versos
del capitán’), o los términos indéxicos (‘yo’, ‘esto’, ‘aquí’, ‘ahora’).

2.3.1. Teorías descriptivas tradicionales

El problema de los nombres propios

Stuart Mill había defendido que el significado de un nombre propio es su portador. A partir de
él, se llama ‘millianismo’ a la teoría que postula la existencia de algún tipo de entidad para todo
nombre que pueda emplearse con significado o sentido (con la consecuencia de que ‘La
Montaña Mágica’ o ‘Ulises’ serían los nombres de algún tipo de entidad o idea abstracta). Esta
teoría tiene problemas para explicar fenómenos como el de los enunciados de identidad entre
nombres co-referenciales (“Héspero es Fósforo”), el de los enunciados que incluyen nombres de
referencia vacía (“Ulises fue dejado en Ítaca profundamente dormido”), las atribuciones de
creencias (“El joven estudiante cree que Pablo Neruda, pero no Neftalí Reyes, es el autor de Los
versos del capitán”), o los enunciados existenciales negativos (“Pegaso no existe”).

Las teorías descriptivas clásicas pueden ofrecer una solución. De acuerdo con la tesis que
comparten, un nombre refiere a su portador (la entidad referida o referente del nombre)
mediante un contenido descriptivo asociado con ese nombre por sus usuarios, y que permite
identificar de manera única al referente. Frege y Russell defendieron, como hemos visto, teorías
descriptivas para los nombres propios (y otras expresiones). Una versión más fuerte de las
teorías descriptivas afirma que el contenido descriptivo asociado con un nombre no sólo es el

23
Filosofía del Lenguaje

mecanismo que permite identificar de manera única al referente, sino que constituye además el
significado del nombre.

Si asumimos, con las teorías descriptivas, que un nombre refiere a su portador en virtud de que
esta entidad satisface, de manera única, el contenido descriptivo asociado con el nombre, y
asumimos además (con la versión fuerte de estas teorías) que este contenido descriptivo es el
significado del nombre, entonces podemos explicar el tipo de fenómenos que, según hemos
dicho, resultan difíciles para la teoría de Mill. Por ejemplo, en el caso de un enunciado de
identidad entre nombres co-referenciales como (1) “Héspero es Fósforo”, podemos establecer
que el contenido descriptivo asociado con el nombre ‘Héspero’ es ‘la última y más brillante
estrella que vemos cuando amanece’, y que el contenido descriptivo asociado con el nombre
‘Fósforo’ es ‘la primera y más brillante estrella que vemos cuando anochece’. Entonces
podemos explicar por qué el enunciado (1), aunque sólo está afirmando que una entidad es ella
misma, no es trivialmente analítico, es decir, verdadero sólo en razón de principios lógicos o del
significado de los términos componentes: pues la contribución que hace cada nombre al sentido
del enunciado (al pensamiento expresado por él) es la de un contenido descriptivo distinto. Si
admitimos, además, que un nombre puede tener un contenido descriptivo asociado aunque tenga
referencia vacía, podemos explicar que un enunciado que lo incluya tenga también significado y
exprese un pensamiento, aunque no pueda ser verdadero ni falso (sería el caso de enunciados
como “Ulises fue dejado en Ítaca profundamente dormido” o “Pegaso no existe”). Y podemos
también considerar que el joven estudiante es racional al tener una creencia como la expresada
por “El joven estudiante cree que Pablo Neruda, pero no Neftalí Reyes, es el autor de Los versos
del capitán”, pues los nombres ‘Pablo Neruda’ y ‘Neftalí Reyes’, aunque sean co-referenciales,
tienen para él diferente contenido descriptivo asociado.

Sin embargo, la crítica de Kripke en Del nombrar y la necesidad a estas teorías descriptivas
tradicionales puso de manifiesto tres importantes dificultades para ellas. Se conocen como el
problema de la necesidad no deseada (o el problema epistémico), el problema de la rigidez (o el
problema modal), y el problema de la ignorancia o el error. Los dos primeros afectan a teorías
descriptivas fuertes, mientras que el último afecta también a las versiones más básicas (para las
que el contenido descriptivo no es idéntico al significado del nombre, pero sí es el mecanismo
de identificación del referente). En un sentido amplio, se le llama la teoría de Frege-Russell al
conjunto de teorías descriptivas que son susceptibles de esta triple crítica de Kripke.

