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72 LOS MEDIOS

Directorio, com o si nunca hubiera existido el interludio term idoriano.


Una vez que la guillotina despacha a Robespierre, el jacobinism o deja
de existir y podem os regodearnos con las clases altas con sus p antalo­
nes entallados y sus vestidos transparentes.
Espero no so n ar dem agógico si sugiero que la Revolución involu­
cró a toda la nación francesa. Fue un levantam iento del pueblo llano
en contra de una aristocracia explotadora, u n a m onarquía absoluta y
una Iglesia oscurantista. Lanzó a los pobres en contra de los ricos, al
cam pesino en contra del señor, al burgués en contra del noble. Divisio­
nes y contradicciones cruzaron esas líneas de oposición. Pero los revo­
lucionarios estaban unidos p o r un com prom iso com ún hacia los dere­
chos del h o m b re y el ideal de la libertad, la igualdad, la fratern id ad .
Por mi parte, en cu en tro válidas y estrem ecedoras tales aspiraciones,
un a p arte crucial de la historia “com o sucedió en realidad”.
Su escritor nunca las m enciona. En vez de preocuparse p o r las di­
ferencias e n tre izq uierda y derecha, revolución y co n trarrev o lu ció n
-asu n to s de vida o m uerte p ara los revolucionarios-, confunde todo en
el últim o plano. La Revolución aparece sólo com o una "tom a descrip­
tiva, ángulo en picado” y u n a "m ultitud ruge, fuera de cuadro". Es la
revolución que su a u to r pudo h ab er leído en Historia de dos ciudades y
que creyó poder traslad ar al idiom a de Dallas y Colegio de animales. Es
una revolución de telenovela, llena de sexo y violencia, que no quiere
decir nada.
Por g rande que fue el esfuerzo p o r olvidar mi saco de tweed, veo
que a fin de cuentas sueno com o un profesional. Como historiador, es­
toy con los que ven la h isto ria com o u n a co n stru cció n im aginativa,
algo que requiere ser pensado p o r com pleto y reelaborado sin cesar.
Pero no considero que pueda tran sfo rm arse en lo que se nos o cu rra.
No podem os ignorar los hechos o evitarnos el problem a de exhum ar­
los, tan sólo porque escucham os que todo es "discurso". La historia se
puede em peorar en lugar de m ejorarla, y la peor de todas las versiones,
al m enos p ara u n a nación de espectadores de televisión, acaso sea la
historia com o docudram a.
Atentam ente,

Robert D am ton
V. EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS
TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN*

Q u i e n s e m e t a con la historia social de las ideas está destinado a acu­


d ir a las ciencias sociales en busca de inspiración, o p o r lo m enos de
atajos. E n lo que a m í respecta, siem pre que me atasco al investigar los
orígenes ideológicos de la Revolución Francesa, con frecuencia vuelvo
la vista hacia la sociología, la antropología y la ciencia política, y m e
esfu erzo p o r echarle un vistazo a algo sem ejan te a u n estrech o de
Anián que m e lleve hacia el pasado. Pero nunca he dado con él.

* E ste ensayo se publicó en Daedalus, prim avera de 1975, pp. 175-194. M ucho le debe
a las charlas con R obert M erton, q u ien fue m i com p añ ero en el C enter for Advanced
Study in the B ehavioral S cien ces en Stanford, C alifornia, durante 1973-1974. Mi her­
m ano John, quien se unió a The Times luego de m i salida, y quien ascendió del rango de
redactor al de editor de m etropolitanas, realizó una útil lectura crítica de este ensayo;
pero n o se lo debe hacer responsable de nada de lo que aquí se dice.
N o in c lu í bib liografía porque este e n sayo no preten d e ser un e stu d io so c io ló g ic o
form al. De h echo, lo escribí antes de leer la literatura so c io ló g ic a sobre el period ism o,
y m ás a d elan te, al abordarla, en c o n tr é que varios e stu d io so s h ab ían rea liza d o e stu ­
d io s co m p leto s e inteligen tes sobre algu n os de los tem as que yo traté de enten d er por
m e d io de la in tro sp ecció n . S in em bargo, b u en a parte del trabajo se r elacion a con el
p roblem a de cóm o es que los reporteros, q u ien es están com p rom etid os con un ocupa-
cion al eth os de objetividad, se las arreglan con las ten d en cias p olíticas de su s p eriód i­
cos. De esta form a, la línea de análisis va del estud io clásico de Warren Breed, "Social
Control in the N ew sroom : A F unctional Analysis", en Social Forces, núm . 33, m ayo de
1955, pp. 326-335, a trabajos m ás recientes com o: W alter Gieber, "Two C om m unicators
o f the News: A Study o f the R oles o f Sou rces and Reporters", en Social Forces, num . 39,
octu b re de 1960, pp. 76-83, y "News Is W hat N ew sp ap erm en M ake It”, en People, S o ­
ciety, a n d M ass C om m u n ication , ed. de L. A. D exter y D. M. W hite, N ueva York, 1964,
pp. 173-180; R. W. Stark, "Policy and the Pros: An Organizational Analysis o f a M etropo­
lita n N e w sp a p e r ”, en Berkeley Jo u rn a l o f Sociology, n ú m . 7, 1962, pp. 11-31; D. R.
Bow ers, "A Report on Activity by Publishers in Directing N ew sroom Decisions", en Jour­
n alism Quarterly, núm . 44, prim avera de 1967, pp. 43-52; R. C. Flegel y S. H. Chaffee,
"Influence o f E ditors, R eaders, and P erson al O pinions on Reporters", en Jou rn alism
Quarterly, núm . 48, invierno de 1971, pp. 645-651; Gaye Tuchm an, "Objectivity as Stra­
tegic Ritual: An E xam ination o f N e w sm en s N otion s o f O bjectivity”, en Am erican Jour­
nal o f Sociology, núm . 77, enero de 1972, pp. 660-679, y "Making N ew s by D oing Work:
R ou tin izin g the U nexpected”, en Am erican Journal o f Sociology, núm . 79, ju lio de 1973,
pp. 110-131, y Lee S igelm an , "R eporting the N ews: An O rgan ization al A n alysis”, en

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74 LOS MEDIOS

La falta, lo sé, se e n c u en tra en la p o b reza de mi ingenio; pero a


veces sospecho que los científicos sociales viven en un m undo que no
está al alcance de los m ortales, un m undo organizado en perfectos pa­
trones de conducta, poblado de gente ideal y gobernado p o r coeficien­
tes de correlación que sólo excluyen las desviaciones m ás frecuentes.
Un m undo así n u n ca se podrá u n ir al d esorden de la historia. Ni si­
quiera es capaz de e n c o n tra r un anclaje en el p resen te - o eso fue lo
que m e pareció luego de un intento por circunnavegar la literatura con
una de las ciencias sociales de m ayor vitalidad, la teoría de la com uni­
cación-. Encallé m ientras leía "Newsmen's Fantasies, Audiences, and

Am erican Journal o f Sociology, núm . 79, ju lio de 1973, pp. 132-149. N o obstante su im ­
p ortan cia, el prob lem a de la ten d en cia p o lític a no in cid e d irecta m en te en la m ayor
parte de la escritura p eriod ística, salvo en el caso de reporteros que hacen coberturas
políticas; sin em bargo, las notas en general abordan asp ectos cruciales de la sociedad y
la cultura. E ncontré p o co s an álisis de los asp ectos sociocu ltu rales de la escritura perio­
d ística y m e pareció que los estu d ios ulteriores podrían beneficiarse siguiend o el e n fo ­
que m ás am p lio y de o r ie n ta c ió n h istórica que d esarrolló H elen M acG ill H ugh es en
N ew s a n d the H um an Interest Story, Chicago, 1940. U no de tales estud ios, escrito tras la
pu blicación original de este ensayo, es el de M ichael Schu dson, D iscovering the N ews: A
Social H istory o f Am erican Newspapers, N ueva York, 1978.
La sociología de la escritura periodística podría em plear las ideas y las técnicas desa­
rrolladas en la sociología del trabajo. E ncontré que los estud ios inspirados por R obert E.
Park, un periodista transform ado en sociólogo, y Everett C. H ughes, un su cesor de Park
en la "escuela Chicago" de so cio lo g ía , eran su m am en te ú tiles para analizar m i propia
experiencia. V éanse en esp ecial Everett C. H ugh es, Men a n d Their Work, G lencoe ( i l ),
1958, y The Sociological Eye: Selected Papers, Chicago y Nueva York, 1971; el núm ero de
The Am erican Journal o f Sociology dedicado a la "sociología del trabajo", vol. 57, núm . 5,
m arzo de 1952; Robert M erton, G eorge R eader y Patricia K endall (eds.), The Stu den t-
P hysician: Introductory S tu d ies in the Sociology o f M edical E ducation, Cam bridge ( m a ),
1957, y John Van M aanen, "O bservations on the M aking o f a P o lic em e n ”, en H um an
Organization, núm . 32, invierno de 1973, pp. 407-419.
Las obras en la floreciente literatura dedicada a la cultura pop ular con las que m e
sie n to en gran d eud a son: R obert M androu, De la cu ltu re p o p u la ire au x xvne et x v m e
siècles, París, 1964; J. P. Seguin, Nouvelles à .sensation: Canards du XIXe siècle, Paris, 1959;
Marc Soriano, Les Contes de Perrault, culture savan te et tradition populaire, Paris, 1968
[trad, esp.: Los cuentos de Perrault. Erudición y tradiciones populares, B uenos Aires, S i­
glo xxi, 1975]; E. P. T hom pson, The M aking o f the English W orking Class, 2a ed., N ueva
York, 1966 [trad, esp.: La form ación de la clase obrera en Inglaterra, trad, de Elena Grau,
B arcelon a, Crítica, 1989], y R ichard D. Altick, The English C om m on Reader: A S ocial
H istory o f the M ass Reading Public, Chicago, 1957. Para ejem plos de estudios sobre can­
c io n es infantiles y folclore, véanse lo n a y Peter Opie, The O xford D ictionary o f Nursery
Rhym es, Oxford, 1966, y Paul Delarue, The Borzoi Book o f French Folk Tales, Nueva York,
1956, que incluye versiones prim itivas de cuentos "para n iñ o s”. R ecom iend o en particu­
lar "Where are you going m y pretty m aid?” y "Little Red R iding Hood".
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 75

New sw riting" [Las fantasías, los públicos y los escritos noticiosos de


los periodistas], escrito p o r Ithiel de Sola Pool e Irw in S hulm an, en
Public O pinión Quarterly, verano de 1959. El ensayo provocó ciertas
reflexiones sobre mi experiencia previa com o reportero en un perió ­
dico, las cuales ofrezco con la esperanza de proporcionar alguna pers­
pectiva sobre lo que ah o ra parece co b ra r form a com o u n a disciplina
aparte, la sociología de los m edios.
Pool y Shulm an se propusieron entender el proceso de la com unica­
ción tal com o ocurre en la escritura de las noticias. Les dieron a cuatro
grupos de estudiantes de periodism o hechos extraídos de artículos pe­
riodísticos, algunos de los cuales eran portadores de buenas noticias y
otros, de m alas. Cada estudiante reunió los hechos en su propia versión
de los artículos y luego hizo una lista de las personas que le vinieron a la
m ente al volver a p en sar sobre lo escrito. El resultado fue u n a lista de
“personas imagen", que podrían tom arse com o la representación de la
concepción interna que los estudiantes de periodism o tenían de sus lec­
tores. Los investigadores entrevistaron entonces a los estudiantes con el
fin de clasificar a estos lectores im aginarios en dos grupos, el “crítico" y
el "de apoyo”. Por últim o, revisaron la precisión de los artículos; com o
era de preverse, em ergió una correlación: los estudiantes con “personas
im agen” de apoyo transm itieron las buenas noticias con m ayor preci­
sión que las malas, m ientras que aquellos con "personas imagen" críti­
cas transm itieron con m ayor precisión las m alas noticias.
Pool y S hulm an habían dado con una fórm ula para m edir el factor
de d isto rsió n en la redacción periodística. Al parecer, h a b ía n d escu ­
bierto las leyes que desde la som bra gobiernan el m isterioso proceso
de red u cir a artículos los hechos del día, leyes susceptibles de ser ex­
presadas con precisión m atem ática. Y este trabajo se am olda m uy bien
al creciente debate sobre “retroalim entación" y "ruido” y otras v aria­
bles que son centrales p a ra la teoría de la com unicación, ah o ra que
una nueva generación ha abandonado el m odelo que prevaleció en los
inocentes días en que la com unicación se entendía com o un proceso
unilateral de im plante de m ensajes en los receptores. Ahora hem os p a ­
sado al nivel de las "imágenes".
La lógica parecía inexpugnable. Pero cuando m e puse a p en sar en
mi propio trab ajo en The New York Times, recordé que la única “per­
sona im agen” con la que yo m e había topado era una niña de 12 años.
Los reporteros en la sala de redacción creían que los editores espera­
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ban que ellos dirigieran sus notas a esta criatu ra im aginaria. Algunos
creían que aparecía en The Style Book o f The New York Times, aunque
ella sólo existía en n u e stra cabeza. "¿Por qué de 12 años?”, m e solía
preguntar a m í m ism o. "¿Por qué una niña?” "¿Cuáles son sus opinio­
nes sobre la erradicación de los barrios pobres en el su r del Bronx?”
Pero sabía que ella no era m ás que u n a figura del folclore de la calle
43, y que funcionaba sencillam ente com o un recordatorio de que los
textos debían ser lim pios y claros.
N unca escribíam os p ara las "personas im agen” conjuradas por la
ciencia social. Escribíam os p ara nosotros m ism os. N uestro "grupo de
referencia” prim ario, com o podría llam árselo en la teoría de la com uni­
cación, estaba disperso a nuestro alrededor en la sala de redacción, o el
"nido de víboras", com o le decíam os. Sabíam os que nadie se lanzaría
sobre nuestras notas con la m ism a avidez que nuestros colegas, pues
los reporteros son los lectores m ás voraces, y tienen que revalidar su
estatus todos los días cuando se exponen por escrito antes sus pares.

La e s t r u c t u r a d e la s a l a d e r e d a c c i ó n

Los elem entos estructurales en la sala de redacción, tal y com o lo in ­


dica su form ato, tienen que ver con un sistem a de estatus. El editor en
jefe gobierna desde el in te rio r de una oficina; y los editores m enores
controlán "grupos de m esas" -la m esa de internacionales, la m esa de
nacionales, la m esa de m etro p o litan as- en un extrem o de la sala, ex­
trem o que se destaca por la distinta orientación del m obiliario y por­
que está cercado por un tabique bajo. En el extrem o opuesto, las hileras
de las m esas de los reporteros m iran a los editores desde el otro lado
del tabique. Las mesas se dividen en cuatro secciones. En la prim era,
unas cuantas hileras de reporteros estrella, encabezados por lum inarias
como H om er Bigart, Peter Kihss y M cCandlish Phillips. Luego, tres hi­
leras de correctores de estilo, quienes se sientan ju n to a las estrellas en
el frente de la sala para estar cerca de los puestos de m ando a las h o ­
ras de cierre. Después viene la zona de los veteranos de m ediana edad,
quienes ya son conocidos y a los que se les puede confiar cualquier ar­
tículo. Y p o r últim o, una ho rd a de jóvenes rep o rtero s al fondo de la
sala, en la que los más jóvenes por lo general ocupan los lugares m ás
distantes. La función determ in a ciertos sitios: deportes, m arítim as,
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"cultura" y "sociedad" tienen sus propias esquinas; y los correctores de


pruebas se sientan de m anera accesible a un lado. Pero p ara la m irada
de un iniciado, las líneas generales del sistem a de estatus se destacan
con la claridad del título principal de ta p a .1
El ojo m ás experto en la sala de m etropolitanas pertenece al editor
de m etropolitanas. Desde su ubicación de m áxim a visibilidad, puede
supervisar a todo su equipo y poner a cada cual en su sitio, pues sólo él
conoce el valor exacto de todos. El "em pleado de planta" sólo sabe que
ocupa un sitio indeterm inado en u n a de las cuatro secciones. De ahí
que trate de seguir la trayectoria de su carrera observando la variable
clave en el funcionam iento de la m esa de m etropolitanas: el encargo.
El reportero que logra seguir recibiendo buenos encargos d u ran te va­
rias sem an as está d estinado a a scen d er a u n a m esa m ás próxim a al
extrem o de la sala que ocupa el editor, en tan to que quien echa a per­
d e r artícu lo s c o n sta n tem e n te p e rm a n e c e rá esta n c ad o en el m ism o
puesto o será exiliado a Brooklyn o a "sociedad" o a la “guarida de lado
oeste” - u n a ronda policial hoy extinta y reem plazada, funcionalm ente,
por Nueva Jersey-. El periódico del día m u estra quién ha recibido los
m ejores encargos. Es un m apa que los reporteros ap renden a leer y a
c o m p a ra r con su propio m ap a m en ta l de la sala de m etro p o lita n a s
p ara saber dónde están y hacia dónde se dirigen.
Pero una vez que se ha aprendido a leer el sistem a de estatus, hay
que apren d er a escribir. ¿Cómo saber que se ha hecho un buen trabajo
con u n a nota? C uando era un novato en The Times, em pecé u n a se­
m an a con un "perfil" o "el hom bre del día” que m ereció un elogio del
asistente del editor de m etropolitanas y, p a ra el día siguiente, un codi­
ciado encargo fuera de la ciudad. La m itad del cuerpo policíaco de un
pequeño pueblo h ab ía sido a rre sta d a p o r quedarse con bienes ro b a ­
dos, y m e topé con un policía que estaba dispuesto a hablar, de m anera
que la nota llegó a la “second front", la p rim era página de la segunda
sección, que es bastante leída. Al tercer día, fui a cu b rir las celebracio­
nes del centenario de la Universidad de Cornell. Mi ego quedó satisfe­
cho (volví a Nueva York en un avión privado que norm alm ente usaba
el presidente de la universidad), pero no así mi editor: entregué sete­

1 La d isp o sic ió n y el personal de la sala de red acción han cam biado por com p leto
desde que dejé The Times en 1964, y desde luego que bu en a parte de esta descripción no se
ajusta a otros periódicos, los cuales cuentan con su propia organización y su propio ethos.
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cientas cincuenta palabras, las cuales se red u je ro n a quinientas. Luego


estuve dos días en u n a convención de u rb a n is ta s en West Point. Una
vez m ás, mi ego crecía a m edida que los u rb a n ista s se peleaban por
lograr que sus nom bres salieran en The Times, pero por mi vida que no
logré en co n trar nada in te resa n te que decir so b re ellos. E ntregué q u i­
nientas palabras, las cuales ni siquiera llegaron a publicarse. D urante
la siguiente sem ana no escribí m ás que obituarios.
Los encargos, los cortes y la ubicación o "movilidad" de los artícu ­
los pertenecen, por lo tanto, a un sistem a de estím ulos positivos y ne­
gativos. Las notas firm adas se dan con facilidad en The Times, a dife­
rencia de lo que sucede en m uchos periódicos, p o r lo que los reporteros
se sienten bien cuando sus notas tran sitan sin cam bios de la m esa de
redacción a una b u en a u b icació n en el periódico, esto es, cerca del
principio y en la parte su p erio r del doblez. A diario, cada corresponsal
extranjero recibe un “fronting”, un cable en el que se le dice cuáles no ­
tas llegaron a la prim era plana y cuáles fueron a las páginas interiores.
Los elogios asim ism o tienen un peso, en especial si provienen de p er­
sonas con prestigio, com o el editor nocturno de m etropolitanas, las es­
trellas o los reporteros m ás talentosos del propio territorio. El editor
de m etropolitanas y el editor en jefe dispensan palm adas en la espalda,
notas de felicitación ocasionales y alm uerzos; y cada mes, el periódico
entrega prem ios en efectivo p o r las m ejores notas. El propio estatus
evoluciona conform e crecen los estím ulos. Con el tiem po, un novato
puede llegar a ser un veterano o bien em barcarse en m ás exóticos cana­
les de ascenso al obtener un encargo nacional o internacional. E ntre los
veteranos existe asim ism o una triste colección de personas en decaden­
cia, corresponsales extranjeros a quienes se los envió a casa a p astar o
am argados sujetos am biciosos que no lograron llegar a ser editores.
M uchas veces oí decir que escribir artículos era cosa de jóvenes, que a
los 40 ya habías dejado atrás tu m ejor m omento, y que a m edida que te
haces viejo todos los artículos em piezan a parecer iguales.
Los reporteros escriben, como es natural, para complacer a los edito­
res, que m anipulan el sistem a de recom pensas en el extremo opuesto de
la sala de redacción; pero no hay un m odo seguro de obtener estímulos
por m edio de la escritura del m ejor artículo posible. En los encargos de
rutina, una voz en el sistem a de altoparlantes ("Jones, preséntese a la
m esa de metropolitanas") rem ite al reportero al editor responsable, quien
explica el encargo: "El Kiwanis Club de Brooklyn realiza su comida anual,
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 79

en la que anunciará los resultados de la colecta de caridad de este año y al


ganador de su prem io del Hom bre del Año. Es probable que merezca m e­
dia colum na, pues en fechas recientes no hem os sacado nad a sobre
Brooklyn, y allí las colectas son muy im portantes". El editor trata de ob­
tener el m ejor esfuerzo de parte de Jones inflando el valor de la asigna­
ción, y siem bra algunas pistas sobre lo que él piensa que es “el artículo".
Tal vez hasta una potencial frase de arranque esté sonando en la cabeza
de Jones al to m ar el m etro a Brooklyn: “Este año, la colecta de caridad
en Brooklyn produjo una cantidad récord de $.... , anunció el día de ayer
el Kiwanis Club en su com ida anual". Jones llega, entrevista al presi­
dente del club, se aguanta un mediocre plato de pollo y varios discursos,
y se entera de que la colecta produjo unos desalentadores $300.000 y que
el club nom bró como el hom bre del año a un florista con cierta concien­
cia cívica. “¿Y qué pasó?", le pregunta a Jones el editor nocturno de m e­
tropolitanas a su regreso. Jones es lo suficientem ente inteligente como
p ara no tra tar de engañar al editor nocturno de m etropolitanas con un
no-acontecim iento com o éste, pero quiere m ostrar algo de su día de tra­
bajo; por lo que explica el carácter nada espectacular de la colecta, aña­
diendo que el florista parecía ser un personaje interesante. "En ese caso,
comienza con el florista. Doscientas palabras", dice el editor de m etropo­
litanas. Jones se va al fondo de la sala y empieza su nota:

Anthony Izzo, un florista que ha hecho crecer árboles en Brooklyn durante


una década, recibió ayer el premio del Hombre del Año que otorga anual­
mente el Kiwanis Club de Brooklyn por su empeño en embellecer las calles
de la ciudad. El club anunció asimismo que su colecta anual reunió $300.000,
ligeramente menos que el total del año anterior, lo que el presidente del
club, Michael Calise, atribuyó a la elevada tasa de desempleo en la zona.

La nota ocupa apenas un cuarto de colum na al final de la segunda sec­


ción del periódico. N adie se la com enta a Jones al día siguiente. No
recibe cartas de Brooklyn. Y se siente bastante insatisfecho con toda la
experiencia, so b re to d o p o rq u e S m ith, q u ien se sien ta a su lado al
fondo de la sala de m etropolitanas, salió en la p o rtad a de la segunda
sección con u n artículo de color sobre la basura. Pero Jones se co n ­
suela con la esp eran za de que hoy conseguirá que lo envíen a c u b rir
algo m ejor y con el pensam iento de que la alusión al árbol que crece
en Brooklyn fue un buen detalle, el cual tal vez el editor de m etropoli­
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tanas ha notado y que sin duda le gustó a Sm ith. Pero Jones sabe tam ­
bién que el artículo no hizo subir sus acciones con el editor responsa­
ble de los encargos, quien lo había pensado de otra m anera, o con el
e d ito r n o ctu rn o de m etroplitanas, quien no tuvo m ás tiem po que los
dos o tres m inutos que le dedicó, ni tam poco con los otros editores,
que debieron percibirlo en toda su pobreza.
E n el caso de un encargo im portante, com o una nota de varias co­
lum nas, el editor noctu rn o de m etropolitanas podría acercarse hasta
el escritorio de Jones y d iscutir el artículo con él en una especie de in­
tercam b io conspirativo an te un océano de m iradas. Jones se co m u ­
nica con una docena de fuentes diversas y escribe u n a nota que difiere
considerablem ente de lo que el editor tenía en m ente. El editor, quien
recibe u n a copia carbónica de todo lo que se envía a la m esa de redac­
ción, rechaza el texto y m anda traer a Jones p o r el sistem a de altopar­
lantes. Tras p arlam en tar en territo rio ajeno, Jones se las arregla para
regresar a su escritorio a través del océano de m iradas y vuelve a em ­
pezar. E n algún m om ento concluye u n a versión que representa la ne­
gociación entre la idea que tenía el ed ito r y sus propias im presiones,
pero él sabe que habría obtenido m ás puntos si las im presiones hubie­
ran estado m ás cerca de la m arca im aginada originalm ente p o r el edi­
tor. Y no le gustó ca m in ar p o r la cu erd a floja entre su escritorio y el
editor de m etropolitanas ante u n a m u ltitu d de reporteros a la espera
de que su prestigio se desplom ara.
Com o to d o el m u n d o , la s e n sib ilid a d a la p re sió n p ro v en ie n te
del g ru p o de p a re s es d is tin ta en c a d a re p o rte ro , pero d u d o que a
m u ch o s de ellos -e n especial, en las filas de los n o v a to s - les guste
que los llam en a la m esa de m e tro p o lita n a s. A prenden a fugarse al
baño o a esconderse d etrás de los bebederos cu an d o la m irad a h a m ­
b rie n ta del ed ito r recorre el terreno. C uando la fatal llam ada se da a
través del sistem a de a lto p a rla n te s -"Jo n e s, preséntese a la m esa de
m etropolitanas"-, Jones puede sen tir que sus colegas piensan cuando
pasa ju n to a ellos: "Espero que lo envíen a cu b rir una to n tería o que le
den algo bueno y lo eche a perder". El resu ltad o ahí e stará p a ra que
todos lo puedan apreciar en el periódico del día siguiente. A veces, los
editores tra ta n de sa ca r el m ejor em peño de su gente e n fren tán d o la
e n tre sí y defen d ien d o valores com o la co m p etitiv id ad y el a b rirse
paso a los em pujones. “¿Viste cóm o m anejó Sm ith el artículo sobre la
basura?", le dirá el editor de m etropolitanas a Jones. “Ése es el tipo de
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trab ajo que tiene que h a c er el h om bre que va a o c u p a r la siguiente


vacante en la oficina de Chicago. D eberías ser m ás agresivo.” Dos días
después, Jones tal vez haya superado a Sm ith. La inm ediatez y la irre­
gularidad del estím ulo en el proceso de encargo-publicación significa
que nadie, salvo unas pocas estrellas, puede estar seguro de su estatus
en la sala de redacción.
La in seguridad cró n ica pro d u ce resen tim ien to . M ientras pelean
entre ellos por la aprobación de los editores, los reporteros desarrollan
u n a e n o rm e h o stilid a d h a c ia los h o m b res que o c u p a n el extrem o
opuesto de la sala de redacción, y se llega a desarrollar cierta solidari­
dad en el grupo de pares com o contrapeso a la com petitividad. Los re­
porteros se sienten unidos p o r un sentim iento de "ellos” contra "noso­
tros”, el cual expresan con sarcasm os y chistes privados. (Me acuerdo
de una reunión clandestina en el baño de hom bres en la que un repor­
tero parodió las técnicas u rin arias entre "ellos”.) Un gran núm ero de
reporteros, en especial entre los veteranos am argados, desprecia a los
editores, quienes en su m ayoría son ex rep o rtero s, p o r haberse ven­
dido a la adm inistración y h a b e r perdido contacto con la realidad m a­
terial que sólo p ueden a p re c ia r los honestos "hom bres de la calle”.
E sta ideología an tiad m in istrativ a crea u n a b a rre ra al cortejo abierto
de editores y lleva a que algunos reporteros piensen que sólo escriben
para sí y para sus pares.
El sentim iento de solidaridad en contra de "ellos" se expresa con
m ayor fuerza en el tabú reporteril contra "entubar" o distorsionar una
n o ta p ara am old arla a las ideas preconcebidas del editor. Al parecer,
los editores se piensan com o "hom bres de ideas" que ponen al repor­
tero sobre la p ista de u n a nota y que esperan que él se encargue de
rastrearla y de traerla en form a publicable. Para los reporteros, los edi­
tores m an ip u lan la realidad y a las personas. P ara ellos, un ed ito r es
alguien que está m ás interesado en m ejorar su posición en su propia
je ra rq u ía p o r m edio de ideas brillan tes y h aciendo que su gente es­
criba de acuerdo con ellas. El poder del editor sobre el reportero, com o
el del periódico sobre el editor, en efecto produce desviaciones en la
escritura de las noticias, com o lo han enfatizado los estudios sobre el
“control social en la sala de redacción". Pero el h o rro r de los reporte­
ros a “e n tu b ar” actúa com o influyente contrapeso. En una ocasión, por
ejem plo, a un asistente del editor de m etropolitanas de The Times se le
ocurrió un artículo sobre la contam inación a p a rtir de su hijo, quien se
82 LOS M EDIOS

