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REDACCIÓN
Marisa Mosto
Federico Caivano
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar
nº 2 – 2018
Nota: La Redacción no necesariamente comparte las opiniones vertidas en esta
publicación.
1
ÍNDICE
Presentación p. 3
Minima philosophica p. 20
2
PRESENTACIÓN
3
LO COMÚN DE LO IMPROBABLE
ALEJO CERCATO
Con el paso de los años terminé por aprender, a los golpes, una
extravagante verdad: lo improbable es más común de lo que creemos. Y,
como si lo anterior fuese poco, también descubrí que lo improbable es
siempre mucho más relevante en nuestras vidas que lo cotidiano y
esperable. Cuando nos acontece algo inesperado e improbable
(generalmente suele ser algo que nosotros imaginábamos como
imposible) nuestra vida, ya sea para bien o para mal, se topa con algo
que la impacta1. Si el impacto es elevado, relevante digamos, nuestra
vida necesariamente cambia.
1
El grado del “impacto” recibido, y por tanto sus ulteriores consecuencias, usualmente es
proporcional al grado de improbabilidad de aquello que nos impacta (ya sea una improbabilidad
real o una improbabilidad imaginada, otorgada por nosotros sin suficiente información al
respecto).
2
Dato curioso: mi objetivo de la noche era conquistar a una joven entrerriana que estaba de paso
por la ciudad. El objetivo, aunque improbable, fue logrado con creces. Una de las principales
dificultades consistía en que los egresados de la cena eran nuestros enemigos jurados del colegio,
con quienes, hacía pocos meses, habíamos librado una batalla campal que me valió una fractura
de tabique. Empero, después de un duro trabajo de inteligencia, optamos por llegar a la cena
pasada la medianoche, momento para el cual los muchachos ya estaban pasados de copa y
resultaban inofensivos. Otra de las dificultades fue librarme de los abrazos y llantos de
arrepentimiento del sujeto que me había fracturado el tabique, quien, interrumpiendo mis
tácticas, le repetía a la joven entrerriana que yo “era un buen tipo”.
4
Como “soldado que huye sirve para otra guerra”, nos entregamos
a la fuga… Entonces sucedió algo que jamás hubiese imaginado: mi
hermano, un Goliat Argentino (alto, robusto, fuerte e iracundo), fue
atrapado por un pequeño vándalo que no le llegaba ni a los hombros. La
escena era bizarra: un enano zarandeando a una mole que había quedado
petrificada. Para colmo el resto de mis amigos había desaparecido en la
lejanía. Volví sobre mis pasos y liberé a mi hermano de su opresor al
grito de “corre bol…”.
1
Dato curioso 2: aquella noche nos deparó muchas más sorpresas. Después de liberarnos de
aquel grupo de malhechores nos encontramos con una patrulla de policía que nos indicó otra ruta
de escape más segura. ¡Ja! En nuestro nuevo rumbo encontramos una segunda banda enfurecida
que nos persiguió al grito de “¡Mátenlos!”. Corrimos más rápido que Forrest Gump y logramos
escapar escondiéndonos en el jardín de una casa en la que nos esperaba un “tranquilo” perro
policía. Llegamos a casa a las seis de la mañana y juramos jamás contar nada a nuestros padres.
5
El problema no es que lo improbable sea más común de lo que
pensamos, sino el hecho de que no lo veamos o no sepamos aceptarlo.
Por un instinto de supervivencia tendemos a simplificar nuestra visión de
las cosas para poder movernos con mayor facilidad en el día a día. Como
hay demasiada información en el ambiente, más de la que podemos
procesar, “comprimimos” en un pack toda la información que creemos
importante y nos movemos de acuerdo a las pautas de dicho pack. Por
varias razones (como la comodidad, el miedo o la prisa) terminamos
olvidando que nuestro pack de información es solo una parte del todo y,
confundidos, asumimos que es toda la información (en el mejor de los
casos creemos que es una cantidad de información “suficiente”, pero no
lo es). Y allí, en el prado de la información que no tenemos en cuenta,
habitan los acontecimientos “improbables” con que un día chocamos.
ALEJO CERCATO
Tempus Fugit
6
LOS PENÚLTIMOS MESES DE CARMELO DI LEO
1
Al final de este número, en la sección Minima Philosophica, hay una bonita nota de
Marisa Mosto, a propósito del Prof. Di Leo.