Problema de la necesidad no deseada. Supongamos que asumimos que, con el nombre propio
‘Aristóteles’, parte al menos del contenido descriptivo asociado (y parte del significado del
nombre) es ‘el último gran filósofo de la Antigüedad’. Entonces, un enunciado como
“Aristóteles fue el último gran filósofo de la Antigüedad” sería un enunciado trivialmente
analítico y necesario, pues sólo hace explícito un predicado que ya está contenido en el nombre.
Pero entonces se hace difícil explicar que este enunciado pueda ampliar el conocimiento de
alguien que ya antes hubiera oído el nombre de Aristóteles y tuviera, incluso, algún
conocimiento descriptivo del referente. E igualmente es difícil explicar que, en un contexto
contrafáctico o de ficción, puedan formularse hipótesis imaginativas como “Aristóteles pudo no
haberse dedicado a la Filosofía” y que este enunciado tenga sentido sin ser contradictorio en sí.

Problema de la rigidez. Imaginemos, de nuevo, un contexto contrafáctico o de ficción (un


mundo posible) en el que Aristóteles no fue el maestro de Alejandro Magno. En este contexto,
imaginemos también que se estipula que el nombre propio ‘Aristóteles’ se aplique únicamente
al maestro de Alejandro Magno en ese mundo posible. En ese caso, en ese contexto, al usar el
nombre ‘Aristóteles’ estaríamos haciendo referencia a otro individuo, quizá a algún otro filósofo
contemporáneo del Aristóteles históricamente real, y que habría sido el maestro de Alejandro
Magno en ese mundo posible. Pero este ejercicio de imaginación parece demasiado forzado:
resulta inevitable concluir que cuando utilizamos el nombre de Aristóteles, incluso para atribuir
a su portador predicados contrafácticos, consideramos que su referente viene fijado de acuerdo

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Filosofía del Lenguaje

con el uso del nombre en el mundo real, y no de acuerdo con otros contenidos descriptivos que
queramos asociarle de manera estipulativa.

Kripke concluyó que los nombres propios, a diferencia de las descripciones definidas, han de
identificar a su referente de manera estable de acuerdo con su uso en el mundo real: esto quiere
decir que ‘Aristóteles’ debe hacer referencia, en todos los mundos posibles, al mismo individuo
identificado en el mundo real –y no a cualquier otro que, en una situación contracfáctica,
resultase ser el que satisface un determinado contenido descriptivo. Esto le llevó a defender que
los nombres y las descripciones definidas tienen distinto funcionamiento semántico, y llamó
rigidez a la propiedad de los nombres que acabamos de enunciar. Que las descripciones no la
posean refuerza la intuición de que el mecanismo de la referencia, en el caso de los nombres, no
puede ser un contenido descriptivo.

Problema de la ignorancia y el error. Supongamos que un joven estudiante sólo sabe de Pablo
Neruda que fue un poeta. Cuando él dice “Pablo Neruda fue un poeta”, no habrá conseguido
identificar al poeta Pablo Neruda, pues el contenido descriptivo que asocia con el nombre no
discrimina entre el conjunto de todos los poetas. Este es el problema de la ignorancia.
Supongamos que una joven estudiante cree que Pablo Neruda fue el autor de Trilce. Cuando ella
dice “Pablo Neruda fue un genial poeta”, a quien está queriendo hacer referencia es al autor de
Trilce, es decir, está queriendo hacer referencia a César Vallejo y no a Pablo Neruda. Este es el
problema del error.