h a b ía quejado de que un helado se le ensució tanto m ientras cam inaba


p o r la calle que lo tuvo que tira r a la basura. El rep o rtero arm ó obe­
d ie n te m e n te la nota en to rn o a la anécdota, agregando a m an e ra de
detalle literario que el innom inado niño no le acertó al tacho de basura
y siguió cam inando. El editor no borró este toque final. E staba encan­
ta d 0 con la nota, la cual presum iblem ente m ejoró su estatus ante los
o tro s editores y el del reportero ante él. Pero la nota hizo que la rep u ­
t a c i ó n del reportero se d esplom ara entre sus pares, y sirvió com o un
freno contra la práctica de "entubar” del otro lado del tabique.
Los propios patrones de calidad en el grupo de pares ponen a los
reporteros en contra de los correctores de estilo. Éstos tienden a ser de
u n a h o rn ad a d istin ta e n tre los periodistas. Serenos, intensos, acaso
m ás excéntricos y m ás cultos que la m ayoría de los reporteros, se los
coloca en el papel de defensores del lenguaje. Ellos se rigen con el ma-
nLlal -The Style Book o f The New York Tim es- y tienen su propia jerar­
q u í a : ésta va de los m iem bros en lo m ás bajo del escalafón al corrector
en jefe, apodado “slot m an" - p o r la posición que ocupa sentado en la
a b e rtu ra de la h e rra d u ra fo rm ad a p o r la m esa de red a c c ió n -, quien
adjudica los textos a los diferentes correctores de estilo, a la oficina
abierta, en donde tiene lugar el pulido final de cada edición, y, por úl­
tim o, al segundo del ed ito r en jefe, quien en mi época era T heodore
g ernstein, un hom bre de m ucho poder y prestigio. Al parecer, los co­
l e c to r e s de estilo se consideran ciudadanos de segunda en la sala de
redacción: todos los días, según ellos, salvan a los reporteros de doce-
nas de errores factuales y gram aticales; sin em bargo, los reporteros los
denigran. “Aquí de lo que se tra ta es de colar algo de color o de inter-
pr etación m ás allá de la línea de los zom bis sin sentido del hum or",
m e explicaba un reportero. Los correctores de estilo dan la im presión
de considerar las notas com o segm entos en un flujo constante de “tex­
tos", los cuales piden a gritos ser hom ogeneizados, m ien tras que los
reporteros consideran cada pieza com o propia. Los toques personales
_las citas o las observaciones b rilla n tes- satisfacen la idea que del ofi­
cio tiene el reportero y provocan el instinto de tach ar con un lápiz azul
del co rrecto r de estilo. Las frases iniciales de las notas pro d u cen los
daños m ás grandes en la lucha sin fin del reportero con sus editores y
correctores. Aquél puede a trib u ir los cortes y una pobre ubicación de
sus notas a la presión de las circu n stan cias; pero m odificarle la p ri­
o r a oración es un desafío a su olfato para la noticia, la inefable cualidad
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 83

que lo acredita com o un “profesional”. Invertir el orden de los dos pri­


m eros párrafos de un reportero es herir su identidad profesional. A tal
grado se ofenderá con los cam bios m ás pequeños en sus prim eras fra­
ses que a du ras penas n o tará algo m ás en el resto de la nota. Y una
frase inicial verdaderam ente m ala puede d a ñ a r la c a rrera de u n a per­
sona. En una ocasión, un am igo m ío em pezó una nota con un com en­
tario sobre un recién nacido que se había quem ado "hasta casi parecer
u n a fritu ra irreconocible". Fue el "casi" lo que enfureció p articu lar­
m ente a los editores. El com ienzo le costó diez años en el puesto más
bajo en la sala de redacción, o eso creimos.
Los reporteros se organizan en subgrupos, lo que asim ism o atenúa
la com petitividad y la inseguridad e influye en la m an era de escribir.
Los grupos de reporteros se form an según las edades, el estilo de vida
o la form ación cultural (City College versus H arvard en la década de
1960 en The Times). Algunos alm uerzan juntos, se invitan a to m ar algo
en ciertos bares o intercam bian visitas fam iliares. El reportero va de­
sarrollando u n a confianza en su subgrupo. Lo consulta m ientras tra ­
baja en sus notas y presta atención a sus conversaciones profesionales.
Un reportero en mi grupo tuvo que escribir u n a nota de últim o m inuto
sobre u n a m odificación confusa en los incom prensibles program as de
asistencia social de la ciudad. Cuatro o cinco de nosotros revisam os su
m aterial, con el ánim o de tra ta r de entender algo en lo que allí había,
hasta que alguno com entó: "Es una operación corporativa". Esa fue la
frase inicial de la nota y la idea alrededor de la cual se organizó todo el
artículo. La m ayoría de los artículos se desarrollan alred ed o r de una
idea central de lo que constituye "la no ta”, la cual puede surgir de los
contactos del rep o rtero con sus aliados en la sala de m etro p o litan as
así com o de su conversación con los editores. Del m ism o m odo que, en
el proceso de com unicación, en el extrem o del recep to r los m ensajes
tra n sita n por "dos p asos”, o por m uchos, en su form ación atraviesan
diversos pasos. Si el com unicador es un reportero de m etropolitanas,
filtra sus ideas a través de grupos de referencia y de papeles asignados
en la sala de m etropolitanas antes de darlos a conocer al "público”.
Un últim o factor com plica la adaptación del escritor al m edio: la
historia institucional. Las pocas variaciones en la estructura de poder
de u n periódico afectan el m odo en que escriben los reporteros, aun
cuando la tro p a no sepa exactam ente lo que sucede en tre editores y
ejecutivos. M uchos periódicos se dividen en ducados sem iautónom os
84 LOS M EDIOS

gobernados por los editores de m etropolitanas, el editor de internacio­


nales y el editor de nacionales. Cada uno tiene a su m ando grupos de
editores asisten tes y le debe lealtad al e d ito r en jefe, quien a su vez
com parte el poder con otros ejecutivos, com o el gerente com ercial, y
se som ete an te el soberano suprem o, el ed ito r del periódico. En The
Times, cada uno de los editores dom ina u n a cierta parte del periódico,
de m odo que en un ejem plar con n núm ero de colum nas, el editor de
m etro p o litan as puede e sp era r ten er d om inio sobre jc núm ero de co­
lum nas, el de internacionales sobre y núm ero de colum nas, y así suce­
sivam ente. Desde luego que las proporciones varían a diario según la
relevancia de los acontecim ientos, pero, a la larga, las determ ina la pe­
ric ia de c ad a p o ten ta d o p a ra d efen d er y ex ten d er su dom inio. Los
cam bios en la territorialidad suelen darse en la “ju n ta de las cuatro de
la tarde" en la oficina del editor en jefe, en donde cobra form a el perió­
dico del día. Aquí, cada uno de los editores sintetiza la producción de
su equipo y, día tras día, realiza una defensa de la cobertura realizada
en su área. Un editor de m etropolitanas vigoroso puede conseguir más
espacio p a ra los reporteros en la sala de m etropolitanas e inspirarles
un nuevo sentido del valor noticioso de sus tem as.
Las n o ticias m etro p o lita n a s e x p e rim e n taro n un fuerte resu rg i­
m iento en la época en la que estuve en The Times debido a la influencia
de un nuevo ed ito r de m etro p o litan as, A. M. R osenthal. Antes de su
trabajo editorial, las notas sobre la ciudad de Nueva York tendían a ser
am plias, confiables, convencionales y aburridas. R osenthal quería es­
critos m ás vivos, m ás originales, y quería que su gente fuera agresiva.
De ahí que los m ejores encargos se los diera a los reporteros que m ás
se am oldaban a sus propios patrones, sin que im portara su lugar en la
sala de m etropolitanas. E sta política encolerizó a los veteranos, quie­
nes hab ían aprendido a escribir según las viejas reglas y creían en el
principio establecido según el cual uno se ganaba los m ejores encargos
después de años de buen servicio. Se quejaron de la frivolidad, los co­
loquialismos, la superficialidad y el espíritu estudiantil. Algunos renun­
ciaron, otros lograron darle m ás brillo a sus escritos y m uchos se retira­
ron a u n m undo de am arg u ra privada o co m p a rtid a en su grupo de
pares. La m ayoría de los novatos respondieron con una agresividad exu­
berante. Se dio una alianza entre ellos y Rosenthal, un m uchacho de los
barrios bajos del Bronx y egresado del City College que, a base de agre­
sividad, se había abierto cam ino hasta los puestos altos de The Times.
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 85

Las cualidades que h ab ían hecho triu n fa r a R osenthal -ta le n to , em ­


puje, en tu sia sm o - se volvieron entonces la clave del éxito en la m esa
de m etropolitanas. Claro que tales cualidades habían sido reconocidas
en el viejo sistem a de antigüedad (de otro m odo, el propio R osenthal
nunca h abría tenido u n a carre ra tan espectacular), pero el nuevo edi­
tor modificó el equilibrio entre las norm as: el énfasis en la agresividad
a expensas de la antigüedad im plicó que en la determ inación del esta­
tus los logros pesaran m ás que la adscripción.
La institucionalización de este nuevo sistem a de valores creó m ás
confusión y dolor de lo que es capaz de transm itir la term inología socio­
lógica. Al alterar las rutas de ascenso establecidas, Rosenthal no se alejó
del todo de los veteranos. No interfirió con las estrellas y no se ganó a
todos los novatos. En cam bio, p o r todos lados p rodujo an sied ad en
torno al estatus, quizás incluso p a ra sí m ism o, pues p arecía so rp ren ­
dido ante la hostilidad que provocaba en personas que habían sido am i­
gas suyas, y probablem ente estaba preocupado por su propio lugar en­
tre los otros editores y ejecutivos. Sus prim eros m eses com o ed ito r
significaron una etapa ardua de transición en la sala de m etropolitanas.
M ientras cam biaban las reglas del juego, nadie sabía en qué sitio es­
taba parado, pues la posición de cada uno parecía fluctuar tan errática­
m ente com o la asignación de encargos. Un reportero podía h ilar d u ­
rante una sem ana una serie de buenos encargos, m ientras a su alrededor
caía una lluvia m ortal de obituarios; aunque tam bién, de la noche a la
m añana, podían m andarlo a la página de los obituarios o al "furgón de
cola” (la últim a sección de noticias en el periódico del dom ingo). De ahí
el c a rá c te r tem ible de los llam ados por el altavoz. Con el tiem po, sin
em bargo, se estableció un nuevo sistem a de estatus según las nuevas
n o rm as. Apoyados p o r au m e n to s y ascensos, los b rilla n tes jóvenes
agresivos le im pusieron su tono a la sala de redacción y pasaron a car­
gos de m ayor prestigio. Para entonces, varios de ellos se habían vuelto
estrellas. También hubo cam bios en las filas de los ejecutivos. El perió­
dico incorporó nuevos editores de internacionales, m etro p o litan as y
nacionales, un jefe de la oficina en W ashington y, por últim o, un nuevo
editor en jefe: A. M. Rosenthal. Los rum ores atribuyeron estos cam bios
a m aquinaciones de tipo personal, pero en su estilo brutal y descarado
The Times en realidad se reinventò a sí m ism o al darle el poder a una
generación que ya estaba lista y ansiosa por reem plazar a quienes ha­
bían tenido su m om ento du ran te la Segunda G uerra M undial. La evo­
86 LOS MEDIOS

lución institucional -la redistribución del poder, la alteración de los pa­


peles y la m odificación de las n o rm as- tuvo una influencia im portante
en el m odo en el que escribíam os las noticias, aun cuando sólo éram os
conscientes a m edias de las fuerzas que operaban.

LOS GRUPOS DE REFERENCIA SECUNDARIOS Y EL PÚBLICO

C ualesquiera que sean sus "im ágenes” y sus "fantasías” sublim inales,
los periodistas tienen m uy poco contacto con el público en general y
casi no reciben retroalim entación de él. La com unicación entre los pe­
riódicos es m ucho m enos íntim a que la que se da entre las publicacio­
nes especializadas, cuyos escrito res y lectores p e rten ecen al m ism o
grupo profesional. He recibido m uchas m ás respuestas a los artículos
publicados en revistas académ icas con m uy pocos lectores que a las
notas en la p rim era plan a en The Times, que debieron ser leídas p o r
m edio m illón de personas. Incluso los reporteros que son m uy conoci­
dos no reciben m ás de dos o tres cartas de sus lectores a la sem ana, y
m uy pocos reporteros son realm ente fam osos. El público rara vez lee
los créditos, y no tiene form a de saber que Sm ith reem plazó a Jones en
la cobertura del ayuntam iento.
Puede ser equívoco hab lar del “público” com o si se tra tara de una
en tid ad significante, del m ism o m odo que es inadecuado, según los
estudios sobre la difusión, concebir a un auditorio "masivo” de indivi­
duos atom izados e indiferenciados. La a d m in istra c ió n de The Times
asum e que sus lectores son grupos heterogéneos de am as de casa, abo­
gados, educadores, judíos, gente de los suburbios y dem ás. Calcula que
ciertos grupos leerán ciertas partes del periódico y no que un hipoté­
tico lector general leerá todo. De ahí que estim ule la especialización
entre los reporteros. C ontrata a un m édico p ara c u b rir las noticias de
m edicina; envía a estudiar leyes du ran te un año a un futuro reportero
de la S uprem a Corte; y c o n stan tem en te abre nuevas secciones com o
publicidad, a rq u itectu ra y m úsica folclórica. Una sociología de la es­
critura de noticias seria debería h acer un seguim iento de la evolución
de las áreas de co bertura y el desarrollo de las especializaciones. Asi­
m ism o, podría sacar provecho de la investigación de m ercado que h a ­
cen los m ism os periódicos, los cuales con tratan especialistas p ara di­
señar sofisticadas estrategias con el fin de increm entar su circulación.
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 87

La tendencia hacia la especialización en el in terio r de los periódi­


cos estim u la a los rep o rtero s a escrib ir p a ra públicos específicos. El
ayuntam iento se dio cuenta cuando Sm ith reem plazó a Jones, y Sm ith
esperaba que el ayuntam iento leyera sus notas con cuidado. C uando
Tom W icker c u b ría la Casa B lanca con Kennedy, no sólo sab ía que
K ennedy leía sus n o tas con a te n c ió n , sin o ex a cta m e n te c u á n d o y
dónde las leía. Según m e contaron, el corresponsal del Pentágono sa­
bía que M acN am ara leía a diario las notas sobre defensa entre las 7 y
las 8 de la m añana, m ientras el chofer lo llevaba a su oficina. Esos re­
p o rtero s deb iero n ten e r im ágenes vividas de K ennedy y de M acN a­
m ara frunciendo el ceño o sonriendo ante sus prosas en determ inados
m om entos y lugares, y tal vez esas im ágenes tuvieran un efecto m ayor
en sus escritos que cualquier idea, por vaga que fuera, del gran público.
Para un reportero con una área de cobertura fija, la “m añana siguiente”
em pieza a existir, en térm inos psicológicos, al com ienzo de la tarde,
cuando entrega una síntesis de la nota que está por escribir, ya que él
sabe que deberá ver a sus fuentes de noticias al día siguiente y que ellas
pueden lesionar sus esfuerzos p o r cubrir las siguientes notas si las per­
ju d ica con la que escribe el día de hoy. Un rep o rtero con u n encargo
m ás general sufre m enos p o r tem or a las represalias, pues desarrolla
un m enor núm ero de relaciones estables con los sujetos de sus notas.
Tuve la im p re sió n de que los p e rio d ista s e ra n m uy sensibles al
riesgo de volverse cautivos de sus inform antes y de caer en la autocen­
sura. Las fuentes convencionales de noticias, sobre todo en el gobierno,
m e parecieron sofisticadas en su tom a-y-daca con los reporteros. Los
voceros de prensa y las personas encargadas de las relaciones públicas
son con frecuencia ex reporteros, los cuales adoptan u n tono de "esta­
m os todos en lo m ism o" y tra ta n de parecer francos o incluso irreve­
rentes en sus com entarios extraoficiales. Es así com o logran influir en
el “ángulo" o en el “sesgo” de una nota - la form a en la que se la m aneja
y la im presión general que c re a - m ás que en su sustancia, que con fre­
cuencia está m ás allá de su control. T ratan de influir en el rep o rtero
antes de que la “n o ta ” haya cobrado form a en su cabeza, cuando aún
está en la etapa en que elige u n a concepción central organizadora. Si
su prim era frase dice "El descenso en el desem pleo...” en lugar de "El
ascenso en la inflación...", h ab rán logrado su com etido. Algunos voce­
ros de prensa acum ulan grandes notas y las obsequian a los reporteros
que escrib en favorablem ente; pero esa e stra te g ia se puede revertir,
88 LOS MEDIOS

pues los reporteros son sensibles al favoritism o, y, en mi experiencia,


tienden a a ctu ar m ás de m anera grupal que a com petir entre ellos. La
m anipulación ab ierta acaso sea m enos eficaz que el establecim iento
de u n a cierta fam iliaridad am istosa du ran te un largo período de con­
tacto diario. Luego de m ás o m enos un año en una m ism a área de co­
bertu ra los reporteros tienden, sin darse cuenta, a ad o p tar el punto de
vista de la gente sobre la que escriben. D esarrollan u n a sim p atía por
las com plejidades del trabajo del alcalde, las presiones sobre los jefes
de policía y la falta de m argen de m aniobra en el área de bienestar so­
cial. El titu lar de la oficina de The Times en Londres en la época en que
trabajé allí era vehem entem ente probritánico, m ientras que el titu la r
de París era profrancés. E scribían uno en contra del otro al inform ar
sobre las negociaciones británicas en el M ercado Com ún. The Times es
tan cauto con la tendencia entre sus corresponsales extranjeros a de­
sa rro lla r cierta predisposición en favor de los países en los que viven
que los cam bia de sitio cada tres años. En un nivel m ás hum ilde, los
veteranos reporteros de policiales que dom inan las salas de prensa en
casi todos los departam entos de policía desarrollan u n a relación sim ­
biótica con la fuerza. En N ew ark había cuatro viejos reporteros duros
que llevaban m ás tiem po en las com isarías que la m ayor p arte de los
policías. C onocían a todos los que tuvieran im p o rtan cia en sus filas:
bebían con los policías, jugaban a las cartas con los policías y ad o p ta­
b an la visión del crim en de los policías. N unca escrib iero n sobre la
brutalidad policial.
Una sociología de la escritura de noticias debería an alizar la sim ­
biosis así como los antagonism os que se desarrollan entre un reportero
y sus fuentes, y debería considerar el hecho de que tales fuentes consti­
tuyen un elem ento im portante del “público” del reportero. El texto pe­
riodístico inform ativo se m ueve en circuitos cerrados: está escrito para
y sobre la m ism a gente, y a veces está escrito en un código privado. Al
term in ar una nota escrita por Jam es Reston, que m enciona la "preocu­
pación” entre las "fuentes m ás calificadas” sobre la situación en Medio
Oriente, el iniciado sabe que el presidente confió sus preocupaciones a
“Scotty” en u n a entrevista. Se solía decir que el corresponsal de de­
fensa del M anchester Guardian escribía en una clave que sólo e n te n ­
dían el m inistro de Defensa y su círculo, al m ism o tiem po que el m en­
saje ostensible de los artículos iba dirigido al público en general. La
sensación de pertenecer a un grupo de íntim os con las personas que
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 89

aparecen en sus artículos -la tendencia hacia la com prensión y la sim ­


biosis- crea una especie de conservadurism o entre los reporteros. Con
frecuencia, se escucha que los periodistas tienden a ser liberales o de­
m ócratas. Como votantes, acaso pertenezcan en efecto a la izquierda;
pero com o reporteros, p o r lo general m e p areciero n tan hostiles a la
ideología, tan suspicaces frente a las abstracciones, tan cínicos ante los
principios, tan sensibles a lo concreto y a lo com plejo que, por lo tanto,
estab an en condiciones de entender, si no de condonar, el statu quo.
Parecían burlarse de los predicadores y de los m aestros y tener siem pre
a la m ano peyorativos com o “do-gooders”* y “eggheads”.** H asta que al­
gún psicólogo social no desarrolle una m anera de h acer un inventario
del siste m a de valores de estas p erso n as, m e inclino a no e sta r de
acuerdo con la com ún aseveración de que el periodism o sufre de una
tendencia liberal o izquierdista. Sin em bargo, no debe deducirse de lo
a n te rio r que la p ren sa favorezca de m anera consciente al "establish-
ment". El “shoe leather man'*** y el “flatfoot”,**** el corresponsal diplo­
m ático y el m inistro extranjero están unidos por las naturalezas de sus
trabajos, e inevitablem ente desarrollan puntos de vista com unes.
E n tre los p ro d u cto res-co n su m id o res de noticias que integran el
círculo íntim o del público del rep o rtero tam b ién hay rep o rtero s de
otros periódicos, que constituyen su m ás am plio grupo de referencia
ocupacional. Él sabe que la com petencia les dará a sus notas un cuida­
doso seguim iento, aunque, p aradójicam ente, nad a puede ser m enos
com petitivo que un grupo de reporteros sobre la m ism a nota. El novato
puede llegar a la escena con la instrucción sobre agresividad de su edi­
tor sonándole en las orejas, pero en breve ap renderá que el m ayor de
todos los pecados es robarle la prim icia a un com petidor, y que el cas­
tigo puede ser el ostracism o en el encargo siguiente. Si trab aja desde
una sala de prensa fuera de su periódico, tal vez quede com pletam ente
absorbido en un grupo de pares de diversos periódicos. E ntonces el
"ellos” se refiere a las m esas de m etropolitanas de todos los periódicos y
servicios de noticias en la ciudad, que invaden el reposo y la seguridad
de los hom bres en su área de cobertura. Bajo esas condiciones, el no

* Se aplica con sentido despectivo a la persona bien intencion ada pero poco práctica
o idealista. [N. de T.]
** Se aplica con sentido desp ectivo a los intelectuales. [N. de T.]
*** En la jerga periodística, el reportero que busca la noticia en las calles. [N. de T.]
**** En lenguaje coloquial, agente de policía. [N. de T.]
90 LOS MEDIOS

c o m p a rtir inform ación es un crim en tal que algunos reporteros "fil­


tra n ” exclusivas a los colegas en su propio periódico, para que la nota
parezca venir de “ellos” y no altere las relaciones en la sala de prensa.
E n algunas salas de prensa, alguien hace todo el trabajo de cam po, o
investigación, m ientras los dem ás juegan a las cartas. Una vez que reu ­
nió los hechos, se los dicta al grupo, y cada cual escribe su propia ver­
sión de la nota o la dicta p o r teléfono a algunos de los correctores de
estilo de la sala de m etropolitanas. Si a alguno lo presionan desde su
sección puede, p o r acuerdo tácito, realizar algunas llam adas telefóni­
cas m ás p a ra conseguir declaraciones exclusivas, “color” y “ángulos”,
pero se lo condenaría si hiciera tal cosa por iniciativa propia. Un repor­
tero agresivo que trabaje p o r su cuenta puede hacer que los dem ás se
vuelvan agresivos y, con toda seguridad, acabará con el juego de cartas,
que es u n a institución seria en m uchas salas de prensa. En la vieja gua­
rida de prensa (hoy destruida) detrás de la delegación de la policía en
M anhattan, el pozo llegaba con frecuencia a los 50 dólares, y a su alre­
dedor se ju n ta b a un gran núm ero de jugadores, incluidos diversos es­
pecím enes de la policía y del ham pa. En los m om entos críticos, el poli­
cía que se hubiera levantado de la m esa iba a to m ar las llam adas de las
m esas de m etropolitanas. Los reporteros suprim ían notas p ara evitar
que el juego se interrum piera. El grupo era lo suficientem ente unido
para evitar que “ellos” descubrieran las noticias, salvo en el caso de las
grandes notas, las cuales a m en azab an la seguridad de cualquiera de
los reporteros al despertar el apetito por los "ángulos” y las "exclusivas”
entre sus editores. Con el fin de protegerse, los reporteros com partían
las frases iniciales de sus notas así com o los detalles. Luego de una con­
ferencia de prensa, se reunían, filtraban im presiones y discutían entre
ellos cuál era la "nota", hasta llegar a un consenso y ser capaces de h a ­
cer variantes en la m ism a frase inicial: "Y bueno, ¿qué piensas?". "No lo
sé.” "No hay tantas cosas nuevas, ¿o sí?” "No, eso de acab ar con la co­
rrupción ya lo había dicho antes." “Tal vez lo de hacer que la policía sea
una fuerza civil...” "Sí, eso, una fuerza civil..."
La com petitividad tam bién ha bajado a causa del índice de desgaste
entre los periódicos. Los reporteros que trabajan en ciudades en las que
sólo existe un periódico no necesitan m ás que adelantarse a los servi­
cios de las agencias y de la televisión, que representan diferentes géne­
ros inform ativos y no plantean una com petencia verdadera. Pero si tra ­
bajan en una agencia grande, serán leídos por los reporteros que cubren
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 91

las m ism as notas para los periódicos en otras ciudades. Ellos saben que
el m odo en el que esos colegas juzguen su trabajo determ inará su lugar
en la jerarquía de estatus de los periodistas acreditados en el lugar. La
reputación profesional es un fin en sí m ism o p ara un gran núm ero de
reporteros, pero tam bién conduce a ofertas de trabajo. Con frecuencia,
el reclutam iento tiene lugar p o r m edio de los reporteros que aprenden
a respetarse unos a otros trab ajan d o juntos, del m ism o m odo en que
los ascensos son el resultado de las im presiones creadas en el interior
del periódico de un reportero. 77ze Times cuenta con u n sistem a de esta­
bilidad laboral: una vez que alguien "ingresó a la planta", puede que­
darse ahí de por vida, pero m uchos de los que se han pasado años en el
periódico nunca logran salir de las filas de los veteranos de la sala de
m etropolitanas. Por lo tanto, el profesionalism o es un ingrediente im ­
portante en el periodism o escrito: las notas establecen un estatus, y los
reporteros escriben para im presionar a sus pares.
Los reporteros tam bién obtienen algo de retroalim entación de los
am igos y de la fam ilia, quienes buscan sus n otas firm adas y ofrecen
com entarios com o éstos: “Estuvo bien la nota sobre Kew Gardens. La
sem ana p asada estuve allí, y el lugar en serio se está yendo al dem o­
n io ”. O: "¿R ealm ente Joe N am ath es tan insoportable com o suena?".
Los co m en tario s de este tipo pesan m enos que las reacciones de los
colegas en el m edio, pero les dan a los reporteros una idea tranquiliza­
dora de que sí se entendió la idea. "M am á” tal vez no sea u n a lectora
crítica, pero tranquiliza. Sin ella, p u b licar u n a n o ta puede ser com o ►
arro jar u n a piedra a un pozo sin fondo: esperas y esperas, pero nunca ^
oyes el golpe. Asim ism o, los rep o rtero s pueden esp era r alguna reac- __
ción de ciertos segm entos especiales del público: algunos lectores en
Kew G ardens o algunos jugadores de fútbol. B uena p arte de esta re ­
troalim entación suele ser negativa, pero los reporteros aprenden a p a ­
sa r por alto el descontento entre los grupos de intereses especiales. Lo
que les cuesta trabajo im aginar es el efecto de sus notas sobre el p ú ­
blico "m asivo”, que probablem ente no sea en m odo alguno "m asivo”,
sino u n a colección heterogénea de grupos e individuos.
E n resum en, yo creo que Pool y S hulm an se equivocan al asu m ir
que la escritura de las noticias está determ inada por la im agen que tiene
el reportero del público en general. Tal vez los periodistas tengan alguna
im agen de eso —aunque lo dud o —, pero escriben teniendo en m ente
toda u n a serie de grupos de referencia: sus correctores de estilo, sus di-
92 LOS MEDIOS

versos editores, sus diversos grupos de colegas en la m esa de m etropoli­


tanas, las fuentes y los sujetos de sus artículos, los reporteros de otros
periódicos, sus amigos y fam iliares y los grupos de intereses especiales.
Cuál de ellos va p rim ero puede variar de un escrito r a otro y de una
nota a otra. Pueden im poner exigencias com petitivas y contradictorias
en un reportero. Acaso encuentre imposible conciliar la idea de "la nota”
que ha recibido del editor que se encarga de asignar las coberturas, la
del editor de m etropolitanas, la del editor nocturno de m etropolitanas,
la del corrector de pruebas y la de sus colegas. La m ayor p a rte de las
veces, el reportero trata de m inim izar el "ruido” y salir del paso.

