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Robert D am ton
V. EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS
TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN*
* E ste ensayo se publicó en Daedalus, prim avera de 1975, pp. 175-194. M ucho le debe
a las charlas con R obert M erton, q u ien fue m i com p añ ero en el C enter for Advanced
Study in the B ehavioral S cien ces en Stanford, C alifornia, durante 1973-1974. Mi her
m ano John, quien se unió a The Times luego de m i salida, y quien ascendió del rango de
redactor al de editor de m etropolitanas, realizó una útil lectura crítica de este ensayo;
pero n o se lo debe hacer responsable de nada de lo que aquí se dice.
N o in c lu í bib liografía porque este e n sayo no preten d e ser un e stu d io so c io ló g ic o
form al. De h echo, lo escribí antes de leer la literatura so c io ló g ic a sobre el period ism o,
y m ás a d elan te, al abordarla, en c o n tr é que varios e stu d io so s h ab ían rea liza d o e stu
d io s co m p leto s e inteligen tes sobre algu n os de los tem as que yo traté de enten d er por
m e d io de la in tro sp ecció n . S in em bargo, b u en a parte del trabajo se r elacion a con el
p roblem a de cóm o es que los reporteros, q u ien es están com p rom etid os con un ocupa-
cion al eth os de objetividad, se las arreglan con las ten d en cias p olíticas de su s p eriód i
cos. De esta form a, la línea de análisis va del estud io clásico de Warren Breed, "Social
Control in the N ew sroom : A F unctional Analysis", en Social Forces, núm . 33, m ayo de
1955, pp. 326-335, a trabajos m ás recientes com o: W alter Gieber, "Two C om m unicators
o f the News: A Study o f the R oles o f Sou rces and Reporters", en Social Forces, num . 39,
octu b re de 1960, pp. 76-83, y "News Is W hat N ew sp ap erm en M ake It”, en People, S o
ciety, a n d M ass C om m u n ication , ed. de L. A. D exter y D. M. W hite, N ueva York, 1964,
pp. 173-180; R. W. Stark, "Policy and the Pros: An Organizational Analysis o f a M etropo
lita n N e w sp a p e r ”, en Berkeley Jo u rn a l o f Sociology, n ú m . 7, 1962, pp. 11-31; D. R.
Bow ers, "A Report on Activity by Publishers in Directing N ew sroom Decisions", en Jour
n alism Quarterly, núm . 44, prim avera de 1967, pp. 43-52; R. C. Flegel y S. H. Chaffee,
"Influence o f E ditors, R eaders, and P erson al O pinions on Reporters", en Jou rn alism
Quarterly, núm . 48, invierno de 1971, pp. 645-651; Gaye Tuchm an, "Objectivity as Stra
tegic Ritual: An E xam ination o f N e w sm en s N otion s o f O bjectivity”, en Am erican Jour
nal o f Sociology, núm . 77, enero de 1972, pp. 660-679, y "Making N ew s by D oing Work:
R ou tin izin g the U nexpected”, en Am erican Journal o f Sociology, núm . 79, ju lio de 1973,
pp. 110-131, y Lee S igelm an , "R eporting the N ews: An O rgan ization al A n alysis”, en
73
74 LOS MEDIOS
Am erican Journal o f Sociology, núm . 79, ju lio de 1973, pp. 132-149. N o obstante su im
p ortan cia, el prob lem a de la ten d en cia p o lític a no in cid e d irecta m en te en la m ayor
parte de la escritura p eriod ística, salvo en el caso de reporteros que hacen coberturas
políticas; sin em bargo, las notas en general abordan asp ectos cruciales de la sociedad y
la cultura. E ncontré p o co s an álisis de los asp ectos sociocu ltu rales de la escritura perio
d ística y m e pareció que los estu d ios ulteriores podrían beneficiarse siguiend o el e n fo
que m ás am p lio y de o r ie n ta c ió n h istórica que d esarrolló H elen M acG ill H ugh es en
N ew s a n d the H um an Interest Story, Chicago, 1940. U no de tales estud ios, escrito tras la
pu blicación original de este ensayo, es el de M ichael Schu dson, D iscovering the N ews: A
Social H istory o f Am erican Newspapers, N ueva York, 1978.
La sociología de la escritura periodística podría em plear las ideas y las técnicas desa
rrolladas en la sociología del trabajo. E ncontré que los estud ios inspirados por R obert E.
Park, un periodista transform ado en sociólogo, y Everett C. H ughes, un su cesor de Park
en la "escuela Chicago" de so cio lo g ía , eran su m am en te ú tiles para analizar m i propia
experiencia. V éanse en esp ecial Everett C. H ugh es, Men a n d Their Work, G lencoe ( i l ),
1958, y The Sociological Eye: Selected Papers, Chicago y Nueva York, 1971; el núm ero de
The Am erican Journal o f Sociology dedicado a la "sociología del trabajo", vol. 57, núm . 5,
m arzo de 1952; Robert M erton, G eorge R eader y Patricia K endall (eds.), The Stu den t-
P hysician: Introductory S tu d ies in the Sociology o f M edical E ducation, Cam bridge ( m a ),
1957, y John Van M aanen, "O bservations on the M aking o f a P o lic em e n ”, en H um an
Organization, núm . 32, invierno de 1973, pp. 407-419.
Las obras en la floreciente literatura dedicada a la cultura pop ular con las que m e
sie n to en gran d eud a son: R obert M androu, De la cu ltu re p o p u la ire au x xvne et x v m e
siècles, París, 1964; J. P. Seguin, Nouvelles à .sensation: Canards du XIXe siècle, Paris, 1959;
Marc Soriano, Les Contes de Perrault, culture savan te et tradition populaire, Paris, 1968
[trad, esp.: Los cuentos de Perrault. Erudición y tradiciones populares, B uenos Aires, S i
glo xxi, 1975]; E. P. T hom pson, The M aking o f the English W orking Class, 2a ed., N ueva
York, 1966 [trad, esp.: La form ación de la clase obrera en Inglaterra, trad, de Elena Grau,
B arcelon a, Crítica, 1989], y R ichard D. Altick, The English C om m on Reader: A S ocial
H istory o f the M ass Reading Public, Chicago, 1957. Para ejem plos de estudios sobre can
c io n es infantiles y folclore, véanse lo n a y Peter Opie, The O xford D ictionary o f Nursery
Rhym es, Oxford, 1966, y Paul Delarue, The Borzoi Book o f French Folk Tales, Nueva York,
1956, que incluye versiones prim itivas de cuentos "para n iñ o s”. R ecom iend o en particu
lar "Where are you going m y pretty m aid?” y "Little Red R iding Hood".
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 75
ban que ellos dirigieran sus notas a esta criatu ra im aginaria. Algunos
creían que aparecía en The Style Book o f The New York Times, aunque
ella sólo existía en n u e stra cabeza. "¿Por qué de 12 años?”, m e solía
preguntar a m í m ism o. "¿Por qué una niña?” "¿Cuáles son sus opinio
nes sobre la erradicación de los barrios pobres en el su r del Bronx?”
Pero sabía que ella no era m ás que u n a figura del folclore de la calle
43, y que funcionaba sencillam ente com o un recordatorio de que los
textos debían ser lim pios y claros.
N unca escribíam os p ara las "personas im agen” conjuradas por la
ciencia social. Escribíam os p ara nosotros m ism os. N uestro "grupo de
referencia” prim ario, com o podría llam árselo en la teoría de la com uni
cación, estaba disperso a nuestro alrededor en la sala de redacción, o el
"nido de víboras", com o le decíam os. Sabíam os que nadie se lanzaría
sobre nuestras notas con la m ism a avidez que nuestros colegas, pues
los reporteros son los lectores m ás voraces, y tienen que revalidar su
estatus todos los días cuando se exponen por escrito antes sus pares.
La e s t r u c t u r a d e la s a l a d e r e d a c c i ó n
1 La d isp o sic ió n y el personal de la sala de red acción han cam biado por com p leto
desde que dejé The Times en 1964, y desde luego que bu en a parte de esta descripción no se
ajusta a otros periódicos, los cuales cuentan con su propia organización y su propio ethos.
