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CUENTOS INFANTILES

GUATEMALTECOS
El ratón Enriqueto
Enriqueto era un ratoncito tímido, de pelaje negro, dientes
torcidos, ojos bizcos y oreja maltrecha. Se quedó huérfano de
padre y madre y creció en compañía de otros ratones que hacían
lo que podían para sobrevivir en un mercado de la ciudad de
Guatemala. El día de Nochebuena, como de costumbre tenían
hambre y decidieron salir a buscar comida entre los desperdicios
de los contenedores que la gente iba llenando alrededor del
mercado.
Nuestro amigo Enriqueto, que era muy hábil para detectar olores
y sabores, era el jefe de la cuadrilla de buscadores y el que más y
mejor comida conseguía para la familia ratonil. Esa mañana logró
reunir trozos de jamón, pizza, chorizo, frijoles volteados, nachos,
platanitos cocidos, pan francés y unas cuantas galletas
navideñas. - ¡Qué placer!, dijo Enriqueto. Todos sus amigos se
reunieron y empezaron su banquete navideño. Comieron hasta
que casi reventaban sus panzas rechonchas y peludas.

Al filo de las 8 de la noche, ya ni se movieron en sus cuevas de lo llenos


que estaban. Sin embargo, Enriqueto decidió salir a ver si conseguía algo
de postre. Cuando estaba por allí merodeando… ¡¡¡PUM!!!... lo atropelló
un coche. Salió disparado al otro lado de la carretera y notó que algo
caliente le salía del cuerpo. Tiene que ser sangre. Dios mío...me estoy
muriendo... a donde iré a ir a parar: al cielo de los ratones o allí abajo
¿donde se asan?..., empezó a pensar Enriqueto. En esas estaba cuando ya
no sintió nada más y desfalleció....
Cuando por fin abrió sus ojos, se vio rodeado de ratones vestidos de
blanco, y dijo: "Entonces sí me morí y debo estar en el cielo". De pronto
uno de ellos le habló, diciendo: - ¡¡Manito Enriqueto...por fin abriste tus
ojos...estás vivo!! Un buen susto fue el que se llevó Enriqueto. Y lo que
realmente había pasado fue que cuando sus compañeros oyeron que un
coche se había estrellado contra el contenedor de basura que registraba
Enriqueto, le vieron tendido en la acera. Inmediatamente lo cogieron y se
lo llevaron a su cueva, le frotaron con alcohol el pecho, le estiraron las
piernas y lo calentaron con mentol y candelas para que entrara en calor.
Enriqueto, al verse vivo, no paraba de llorar de la alegría y juró no volver a
portarse mal y ser tan glotón y comilón.

Una aventura en el desierto


Había una vez un pueblo tan lejano en el desierto, que solo había
20 personas porque los demás murieron de sed.
Un día nació un lindo bebe al que lo llamaron Jon.
Cuando tenia 10 años se hizo un niño de aventuras y tiempo
después conoció a una niña llamada Marisol.
Jon le pregunto a Marisol si lo acompañaba a la montaña de
arena mas grande de su pueblo.
Los dos fueron a la montaña de arena encontraron muchas
serpientes y otros peligros salvajes, volvieron a sus cabañas y le
contaron a sus padres lo que vieron.
En la media noche se veía la sombra de una serpiente en la
cabaña de Marisol, como ella grito tan fuerte Jon la oyó y fue
corriendo a salvarla.
Jon despertó, lo había soñado todo y se dio cuenta de Marisol en
la vida real.
Ser feliz es lo más bonito
Había una vez una mama, un papa, un hijo y una hija que vivían
en una cabaña chiquita pero bonita. Casi nunca salían, según
ellos eran felices.

Tenían tres ovejitas que se llamaban Susy, Ten y Susy Mein. A


ellas núnca las sacaban a pasear, cuando de repente apareció
una lucecita del cielo lo cual era un angelito que de pronto les
dijo - porque no sacan a pasear a sus ovejitas que son muy
bonitas con su lana muy blanquita y suavecita y también pueden
aprovechar para sacar a pasear a sus niños.

Ellos no lo habían pensado y como tenían un gran bosque de


lindos arboles, muchas flores y un aire muy puro siguieron el
consejo del angelito y ahora todos salen a pasear a aquel gran
bosque y se divierten tanto porque llevan golosinas y mucha
comida. Nunca se imaginaron lo bien que lo pasarían en familia y
desde entonces viven muy felices.

El Hada mágica
Había una vez una nena que se llamaba Luli iba a 5º a y una
noche de esas vio brillitos y se asustó.

Y escuchó un hola!!!holala!!! no te asustes soy yo, el hada


mágica yo tengo muchas amigas hadas ¿ pero tú qué eres ? Luli
respondió yo soy humana.

A mis amigas les encantaría conocerte le dijo el hada a Luli y


antes de dar un aleteo Luli dijo: mis papás no me dejan que haya
muchas “ personas “en mi cuarto!. Descuida!! son hadas
diminutas como yo , respondió el hada.
Cuando Luli volvió a su cuarto pegó un grito y preguntó ¿??no
eran pocas tus amigas¿??. Sí , pero algunas se colaron. Las sacas
ya de acá, dijo Luli enojada.
En donde vivís Luli preguntó al hada. Yo vivo en el agua, otras en
el jardín, en las flores, en los árboles, con los animales y en el
bosque. Asombroso!!! , genial!!! , Sorprendente !exclamó
Luli!!!!

Como puede ser??? se preguntó Luli. Es que todo es verdad si lo


imaginas, le contestó finalmente el hada. Chau y hasta siempre
dijo el hada mágica.
Los Cuentos Cortos De Tito Monterroso ( Escritor Guatemalteco)

La Oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien
en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las
armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse
también en la escultura.

EL ESPEJO QUE NO PODÍA DORMIR


Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía
de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él,
y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna
suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.

EL BURRO Y LA FLAUTA
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un
día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más
dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.

Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos
creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el
otro habían hecho durante su triste existencia.

EL PARAÍSO IMPERFECTO
—Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la
chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo
único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

EL FABULISTA Y SUS CRÍTICOS


En la Selva vivía hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo
visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por
otros), sobre la base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio.

Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió
y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.

EL ECLIPSE
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlos. La
selva poderosa de Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia
topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna
esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el
convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su
eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se


disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en
que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intento
algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de si cultura universal y
de su arduo conocimiento de Aristóteles.

Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo,
valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio
que se produjo un pequeño consejo, y espero confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente
sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras
uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas
fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad
maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

La Rana que quería ser una rana auténtica


Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en
ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada


autenticidad.

Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que
se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente,
y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para
saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas,
de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez
mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la
consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y
ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía
Pollo.

El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio


Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera
había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.

La Tortuga y Aquiles
Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.

En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le
pisó todo el tiempo los talones.

En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a


Zenón de Elea, llegó Aquiles.

Etiquetas: cuentos de Tito Monterroso, Tito Monterroso

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