L a SOCIALIZACIÓN OCUPACIONAL

Aunque algunos reporteros logren apren d er a escribir en las escuelas


de periodism o, en donde Pool y Shulm an seleccionaron los tem as para
el grupo de estudiantes en su experim ento, casi todos -in c lu id o s m u ­
chos egresados de la carrera de periodism o- aprenden a escribir noti­
cias trabajando en un periódico. Adquieren las actitudes, los valores y
el ethos profesionales m ientras trabajan com o m ensajeros en la sala de
m etro p o litan as, y ap ren d en a p ercib ir las noticias y a co m u n icarlas
m ientras se van "fogueando"com o reporteros novatos.
Al ver salir el hum o de la m áquina de escribir de H om er Bigart ya
cerca de la hora del cierre, al llevar su nota recién concluida a los edi­
tores y al leerla en las frías letras im presas al día siguiente, el m ensa­
jero de la redacción interioriza las norm as del oficio. Adquiere el tono
de la sala de redacción escuchando. Poco a poco, aprende a so n ar m ás
com o un neoyorquino, a h a b la r m ás fuerte, a em plear la jerga de los
rep o rtero s y a in cre m e n tar la proporción de p alab ro tas en su habla.
Estas técnicas facilitan la com unicación con los colegas y con las fuen­
tes de inform ación. Es difícil, por ejemplo, sacar algo de una conversa­
ción telefónica con un teniente de la policía si uno no sabe cóm o acer­
c a r la boca al au ric u la r y g rita r obscenidades. M ientras d o m in a este
estilo, el m ensajero llena su cabeza de valores sin darse cu en ta. Re­
cuerdo claram ente el disgusto en la expresión de un redactor al leer el
envío de un corresponsal en el Congo que contenía algunas frases his­
téricas a propósito de las balas que pasaban zum bando por su cuarto
de hotel. De nada servía p erd er el control. Otro corresponsal, que h a ­
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 93

bía sido testigo de algunos enfrentam ientos brutales durante la revolu­


ción argelina, m e im presionó con una nota sobre una lagartija que se
había atorado en las aspas de su ventilador en la oficina de Argelia. No
m encionó la m asacre de argelinos, pero tenía m ucho que decir sobre la
dificultad de escribir bajo el rocío de una lagartija descuartizada. No
hace falta escuchar a escondidas a los reporteros para captar la esencia
de su habla. Ellos hablan sobre sí m ism os, no sobre los personajes de
sus notas, del m ism o m odo que los profesores de historia hablan sobre
profesores de historia y no sobre Federico II. Con unas pocas sem anas
a cargo de llevar las notas, uno aprende cóm o fue que Mike B erger en­
trevistó a Clare Booth Luce, cóm o fue que Abe Rosenthal anatom izó a
Polonia y cóm o fue que David H alberstam escribió en co n tra de los
herm anos Diem en Vietnam del Sur. De hecho, el habla de The Times
está institucionalizada y aparece com o Times Talk, una publicación de
la casa en la que los reporteros describen su trabajo. Así que si uno
siente tim idez de acercarse a Tom Wicker, todavía se puede leer su ver­
sión sobre cóm o cubrió el asesinato del presidente Kennedy.
Al igual que otros oficios, hacer periodism o tiene su propia m itolo­
gía. M uchas veces he escuchado la historia de cóm o Jam ie M acDonald
cubrió un bom bardeo sobre Alem ania desde la to rreta de un bom bar­
dero de la F uerza Aérea Real ( r a f ), y cóm o su esposa Kitty, la m ayor
o p erad o ra de teléfonos de todos los tiem pos, puso a Mike Berger, el
m ejor reportero de la ciudad, en contacto con el gobernador de Nueva
York estableciendo un enlace radial hasta un yate en m edio del Atlán­
tico, donde el g o b ern ad o r tra ta b a de p erm an ecer incom unicado. La
sala de redacción tard a rá en olvidar el día en el que Edw in L. Jam es
asum ió sus labores com o editor en jefe. Llegó con su legendario abrigo
de piel, tom ó su sitio en el juego de cartas que se realizaba siem pre de­
trás de las m esas de corrección de estilo, lim pió a todos, y luego se unió
a "ellos” en el otro extrem o de la sala, donde a p a rtir de ese día reinó
con la m ayor autoridad. Los reporteros se sienten obligados a alcanzar
los p arám etros establecidos en el pasado, aunque saben que se deben
ver pequeños en com paración con sus m íticos titanes. No im porta que
Gay Tálese nunca pueda escribir sobre Nueva York tan bien com o Mike
B erger o que Abe R osenthal n u n ca pueda d irigir la jefatu ra editorial
con la inteligencia y el encanto de Edw in L. Jam es. El culto a los m uer­
tos da m ás vida a los vivos. E scribíam os p ara B erger y p ara Jam es así
com o para los m iem bros vivientes de la sala de m etropolitanas.
94 LOS M EDIOS

Asimismo, el habla de los rep o rtero s tiene que ver con las co n d i­
ciones de su trabajo: los problem as de la com unicación p o r teléfono y
telégrafo en los países en vías de desarrollo, la censura en Israel y en la
URSS, las cuentas de gastos. (Yo e ra tan obtuso en lo que concernía a
g u ard ar los com probantes de gastos en Londres que ni siquiera llegaba
a entender las historias clásicas sobre el corresponsal canadiense que
pedía un trineo de perros o la del corresponsal africano que invitaba a
los reporteros a p asar fines de sem ana en su villa y luego les daba fal­
sas cuentas de hotel para que las llenaran con el costo de sus gastos.
Me tu v iero n que explicar que m is m iserables gastos e sta b a n re d u ­
ciendo el nivel de vida de toda la oficina.) Un reportero de la m esa de
m e tro p o lita n a s m e co n tó que tuvo su m o m en to de m ay o r orgullo
cuando lo enviaron a cubrir un incendio y descubrió que era una falsa
alarm a y volvió con una nota sobre las falsas alarm as. Sentía que ha­
bía tran sfo rm ad o lo trivial en "noticia” encontrándole un nuevo "án­
gulo”. Otro reportero contaba que dejó de ser novato y se hizo veterano
cuando cubría la guerra civil en el Congo. Logró com unicarse con Lon­
dres a una hora inusitadam ente tem prana, cuando a ú n no acababa de
revisar sus notas. Sabiendo que no era posible posponer la com unica­
ción y que cada m inuto era terriblem ente caro, escribió su artículo a
toda velocidad d irectam ente sobre la m áquina del teletipo. Algunos
reporteros com entaban que no se sin tiero n com pletam ente profesio­
nales hasta que com pletaron un año corrigiendo estilo en el tu rn o de
la noche, tarea que dem anda una gran velocidad y claridad en la escri­
tura. Otros decían que alcanzaron la confianza ab so lu ta luego de cu­
b rir exitosam ente una gran nota que había surgido ju sto al cierre.
De m anera paulatina, los reporteros desarrollan u n a sensación de
dom inio sobre su oficio, de ser capaces de escrib ir u n a colum na en
u n a h o ra sobre cualquier cosa por m ás difíciles que resulten las cir­
cunstancias. El equipo de Londres le tenía un respeto enorm e a la ca­
pacidad de Drew M iddleton de dictar un encabezado nuevo p ara una
nota inm ediatam ente después de que lo desp ertaran a la m itad de la
noche y le inform aran sobre un nuevo acontecim iento im portante. El
no lograr llegar al cierre se tiene por algo abom inablem ente no profe­
sional. Alguien a quien tuve cerca en la sala de m etropolitanas había
dejado p asar varios cierres. Hacia las 4 de la tarde, cuando tenía una
gran nota, llenaba a escondidas un vaso de papel con bourbon que te­
nía en una botella oculta en el fondo del cajón del escritorio y se lo to­
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 95

m aba de un trago. Los m ensajeros lo sabían m uy bien. De un solo vis­


tazo alcanzaban a ver las agonías de docenas de sujetos ante el cierre.
Su trabajo los obliga virtualm ente a la socialización anticipadora entre
ellos, ya que no tienen un lugar fijo sino que m erodean por la sala de m e­
tropolitanas, trabajando con los editores y con los correctores de estilo
así com o con los rep o rtero s. En breve a p ren d en a leer el sistem a de
estatus, y no les cuesta trabajo elegir m odelos de identidad positivos y
negativos. Al escuchar conversaciones de trabajo y observar patrones
de conducta, asim ilan un ethos: im perturbabilidad, precisión, rapidez,
astucia, rudeza, desenvoltura y agresividad. Los reporteros dan la im ­
presión de ser un tan to cínicos en cuanto a los tem as de sus notas y
sentim entales en cuanto a sí m ism os. Se refieren al “shoe-leather man"
com o si fuera la única persona honesta e inteligente en un m undo lleno
de bribones e im béciles. M ientras todos a su alred ed o r m an ip u lan y
falsifican la realidad, él se hace a un lado y la consigna. R ecuerdo la
m anera en que un rep o rtero introdujo la figura del periodista en una
anécdota sobre políticos, publicistas y hom bres de las relaciones públi­
cas: "...y luego ahí estaba este tipo vestido de im perm eable". N unca
llegué a ver un im perm eable en The Times. Los rep o rtero s tendían a
vestirse en Brook B rothers, lo que podía ser una señal de am bivalencia
en cu an to al "establishm ent" que sim u lab an despreciar. Pero ten ían
una im agen de sí m ism os vestidos de im perm eable. De hecho, poseían
todo un repertorio de im ágenes estilizadas que m oldeaban la m anera
en que cubrían las noticias, y adquirían ese peculiar esquem a m ental
durante su form ación en el trabajo.

E s t a n d a r iz a c ió n y e s t e r e o t i p o s

Aunque el m ensajero puede llegar a ser rep o rtero p o r m edio de una


serie de ritos de pasaje, lo norm al es que se som eta a un proceso de
entrenam iento en la jefatura de la policía. Al concluir su "probation”,*
com o se lo conoce en The Times, se supone que ya es capaz de enfren­
tar cualquier cosa, pues la nota policial se considera una form a arque-

* En el sistem a judicial, su sp en sión del ju icio a prueba. En este caso, un período de


prueba durante el cual el "aprendiz", irónicam ente, se desem peña en una jefatura de p o­
licía. [N. de T.]
96 LOS M EDIOS

típ ica de "n o ticia”, y si el rep o rtero logró sobrevivir a la je fa tu ra de


policía, entonces ya está listo p ara la Casa Blanca, un paralelism o, por
cierto, que sugiere algo del espíritu con el que los reporteros se aproxi­
m an a su m aterial.
Me enviaron a la jefatura de policía en Newark, Nueva Jersey, en el
verano de 1959, cuando trabajaba p a ra el Newark Star Ledger. En mi
prim er día de trabajo, un reportero veterano me llevó a h acer u n reco­
rrido p o r el lugar, el cual llegó a su clím ax en la sección de fotografía.
Dado que un fotógrafo de la policía tom a una foto a todos los cadáve­
res que aparecen en Newark, la policía ha formado una colección fabu­
losa de im ágenes de cadáveres despanzurrados y en descom posición
(los cuerpos m ás im presionantes son los de las personas ahogadas), y
les encanta m ostrarla a los novatos. Los fotógrafos de prensa form an
sus propias colecciones, a veces con ayuda de la policía, la cual hace
que las p ro stitu tas detenidas posen p a ra ellos. Al volver a la sala de
prensa, un fotógrafo del Mirror me obsequió una de sus fotos obscenas
de archivo policial y m e m ostró su colección casera de fotos de m uje­
res, en la que estaba su fiancée. Una reportera me preguntó entonces si
yo era virgen, lo que provocó u n a ronda de carcajadas entre los ho m ­
bres que estaban jugando al poker. Ella estaba sentada en su silla con
los pies sobre la m esa y la falda p o r las caderas, y en un in stante mi
rostro pasó del verde al rojo. Una vez concluida la iniciación, continuó
la p artid a de poker y se m e envió a h acer el trabajo de cam po p ara to­
dos. Eso se refería a ju n ta r las "hojas de denuncia", o síntesis inform a­
tivas de todos los actos de la policía, en u n a oficina que estaba en el
piso superior. Los reporteros dependían de la radio de la policía y de
los inform es de los am igos en la fuerza que les inform aban sobre los
asuntos im portantes, pero u sab an las hojas de denuncia p ara b u sc ar
sucesos fuera de lo com ún con un valor noticioso potencial. Cada hora
o algo así llevaba a la sala de prensa un m ontón de denuncias y las leía
en voz alta ante la m esa de poker, anunciando aquello que m e parecía
u n a nota en potencia. Al poco tiem po m e di cuenta de que no había
nacido con un buen olfato para la noticia, pues cuando olía algo perio­
dísticam ente valioso, los veteranos m e decían que eso no era una nota,
m ientras que con frecuencia ellos elegían asuntos que a m í no me p are­
cían relevantes. Yo sabía, desde luego, que no hay noticia que sea buena
noticia, y que sólo algo espantoso p o día llegar a ser en realidad u n a
“b u e n a ” nota. Pero m e tom ó algún tiem po el no em ocionarm e con un
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 97

“d. o. a." (dead on arrival [llegó m uerto], u n a ano tació n que con fre­
cuencia se refiere a los ataques cardíacos) o con un “corte'' (una p uña­
lada, p o r lo general asociada a robos m enores o a pleitos fam iliares,
que e ra n tan n u m ero so s que p e rio d ístic a m e n te sig n ific a b an poca
cosa). En u n a ocasión, creí to p arm e con una d en u n cia esp ectacu lar
-cre o que incluía asesinato, violación e incesto-, y fui directam ente al
escuadrón de hom icidios p a ra cerciorarm e. Luego de leer la d e n u n ­
cia, el detective m e m iró con m olestia. “Chico, ¿no ves que es 'negro'?
Ésa no es una no ta.” Luego de los nom bres de la víctim a y del sospe­
choso había una letra “N” m ayúscula. Yo no sabía que las atrocidades
entre los negros no con stitu ían u n a "noticia".
C uanto m ás alto fuera el estatus de la víctim a, m ayor era la nota:
ese principio me quedó claro cuando New ark tuvo la suerte de hacerse
de la m ayor nota policial del verano. Una bella y rica quinceañera de­
sap areció m isterio sa m en te en el a e ro p u e rto de N ew ark, y de inm e­
diato la sala de prensa se llenó de reporteros estelares provenientes de
todo el Este, quienes p resentaron sus notas com o n e w a r k a l a c a z a d e
LA JOVEN PERDIDA, DESAPARECE FIANCÉE EN PLENO DÍA y PADRE LLORA A HE­
REDERA s e c u e s t r a d a . N osotros no habíam os conseguido que nuestras
secciones publicaran algo m ás que un p árrafo sobre los m ás notorios
asaltos y violaciones, pero aceptarían lo que fuera sobre la m uchacha
extraviada. Un colega y yo produjim os u n a larga nota sobre sus ú l t i ­
m o s p a s o s , que era nada m ás que u n a descripción del plano del aero­
p u e rto con algunas especulaciones sobre el ru m b o que podía h ab er
tom ado la joven, pero resultó que las “colum nas laterales” (notas dedi­
cadas a los aspectos secundarios de un acontecim iento) sobre los ú lti­
m os pasos aco m p añ an con frecuencia a las notas sobre secuestros y
desapariciones. No hicim os m ás que apoyarnos en el repertorio trad i­
cional de los géneros. Fue com o h acer galletas con un m olde de galle­
tas antiguo.
Las notas grandes se desarrollan en esquem as especiales y tienen
un sabor arcaico, com o si se tra tara de m etam orfosis o de notas prim i­
genias que han estado perdidas en la noche de los tiem pos. Lo prim ero
que hace un reportero en la m esa de m etro p o litan as luego de recibir
un encargo es buscar m ateriales relevantes entre las- historias archiva­
das en la "morgue". Por lo tanto, la m ano m uerta del pasado se encarga
de m oldear su percepción del presente. C uando acaba con la m orgue,
realiza unas cuantas llam adas telefónicas y tal vez algunas entrevistas
98 LOS MEDIOS

o pesquisas fu era d e la oficina. (Me di cuenta de que los reporteros gas­


tab a n m uy p o co las s u e la s de sus zapatos, pero que, en cambio, sus
cuentas de teléfono e r a n enorm es.) Pero la nueva inform ación que ob­
tiene debe c ab er en las categorías que el reportero heredó de sus prede­
cesores. De a h í q u e e n su form a m uchos artículos son notablem ente
sem ejantes, ya sea q u e tra ten sobre "noticias fidedignas” o sean "artícu­
los de fondo” m ás estilizados. Los historiadores del periodism o en Es­
tados Unidos -sa lv o H e le n MacGill H ughes, u n a socióloga- parecen
h ab er pasado p o r a lto los determ inantes culturales de largo alcance de
las "noticias". S in e m b a rg o , los historiadores franceses sí han obser­
vado algunos casos n o tab les de continuidad en su propia tradición pe­
riodística. Una de e sas historias versa sobre un caso de confusión de
identidad en el que u n p ad re y una m adre m atan a su propio hijo. Se
publicó por p rim e ra vez en un prim itivo pliego de noticias parisino en
1618. Luego pasó p o r u n a serie de reencarnaciones: apareció en Tou-
louse en 1848, en A ngoulém e en 1881 y, finalm ente, en un periódico
argelino, de donde A lbert Camus tomó la nota y la reelaboró en un es­
tilo existencialista p a ra El extranjero y El m alentendido.2 Sin bien los
n om bres, las fechas y los lugares no son los m ism os, la form a de la
nota es inconfundiblem ente la m ism a a lo largo de los tres siglos.
Desde luego que se ría absurdo sugerir que las fantasías de los pe­
riodistas viven bajo el acoso de m itos prim itivos com o los que imagi­
n aro n Jung y L évi-Strauss, pero la escritura de las noticias está muy
influida por los estereotipos y los prejuicios de lo que debe ser "la nota".
Es imposible org an izar la experiencia sin categorías preestablecidas de
lo que constituye u n a “noticia”. Existe una epistem ología de los fait di-
vers [nota roja]. T ransform ar una hoja de denuncia en un artículo re­
quiere tener entrenados la percepción y el m anejo de imágenes, clisés,
“ángulos", "sesgos” y escenarios estandarizados, todo lo cual provocará
la respuesta convencional en la m ente de los editores y de los lectores.
Un e scrito r a stu to im pone u n m olde viejo en u n a m ateria nueva de
m odo que p ro d u zc a alguna tensión (¿el sujeto se ad ecu ará al p red i­
cado?), y luego la resuelve apoyándose en lo que es familiar. De ahí la
satisfacción de Jones con su frase inicial. Él com enzó entregando una
im agen estandarizada, el árbol que crece en Brooklyn, pero cuando el

2 j p Se«uin N o u velles à se n sa tio n : Canards du XIXe siècle, P ans, 1959, pp. 187-190.
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 99

lector em pezaba a preguntarse qué rum bo tom aría, Jones pasó rápida­
m ente al acontecim iento del día: el prem io al hom bre del año. "Un flo­
rista es prem iado por hacer crecer árboles en Brooklyn”, piensa el lec­
tor. "¡Qué agradable!” Es lo agradable de la adecuación lo que produce
la sensación de satisfacción, com o el b ien estar que sucede a la lucha
por m eter el pie en una bota estrecha. El truco no funcionará si el escri­
tor se aleja dem asiado del repertorio conceptual que com parte con su
público y de las técnicas para usarlo que aprendió de sus predecesores.
La ten d en cia al uso de estereo tip o s no significaba que la m edia
docena de rep o rtero s en la je fa tu ra de policía de N ew ark escrib iera
exactam ente lo m ism o, aunque n uestros textos eran m uy sim ilares y
com partíam os toda n u e stra inform ación. Algunos rep o rtero s favore­
cían ciertos enfoques. Una de las dos m ujeres que por lo regular esta­
ban en la sala de prensa cada tan to se com unicaba p o r teléfono a las
oficinas distritales de la policía preguntándoles: "¿Ha habido ú ltim a ­
m ente alguna fiesta sexual de adolescentes?”. Como era la experta re ­
conocida en la m ateria, ella escribía las notas de sexo entre adolescen­
tes que los dem ás no tocábam os. Del m ism o m odo, un especialista en
incendios entre los reporteros de M anhattan -u n hom bre extraño con
u n a pata de palo y revólver al cin to - escribía m ás noticias de incendios
que cualquier otro. P erm anecer com o un "regular" en la sala de prensa
de la policía tal vez dem ande algún tipo de congruencia entre el tem ­
peram ento y el tem a, y tam bién cierta dureza. Aprendí a ser bastante
indiferente a los "cortes" y a los "saltadores” (los suicidas que se a rro ­
jan desde los edificios), pero nunca logré reponerm e de la im presión
ante la habilidad de los reporteros p ara obtener notas de "reacción” al
notificarles a los padres sobre la m uerte de sus hijos: "‘Siem pre fue un
niño tan bueno', exclamó la señora M acN aughton, su cuerpo sacudido
por el llanto”. Cuando necesitaba citas com o la anterior, solía inventar­
las, com o lo hacían algunos de los otros, u n a tendencia que tam bién
aportaba algo a la estandarización pues sabíam os lo que debían haber
dicho la “m adre acongojada” y el "padre desolado”, y posiblem ente los
escucháram os decir lo que nosotros teníam os en la m ente m ás que lo
que estaba en las suyas. Las notas de "color” o las notas de fondo deja­
ban un espacio m ayor a la im provisación, pero tam bién ellas caían en
patrones convencionales. Las historias de anim ales, por ejem plo, eran
m uy bien recibidas en la m esa de m etropolitanas. Hice u n a sobre los
caballos del cuerpo de policía y, después de que fue publicada, me en­
100 LOS MEDIOS

teré de que m i periódico ya había sacado m ás o m enos la m ism a histo­


ria, por lo m enos dos veces en los últim os diez años.
Al te rm in a r m i verano en Newark, h ab ía escrito un gran núm ero
de notas, pero en n in g u n a de ellas se m e h ab ía dado crédito. Un día,
sin ten er nada m ejor que hacer, me puse a ver una hoja de denuncia
sobre un chico al que le habían robado su bicicleta en un parque. Sa­
bía que m i m esa no la to m aría, pero de todos m odos escribí cu atro
párrafos sobre eso, con el fin de practicar mi escritura, y se los m ostré
a uno de los regulares en u n a pausa del juego de poker. No se puede
escrib ir ese tipo de n o tas com o si se tra ta ra de u n co m u n icad o de
prensa, m e explicó. Y en un m inuto o algo así escribió *a m áquina una
versión co m p letam en te distin ta, inventando los detalles que n ecesi­
taba. E ra m ás o m enos así:

Billy siempre depositaba los 25 centavos de su asignación semanal en una


alcancía. Quería comprarse una bicicleta. Por fin llegó el gran día. Eligió
una reluciente Schwinn de color rojo y la sacó para dar una vuelta por el
parque. Todos los días a lo largo de una semana recorrió con orgullo la
misma ruta. Pero ayer tres maleantes le salieron al paso en la mitad del par­
que. Lo tiraron de la bicicleta y escaparon con ella. Golpeado y sangrando,
Billy caminó con dificultad hasta su casa en busca de su padre, George F.
Wagner, en el 43 de la calle Elm. "Hijo, no te preocupes", le dijo. "Yo te voy a
comprar una bicicleta nueva y podrás usarla para repartir periódicos y ga­
nar el dinero para pagarme." Billy tiene la esperanza de empezar a trabajar
pronto. Pero nunca más volverá a andar en bicicleta por el parque.

Le hablé por teléfono al señor W agner con un nuevo grupo de pregun­


tas: ¿Le daba u n a asignación a Billy? ¿Billy g u ardaba sus ahorros en
una alcancía? ¿De qué color era la bicicleta? ¿Qué fue lo que le dijo el
señor W agner a Billy después del robo? En breve, tuve los detalles sufi­
cientes para llenar la nota en su nuevo esquem a. La volví a escribir en el
nuevo estilo y al día siguiente apareció en u n recuadro especial, en la
m itad superior de la prim era página y con mi firma. La nota produjo
una buena respuesta, sobre todo en la calle Elm, donde los vecinos orga­
nizaron una colecta para u n a nueva bicicleta, según m e contó el señor
W agner m ás adelante. El com isionado de parques se m olestó y habló
por teléfono p ara explicar lo bien que se patrullaban los parques y que
se estaban tom ando nuevas m edidas para proteger a los ciudadanos en
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 101

la zona de la calle Elm. Me sorprendió descubrir que yo había tocado


varias fibras al m anipular sentim ientos e imágenes conocidos: el niño y
su bicicleta, la alcancía de sus ahorros, los desalm ados m aleantes, el
padre comprensivo. La nota sonaba curiosam ente anticuada. Salvo por
la bicicleta, el asunto pudo haber sucedido a m ediados del siglo xix.
Varios años después, m ientras investigaba sobre la cultura popular
en F rancia e Inglaterra al com ienzo de su historia m oderna, m e topé
con historias que tenían un parecido im presionante con las que había­
m os escrito jn la sala de p ren sa de la jefa tu ra de policía en New ark.
Los chapbooks, las baladas en pliegos sueltos y los penny dreadfuls in­
gleses, y los canards, las images d'Epinal y la bibliothéque bleue* fran ­
ceses b rindan los m ism os m otivos, que tam bién aparecen en la litera­
tu ra infantil y que tal vez deriven de las tradiciones orales antiguas.
Alguna canción infantil o u n a ilustración de M am á Oca pudieron h a ­
ber perm anecido en un rincón sem iconsciente de mi m ente m ientras
escribía la historia de Billy y los m aleantes.

Yo tenía una muñequita


la guardaba en mi bolsillo
y le daba maíz y yerbita;
vino un orgulloso mendigo
y dijo que la quería
y se robó mi muñequita.

[I had a little moppet


I kept it in my pocket
And fed it on corn and hay;
Then carne a proud beggar
And said he would have her,
And stole my little moppet away.]

* C hapbooks abarca diversas form as de libros eco n ó m ico s de b olsillo, populares en


Inglaterra entre los siglos xvi y xix; penny dreadfuls eran pu blicaciones sem anales en se­
rie, de tono violento, im presas en papel de periódico, que se vendían por un penique en
el siglo x d c ; canards eran panfletos en los que se im prim ían rum ores y chism es, m edias
verdades o m entiras, así com o historias fantásticas, durante el siglo x v i i ; im ages d'Epinal
eran grabados de m adera m uy pop ulares en el sig lo x ix con tem as trad icion ales y de
historia m ilitar y bibliothéque bleu eran p u b licacion es populares entre los siglos x v i i y
xix im presas en papel de m ala calidad y con tapas azules. [N. de T.]
102 LOS MEDIOS

E n su versión original, las canciones infantiles solían e sta r pensadas


p a ra adultos. Cuando los periodistas em pezaron a escrib ir sus h isto ­
rias p ara un público “popular", lo hacían com o si se estuvieran com u­
nicando con niños, o “le peuple, ce grand enfant", com o dice el francés.
De ahí el carácter condescendiente, sentim ental y m oralista del perio­
dism o popular. Sin em bargo, sería erróneo concebir la difusión cu ltu ­
ral sólo com o un proceso de “filtración hacia abajo", pues las corrien­
tes descienden desde la elite del m ism o m odo en que su b en desde el
pueblo llano. Los Cuentos de m am á Oca de Perrault, La flauta mágica
de M ozart y el Entierro en O m ans de Courbet ilustran el juego dialéc­
tico en tre la "alta” y la "baja" cu ltu ra en tres géneros d u ran te tres si­
glos. Desde luego que no sospechábam os que los determ inantes cultu­
rales e stab an m oldeando la m an e ra en la que escribíam os sobre los
crím enes en New ark, pero no nos sen táb am o s en fre n te de n u estras
m áquinas de escribir con n u estras m entes com o u n a tabula rasa. De­
bido a nuestra tendencia a ver acontecim ientos inm ediatos en lugar de
procesos de largo plazo, no veíam os el elem ento arcaico en el p erio ­
dism o. Pero nuestra m ism a concepción de la "noticia" era el resultado
de form as antiguas de n a rra r “historias”.
Los artículos de los tabloides y las noticias sobre crím enes acaso
sean m ás estilizados que los textos que aparecen en The New York Times,
aunque me topé con u n a buena dosis de estandarización y estereotipos
en las notas de la oficina londinense de The Times, cuando trabajé allí
entre 1963 y 1964. Como había pasado m ás tiempo en Inglaterra que los
otros corresponsales en la oficina, m e creía m ejor capacitado que ellos
p ara ofrecer u n a im agen m ás veraz del país; pero m is colaboraciones
eran tan estilizadas com o las de ellos. Teníamos que tra b a ja r dentro de
las convenciones del oficio. Cuando cubríam os notas diplom áticas, los
voceros de prensa de Relaciones Exteriores nos daban una versión ofi­
cial, u n a explicación off-the-record y un análisis de fondo de cuanto
necesitábam os saber. La inform ación venía tan cu idadosam ente em ­
p a c ad a que era difícil desenvolverla y aco m o d arla de o tra m anera;
com o resultado, las notas diplom áticas sonaban m uy parecidas. Al es­
cribir notas de "color”, era casi im posible escapar a los clisés estadouni­
denses sobre Inglaterra. La m esa de internacionales devoraba todo lo
que tuviera que ver con la fam ilia real, s ir W inston C hurchill, cock-
neys, pubs, los Ascot y Oxford. Cuando Churchill estaba achacoso, es­
cribí u n a nota sobre la m u ltitu d que se reu n ía frente a su ventana y
EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN 103

cité a un hom bre que había alcanzado a verlo brevem ente y comentó:
"Blimey [por Dios] es h e rm o so ”. La co m binación cockney-Churchill
resultaba irresistible.* The Times la sacó en la prim era plana, y la reco­
gieron una docena de periódicos, los servicios de cable y las revistas de
noticias. Pocos corresponsales extranjeros h ab lan la lengua del país
que están cubriendo. Pero esa desventaja no les m olesta porque, si tie­
nen olfato p ara las noticias, no precisan lengua ni oídos; es m ás lo que
le agregan a los acontecim ientos que cubren que lo que sacan de ellos.
En consecuencia, escribíam os sobre la Inglaterra de Dickens, y nues­
tros colegas en París re tra ta b a n la F ran cia de V ictor Hugo, con una
pizca de M aurice Chevalier.
Tras dejar Londres, volví a la sala de redacción de The Times. Una
de m is prim eras n otas tra ta b a de u n "m aniaco hom icid a” que había
dispersado las extrem idades de sus víctim as debajo de los um brales de
varias puertas del West Side. La escribí com o si estuviera redactando
un viejo canard: “Un hom m e de 60 ans coupé en morceaux. [...] Détails
horribles!!!”.3 Al concluir la nota, m e llamó la atención uno de los grafi-
tis garabateados en las paredes de la sala de prensa de la jefatura de la
policía de M anhattan: "Im prim im os todas las noticias que quepan".**
El escritor quiso decir que sólo si hay espacio es posible incluir artícu­
los en el periódico, pero tal vez estuviera expresando una verdad m ás
profunda: las notas de los periódicos deben adecuarse a las preconcep-
ciones culturales de lo que es una noticia. Sin em bargo, 8 m illones de
personas viven todos los días su vida en la ciudad de Nueva York, y me
sentía rebasado por la disparidad entre su experiencia y las historias
que leían en The Times.