78 LOS MEDIOS
tanas ha notado y que sin duda le gustó a Sm ith. Pero Jones sabe tam
bién que el artículo no hizo subir sus acciones con el editor responsa
ble de los encargos, quien lo había pensado de otra m anera, o con el
e d ito r n o ctu rn o de m etroplitanas, quien no tuvo m ás tiem po que los
dos o tres m inutos que le dedicó, ni tam poco con los otros editores,
que debieron percibirlo en toda su pobreza.
E n el caso de un encargo im portante, com o una nota de varias co
lum nas, el editor noctu rn o de m etropolitanas podría acercarse hasta
el escritorio de Jones y d iscutir el artículo con él en una especie de in
tercam b io conspirativo an te un océano de m iradas. Jones se co m u
nica con una docena de fuentes diversas y escribe u n a nota que difiere
considerablem ente de lo que el editor tenía en m ente. El editor, quien
recibe u n a copia carbónica de todo lo que se envía a la m esa de redac
ción, rechaza el texto y m anda traer a Jones p o r el sistem a de altopar
lantes. Tras p arlam en tar en territo rio ajeno, Jones se las arregla para
regresar a su escritorio a través del océano de m iradas y vuelve a em
pezar. E n algún m om ento concluye u n a versión que representa la ne
gociación entre la idea que tenía el ed ito r y sus propias im presiones,
pero él sabe que habría obtenido m ás puntos si las im presiones hubie
ran estado m ás cerca de la m arca im aginada originalm ente p o r el edi
tor. Y no le gustó ca m in ar p o r la cu erd a floja entre su escritorio y el
editor de m etropolitanas ante u n a m u ltitu d de reporteros a la espera
de que su prestigio se desplom ara.
Com o to d o el m u n d o , la s e n sib ilid a d a la p re sió n p ro v en ie n te
del g ru p o de p a re s es d is tin ta en c a d a re p o rte ro , pero d u d o que a
m u ch o s de ellos -e n especial, en las filas de los n o v a to s - les guste
que los llam en a la m esa de m e tro p o lita n a s. A prenden a fugarse al
baño o a esconderse d etrás de los bebederos cu an d o la m irad a h a m
b rie n ta del ed ito r recorre el terreno. C uando la fatal llam ada se da a
través del sistem a de a lto p a rla n te s -"Jo n e s, preséntese a la m esa de
m etropolitanas"-, Jones puede sen tir que sus colegas piensan cuando
pasa ju n to a ellos: "Espero que lo envíen a cu b rir una to n tería o que le
den algo bueno y lo eche a perder". El resu ltad o ahí e stará p a ra que
todos lo puedan apreciar en el periódico del día siguiente. A veces, los
editores tra ta n de sa ca r el m ejor em peño de su gente e n fren tán d o la
e n tre sí y defen d ien d o valores com o la co m p etitiv id ad y el a b rirse
paso a los em pujones. “¿Viste cóm o m anejó Sm ith el artículo sobre la
basura?", le dirá el editor de m etropolitanas a Jones. “Ése es el tipo de
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 81
C ualesquiera que sean sus "im ágenes” y sus "fantasías” sublim inales,
los periodistas tienen m uy poco contacto con el público en general y
casi no reciben retroalim entación de él. La com unicación entre los pe
riódicos es m ucho m enos íntim a que la que se da entre las publicacio
nes especializadas, cuyos escrito res y lectores p e rten ecen al m ism o
grupo profesional. He recibido m uchas m ás respuestas a los artículos
publicados en revistas académ icas con m uy pocos lectores que a las
notas en la p rim era plan a en The Times, que debieron ser leídas p o r
m edio m illón de personas. Incluso los reporteros que son m uy conoci
dos no reciben m ás de dos o tres cartas de sus lectores a la sem ana, y
m uy pocos reporteros son realm ente fam osos. El público rara vez lee
los créditos, y no tiene form a de saber que Sm ith reem plazó a Jones en
la cobertura del ayuntam iento.
Puede ser equívoco hab lar del “público” com o si se tra tara de una
en tid ad significante, del m ism o m odo que es inadecuado, según los
estudios sobre la difusión, concebir a un auditorio "masivo” de indivi
duos atom izados e indiferenciados. La a d m in istra c ió n de The Times
asum e que sus lectores son grupos heterogéneos de am as de casa, abo
gados, educadores, judíos, gente de los suburbios y dem ás. Calcula que
ciertos grupos leerán ciertas partes del periódico y no que un hipoté
tico lector general leerá todo. De ahí que estim ule la especialización
entre los reporteros. C ontrata a un m édico p ara c u b rir las noticias de
m edicina; envía a estudiar leyes du ran te un año a un futuro reportero
de la S uprem a Corte; y c o n stan tem en te abre nuevas secciones com o
publicidad, a rq u itectu ra y m úsica folclórica. Una sociología de la es
critura de noticias seria debería h acer un seguim iento de la evolución
de las áreas de co bertura y el desarrollo de las especializaciones. Asi
m ism o, podría sacar provecho de la investigación de m ercado que h a
cen los m ism os periódicos, los cuales con tratan especialistas p ara di
señar sofisticadas estrategias con el fin de increm entar su circulación.
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 87
* Se aplica con sentido despectivo a la persona bien intencion ada pero poco práctica
o idealista. [N. de T.]
** Se aplica con sentido desp ectivo a los intelectuales. [N. de T.]
*** En la jerga periodística, el reportero que busca la noticia en las calles. [N. de T.]
**** En lenguaje coloquial, agente de policía. [N. de T.]
90 LOS MEDIOS
las m ism as notas para los periódicos en otras ciudades. Ellos saben que
el m odo en el que esos colegas juzguen su trabajo determ inará su lugar
en la jerarquía de estatus de los periodistas acreditados en el lugar. La
reputación profesional es un fin en sí m ism o p ara un gran núm ero de
reporteros, pero tam bién conduce a ofertas de trabajo. Con frecuencia,
el reclutam iento tiene lugar p o r m edio de los reporteros que aprenden
a respetarse unos a otros trab ajan d o juntos, del m ism o m odo en que
los ascensos son el resultado de las im presiones creadas en el interior
del periódico de un reportero. 77ze Times cuenta con u n sistem a de esta
bilidad laboral: una vez que alguien "ingresó a la planta", puede que
darse ahí de por vida, pero m uchos de los que se han pasado años en el
periódico nunca logran salir de las filas de los veteranos de la sala de
m etropolitanas. Por lo tanto, el profesionalism o es un ingrediente im
portante en el periodism o escrito: las notas establecen un estatus, y los
reporteros escriben para im presionar a sus pares.
Los reporteros tam bién obtienen algo de retroalim entación de los
am igos y de la fam ilia, quienes buscan sus n otas firm adas y ofrecen
com entarios com o éstos: “Estuvo bien la nota sobre Kew Gardens. La
sem ana p asada estuve allí, y el lugar en serio se está yendo al dem o
n io ”. O: "¿R ealm ente Joe N am ath es tan insoportable com o suena?".
Los co m en tario s de este tipo pesan m enos que las reacciones de los
colegas en el m edio, pero les dan a los reporteros una idea tranquiliza
dora de que sí se entendió la idea. "M am á” tal vez no sea u n a lectora
crítica, pero tranquiliza. Sin ella, p u b licar u n a n o ta puede ser com o ►
arro jar u n a piedra a un pozo sin fondo: esperas y esperas, pero nunca ^
oyes el golpe. Asim ism o, los rep o rtero s pueden esp era r alguna reac- __
ción de ciertos segm entos especiales del público: algunos lectores en
Kew G ardens o algunos jugadores de fútbol. B uena p arte de esta re
troalim entación suele ser negativa, pero los reporteros aprenden a p a
sa r por alto el descontento entre los grupos de intereses especiales. Lo
que les cuesta trabajo im aginar es el efecto de sus notas sobre el p ú
blico "m asivo”, que probablem ente no sea en m odo alguno "m asivo”,
sino u n a colección heterogénea de grupos e individuos.
E n resum en, yo creo que Pool y S hulm an se equivocan al asu m ir
que la escritura de las noticias está determ inada por la im agen que tiene
el reportero del público en general. Tal vez los periodistas tengan alguna
im agen de eso —aunque lo dud o —, pero escriben teniendo en m ente
toda u n a serie de grupos de referencia: sus correctores de estilo, sus di-
92 LOS MEDIOS
L a SOCIALIZACIÓN OCUPACIONAL
Asimismo, el habla de los rep o rtero s tiene que ver con las co n d i
ciones de su trabajo: los problem as de la com unicación p o r teléfono y
telégrafo en los países en vías de desarrollo, la censura en Israel y en la
URSS, las cuentas de gastos. (Yo e ra tan obtuso en lo que concernía a
g u ard ar los com probantes de gastos en Londres que ni siquiera llegaba
a entender las historias clásicas sobre el corresponsal canadiense que
pedía un trineo de perros o la del corresponsal africano que invitaba a
los reporteros a p asar fines de sem ana en su villa y luego les daba fal
sas cuentas de hotel para que las llenaran con el costo de sus gastos.