Revisiones e intentos de solución: La teoría del racimo. La teoría de Searle

Una posible salida a los problemas es suponer que el contenido descriptivo asociado con un
nombre no es una única descripción fija. Wittgenstein sugirió que se viera más bien como una
disyunción abierta de descripciones (como un “racimo” de ellas), de manera que para cada
hablante o en cada ocasión de uso el contenido seleccionado podría variar -y, correlativamente,
el mecanismo para identificar al referente también lo haría. El problema con esta idea es que
introduce lo que Frege ya había llamado una “oscilación del sentido del nombre” que, sin
restricciones, llevaría a que nada garantizara el entendimiento entre los/las hablantes, ni que al
usar un mismo nombre estuviesen, efectivamente, haciendo referencia al mismo referente –e
incluso ni siquiera que el mismo hablante refiriera a la misma entidad en dos ocasiones de uso
distintas. Una posible solución para esta oscilación extrema es aceptar que el contenido
descriptivo asociado con el nombre incluye un ‘núcleo duro’ de descripciones estables o fijas y,
adicionalmente, una disyunción de otras posibles descripciones que pueden oscilar en las
distintas ocasiones de uso. Pero es fácil ver que, para ese ‘núcleo duro’, inmediatamente se
reproducen los mismos problemas que ya tenía la versión tradicional de la teoría.

John Searle (al que estudiaremos con atención más adelante) propuso una revisión de esta teoría
que parecía no adolecer de sus problemas. Observó que no había por qué suponer que el
contenido que determina la referencia es expresable lingüísticamente. Defendió, en
contrapartida, que ese contenido identificador del referente es idéntico, para cada ocasión de uso
por un/a hablante, a la totalidad del contenido intencional (mental) que ese/a hablante asocia con
el nombre. El referente será entonces aquella entidad, sea la que sea, que satisface esa
representación o contenido intencional. Searle aceptó además que ese contenido mental que
cada hablante asocia con el nombre no es, ni tiene que ser idéntico al significado del nombre.
Con esta solución de Searle, el problema de la ignorancia y el error simplemente no se plantea –
pues, aunque el referente viene fijado por la intencionalidad de quien usa el nombre en cada
caso, lo que generaría un subjetivismo extremo, parte de ese contenido será la estipulación “El
individuo al que otros miembros de mi comunidad llaman ‘N’”. El problema de la necesidad no
deseada se ve neutralizado, pues Searle aceptó también que el contenido asociado por cada
hablante sí es un contenido necesario para él o ella, pero esto no significa, arguyó, que sea
sinónimo con el nombre, ni que dé su significado: tan sólo fija el referente. Finalmente, el

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Filosofía del Lenguaje

problema de la rigidez propuso evitarlo estableciendo que una parte del contenido asociado con
el nombre ‘Aristóteles’ fuese la estipulación “El individuo que realmente hizo…”. Sin embargo,
hay que tener en cuenta que la adición de estos nuevos predicados, si bien hacen referencia a
algo que en principio sería externo a la intencionalidad de quien habla (los otros miembros de la
comunidad, o lo que realmente ha sido el caso), no dejan de ser contenidos adicionales
representado en la mente del/de la hablante, o determinados por su intención y no por ninguna
otra cosa: Searle no exige la realidad extramental de nada que vaya más allá del contenido
representacional dado a la mente individual.

Precisamente por ello, y a pesar de que parece dar respuesta a la crítica de Kripke, esta nueva
versión de la teoría descriptiva debida a Searle ha recibido una crítica de alcance global y que
afectaría por igual a las distintas versiones. Tiene que ver con una concepción externista del
significado y del contenido semántico, frente a una concepción internista. Desde un punto de
vista externista, el descriptivismo parece atribuir a la mente una peculiar propiedad: la de hacer
posible que sus contenidos intencionales se ‘liguen’, de una manera considerada casi mágica, a
entidades externas a la mente. Esta ha sido la objeción de H. Putnam y M. Devitt: frente al
internismo de los descriptivistas, han defendido que nada interno a una entidad (la mente) es
suficiente para determinar su relación con algo externo a ella (la entidad referida). El contenido
mental, por específico que pueda ser, no se considera suficiente para identificar o seleccionar
una entidad extramental. Coherentemente con esta crítica, tanto Kripke como Putnam y Devitt
(y más) han defendido teorías externistas.

2.3.2. Teorías externistas de la referencia

Nombres propios: la teoría histórico-causal de Kripke y las teorías híbridas.

