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Óscar Carrera
William Blake sugiere, en esta ilustración de 1794, que la primera creación de Dios
(Urizen) fue el compás.
Pese a que nada, ningún ente, ningún acontecimiento, que sepamos, se ha extinguido
jamás, sino que a lo sumo ha cambiado de estado, postulamos pequeñas extinciones
sobre todos los fenómenos, que nos los vuelven comprensibles. Una de las leyes físicas
que nos resultan más intuitivas es la de la entropía, aunque nadie, por definición, ha
visto nunca a qué termina por conducir. El cese definitivo de todo movimiento, el
quebranto de toda estructura, lo damos por descontado; sin embargo, el principio de
todos los principios nos es especialmente inasible. La teoría del Big Bang es mero
cálculo, sin que nadie sea capaz de representarse mentalmente una explosión previa al
espacio-tiempo: ni siquiera su nombre le hace justicia, pues al no haber espacio no pudo
ser Big (‘grande’), y al no haberse propagado fuera de sí mismo no pudo ser Bang, esto
es, una explosión. La hipótesis de un Dios que creó el mundo también pone frenos a la
mente humana, al postular dogmáticamente que ese Creador no fue creado por nada ni
nadie.