Me tu v iero n que explicar que m is m iserables gastos e sta b a n re d u
ciendo el nivel de vida de toda la oficina.) Un reportero de la m esa de
m e tro p o lita n a s m e co n tó que tuvo su m o m en to de m ay o r orgullo
cuando lo enviaron a cubrir un incendio y descubrió que era una falsa
alarm a y volvió con una nota sobre las falsas alarm as. Sentía que ha
bía tran sfo rm ad o lo trivial en "noticia” encontrándole un nuevo "án
gulo”. Otro reportero contaba que dejó de ser novato y se hizo veterano
cuando cubría la guerra civil en el Congo. Logró com unicarse con Lon
dres a una hora inusitadam ente tem prana, cuando a ú n no acababa de
revisar sus notas. Sabiendo que no era posible posponer la com unica
ción y que cada m inuto era terriblem ente caro, escribió su artículo a
toda velocidad d irectam ente sobre la m áquina del teletipo. Algunos
reporteros com entaban que no se sin tiero n com pletam ente profesio
nales hasta que com pletaron un año corrigiendo estilo en el tu rn o de
la noche, tarea que dem anda una gran velocidad y claridad en la escri
tura. Otros decían que alcanzaron la confianza ab so lu ta luego de cu
b rir exitosam ente una gran nota que había surgido ju sto al cierre.
De m anera paulatina, los reporteros desarrollan u n a sensación de
dom inio sobre su oficio, de ser capaces de escrib ir u n a colum na en
u n a h o ra sobre cualquier cosa por m ás difíciles que resulten las cir
cunstancias. El equipo de Londres le tenía un respeto enorm e a la ca
pacidad de Drew M iddleton de dictar un encabezado nuevo p ara una
nota inm ediatam ente después de que lo desp ertaran a la m itad de la
noche y le inform aran sobre un nuevo acontecim iento im portante. El
no lograr llegar al cierre se tiene por algo abom inablem ente no profe
sional. Alguien a quien tuve cerca en la sala de m etropolitanas había
dejado p asar varios cierres. Hacia las 4 de la tarde, cuando tenía una
gran nota, llenaba a escondidas un vaso de papel con bourbon que te
nía en una botella oculta en el fondo del cajón del escritorio y se lo to
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 95
E s t a n d a r iz a c ió n y e s t e r e o t i p o s
“d. o. a." (dead on arrival [llegó m uerto], u n a ano tació n que con fre
cuencia se refiere a los ataques cardíacos) o con un “corte'' (una p uña
lada, p o r lo general asociada a robos m enores o a pleitos fam iliares,
que e ra n tan n u m ero so s que p e rio d ístic a m e n te sig n ific a b an poca
cosa). En u n a ocasión, creí to p arm e con una d en u n cia esp ectacu lar
-cre o que incluía asesinato, violación e incesto-, y fui directam ente al
escuadrón de hom icidios p a ra cerciorarm e. Luego de leer la d e n u n
cia, el detective m e m iró con m olestia. “Chico, ¿no ves que es 'negro'?
Ésa no es una no ta.” Luego de los nom bres de la víctim a y del sospe
choso había una letra “N” m ayúscula. Yo no sabía que las atrocidades
entre los negros no con stitu ían u n a "noticia".
C uanto m ás alto fuera el estatus de la víctim a, m ayor era la nota:
ese principio me quedó claro cuando New ark tuvo la suerte de hacerse
de la m ayor nota policial del verano. Una bella y rica quinceañera de
sap areció m isterio sa m en te en el a e ro p u e rto de N ew ark, y de inm e
diato la sala de prensa se llenó de reporteros estelares provenientes de
todo el Este, quienes p resentaron sus notas com o n e w a r k a l a c a z a d e
LA JOVEN PERDIDA, DESAPARECE FIANCÉE EN PLENO DÍA y PADRE LLORA A HE
REDERA s e c u e s t r a d a . N osotros no habíam os conseguido que nuestras
secciones publicaran algo m ás que un p árrafo sobre los m ás notorios
asaltos y violaciones, pero aceptarían lo que fuera sobre la m uchacha
extraviada. Un colega y yo produjim os u n a larga nota sobre sus ú l t i
m o s p a s o s , que era nada m ás que u n a descripción del plano del aero
p u e rto con algunas especulaciones sobre el ru m b o que podía h ab er
tom ado la joven, pero resultó que las “colum nas laterales” (notas dedi
cadas a los aspectos secundarios de un acontecim iento) sobre los ú lti
m os pasos aco m p añ an con frecuencia a las notas sobre secuestros y
desapariciones. No hicim os m ás que apoyarnos en el repertorio trad i
cional de los géneros. Fue com o h acer galletas con un m olde de galle
tas antiguo.
Las notas grandes se desarrollan en esquem as especiales y tienen
un sabor arcaico, com o si se tra tara de m etam orfosis o de notas prim i
genias que han estado perdidas en la noche de los tiem pos. Lo prim ero
que hace un reportero en la m esa de m etro p o litan as luego de recibir
un encargo es buscar m ateriales relevantes entre las- historias archiva
das en la "morgue". Por lo tanto, la m ano m uerta del pasado se encarga
de m oldear su percepción del presente. C uando acaba con la m orgue,
realiza unas cuantas llam adas telefónicas y tal vez algunas entrevistas
98 LOS MEDIOS
2 j p Se«uin N o u velles à se n sa tio n : Canards du XIXe siècle, P ans, 1959, pp. 187-190.
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 99
lector em pezaba a preguntarse qué rum bo tom aría, Jones pasó rápida
m ente al acontecim iento del día: el prem io al hom bre del año. "Un flo
rista es prem iado por hacer crecer árboles en Brooklyn”, piensa el lec
tor. "¡Qué agradable!” Es lo agradable de la adecuación lo que produce
la sensación de satisfacción, com o el b ien estar que sucede a la lucha
por m eter el pie en una bota estrecha. El truco no funcionará si el escri
tor se aleja dem asiado del repertorio conceptual que com parte con su
público y de las técnicas para usarlo que aprendió de sus predecesores.
La ten d en cia al uso de estereo tip o s no significaba que la m edia
docena de rep o rtero s en la je fa tu ra de policía de N ew ark escrib iera
exactam ente lo m ism o, aunque n uestros textos eran m uy sim ilares y
com partíam os toda n u e stra inform ación. Algunos rep o rtero s favore
cían ciertos enfoques. Una de las dos m ujeres que por lo regular esta
ban en la sala de prensa cada tan to se com unicaba p o r teléfono a las
oficinas distritales de la policía preguntándoles: "¿Ha habido ú ltim a
m ente alguna fiesta sexual de adolescentes?”. Como era la experta re
conocida en la m ateria, ella escribía las notas de sexo entre adolescen
tes que los dem ás no tocábam os. Del m ism o m odo, un especialista en
incendios entre los reporteros de M anhattan -u n hom bre extraño con
u n a pata de palo y revólver al cin to - escribía m ás noticias de incendios
que cualquier otro. P erm anecer com o un "regular" en la sala de prensa
de la policía tal vez dem ande algún tipo de congruencia entre el tem
peram ento y el tem a, y tam bién cierta dureza. Aprendí a ser bastante
indiferente a los "cortes" y a los "saltadores” (los suicidas que se a rro
jan desde los edificios), pero nunca logré reponerm e de la im presión
ante la habilidad de los reporteros p ara obtener notas de "reacción” al
notificarles a los padres sobre la m uerte de sus hijos: "‘Siem pre fue un
niño tan bueno', exclamó la señora M acN aughton, su cuerpo sacudido
por el llanto”. Cuando necesitaba citas com o la anterior, solía inventar
las, com o lo hacían algunos de los otros, u n a tendencia que tam bién
aportaba algo a la estandarización pues sabíam os lo que debían haber
dicho la “m adre acongojada” y el "padre desolado”, y posiblem ente los
escucháram os decir lo que nosotros teníam os en la m ente m ás que lo
que estaba en las suyas. Las notas de "color” o las notas de fondo deja
ban un espacio m ayor a la im provisación, pero tam bién ellas caían en
patrones convencionales. Las historias de anim ales, por ejem plo, eran
m uy bien recibidas en la m esa de m etropolitanas. Hice u n a sobre los
caballos del cuerpo de policía y, después de que fue publicada, me en
100 LOS MEDIOS
cité a un hom bre que había alcanzado a verlo brevem ente y comentó:
"Blimey [por Dios] es h e rm o so ”. La co m binación cockney-Churchill
resultaba irresistible.* The Times la sacó en la prim era plana, y la reco
gieron una docena de periódicos, los servicios de cable y las revistas de
noticias. Pocos corresponsales extranjeros h ab lan la lengua del país
que están cubriendo. Pero esa desventaja no les m olesta porque, si tie
nen olfato p ara las noticias, no precisan lengua ni oídos; es m ás lo que
le agregan a los acontecim ientos que cubren que lo que sacan de ellos.