El encuentro de u n a persona con dos periódicos a duras penas ofrece


el m aterial suficiente p a ra co n stru ir u n a sociología de la escritura de
noticias. No m e atrev ería a p ro n u n cia rm e sobre el significado de la
experiencia de otro reportero, pues nunca pasé de la fase de novato y
no trabajé en periódicos que califiquen com o periodism o "am arillista”

* Se refiere a la interjección "Blimey", deform ación de cockney de G od blind me [Que


D ios m e ciegue] en una frase que alude a Churchill. [N. de T.]
3 J. P. Seguin, op. cit., p. 173.
** En inglés, "All the new s that fits w e print". El térm ino "fits" en el contexto de esta
frase puede significar tanto "ser la m edida correcta” co m o tam bién "ser ad ecu ad o”, tal
com o lo aclara el autor en la frase siguiente. [N. de T.]
104 LO S MEDIOS

o "de calidad". Los estilos de periodism o varían según el tiem po, el lu­
g ar y el carácter de cada periódico. La form a en la que el periodism o
se escribe en E stados Unidos es distinta de la de Europa, y así ha sido
a lo largo de la historia de este país. Es probable que B enjam ín Franklin
no se preocupara p o r el ethos ocupacional cuando escribía u n a nota,
acom odaba los tipos, tirab a las planchas, d istrib u ía los ejem plares y
ju n tab a los ingresos de The Pennsylvania Gazette. Pero desde la época
de Franklin, los periodistas se h a n visto involucrados en com plejas re­
laciones profesionales, en la sala de prensa, en la oficina y en la calle.
Con la especialización y la p rofesionalización, h a n respondido cada
vez m ás a la influencia de su g ru p o de pares profesionales, la cual ex­
cede p o r m ucho la de cualesquiera im ágenes que ellos tengan del p ú ­
blico en general.
Al h acer énfasis en esta influencia, no p reten d o m in im izar otras.
Los sociólogos, los especialistas en ciencia política y los expertos en
com unicación han producido u n a am plia litera tu ra sobre los efectos
de los intereses económ icos y so b re las inclinaciones políticas en el
periodism o. Me parece, sin em b arg o , que no h a n logrado e n te n d e r
cóm o tra b a ja n los rep o rtero s. El e n to rn o del trab ajo le da form a al
contenido de las noticias y, asim ism o, las notas tom an form a bajo la
influencia de las técnicas narrativas heredadas. Esos dos elem entos de
la escritura de las noticias pueden parecer contradictorios, pero se dan
sim ultáneam ente cuando el rep o rtero se “form a", cuando es m ás vul­
nerable y m aleable. Al p asar p o r esta experiencia form ativa, se fam ilia­
riza con las noticias, com o un b ien que se confecciona en la sala de
prensa y com o una m anera de ver el m undo que de algún m odo llegó a
The New York Times proveniente de M amá Oca.
m

VI. LA EDICIÓN: UNA ESTRATEGIA


I)E SUPERVIVENCIA PARA AUTORES ACADÉMICOS*

I J s t e d ES u n a u t o r i n é d i t o , desconocido, y acaba de term in ar u n a tesis


m>bre la política u rb an a en el m edio oeste de Estados Unidos; o consi­
guió una cátedra perm anente en la década de 1960 pero no ha publi-
• lulo ningún trabajo, aunque sus am igos le aseguran que alguna edito-
i n i u n iv e rsita ria dev o rará su m a n u sc rito so b re la e s tru c tu ra de la
m etáfora en Jane Austen; o es un veterano del salón de conferencias y
«Hiiere sa c a r su curso sobre "B izancio entre O riente y O ccidente" en
lo n n a de libro. ¿Qué es lo que hace? C iertam ente tiene problem as, ya
■lite los tiem pos adversos en la educación superior y en el terreno edi-
i<»i lal han vuelto m ás difícil que n u n ca que las editoriales universita-
i i . i s acepten los trabajos de los académ icos.
Puedo apreciar el grado de dificultad porque hace poco term iné un
l>. ríodo de cuatro años en el consejo editorial de Princeton University
Press. Dado que lim pié mis archivos -q u e no eran propiam ente “arch i­
vos", sino siete carpetas de cartó n llenas de dictám enes de lectores y
de las actas de las reuniones del consejo-, puedo ofrecer una descrip-
i ión del proceso editorial a la p e rso n a a quien m ás afecta pero que
tam bién es la que m enos sabe so b re él, a saber: el a u to r académ ico.
I’i inceton sigue algunos procedim ientos que no existen en otras edito-
i lales, pero su experiencia es absolutam ente típica de las m ejores edi­
toriales universitarias. De m odo que u n inform e sobre la m anera en la
(|iie se aceptan los m anuscritos en Princeton será de alguna ayuda para
los autores que tra ten con editoriales en algún lugar del m undo de la
publicación erudita.

* Este ensayo se publicó en The American Scholar, núm . 52, 1983, pp. 533-537. Describe
rl proceso de edición académ ica tal y com o lo observé desde el consejo editorial de Prince-
lon University Press desde 1978 hasta 1982. Desde entonces, los procedim ientos editoria­
les lian cam biado un tanto; el núm ero de m anuscritos que se envían y de libros publicados
lia seguido increm entándose, y el carácter de las m onografías continúa siendo el m ism o.
I .os títulos que se citan aquí, los cuales ilustran este aterrador monografism o, provienen de
las obras que se enviaron a la im prenta durante los cuatro años que estuve en su consejo.

105
106 LOS M EDIOS

E n prim er lugar, mi querido autor, usted debe saber que las proba­
bilidades están en contra suya. Me las im agino de nueve a uno o diez a
uno, calculando el núm ero de m anuscritos que se entregan en relación
con los que se aceptan. A p e sar de los tiem pos difíciles que han gol­
peado a la vida académ ica, o a cau sa de ellos, las entregas se in cre­
m en ta n casi anualm ente. E n el año fiscal de 1972, el prim ero p ara el
que contam os con inform ación, P rinceton University Press recibió 740
m anuscritos. En 1981, recibió 1.129: un increm ento del 52%. E n 1972
aceptó 83 m anuscritos. En 1981, aceptó 118: un increm ento del 42%.
En retrospectiva, el m odelo se ve claro: la presión de las entregas a u ­
m entó de m anera uniform e a lo largo de la década de 1970, se disparó
e n tre 1976 y 1977, y rom pió la m arca de los m il en 1980. P rinceton
University Press respondió al diluvio de m anuscritos increm entando el
flujo de libros, de m odo que ah o ra planea aceptar unos 120 al año, si
lo perm iten las condiciones financieras.
E ste es u n trabajo enorm e tan to p a ra el consejo editorial, que en
cad a ju n ta e n fre n ta decisiones m ás d u ras, com o p a ra los editores,
quienes deben arreglárselas con las sucesivas oleadas de m anuscritos
y em itir un núm ero creciente de respuestas negativas a u n a población
cada vez m ayor de autores desencantados. Desde el punto de vista del
autor, el proceso se ve a u n m ás feo. E n un año d eterm inado, su m a­
nuscrito será uno entre los 1.100 que Princeton University Press consi­
derará, y usted tiene la esperanza de que sea uno de los 120 que acep­
ten p ara su publicación. P ara que eso suceda, el m anuscrito tiene que
lib ra r una serie de obstáculos. Debe llam ar la atención del editor, ga­
narse la aceptación de dos o a veces de tres lectores, q u ed ar incluido
en el corte p relim in ar que se realiza en la reu n ió n previa del consejo
editorial y sobrevivir a la ú ltim a selección en la reu n ió n m ensual del
consejo editorial, en la que cuatro profesores elegirán u n a docena de
m anuscritos entre un total de 15 a 19. No hay un cupo fijo, pero siem ­
p re hay perdedores, y cada año hay m ás en tan to la co m petencia se
vuelve m ás dura. ¿Cóm o ganar? D espués de revisar m is carp etas de
cartón, he dado con una respuesta: u n a infalible estrategia de supervi­
vencia p ara los autores en seis sencillas estratagem as.

I. No hay que entregar un libro. Hay que entregar u n a serie. En Prince­


to n rech azam o s los libros p o r centenas, pero h a sta donde sé n u n ca
hem os rechazado series, y en la época en la que estuve en el consejo
LA EDICIÓN: UNA ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA. 107

publicam os m edia docena. O tras editoriales hacen lo m ism o, en espe-


i ial en las ciencias n atu rales, donde es m ás fuerte la tendencia a las
series. Si usted es sim plem ente un h u m an ista, p o d ría p ro p o n er una
serie sobre la condición h u m an a y deslizar luego com o p rim e r volu­
men su m onografía sobre Jane Austen o sobre la política u rbana en el
medio oeste de Estados Unidos.

II. Si tiene que proponer un libro, que sea un libro sobre las aves. Nunca
rechazam os las guías de cam po y hemos aceptado libros sobre aves de
cualquier lugar de la Tierra: Colombia, África Occidental, Rusia, China,
Australia... No puede perder, al m enos no con Princeton. Hay otros te­
mas que son irresistibles p ara otras editoriales. Usted puede p robar ca­
tálogos sobre casas de cam po en Yale y recetarios de cocina en Harvard.

III. Si no puede e la b o rar u n a guía sobre aves, elija alguno de los si­
guientes tem as: W illiam Blake; S am uel B eckett; la n o bleza de casi
t ualquier provincia de F rancia entre los siglos xvi y xvm; u n a nueva
teoría de la justicia; una traducción de cualquier cosa en japonés, pero
preferentem ente poesía, que se "vincule” y se localice en algún punto
del período com prendido entre el año 2000 a. C. y 1960, aunque cual­
quier otro período sirve.

IV. Tácticas. No basta ú n icam en te elegir el tem a adecuado. H ay que


abordarlo de la m anera adecuada, y las técnicas varían según el campo.
Por ejemplo:
Política. El lector de P rinceton University Press debe po d er decir
en su dictam en: "Este estudio com bina una investigación profunda de
datos em píricos con u n a contribución im portante a la teoría". Yo reco­
m iendo en especial la industria m inera en Perú y la teoría de la depen­
dencia, o el cobre boliviano y la m odernización, en una adecuada ver­
sión revisionista.
Letras. Usted tiene que dem ostrar que conoce todo sobre la últim a
teoría de crítica literaria proveniente de París y de New H aven y que
no cree en ella.
Historia del arte. Que sea esotérica. Los vitrales del siglo xm sirven,
pero tienen que ser de B orgoña, no de París ni de C hartres. Siem pre
lim e la posibilidad de ofrecer u n catalogue raisonné de alguna colec­
ción, aunque creo que hem os agotado al M etropolitan M useum of Art.
108 LOS M EDIOS

Historia. Diga que es antropología.


Antropología. Diga que es historia.
Historia y antropología. Use el recurso del m acrocosm os-m icrocos-
mos. En historia, debe ser capaz de contem plar el universo en un grano
de arena, digamos: Springfield, M assachusetts, en el siglo x v i i i . E n a n ­
tropología, debe lograr co n stru ir un universo sim bólico a p a rtir de un
rito de pasaje, digamos: un funeral en Java.

V. He aquí algunos principios tácticos que hay que seguir, cualquiera


sea el cam po del que se trate:
Sea interdisciplinario. Mezcle cam pos; esto lo hace parecer m ás in­
novador. E stá perm itido hasta m ezclar m etáforas p ara dem o strar que
usted se encuentra en el filo de las fronteras del conocim iento. Im ite a
la esposa de un catedrático de Princeton que, d u ran te u n a recepción
que la universidad ofrecía a los m iem bros del In stitu te for Advanced
Study, com entó a un dignatario visitante: "Es todo un detalle de u ste ­
des, los del Instituto, venir aquí e inter-fertilizam os".
Sea atrevido, o mejor, aparéntelo. Diga, en efecto: “Éste es un libro
único. Los reto a que se atrevan a publicarlo". Y luego escriba algo co­
m ún y corriente. Cuando estaba en el consejo editorial, m e oprim ía el
h o rrip ila n te m onografism o, la ten d en cia a escrib ir m ás y m ás sobre
m enos y m enos, a ah o g ar los tem as en erudición, y a red u c ir la p ro ­
porción entre las ideas y las notas a pie de página h a sta el pu n to de
fuga. Así que propuse u n a cuota de osadía. íbam os a m edir el riesgo
que corríam os en nuestro program a norm al de ediciones abriendo una
m edia docena de brechas p a ra los libros no ortodoxos. Pensé que hasta
nos podíam os p erm itir co rrer el riesgo de uno o dos libros por editor,
con un m ínim o de objeciones de p arte del consejo editorial, de m odo
que los editores co n taran con cierta libertad. El resultado fue que si­
guieron llegando las m ism as m onografías, pero en c o m p añ ía de un
nuevo argum ento: "Es un libro atrevido; lo van a criticar, pero va a
a clarar las cosas”. Esto nos hizo sen tir m ejor a todos.
Sea revisionista. Siem pre es bueno d e rrib ar alguna tesis "clásica".
Pero tenga cuidado de e n tra r al ciclo en el m om ento exacto, porque la
revisión de una revisión lo podría h acer volver a parecer dogm ático.
Sea impertinente, un poco riada más. Un m anuscrito que no es sólo
atrevido sino tam bién risqué quizá se destaque entre los otros 1.119.
Esta estratagem a se recom ienda en especial p ara los índices de conte­
LA EDICIÓN: UNA ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA.. 109

nido, que son lo que en todo caso alcanzará a leer la m ayor p arte de
los m iem bros del consejo. Un ejem plo reciente: "Inversión de la se­
cuencia sexual”, "Situaciones de conflicto p ara la relación entre sexos”,
"H erm afroditas cruzados". Este m anuscrito sí lo aceptam os, sin rubor
alguno, p a ra n u e stra serie sobre biología de poblaciones. Toda ella
trata de aves y abejas, aunque tiene tam b ién u n a sección sobre hála­
nos. N unca m e había puesto a considerar la vida sexual de los bálanos
hasta que ingresé al consejo editorial.

VI. Escoja el título adecuado. Aquí prevalecen dos principios: la alite­


ración y los dos puntos. La aliteración se da por lo regular en el título
principal. Tiene que ser breve, sugerente, poético si es posible, y tan li­
terario que el lector se pueda form ar tan sólo u n a idea vaga del conte­
nido del libro. Luego vienen los dos puntos, seguidos de un subtítulo
que dice de qué se tra ta el libro. He aquí algunos ejem plos extraídos de
las listas de "M anuscritos entregados” que Princeton University Press
recibe casi cada sem ana (tengo que a d m itir que de estos casos elegi­
mos m uy pocos para su publicación):

La pausa del péndulo: Portugal entre la revolución y la contrarre­


volución

Nótese la prevalencia de la P y el m antenim iento de la aliteración desde


el título hasta el subtítulo. Esto es lo que yo llam o el P eter Piper Prin­
cipie. Así:

Peligro, pestilencia y perfidia: La fundación del Lucknow colonial,


1856-1877
Pashás, peregrinos y grupos provincianos: El dom inio otom ano en
Damasco, 1807-1858
Promesa punitiva: Prisiones en la Francia del siglo xix
Pinturas y penitencias: El arte al servicio de la persecución criminal
durante el renacimiento florentino

¿Por qué este dom inio de la letra p? No lo sé, a m enos que Peter Piper
se haya apoderado del inconsciente colectivo desde la cuna. Pero se
aceptan variantes. Se pueden hacer aliteraciones en el subtítulo:
lio LOS MEDIOS

Las mujeres en la agricultura: Producción y proletarización campesi­


nas en tres regiones de los Andes

Y puede u sar otras letras. La m es m uy buena; hace que el lector entre


en calor:

La m usa mediada: Las traducciones al inglés de Ovidio, 1560-1700


Metáforas de masculinidad: Sexo y estatus en el folclore andaluz

La l tam bién puede ten er un efecto lúdico, lírico:

Lechos, lazos y linca: Las biografías de los trovadores

Tam bién se recom ienda el em pleo de la r . Da rapidez al revisor:

Retórica, Royce y romanticismo: El impacto del idealismo en las teo­


rías del discurso del siglo xix

Este últim o título ilustra otro imperativo: ir de lo m ás grande a lo m ás


pequeño. Un título debe funcionar com o un em budo. Absorbe al lector
al an u n ciarle algo grande en el título principal, luego lo com prim e a
través del subtítulo hasta hacerlo desem bocar en u n a m onografía:

Reforma, represión y revolución: Radicalismo y lealtad en el noroeste


de Inglaterra, 1789-1803
Clase, conflicto y control: Cultura e ideología en dos barrios de
Kingston, Jamaica
Personalidad y política: Patrones ocultos en el mecenazgo artístico al
final de los M edid
Alcohol y alboroto: La reforma de la templanza en Cincinnati desde
el renacimiento washingtoniano hasta el w c t u
Tierra y trabajo: La dependencia económ ica y el orden social en
Springfield, Massachusetts, 1636-1703
El círculo íntim o irlandés: La fabricación de pizarra en Illinois bajo
la gobernación de Daley
Ni granizo ni nieve ni sábado: La controversia sobre el correo dom i­
nical, 1810-1830
Fantasía y fetichismo: Una historia del corsé y otras form as de m o ­
delado corporal en Occidente
LA EDICIÓN: UNA ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA. 111

A m anera de refinam iento, se puede a ñ a d ir u n a construcción usando


"de... a ...”. Esto da u n a idea de dirección y parece ser especialm ente
electivo cuando se alitera con la letra C:

De las concesiones a la confrontación: La política de la com unidad


m aharen Maharashtra
De la costumbre al capital: La novela inglesa y la revolución industrial
Del clan a la clase: La relación de la estructura social con el cambio
económico y demográfico de San Pablo, Brasil, 1554-1850

En ocasiones, aunque sólo con la m ayor de las cautelas, está perm itido
ap a rtarse de la aliteración. Pero p a ra hacerlo hay que ten er m otivos
sum am ente fuertes, com o la necesidad de im p re sio n a r al lector con
una descarga de poesía:

Ramas que se bifurcan: Traducciones medievales inéditas de Ezra Pound


La eterna m añana serena: Sim bolism o arquetípico prim itivo en la
poesía de Theodore Roethke

El toque poético queda m ucho m ejor con los tem as literarios:

Acordes extraños, follajes lucientes: Maestría y locura en John R uskin

Pero se puede u sa r en la historia del arte:

La armadura de luz: Los vitrales en el occidente de Francia, 1250-1325

Y es apto p ara cualquier tem a que sea lo suficientem ente profundo:

El secreto del crisantemo negro: Charles Olson y su uso de los escri­


tos de C. G. Jung

El efecto poético tam bién se puede lograr por m edio del uso evocativo
del artículo indeterm inado:

Un tejido complejo: El proceso de escritura en Una sem ana en los


ríos Concord y M errim ack de Thoreau con el texto del prim er borrador
Un juicio ligero: Sátira y sociedad en la Alemania de Guillermina
112 LOS M EDIOS

Si se está a favor del artículo determ inado, entonces m ás vale que per­
sista con la aliteración:

Los sirvientes del Sultán: La transform ación de la adm inistración


provincial otomana, 1550-1650
El luchador licencioso: Un estudio de la convención dramática isa-
belina y la decadencia de la representación figurativa

Pero una im agen lo suficientem ente intensa puede liberarlo de la nece­


sidad de aliterar. De hecho, esto puede c o n ju ra r a toda una civiliza­
ción, en especial si la im agen evoca algún territo rio en el hem isferio
oriental:

Patos m andarines y mariposas: La ficción popular en las ciudades


chinas de principios del siglo xx
El oso en la tierra de la calma m atutina: La política soviética hacia
Corea, 1964-1968
La pagoda, el cráneo y el samurái

Este últim o título es un ejem plo raro del triunfo de la poesía sobre los
dos puntos. Pero nunca hay que p rescin d ir de un subtítulo, a m enos
que se tenga la absoluta seguridad del poder de la poesía, com o en:

El tañido de las trompetas en la noche desierta

Sigo sin saber de qué se tratab a este libro, ni tam poco cuál era el tem a
de otro m anuscrito sin subtítulo que recibim os recientem ente: Princi­
palmente el caos. Parece tener algo que ver con la física.
Una ú ltim a clase de excepciones se vincula con los m ovim ientos
no ortodoxos, en los cuales se tom a p o r sorpresa al lector en lugar de
cautivarlo con im ágenes y sonidos. Con la estratagem a del título abar-
cador, se supone que d e p o sita rá al lector en algún lugar, p o r lo que
puede h acer a u n lado la aliteración:

M arxismo y dominación: Una teoría de la liberación sexual, política


y tecnológica neohegeliana, fem inista y psicoanalítica
Psicoestética, psicologismo, psicología: Una investigación fenom e-
nológica de sus relaciones
LA EDICIÓN: UNA ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA. 113

Usted puede incluso tra ta r de apelar al sentido del h u m o r del lector:

E n las rocas: Geología de Gran Bretaña


Telar con vista: Vincent van Gogh “A Son Métier”
La vida en prosa: Lecturas de las primeras novelas francesas

Y, p o r últim o, usted puede tra ta r de darle al lecto r en m edio de los


ojos:

El im perativo fálico: A nálisis y crítica de las prioridades sexuales


m asculinas
Ciertamente: Una refutación del escepticismo

D ebería concluir con ese tono positivo. Pero al e n u m e rar las e stra te ­
gias que tienen a la m ano los autores académ icos, tengo que confesar
cierto escepticism o acerca de cualquier certidum bre relacionada con
el negocio editorial, así com o mi adm iración secreta p o r dos profeso­
res. El prim ero es un físico que le puso a su libro Apuntes de conferen­
cia sobre Ciencias Astrofísicas 522; el segundo, un biólogo que tituló el
suyo H ábitos de anidam iento de los escarabajos. N inguno de los dos,
m e apena decirlo, llegó a im prim irse.
Maestra de escuelá republicana, 1793.
VII. ¿QUÉ ES LA HISTORIA DEL LIBRO?*

l i v r e ” en F rancia, “Geschichte des B uchw esens” en Ale­


“I I i s t o i r e DU
m ania, "history o fb o o k s ” o bien “o f the book" en los países anglopar-
lantes: su nom bre varía de un lugar a otro, pero en todas partes se la
reconoce com o u n a relevante nueva disciplina. T am bién p o d ría lla­
m ársela h istoria social y cultural de la com unicación por m edio de la
im prenta, si el título no fuera poco atractivo, pues su objetivo es en ­
tender la form a en que las ideas se han transm itido por m edio de los
caracteres im presos y cóm o la difusión de la palabra im presa ha afec­
tado el pensam iento y la conducta de la hu m an id ad en el tran scu rso
de los últim os quinientos años. Algunos historiadores del libro llevan
sus indagaciones a la etapa previa a la invención del tipo móvil. Va­
rios estudiosos de los im presos se c o n c en tra n en los periódicos, en
los pliegos sueltos y en otras form as adem ás de los libros. El cam po
se pu ed e ex ten d er y a m p lia r de m u ch as m an eras; pero so b re todo
tiene que ver con los libros desde el tiem po de G utenberg, un área de
investigación que en los últim os años se ha desarrollado ta n rá p id a ­
m ente que p arece que lo g ra rá u n lu g ar al lado de cam pos com o la
historia de la ciencia y la h istoria del arte en el canon de las discipli­
nas del conocim iento.
Pase lo que pase con la h isto ria del libro en el futuro, su pasado
m u estra cóm o u n a ram a del conocim iento puede a d q u irir u n a iden ti­
dad académ ica propia. Surgió de la convergencia de varias disciplinas
en un conjunto de problem as com unes, todos ligados al proceso de la
com unicación. Inicialm ente, los problem as asum ieron la form a de p re­
guntas concretas en ram as del saber sin ninguna relación entre ellas:
¿C uáles fu ero n los textos orig in ales de S h ak esp eare? ¿Cuál fue la
causa de la Revolución Francesa? ¿Cuál es la conexión que existe en-

* Este ensayo se publicó originalm ente en Daedalus, verano de 1982, pp. 65-83. P os­
teriorm ente, intenté desarrollar sus tem as en un ensayo sobre la historia de la lectura
(véase el capítulo ix) y en "Histoire du livre-G eschichte des Buchw esens: An Agenda for
Com parative History", en Publishing History, núm . 22, 1987, pp. 33-41.

117
I.A PALABRA IM PRESA

Ire la cu ltu ra y la estratificación social? Al ocuparse de estas pregim


tas, los esp ecialistas e n c o n tra ro n que sus cam in o s se cru z a b a n en
una tierra de nadie localizada en la intersección de media docena di*
cam pos de estudio. D ecidieron c o n stitu ir un cam po de investigación
propio, e invitar a h istoriadores, estudiosos de la literatura, sociólo­
gos, bibliotecarios y a todos aquellos que d esearan com prender al li
bro com o u n a fuerza en la h isto ria. La h isto ria del libro com enzó ;i
te n e r sus p ro p ia s revistas especializad as, sus centros de investiga
ción, sus congresos y sus c irc u ito s de conferencias. R eunió ta n to a
los veteranos de la trib u com o a jóvenes osados.* Y aunque todavía
no lia ad optado contraseñas o saludos secretos o su propia población
de doctores, sus adh eren tes se p ueden reco n o cer por un brillo en la
mil .»da. Pertenecen a una causa com ún, uno de los pocos sectores de
l.r. ricm las hum anas donde existe u n ánim o de expansión y ráfagas
de nuevas ideas. •
A decir verdad, la historia de la historia del libro no comenzó ayer.
Si> i ('m onta a la erudición del R enacim iento, si no más allá; y com enzó
<n serio en el siglo xix, cuando el estudio de los libros com o objetos
m ateriales condujo al nacim iento de la bibliografía analítica en Ingla-
Icn a. Pero la investigación actual representa u n a desviación de la co-
i riente de erudición, que puede rastrearse hasta sus orígenes en el si-
j’.lo xix gracias a los núm eros viejos de The Library y Börsenblatt für
den Deutschen Buchhandel o de las tesis de la École des C hartres. La
nueva tendencia se desarrolló d u ran te la década de 1960 en Francia,
donde arraigó en instituciones com o la École Pratique des H autes É tu ­
des, y se difundió p o r m edio de publicaciones com o La aparición del
libro (1958), de Lucien Febvre y H enri-Jean M artin, y Livre et société
dans la France du XVIIIe siècle (2 volúm enes, 1965 y 1970), de un grupo
ligado de la VIe Section de la École Pratique des H autes Études.
Los nuevos historiadores del libro llevaron el asunto a los confines
de los tem as que estudiaba la "escuela de la revista Annales" de histo­
ria socioeconóm ica. En lu g ar de d eten erse en los puntos finos de la
bibliografía, tra ta ro n de d e scu b rir el esquem a general de la p ro d u c ­
ción y del consum o de libros en períodos de tiem po largos. C om pila­
ron esta d ístic a s a p a rtir de peticio n es de privilèges (una especie de

* En el original dice Young Turks, es decir, los Jóvenes turcos, en alusión a los refor­
madores del Comité de la Joven Turquía creado en 1865. [N. de T.]
¿Q U É E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 119

i i >i>yright), a n alizaro n el contenido de las bibliotecas privadas y ra s ­


trearon c o rrien tes ideológicas en géneros ignorados com o la biblio-
iln\jue bleue (prim itivos libros en rústica). Los libros raros y las bellas
ediciones no les in te resa ro n ; se c o n c en tra ro n , en cam bio, en los li­
bros m ás com unes y corrientes porque querían d escu b rir la experien-
« ¡a literaria de los lectores com unes y corrientes. P re se n ta ro n fenó­
m enos conocidos, com o la C o ntrarreform a y la Ilustración, bajo una
luz nada conocida al m o stra r h a sta qué p u n to la c u ltu ra tradicional
superó a la vanguardia en el su sten to literario de la sociedad entera.
Si bien no form aron u n conjunto de conclusiones definitivas, dem os­
tra ro n la relevancia de p la n te a r nuevas p re g u n ta s, u tiliz a r nuevos
m étodos y beber de nuevas fu en tes.1
El ejem plo de estos nuevos historiadores del libro se extendió por
E uropa y Estados Unidos, reforzando las tradiciones locales, com o los
estudios sobre la recepción en Alemania y la historia de la im prenta en
Inglaterra. Reunidos p o r u n a vocación com ún y anim ados p o r su en tu ­
siasm o p o r las ideas nuevas, los historiadores del libro em pezaron a
conocerse, p rim ero en cafés, luego en conferencias. C rearon nuevas
revistas: Publishing History, Bibliography Newsletter, Nouvelles du livre
ancien, Revue française d ’histoire du livre (nueva serie), Buchhandels-
geschichte y Wolfenbiitteler Notizen zur Buchgeschichte. F undaron nue­
vos centros: el In stitu t d'E tu d e du Livre en París, el A rbeitskreis für
Geschichte des Buchw esens en W olfenbüttel, el C enter for the Book en

