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Arma biológica

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Este aviso fue puesto el 30 de abril de 2008.

Para el uso de agentes biológicos por terroristas, véase Bioterrorismo.

Símbolos internacionales de peligro de contaminación biológica.

Un arma biológica —también conocida como bioarma o arma bacteriológica— es


cualquier patógeno (bacteria, virus u otro organismo que cause enfermedades) que se utiliza
como arma de guerra. Utilizar productos tóxicos no vivientes, incluso si son producidos por
organismos vivos (por ejemplo, toxinas), es considerado como una arma química bajo las
provisiones de la Convención de armas químicas. Un arma biológica puede estar destinada a
matar, incapacitar o impedir seriamente a un individuo como a ciudades o lugares enteros.
También puede ser definida como el material o defensa contra tal empleo. La guerra biológica
es una técnica militar que puede ser usada por Estados-nación o por grupos no nacionales. En
el último caso, o si un Estado-Nación la usa clandestinamente, también puede ser considerado
como bioterrorismo.

Índice
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 1Descripción general
o 1.1Clases de armas
o 1.2Función
o 1.3Formas de dispersión
 2Historia
 3Cronología histórica del siglo XX
 4Características de las armas biológicas
o 4.1Armas biológicas antipersonales
o 4.2Armas biológicas anti agrícolas
 5Países observados
 6Véase también
 7Referencias
 8Bibliografía

Descripción general[editar]
Clases de armas[editar]

1. Bacterias. Las bacterias son organismos microscópicos que viven libremente y que se
reproducen por división simple y son fáciles de cultivar. Las enfermedades que
producen a menudo responden al tratamiento con antibióticos.
2. Virus. Los virus requieren organismos vivientes para reproducirse ya que no son seres
vivos, son solo información genética encapsulada. Son como una especie de
"parásitos" que dependen íntimamente de la célula que infectan. Los virus provocan
enfermedades que no responden a antibióticos; no obstante, los antivirales son
eficaces. Han existido programas de investigación genética para producir las
llamadas quimeras, virus recombinados que tienen las características de varios
antecesores.
3. Toxinas. Las toxinas son sustancias nocivas que se encuentran y se extraen de
plantas, animales o microorganismos vivos; algunas toxinas pueden producirse o
alterarse por medios químicos. Algunas de estas pueden tratarse con antitoxinas
específicas y medicinas selectas.
Función[editar]
Son utilizadas para causar daño a las personas, de igual manera son utilizadas para matar,
incapacitar e impedir seriamente a un enemigo. Así como también pueden dañar a los
animales y los alimentos que consumimos día a día. Son la respuesta lógica a la necesidad de
destruir o incapacitar a un enemigo sin acabar con sus armas o la zona en la que se encuentra
que puede ser la razón de la disputa.
Formas de dispersión[editar]
La mayoría de los agentes biológicos son difíciles de cultivar y mantener. Muchos se
descomponen rápidamente cuando están expuestos a la luz solar y otros factores del medio
ambiente, mientras que otros, tales como las esporas de Bacillus anthracis, tienen una vida
larga. Pueden dispersarse rociándolos en el aire o infectando a los animales que transmiten la
enfermedad a los humanos a través de la contaminación de los alimentos y el agua. La
dispersión de este tipo de armas es también compleja, dada la fragilidad de los entes vivos
que la componen, y suele realizarse de las siguientes formas:

 Aerosoles –agentes biológicos que se dispersan en el aire, formando un rocío fino que
puede extenderse por millas, normalmente lanzados desde aviones o mediante bombas
o misiles. Inhalar el agente puede causar enfermedades en las personas o los animales.
Este es el método militar estándar.
 Animales –algunas enfermedades se propagan por medio de insectos y animales, tales
como pulgas, ratas, moscas y mosquitos. Deliberadamente propagar enfermedades a
través del ganado también se denomina agro-terrorismo.
 Contaminación de los alimentos y el agua –algunos organismos y toxinas patogénicas
pueden persistir en los suministros de agua y alimentos, o ser arrojados deliberadamente
a los mismos. La mayoría de los microbios pueden matarse y las toxinas pueden
desactivarse cocinando los alimentos e hirviendo el agua.
En los Estados Unidos, a finales de 2001, esporas de B. anthracis, fueron enviadas por correo
a personas del gobierno y los medios de comunicación. Estas esporas son elaboradas en
forma de un polvo blanco. Las máquinas de clasificación de la correspondencia postal y el
abrir las cartas dispersó las esporas en forma de aerosoles. Ocurrieron algunas muertes como
resultado de esto. El efecto era interrumpir el servicio de correos y causar pánico general entre
el público con respecto al manejo de la correspondencia entregada.
La propagación de persona a persona de algunos agentes infecciosos también es posible. Los
humanos han sido la fuente de infecciones de viruela, peste bubónica y los virus Lassa.