En consecuencia, escribíam os sobre la Inglaterra de Dickens, y nues
tros colegas en París re tra ta b a n la F ran cia de V ictor Hugo, con una
pizca de M aurice Chevalier.
Tras dejar Londres, volví a la sala de redacción de The Times. Una
de m is prim eras n otas tra ta b a de u n "m aniaco hom icid a” que había
dispersado las extrem idades de sus víctim as debajo de los um brales de
varias puertas del West Side. La escribí com o si estuviera redactando
un viejo canard: “Un hom m e de 60 ans coupé en morceaux. [...] Détails
horribles!!!”.3 Al concluir la nota, m e llamó la atención uno de los grafi-
tis garabateados en las paredes de la sala de prensa de la jefatura de la
policía de M anhattan: "Im prim im os todas las noticias que quepan".**
El escritor quiso decir que sólo si hay espacio es posible incluir artícu
los en el periódico, pero tal vez estuviera expresando una verdad m ás
profunda: las notas de los periódicos deben adecuarse a las preconcep-
ciones culturales de lo que es una noticia. Sin em bargo, 8 m illones de
personas viven todos los días su vida en la ciudad de Nueva York, y me
sentía rebasado por la disparidad entre su experiencia y las historias
que leían en The Times.
o "de calidad". Los estilos de periodism o varían según el tiem po, el lu
g ar y el carácter de cada periódico. La form a en la que el periodism o
se escribe en E stados Unidos es distinta de la de Europa, y así ha sido
a lo largo de la historia de este país. Es probable que B enjam ín Franklin
no se preocupara p o r el ethos ocupacional cuando escribía u n a nota,
acom odaba los tipos, tirab a las planchas, d istrib u ía los ejem plares y
ju n tab a los ingresos de The Pennsylvania Gazette. Pero desde la época
de Franklin, los periodistas se h a n visto involucrados en com plejas re
laciones profesionales, en la sala de prensa, en la oficina y en la calle.
Con la especialización y la p rofesionalización, h a n respondido cada
vez m ás a la influencia de su g ru p o de pares profesionales, la cual ex
cede p o r m ucho la de cualesquiera im ágenes que ellos tengan del p ú
blico en general.
Al h acer énfasis en esta influencia, no p reten d o m in im izar otras.
Los sociólogos, los especialistas en ciencia política y los expertos en
com unicación han producido u n a am plia litera tu ra sobre los efectos
de los intereses económ icos y so b re las inclinaciones políticas en el
periodism o. Me parece, sin em b arg o , que no h a n logrado e n te n d e r
cóm o tra b a ja n los rep o rtero s. El e n to rn o del trab ajo le da form a al
contenido de las noticias y, asim ism o, las notas tom an form a bajo la
influencia de las técnicas narrativas heredadas. Esos dos elem entos de
la escritura de las noticias pueden parecer contradictorios, pero se dan
sim ultáneam ente cuando el rep o rtero se “form a", cuando es m ás vul
nerable y m aleable. Al p asar p o r esta experiencia form ativa, se fam ilia
riza con las noticias, com o un b ien que se confecciona en la sala de
prensa y com o una m anera de ver el m undo que de algún m odo llegó a
The New York Times proveniente de M amá Oca.
m
* Este ensayo se publicó en The American Scholar, núm . 52, 1983, pp. 533-537. Describe
rl proceso de edición académ ica tal y com o lo observé desde el consejo editorial de Prince-
lon University Press desde 1978 hasta 1982. Desde entonces, los procedim ientos editoria
les lian cam biado un tanto; el núm ero de m anuscritos que se envían y de libros publicados
lia seguido increm entándose, y el carácter de las m onografías continúa siendo el m ism o.
I .os títulos que se citan aquí, los cuales ilustran este aterrador monografism o, provienen de
las obras que se enviaron a la im prenta durante los cuatro años que estuve en su consejo.
105
106 LOS M EDIOS
E n prim er lugar, mi querido autor, usted debe saber que las proba
bilidades están en contra suya. Me las im agino de nueve a uno o diez a
uno, calculando el núm ero de m anuscritos que se entregan en relación
con los que se aceptan. A p e sar de los tiem pos difíciles que han gol
peado a la vida académ ica, o a cau sa de ellos, las entregas se in cre
m en ta n casi anualm ente. E n el año fiscal de 1972, el prim ero p ara el
que contam os con inform ación, P rinceton University Press recibió 740
m anuscritos. En 1981, recibió 1.129: un increm ento del 52%. E n 1972
aceptó 83 m anuscritos. En 1981, aceptó 118: un increm ento del 42%.
En retrospectiva, el m odelo se ve claro: la presión de las entregas a u
m entó de m anera uniform e a lo largo de la década de 1970, se disparó
e n tre 1976 y 1977, y rom pió la m arca de los m il en 1980. P rinceton
University Press respondió al diluvio de m anuscritos increm entando el
flujo de libros, de m odo que ah o ra planea aceptar unos 120 al año, si
lo perm iten las condiciones financieras.
E ste es u n trabajo enorm e tan to p a ra el consejo editorial, que en
cad a ju n ta e n fre n ta decisiones m ás d u ras, com o p a ra los editores,
quienes deben arreglárselas con las sucesivas oleadas de m anuscritos
y em itir un núm ero creciente de respuestas negativas a u n a población
cada vez m ayor de autores desencantados. Desde el punto de vista del
autor, el proceso se ve a u n m ás feo. E n un año d eterm inado, su m a
nuscrito será uno entre los 1.100 que Princeton University Press consi
derará, y usted tiene la esperanza de que sea uno de los 120 que acep
ten p ara su publicación. P ara que eso suceda, el m anuscrito tiene que
lib ra r una serie de obstáculos. Debe llam ar la atención del editor, ga
narse la aceptación de dos o a veces de tres lectores, q u ed ar incluido
en el corte p relim in ar que se realiza en la reu n ió n previa del consejo
editorial y sobrevivir a la ú ltim a selección en la reu n ió n m ensual del
consejo editorial, en la que cuatro profesores elegirán u n a docena de
m anuscritos entre un total de 15 a 19. No hay un cupo fijo, pero siem
p re hay perdedores, y cada año hay m ás en tan to la co m petencia se
vuelve m ás dura. ¿Cóm o ganar? D espués de revisar m is carp etas de
cartón, he dado con una respuesta: u n a infalible estrategia de supervi
vencia p ara los autores en seis sencillas estratagem as.
II. Si tiene que proponer un libro, que sea un libro sobre las aves. Nunca
rechazam os las guías de cam po y hemos aceptado libros sobre aves de
cualquier lugar de la Tierra: Colombia, África Occidental, Rusia, China,
Australia... No puede perder, al m enos no con Princeton. Hay otros te
mas que son irresistibles p ara otras editoriales. Usted puede p robar ca
tálogos sobre casas de cam po en Yale y recetarios de cocina en Harvard.