1 Para ejemplos de este trabajo, véanse, además de los libros mencionados en el en­
sayo, Henri-Jean Martin, Livre, p o u vo irs et société à Paris au XVIIe siècle (1598-1701), 2
vols., Ginebra, 1969; Jean Quéniart, L'Imprimerie et la librairie à Rouen au XVIIIe siècle, Pa­
ris, 1969; René Moulinas, L'Imprimerie, la librairie et la presse à Avignon au xvm e siècle,
Grenoble, 1974, y Frédéric Barbier, Trois cents ans de librairie et d'im prim erie: Berger-Le-
vrault, 1676-1830, Ginebra, 1979, en la serie Histoire et civilisation du livre, la cual incluye
varias monografías escritas con criterios muy semejantes. La mayor parte de los trabajos
franceses ha aparecido en forma de artículos en la Revue française d ’h istoire du livre. Para
una revisión del campo realizada por dos de sus más importantes contribuyentes, véase
Roger Chartier y Daniel Roche, "Le livre, un changement de perspective”, en Faire de
l ’histoire, París, 1974, ni, pp. 115-136, y "L’Histoire quantitative du livre", en Revue
française d ’h istoire du livre, núm. 16, 1977, pp. 3-27. Para valoraciones afines realizadas
por dos compañeros de ruta estadounidenses, véanse Robert Damton, "Reading, Writing,
and Publishing in Eighteenth-Centuiy France: A Case Study in the Sociology of Litera-
ture”, en Daedalus, invierno de 1971, pp. 214-256, y Raymond Bim, "Livre et Société After
Ten Years: Formation of a Discipline”, en Studies on Voltaire an d the Eighteenth-Century,
núm. 151, 1976, pp. 287-312.
120 L.A PALABRA IM PR ESA

la Library of Congress. Coloquios especiales -q u e se han celebrado, en­


tre otros, en Ginebra, París, Boston, Worcester, W olfenbüttel y Atenas,
p o r no c ita r m ás que algunos de la década de 1970- disem inaron sus
investigaciones a escala internacional. E n el breve lapso de dos déca­
das, la historia del libro se volvió un cam po de estudios rico y variado.
De hecho, resultó tan rico que actualm ente m ás que un cam po p a­
rece u n bosque tropical. El explorador apenas puede avanzar. A cada
paso se enreda en u n a m araña exuberante de artículos en revistas es­
pecializadas y pierde el n im b o en los entrecruzam ientos de las disci­
plinas: la bibliografía analítica a p u n ta en tal dirección; la sociología
del conocim iento, en tal otra; m ientras que la historia, las letras y la
litera tu ra co m p arad a delim itan territo rio s que se superponen. El in­
v e stig a d o r es a co sad o p o r las reiv in d ic a cio n e s de la novedad - “la
nouvelle bibliographie matériele”, "la nueva historia literaria"-, y lo con­
funden m etodologías que com piten entre sí, que lo ponen a confrontar
ediciones, com pilar estadísticas, descifrar las leyes de propiedad inte­
lectual, abrirse paso entre resm as de m anuscritos, jad e a r m anejando
la barra de una im prenta com ún reconstruida y psicoanalizar los pro­
cesos m entales de los lectores. La h isto ria del libro está ta n llena de
disciplinas auxiliares que ya no es posible distinguir su contorno gene­
ral. ¿Cóm o puede el h isto riad o r del libro descuidar la h isto ria de las
bibliotecas, de la publicación, del papel, de la im prenta, de la lectura?
Pero ¿cóm o puede d o m in ar sus tecnologías, sobre todo cuando éstas
se presentan en im portantes m arcos extranjeros tales com o Geschichte
der Appellstruktur y Bibliométrie bibliologique? Esto es suficiente para
que uno desee retirarse a una biblioteca de libros raros y estim ar m ar­
cas de agua.
P ara to m ar cierta distancia de los desbordam ientos interdiscipli­
narios y observar el tem a en su conjunto, podría ser útil p ro p o n er un
m odelo general para analizar el m odo en que los libros nacen y se es­
p arcen p o r la sociedad. Es cierto que desde de la invención del tipo
móvil las condiciones han variado de u n lugar a otro y de una época a
otra, p o r lo que sería vano esperar que la biografía de cualquier libro
se apegue a un solo m odelo. Pero los libros im presos siguen m ás o m e­
nos el m ism o ciclo de vida. Éste puede describirse com o un circuito de
com unicación que va del au to r al lector pasando p o r el editor (si el li­
brero no desem peña este papel), el im presor, el distribuidor, el librero
y el lector. El lector com pleta el circuito porque influye sobre el a u to r
¿Q U É ES LA ! USTORIA DEL LIBRO? 121

lanto antes com o después del acto de com posición. Los m ism os auto­
res son lectores. Al leer y asociarse a otros lectores y escritores, form an
las nociones de género y estilo, así com o u n a idea general de la em ­
presa literaria, lo que afecta sus textos, ya sea que com pongan sonetos
a la m anera de Shakespeare o que redacten instrucciones p ara ensam ­
blar un equipo de radio. Un escritor puede responder en sus escritos a
las críticas de su obra o a n tic ip a r las reacciones que su texto provo­
cará. Se dirige a lectores im plícitos y recibe los com entarios de críticos
explícitos. Así se cierra el circuito. Transm ite m ensajes, tran sfo rm án ­
dolos en el cam ino, cuando pasan del pensam iento a la escritura, a los
textos im presos y regresan de nuevo al pensam iento. La historia del li­
bro a ta ñ e a cada fase de este proceso y a éste com o un todo, en el
transcurso de sus variaciones en el espacio y en el tiem po y en todas
sus relaciones con los otro s sistem as -eco n ó m ico , social, político y
c u ltu ral- del m undo circundante.
Se tra ta de u n a em presa enorm e. P ara m an te n er su tare a dentro
de p roporciones m anejables, los h isto riad o res del libro p o r lo gene­
ral sep aran un segm ento del circuito de com unicación y lo analizan
según los p ro ce d im ie n to s de u n a sola disciplina: la im p resió n , p o r
ejem plo, la cual estudian p o r m edio de la bibliografía analítica. Pero
las partes sólo tienen significación plena si están unidas al todo, y es
indispensable ten er u n a visión de co njunto del libro en tan to m edio
de com unicación si se quiere evitar que su h isto ria se fragm ente en
especializaciones esotéricas, separadas u nas de otras p o r técnicas es­
pecíficas y p o r u n a incom prensión m u tu a. El m odelo que aparece en
la figura vn. 1 ofrece u n a m an era de visualizar todo el proceso de co­
m unicación. Con ajustes m enores, se debe po d er a p licar a todos los
períodos de la h isto ria del libro im preso (los m an u scrito s y las ilus­
traciones serán objeto de o tro estudio), pero p referiría d iscutirlo en
rela ció n con la época que m ejo r conozco, el siglo xvm , y seguirlo
fase p o r fase, m o stran d o cóm o cada u n a de éstas se en cu en tra unida
a (1) otras actividades que u n a p erso n a d eterm in ad a está llevando a
cabo en un punto d eterm in ad o del circuito, (2) otras personas ub ica­
das en el m ism o m o m en to en otros circuitos, (3) o tra s perso n as en
otros puntos del m ism o circuito y (4) otros elem entos de la sociedad.
Las tre s p rim e ra s c o n s id e ra c io n e s se re fie re n d ire c ta m e n te a la
tra n sm isió n de un texto, m ie n tra s que la c u a rta c o n ciern e a las in ­
fluencias externas, que p ueden variar h asta el infinito. En aras de la
122

F ig u ra v n . 1. El circuito de la comunicación
LA PALABRA IM PRESA
¿Q U É ES LA HISTORIA DEL LIBRO? 123

M'iu illez, reduje la últim a a las tres categorías generales en el centro


*1*1 diagram a.
Los m odelos se las arreglan p ara expulsar a los seres hum anos de
l.i historia. P ara darle algo de vida a este m odelo y m o strar cóm o co­
in a sentido en un caso concreto, lo aplicaré a la historia de la publica-
i ión de Questions sur l'Encyclopédie de Voltaire, u n a im portante obra
de la Ilu stració n que influyó en la vida de un gran n úm ero de perso­
nas del libro del siglo xviii. Se puede e stu d ia r el circuito de la tra n s­
m isión de esta obra en cualquier punto: en la fase de su com posición,
por ejem plo, cuando Voltaire redacta su texto y organiza su difusión
con el fin de p rom over su ca m p a ñ a c o n tra la in to lera n c ia religiosa,
como sus biógrafos lo han m ostrado; o bien en la fase de la im presión,
cuando el análisis bibliográfico perm ite establecer la m ultiplicación de
las ediciones; o hasta en la fase de su introducción en las bibliotecas,
donde, según los estudios estadísticos de los historiadores literarios,
las obras de Voltaire ocupan un espacio im presionante.2 No obstante,
quisiera to m ar en consideración el vínculo m enos fam iliar del proceso
de difusión: el papel del librero, teniendo com o ejem plo a Isaac-Pierre
Rigaud de Montpellier, p ara exam inarlo por m edio de las cuatro consi­
deraciones antes m encionadas.3

1.

El 16 de agosto de 1770, Rigaud hizo un pedido de trein ta ejem plares


de la edición en octavo en nueve volúm enes de Questions sur l'En­
cyclopédie, que la Société typographique de N euchâtel ( s t n ) había co­
m enzado a im p rim ir poco tiem po antes en el principado prusiano de
N euchâtel en el lado suizo de la frontera franco-suiza. Por lo general,

2 Como ejemplos de este enfoque, véanse Théodore Besterman, Voltaire, Nueva York,
1969, pp. 433-434; Daniel Momet, "Les Enseignements des bibliothèques privées (1750-
1780)", en Revue d ’histoire littéraire de la France, núm. 17, 1910, pp. 449-492, y los estu­
dios bibliográficos que ahora se preparan bajo la dirección de The Voltaire Foundation,
que reemplazarán a la superada bibliografía de Georges Bengesco.
3 El siguiente relato se basa en las 99 cartas en el expediente de Rigaud que se en­
cuentra en los archivos de la Société typographique de Neuchâtel, Bibliothèque de la vi­
lle de Neuchâtel, Suiza (en adelante, s t n ), más algún otro material relevante procedente
de los enormes archivos de la s t n .
124 LA PALABRA IM PRESA

Rigaud prefería leer al m enos algunas páginas de un nuevo libro antes


de hacer una solicitud, pero consideró que las Questions... representa
ban un negocio tan bueno que se arriesgó a proveer su depósito de un
buen núm ero de ejem plares sin h a b e r visto antes la obra. Rigaud no
tenía ninguna sim patía personal por Voltaire. Al contrario, deploraba
la ten d e n c ia de este philosophe a re to c a r sin c e sa r sus libros, a ñ a ­
diendo y enm endando pasajes al m ism o tiem po que cooperaba con las
ediciones piratas, a espaldas de los editores originales. Tales prácticas
provocaban quejas de los clientes, quienes o b jetaban la recepción de*
textos inferiores, o insuficientem ente audaces. "Es extraño que al final
de su carrera, M onsieur de Voltaire no p u ed a todavía abstenerse de
en g añ ar a los libreros", se quejaba R igaud con la s t n . "Esto no sería
nada si todos estos ardides, fraudes y supercherías no recayeran m ás
que en su autor. Pero desgraciadam ente se acusa de ello com únm ente
a los im presores, y aun m ás a los libreros m inoristas".4 Voltaire les ha­
cía la vida difícil a los libreros, pero vendía bien.
La m ayor parte de los otros libros del negocio de Rigaud no tenía
nada de volteriano. Sus catálogos de ventas m u estra n que en cierto
m odo se especializó en libros de m edicina, que eran siem pre m uy soli­
citados en M ontpellier, gracias a la fam osa facultad de m edicina de la
universidad. Rigaud tenía tam bién una discreta sección de libros pro­
testantes porque M ontpellier se en co n trab a en territorio hugonote. Y
cuando las autoridades hacían la vista gorda, m etía unas cuantas re ­
m esas de volúm enes p ro hibidos.5 Pero p o r lo general abastecía a sus
lectores con libros de todo tipo, que sacaba de un inventario por valor
de p o r lo m enos 45 mil libras tom esas, el m ayor de M ontpellier y pro­
bablem ente de todo Languedoc, según un inform e del subdélégué del
intendente.6
La m anera en la que Rigaud hacía sus pedidos a la st n da una idea
del carácter de su em presa. A diferencia de otros grandes com ercian­
tes provincianos, quienes especulaban con una centena de ejem plares
de un solo libro, o au n m ás, cuando o lfateaban un best seller, él rara

4 Rigaud a la s t n , 27 de julio de 1771.


5 El esquema en los pedidos de Rigaud se ve en sus cartas a la s t n y en los "Livres de
Commission” de la s t n , en donde la s t n registraba los pedidos. Rigaud incluyó catálogos
de sus principales stocks en sus cartas del 29 de junio de 1774 y del 23 de mayo de 1777.
6 Madeleine Ventre, L’Im prim erie et la librairie en Languedoc au dernier siècle de VAn­
cien Régime, París y La Haya, 1958, p. 227.
¿(JIJÉ E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 125

ve/, en carg ab a m ás de m edia docena de u n a sola obra. Leía m uchí-


\¡m o, co n su ltab a a sus clientes, efectuaba sondeos aprovechando su
correspondencia com ercial y estudiaba los catálogos que le enviaban
la s t n y sus otros proveedores (en 1785, el catálogo de la s t n incluía
750 títulos). Entonces escogía una decena de títulos y encargaba justo
los ejem plares suficientes para p rep arar un cajón de 50 libras, el peso
m ínim o req u erid o p ara un envío al precio m ás bajo cob rad o por los
conductores de carretas. Si los libros se vendían bien, volvía a efectuar
un pedido; pero generalm ente se lim itaba a órdenes m uy pequeñas, y
hacía cuatro o cinco al año. Así, conservaba su capital, m inim izaba los
riesgos y form aba u n a reserva tan im portante y variada que su noy,o
ció se volvió un centro distribuidor para todo tipo de dem anda litera
ria en la región.
El esquem a de los pedidos de Rigaud, que se destaca claram ente
en los libros de cuentas de la s t n , m u estra que a sus clientes les olie
cía un poco de todo: libros de viajes, historias, novelas, obras religio­
sas y ocasionales tra ta d o s científicos o filosóficos del m om ento. I .n
lugar de seguir sus propias preferencias, parecía tra n sm itir m uy exac­
tam en te la d em an d a y vivir conform e a las reglas p revalecientes de
pru d en cia en el com ercio del libro, que otro de los clientes de la st n
resum ió así: “El m ejor libro p ara un librero es un libro que vende”.7
Teniendo en cu e n ta su cautelosa m an e ra de h a c er negocios, que R i­
gaud d ecid iera e n c arg a r p o r a n tic ip a d o tre in ta juegos de los nueve
volúm enes de Questions sur l’Encyclopédie resulta especialm ente inte­
resante. Rigaud no h a b ría invertido tan to dinero en u n a sola ob ra si
no hubiera estado seguro de la dem anda, y sus últim os pedidos m ues­
tra n que había calculado correctam ente. El 19 de junio de 1772, poco
después de rec ib ir el últim o e m b arq u e del últim o volum en, R igaud
encargó o tra docena de juegos; y dos años después pidió otro s dos,
aunque p ara entonces la st n ya había agotado sus reservas. H abía im ­
preso u n a edición de 2.500 ejem plares, casi el doble de su tirad a h ab i­
tual, y los libreros se hab ían m atado en el apuro p o r conseguirlo. De
suerte que el pedido de Rigaud no fue u n a aberración. E xpresaba una
corriente de volterianism o que se había extendido a lo largo y a lo a n ­
cho del público lector del Antiguo Régim en.

7 B. André a la stn , 22 de agosto de 1784.


128 LA PALABRA IM PRESA

gaud. ¿Por qué la st n no trabajaba m ás rápido? ¿No se daba cuenta de


que lo hacía perder clientes en beneficio de sus com petidores? Si ellos
no eran capaces de ofrecerle entregas m ás rápidas a m ás bajo precio,
en adelante Rigaud se vería obligado a dirigirse a Cramer. Cuando los
volúm enes uno a tres llegaron finalm ente de Neuchátel, los volúm enes
cuatro a seis de G inebra ya estaban a la venta en las casas de otros li­
breros. R igaud com paró los textos, palab ra por palabra, y com probó
que la edición de la s t n no incluía el m aterial adicional que ellos de­
bían rec ib ir de form a secreta de p a rte de Voltaire. E ntonces, ¿cóm o
podía h a c er valer la ventaja de las "adiciones y c o rreccio n es” en su
cam p añ a pub licitaria? Llovieron las recrim in acio n es en tre M ontpe-
llier y N euchátel, y m o straro n que Rigaud estaba dispuesto a explotar
h a sta la ú ltim a pulgada de la m en o r v entaja que p u d iera co n seg u ir
sobre sus com petidores. Es m ás, revelaron asim ism o que Questions
sur l'Encyclopédie se estaba vendiendo en todo M ontpellier aunque su
c ircu lació n e stab a legalm ente p ro h ib id a en F rancia. Lejos de e sta r
confinada al com ercio clandestino de personajes m arginales com o “la
m adre de los estudiantes", la ob ra de V oltaire se convirtió en un ar­
tículo m uy apreciado en la carrera p o r la obtención de ganancias en el
corazón m ism o del com ercio establecido del libro. M ientras ciertos
com erciantes com o Rigaud sacaran las uñas a propósito de los envíos
de estos libros, V oltaire po d ía e s ta r seguro de que estab a log ran d o
p ro p a g a r sus ideas a través de las p rin cip ales líneas del sistem a de
com unicación de Francia.

3.

El papel de Voltaire y de C ram er en el proceso de difusión plantea el


problem a de cóm o se inserta la operación de Rigaud en las otras e ta­
pas del ciclo de vida de Questions sur l’Encyclopédie. Rigaud sabía que
no h ab ía conseguido u n a p rim era edición: la s t n h abía enviado u n a
circular a sus principales clientes en la que les explicaba que rep ro d u ­
ciría el texto de Cramer, pero con correcciones y adiciones su m in istra­
das p o r el propio autor, p o r lo que su versión sería m ejor que la origi­
nal. Uno de los directores de la s t n había ido a ver a Voltaire a Ferney
en abril de 1770 y h a b ía regresado con la pro m esa de que reto c aría
las hojas im presas que iba a rec ib ir de C ram er y las enviaría a Neu-
¿QUÉ E S LA HISTORIA DEL LIBRO? 129

cliatel para una edición p ira ta .12 M uchas veces Voltaire em pleó argu-
i ias de este tipo. Le perm itían m ejorar la calidad y a u m e n tar la canti­
dad de sus libros, lo que servía a su principal propósito, que no era el
di- hacer dinero, pues no vendía su prosa a los im presores, sino propa­
gar la Ilustración. Sin em bargo, el tem a de la ganancia financiera m an­
tenía en m ovim iento al resto del sistem a. Así que cuando C ram er supo
que la s tn preten d ía invadir su m ercado, protestó ante Voltaire; este
ni lim o retiró la prom esa que había hecho a la stn , y la s tn se vio obli­
gada a acep tar u n a versión diferente del texto, que recibió de Femey,
pero sólo con adiciones y correcciones m ínim as.13 De hecho, este con­
tratiem po no perjudicó sus ventas, pues el m ercado tenía espacio de
sobra p ara ab so rb er ediciones, no sólo la de la STN sino tam bién una
que M arc M ichel Rey realizó en A m sterdam , y pro b ab lem en te otras.
Los libreros tenían su lista de proveedores, y escogían en función de
las ventajas adicionales que podían obtener en m ateria de precios, ca­
lidad, rapidez y confiabilidad en las entregas. R igaud tra ta b a regular­
m ente con los editores de París, Lyon, R uán, Aviñón y G inebra. Los
ponía a com petir entre sí, y a veces pedía el m ism o libro a tres o cuatro
tie ellos p a ra asegurarse de recibirlo antes que sus com petidores. Al
trabajar varios circuitos a la vez, aum entaba su m argen de m aniobra.
I'ero en el caso de Questions sur l’Encyclopéáie, superaron su habilidad
de m an io b ra y se vio obligado a recibir su m ercancía p o r la tortuosa
ruta de Voltaire-Cramer-Voltaire-STN.
Esa ru ta no hacía m ás que llevar el m anuscrito del au to r al im pre­
sor. Para que las hojas im presas llegaran a Rigaud en M ontpellier pro­
venientes de la stn debían seguir uno de los itinerarios m ás complejos
del circuito del libro. E xistían dos. Uno iba de N euchátel a G inebra,
Turin, Niza (que todavía no era francesa) y M arsella. Tenía la ventaja
de evitar el territo rio francés -y, p o r lo tanto, el peligro de confisca­
ción-, pero su p o n ía rodeos y gastos enorm es. Los libros deb ían e n ­
viarse a través de los Alpes y p a sar por todo un ejército de interm edia­
rios antes de llegar al depósito de Rigaud: tra n sp o rtista s, barqueros,
carreteros, cuidadores de depósitos, capitanes de navio y estibadores.
Los m ejores tran sp o rtistas suizos afirm aban que eran capaces de h a ­
cer llegar un cajón a Niza en un m es por 13 libras tom esas, 8 sous, por

12s t n a Gosse y Pinet, libreros de La Haya, 19 de abril de 1770.


13s t n a Voltaire, 15 de septiembre de 1770.
130 LA PALABRA IM PRESA

cada 100 libras de peso, pero sus estim aciones resu ltaro n m uy bajas.
La ru ta directa N euchátel-M ontpellier p o r Lyon y la ribera del Ródano
era rápida, barata y fácil, pero peligrosa. Al ingresar a Francia, los ca
jones debían ser sellados e inspeccionados por el grem io de libreros y
por el inspector real del libro en Lyon; luego, reexpedidos e inspeccio­
nados una vez m ás en M ontpellier.14
Siem pre prudente, Rigaud pidió a la st n que enviara los prim eros
volúmenes de Questions sur l’Encyclopédie por la ru ta larga, pues sabía
que su agente de Marsella, Joseph Coulomb, era de fiar p ara introducir
los libros en Francia sin contratiem pos. Éstos salieron el 9 de diciembre
de 1771, pero no llegaron sino después de m arzo, cuando los com petido­
res de Rigaud ya estaban vendiendo los tres prim eros volúm enes de la
edición de Cramer. El segundo y el tercer volumen llegaron en julio, pero
sobrecargados de gastos de transporte y estropeados por una m anipula­
ción brutal. “Parece que estam os a cinco o seis mil leguas de distancia",
se quejó Rigaud, añadiendo que lam entaba no haber pasado su pedido a
Cramer, cuyos envíos ya iban por el tom o seis.15 Para entonces, la st n ya
estaba tan preocupada por la pérdida de clientes en todo el sur de Fran­
cia que lanzó una operación de contrabando en Lyon. Su hom bre, un li­
brero m arginal llamado Joseph-Louis Berthoud, hizo pasar el cuarto y el
quinto volumen frente a las narices de los inspectores del ram o, pero su
negocio quebró; y para em peorar las cosas, el gobierno francés decretó
un im puesto de 60 libras tornesas por cada 100 libras en todas las im ­
portaciones de libros. La stn volvió a la ruta de los Alpes, ofreciendo lle­
var los envíos hasta Niza por 15 libras tornesas cada 100 libras de peso,
si Rigaud asum ía el resto de los gastos, incluidos los derechos de impor­
tación. A Rigaud le pareció que estos derechos significaban un golpe tan
duro p ara el comercio internacional que suspendió todos sus pedidos a
los proveedores extranjeros. La nueva política arancelaria hacía que el
camuflaje de libros ilícitos como obras legales y su pasaje por los canales
comerciales norm ales alcanzara precios prohibitivos.
En diciem bre, Jacques Deandreis, el agente de la st n en Niza, reci­
bió un em b arq u e del sexto volum en de Questions sur l’Encyclopédie

14 Este relato se basa en la correspondencia de la s t n con intermediarios a lo largo de


las rutas, sobre todo los transportistas Nicole y Galliard, de Nyon, y Secrétan y De la
Serve, de Ouchy.
15 Rigaud a la s t n , 28 de agosto de 1771.
¿Q U É ES LA HISTORIA DEL LIBRO? 131

ilr .l¡nado a Rigaud p o r el puerto de Séte, supuestam ente cerrado a la


im portación de libros. Al c o m p ren d er que p rácticam en te h ab ía des-
liilíelo el com ercio del libro extranjero, el gobierno francés bajó la ta-
i ila a 26 libras tornesas p o r cada 100 libras de peso. Rigaud propuso
• (im partir gastos con sus proveedores: él pagaría u n a tercera parte si
t ilos aceptaban asum ir las otras dos. Esta proposición le convenía a la
m n ; pero en la prim avera de 1772, Rigaud decidió que la ru ta de Niza
i*i a dem asiado onerosa bajo cualquier circunstancia. Tras escuchar su-
lu ientes quejas de sus otros clientes p ara llegar a la m ism a conclusión,
la st n envió a uno de sus directores a la ciudad de Lyon y persuadió a
un com erciante leonés confiable, J.-M. B arret, p a ra que recibiera sus
em barques p o r m edio de la corporación local y los enviara a sus clien­
tes de provincia. Gracias a este convenio, los tres últim os volúm enes de
Questions sur l'Encyclopédie llegaron a Rigaud en el curso del verano.
Un esfuerzo co n tin u o y gastos considerables hab ían sido necesa­
rios para que todo el pedido llegara a M ontpellier, y Rigaud y la STN no
d ejaro n de re a ju s ta r sus ru ta s de apro v isio n am ien to u n a vez te rm i­
n a d a esta tra n sa c c ió n . Com o las p resio n e s económ icas y po líticas
cam b iab an sin cesar, se vieron obligados a rea ju sta r constantem ente
sus arreglos en el com plejo m undo de los interm ediarios, quienes enla­
zaban a las im prentas con las librerías y, a fin de cuentas, d eterm in a­
ban el género de literatura que llegaba a los lectores franceses.
No es posible establecer la m anera en la que los lectores asim ila­
ron sus libros. El análisis bibliográfico de todos los ejem plares locali-
zables indicaría qué variedades del texto fueron accesibles. Un estudio
de los archivos notariales de M ontpellier po d ría d a r una idea del n ú ­
m ero de ejem plares que fueron legados en herencia, y los catálogos de
las subastas p o d rían p e rm itir evaluar la can tid ad de volúm enes con­
servados en las bibliotecas privadas. Pero debido al estado actual de la
docum entación, ignoram os la identidad de los lectores de Voltaire o
cóm o resp o n d iero n a su texto. La lectu ra a ú n sigue siendo la etapa
m ás difícil de estudiar en el circuito que siguen los libros.

4.

Todas las etapas se vieron afectadas por las condiciones sociales, eco­
nóm icas, políticas e intelectuales de la época; pero p ara Rigaud, estas
132 LA PALABRA IM PRESA

influencias generales se hicieron sentir dentro de un contexto local. I I


vendía libros en u n a ciudad de 31 m il habitantes. A p esar de su prós­
pera industria textil, M ontpellier era esencialm ente un anticuado con
tro religioso y adm inistrativo, m uy bien dotado de instituciones cultu
rales, incluidas una universidad, u n a academ ia de ciencias, 12 logias
m asónicas y 16 com unidades m onásticas. Y com o era la sede de los
E stados Provinciales de Languedoc y una intendencia, y contaba tam ­
bién con un conjunto de cortes, la ciudad tenía u n a fuerte población de
abogados y funcionarios reales. Si eran com o sus hom ólogos en otros
centros provinciales,16 es probable que rep re sen ta ra n u n a fuente de
clientes p ara Rigaud y que se interesaran en la literatura de la Ilustra­
ción. En su correspondencia, Rigaud no llegó a hacer alusión al m edio
social de sus clientes, pero señaló que reclam aban las obras de Voltaire,
R ousseau y Raynal. Se suscribieron m asivam ente a la Encyclopédie, e
incluso encargaron tratados ateos com o Sistema de la naturaleza y Fi­
losofía de la naturaleza. M ontpellier no era u n p áram o intelectual, y
era un terreno propicio p ara los libros. “El com ercio del libro está m uy
extendido en esta ciudad", escribió un observador en 1768. “Los libre­
ros han tenido bien surtidos sus locales desde que los habitantes desa­
rrollaron el gusto por las bibliotecas.”17
Estas condiciones favorables aún existían cuando Rigaud encargó
sus Questions sur VEncyclopédie. Pero a principios de la década de 1770
com enzó u n a época difícil; y en la de 1780, com o la m ayoría de los li­
breros, R igaud se quejó de u n severo descenso en su ram o. Según la
a c ep ta d a relación de C. E. L abrousse, toda la econom ía francesa se
contrajo en esos añ o s.18 En efecto, las finanzas del E stado cayeron en
picada; de ahí el d esastro so ara n c e l so b re el libro de 1771, que fue
parte del inútil em peño de Terray por reducir el déficit acum ulado du-

16 Robert Darnton, The B usiness o f Enlightenm ent: A P ublishing H istory o f the E ncy­
clopédie 1775-1800, Cambridge ( m a ), 1979, pp. 273-299 [trad, esp.: El negocio de la Ilus­
tración . H istoria ed ito ria l de la E ncyclopédie, 1775-1800, trad, de M árgara Averbach y
Kenya Bello, México, Fondo de Cultura Económica, 2006],
17 Anónimo, "État et description de la ville de Montpellier, fait en 1768", en M ontpel­
lier en 1768 et en 1836 d'après deux m a n u scrits inédits, ed. de J. Berthelé, Montpellier,
1909, p. 55. La fuente principal del relato es esta rica descripción contem poránea de
Montpellier.
18 C. E. Labrousse, La Crise de l ’écon om ie française à la fin de VAncien R égim e et au
débu t de la Révolution, Paris, 1944.
¿Q U É E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 133

i .mli* la G uerra de los Siete Años. Asimismo, el gobierno intentó impe-


ilu la introducción de libros piratas y prohibidos, prim ero, por m edio
. It - un trabajo policíaco m ás severo entre 1771 y 1774, y luego, por una
reform a general del com ercio del libro en 1777. Al final de cuentas, es-
!;is políticas a rru in a ro n el com ercio de R igaud con la STN y con las
otras casas editoriales que hab ían crecido en las fronteras francesas
durante los prósperos años de m ediados del siglo. Los editores extran­
jeros producían tan to ediciones originales que no pasaban la censura
francesa com o ediciones piratas de los libros que publicaban los edito­
res parisinos. Como los parisinos habían logrado un m onopolio virtual
sobre la in dustria legal del libro, sus rivales en las provincias form aron
alianzas con las casas extranjeras y h acían la vista gorda cuando los
envíos del exterior llegaban p ara su revisión en las cám aras sindicales
(chambres syndicales ) de provincia. Bajo Luis XIV, el gobierno se sirvió
del grem io p arisin o p a ra rep rim ir el com ercio clandestino de libros,
pero esta vigilancia se relajó cada vez m ás bajo Luis XV, hasta que dio
com ienzo un nuevo p e río d o de severidad con la caída del m in istro
Choiseul (diciem bre de 1770). Así, las relaciones de Rigaud con la stn
se in sertaron perfectam ente en un esquem a político y económ ico que
había dom inado el com ercio del libro desde com ienzos del siglo xvm y
que em pezó a esfum arse al m ism o tiem po en que los prim eros cajones
con las Questions sur VEncyclopédie se en c o n trab a n en cam ino entre
N euchâtel y M ontpellier.