La idea defendida por Kripke, como alternativa al internismo de las teorías descriptivas, es la de
que un nombre refiere a aquello a lo que está vinculado cuando este vínculo se ha establecido de
una manera apropiada, sin que esto exija que los/las hablantes tengan que asociar con ese
nombre un contenido descriptivo determinado. Aunque el propio Kripke advierte de que esta no
es una nueva teoría en sentido estricto, sino más bien una perspectiva o visión diferente acerca
de la referencia que intenta iluminar aspectos del problema, es habitual referirse a su
planteamiento como teoría histórico-causal de la referencia. Se le da este nombre porque, de
acuerdo con él, en la fijación de la referencia de un nombre hay que distinguir dos etapas: (a)
una primera de ‘baustismo’ inicial, de introducción del nombre, donde quien introduce el
nombre está, en el caso más común, en una relación causal o perceptiva con la entidad que
nombra; y (b) una segunda etapa de transmisión del uso de ese nombre, desde quien lo introdujo
a otros hablantes, que se lo van pasando así en transmisiones sucesivas. Los/las hablantes, a
través de sucesivos intercambios comunicativos, se van transmitiendo el nombre “tomándolo
prestado” unos de otros, y todos de quien lo introdujo por primera vez a partir de una
interacción causal.

El principal problema para este tipo de planteamiento es el de cómo explicar los cambios de
referencia, es decir, aquellos casos en los que se produce una ruptura en la cadena de
transmisión del nombre desde quien lo introdujo a sucesivos usuarios. Un ejemplo histórico y
muy claro es el del nombre ‘Madagascar’. Originariamente designaba un área del continente
africano lindante con la costa oriental a la altura de la isla que hoy llamamos Madagascar.
Según se narra, fue Marco Polo quien, llegado a la isla en uno de sus viajes, oyó esa palabra y,
por un error de interpretación, creyó que Madagascar era el nombre de la isla, y no del
continente próximo. La tradición histórica posteriormente continuó llamando Madagascar a la
isla, con lo que se produjo definitivamente el cambio de referente.

Lo que este ejemplo permite concluir es que no sólo el bautismo inicial tiene importancia para la
fijación de la referencia. M. Devitt ha intentado responder a esta dificultad proponiendo una

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Filosofía del Lenguaje

teoría híbrida: ha defendido que no es suficiente, en la primera etapa de fijación de la referencia,


con una primera y única confrontación causal o perceptiva con el referente; se necesita que, tras
ese bautismo inicial, haya una sucesión de confrontaciones perceptivas subsiguientes al
bautismo inicial, que garanticen la transmisión correcta en la aplicación del nombre. Esta teoría
incluye, por tanto, un componente causal (lo que definitivamente la asocia con este tipo de
teorías externistas) pero también un componente que intenta tener en cuenta las sucesivas
fundaciones del nombre que son semánticamente significativas. Devitt defiende, además, que
para poder poner nombre a una entidad es necesario que la concibamos de una determinada
manera –por ejemplo, para poner nombre a Guadarrama es necesario que la conceptuemos como
un accidente geográfico de un cierto tipo.

Otro ejemplo de teoría híbrida es la debida a G. Evans, quien trata igualmente de tener en cuenta
el problema de posibles cambios en la referencia en la cadena comunicativa de transmisión del
uso del nombre. Su ejemplo, hipotético aunque inspirado en algunos ejemplos históricos reales,
es el del descubrimiento de una urna que contiene varios papiros con un conjunto fascinante de
resultados matemáticos. Al final aparece el nombre de Ibn Khan, y los estudiosos de este
descubrimiento asumen que ése era el nombre del brillante matemático que ideó y probó el
conjunto de resultados. Este nombre se transmite después, y se hace de uso común entre
historiadores y matemáticos. Años después, sin embargo, se descubre que Ibn Khan era en
realidad el nombre del escriba que había transcrito estos papiros. La pregunta de Evans es
entonces si podríamos decir que el nombre, tal y como lo aplican las personas expertas
contemporáneamente, nombra en definitiva al antiguo matemático que satisface la descripción
de haber ideado los resultados hallados, y no al escriba conocido en el pasado como Ibn Khan
que los transcribió.