7
UN REGALO EN BRUSELAS
MARISA MOSTO
8
Una niña de cara redondita, cachetona, pelito suelto y flequillo,
jugaba con su peluche como si fuera una pelota. Lo lanzaba al aire y lo
volvía a recoger. Tenía la carita sucia y risueña. Inspiraba ternura y pena
verla jugar en esa calle, a la intemperie, rodeada de basura y luces de
neón. Irradiaba ese típico entusiasmo infantil despreocupado: ella
jugaba. Verdaderamente jugaba. La vida era sólo ese momento. Todo
estaba allí. Entretenida con su muñeco. Y jugando se le cayó el peluche a
mis pies. Y el peluche también estaba sucio. Vino corriendo a recogerlo.
Pensé que sería tremendo para esos padres, para esos padres, de
esa familia, no poder darles una casa, una casa con un baño para lavar su
carita y su peluche, una cama para arroparlos, una mesa para
compartir… y verse obligados a pedir ayuda a unos extraños, sentirse
impotentes frente a sus hijos.
MARISA MOSTO
9
LA JUSTICIA DE TEODORO ROQUE
ATTILIO SALVATORE
“(…) Eso es todo lo que somos, pero podemos
comprender que las autoridades a cuyo servicio estamos,
antes de ordenar una detención así se informen muy bien
sobre los motivos de la detención y la persona del
detenido. En eso no hay error. Nuestras autoridades, por
lo que yo sé, y yo solo sé de los niveles inferiores, no
buscan la culpa entre la población sino que, como dice la
Ley, es la culpa la que las atrae, y tienen que enviarnos a
nosotros, los guardianes. Esa es la Ley. ¿Cómo podría
haber un error?” “Esa Ley no la conozco”, dijo K. “Tanto
peor para usted”, dijo el guardián. “Y probablemente solo
existe en su cabeza”, dijo K.
El Proceso, Franz Kafka.
Para ser honestos, más allá de que el dato sea baladí, Teodoro
Roque era un hombre que profesaba insospechadamente la fe católica.
Baladí, digo, porque en la lógica de aquel sujeto dominaba una premisa
implacable: la Justicia a todos alcanza constantemente. En pocas
palabras Teodoro Roque vivía y obraba (no siempre coherentemente)
bajo la idea de que todas y cada una de sus acciones le debían ser
inmediatamente recompensadas, ya fuese con bienes en caso de ser
buenas acciones o males en caso de ser malas.
10
Teodoro Roque era un fino moralista y un rebuscado metafísico;
pero por sobre todo era un reo esperando la muerte, única recompensa
posible por sus crímenes y pecados (inmensos en su imaginación,
ínfimos para el que entiende de la vida). Y, ahora que todo indicaba la
proximidad del fin lo afrontaba, sin miedo.
ATTILIO SALVATORE
11
PSEUDO-BIO-FILOSOFÍA DEL ABURRIMIENTO
FEDERICO CAIVANO
Mis gatos, como los niños, hacen lío cuando están aburridos y no
les damos la suficiente atención. Como buen filósofo, en vez de ponerme
a jugar más con ellos y mantenerlos entretenidos y felices, esto me dejó
pensando: ¿por qué existe el aburrimiento? Y también: ¿por qué tenemos
la capacidad de aburrirnos? ¿De qué nos sirve? ¿Todo animal tiene esa
capacidad?
1
Dejo de lado la cuestión metafísica pre-post-moderna de si las cosas pueden existir sin
un propósito. Aunque a este respecto me considero firmemente platónico y afirmo la
existencia de un Bien supremo al que todos los otros fines o propósitos apuntan.
2
La aglomeración de prefijos repetitivos (“ex-“) fue pura coincidencia y no tiene
remedio.
12
El aburrimiento es signo de libertad. Y pocos animales tenemos
el lujo de experimentarlo.
El aburrimiento es signo de infelicidad, en cuanto que es falta de
conciencia acerca del sentido biológico de la vida del individuo.
Sin embargo, existencialmente (es decir, considerándonos
como individuos libres), buscar ese sentido, aunque no se
encuentre inmediatamente, ya es una manera de hacer algo y, por
lo tanto, tener un propósito (más breve: buscar el sentido de la
vida es ya darle un sentido a la vida).
El aburrimiento es una alerta que hay que aprender a escuchar y
contestar no sólo a corto plazo. Y hay que saber diferenciar el
vivir para sobrevivir y el vivir para ser feliz con lo que elegimos
ser.
No solo los humanos buscan ese sentido: todo ser vivo vive para
algo, para un pro-pósito, puesto delante de nosotros por alguien
más, por las circunstancias o por cada uno. Los animales que se
aburren sugieren que tienen un grado de libertad no desdeñable.