P odrían a p a re c er otros p atro n es en o tras investigaciones, ya que no


hace falta aplicar el m odelo de la m ism a m anera y ni siquiera aplicar
alguno. No pretendo que la historia del libro deba escribirse conform e
a u n a fórm ula estándar, sino que trato de m o strar que sus elem entos
inconexos se p ueden a g ru p a r en un solo esquem a conceptual. O tros
histo riad o res del libro pueden p referir patro n es diferentes. Algunos,
com o M adeleine Ventre, pueden concentrarse en el com ercio del libro
en la región de L anguedoc o en la bib lio g rafía general de V oltaire,
com o lo han hecho Giles Barber, Jérôm e Vercruysse y otros, o incluso
en el patrón general de la producción del libro en el siglo xvm francés,
a la m an era de F rançois F uret y R obert E stiv als.19 Pero m ás allá de

19 Madeleine Ventre, L'Imprimerie et la librairie en Languedoc..., op. cit.] François Fu­


ret, “La 'librairie' du royaume de France au xvme siècle", en François Furet et a i, Livre et
134 LA PALABRA IM PRESA

cóm o definan su tema, sólo obtendrán una plena significación si lo re­


lacionan con todos los elem entos que conform aron un circuito desti
nado a la transm isión de textos. Para m ayor claridad, regresaré una ve/
m ás sobre el circuito m odelo, señalando las cuestiones que ya han sido
exam inadas con éxito o que parecen propicias para la investigación.

I. A u t o r e s

A p e sa r de la p ro life rac ió n de b iografías de g ran d es e scrito res, las


condiciones fundam entales de la au to ría siguen siendo oscuras en la
m ayor p arte de las etapas de la historia. ¿En qué m om ento los escri­
tores se lib eraro n del m ecenazgo de la acau d alad a nobleza y del E s­
tad o p a ra vivir de su plum a? ¿Cuál era la n atu raleza de u n a carre ra
literaria y cóm o se seguía? ¿Cómo lidiaban los escritores con editores,
im presores, libreros, críticos y e n tre sí? H asta que no se co n teste a
estas preguntas no com prenderem os cabalm ente el proceso de tra n s­
m isión de los textos. V oltaire pud o c o n c e rta r alian zas secretas con
editores piratas porque p a ra vivir no dependía de su plum a. Un siglo
después, Zola proclam ó que la independencia de un escrito r provenía
de vender su pro sa al m ejor postor.20 ¿Cóm o se dio esta tra n sfo rm a ­
ción? El tra b a jo de Jo h n L ough em p ieza a p ro p o rc io n a r u n a re s ­
puesta, pero se puede rea liz a r u n a investigación m ás sistem ática so­
bre la evolución de la república de las letras en F rancia gracias a los
inform es de la policía, los alm an aq u es literario s y las b ib liografías
{La France littéraire da los nom bres y publicaciones de 1.187 autores
en 1757 y 3.089 en 1784). E n A lem ania, la situ ació n es m ás o scu ra
debido a la frag m en tació n de los E stad o s alem anes an tes de 1871.
P ero los in v estig ad o res a le m an e s c o m ie n za n a a b re v a r en fuentes
co m o Das Gelehrte Teutschland, que m en c io n a a 4 m il a u to re s en
1779, y a establecer los lazos en tre autores, editores y lectores en los

so ciété dans la France du xviue siècle, París y La Haya, 1965, vol. 1, pp. 3-32, y Robert
Estivals, La S ta tistiq u e bibliograph iqu e de la France so u s la m onarchie au x v m e siècle,
París y La Haya, 1965. La obra bibliográfica será publicada bajo los auspicios de The
Voltaire Foundation.
20 John Lough, Writer an d Public in France: From the Middle Ages to the Present Day,
Oxford, 1978, p. 303.
¿Q U É E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 135

estudios regionales y m onográficos.21 M arino Berengo m ostró que en


Italia se puede llegar a num erosos conocim ientos sobre las relaciones
autor-editor.22 A. S. Collins sigue ofreciendo u n a excelente relación
sobre la a u to ría en In g laterra, aunque haya que po n erla al día y ex­
tenderla m ás alia del siglo x v i i i .23

II. E d it o r e s

El papel clave de los editores com ienza a precisarse con m ayor clari­
dad gracias a los artículos que aparecen en Journal o f Publishing His-
tory y m o n o g rafías com o The World of Aldus M anutius, de M artin
Lowry; Charles Dickens and His Publishers, de R obert Patten, y Entre­
preneurs o f Ideology. Neoconservative Publishers in Getmany, 1890-1933,
de Gary Stark. Pero la evolución del ed ito r com o u n a figura diferen­
ciada, en contraste con el m aestro librero y el impresor, aún necesita de
un estudio sistem ático. Los historiadores apenas han com enzado a abre­
var en los docum entos de los editores, aunque éstos son la m ás rica de
todas las fuentes p ara la historia del libro. Los archivos de Cotta Verlag
en M arbach, por ejem plo, contienen al m enos 150 mil piezas; sin em ­
bargo, sólo han sido exam inadas con relación a Goethe, Schiller y otros
escritores célebres. F u tu ras investigaciones con seguridad obtendrán
m ucha inform ación concerniente al libro com o fuerza en la Alemania
del siglo xix. ¿Cómo celebraban los editores los contratos con los auto­
res? ¿Establecían alianzas con los libreros? ¿Negociaban con las autori­
dades políticas? ¿Cómo adm inistraban sus finanzas, aprovisionam ien­
tos, rem esas y publicidad? Las respuestas a estas preguntas llevarán a la

21 Para estudios y selecciones de investigaciones alemanas recientes, véase Helmuth


Kiesel y Paul Münch, G esellschaft u n d L iteratur im 18. Jahrhundert. Voraussetzung un d
Entstehung des literarischen M arkets in Deutschland, Munich, 1977; Aufklärung, A bsolu­
tism u s u n d Bürgertum in D eutschland, ed. de Franklin Kopitzsch, Munich, 1976, y Her­
bert G. Göpfert, Vom A utor zu m Leser, Munich, 1978.
22 Marino Berengo, Intelletuali e librai nella M ilano della R estaurazione, Turin, 1980.
Sin embargo, en términos generales, la versión francesa de la histoire du livre ha tenido
una recepción menos entusiasta en Italia que en Alemania: véase Furio Diaz, "Método
quantitative e storia delle idee", en R ivista storica italiana, núm. 78, 1966, pp. 932-947.
23 A. S. Collins, A uthorship in the Days o f Johnson, Londres, 1927, y The Profession o f
Leiters (1780-1832), Londres, 1928. Para trabajos más recientes, véase John Feather,
"John Nourse and His Authors", en Studies in Bibliography, núm. 34, 1981, pp. 205-226.
136 LA PALABRA IM PRESA

historia del libro a lo profundo del cam po de la historia social, ecom »


m ica y política, en beneficio de todos.
El Project for H istorical B iobibliography de N ew castle en Tyur y
el In stitu t de L ittérature et de Techniques Artistiques de M asse en Qui
déos ilustran sobre las orientaciones que ha tom ado ya tal trabajo i11
terdisciplinario. El grupo de Burdeos tra ta de seguir los libros por d is ­
tin to s siste m a s de d istrib u c ió n a fin de d e s c u b rir la e x p erien cia
literaria de diversos grupos en la F rancia contem poránea.24 Los inves­
tigadores de New castle han estudiado el proceso de difusión p o r m e­
dio del análisis cuantitativo de las listas de suscripción, que m ucho se
usaron en las cam pañas de ventas de los editores ingleses desde p rin ­
cipios del siglo xvii h a sta principios del siglo xix.25 Un trab ajo p a re ­
cido se podría hacer con los catálogos y los prospectos de los editores,
reunidos en centros de investigación com o la N ew berry Library. Todo
el tem a de la publicidad de los libros requiere de una investigación. La
presentación de una obra -la estrategia de atracción, los valores invo­
cados en el fraseo- en todas las form as de publicidad, desde los a n u n ­
cios en las revistas hasta los carteles, puede decim os m ucho sobre las
actitudes con respecto a los libros y sobre el contexto de su uso. Los
h isto ria d o res estad o u n id en ses em plean los avisos en los periódicos
p ara u b ica r la difusión de la palab ra im presa en los puntos distantes
de la sociedad colonial.26 La consulta de los docum entos de los edito­
res p e rm itió re a liz a r in cu rsio n es m ás p ro fu n d as en los siglos xix y
xx.27 Pero, p o r desgracia, los editores suelen tra ta r sus archivos com o
basura. Aunque de vez en cuando salven la carta de algún escritor co­

24 Robert Escarpit, Le littéraire et le social. E lém ents p o u r une sociologie de la littéra­


ture, Paris, 1970 [trad. esp.: H acia una sociología del hecho literario, trad. de Luis Anto­
nio Gil López, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1974].
25 Peter John Wallis, The Social Index: A N ew Technique for M easuring Social Trends,
Newcastle en Tyne, 1978.
26 William Gilmore está completando en la actualidad un amplio proyecto de investi­
gación sobre la difusión de los libros en Nueva Inglaterra. Sobre los aspectos políticos y
económicos de la prensa colonial, véase Stephen Botein, ‘"Meer Mechanics' and an Open
Press: The Business and Political Strategies of Colonial American Printers", en Perspecti­
ves in Am erican History, núm. 9, 1975, pp. 127-225, y The Press a n d the Am erican R évolu­
tion, ed. de Bernard Bailyn y John B. Hench, Worcester ( m a ), 1980, que contiene amplias
referencias al trabajo sobre la historia temprana del libro en Estados Unidos.
27 Para una visión general del trabajo reciente sobre la historia de los libros en Estados
Unidos, véase Hellmut Lehmann-Haupt, The Book in America, ed. rev., Nueva York, 1952.
¿Q U É E S LA HISTO RIA DEL LIBRO? 137

nocido, tiran los libros de cuentas y la correspondencia com ercial, que


.olí generalm ente las fuentes de inform aciones m ás valiosas p ara el
historiador del libro. El C enter for the Book de la Library of Congress
cslá preparando una guía de los archivos de los editores. Si estas fuen-
ic's se preservan y se estu d ian , p e rm itirá n ver la h isto ria de E stados
I luidos desde una nueva perspectiva.

III. IMPRESORES

El taller de la im prenta es la fase m ás conocida de la producción y di­


fusión de libros porque ha sido un privilegiado objeto de estudio en el
cam po de la bibliografía analítica, cuyo propósito, según la definición
de R. B. M cK errow y Philip Gaskell, es “dilucidar la transm isión de los
textos explicando el proceso de la producción de los libros”.28 Los bi­
bliógrafos han hecho valiosos aportes a la crítica textual, sobre todo en
el conocim iento de Shakespeare, por m edio de la elaboración de infe­
rencias que se rem ontan de la estructura del libro al proceso de su im ­
presión, y, de ahí, a un texto original, com o los m anuscritos perdidos
de Shakespeare. D. F. M cKenzie criticó recientem ente esa línea de ra ­
z o n a m ien to .29 Pero a u n q u e no p u e d a n rec o n stitu ir u n S hakespeare
prim igenio, los bibliógrafos son capaces de dem ostrar la existencia de
distintas ediciones de un texto y las diferentes etapas de u n a edición,
u n a habilidad indispensable en los estudios de difusión. Sus técnicas
tam bién perm iten descifrar los inform es de los im presores y abren una
fase archivística nueva en la historia de la im prenta. Gracias a los tra ­
bajos de M cKenzie, León Voet, R aym ond de Roover y Jacques Rych-
ner, hoy tenem os u n a idea m ás clara de la form a en la que operaron
las im prentas durante todo el período de la im presión m anual (1500 a
1800 a p ro x im ad am en te).30 H ay que e m p ren d er otros trab ajo s sobre

28 Philip Gaskell, A N ew In tro d u ctio n to Bibliography, Nueva York y Oxford, 1972,


prefacio. La obra de Gaskell ofrece una excelente visión general del tema.
29 D. F. McKenzie, "Printers of the Mind: Some Notes on Bibliographical Theories
and Printing House Practices", en Stu dies in Bibliography, núm. 22, 1969, pp. 1-75.
30 D. F. McKenzie, The Cam bridge U n iversity Press 1696-1712, 2 vols., Cambridge,
1966; León Voet, The Golden Com passes, 2 vols., Ámsterdam, 1969 y 1972; Raymond de
Roover, "The Business Organization of the Plantin Press in the Setting of Siexteenth-
Century Antwerp", en De gulden passer, núm. 24, 1956, pp. 104-120; Jacques Rychner, "A
138 LA PALABRA IM PRESA

períodos m ás recientes, y se pueden plantear nuevas preguntas: ¿cómo


los im presores calculaban los gastos y organizaban la producción, so­
bre todo después del auge de la im presión de folletos y circulares y del
periodism o? ¿Cómo cam b iaro n los presupuestos de los libros con la
intro d u cció n del papel fabricado m ecánicam ente, en la p rim e ra dé­
cada del siglo xix, y del linotipo, en el curso de la década de 1880?
¿Cómo afectaron los cam bios tecnológicos la organización del trabajo?
¿Qué papel desem peñaron en la historia del trabajo los oficiales jo rn a ­
leros de im prenta, u n a fracción extraordinariam ente articulada y m ili­
tan te de la clase trabajadora? La bibliografía analítica puede parecer
herm ética al lego, pero podría ofrecer una gran contribución a la his­
toria social y literaria, sobre todo si se com plem enta con u n a lectura
de los m anuales y las autobiografías de los im presores, com enzando
p or las de Thom as Platter, Thom as Gent, N. E. R estif de la B retonne,
Benjam ín Franklin y Charles M anby Sm ith.

IV. T r a n spo rtista s

Poco se sabe sobre la m anera en la que los libros llegaban a las libre­
rías provenientes del taller del im presor. La carreta, la barcaza, el n a­
vio m ercan te, la oficina de co rreo s y el fe rro c a rril acaso h ay an in ­
fluido en la h istoria de la literatu ra m ucho m ás de lo que se sospecha.
Aunque las facilidades de tran sp o rte hayan afectado poco a este ram o
en los grandes centros de publicación com o Londres y París, a veces
d eterm in aro n el flujo y el reflujo de los negocios en las áreas a p a rta ­
das. Antes del siglo xix, los libros se enviaban g eneralm ente en plie­
gos, p ara que el cliente los en cu ad ern ara a su gusto y según sus posi­
bilidades económ icas. Viajaban en grandes bultos, envueltos en papel
grueso, y la lluvia y la fricción de las cuerdas los estropeaban con fa­
cilidad. C om parados con bienes com o los textiles, su valor intrínseco
e ra bajo, pero los gastos de envío e ra n altos, debido al tam a ñ o y el
peso de los pliegos. P o r eso, con frecuencia, el envío influía m ucho en

L’Ombre des Lumières: coup d’oeil sur la m ain-d’œuvre de quelques im prim eries du
xvine siècle", en Stu dies on Voltaire a n d the Eighteenth Century, num. 155, 1976, pp. 1925-
1955, y "Running a Printing House in Eighteenth-Century Switzerland: the Workshop of
the Société typographique de Neuchâtel", en The Library, 6a serie, 1, 1979, pp. 1-24.
¿QUÉ E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO? 139

el precio total de un libro y ocupaba un lugar destacado en la e stra te ­


gia de com ercialización de los editores. En m uchas partes de E uropa,
los im presores no co n tab an con que sus envíos llegaran a los libreros
en agosto y septiem bre porque en esta época los tran sp o rtistas a b a n ­
don ab an la ru ta p ara a te n d e r el trabajo en el cam po. El com ercio del
Báltico solía detenerse después de octubre porque el hielo cubría los
puertos. Las rutas se a b rían o se c errab an en función de las presiones
de la guerra, de la política, e incluso de las tasas de seguro. Una can ­
tid ad im p o n e n te de lite ra tu ra no o rto d o x a ha viajado c la n d e s tin a ­
m ente desde el siglo xvi hasta el presente, de m odo que su influencia
ha variado en la m edida de la eficacia del contrabando. Y otros géne­
ros, com o los chapbooks y los penny dreadfuls, circu laro n p o r siste­
m as de d istrib u c ió n especiales, que re q u ie re n un estudio m ás p ro ­
fundo, au n q u e los h isto ria d o res del libro h an com enzado a a lla n a r
parte del terren o .31

V. L ib r e r o s

G racias a algunos estudios clásicos -H . S. B ennett sobre los inicios


de la Inglaterra m oderna, L. C. W roth sobre E stados Unidos d u ran te
la colonia, H.-J. M artin sobre la Francia del siglo xvii y Johann Gold­
friedrich sobre A lem ania-, es posible rec o n stru ir un p an o ram a de la
evolución del com ercio del lib ro .32 Pero qu ed a p o r rea liz a r u n gran
trab ajo en lo que concierne al librero com o agente cultural, el inter­
m ediario entre la oferta y la dem anda en su punto de encuentro clave.
Aún no sabem os m ucho sobre el m undo social e intelectual de h o m ­
bres com o Rigaud, sobre sus valores y sus gustos y sobre el lugar que

31 Por ejemplo, véase J.-P. Belin, Le Com m erce des livres proh ibés à Paris de 1750 à
1789, Paris, 1913; Jean-Jacques Darmon, Le Colportage de librairie en France so u s le se­
con d em pire, Paris, 1972, y Reinhart Siegert, A ufklärung u n d Volkslektüre exem plarisch
dargestellt an R udolph Zacharias Becker u n d seinem 'N oth-und H ülfsbüchlein' m it einer
Bibliographie zu m G esam tthem a, Francfort del Meno, 1978.
32 H. S. Bennett, English Books and Readers 1475 to 1577, Cambridge, 1952, y English
Books an d Readers 1558-1603, Cambridge, 1965; L. C. Wroth, The Colonial Printer, Port­
land, 1938; Henri-Jean Martin, Livre, p o u v o irs et so c iété à Paris au xvn e siècle (1598-
1701), 2 vols., Ginebra, 1969, y Johann Goldfriedrich y Friedrich Kapp, G eschichte des
deutschen Buchhandels, 4 vols., Leipzig, 1886-1913.
140 LA PALABRA IM PRESA

ocupaban en sus com unidades. Tam bién operaban en el seno de redes


com erciales que se d esarro llab an y se fractu rab an com o las alianzas
en el m un d o diplom ático. ¿Qué leyes regían el ascenso y la caída de
los im perios com erciales de la edición? Una com paración de historias
n a c io n a le s re v e la ría a lg u n a s te n d e n c ia s g en erales, tale s com o la
fuerza centrípeta de los grandes centros com o Londres, París, F ranc­
fort y Leipzig, que a traían a las casas provinciales hacia sus órbitas, y
la fuerza centrífuga que ten d ía a favorecer las alianzas e n tre los co­
m erciantes de provincia y los proveedores de enclaves independientes
com o Lieja, Bouillon, N euchátel, G inebra, Aviñón. Pero las co m p ara­
ciones son difíciles porque el com ercio operaba a través de institucio­
nes diferentes en los d istin to s países, los cuales g e n e ra ro n diversas
clases de archivos. Los inform es de la L ondon S ta tio n e r’s Company,
de la C om m unauté des L ibraires et Im prim eurs de París y las ferias
del libro de Leipzig y F ráncfort tuvieron gran influencia en los diver­
sos cursos que la historia del libro ha tom ado en Inglaterra, F rancia y
Alem ania.33
Sin em bargo, los libros se vendían por todas partes com o artículos
de consum o. Un estudio económ ico m ás osado de los libros ab riría
nuevas perspectivas a la h isto ria de la literatura. Jam es B arnes, John
Tebbel y Frédéric B arbier han dem ostrado la im portancia del elem ento
económ ico en el com ercio del libro en Inglaterra, E stados Unidos y
F rancia d u ran te el siglo xix.34 Pero se podría realizar un trabajo m a­
yor; por ejemplo, sobre los m ecanism os de crédito y las técnicas de ne­
gociación de las letras de cam bio, sobre la defensa contra las suspen­
siones de pago y sobre el intercam bio de hojas im presas en lugar de
pago en especie. El com ercio del libro, al igual que otros del R enaci­
m iento y de diferentes épocas del inicio de los tiem pos m odernos, fue
un juego de engaños, pero nosotros seguim os sin conocer sus reglas.

33 Compárense Cyprian Blagden, The Stationer's Company, A History, 1403-1959, Cam­


bridge, 1960; Henri-Jean Martin, Livre, pou voirs et société..., op. cit., y Rudolf Jentzsch,
Der d eutsch-lateinische B ücherm arket nach den Leipziger O sterm esskatalogen von 1740,
1770 un d 1800 in seiner Gliederung u n d Wandlung, Leipzig, 1912.
34 James Barnes, Free Trade in Books: A Stu dy o f the London Book Trade Since 1800,
Oxford, 1964; John Tebbel, A H istory o f Book P ublishing in the U nited States, 3 vols.,
Nueva York, 1972-1978, y Frédéric Barbier, Trois cen ts ans de librairie et d'im prim erie,
op. cit.
¿Q U É E S LA HISTORIA DEL LIBRO? 141

VI. L e c t o r e s

A pesar de una ab u ndante literatura sobre su psicología, su fenom eno­


logía, su textología y su sociología, la lectura sigue siendo una activi­
dad m isteriosa. ¿Cómo com prenden los lectores el sentido de los sig­
nos que cubren la página im presa? ¿Cuáles son los efectos sociales de
esa experiencia? Y ¿cóm o ha evolucionado? Ciertos especialistas de las
letras com o W ayne Booth, Stanley Fish, W olfgang Iser, W alter Ong y
Jo n ath an Culler h an hecho de la lectura u n tem a central de la crítica
textual porque entienden la literatura com o una actividad, la interpre­
tación del significado en el seno de un sistem a de com unicación, en
lugar de com o u n c an o n de textos.35 El h isto ria d o r del libro podría
servirse de sus nociones del público ficticio, de los lectores im plícitos y
de las com unidades de interpretación. Pero tal vez encuentre que sus
observaciones están un poco lim itadas en el tiem po. Aunque los críti­
cos saben conducirse en la historia literaria -e n particu lar la de la In­
glaterra del siglo xvii-, parecen asum ir que los textos afectan siem pre
del m ism o m odo la sensibilidad de los lectores. Sin em bargo, el u n i­
verso de un burgués londinense del siglo xvn es diferente al de un pro­
fesor estadounidense del siglo xx. La lectura m ism a ha cam biado de
una época a otra. Se leía en voz alta y en grupos, o en secreto y con
una intensidad inim aginable hoy en día. Cario G inzburg m ostró todo
el sentido que un m o lin ero del siglo xvi fue capaz de inyectar a un
texto y M argaret Spufford dem ostró que obreros au n m ás hum ildes
llegaron a d om inar la palabra im presa en la época de la Areopagitica.36

35 Véase, por ejemplo, Wolfgang Iser, The Im plied Reader: Patterns o f C om m unication
in Prose Fiction from B unyan to Beckett, Baltimore, 1974; Stanley Fish, Self-Consum ing
Artifacts: The Experience o f Seventeenth-Century Literature, Berkeley y Los Ángeles, 1972,
e Is There a Text in This Class? The A u th ority o f In terpretive C om m u n ities, Cambridge
( m a ), 1980; Walter Ong, "The W riters Audience Is Always a Fiction", p m la (Publication o f
the Modern Language A ssociation o f Am erica), num. 90, 1975, pp. 9-21. Para una muestra
de otras variaciones sobre estos temas, véase Susan R. Suleiman e Inge Crosman, The
R eader in the Text: E ssays on Audience an d Interpretation, Princeton, Princeton Univer­
sity Press, 1980.
36 Carlo Ginzburg, The Cheese an d the Worms: The C osm os o f a Sixteenth-Century M i­
ller, trad, dc Anne y John Tedeschi, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980
[trad, esp.: El qu eso y los gu san os. El c o sm o s según un m olinero del siglo xvi, trad, de
Francisco Martín, 3a ed., Barcelona, Muchnik, 1981]; Margaret Spufford, "First Steps in
Literacy: The Reading and Writing Experiences of the Humblest Seventeenth-Century
Spiritual Autobiographers”, en Social History, num. 4, 1979, pp. 407-435.
142 LA PALABRA IM PRESA

En toda la E uropa de principios de los tiem pos m odernos, de las íil.r.


de M ontaigne a las de M enocchio, los lectores le dieron sentido a los
libros; no sólo los descifraron. La lectura era una pasión m ucho antes
de la “Lesewut" y de la "Wertherfieber" de la época ro m án tica; y aun
está im pregnada de Sturm und Drang, a pesar de la m oda de la lectui .1
rápida y de la concepción m ecanicista de la lectura en tan to codifica­
ción y decodificación de m ensajes.
Pero los textos determ inan la reacción de los lectores, p o r m ás ac •
tivos que ellos sean. Com o observa W alter Ong, las prim eras páginas
de Los cuentos de Canterbury y de Adiós a las amias crean un m arco y
sitú a n al lector en un papel, que no puede evadir m ás allá de cuáles
sean sus sentim ientos sobre las peregrinaciones y las guerras civiles.37
De hecho, la tipografía, com o el estilo y la sintaxis, determ inan las m a­
n eras en las que los textos p o rta n significados. M cKenzie dem ostró
que el Congreve subido de tono y descontrolado de las prim eras edi­
ciones en cu arto se convirtió en el decoroso a u to r neoclásico de las
Works de 1709 gracias al diseño del libro m ás que a causa de la elim i­
nación de las partes censurables.38 La historia de la lectura deberá to­
m a r en cu en ta las lim itaciones que los textos im ponen a los lectores
ta n to com o las libertades que los lectores se tom an con el texto. La
tensión entre estas tendencias data de la época en que los hom bres se
confrontaron con los libros, y produjo efectos extraordinarios, com o la
lectu ra que L utero hizo de los Salmos, R ousseau de El misántropo y
K ierkegaard del sacrificio de Isaac.
Si bien es posible re c a p tu ra r las grandes relecturas del pasado, la
experiencia interior de los lectores com unes y corrientes siem pre se nos
puede escapar. Pero al m enos deberíam os ser capaces de reco n stru ir
gran parte del contexto social de la lectura. El debate relativo a la lec­
tura en silencio durante la Edad Media ha arrojado u n a abundante evi­
dencia sobre los hábitos de lectura,39 y los estudios sobre las sociedades
de lectura en Alemania, donde proliferaron en un grado extraordinario
durante los siglos xvm y XIX, han m ostrado la im portancia de la lectura

37 Walter Ong, "The Writer’s Audience Is Always a Fiction”, op. cit.


38 D. F. McKenzie, "Typography and Meaning: The Case of William Congreve”, en
W olfenbütteler Schriften zu r G eschichte des Buchw esens, Hamburgo, Dr. Ernst Hauswe-
dell, 1981, iv, pp. 81-125.
39 Véase Paul Saenger, "Silent Reading: Its Impact on Late Medieval Script and So-
ciety”, en Viator, núm. 13, 1982, pp. 367-414.
¿Q U É E S LA HISTO RIA DEL LIBRO? 143

n i el desarrollo de un estilo cultural burgués diferenciado.40 Asimismo,


los especialistas alem anes han realizado grandes aportes a la historia
• le las bibliotecas y a los estudios sobre la recepción de todo tipo.41 Si­
guiendo una idea de Rolf Engelsing, a m enudo sostienen que los hábi-
l<>s de lectura se transform aron a fines del siglo xvm. Antes de esta “Le-
screvolution”, los lectores tendían a tra b a ja r laboriosam ente sobre un
pequeño n ú m ero de textos, especialm ente la B iblia, u n a y o tra vez.
I .uego recorrían todo tipo de m ateriales en busca de diversión m ás que
<le una enseñanza. El paso de la lectura intensiva a la lectura extensiva
eoincidió con una desacralización de la palabra im presa. El m undo co­
m enzó a colm arse de m ateriales de lectura, y los textos em pezaron a
ser tratados com o artículos susceptibles de ser desechados de m anera
tan n a tu ra l com o el perió d ico del día anterior. E sta in te rp re ta c ió n
acaba de ser rebatida por R einhardt Siegert, M artin Welke y otros jóve­
nes investigadores, que descubrieron la lectura “intensiva" en la percep­
ción de obras efím eras com o los alm anaques y los periódicos, en parti­
c u la r el N oth-und Hiilfsbüchlein de R udolph Z ach arias Becker, u n
extraordinario best seller del Goethezeit,42 Se sostenga o no, el concepto
de u n a revolución de la lectura ha ayudado a alin ear la investigación
concerniente a la lectura con cuestiones generales de la historia social y
cultural.43 Se puede decir lo m ism o sobre la investigación en torno al