La conclusión de Evans es que, para explicar cómo se fija la referencia de un nombre, hemos de
tomar en consideración el origen causal dominante de la información descriptiva asociada con el
uso del nombre. En este caso, la fuente causal dominante de esa información es la del antiguo
matemático, y el nombre de Ibn Khan ha pasado a ser el nombre del personaje histórico que
obtuvo tales y tales resultados matemáticos (es decir, el individuo que satisface un determinado
contenido descriptivo). La teoría de Evans es híbrida porque apela a una fuente causal (externa)
y, al mismo tiempo, la sitúa como origen dominante del tipo de contenido descriptivo asociado.

Lo que tanto la teoría histórico-causal de Kripke como las teorías híbridas tienen en común es
que son teorías externistas. Como veíamos, no aceptan que la fijación de la referencia pueda
venir dada únicamente por los estados y contenidos cognitivos, internos, de una mente
individual –o, por lo mismo, del conjunto de las mentes de los miembros de una comunidad
lingüística. La identificación o fijación de la referencia requiere que haya en el mundo,
efectivamente, una entidad como la que se pretende nombrar. Y el vínculo entre el nombre y su
portador depende de esta relación, externa –para quienes defienden esta posición filosófica- a la
mente o a los estados subjetivos intrínsecos de cualquier hablante.

Este punto de vista externista no sólo ha sido defendido para la referencia de los nombres
propios. También en el caso de los términos de género natural (como ‘tigre’ o ‘agua’) se ha
defendido que la fijación del referente depende de una relación extrínseca, y no de los
contenidos intencionales de quien fija esa referencia. Una teoría de este tipo para los términos
de género natural fue inicialmente esbozada por Kripke y ha sido después reelaborada por H.
Putnam, con más detalle y nuevos argumentos.

Términos de género natural: La teoría de Kripke-Putnam

La concepción tradicional de la referencia suponía que los términos de género natural refieren
por vía del contenido descriptivo dado con el conocimiento (o las representaciones cognitivas)
de los/las hablantes. Para Kripke y Putnam, esto es un error: la referencia de estos términos

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Filosofía del Lenguaje

depende de lo que haya en el mundo, y de una forma que no puede retrotraerse a (en el sentido
de considerarse completamente determinado por) lo que esté o pueda estar en las mentes o las
representaciones internas de quienes los usan.

Para Kripke, lo que determina que un término de género natural como ‘tigre’ o ‘agua’ refiera,
efectivamente, al correspondiente género natural, es que en el mundo existan esos géneros o
especies, caracterizados por determinadas propiedades físicas –por ejemplo, podríamos decir
que lo que caracteriza a un elemento o género natural es una determinada estructura molecular.
Lo que ‘agua’ o ‘tigre’ nombran, para Kripke, es aquéllas entidades cuya estructura interna es
idéntica a H2O, en el caso de ‘agua’, o idéntica a la de los especímenes de ‘tigre’, en este
segundo caso.

Putnam ha propuesto algunos experimentos mentales para argumentar a favor de esta


concepción externista, y en contra de la concepción internista tradicional. Un conocido
experimento es el que imagina una Tierra Gemela a nuestra Tierra, donde todo es idéntico salvo
por una importante diferencia: mientras nuestra agua en la Tierra es H2O, el elemento al que en
la Tierra Gemela llaman ‘agua’ es el compuesto XYZ. Este compuesto es idéntico al agua de la
Tierra en cuanto a sus propiedades empíricas. Putnam nos invita a continuación a imaginar a un
personaje, Óscar, que habita la Tierra, y a su contraparte gemela, Óscar Gemelo, que es idéntico
a él –en particular, está en los mismos estados psicológicos con exactamente los mismos
contenidos cuando experimenta las mismas sensaciones. Esto significa que, cuando Óscar dice
‘agua’ en la Tierra, sus estados internos son idénticos a los estados internos de Óscar Gemelo
cuando dice ‘agua’ en la Tierra Gemela. El objetivo de este experimento es imaginar una
situación (ciertamente, poco plausible) en la que hemos de aceptar, porque lo hemos concedido
por hipótesis, que dos individuos pueden estar en exactamente el mismo estado metal, con
exactamente el mismo contenido (tenemos que suponer además que ambos ignoran cuál es la
composición del elemento que ambos llaman ‘agua’), y donde sin embargo no diríamos que
ambos “significan lo mismo” cuando utilizan el término ‘agua’ para referirse a aquello de lo
cual están teniendo experiencia. Pues, según argumenta Putnam, el significado de ‘agua’ en la
Tierra no puede estar (sólo) determinado por lo que Óscar tenga “en la cabeza”; la referencia del
término, y con ello su significado también, dependen además de a qué elemento se le llama
‘agua’ (en la Tierra, al compuesto formado por H2O) y, en definitiva, de cómo sea el mundo. Y
el mismo razonamiento es aplicable al uso de ‘agua’ en la Tierra Gemela, donde el compuesto
referido tiene que ser XYZ –con independencia de cuáles sean las representaciones que se
formen sus habitantes.