III. Si no puede e la b o rar u n a guía sobre aves, elija alguno de los si
guientes tem as: W illiam Blake; S am uel B eckett; la n o bleza de casi
t ualquier provincia de F rancia entre los siglos xvi y xvm; u n a nueva
teoría de la justicia; una traducción de cualquier cosa en japonés, pero
preferentem ente poesía, que se "vincule” y se localice en algún punto
del período com prendido entre el año 2000 a. C. y 1960, aunque cual
quier otro período sirve.
nido, que son lo que en todo caso alcanzará a leer la m ayor p arte de
los m iem bros del consejo. Un ejem plo reciente: "Inversión de la se
cuencia sexual”, "Situaciones de conflicto p ara la relación entre sexos”,
"H erm afroditas cruzados". Este m anuscrito sí lo aceptam os, sin rubor
alguno, p a ra n u e stra serie sobre biología de poblaciones. Toda ella
trata de aves y abejas, aunque tiene tam b ién u n a sección sobre hála
nos. N unca m e había puesto a considerar la vida sexual de los bálanos
hasta que ingresé al consejo editorial.
¿Por qué este dom inio de la letra p? No lo sé, a m enos que Peter Piper
se haya apoderado del inconsciente colectivo desde la cuna. Pero se
aceptan variantes. Se pueden hacer aliteraciones en el subtítulo:
lio LOS MEDIOS
En ocasiones, aunque sólo con la m ayor de las cautelas, está perm itido
ap a rtarse de la aliteración. Pero p a ra hacerlo hay que ten er m otivos
sum am ente fuertes, com o la necesidad de im p re sio n a r al lector con
una descarga de poesía:
El efecto poético tam bién se puede lograr por m edio del uso evocativo
del artículo indeterm inado:
Si se está a favor del artículo determ inado, entonces m ás vale que per
sista con la aliteración:
Este últim o título es un ejem plo raro del triunfo de la poesía sobre los
dos puntos. Pero nunca hay que p rescin d ir de un subtítulo, a m enos
que se tenga la absoluta seguridad del poder de la poesía, com o en:
Sigo sin saber de qué se tratab a este libro, ni tam poco cuál era el tem a
de otro m anuscrito sin subtítulo que recibim os recientem ente: Princi
palmente el caos. Parece tener algo que ver con la física.
Una ú ltim a clase de excepciones se vincula con los m ovim ientos
no ortodoxos, en los cuales se tom a p o r sorpresa al lector en lugar de
cautivarlo con im ágenes y sonidos. Con la estratagem a del título abar-
cador, se supone que d e p o sita rá al lector en algún lugar, p o r lo que
puede h acer a u n lado la aliteración:
D ebería concluir con ese tono positivo. Pero al e n u m e rar las e stra te
gias que tienen a la m ano los autores académ icos, tengo que confesar
cierto escepticism o acerca de cualquier certidum bre relacionada con
el negocio editorial, así com o mi adm iración secreta p o r dos profeso
res. El prim ero es un físico que le puso a su libro Apuntes de conferen
cia sobre Ciencias Astrofísicas 522; el segundo, un biólogo que tituló el
suyo H ábitos de anidam iento de los escarabajos. N inguno de los dos,
m e apena decirlo, llegó a im prim irse.
Maestra de escuelá republicana, 1793.
VII. ¿QUÉ ES LA HISTORIA DEL LIBRO?*
* Este ensayo se publicó originalm ente en Daedalus, verano de 1982, pp. 65-83. P os
teriorm ente, intenté desarrollar sus tem as en un ensayo sobre la historia de la lectura
(véase el capítulo ix) y en "Histoire du livre-G eschichte des Buchw esens: An Agenda for
Com parative History", en Publishing History, núm . 22, 1987, pp. 33-41.
117
I.A PALABRA IM PRESA
* En el original dice Young Turks, es decir, los Jóvenes turcos, en alusión a los refor
madores del Comité de la Joven Turquía creado en 1865. [N. de T.]
¿Q U É E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 119
1 Para ejemplos de este trabajo, véanse, además de los libros mencionados en el en
sayo, Henri-Jean Martin, Livre, p o u vo irs et société à Paris au XVIIe siècle (1598-1701), 2
vols., Ginebra, 1969; Jean Quéniart, L'Imprimerie et la librairie à Rouen au XVIIIe siècle, Pa
ris, 1969; René Moulinas, L'Imprimerie, la librairie et la presse à Avignon au xvm e siècle,
Grenoble, 1974, y Frédéric Barbier, Trois cents ans de librairie et d'im prim erie: Berger-Le-
vrault, 1676-1830, Ginebra, 1979, en la serie Histoire et civilisation du livre, la cual incluye
varias monografías escritas con criterios muy semejantes. La mayor parte de los trabajos
franceses ha aparecido en forma de artículos en la Revue française d ’h istoire du livre. Para
una revisión del campo realizada por dos de sus más importantes contribuyentes, véase
Roger Chartier y Daniel Roche, "Le livre, un changement de perspective”, en Faire de
l ’histoire, París, 1974, ni, pp. 115-136, y "L’Histoire quantitative du livre", en Revue
française d ’h istoire du livre, núm. 16, 1977, pp. 3-27. Para valoraciones afines realizadas
por dos compañeros de ruta estadounidenses, véanse Robert Damton, "Reading, Writing,
and Publishing in Eighteenth-Centuiy France: A Case Study in the Sociology of Litera-
ture”, en Daedalus, invierno de 1971, pp. 214-256, y Raymond Bim, "Livre et Société After
Ten Years: Formation of a Discipline”, en Studies on Voltaire an d the Eighteenth-Century,
núm. 151, 1976, pp. 287-312.
120 L.A PALABRA IM PR ESA
lanto antes com o después del acto de com posición. Los m ism os auto
res son lectores. Al leer y asociarse a otros lectores y escritores, form an
las nociones de género y estilo, así com o u n a idea general de la em
presa literaria, lo que afecta sus textos, ya sea que com pongan sonetos
a la m anera de Shakespeare o que redacten instrucciones p ara ensam
blar un equipo de radio. Un escritor puede responder en sus escritos a
las críticas de su obra o a n tic ip a r las reacciones que su texto provo
cará. Se dirige a lectores im plícitos y recibe los com entarios de críticos
explícitos. Así se cierra el circuito. Transm ite m ensajes, tran sfo rm án
dolos en el cam ino, cuando pasan del pensam iento a la escritura, a los
textos im presos y regresan de nuevo al pensam iento. La historia del li
bro a ta ñ e a cada fase de este proceso y a éste com o un todo, en el
transcurso de sus variaciones en el espacio y en el tiem po y en todas
sus relaciones con los otro s sistem as -eco n ó m ico , social, político y
c u ltu ral- del m undo circundante.
Se tra ta de u n a em presa enorm e. P ara m an te n er su tare a dentro
de p roporciones m anejables, los h isto riad o res del libro p o r lo gene
ral sep aran un segm ento del circuito de com unicación y lo analizan
según los p ro ce d im ie n to s de u n a sola disciplina: la im p resió n , p o r
ejem plo, la cual estudian p o r m edio de la bibliografía analítica. Pero
las partes sólo tienen significación plena si están unidas al todo, y es
indispensable ten er u n a visión de co njunto del libro en tan to m edio
de com unicación si se quiere evitar que su h isto ria se fragm ente en
especializaciones esotéricas, separadas u nas de otras p o r técnicas es
pecíficas y p o r u n a incom prensión m u tu a. El m odelo que aparece en
la figura vn. 1 ofrece u n a m an era de visualizar todo el proceso de co
m unicación. Con ajustes m enores, se debe po d er a p licar a todos los
períodos de la h isto ria del libro im preso (los m an u scrito s y las ilus
traciones serán objeto de o tro estudio), pero p referiría d iscutirlo en
rela ció n con la época que m ejo r conozco, el siglo xvm , y seguirlo
fase p o r fase, m o stran d o cóm o cada u n a de éstas se en cu en tra unida
a (1) otras actividades que u n a p erso n a d eterm in ad a está llevando a
cabo en un punto d eterm in ad o del circuito, (2) otras personas ub ica
das en el m ism o m o m en to en otros circuitos, (3) o tra s perso n as en
otros puntos del m ism o circuito y (4) otros elem entos de la sociedad.
Las tre s p rim e ra s c o n s id e ra c io n e s se re fie re n d ire c ta m e n te a la
tra n sm isió n de un texto, m ie n tra s que la c u a rta c o n ciern e a las in
fluencias externas, que p ueden variar h asta el infinito. En aras de la
122
F ig u ra v n . 1. El circuito de la comunicación
LA PALABRA IM PRESA
¿Q U É ES LA HISTORIA DEL LIBRO? 123
1.