Cada vez más siento que debo leer a Schopenhauer, que hace
casi, casi 200 años que pensó en estas cosas, aunque obviamente
con mucha más profundidad y lamentablemente con conclusiones
mucho más desesperantes.1
FEDERICO CAIVANO
1
El mundo como voluntad y representación fue publicado en 1819.
13
LA RECETA MÁGICA DEL WHISKEY1
FELIPE MATTI
1
Me permito añadir aquí, en esta nota, la definición que da la Real Academia:
“güisqui. Adaptación gráfica de la voz inglesa whisky (o whiskey, en su denominación
irlandesa y americana).” [Radulfus]
14
Pero el humor también puede demostrar la tensión e ironía que la
tradición lógica y racional, es decir la idiosincrasia de un pueblo en el
cual uno se incluye, posee de gracioso. Ejemplificando de manera
exacerbada y manipulando las costumbres que poseen esas gentes para
causar historias humorosas de todo tipo. Uno puede reírse de uno mismo,
despreciarse y aun así ser chistoso. Ofender a otro y sin más, ser causa
de risa al mofarse. Puede uno irrumpir en el orden moral y provocar
carcajadas. Es una tierra sin orden ni tampoco imperativos gobernantes,
cualquier cosa bien hecha puede ser considerado humor.
1
Nota de Radulfus.
15
EL ARCÓN DE LOS RECUERDOS
El clavo enmohecido
El otro día encontré tirado en un descampado un viejo clavo de
hierro, perdido entre los pastizales y olvidado por todos. Tanto es así que
hasta las hormigas, que iban y venían en una labor desesperada (se
aproximaba una tormenta), no se molestaban en esquivar al pobre clavo.
Me pareció una osadía aberrante, fuera de lugar, y decidí entonces
llevarme al clavo conmigo. Pesaba tan poco en mi bolsillo en el camino
de regreso a casa que, de no haber sido porque al meter la mano me
pinché con él, allí hubiese quedado seguramente olvidado de nuevo.
Ya en mi cuarto volví a tomar el clavo entre mis manos y empecé
a examinarlo minuciosamente: tenía que ser muy viejo, quizás contase
con más años que yo, puesto que ya había perdido su color, aquí y allá se
notaba carcomido, y la mayor parte de su cuerpo estaba enmohecida.
¿Qué hacer con él? Al menos todavía parecía guardar cierta resistencia.
De pronto lo supe: ¡Su destino era evidente! Seguro de su fuerza, usé el
clavo enmohecido para clavar sobre la pared frente a mi cama una copia
del Più Avanti! de Almafuerte, poeta y pensador algo olvidado:
No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que, ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo.
Por una extraña transición osmótica sentí que mi cuerpo y mi
espíritu absorbían con sed el vigor que emanaba de aquel clavo viejo y
ruin que sostenía un canto de rebeldía. Porque el Più Avanti! es, por
sobre todas las cosas, un canto de rebeldía. ¿Contra qué? ¡Contra todo!
Es aquel poema la última trinchera del combate, donde se aprieta el
bastión que aguarda más allá de todo, más allá incluso de la esperanza,
para arremeter feroz, ya mal herido. ¿Qué esperanza queda, en efecto,
para el vencido, para el esclavo de los hados? Ninguna esperanza tiene
ya, pero aún guarda en sí todo su pasado y la nostalgia es su baluarte. Y
con razón, porque ¿qué otra cosa le queda al hombre sin futuro sino los
tesoros su perdida estatura?
16
¿Para qué entonces, si enmohecidos yacemos, tener aún el tesón
cual clavo viejo? He aquí el secreto: todavía nos queda algo bello por
vivir. Y la belleza, por nimia que sea, siempre legitimará cualquier
esfuerzo, cualquier sacrificio, cualquier entrega. ¡Aunque la belleza en
cuestión no sea mucho más que un poema sostenido contra una pared
que, para colmo, no puede oírlo! Al menos ese testimonio basta, para
todo el resto de la eternidad o lo que quede del tiempo. No darse por
vencido, ni aun vencido, es la máxima que rezan los labios del hombre
que ama la belleza.
Alejo Cercato
El libro y el profesor
Revolviendo viejos recuerdos encontré un libro bastante común,
de colegio, pero que tiene gratos recuerdos de mi juventud. Antes de
decir cuál es, ¿es necesario tener un libro de texto para dar una materia
en el secundario? Creo que no, pero dicen que es una ayuda para el
docente el que todos los alumnos tengan un elemento de trabajo común.
No quiero ponerme más nostálgico pero muchísimos de mi época
estudiamos con Santos Lara, Fernández y Galloni, Ibáñez, Rampa, el
Manual del alumno, el Manual del alumno Bonaerense, Alcántara,
Astolfi, Repetto y Fesquet.