Un razonamiento similar, aunque quizá menos implausible, es el que resulta de la confesión de


Putnam de que, debido a sus escasos conocimientos de botánica, es incapaz de distinguir un
olmo de otra especie de árbol distinta, aunque prácticamente indistinguible en todas sus
propiedades físicas externas. Cuando Putnam dice “Ahí hay un olmo”, que el nombre ‘olmo’ le
sea aplicable correctamente a ese espécimen depende de que el árbol efectivamente sea un
olmo, y no de la representación que Putnam esté asociando con el término. Concluye entonces
que la referencia de los términos de género natural no puede estar completamente determinada
por lo que está en la mente, por los estados intrínsecos de quien habla. (Lo que concluye en
realidad es que, si los significados son los que determinan las referencias, como había defendido
la teoría tradicional que sigue a Frege, entonces esos significados no pueden estar “en la
cabeza”; y si están “en la cabeza”, entonces no pueden determinar la referencia).

Esto tiene como consecuencia que incluso hablantes que desconozcan las propiedades o
descripciones asociadas con un determinado término pueden hacer un uso correcto de él y tener
éxito al identificar el referente, si están “tomando prestado” el uso del término dentro de una
cadena de transmisión que lleva al punto inicial de fijación de la referencia para ese término. A
este mecanismo de “préstamo” de hablantes a hablantes Putnam lo ha llamado el principio de
división del trabajo lingüístico. El principio da expresión teórica a la observación de que, con
frecuencia, las personas no expertas en un campo de conocimiento difieren (de deferir) la

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Filosofía del Lenguaje

fijación o identificación de los referentes de ciertos términos a personas expertas que


efectivamente conocen y pueden identificar correctamente a esos referentes. (El mismo tipo de
proceso o procedimiento sería aplicable, según ha defendido Putnam, a los términos de
artefactos, es decir, los que nombran clases de objetos creados artificialmente, como ‘lápiz’,
‘reloj’ o ‘helicóptero’, aunque en este caso el problema tiene peculiaridades que han generado
un debate específico).

La posición de Putnam se ha diferenciado de la de Kripke por lo que él mismo ha llamado su


pragmatismo interno (al menos, la posición de Putnam en el periodo que estamos teniendo en
cuenta). Frente al tipo de teoría causal estricta de Kripke, que va unida a una tesis metafísica
(pues presupone una determinada estructura molecular en el universo y la correspondencia
semántica del lenguaje con esta estructura) y que ha sido por este motivo criticada, Putnam ha
observado que sólo una teoría externista de la referencia directa puede dar cuenta de la práctica
científica y del modo en que procede el avance en el conocimiento. Pues cualquier explicación
sobre cómo refieren los términos científicos tiene que poder explicar cambios en el contenido de
nuestro conocimiento en relación con las entidades referidas, cuando al mismo tiempo seguimos
considerando que estas entidades siguen siendo las mismas. (Así, por ejemplo, hoy
consideramos que cuando los antiguos griegos hablaban del agua, el elemento al que hacían
referencia era el mismo elemento que sólo mucho después ha podido analizarse como H2O). En
el límite, podemos pensar que todo nuestro conocimiento sobre una determinada entidad podría
resultar falsado y modificado; si esta posibilidad puede pensarse con sentido, es preciso suponer
que antes y después del proceso de revisión y corrección la entidad referida era la misma. Esta
intuición falibilista, como se la ha llamado, debería poder preservarse en cualquier explicación
de la referencia.