Historia[editar]
Desde tiempos remotos el hombre ha utilizado humos, gases, vapores, nieblas e
incluso cadáveres infectados, para molestar al enemigo e inducirlo a la rendición o al
abandono de los sitios por ellos ocupados, de forma tal de poderlos atacar a campo abierto.
Los primeros daños verdaderos en las vías respiratorias se produjeron cuando comenzó a ser
empleado óxido sulfúrico, el cual que era obtenido por la simple combustión al aire libre de
polvo de azufre. Sus vapores eran empleados tanto por defensores como por atacantes, pero
no existiendo dispositivos para lanzar el gas en la dirección querida, era casi siempre el viento
quien establecía quien iba a ser la víctima.
La prioridad en el empleo de los gases venenosos ha sido recientemente reivindicada por los
chinos, quienes aseguran que en el siglo II a. C. provocaban la ceguera de sus enemigos
soplando nubes de pimiento en polvo y los primeros en experimentar durante las guerras de
los llamados "vasos fétidos", que eran globos de terracota que al romperse dejaban libres
vapores irritantes.
Los primeros ejemplos históricamente probados del empleo de sustancias irrespirables se
remontan a la Guerra del Peloponeso, entre Esparta y Atenas en el año 431 a. C. que duró 27
años. En el Libro II, capítulo 77 de la Guerra del Peloponeso de Tucídides se relata que los
acres vapores de azufre impedían a los defensores atenienses acercarse a las defensas.
Eneas, célebre estratega griego del siglo IV a. C. suministra la fórmula para preparar mezclas
incendiarias, la cual es quizás la más antigua que ha llegado hasta nuestros días.
Flavio Arriano, el historiador de Alejandro Magno en su escrito Expediciones de Alejandro –
Libro II– narra que en el año 332 a. C. durante el sitio de la ciudad fenicia de Tiro, los
asediados recurrieron en varias oportunidades al empleo de humos de azufre para defender
las muralla, asimismo describiendo el mismo sitio Quinto Curcio Rufo refiere que los fenicios
lograron incendiar una torre y otras construcciones defensivas de los macedonios construidas
cerca de los muelles empujando hacia las mismas una embarcación llena de azufre y bitumen
en llamas.
También en la historia romana es frecuente la mención de guerras libradas con la ayuda
empleo de sustancias productoras de humos irritantes. Durante el asedio de la ciudad corintia
de Ambracia en el año 189 a.C los sitiadores excavaron una galería por debajo de las murallas
para entrar a la ciudad a retaguardia de los sitiados, los cuales habían hecho algo similar. Por
casualidad ambos túneles se encontraron desarrollándose grandes combates. Los sitiados
tuvieron entonces una nueva idea: llenaron un recipiente de terracota con plumas,
incendiándolo. El humo nauseabundo producido obligó a los romanos a retirarse.
Plutarco cuenta que durante la campaña de España contra la actual Guadalajara, en el año
81 a. C. el cónsul romano ordenó preparar un cordón formado por una mezcla de tierra muy
fina, cal viva y azufre. La misma fue movida por medio de caballos al galope de modo tal que
la nube tóxica transportada por el viento logró que los enemigos enceguecidos y con accesos
incontenibles de tos se rindieran.
En los libros redactados por Sexto Julio Frontino (alrededor del año 90 d. C.) se mencionan
acciones tales como el introducir enjambres de abejas en los túneles, lanzar contra las naves
enemigas recipientes llenos de serpientes venenosas, dejar libres fieras hambrientas contra
los sitiados, lanzar dentro de las murallas carroña de animales en descomposición, etc.
Sexto Junio Africano hace referencia que en el siglo III d. C. los ejércitos en guerra
comenzaron a intoxicar la atmósfera con azufre, nitratos, sulfuro de antimonio y asfalto y los
pozos de agua empleando vitriolo verde.
En el mismo período los griegos comenzaron a agregar arsénico y petróleo a sus mezclas
inflamables obteniendo sustancias que quemaban más largamente y que desarrollaban una