2 Como ejemplos de este enfoque, véanse Théodore Besterman, Voltaire, Nueva York,
1969, pp. 433-434; Daniel Momet, "Les Enseignements des bibliothèques privées (1750-
1780)", en Revue d ’histoire littéraire de la France, núm. 17, 1910, pp. 449-492, y los estu
dios bibliográficos que ahora se preparan bajo la dirección de The Voltaire Foundation,
que reemplazarán a la superada bibliografía de Georges Bengesco.
3 El siguiente relato se basa en las 99 cartas en el expediente de Rigaud que se en
cuentra en los archivos de la Société typographique de Neuchâtel, Bibliothèque de la vi
lle de Neuchâtel, Suiza (en adelante, s t n ), más algún otro material relevante procedente
de los enormes archivos de la s t n .
124 LA PALABRA IM PRESA
3.
cliatel para una edición p ira ta .12 M uchas veces Voltaire em pleó argu-
i ias de este tipo. Le perm itían m ejorar la calidad y a u m e n tar la canti
dad de sus libros, lo que servía a su principal propósito, que no era el
di- hacer dinero, pues no vendía su prosa a los im presores, sino propa
gar la Ilustración. Sin em bargo, el tem a de la ganancia financiera m an
tenía en m ovim iento al resto del sistem a. Así que cuando C ram er supo
que la s tn preten d ía invadir su m ercado, protestó ante Voltaire; este
ni lim o retiró la prom esa que había hecho a la stn , y la s tn se vio obli
gada a acep tar u n a versión diferente del texto, que recibió de Femey,
pero sólo con adiciones y correcciones m ínim as.13 De hecho, este con
tratiem po no perjudicó sus ventas, pues el m ercado tenía espacio de
sobra p ara ab so rb er ediciones, no sólo la de la STN sino tam bién una
que M arc M ichel Rey realizó en A m sterdam , y pro b ab lem en te otras.
Los libreros tenían su lista de proveedores, y escogían en función de
las ventajas adicionales que podían obtener en m ateria de precios, ca
lidad, rapidez y confiabilidad en las entregas. R igaud tra ta b a regular
m ente con los editores de París, Lyon, R uán, Aviñón y G inebra. Los
ponía a com petir entre sí, y a veces pedía el m ism o libro a tres o cuatro
tie ellos p a ra asegurarse de recibirlo antes que sus com petidores. Al
trabajar varios circuitos a la vez, aum entaba su m argen de m aniobra.
I'ero en el caso de Questions sur l’Encyclopéáie, superaron su habilidad
de m an io b ra y se vio obligado a recibir su m ercancía p o r la tortuosa
ruta de Voltaire-Cramer-Voltaire-STN.
Esa ru ta no hacía m ás que llevar el m anuscrito del au to r al im pre
sor. Para que las hojas im presas llegaran a Rigaud en M ontpellier pro
venientes de la stn debían seguir uno de los itinerarios m ás complejos
del circuito del libro. E xistían dos. Uno iba de N euchátel a G inebra,
Turin, Niza (que todavía no era francesa) y M arsella. Tenía la ventaja
de evitar el territo rio francés -y, p o r lo tanto, el peligro de confisca
ción-, pero su p o n ía rodeos y gastos enorm es. Los libros deb ían e n
viarse a través de los Alpes y p a sar por todo un ejército de interm edia
rios antes de llegar al depósito de Rigaud: tra n sp o rtista s, barqueros,
carreteros, cuidadores de depósitos, capitanes de navio y estibadores.
Los m ejores tran sp o rtistas suizos afirm aban que eran capaces de h a
cer llegar un cajón a Niza en un m es por 13 libras tom esas, 8 sous, por
cada 100 libras de peso, pero sus estim aciones resu ltaro n m uy bajas.
La ru ta directa N euchátel-M ontpellier p o r Lyon y la ribera del Ródano
era rápida, barata y fácil, pero peligrosa. Al ingresar a Francia, los ca
jones debían ser sellados e inspeccionados por el grem io de libreros y
por el inspector real del libro en Lyon; luego, reexpedidos e inspeccio
nados una vez m ás en M ontpellier.14
Siem pre prudente, Rigaud pidió a la st n que enviara los prim eros
volúmenes de Questions sur l’Encyclopédie por la ru ta larga, pues sabía
que su agente de Marsella, Joseph Coulomb, era de fiar p ara introducir
los libros en Francia sin contratiem pos. Éstos salieron el 9 de diciembre
de 1771, pero no llegaron sino después de m arzo, cuando los com petido
res de Rigaud ya estaban vendiendo los tres prim eros volúm enes de la
edición de Cramer. El segundo y el tercer volumen llegaron en julio, pero
sobrecargados de gastos de transporte y estropeados por una m anipula
ción brutal. “Parece que estam os a cinco o seis mil leguas de distancia",
se quejó Rigaud, añadiendo que lam entaba no haber pasado su pedido a
Cramer, cuyos envíos ya iban por el tom o seis.15 Para entonces, la st n ya
estaba tan preocupada por la pérdida de clientes en todo el sur de Fran
cia que lanzó una operación de contrabando en Lyon. Su hom bre, un li
brero m arginal llamado Joseph-Louis Berthoud, hizo pasar el cuarto y el
quinto volumen frente a las narices de los inspectores del ram o, pero su
negocio quebró; y para em peorar las cosas, el gobierno francés decretó
un im puesto de 60 libras tornesas por cada 100 libras en todas las im
portaciones de libros. La stn volvió a la ruta de los Alpes, ofreciendo lle
var los envíos hasta Niza por 15 libras tornesas cada 100 libras de peso,
si Rigaud asum ía el resto de los gastos, incluidos los derechos de impor
tación. A Rigaud le pareció que estos derechos significaban un golpe tan
duro p ara el comercio internacional que suspendió todos sus pedidos a
los proveedores extranjeros. La nueva política arancelaria hacía que el
camuflaje de libros ilícitos como obras legales y su pasaje por los canales
comerciales norm ales alcanzara precios prohibitivos.
En diciem bre, Jacques Deandreis, el agente de la st n en Niza, reci
bió un em b arq u e del sexto volum en de Questions sur l’Encyclopédie
4.
Todas las etapas se vieron afectadas por las condiciones sociales, eco
nóm icas, políticas e intelectuales de la época; pero p ara Rigaud, estas
132 LA PALABRA IM PRESA
16 Robert Darnton, The B usiness o f Enlightenm ent: A P ublishing H istory o f the E ncy
clopédie 1775-1800, Cambridge ( m a ), 1979, pp. 273-299 [trad, esp.: El negocio de la Ilus
tración . H istoria ed ito ria l de la E ncyclopédie, 1775-1800, trad, de M árgara Averbach y
Kenya Bello, México, Fondo de Cultura Económica, 2006],
17 Anónimo, "État et description de la ville de Montpellier, fait en 1768", en M ontpel
lier en 1768 et en 1836 d'après deux m a n u scrits inédits, ed. de J. Berthelé, Montpellier,
1909, p. 55. La fuente principal del relato es esta rica descripción contem poránea de
Montpellier.
18 C. E. Labrousse, La Crise de l ’écon om ie française à la fin de VAncien R égim e et au
débu t de la Révolution, Paris, 1944.
¿Q U É E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 133
I. A u t o r e s
so ciété dans la France du xviue siècle, París y La Haya, 1965, vol. 1, pp. 3-32, y Robert
Estivals, La S ta tistiq u e bibliograph iqu e de la France so u s la m onarchie au x v m e siècle,
París y La Haya, 1965. La obra bibliográfica será publicada bajo los auspicios de The
Voltaire Foundation.
20 John Lough, Writer an d Public in France: From the Middle Ages to the Present Day,
Oxford, 1978, p. 303.