De acuerdo con Putnam, la referencia se fija directamente, sin un mecanismo particular que lo
haga; aunque puede haber procedimientos distintos y plurales para distintos términos o
entidades, no hay uno único que pueda describirse como “el mecanismo que fija la referencia”.
Que tengamos éxito al fijar un término a su referente depende de cómo sea el mundo. Lo que sí
entra en juego en esta actividad de fijación de la referencia es un presupuesto pragmático
‘interno’, en el sentido de que está presupuesto en nuestras prácticas y nuestro uso referencial de
los términos. Lo que está presupuesto así es que el vínculo semántico entre un término y su
referente es directo, y depende de factores externos. Lo que nos permite establecer ese vínculo
pertenece, en cambio, a la pragmática, pues es lo que está dado con nuestras prácticas
epistémicas y lingüísticas, sin que para Putnam tenga sentido buscar otro tipo de
fundamentación.

2.3.3. Términos de descripción definida: uso referencial y uso atributivo

La necesidad de apelar a nuestras prácticas lingüísticas y a aspectos pragmáticos de esa


actividad entra en juego también cuando se estudia la referencia de otro tipo de expresiones que
parecen usarse referencialmente: las descripciones definidas, del tipo de las que intervienen en
construcciones como “El descubridor de las órbitas planetarias elípticas murió en la miseria” (el
conocido ejemplo de Frege para plantear el problema en torno a estas expresiones), o “El rey de
Francia es calvo” (el conocido ejemplo de Russell para introducir su análisis y su propia
solución). Russell en concreto había defendido que las expresiones de descripción definida no
son en realidad nombres, sino que son expresiones cuantificacionales de un cierto tipo:
incluyen, según su análisis, una afirmación de existencia y una afirmación de unicidad, de modo
tal que al componerse con un predicado para generar un enunciado completo, contribuyen con
ese contenido semántico al valor de verdad del enunciado. (Si la entidad presuntamente referida
no existe o no es única, el enunciado resultará ser falso). Russell creía así haber resuelto el
problema de las referencias impropias (vacías y múltiples) de Frege, y haber evitado que un
enunciado con sentido pudiera no recibir, después de todo, un valor de verdad.

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Filosofía del Lenguaje

Pero F. Strawson criticó esta solución de Russell. En su opinión, las descripciones definidas son
auténticas expresiones referenciales, no expresiones cuantificacionales. Argumentó que los y las
hablantes las usan para hablar acerca de objetos e individuos, y no para aseverar la existencia (y
unicidad) de un cierto tipo de entidad. Sin embargo, reconoció que con el uso de estas
expresiones se ponía en funcionamiento una doble exigencia de existencia y unicidad con
respecto al referente: pero lo explicó afirmando que el significado de las expresiones de
descripción definida consistía en una regla de uso, que exigía que la expresión sólo pudiera
usarse en aquellos casos en los cuales existiese una única entidad a la que la descripción
definida pudiera hacer referencia. Esto suponía desplazar lo que para Russell estaba en el nivel
semántico, y podía hacerse explícito mediante un análisis lógico, al nivel pragmático de las
reglas de uso.

Con una perspectiva similar –distinguiendo entre el nivel semántico del análisis lógico y el nivel
pragmático de las reglas de uso y las prácticas lingüísticas-, posteriormente K. Donnellan
defendió que las expresiones de descripción definida son pragmáticamente ambiguas, pues
pueden tener dos usos distintos: un uso atributivo, y un uso referencial, y estos usos tienen
efectos sobre el contenido de lo dicho, es decir, sobre el significado del enunciado aseverado. El
uso atributivo es el que el análisis lógico propuesto por Russell logra capturar: en el uso
atributivo, el referente resulta identificado a través de una descripción compleja que incluye
predicaciones y cuantificación. El uso referencial, en cambio, es el que queda descrito por la
teoría de Strawson: en el uso referencial, con la expresión el/la hablante logra (o al menos
pretende) hacer referencia a una única entidad dada en ese contexto o situación de uso, de
acuerdo con una regla de uso como la enunciada antes; pero aquí las predicaciones dadas con la
descripción dejan de ser relevantes.