mayor cantidad de vapores. Con este objeto usaban realgar (bisulfuro de arsénico) fácil de
encontrar en la naturaleza.
El arma más eficaz durante el primer milenio después de Cristo fue el "fuego griego" formado
por una mezcla de petróleo, azufre, cal viva y salitre que revelaba eficacia incendiaria muy
superior a otras mezclas similares conocidas en aquellos tiempos, aunque no se sabe con
precisión quien fue el primero en utilizarla.
La mezcla incendiaria era lanzada en pequeñas botellas de terracota sin tapón que eran
prendidas antes de ser lanzadas por medio de hondas contra las filas enemigas. Otra forma
era incendiar la punta de las flechas con la punta revestida con estopa impregnada en este
líquido. En muchos casos se robaban caballos enemigos, se cargaban los mismos con
sustancias impregnadas en estas sustancias, se encendían las mismas al tiempo que se
soltaban los caballos, que galopaban hacia sus campamentos con las consecuencias
imaginables. La presencia de fuego griego en las batallas navales era casi siempre
determinante: quien lograba lanzarlo primero, con mayor precisión y en mayor cantidad, tenía
mayores probabilidades de ganar.
Hacia fines del primer milenio los árabes lograron conocer la fórmula del mismo y con la ayuda
de sus alquimistas comenzaron a variar la composición para aumentar su poder destructivo.
En su composición comenzaron a aparecer sustancias tale como la esencia de trementina,
el alcanfor, el óxido arsenioso, y el ácido nítrico (estas dos últimas sustancias obtenidas por el
árabe Geber en el año 750). En los tratados árabes del siglo XI aparecen dos tipos de fuegos
diferentes: los que solo servían a incendiar naves y fortificaciones y aquellos que desprendían
durante un largo tiempo vapores venenosos. Durante las Cruzadas los caballeros cristianos
estuvieron expuestos a la acción de las mismas, a menudo los proyectiles incendiarios eran
lanzados mediante un cohete que los cristianos llamaron "sarasina".
En 1275 el alquimista árabe Hassan El Rammah escribió el Tratado sobre la guerra en el que
describió los efectos de gases venenosos obtenidos por la combustión de sustancias que
contenían opio y arsénico. Siglos después (XV y XVI) el mismo empleo fue aconsejado por
alquimistas alemanes, los cuales elaboraron un gran número de fórmulas para obtener
vapores aún más perniciosos para ser utilizados contra los turcos y los infieles
Durante la guerra que libró la Serenísima (Venecia) contra el duque de Ferrara en 1482 a
instancia del técnico del arsenal veneciano Alvise de Venecia fueron empleadas durante el
sitio de la ciudad, bombardas inventadas por él capaces de lanzar bolas de metal que
explotaban a su llegada para liberar humos venenosos que causaban la inmediata muerte de
los presentes.
También Leonardo interesado con estos insólitos sistemas de guerra, sugirió su uso para
eliminar o disminuir al enemigo, pero no se limitó a estudiar las modalidades de empleo sino
que fue el primero en sugerir sistemas válidos de protección y de defensa.
En 1640 cuando los turcos invadieron Europa, el químico alemán John Rudolf Glauber invitó a
su gobierno a preparar bombas lacrimógenas irritantes a base de esencia de trementina y
ácido nítrico, aunque la ejecución del proyecto fracasó por no poderlo llevar a la práctica al no
disponerse de la tecnología y de los conocimientos químicos necesarios para la realización
práctica.
En la segunda mitad del siglo XVII muchos jefes de estado y comandantes militares invitaron a
sus científicos a elaborar sustancias venenosas o irritantes
En 1670, Gottfried Leibniz, el conocido filósofo y matemático alemán señalo a su gobierno que
con el empleo de sustancias arsenicales era posible producir abundantes humos irritantes y
suministró consejos prácticos para liberar nubes de humos irritantes o cortinas fumógenas tan
densas como para esconder los movimientos de las propias tropas al enemigo y es justamente
esta la estrategia empleada por Carlos XII de Suecia en 1701 durante la campaña contra los