40 Véase Lesegesellschaften u n d bürgerliche E m anzipation. Ein E uropäischer Vergleich,


ed. de Otto Dann, Múnich, C. H. Beck, 1981, que cuenta con una muy com pleta bi­
bliografía.
41 Para ejemplos de trabajos recientes, véanse Öffentliche u n d Private Bibliotheken im
17. u n d 18. Jahrhundert: R aritätenkam m ern, F orsch un gsinstrum en te oder B ildu n gsstät­
ten?, ed. de Paul Raabe, Bremen y Wolfenbüttel, 1977. Buena parte del estímulo para los
estudios recientes sobre la recepción proviene de la obra teórica de Hans Robert Jauss,
sobre todo Literaturgeschichte als Provokation, Fráncfort del Meno, 1970 [trad. esp.: La
literatura com o provocación, Barcelona, Península, 1976].
42 Rolf Engelsing, A nalph abeten tu m u n d Lektüre. Z ur Sozialgeschichte des Lesens in
Deutschland, zw ischen feudaler u n d industrieller Gesellschaft, Stuttgart, 1973, y Der Bür­
ger als Leser. Lesergeschichte in D eutschland 1500-1800, Stuttgart, 1974; Reinhardt Sie­
gert, Aufklärung u n d Volkslektüre..., op. cit., y Martin Welke, "Gemeinsame Lektüre und
frühe Formen von Gruppenbildungen im 17. und 18. Jahrhundert: Zeitungslesen in
Deutschland", en Lesegesellschaften u n d bürgerliche E m anzipation, pp. 29-53.
43 Para un ejemplo de esta alineación, véase Rudolph Schenda, Volk ohne Buch, Fránc­
fort del Meno, 1970; para ejemplos de obras más recientes, Leser u n d Lesen im Achtzehn­
tes Jahrhundert, ed. de Rainer Gruenter, Heilderberg, 1977, y Lesen u n d Leben, ed. de
Herbert G. Göpfert, Fráncfort del Meno, 1975.
144 LA PALABRA IM PRESA

nivel de alfabetización,44 la cual ha perm itido a los especialistas delec


tar el vago perfil de los diversos públicos lectores de los siglos xvn y xvm
y rem ontarse de los libros a los lectores en varios niveles de la sociedad.
M ientras m ás bajo es el nivel, m ás intenso es el estudio. En la década de
1970, la literatura popular ha sido un tem a de investigación predilecto,
a pesar de una creciente tendencia a cuestionar que los libros baratos
com o los de la bibliothèque bleue representaran una cultura autónom a
de la gente com ún o de que se pueda distinguir claram ente entre tenden
cias de la cultura de "elite" y de la cultura "popular”. Hoy parece inade­
cuado considerar el cam bio cultural como un m ovimiento de influencias
lineales, o que va de arriba hacia abajo, pues las corrientes han subido y
bajado, m ezclándose y confundiéndose en su desarrollo. Personajes
como Gargantúa, Cenicienta y el Buscón fueron y vinieron en las trad i­
ciones orales, en los chapbooks y en la literatura sofisticada, cam biando
de nacionalidad y de género.46 Incluso es posible seguir las m etam orfo­
sis de personajes clásicos en los alm anaques. ¿Qué revela la reencarna­
ción del Poor Richard en Bonhomme Richard sobre la cultura literaria de
Estados Unidos y Francia? Y ¿qué podem os aprender sobre las relacio­
nes franco-alem anas siguiendo al M ensajero Cojo (der hinkende Bote)
por medio del tráfico de alm anaques del otro lado del Rin?
Las preguntas sobre quién lee qué, en qué condiciones, en qué m o­
m ento y con qué efecto relacionan los estudios sobre la lectura con la
sociología. El historiador del libro podría aprender a d ar seguim iento
a estas preguntas a p a rtir de los trabajos de Douglas Waples, B ernard
Berelson, Paul Lazarsfeld y Pierre B ourdieu. Podría respaldarse en la

44 Véase François Furet y Jacques Ozouf, Lire et écrire: L’A lphabétisation des français
de Calvin à Jules Ferry, Paris, 1978; Lawrence Stone, “Literacy and Education in Eng-
land, 1640-1900”, Past an d Present, núm. 42, 1969, pp. 69-139; David Cressy, Literacy and
the S ocial Order: R eading an d W riting in Tudor an d S tu art England, Cambridge, 1980;
Kenneth A. Lockridge, Literacy in C olonial N ew England, Nueva York, 1974, y Carlo Ci-
polla, Literacy an d D evelopm ent in the West, Harmondsworth, 1969 [trad. esp.: E duca­
ción y desarrollo en Occidente, trad. de Ángel Abad Silvestre, Barcelona, Ariel, 1983],
45 Para una revisión y síntesis de esta investigación, véase Peter Burke, Popular Cul­
ture in Early M odem Europe, Nueva York, 1978 [trad. esp.: La cultura popu lar en la E u­
ropa moderna, trad. de Antonio Feros, Madrid, Alianza, 2005].
46 Para un ejemplo de la visión anterior, en la que la bibliothèque bleue sirve de clave
para entender la cultura popular, véase Robert Mandrou, De la cu ltu re p opu laire aux
xvne et XVIIIe siècles: La B ibliothèque bleue de Troyes, Paris, 1964. Para una vision más
compleja y actualizada, véase Roger Chartier, Figures de la gueuserie, Paris, 1982.
¿QUÉ ES LA HISTORIA DEL LIBRO? 145

Investigación so b re la lec tu ra que floreció en la G ra d u a te L ibrary


Si hool de la Universidad de Chicago de 1930 a 1950 y que aún aparece
«h i-l inform e Gallup.47 Y com o ejemplo de la tendencia sociológica en
I r. obras históricas, podría co n su ltar los estudios de R ichard Altick,
Robert Webb y R ichard H oggart sobre la lectura (y la ausencia de lec-
Iit i a) en la clase tra b a ja d o ra inglesa d u ran te los dos últim os siglos.48
lodos estos trabajos desem bocan en el problem a m ás vasto referido a
l.i m anera en que la exposición a la palabra im presa afecta la m anera
cu que piensan los hom bres. La invención de los caracteres móviles,
, transform ó el universo m ental del hom bre? Posiblem ente no exista
respuesta satisfactoria alguna a esta pregunta, pues se refiere a dem a­
siados aspectos diferentes de la vida en los inicios de la E uropa mo-
(lerna, com o lo m ostró E lizabeth E isenstein.49 Sin em bargo, debería
•■.er posible llegar a una com prensión m ás clara de lo que los libros sig­
uí licaron p ara la gente. Su uso en la tom a de juram entos, en los inter­
cam bios de regalos, en la entrega de prem ios, en las atribuciones de
legados ofrece pistas sobre su im portancia en el seno de las diferentes
\ociedades. La iconografía de los libros p o d ría in d icar el peso de su
autoridad, hasta p ara los trabajadores analfabetos, que perm anecían
sentados en la iglesia ante la imagen de las tablas de la ley de Moisés,
líl lugar de los libros en el folclore y el de los motivos folclóricos en los
libros m uestra que las influencias iban en am bos sentidos cuando las

47 Douglas Waples, Bernard Berelson y Franklyn Bradshaw, W hat R eading Does to


People, Chicago, 1940; Bernard Berelson, The Library's Public, Nueva York, 1949; Elihu
Katz, "Communication Research and the Image of Society: The Convergence of Two
Traditions", en Am erican Journal o f Sociology, num. 65, 1960, pp. 435-440, y John Y. Cole
y Carol S. Gold (eds.), Reading in Am erica 1978, Washington DC, 1979. Para el informe
Gallup, véase el volumen que publicó la American Library Association, Book Reading
and Library Usage: A Stu dy o f H abits an d Perceptions, Chicago, 1978. Gran parte de esta
variedad más antigua de la sociología sigue pareciendo válida y se puede estudiar en
conjunción con la obra de Pierre Bourdieu; véase en particular su libro La distinction:
Critique sociale du jugem ent, París, 1979.
48 Richard D. Altick, The English C om m on Reader: A Social H istory o f the Mass Reading
Public 1800-1900, Chicago, 1957; Robert K. Webb, The British Working Class Reader, Lon­
dres, 1955, y Richard Hoggart, The Uses o f Literacy, Harmondsworth, 1960; Ia ed., 1957.
49 Elizabeth L. Eisenstein, The Printing Press as an Agent o f Change, 2 vols., Cambridge,
1979. Para una discusión de la tesis de Eisenstein, véase Anthony T. Grafton, "The Impor­
tance of Being Printed", en Journal o f Interdisciplinary History, num. 11, 1980, pp. 265-
286; Michael Hunter, "The Impact of Print", en The B ook Collector, núm. 28, 1979, pp.
335-352, y Roger Chartier, "L’Ancien Régime typographique: Réflexions sur quelques tra­
vaux récents”, en Annales: Econom ies, sociétés, civilisations, núm. 36, 1981, pp. 191-209.
146 LA PALABRA IM PR ESA

tradiciones orales entraron en contacto con los textos im presos, y (lin­


ios libros piden ser estudiados en relación con los otros m edios de co­
m unicación.50 Las líneas de investigación pueden ir en diversas direc­
ciones, pero, a fin de cuentas, todas deben desem bocar en una maye»
com prensión de la m anera en que la im prenta ha m oldeado los esfuei
zos del hom bre po r com prender la condición hum ana.

Fácilm ente pueden perderse de vista las m ás vastas dim ensiones de la


em presa p o rq u e a m enudo los histo riad o res del libro se desvían por
atajos esotéricos y especializaciones aisladas. Su trabajo puede estar
tan fragm entado, incluso d en tro de los lím ites de la litera tu ra de un
solo país, que p o d ría p arecer im posible concebir la historia del libro
com o u n tem a único, a estudiar desde u n a perspectiva com parativa a
través de toda la gam a de las disciplinas históricas. Sin em bargo, los
libros m ism os no respetan los lím ites lingüísticos o nacionales. A m e­
nudo fueron escritos p o r autores que pertenecían a u n a república de
las letras internacional, com puestos por im presores que no trabajaban
en su lengua natal, vendidos por libreros que operaban m ás allá de las
fronteras nacionales y leídos en u n a lengua p o r lectores que hablaban
otra. Los libros se rehúsan tam bién a que se los confine dentro de los
lím ites de u n a sola disciplina cuando se los ve com o objeto de estudio.
Ni la historia, ni la literatura, ni la econom ía, ni la sociología, ni la bi­
bliografía pueden h acer justicia a todos los aspectos de la vida de un
libro. E n consecuencia, por su natu raleza m ism a, la historia del libro
debe se r in tern acio n al en sus dim ensiones e in terd iscip lin aria en su
m étodo. Pero no debe carecer de coherencia conceptual, pues los li­
bros pertenecen a circuitos de com unicación que operan siguiendo es­
quem as lógicos, m ás allá de cuán com plejos p u edan ser. Sacando a la
luz estos circuitos, los historiadores pueden m o strar que los libros no
se lim itan a co n tar la historia; la hacen.

50 Algunos de estos temas generales se abordan en Eric Havelock, Origins o f Western


Literacy, Toronto, 1976; Literacy in Traditional Societies, ed. de Jack Goody, Cambridge,
1968; Jack Goody, The D om estication o f the Savage M ind, Cambridge, 1977 [trad, esp.: La
dom esticación del pen sam ien to salvaje, Madrid, Akal, 1985]; Walter Ong, The Presence o f
the Word, Nueva York, 1970, y Natalie Zemon Davis, Society an d Culture in Early M odem
France, Stanford, 1975 [trad, esp.: S o c ied a d y cu ltu ra en la Francia m oderna, trad, de
Jordi Beltrán, Barcelona, Crítica, 1993],
VIII. LOS INTERMEDIARIOS OLVIDADOS
DE LA LITERATURA*

i kas h a b e r s e in d ig e s t a d o con teoría, los estudiosos de la lite ra tu ra


vuelven la vista hacia la historia. El "nuevo historicism o" y la "nueva
Iíistoria literaria" anunciados en un reciente torrente de libros y artícu­
los representa un esfuerzo por poner un alto a la obra de la deconstruc­
ción y por basar el estudio de la literatura en u n a revaloración del pa­
sado. ¿Pero cuál pasado? La vieja historia literaria rebanaba el tiem po
en segm entos señalados po r la aparición de grandes autores y grandes
obras: l'homme et l'oeuvre, según la clásica fórm ula francesa. El histo­
ria d o r de hoy necesita tra b a ja r con una idea m ás am plia de la litera­
tura, que tom e en cuenta a los hom bres y a las m ujeres que hayan te­ u
nido algo que ver con las palabras en todas las esferas de-la vida. <
El folclore de la p alab ra incluye a las m adres que c a n ta n cancio D O
K—<Ü
nes infantiles, a los niños que repiten rim as al saltar a la cuerda, a los w

adolescentes que c u en tan chistes obscenos y a los negros que inter­
w Q
cam b ian insultos rituales (“playing lhe dozens"). Los histo riad o res tal > (“ i
vez prefieran dejarles esas personas a los antropólogos. Pero incluso si f
restringieran la literatura a la com unicación po r m edio de la letra im D
z m
presa, su concepción de ella p odría expandirse hasta in cluir a algunas
figuras poco fam iliares: los traperos, los fabricantes de papel, los tipó­
grafos, los conductores de carretas, los libreros y h asta los lectores. La
lite ra tu ra libresca p ertenece a un sistem a p a ra p ro d u c ir y d istrib u ir
libros. Sin em bargo, casi todas las personas que hacían funcionar ese
sistem a h an desaparecido de la h isto ria literaria. Los g randes hom ­
bres han aplastado a los interm ediarios. Si se los ve desde la perspec­
tiva de los transm isores de la obra, la historia literaria podría aparecer
bajo una nueva luz.

* La versión original de este ensayo apareció en The N ew Republic, 15 de septiembre


de 1986, pp. 44-50. He completado esa versión con algún material proveniente de "Soun­
ding the Literary Market in Prerevolutionary France", en E ighteenth-C entu ry S tu dies,
num. 17, verano de 1984, pp. 477-492.

147
148 LA PALABRA IM PRESA

Q uisiera p resentar este punto de vista p o r m edio de la discusión de


algunos de los personajes que he encontrado en los docum entos de la
Société typographique de N euchâtel ( s t n ), im portante editora y m ayo­
rista de libros franceses d u ran te las dos últim as décadas del Antiguo
R égim en. N eu ch âtel, u n p eq u e ñ o p rin c ip a d o suizo en la fro n te ra
oriental de Francia, era el sitio ideal p ara p roducir el tipo de libros que
no pasaban la censura en Francia, es decir, cualquier cosa que pudiera
ofender a la Iglesia Católica, al Estado o a la m oral convencional. Algu­
nos libros de la s t n -La vida privada de Luis XV, p o r ejemplo, o Gazette
noir par un hom m e que n ’e st pas blanc- se las arreglaron para ofender a
los tres y se convirtieron en best sellers, aunque tam bién h an quedado
fuera de la historia literaria. Otros llegaron a ser clásicos de la Ilustra­
ción o bien se tratab a de obras inofensivas, com o libros de viajes o no­
velas sentim entales, que la s t n pirateaba. Para los im presores suizos y
sus clientes en el com ercio del libro francés, la literatura era un nego­
cio. Como dijo uno de ellos: "El m ejor libro para un librero es u n libro
que vende”.1
¿Cómo veían el negocio las personas involucradas en él? Conside­
rem os al e d ito r y sus em peños p o r o b ten er un m anuscrito de sus a u ­
tores. Los dos socios principales de la STN, Frédéric-Sam uel Ostervald
y A braham Bosset de Luze, fueron a París en viaje de negocios en los
m om entos m ás álgidos de la Ilustración. A p a rtir de los inform es que
enviaban a la oficina, se los puede seguir al c ru zar la frontera francesa
en carruaje, al e n c o n trar u n buen hotel, al o rd en ar el m antenim iento
de sus pelucas, al c o n tra ta r a un lacayo y al realizar sus rondas p o r el
m undo literario.
Franceses por cultura, aunque provincianos y protestantes por tem ­
peram ento, en un principio se sintieron un tanto abrum ados po r "esta
ciudad inm ensa y ru id o sa”. R equirieron de u n guía p a ra m overse en
ella. Al ir a ver a los libreros, descubrieron que los parisinos sólo h a ­
cían negocios h asta las dos de la tarde y que nunca estaban si tenían
que pagar una cuenta. Pero las noches com pensaban las frustraciones
del día. Luego de u n a cena, Ostervald escribió a casa: "A decir verdad,
bebí algunos caldos, algo de cham pán, u n poco de hermitage, algo de

1 André de Versalles a la Société typographique de Neuchâtel, 22 de agosto de 1784,


en los papeles de la Société typographique de Neuchâtel, Bibliothèque publique et uni­
versitaire, Neuchâtel, Suiza (en adelante, s t n ).
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 149

málaga; y sentado com o estaba entre dos am istosas dam as, m is ideas
se confundieron un tanto”.2
Los ed ito res rec a b a ro n chism es literarios. D’A lem bert les contó
que le había pedido a Federico el G rande que celeb rara u n a m isa po r
el descanso del alm a de V oltaire al poco tiem po de la m u erte de este
últim o. "De acuerdo -co n testó F ederico- aunque yo no creo m ucho en
la eternidad."3
Pero sobre todo hablaron de negocios. H acían sus cálculos sobre
la form a de m ejo rar los precios de los editores parisinos, reduciendo
costos y beneficios, y luego se dedicaron a robarse a los m ejores auto­
res. R áp id am en te se vieron in u n d ad o s con las pro p o sicio n es que les
h acían los escritores p o r encargo. "Ayer volvió a v e n ir un a u to r m ás
pobre que Job ofreciéndom e en venta un m an u sc rito sobre los jesui-
tas”, escribió Bosset. Pero tan to él com o Ostervald preferían publicar
los nom bres m ás conocidos. Luego de tra ta r con V oltaire y R ousseau
en Suiza, sabían cóm o congraciarse con un filósofo. E n traro n en pour-
parlers con D'Alem bert, R aynal, B eaum archais, Mably, M arm ontel y
M orellet. Incluso se acercaron a Benjam ín F ranklin con una estrategia
p ara tra ta r de vender libros franceses en el Nuevo M undo.4
Todo este afán no resultó en m uchos contratos, pero ilustra el ca­
rác ter de la edición com o u n a actividad. Los editores siem pre estaban
m etidos en negociaciones. S iem pre se estaban cocinando u n a docena
de asuntos, pero los que salían adelante eran la excepción: las transac­
ciones que produjeron u n a reducida cantidad de literatu ra a p a rtir de
la nebulosa vastedad de literatura-que-pudo-haber-sido.
Una obra que surgió de las charlas en París fue Du Gouvemement
et des loix de la Pologne (1781), de G abriel B onnot de Mably. Al igual
que m uchos otros autores, M ably sabía que su libro sería un best seller;
y a cam bio de su m anuscrito sólo pidió cien ejem plares gratis. Pero el
libro fracasó. La culpa fue de la s t n , se quejó M ably en u n a discusión
p o ste rio r por correo. E n lu g ar de sacar provecho del interés del pú­
blico en la partición de Polonia (1772), los suizos se habían atascado
con su calendario de publicaciones.

2 Ostervald y Bosset a la s t n , 23 de mayo de 1775, y Ostervald a la s t n , 11 de junio de


1775.
3 Bosset a la s t n , 16 de junio de 1780.
4 Ib id., 26 de mayo y 14 de abril de 1780.
150 LA PALABRA IM PRESA

Ostervald defendió a la STN con una breve relación de su investiga­


ción de m ercado:

Luego de imprimir un buen número de portadas y de muestras del índice,


que enviamos a varios buenos libreros en París, Versalles, Lyon y Ruán, no
encontré uno solo que hiciera un pedido. Todos dijeron que aunque esta­
ban persuadidos del mérito de la obra, el público ya no se hallaba intere­
sado en su tema. Tuve que recurrir a Alemania y a la Europa del norte; y
tan pronto com o estuve seguro de un centenar de pedidos, inicié el proceso
de impresión. [...] Voilá, Monsieur, un desagradable tema de discusión.5

Los autores eran una especie difícil. Ostervald los encontraba "vanido­
sos". "E stán hinchados de un conocim iento verdadero o fingido." Por
ingeniosos que fueran en la sobrem esa, al llegar a la firm a del contrato
daban la im presión de que los gobernaba la codicia. Incluso D’Alembert,
quien era un conversador encantador, dejó en Bosset la im presión de
alguien a quien "m ucho le preocupa la parte lucrativa de su escritura".6
No es que los editores sufrieran de poco desarrolladas razones de
interés. Ellos convirtieron la Ilustración en u n negocio. Desde París, Os­
tervald y Bosset escribieron: "De nuevo tenem os que enfatizar que no es
que sea difícil encontrar m ateriales p ara im prim ir buenos, adm irables,
m aravillosos; lo que sí resulta crucial, el objetivo suprem o al que debe­
m os aplicarnos, es a tener la seguridad, antes de im prim ir, de que po­
dam os convertir el texto en dinero en efectivo". Cuando las ganancias
dism inuían, los suizos cerraban im prentas, despedían trabajadores y
vivían de lo que tenía su acervo. No se hacían ilusiones con la nobleza
de la literatura com o u n a vocación. "Este trabajo produce m ás bilis que
cualquier otro”, concluían. Al cabo de años de regatear con autores y de
luchar con la com petencia, Ostervald sintetizó así sus opiniones sobre
la profesión: "No debe prom eterse m ás m antequilla que pan, ni tam ­
poco creer en nada que no se pueda ver con los propios ojos, ni contar
con algo que no se tenga entre los dedos de la m ano”.7

5 Ostervald a Mably, 7 de enero de 1781, y Ostervald a David-Alphonse de Sandoz-


Rollin, 7 de enero de 1781.
6 Ostervald a Charles-Joseph Panckoucke, 16 de noviembre de 1777, y Bosset a la
stn, 17 de mayo de 1780.
7 Ostervald y Bosset a la s t n , 31 de marzo de 1780; Bosset a la s t n , 12 de mayo de
1780; Ostervald y Bosset a la s t n , 20 de febrero de 1780.
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 151

E stas observaciones sugieren una perspectiva desde u n lugar en el


c irc u ito de las c o m u n icacio n es. H u b o m u ch as o tra s m ás. El expe­
diente de Jean-N icolas Morel, u n fabricante de papel en la pequeña vi­
lla de M esliéres en las m ontañas de Ju ra del Franco Condado, m uestra
cóm o veía el negocio alguien que sum inistraba su m ateria prim a. M o­
rel llenaba sus cartas de palabrería, garrapateándolas con u n a indife­
rencia m ayúscula hacia la ortografía y la gram ática. Con dos tem as era
p a rticu la rm e n te elocuente: la excelencia de su papel y su p ro p ia vir­
tud. Le aseguraba a la s t n que él no com praba m ás que los trap o s de
m ejor calidad p ara su m aterial (la hú m ed a pulpa con la que se fabri­
caba el papel). M orel tenía traperos que sabían cóm o conseguir lo m e­
jo r de todo halagando a las sirvientas con lisonjas y obsequiándoles
alfileres y p rendedores. El agua de M orel era la m ás p u ra en toda la
cordillera. E ra el rey del ram o en el Franco Condado. Y a diferencia de
sus com petidores, nunca hacía tram pa m etiendo trapos de m en o r cali­
dad en su cuba o deslizando pliegos defectuosos en resm as de m enor
peso. No, les aseguraba a los de N euchatel, a quienes tenía p o r piado­
sos calvinistas, que llevaba su negocio según los preceptos de san Pa­
blo y el S erm ón de la M ontaña.
Sin em bargo, si lo que querían era ahorrarse algunos sous del pre­
cio, M orel podía añadirle un poco de cal viva al m aterial. Eso haría que
las hojas se vieran tan blancas com o las de un papel de prim era, au n ­
que eso im plicaba un d esafo rtu n ad o efecto colateral: después de un
tiem po, la tin ta se volvía am arilla en las páginas. P o r esta razón, el go­
bierno francés tenía prohibido el em pleo de la cal viva en la producción
de papel y castigaba a los infractores con una m ulta de 300 libras tor-
nesas. Sin em bargo, Morel estaba seguro de que no lo iban a descubrir,
pues no había puesto su nom bre ni su m arca de agua en los m oldes que
había confeccionado -lo cual tam bién era u n a violación de la ley-.
Los suizos no cayeron en la tentación, pero dejaron que M orel se
sa lie ra con la suya enviándoles pliegos lig eram en te p o r deb ajo del
peso - la c alid ad del papel la d e te rm in a b a n so b re to d o el peso y la
b la n c u ra - y luego le respondieron pagándole con letras de cam bio de
com pañías relativam ente débiles con fechas de vencim iento inusual­
m ente distantes.
Morel contestó apelando al flanco sentim ental de los editores. Su
hijo había caído presa de una extraña enferm edad. Los m édicos insis­
tían en que sólo había una cura: el vino de Neuchatel. Morel había inten-
150 LA PALABRA IM PRESA

O stervald defendió a la stn con una breve relación de su investiga­


ción de m ercado:

Luego de imprimir un buen número de portadas y de muestras del índice,


que enviamos a varios buenos libreros en París, Versalles, Lyon y Ruán, no
encontré uno solo que hiciera un pedido. Todos dijeron que aunque esta­
ban persuadidos del mérito de la obra, el público ya no se hallaba intere­
sado en su tema. Tuve que recurrir a Alemania y a la Europa del norte; y
tan pronto com o estuve seguro de un centenar de pedidos, inicié el proceso
de impresión. [...] Voilá, Monsieur, un desagradable tema de discusión.5

Los autores eran una especie difícil. Ostervald los encontraba "vanido­
sos”. ‘‘E stán hinchados de un conocim iento verdadero o fingido." Por
ingeniosos que fueran en la sobrem esa, al llegar a la firma del contrato
daban la im presión de que los gobernaba la codicia. Incluso D’Alembert,
quien era un conversador encantador, dejó en Bosset la im presión de
alguien a quien “m ucho le preocupa la parte lucrativa de su escritura”.6
No es que los editores sufrieran de poco desarrolladas razones de
interés. Ellos convirtieron la Ilustración en un negocio. Desde París, Os­
tervald y Bosset escribieron: "De nuevo tenem os que enfatizar que no es
que sea difícil encontrar m ateriales p ara im prim ir buenos, adm irables,
maravillosos; lo que sí resulta crucial, el objetivo suprem o al que debe­
m os aplicarnos, es a tener la seguridad, antes de im prim ir, de que po­
dam os convertir el texto en dinero en efectivo”. Cuando las ganancias
dism inuían, los suizos c errab an im prentas, despedían trab ajad o res y
vivían de lo que tenía su acervo. No se hacían ilusiones con la nobleza
de la literatura com o u n a vocación. "Este trabajo produce m ás bilis que
cualquier otro", concluían. Al cabo de años de regatear con autoi'es y de
lu char con la com petencia, Ostervald sintetizó así sus opiniones sobre
la profesión: "No debe prom eterse m ás m antequilla que pan, ni tam ­
poco creer en nada que no se pueda ver con los propios ojos, ni co n tar
con algo que no se tenga entre los dedos de la m ano".7

5 Ostervald a Mably, 7 de enero de 1781, y Ostervald a David-Alphonse de Sandoz-


Rollin, 7 de enero de 1781.
6 Ostervald a Charles-Joseph Panckoucke, 16 de noviembre de 1777, y Bosset a la
s t n , 17 de mayo de 1780.

7 Ostervald y Bosset a la s t n , 31 de marzo de 1780; Bosset a la s t n , 12 de mayo de


1780; Ostervald y Bosset a la s t n , 20 de febrero de 1780.
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 151

E stas observaciones sugieren una perspectiva desde u n lugar en el


c irc u ito de las co m u n icacio n es. H ubo m uchas o tra s m ás. El expe­
diente de Jean-Nicolas Morel, un fabricante de papel en la pequeña vi­
lla de M esliéres en las m ontañas de Ju ra del Franco Condado, m uestra
cóm o veía el negocio alguien que sum inistraba su m ateria prim a. M o­
rel llenaba sus cartas de palabrería, garrapateándolas con u n a indife­
rencia m ayúscula hacia la ortografía y la gram ática. Con dos tem as era
p a rticu la rm e n te elocuente: la excelencia de su papel y su p ro p ia vir­
tud. Le aseguraba a la STN que él no com praba m ás que los trap o s de
m ejor calidad p ara su m aterial (la hú m ed a pulpa con la que se fabri­
caba el papel). Morel tenía traperos que sabían cóm o conseguir lo m e­
jo r de todo halagando a las sirvientas con lisonjas y obsequiándoles
alfileres y prendedores. El agua de M orel era la m ás p u ra en toda la
cordillera. E ra el rey del ram o en el Franco Condado. Y a diferencia de
sus com petidores, nunca hacía tram pa m etiendo trapos de m enor cali­
dad en su cuba o deslizando pliegos defectuosos en resm as de m enor
peso. No, les aseguraba a los de N euchátel, a quienes tenía p o r piado­
sos calvinistas, que llevaba su negocio según los preceptos de san P a­
blo y el S erm ón de la M ontaña.
Sin em bargo, si lo que querían era ahorrarse algunos sous del pre­
cio, M orel podía añadirle un poco de cal viva al m aterial. Eso haría que
las hojas se vieran tan blancas com o las de un papel de prim era, au n ­
que eso im plicaba un d esafo rtu n ad o efecto colateral: después de un
tiem po, la tinta se volvía am arilla en las páginas. P o r esta razón, el go­
bierno francés tenía prohibido el em pleo de la cal viva en la producción
de papel y castigaba a los infractores con una m ulta de 300 libras tor-
nesas. Sin em bargo, Morel estaba seguro de que no lo iban a descubrir,
pues no había puesto su nom bre ni su m arca de agua en los m oldes que
había confeccionado -lo cual tam bién era u n a violación de la ley—.
Los suizos no cayeron en la tentación, pero dejaron que M orel se
sa lie ra con la suya enviándoles pliegos lig eram en te p o r d eb ajo del
peso - la calid ad del papel la d e te rm in a b a n so b re todo el peso y la
b la n c u ra - y luego le respondieron pagándole con letras de cam bio de
com pañías relativam ente débiles con fechas de vencim iento in usual­
m ente distantes.
M orel contestó apelando al flanco sentim ental de los editores. Su
hijo había caído presa de u n a extraña enferm edad. Los m édicos insis­
tían en que sólo había una cura: el vino de Neuchátel. Morel había inten­
152 LA PALABRA IM PRESA

tado todo tipo de m edicam entos y todo tipo de bebidas: "borgoñas, m á­


laga, cote róti, hermitage, m oscatel, tinto, alsaciano... h asta los buenos
vinos del Condado”. Nada sino el m ejor Neuchátel, blanco o tinto, fu n ­
cionaría.. Morel aceptaría dos barricas en lugar de las letras de cam bio, y
él m ism o las recogería cuando enviara el siguiente pedido de papel.8
Y así siguieron las cartas; cada u n a de las partes regateando cu an to
pudiera sacarle a la otra. Regateos com o el anterior, en grandes can ti­
dades, realizados con pasión y con sentido del hum or, quedaron en to ­
dos los libros en la era de la im prenta com ún. Pero han perm anecido
ocultos á n u e stra vista debido a que no habíam os tenido acceso a los
archivos de los editores. El regateo con el papel resultaba de especial
im portancia debido a que éste rep resen tab a entre el 50% y el 70% de
los costos de producción de los libros en los com ienzos de la era m o­
derna. Y los lectores de entonces se fijaban en el papel. P o r lo general,
co m p rab an los libros sin e m p a star y revisaban con cuidado los plie­
gos, frotándolos entre los dedos, observándolos contra la luz, pro b an d o
su textura, su color y su lim pieza.