Un conocido ejemplo de Donnellan permite ver las consecuencias de su planteamiento.


Supongamos que Smith es encontrado brutalmente asesinado, y un transeúnte que pasa por allí y
reconoce a la pobre víctima afirma: “El asesino de Smith es un demente” (1). Supongamos
además que el transeúnte no tiene ni idea de quién puede haber asesinado a Smith: en ese caso,
está haciendo un uso atributivo de la descripción definida ‘el asesino de Smith’, pues con esta
expresión está pretendiendo identificar al individuo (único) que satisface la descripción. En
consecuencia, su aseveración será verdad si existe un único individuo que es el asesino de Smith
y que resulta ser un demente. Supongamos ahora que el transeúnte cree saber que quien ha
asesinado a Smith es Jones, y Jones es efectivamente acusado del crimen. Cuando el transeúnte
emite (1), está haciendo un uso referencial de la descripción: mediante ella, pretende hacer
referencia a Jones. Lo que el transeúnte quiere decir, entonces, es que Jones es un demente, y su
aseveración será verdad (según Donnellan) si Jones es efectivamente un demente, incluso si el
asesino de Smith resulta haber sido Robinson y además no es ningún demente.

Donnellan concluyó que el análisis propuesto por Russell es sólo parcialmente acertado, pues
sólo es aplicable al uso atributivo (pero no al referencial) de las descripciones definidas. Sin
embargo, en este punto Kripke acudió en defensa de Russell: consideró que la distinción entre
dos tipos de usos es genuina y acertada, pero indicó que ésta no es una distinción semántica,
sino pragmática, y por tanto no puede situarse en el mismo nivel que el análisis de Russell.
Kripke ha distinguido a su vez entre la referencia del hablante y la referencia semántica: la
primera depende de la intencionalidad del hablante, y se corresponde con el uso referencial; la
segunda, la referencia semántica, depende de un análisis lógico como el de Russell y, en última
instancia, de cómo sea el mundo: de que haya, efectivamente, una (única) entidad satisfaciendo
la descripción. Pero además, concluye, el valor de verdad del enunciado sólo puede depender de
lo que ocurra en ese nivel semántico; de modo que la verdad de (1) estará determinada por la
existencia de un (único) asesino de Smith que sea efectivamente un demente. El valor de verdad
de (1) no puede estar determinado, para Kripke o para quien asuma un análisis semántico
externista como el suyo, por el uso referencial o las intenciones referenciales de quien habla.

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Filosofía del Lenguaje

Todavía en relación con el estudio de la referencia pueden tenerse en cuenta otros problemas: el
de los términos indéxicos (donde la distinción de D. Kaplan entre carácter y contenido ha
cobrado especial importancia), o el de las expresiones negativas. Y es posible estudiar también
la relación entre el externismo semántico y el escepticismo del conocimiento (que no puede
considerarse aún refutado). También ha habido concepciones ‘negativas’ de la referencia, como
la de Quine o Davidson, para quienes es una noción prescindible –pues la referencia, como les
hemos visto ya defender, es una noción inherentemente ‘inescrutable’ o indeterminada. Puede
estudiarse el problema de la referencia de los términos de ficción. Y puede estudiarse el tipo de
proceso cognitivo que permite conectar una expresión con su referente.

Nota bibliográfica

Este apartado sobre teorías de la referencia es un resumen adaptado de la entrada sobre


“Reference” de M. Reimer en la Stanford Encyclopedia of Philosophy
(http://plato.stanford.edu/entries/reference/)

Sobre el tema también puede leerse el libro de Luis Fernández Moreno La referencia de los
nombres propios (Madrid, Trotta, 2006). Aunque es una buena guía en castellano para este
conjunto de teorías y debates, hay que leerlo teniendo en cuenta que su autor va a defender
finalmente una versión de la teoría descriptiva, cuya tesis central comparte.

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