sajones para maniobrar su ejército sin que el enemigo se percatara de sus movimientos
Pero no todos los jefes de estado estaban dispuestos a usar estos métodos suministrados por
la química. Muchos los retenían contrarios al espíritu de caballería tradicional, otros a los
principios humanitarios. Luis XIV de Francia, por ejemplo, cuando el médico Dupré, en 1640,
le expuso un método parar producir un líquido que además de ser asfixiante provocaba
quemaduras ordenó la destrucción de todo documento relativos al mismo y le prohibió, bajo
pena de muerte, la continuación de sus experimentos.
Si bien Napoleón se negó al empleo de proyectiles de artillería llenos de ácido cianhídrico e
hizo detener a un químico inglés que le había propuesto el invento de modo tal que no pudiera
ofrecerlo a sus adversarios, se supone que durante las últimas campañas napoleónicas fueron
empleadas, con fines experimentales, bombas que contenían sustancias arsenicales puesto
que por mucho tiempo los animales que pastaban sobre esos campos de batallas morían
presentando síntomas de envenenamiento con arsénico.
En 1865 los técnicos franceses probaron en un recinto llenos de perros de la localidad de
Chalons, un nuevo proyectil de obús que estallaba expandiendo vapores venenosos que
causaron la muerte de numerosos animales. Durante el experimento estaba
presente Napoleón III, el cual muy impresionado por lo que veía, consideró que el uso de
sustancias venenosas era una acto de barbarie e hizo suspender los experimentos.
Es interesante remarcar que a pesar de las declaraciones humanitarias oficiales casi todos los
gobiernos continuaron con la investigación de productos químicos en busca de un arma eficaz
y segura.
Durante las siguientes décadas las condiciones generales cambiaron rápidamente. La
química, luego de un largo período de incubación en el laboratorio, estaba lista para
suministrar productos de gran importancia para el progreso. Muchas de estas sustancias si
bien preparadas para ser empleadas con finalidades no bélicas, revelaron pronto sus
propiedades tóxicas mucho más letales de las que hasta entonces eran empleadas como
venenos. El fosgeno, por ejemplo, que hizo su siniestra aparición en los campos de batalla de
la Primera Guerra Mundial, había sido descubierto por Davy en 1812, habiéndolo obtenido
mientras observaba la acción de la luz sobre una mezcla de cloro y óxido de carbono,
Entre 1870 y 1880, éste gas fue producido en grandes cantidades en Inglaterra y
en Alemania debido a que era empleado en la producción de colorantes, especialmente los
escarlatas ácidos sólidos empleados en Inglaterra para teñir los tejidos de algodón. Algunos
accidentes mortales en las fábricas mostraron que el fosgeno era uno de las sustancias más
tóxicas producida por el hombre.
Muy peligroso resultó también el sulfuro de dicloroetileno (Yperita), obtenido en forma casual
por el químico inglés Guthrie en 1860 el cual era vesicante.
Los Estados Mayores de las principales potencias se interesaron en el nueva descubrimiento y
muchos luego de haber constatado la imposibilidad de destruir totalmente los refugios
construidos con la nueva tecnología del cemento armado comenzaron a considerar con interés
la posibilidad de empleo de gases con mayores densidades que la del aire capaces de
penetrar en los sitios invulnerables a los proyectiles
El espectro de la guerra química comenzaba a perfilarse en toda su inmensa gravedad. La
propuesta de prohibir tales sustancias inmediatamente encontró las necesarias adhesiones y
es así como en el mes de julio de 1899 las principales potencias se reúnen en La Haya para la
Conferencia Internacional de Paz.

Cronología histórica del siglo XX[editar]


Veinticinco países firman la Conferencia de la Haya de 1899 que en una de sus cláusulas
expresa que los estados firmantes se comprometen en no usar proyectiles cuyo único objetivo
sea la de liberar gases asfixiantes o venenosos.

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