¿Q U É E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 135
II. E d it o r e s
El papel clave de los editores com ienza a precisarse con m ayor clari
dad gracias a los artículos que aparecen en Journal o f Publishing His-
tory y m o n o g rafías com o The World of Aldus M anutius, de M artin
Lowry; Charles Dickens and His Publishers, de R obert Patten, y Entre
preneurs o f Ideology. Neoconservative Publishers in Getmany, 1890-1933,
de Gary Stark. Pero la evolución del ed ito r com o u n a figura diferen
ciada, en contraste con el m aestro librero y el impresor, aún necesita de
un estudio sistem ático. Los historiadores apenas han com enzado a abre
var en los docum entos de los editores, aunque éstos son la m ás rica de
todas las fuentes p ara la historia del libro. Los archivos de Cotta Verlag
en M arbach, por ejem plo, contienen al m enos 150 mil piezas; sin em
bargo, sólo han sido exam inadas con relación a Goethe, Schiller y otros
escritores célebres. F u tu ras investigaciones con seguridad obtendrán
m ucha inform ación concerniente al libro com o fuerza en la Alemania
del siglo xix. ¿Cómo celebraban los editores los contratos con los auto
res? ¿Establecían alianzas con los libreros? ¿Negociaban con las autori
dades políticas? ¿Cómo adm inistraban sus finanzas, aprovisionam ien
tos, rem esas y publicidad? Las respuestas a estas preguntas llevarán a la
III. IMPRESORES
Poco se sabe sobre la m anera en la que los libros llegaban a las libre
rías provenientes del taller del im presor. La carreta, la barcaza, el n a
vio m ercan te, la oficina de co rreo s y el fe rro c a rril acaso h ay an in
fluido en la h istoria de la literatu ra m ucho m ás de lo que se sospecha.
Aunque las facilidades de tran sp o rte hayan afectado poco a este ram o
en los grandes centros de publicación com o Londres y París, a veces
d eterm in aro n el flujo y el reflujo de los negocios en las áreas a p a rta
das. Antes del siglo xix, los libros se enviaban g eneralm ente en plie
gos, p ara que el cliente los en cu ad ern ara a su gusto y según sus posi
bilidades económ icas. Viajaban en grandes bultos, envueltos en papel
grueso, y la lluvia y la fricción de las cuerdas los estropeaban con fa
cilidad. C om parados con bienes com o los textiles, su valor intrínseco
e ra bajo, pero los gastos de envío e ra n altos, debido al tam a ñ o y el
peso de los pliegos. P o r eso, con frecuencia, el envío influía m ucho en
L’Ombre des Lumières: coup d’oeil sur la m ain-d’œuvre de quelques im prim eries du
xvine siècle", en Stu dies on Voltaire a n d the Eighteenth Century, num. 155, 1976, pp. 1925-
1955, y "Running a Printing House in Eighteenth-Century Switzerland: the Workshop of
the Société typographique de Neuchâtel", en The Library, 6a serie, 1, 1979, pp. 1-24.
¿QUÉ E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 139
V. L ib r e r o s
31 Por ejemplo, véase J.-P. Belin, Le Com m erce des livres proh ibés à Paris de 1750 à
1789, Paris, 1913; Jean-Jacques Darmon, Le Colportage de librairie en France so u s le se
con d em pire, Paris, 1972, y Reinhart Siegert, A ufklärung u n d Volkslektüre exem plarisch
dargestellt an R udolph Zacharias Becker u n d seinem 'N oth-und H ülfsbüchlein' m it einer
Bibliographie zu m G esam tthem a, Francfort del Meno, 1978.
32 H. S. Bennett, English Books and Readers 1475 to 1577, Cambridge, 1952, y English
Books an d Readers 1558-1603, Cambridge, 1965; L. C. Wroth, The Colonial Printer, Port
land, 1938; Henri-Jean Martin, Livre, p o u v o irs et so c iété à Paris au xvn e siècle (1598-
1701), 2 vols., Ginebra, 1969, y Johann Goldfriedrich y Friedrich Kapp, G eschichte des
deutschen Buchhandels, 4 vols., Leipzig, 1886-1913.
140 LA PALABRA IM PRESA
VI. L e c t o r e s
35 Véase, por ejemplo, Wolfgang Iser, The Im plied Reader: Patterns o f C om m unication
in Prose Fiction from B unyan to Beckett, Baltimore, 1974; Stanley Fish, Self-Consum ing
Artifacts: The Experience o f Seventeenth-Century Literature, Berkeley y Los Ángeles, 1972,
e Is There a Text in This Class? The A u th ority o f In terpretive C om m u n ities, Cambridge
( m a ), 1980; Walter Ong, "The W riters Audience Is Always a Fiction", p m la (Publication o f
the Modern Language A ssociation o f Am erica), num. 90, 1975, pp. 9-21. Para una muestra
de otras variaciones sobre estos temas, véase Susan R. Suleiman e Inge Crosman, The
R eader in the Text: E ssays on Audience an d Interpretation, Princeton, Princeton Univer
sity Press, 1980.
36 Carlo Ginzburg, The Cheese an d the Worms: The C osm os o f a Sixteenth-Century M i
ller, trad, dc Anne y John Tedeschi, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980
[trad, esp.: El qu eso y los gu san os. El c o sm o s según un m olinero del siglo xvi, trad, de
Francisco Martín, 3a ed., Barcelona, Muchnik, 1981]; Margaret Spufford, "First Steps in
Literacy: The Reading and Writing Experiences of the Humblest Seventeenth-Century
Spiritual Autobiographers”, en Social History, num. 4, 1979, pp. 407-435.
142 LA PALABRA IM PRESA
44 Véase François Furet y Jacques Ozouf, Lire et écrire: L’A lphabétisation des français
de Calvin à Jules Ferry, Paris, 1978; Lawrence Stone, “Literacy and Education in Eng-
land, 1640-1900”, Past an d Present, núm. 42, 1969, pp. 69-139; David Cressy, Literacy and
the S ocial Order: R eading an d W riting in Tudor an d S tu art England, Cambridge, 1980;
Kenneth A. Lockridge, Literacy in C olonial N ew England, Nueva York, 1974, y Carlo Ci-
polla, Literacy an d D evelopm ent in the West, Harmondsworth, 1969 [trad. esp.: E duca
ción y desarrollo en Occidente, trad. de Ángel Abad Silvestre, Barcelona, Ariel, 1983],
45 Para una revisión y síntesis de esta investigación, véase Peter Burke, Popular Cul
ture in Early M odem Europe, Nueva York, 1978 [trad. esp.: La cultura popu lar en la E u
ropa moderna, trad. de Antonio Feros, Madrid, Alianza, 2005].
46 Para un ejemplo de la visión anterior, en la que la bibliothèque bleue sirve de clave
para entender la cultura popular, véase Robert Mandrou, De la cu ltu re p opu laire aux
xvne et XVIIIe siècles: La B ibliothèque bleue de Troyes, Paris, 1964. Para una vision más
compleja y actualizada, véase Roger Chartier, Figures de la gueuserie, Paris, 1982.
¿QUÉ ES LA HISTORIA DEL LIBRO? 145
147
148 LA PALABRA IM PRESA
málaga; y sentado com o estaba entre dos am istosas dam as, m is ideas
se confundieron un tanto”.2
Los ed ito res rec a b a ro n chism es literarios. D’A lem bert les contó
que le había pedido a Federico el G rande que celeb rara u n a m isa po r
el descanso del alm a de V oltaire al poco tiem po de la m u erte de este
últim o. "De acuerdo -co n testó F ederico- aunque yo no creo m ucho en
la eternidad."3
Pero sobre todo hablaron de negocios. H acían sus cálculos sobre
la form a de m ejo rar los precios de los editores parisinos, reduciendo
costos y beneficios, y luego se dedicaron a robarse a los m ejores auto
res. R áp id am en te se vieron in u n d ad o s con las pro p o sicio n es que les
h acían los escritores p o r encargo. "Ayer volvió a v e n ir un a u to r m ás
pobre que Job ofreciéndom e en venta un m an u sc rito sobre los jesui-
tas”, escribió Bosset. Pero tan to él com o Ostervald preferían publicar
los nom bres m ás conocidos. Luego de tra ta r con V oltaire y R ousseau
en Suiza, sabían cóm o congraciarse con un filósofo. E n traro n en pour-
parlers con D'Alem bert, R aynal, B eaum archais, Mably, M arm ontel y
M orellet. Incluso se acercaron a Benjam ín F ranklin con una estrategia
p ara tra ta r de vender libros franceses en el Nuevo M undo.4
Todo este afán no resultó en m uchos contratos, pero ilustra el ca
rác ter de la edición com o u n a actividad. Los editores siem pre estaban
m etidos en negociaciones. S iem pre se estaban cocinando u n a docena
de asuntos, pero los que salían adelante eran la excepción: las transac
ciones que produjeron u n a reducida cantidad de literatu ra a p a rtir de
la nebulosa vastedad de literatura-que-pudo-haber-sido.