Asimismo, los lectores observaban d eten id am en te la im presión. Des­


pués de p ro d u cir el volum en 15 de la Encyclopédie de D iderot, la s t n
recibió quejas de clientes que habían recibido ejem plares desfigurados
por las huellas de los dedos de los im presores. M ientras exam inaba un
ejem plar en la biblioteca m unicipal de N euchátel, encontré la huella
nítida de u n p u lg ar en la página 635. La libreta de pagos del cap ataz
m o stra b a que la p ág in a (pliego 4L) h a b ía sido im p re sa p o r u n tal
"B onnem ain”. Él tam bién aparecía en la correspondencia de la st n con
los agentes reclutadores que le proveían trabajadores, los cuales iban
p asando de u n establecim iento a otro en la tour de France de la tip o ­
grafía. P or ello pude conocer algo de la vida de esta persona.
B onnem ain -q u e com o m uchos im presores viajaba con un ap o d o -
era norm ando y de cabello oscuro. Aprendió los trucos del oficio en las
im prentas de París y luego se dedicó a ir de un sitio a otro. En Lyon cono­
ció a la familia Kindelem -padre, m adre e hijo-, que tam bién se la pasaba
viajando con períodos irregulares de empleo. Juntos em igraron hacia el
norte a través de Bresse y el Franco-C ondado h asta el pueblo de Dole,

8 Morel a la s tn , Io de ju lio de 1778.


LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 153

i le>nde consiguieron trabajo con un m aestro im presor de nom bre Tonnet.


1,1 más joven de los Kindelem sedujo a la vendedora del establecimiento,
mientras los demás se enredaban en pleitos con Tonnet. Un día, luego de
1 1 >brar su paga semanal, arrojaron al suelo algunos pliegos impresos a la

m itad y huyeron a Suiza, llevándose con ellos a la m uchacha.


Unos días después ap arecieron en N euchátel. Todos ellos tra b a ja ­
ron en la Encyclopédie, p ero los K indelem se m etieron en problem as
con el capataz de la STN y volvieron a partir. B onnem ain perm aneció
veinte m eses en el establecim iento, uno de los períodos m ás largos en­
tre los im presores de la s t n . Sin em bargo, B onnem ain no se esforzaba
dem asiado. La st n descubrió que ponía una excesiva cantidad de tinta
en los tipos para obtener una im presión sin ten er que hacer gran fuerza
con la b a rra de la prensa: de ah í el origen de la huella del pulgar.
Al seguir esta huella h asta sus orígenes, es posible asom arse a las
vidas que hay detrás del libro m ás im portante de la Ilustración. La En­
cyclopédie fue una obra intensam ente hum ana, realizada por artesanos
com o B onnem ain y por filósofos com o Diderot. M erece la pena que se
la estudie no sólo com o texto sino tam bién com o un objeto físico, con
im perfecciones y todo.9
Tam bién puede estudiarse la cam paña para vender el libro. La stn
prom ovió la Encyclopédie p o r m edio de avisos y prospectos; pero se
apoyó fundam entalm ente en su correspondencia com ercial, toda vez
que los m inoristas p resta b an especial atención a la in form ación que
les llegaba p o r la red de ru m o res de su grem io. Tam bién escuchaban
los discursos con que los vendedores in tentaban p ersu ad ir a posibles
clientes. P or lo tanto, en 1778, la STN m andó a uno de sus em pleados,
Jean-Frangois Favarger, a u n a gira de ventas.
Viajó a caballo d u ran te seis m eses, cargando enciclopedias y todo
lo dem ás que el e d ito r ten ía en su acervo, a lo largo de u n itin erario
que lo llevó a casi todos los pueblos im portantes del s u r y el centro de
Francia. Fue duro. Favarger llevaba un juego de pistolas p o r si se to­
paba con alguno de los bandoleros que vivían de a tra c a r el tráfico en el

9 Tonnet a la s t n , 12 de noviembre de 1777; s t n a Tonnet, 16 de noviembre de 1777. Dis­


cuto este episodio y la impresión de la Encyclopédie en The Business o f the Enlightenment: A
Publishing H istory o f the Encyclopédie 1775-1800, Cambridge ( m a ), 1979, pp. 227-245. El
nombre de Bonnemain es el único que aparece junto al pliego 4L en el libro de cuentas
([Banque des ouvriers), pero los impresores trabajaban en parejas; por lo que es posible que
la huella perteneciera al "segundo" de Bonnemain antes que a él mismo.
154 LA PALABRA IM PRESA

valle del Ródano. E n Aix-en-Provence le llegaron inform es de em bos­


cadas realizadas p o r los trabajadores desem pleados de la industria de
la seda; po r lo que cam bió su ru ta y llegó sin contratiem pos a Toulon.
Pero en N im es tuvo que vérselas con otro problem a: las llagas causa­
das p o r la silla de m ontar. Le provocaban tal dolor que tem ió tener que
p e rm a n ec e r en cam a, a p e sar de la m ejo r ayuda que la m edicina de
entonces podía darle: "Un día me tienen que san g rar y otro p urgar”.10
El caballo empezó a cojear en Montpellier. En el cam ino a Toulouse,
se puso a vom itar y se desplomó. El mal tiem po apareció a principios de
octubre y al llegar a La Rochelle el hom bre y la bestia estaban em papa­
dos hasta los huesos, al cabo de dos sem anas de lluvia constante: "Los
cam inos estab an en tan m alas condiciones que a d u ras penas podía
com pletar siete leguas diarias, m ás que nada porque el pobre anim al se
hallaba tan débil que estaba a punto de desplom arse en cualquier m o­
m ento”. Favarger se deshizo finalm ente del caballo en Loudoun. Como
el anim al tenía hinchazones y fisuras en las patas, lo vendió por sólo
cuatro luises, y tuvo que pag ar el doble de esa cantidad p o r un anim al
m ás recio. Éste aparece en la cuenta de gastos junto con el tratam iento
para las llagas causadas p o r la silla de m o n tar y las escapadas ocasio­
nales a cabarets. Una vez que m ontó un caballo capaz de sobrellevar el
clim a y s o p o rta r su carg a de catálogos, p ro sp ecto s y ejem plares de
m uestra, Favarger reanudó su cam ino por el valle del Loira y las m onta­
ñas de Ju ra sin m ayores contratiem pos. Volvió a la oficina a comienzos
de diciembre, cubierto de lodo y cayéndose de cansancio.11
Fue un viaje difícil, p ero su m am en te edificante, ya que Favarger
regresó con un conocim iento íntim o del m undo de los libros en la pro­
vincia. Aprendió a quitarse de encim a al inspector del com ercio del li­
bro en M arsella, "un hom bre sum am ente m alo, uno de esos que se co­
m erían a su herm ano con tal de no pasar ham bre". En Lyon, en cambio,
descubrió cóm o d e sp ac h a r grandes em barques de libros prohibidos
por m edio de las oficinas de las autoridades. Dijon era otra gran capital
del com ercio clandestino, pero Toulouse, "un centro de fanatism o", de­
bía eludirse. Sólo uno de sus libreros, La Porte, tenía títulos protestan­
tes. "Revisan incluso todos los talleres de encuadernación para confis­
car cualquier cosa que no sea perfectam ente ortodoxa. Tienen el grem io

10 Favarger a la St n , 8 de agosto de 1778.


11 lbid., 21 de octubre de 1778.
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 155

m ás estricto que se pueda im aginar, y los propios libreros lo hicieron


así denunciándose m utuam ente con una saña difícil de creer.” Toulon y
Burdeos tam bién resultaron decepcionantes, aunque por m otivos eco­
nóm icos m ás que políticos, pues su com ercio había sufrido m uchísim o
la g u erra de E stados Unidos. La feria de B eaucaire hab ía declinado
com o centro de intercam bio y las ciudades m ás pequeñas resu ltaro n
so rp ren d en tem en te m al equipadas en térm in o s de librerías. Carpen-
tras, Viviers y M ontélim ar no ten ían un solo co m ercian te. "O range
cuenta solam ente con uno, un fabricante de pelucas de nom bre Tou'ít,
quien no vende m ás que unas cuantas obras piadosas com o u n a activi­
dad paralela. Calamel, que aparece en la lista del alm anaque de los li­
breros, es un com erciante de telas que solía vender libros pero que ya
no se dedica a eso.” Así, ciudad p o r ciudad, Favarger señaló el tipo de
libros que circulaban y el reparto de personajes que los m anipulaban.12
Para lograr una idea m ás clara de la dem anda, Favarger tuvo que con­
frontar a sus clientes en sus cuevas. Pero le costó trabajo arrinconarlos:

Una vez que se les hace una oferta, dicen que revisarán el catálogo, etcé­
tera, y que vuelvas más adelante. Vuelves tres o cuatro veces, y el patrón
nunca está. Si lo encuentras en la tienda, no ha tenido tiempo para consi­
derar tus proposiciones. Por lo que otra vez hay que regresar de nuevo, ¿y
para qué? Para nada, la mayor parte de las veces. Casi todos son así. Al
forastero lo hacen ir de una punta a la otra del pueblo, y hacen sus tratos
por la mañana, pues es raro dar con estos caballeros en sus tiendas des­
pués de la comida. Desearía poder ir más rápido, pero la gente con la que
tengo que tratar se fascina tomando las cosas con calma, incluso cuando
su negocio a duras penas produce algo. Nunca tienen tiempo para que las
cosas sean más sencillas para el forastero.13

Los interm ediarios culturales operaban en todas partes en escenarios


com o el anterior, distinguiendo oferta y dem anda, filtrando el flujo de
literatura antes de que ésta tom ara la form a de libros cargados en carre­
tas que viajaban hacia los lectores en la últim a parada de un sistem a de
distribución. Los agentes viajeros m antenían el sistem a en m ovim iento,
pero el m ovim iento se hacía m ás difícil cuanto m ás se involucraban en

12 Ibid., 15 de agosto, 13 de septiembre y 2 de agosto de 1778.


13 Ibid., Io de octubre de 1778.
156 l.A PALABRA IM PRESA

él. Favarger encontró que la eficiencia suiza poco servía contra el rega
teo m editerráneo tipo bazar. Pero no logró vender su m ercancía a Bu-
chet en Nimes ni a Mossy en M arsella, salió de sus establecim ientos con
un conocim iento m ás rico del m ercado. M uchas veces se hizo una idea
sobre lo que m ás valía la pena piratear. En Bourg-en-Bresse, p o r ejem ­
plo, Vernarel lo urgió para que recom endara una reim presión de "Lois el
c o n stitu tio n s de Pensilvanie, tra d u it de Tangíais, d éd ié au d o c te u r
Franklin, chez Jom bert et Cellot" [Lois et constitutions de Pensilvanie,
traducido del inglés y dedicado al doctor Franklin, vendido p o r Jom bert
y Cellot], Vernarel prom etió encargar cincuenta ejem plares si la st n ha­
cía u n a edición. Al llegar a la siguiente parada, Lyon, Favarger les pre­
sentó la propuesta a los libreros ju n to con el proyecto de una nueva edi­
ción de las obras de Condillac. Pero ningún librero m ordió el anzuelo:

Aquí nadie cree que valga la pena reimprimir la obra de Condillac. Dicen
que Barret todavía tiene ejemplares de su edición. En cambio, se inclinan
en favor de las obras de Riccoboni. Una nueva edición se vendería bien, si
se la copiara de la de París. La demanda por ese producto nunca ha ba­
jado. En cuanto al libro que Vernarel propuso, aquí nadie lo conoce y a
nadie le interesa.

F avarger recibió la m ism a resp u esta m ás adelante, en la librería de


B rette en Grenoble: “Vi las Lois de Pensilvanie en su establecim iento;
dice que aquí a nadie le interesa. No es m ás que u n a com pilación de re­
gulaciones y cosas así, [...] el tipo de m aterial que sólo se vende cuando
aparece po r prim era vez. Lo que él cree que deberíam os reim prim ir es
el Diccionario de Química”.14
Las opiniones variaban y la dem anda lucía diferente en los distintos
lugares. Pero unas cuantas obras parecían estar destinadas a convertirse
en best sellers en todas partes; sobre todo, las Confesiones de Rousseau.
Aún no se habían publicado, pero todos los libreros, con m ucha razón,
estaban convencidos de que los editores se peleaban en secreto el m a­
nuscrito, y todos clam aban po r ejem plares. Tras consultar los rum ores
en Lyon, Valence, Orange, Aviñón, Nim es y Marsella, Favarger informó:
"Todo el m undo me pide las m em orias de J. J. Rousseau, y todo el m undo

14 Favarger a la stn , 11, 21 y 26 de julio de 1778.


LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 157

. i re firm em ente que existen, si no en París, con seguridad en Holanda.


Sería un libro del que habría que hacer tres mil ejemplares, si se lograra
conseguirlo a tiempo". El diálogo continuó en estos m ism os térm inos a
l<>largo de un amplio trecho del reino. Al regresar a Neuchátel, Favarger
Iíabía aprendido m ás sobre las condiciones sociales de la literatura del
siglo xvilI que lo que podría esperar saber cualquier historiador.15
Una vez que trabajadores com o B onnem ain im prim ían los libros y
agentes viajeros com o Favarger los vendían, la m ercancía debía llegar
a los clientes en toda E u ro p a. Cerca de la m itad de los clientes de la
s t n e ran libreros m in o ristas en F rancia; y u n a b u en a p a rte de los li­
bros que encargaban eran ilegales, ya fueran ediciones piratas de obras
inofensivas publicadas en Francia o bien textos prohibidos que no po­
dían venderse abiertam ente ni enviarse sin m edidas precautorias: con­
trabandear, decim os nosotros; ‘‘asegurar", com o se conocía en el co­
m ercio del libro ilegal del siglo xvin.
Los em p resario s (“a seg u rad o res”) h acían un c o n tra to con la STN
para p a sa r los libros p o r la fro n tera francesa. E m pleaban equipos de
"cargadores”, les d ab an de beb er fuerte en alguna posada en el lado
suizo de la fro n tera y los enviaban p o r los cam inos de las m o n tañ as
con m ochilas de libros a la espalda, que en tregaban en depósitos se­
cretos del lado francés. Ahí, un agente francés tran sfería los libros a
cajones y los enviaba a los libreros en todo el reino com o m ercancía
dom éstica con falsos docum entos de em barque. La frontera era p a tru ­
llada por escuadrones am bulantes del servicio de aduanas. Si a tra p a ­
ban a uno de los cargadores, le confiscaban los libros y el asegurador
ten ía que p ag ar u n a com pensación a la s t n . Al cargador podían m ar­
carle en el cuerpo las letras g a l , que significaban galérien, y enviarlo
encadenado a re m a r en las galeras, ya fuera p o r unos cuantos años o
p o r el resto de su vida si reincidía en la falta.
Por tanto, los seguros eran un negocio duro y los com erciantes que
lo m anejaban pedían cuotas m uy elevadas, calculando con precisión los
m árgenes de ganancia y riesgo. Guillon l’ainé, un asegurador de Clair-
vaux, cobraba el 16% del valor de la m ercancía por cru z a r la frontera.
Sus hom bres llevaban los libros en la espalda en cargas de 80 libras, de
70 libras cuando la nieve era espesa. En m arzo de 1773, atraparon a dos

15 Ibid., 15 de agosto de 1778.


158 LA PALABRA IM PR ESA

de ellos, incluido su "jefe”. Guillon temió no poder sacarlos nunca de |>i i


sión porque el obispo de Saint-Claude se interesó especialm ente en el
caso, y entre los libros iba la novela utópica de Mercier, El año 2440, que*
no dejaba bien parada a la Iglesia. Guillon pagó la debida compensación,
a razón de unas 240 libras tornesas -m á s o m enos el salario de m edio
año de un trabajador de la st n - y serm oneó a la st n sobre su buena Ir
como com erciante: “Digo que soy honesto y derecho. [...] Me contraria­
ría el haberles hecho perd er siquiera u n centavo”. E ntonces subió su
cuota al 20% del valor. No se sabe lo que les sucedió a los cargadores.16

Las dificultades no term inaban en el m om ento en el que los libros lle­


gaban a los establecim ientos de los m inoristas, pues los libreros tenían
que venderlos y pagar sus cuentas a la s t n , que a su vez em pleaba el
dinero p ara rem u n erar a los im presores, los papeleros y los autores de
las siguientes obras en la línea de producción. Al librero se lo podría
c o n sid e rar com o el in te rm e d ia rio m ás im p o rta n te de todo este sis­
tem a, pues operaba en el área crucial en la que la oferta se encontraba
con la dem anda.
Los libreros eran de m uchas variedades. Algunos constituían pila­
res de la sociedad, otros vivían de su ingenio en el lado oscuro de la ley.
Tengo cierta debilidad por estos últim os, cuya m anera de h acer nego­
cios puede verse en el caso de Nicholas Gerlache.
Gerlache em pezó en la vida com o curtidor. La curtiduría lo llevó a
la encuadernación; la encuadernación, a la venta de libros; la venta, al
contrabando, y el contrabando, a la cárcel. E n su ficha policíaca, ap a ­
rece com o el dirigente de u n a banda de co ntrabandistas que operaba
en la frontera nororiental de Francia: "H abita el albañal del Parnaso,
vive a costa de su inm undicia, y alienta el en jam b re de insectos que
cubren el área de la frontera y que am enazan con expandirse por todo
el reino”. (La policía del Antiguo Régim en favorecía una form a de ex­
presión m ás literaria que la de sus sucesores en el siglo xx.)17
Tras su liberación en 1767, G erlache pro m etió ir p o r el buen ca­
m ino. Volvió a la curtiduría en M etz y los inform es de los espías de la
policía in d icab an que se alejó de los "libros m alos”, com o los llam a-

16 Guillon a la s t n , 4 de octubre de 1773 y 1” de octubre de 1774.


17 Joseph d’Hémery a A.-R.-J.-G. Gabriel de Sartine, teniente general de la Policía,
informe sin firma fechado el 11 de julio de 1765, Bibliothèque Nationale, Ms. fr. 22096.
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 159

km . (Para los profesionales del ram o, eran "libros filosóficos”.) P ara


1770, iba en ascenso. G erlache h ab ía cortejado y co n q u istad o a u n a
|oven que le dio u n a dote de 2.400 libras tornesas - u n a b u en a sum a
para una novia en las filas superiores de las clases b a ja s- y u n a sim pá­
tica su eg ra.18
La joven pareja decidió m o n ta r u n a pequeña lib re ría y taller de
encuadernación. La m adre de la novia adelantó 800 libras p ara las pie­
les y la dote se fue en el m obiliario, la renta y el equipo de encuadem a-
i ión. El acervo de la librería provino de J. L. Boubers, un editor y m a­
yorista de B ruselas que se especializaba en “libros filosóficos" y que
entonces cooperaba con la STN en u n a edición del notable Sistema de la
naturaleza de D'Holbach.
En este punto, G erlache apareció en la correspondencia en Neu-
chátel. E n sus cartas luce com o un serio joven m uy tra b a ja d o r deci­
dido a iniciar un negocio y h acer algo con su vida.

S oy d e u n a fa m ilia q u e h a a tra v e s a d o tie m p o s d ifíc iles y q u e a h o r a n o


tie n e n a d a . M e vi o b lig a d o a a p re n d e r el oficio de c u rtid o r; p e ro lleno de
a r d o r p o r el co m ercio , c o n g u sto a b a n d o n é m i p ro fe sió n p a r a a c e p ta r la
o fe rta qu e m e hizo M. B o u b e rs. [...] Y a h o ra he p u e s to en m i n eg o cio los
cien lu ises q u e re c ib í al c a sa rm e co n la p e rso n a q u e soy feliz d e p o se e r y
q u e p a re c e h a b e r n ac id o p a ra el tra b a jo y el c o m e rc io .19

Hay que reconocer el hecho de que Gerlache trataba de im presionar a


un proveedor y de obtener algún crédito. Pero la STN hizo algunas pes­
quisas entre los com erciantes locales y ellos lo describieron com o “un
joven que trabaja duro y que es de una conducta correcta". P or 803 li­
bras, G erlache com pró u n a lettre de maîtrise, que le daba el derecho a
p articip ar en el com ercio del libro bajo la supervisión del grem io en la
cercan a Nancy. E stableció líneas de abastecim iento con la s t n y con
la Société typographique de Sarrebruck así com o con Boubers en B ru­
selas. Com pró un caballo y una carreta, y se puso a vender libros en los
alrededores m ien tras su esposa cu id ab a la tienda en M etz. Tam bién
fundó un club de lectura (icabinet littéraire), en el que la gente de la ciu­
dad, en p a rticu la r los soldados de un destacam ento local, podían leer

18 Bonin a D'Hémery, 28 de junio de 1767, ibid.


19 Gerlache a la s t n , 19 de junio de 1772.
160 LA PALABRA IM PRESA

cualquier cosa en la tienda por 3 libras m ensuales -p o c o m ás que el


salario diario de un carpintero calificado-.20
Gerlache llevaba un cargam ento general de libros, pero al parecer se
especializaba en la variedad de libros “malos", o "filosóficos", que cinco
años antes lo habían m etido en problem as con la policía. Sus cartas indi­
can que su clientela estaba ansiosa por la fruta m ás prohibida: el ateísmo
{Sistema de la naturaleza, Tratado de los tres impostores), la pornografía
{Teresa filósofa) y el escándalo político {Le Gazetier cuirassé).
La correspondencia de Gerlache perm ite seguir la suerte del pequeño
negocio mes a mes. El prim er año fue particularm ente duro, puesto que
llevó tiem po form ar u n a clientela. Pero el club de lectura trajo un flujo
prom etedor de clientes durante el segundo año, aunque Gerlache se viera
obligado a estar lejos de casa en expediciones de venta prolongadas y di­
fíciles. Asimismo, realizó algo de contrabando para Boubers, quien, se­
gún resultó, prefería que Gerlache le llevara libros en lugar de venderlos
al m enudeo. Las relaciones con Bruselas se agriaron y el sum inistro del
noroeste se secó. Pero Gerlache afianzó su alianza con la Société typo-
graphique de Sarrebruck. Para junio de 1772, su club de lectura ya había
crecido hasta los 150 m iem bros, y él calculaba que la tienda le producía
2.400 libras al año, lo suficiente para alim entar a una familia.
Los Gerlache se p reparaban para acom odar a u n recién nacido en
los altos de la tienda. Pero cuando m adam e Gerlache se acercaba al tér­
m ino de su em barazo, su m adre cayó peligrosam ente enferm a. "Me en­
cuentro en u n m om ento crítico", escribió Gerlache a la s t n . "Mi suegra
está a punto de m orir y mi esposa de d ar a luz, y me tem o que la m uerte
de su m adre le cause un serio daño." La m adre y el bebé salieron ade­
lante, pero la suegra m urió. E sta últim a dejó 6.000 libras, y Gerlache
em pezó a hacer pedidos en cantidades mayores, pagando por m edio de
letras de cam bio con vencim iento a los doce o dieciocho m eses.21
G erlache sobrepasó en breve sus capacidades. C uando en 1773 el
destacam ento de soldados en el cual se encontraban algunos de sus m e­
jores clientes fue transferido, Gerlache entendió que no iba a poder pa­
gar algunas de las letras. Suplicó una prórroga, ju rando que “preferiría
m orir a perm itir que u n a sola de mis letras quedara sin saldarse".22

20 C. C. Duvez a la s t n , 29 de octubre de 1773.


21 Gerlache a la s t n , 6 de julio de 1772.
22 Ibid., 13 de agosto de 1772.
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 161

Pero unos meses después tenía la espalda contra la pared y luchaba


por su vida. El tono de las cartas cam bió. Si alguno de sus acreedores
tra tab a de hundirlo, les advirtió, “prenderé fuego a todo lo que tengo
para im pedir que la ley lo em bargue”. Le suplicó a la stn que le enviara
libros m ás audaces "en el género del Sistema social" -u n tratado radical
escrito p o r el barón D 'H olbach- para así poder capitalizar la dem anda
de libros prohibidos. Pero cuando la st n se dio cuenta de que Gerlache
estaba asum iendo riesgos m ayores, se negó a am pliar su crédito. En
octubre de 1774, su proveedor en Saarbrücken quebró: un desastre, in­
form ó Gerlache, que "me hunde en una situación desesperada". Arregló
la separación legal de su rm ijer p ara que sus acreedores no p udieran
reclam ar lo que le pertenecía a ella. Y en noviem bre desapareció, de­
jando atrás a su m ujer y a su hijo.23
No hay un librero al que sea posible tom ar para tipificar el género,
pero he encontrado num erosas carreras que concluyeron igual que la
de G erlache. Pascot de Burdeos: "ha h u id o ”; Brotes de Anduze: "fugi­
tivo”; Boyer de Marsella: "ya no existe aquí, huyó para América”; Plan-
quais de Saint-M aixant: "se dice que se enroló en el ejército”; Blondel de
Bolbec: "huyó, fue citado ante la justicia p o r el pregonero de la ciudad
dándole a un tam bor”; la viuda Reguilliat de Lyon: en quiebra y escon­
diéndose para “m antener a mi persona en algún lugar, seguro evitando
de esta form a los horrores de la prisión"; el em pleado de Boisserand en
Roanne: desaparecido con la caja del dinero, “de tal m anera que m e es
im posible arrestarlo". Luego el propio Boisserand: “se fue del pueblo
porque no pudo pagar sus deudas. [...] Su pobre m ujer me pide que so­
licite vuestra piedad [...] porque él trabajó duro y vivió m iserablem ente
toda su vida y dejó varias criaturas incapaces de valerse por sí mismas";
Jarfau t de Melun: "Este librero desapareció hace tres años, se enroló
para ir a las colonias, dice la gente. Su m ujer y sus hijos, quienes viven
de la caridad aquí, no han recibido ninguna noticia de él. Tal vez haya
m uerto. [...] Lo único cierto es que la esposa de Jarfaut y sus cinco hijos
viven en la pobreza m ás espantosa".24

23 Ibid., 5 de enero de 1773, 2 de enero de 1774 y 13 de octubre de 1774.


24 Rocques a la s t n , 24 de julio de 1779 (sobre Pascot); Batilliot a la s t n , 26 de enero de
1781 (sobre Brotes); Favarger a la s t n , 15 de agosto de 1778 (sobre Boyer); ibid., 28 de oc­
tubre de 1778 (sobre Planquais); Grand Lefebvre a la s t n , 4 de junio de 1781 (sobre Blon­
del); Veuve Reguilliat a la s t n , 5 de julio de 1771; Boisserand a la s t n , 31 de mayo de 1777;
162 LA PALABRA IM PRESA

Claro que num erosos libreros perm anecieron "sólidos", p ara em ­


p lea r uno de sus térm inos predilectos. Pero m e im p resio n a cuántos
quebraron. Antes de la responsabilidad lim itada y de la revolución in­
dustrial, el capitalism o acusaba una alta tasa de bajas entre los em pre­
sarios. Los grandes hom bres de negocios y los pequeños com erciantes
con frecuencia se jugaban todo lo que tenían; y cuando perdían, lo per­
d ían todo. La últim a carta en m uchos de los expedientes en N euchátel
proviene de u n a esposa a b a n d o n ad a o de un am igo de la fam ilia, y
cierra con la frase que en el siglo xvm se refería al abandono de cual­
quier esperanza: “Dejó sus llaves debajo de la p u erta”.25

Estos breves vistazos a las vidas de los interm ediarios literarios ¿m odi­
fican la im agen que tenem os de la literatura? No puedo so sten er que
las obras de Voltaire y de R ousseau adquieran u n nuevo significado si
uno sabe quién las vendía; pero al conocer a Ostervald, Bosset, Morel,
B onnem ain, Favarger, G uillon y Gerlache, es posible sen tir los libros
com o artefactos del siglo xvm. Es crucial, desde luego, estudiar las edi­
ciones originales. Al com prenderlas en toda su m aterialidad, se puede
c ap tar algo de la experiencia de la literatura de hace dos siglos.
Acaso suene a m isticism o, pero acaso tam bién disperse algo de la
m istificación que se instaló con la visión de la historia literaria a p artir
del g ran hom bre, del gran libro. Los grandes libros p e rten ecen a un
can o n de clásicos seleccionados de m anera retrospectiva en el tra n s­
curso de los años por los profesionales que se hicieron cargo de la lite­
ra tu ra , esto es, p o r los críticos y los profesores univ ersitario s cuyos
sucesores ahora se dedican a deconstruirlo. Es posible que este tipo de
litera tu ra nunca existiera m ás que en la im aginación de los profesio­
nales y de sus alum nos.
Para los franceses del siglo xvm, la literatura - o la república de las
letras, com o h a b ría n dicho ello s- incluía cie rta m en te a V oltaire y a
R ousseau. Pero asim ism o in cluía a P id a n sa t de M airo b ert, M oufle
d’Angerville y a u n a m ultitud de escritores que han desaparecido de la

Chatelus a la s t n , 20 de febrero de 1781 (sobre Boisserand), y Perrenod a la s t n , 21 de


abril de 1781 (sobre Jarfaut).
25 Revol a la s t n , 16 de febrero de 1782, informando sobre la desaparición de un li­
brero de Falaise de nombre Gaillard.
LOS IN T E R M E D IA R IO S OLVIDADOS DE LA LITERATURA 163

histo ria literaria. Sus ob ras estuvieron en los estantes del siglo xvm
imito a Cándido y El contrato social. Una lista de best sellers del Anti­
cuo R égim en d eb ería in clu ir El año 2440, Teresa filósofa y m uchos
oíros “libros m alos". ¿Cuán m alos eran? Hoy se leen m uy bien. Y lo
que resulta m ás im portante: abren la posibilidad de releer la historia
literaria. Y si se los estudiara en conexión con el sistem a p ara producir
y d ifundir la palabra im presa, nos podrían obligar a rep en sar nuestra
noción de la literatura m ism a.

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