17
Deliberadamente he omitido las consultas en la Red; de modo
que probablemente haya mencionado con errores a estos hombres y
obras (algún lector se tomará el tiempo de corregir). Pero el libro de
marras fue el Curso de filosofía de García Venturini.
18
El profesor Miguel Ángel Mirabella es el de la imagen de la
página anterior. Transmitió conocimiento y reflexión profundos.
Tendríamos unas cuantas anécdotas para referir, cosa que impide la
diosa Brevitas. Vuelvo a las vueltas de la vida, porque una vez, en
pasillos de la Universidad Católica, compartimos un viaje en ascensor y
nos quedamos conversando. Le dije por supuesto que había sido su
discípulo en la secundaria. Más aún –¡colmo de las ironías!– años
después de aquel ascenso al mundo de las ideas me llamó por teléfono a
casa. En la Universidad le habían dicho que cultivaba yo los griegos y
los latines y él quería, simplemente, hacerme una pregunta sobre los
sentidos de una palabra. Respondí que estaba muy sorprendido de
escucharlo y traté, lo más brevemente que pude, de hacer unas
Saturnales y ponerme un minuto en el lugar del maestro.
En fin, del arcón de los recuerdos salen, diría Pero Grullo,
recuerdos. Quizás no es tan malo, pues saber es recordar.
Radulfus
19
MINIMA PHILOSOPHICA
20
Estaban los libros en el escritorio,
y los diccionarios de lomos brillantes.
La Remington gris tecleaba en los dedos
finos, firmes, fuertes, sabios, de mi padre.
En esta publicación filosófica, viene ahora un ejemplo de algo
poco filosófico. En efecto, de tantas cosas bellas que tiene la poesía tomé
algo baladí. No me detuve en lo profundo sino en lo anecdótico: la vieja
Remington. Y mi asociación voló hacia el modelo Remington Rapid-
Riter. Y te contaré, querido amigo, dónde me llevó mi mente fugaz.
Hola, Raúl:
Cuando yo terminé el secundario en el Nicolás Avellaneda (1960)
mi mamá me premió con el regalo de una flamante Remington
Rapid-Riter, comprada –cero kilómetro– en la propia casa
Remington, de la que sólo recuerdo que quedaba en la calle
Tucumán, sin tener idea de la altura.
21
Pero, previamente a la recepción del regalo, mi papá me aconsejó
que siguiera un curso de dactilografía, cosa que hice en la sede de
las Academias Pitman ubicada en la avenida Santa Fe en alguna
de las dos cuadras que corren entre Oro y Uriarte. Desde
entonces, soy un perfecto mecanógrafo que puede escribir al tacto
y con elogiable velocidad.
En cuanto a tu curiosidad filológica, mi diccionario Simon and
Schuster’s me dice que rapid es un adjetivo correspondiente a
nuestro rápido (como sustantivo equivale también a nuestro rápido,
acepción que no nos interesa en este caso). Respecto de riter
(vocablo inexistente en inglés), imagino que es una forma
inventada, una especie de simplificación del inglés writer.
Añado ahora que ignoro si la forma correcta es Rapid-Riter
o Rapid Riter: aunque conservo mi querida máquina, se halla
ahora en un sitio de mi casa de difícil acceso. Por asociación de
ideas, veo ahora que hasta 1986 escribí todos mis textos en el
entrañable aparato; por esos días le asigné el beneficio de la
jubilación y me pasé a la computadora.
Esto es todo lo que sé.
Abrazo,
FerS
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Me dijo: "Si yo pudiera, les pediría a los dioses, como Filemón y
Baucis, que me concedieran la gracia de morirnos juntos". Yo era muy
joven. Lo que más me impresionó del asunto es que él tuviera tan
presente la cuestión de la muerte. Para mí era algo que estaba en un
horizonte lejano. Ahora que soy grande –incluso debo tener más años que
él en ese momento– creo entender perfectamente cuál era su miedo.
Volví mucho después al relato de Ovidio, porque encontré a Filemón y
Baucis en el Fausto de Goethe, y quise conocer bien su historia. Una
historia muy sabrosa sobre la importancia de la hospitalidad en la vida.
Aunque Fausto, como ya sabrás mejor que yo, no tuvo piedad con ellos y
arrasó el lugar en que habitaban. Pero allí también murieron juntos. Ese
final a su vez me hizo acordar a Di Leo.
En cuanto a Marco Aurelio: a mí me resulta muy triste.
Quizás más cerca de mi muerte pueda entenderlo mejor.”
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