Una obra que surgió de las charlas en París fue Du Gouvemement
et des loix de la Pologne (1781), de G abriel B onnot de Mably. Al igual
que m uchos otros autores, M ably sabía que su libro sería un best seller;
y a cam bio de su m anuscrito sólo pidió cien ejem plares gratis. Pero el
libro fracasó. La culpa fue de la s t n , se quejó M ably en u n a discusión
p o ste rio r por correo. E n lu g ar de sacar provecho del interés del pú
blico en la partición de Polonia (1772), los suizos se habían atascado
con su calendario de publicaciones.
Los autores eran una especie difícil. Ostervald los encontraba "vanido
sos". "E stán hinchados de un conocim iento verdadero o fingido." Por
ingeniosos que fueran en la sobrem esa, al llegar a la firm a del contrato
daban la im presión de que los gobernaba la codicia. Incluso D’Alembert,
quien era un conversador encantador, dejó en Bosset la im presión de
alguien a quien "m ucho le preocupa la parte lucrativa de su escritura".6
No es que los editores sufrieran de poco desarrolladas razones de
interés. Ellos convirtieron la Ilustración en u n negocio. Desde París, Os
tervald y Bosset escribieron: "De nuevo tenem os que enfatizar que no es
que sea difícil encontrar m ateriales p ara im prim ir buenos, adm irables,
m aravillosos; lo que sí resulta crucial, el objetivo suprem o al que debe
m os aplicarnos, es a tener la seguridad, antes de im prim ir, de que po
dam os convertir el texto en dinero en efectivo". Cuando las ganancias
dism inuían, los suizos cerraban im prentas, despedían trabajadores y
vivían de lo que tenía su acervo. No se hacían ilusiones con la nobleza
de la literatura com o u n a vocación. "Este trabajo produce m ás bilis que
cualquier otro”, concluían. Al cabo de años de regatear con autores y de
luchar con la com petencia, Ostervald sintetizó así sus opiniones sobre
la profesión: "No debe prom eterse m ás m antequilla que pan, ni tam
poco creer en nada que no se pueda ver con los propios ojos, ni contar
con algo que no se tenga entre los dedos de la m ano”.7
Los autores eran una especie difícil. Ostervald los encontraba "vanido
sos”. ‘‘E stán hinchados de un conocim iento verdadero o fingido." Por
ingeniosos que fueran en la sobrem esa, al llegar a la firma del contrato
daban la im presión de que los gobernaba la codicia. Incluso D’Alembert,
quien era un conversador encantador, dejó en Bosset la im presión de
alguien a quien “m ucho le preocupa la parte lucrativa de su escritura”.6
No es que los editores sufrieran de poco desarrolladas razones de
interés. Ellos convirtieron la Ilustración en un negocio. Desde París, Os
tervald y Bosset escribieron: "De nuevo tenem os que enfatizar que no es
que sea difícil encontrar m ateriales p ara im prim ir buenos, adm irables,
maravillosos; lo que sí resulta crucial, el objetivo suprem o al que debe
m os aplicarnos, es a tener la seguridad, antes de im prim ir, de que po
dam os convertir el texto en dinero en efectivo”. Cuando las ganancias
dism inuían, los suizos c errab an im prentas, despedían trab ajad o res y
vivían de lo que tenía su acervo. No se hacían ilusiones con la nobleza
de la literatura com o u n a vocación. "Este trabajo produce m ás bilis que
cualquier otro", concluían. Al cabo de años de regatear con autoi'es y de
lu char con la com petencia, Ostervald sintetizó así sus opiniones sobre
la profesión: "No debe prom eterse m ás m antequilla que pan, ni tam
poco creer en nada que no se pueda ver con los propios ojos, ni co n tar
con algo que no se tenga entre los dedos de la m ano".7
Una vez que se les hace una oferta, dicen que revisarán el catálogo, etcé
tera, y que vuelvas más adelante. Vuelves tres o cuatro veces, y el patrón
nunca está. Si lo encuentras en la tienda, no ha tenido tiempo para consi
derar tus proposiciones. Por lo que otra vez hay que regresar de nuevo, ¿y
para qué? Para nada, la mayor parte de las veces. Casi todos son así. Al
forastero lo hacen ir de una punta a la otra del pueblo, y hacen sus tratos
por la mañana, pues es raro dar con estos caballeros en sus tiendas des
pués de la comida. Desearía poder ir más rápido, pero la gente con la que
tengo que tratar se fascina tomando las cosas con calma, incluso cuando
su negocio a duras penas produce algo. Nunca tienen tiempo para que las
cosas sean más sencillas para el forastero.13
él. Favarger encontró que la eficiencia suiza poco servía contra el rega
teo m editerráneo tipo bazar. Pero no logró vender su m ercancía a Bu-
chet en Nimes ni a Mossy en M arsella, salió de sus establecim ientos con
un conocim iento m ás rico del m ercado. M uchas veces se hizo una idea
sobre lo que m ás valía la pena piratear. En Bourg-en-Bresse, p o r ejem
plo, Vernarel lo urgió para que recom endara una reim presión de "Lois el
c o n stitu tio n s de Pensilvanie, tra d u it de Tangíais, d éd ié au d o c te u r
Franklin, chez Jom bert et Cellot" [Lois et constitutions de Pensilvanie,
traducido del inglés y dedicado al doctor Franklin, vendido p o r Jom bert
y Cellot], Vernarel prom etió encargar cincuenta ejem plares si la st n ha
cía u n a edición. Al llegar a la siguiente parada, Lyon, Favarger les pre
sentó la propuesta a los libreros ju n to con el proyecto de una nueva edi
ción de las obras de Condillac. Pero ningún librero m ordió el anzuelo:
Aquí nadie cree que valga la pena reimprimir la obra de Condillac. Dicen
que Barret todavía tiene ejemplares de su edición. En cambio, se inclinan
en favor de las obras de Riccoboni. Una nueva edición se vendería bien, si
se la copiara de la de París. La demanda por ese producto nunca ha ba
jado. En cuanto al libro que Vernarel propuso, aquí nadie lo conoce y a
nadie le interesa.
Estos breves vistazos a las vidas de los interm ediarios literarios ¿m odi
fican la im agen que tenem os de la literatura? No puedo so sten er que
las obras de Voltaire y de R ousseau adquieran u n nuevo significado si
uno sabe quién las vendía; pero al conocer a Ostervald, Bosset, Morel,
B onnem ain, Favarger, G uillon y Gerlache, es posible sen tir los libros
com o artefactos del siglo xvm. Es crucial, desde luego, estudiar las edi
ciones originales. Al com prenderlas en toda su m aterialidad, se puede
c ap tar algo de la experiencia de la literatura de hace dos siglos.
Acaso suene a m isticism o, pero acaso tam bién disperse algo de la
m istificación que se instaló con la visión de la historia literaria a p artir
del g ran hom bre, del gran libro. Los grandes libros p e rten ecen a un
can o n de clásicos seleccionados de m anera retrospectiva en el tra n s
curso de los años por los profesionales que se hicieron cargo de la lite
ra tu ra , esto es, p o r los críticos y los profesores univ ersitario s cuyos
sucesores ahora se dedican a deconstruirlo. Es posible que este tipo de
litera tu ra nunca existiera m ás que en la im aginación de los profesio
nales y de sus alum nos.
Para los franceses del siglo xvm, la literatura - o la república de las
letras, com o h a b ría n dicho ello s- incluía cie rta m en te a V oltaire y a
R ousseau. Pero asim ism o in cluía a P id a n sa t de M airo b ert, M oufle
d’Angerville y a u n a m ultitud de escritores que han desaparecido de la
histo ria literaria. Sus ob ras estuvieron en los estantes del siglo xvm
imito a Cándido y El contrato social. Una lista de best sellers del Anti
cuo R égim en d eb ería in clu ir El año 2440, Teresa filósofa y m uchos
oíros “libros m alos". ¿Cuán m alos eran? Hoy se leen m uy bien. Y lo
que resulta m ás im portante: abren la posibilidad de releer la historia
literaria. Y si se los estudiara en conexión con el sistem a p ara producir
y d ifundir la palabra im presa, nos podrían obligar a rep en sar nuestra
noción de la literatura m ism a.