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un cestero, pasa a menudo estaciones enteras solo, o casi solo, con su oficio por
única distracción. Pero justamente lo que hace que esta gente permanezca en su lugar,
es el sentimiento de la casa, el aspecto tranquilizante y familiar de las cosas”.10 Son
reveladoras las palabras con las que define el modus vivendi del campo: más
ajustado al ritmo que muestra la naturaleza, el hombre abriga el sentimiento
de la casa, lo hogareño, el hecho no sólo de estar en el mundo sino de habitarlo. Y el
trato con las cosas, tranquilo y familiar: las cosas nos acogen, y el hombre no
exterioriza hacia ellas una única relación pragmática o instrumental. Veremos
cómo estos rasgos se ponen de manifiesto en el análisis del cuadro.
El ciudadano de la metrópoli no tiene ningún interés pictórico intrínseco
para Van Gogh, hasta el punto de afirmar que “encuentro que lo que he
aprendido en París, se va, y que vuelvo a las ideas que me habían venido en el
campo antes de conocer a los impresionistas”.11 Sin embargo, el aldeano, el
campesino, etc., los habitantes del campo sí lo poseen, y a través de ellos
Vincent va afirmando un modo de entender la vida, la cotidianidad, el dolor,
la muerte: “Cada vez estoy más convencido de que las gentes son la raíz de
todo”.12 Incluso los útiles de trabajo, los zapatos usados de labrador son tema
para todo un cuadro. En el campo todo se manifiesta bajo un aspecto atrayen-
te: “En el aire límpido hay un no sé qué de más amoroso y feliz que en el
norte”.13 “La naturaleza, el buen tiempo de aquí, esta es la ventaja del Sur”.14
La religiosidad también es vivida de diferente manera por el ciudadano y por
el aldeano: “Yo quisiera sólo que la religión nos pudiera probar algo tranqui-
lizante y que nos consolara. Yo quisiera llegar a esa seguridad que te vuelve
feliz. Esto puede hacerse mucho mejor en el campo o en una ciudad pequeña
que en aquel infierno parisiense”.15 Y es que en el campo se consigue apre-
hender las cosas en su estado de pureza, de virginidad, apartando con ello el
rastro de toda manipulación del hombre. Como dice Albert Boime, a propó-
sito de otro cuadro muy conocido de Van Gogh: “la noche estrellada es un
cuadro de la naturaleza más pura del campo comparada con los suburbios y los
cabarets de París. El comparativo ‘más pura’ es de gran significado. En la
oposición entre ciudad y campo se hace alusión a la entusiasmada preferencia
por el entorno virgen”.16
Ante este panorama Van Gogh ve en el arte japonés una puerta abierta
para el porvenir de la cultura occidental. Es la atracción por lo oriental, como
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go delante de los ojos, sino que me sirvo arbitrariamente del color para expre-
sarme con más fuerza”;27 “yo quiero poner en el cuadro mi aprecio, el amor
que siento por él”.28 Finalmente, la base de esa nueva comprensión de la pin-
tura, fundamentada en el puro color, está en desplegar un nuevo tipo de mira-
da sobre la realidad: “hay que observar largo tiempo las cosas, uno madura así
y llega a concebir más profundamente”.29
Pongamos un breve ejemplo para mostrar todo lo dicho, un ejemplo que
describe el propio Van Gogh.
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incluso un color divino. En julio, la época más cálida del año, Van Gogh
proclama: “¡Qué hermoso es el amarillo!”;32 “aquellos que no creen en el sol
de aquí son bien impíos […] al lado del dios sol”.33
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un árbol lejano y lo que parece ser un bosque y una casa. Ahora veamos como
están distribuidos en distintos planos los objetos señalados: en primer plano,
lo más cercano a nosotros son el tronco de árbol y el sembrador. En un plano
medio tenemos a los campos de violetas que se extienden hasta un tercer pla-
no, de lejanía, en el cual se ubican también el bosque a la derecha, un pequeño
arbolito y la raya del horizonte. Lo interesante en esta distribución de los
objetos es la dimensión del sol en relación con la de todos los demás objetos.
Supuestamente debería estar en el último plano, en la lejanía, y, por tanto,
debería tener una dimensión pequeña. Sin embargo, proporcionalmente ha-
blando, es el objeto más grande de todos. ¿Por qué esa violación de los planos
y las dimensiones? Sin duda el sol no es un objeto más entre todos los demás objetos, sino
que es un objeto señalado por el pintor. No se está buscando una reproducción fiel
de lo que se ve, sino que los objetos están siendo distribuidos en un espacio
pictórico, que es completamente distinto al espacio físico que ocupan las cosas
reales. Esto es esencial, porque ya en ese espacio pictórico se nos está abriendo
el sentido del cuadro. Dejaremos para más adelante la labor de des-cubrir
dicho sentido. Ahora lo importante es destacar algunas ideas en torno a los
elementos pictóricos presentados por Van Gogh.
Por otro lado, el cuadro está dividido en dos partes por la ralla del horizon-
te: el cielo y la tierra. Proporcionalmente aquél ocupa un poco más de espacio
pictórico que ésta. Luego tenemos los campos pintados con líneas diagonales
y en primer plano un tronco de árbol casi en vertical, arqueado, atravesando
todo el cuadro, rompiendo la gran división horizontal. Veamos como esbozó
Van Gogh este cuadro:
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algún campesino. Estamos ante una escena campestre de lo más simple, co-
mún, cotidiana.
El sembrador está completamente solo, realizando un acto tan común como
es el de la siembra, mostrado por la posición del brazo derecho, extendido,
esparciendo las simientes por la tierra. Una soledad dimensionada por los cam-
pos que se extienden detrás de él. El sol queda a su espalda, y al ser atardecer,
todo el cuerpo del campesino está cubierto de oscuridad, en sombra, no pu-
diéndose distinguir ningún rasgo facial ni corporal. Podemos decir que el
campesino es una mancha en el cuadro, una figura básica de ser humano en el
que destaca la mano extendida esparciendo las semillas.
Comparemos los dos aspectos comentados hasta ahora, el sol y el sembra-
dor, atendiendo al color. Para ello reproducimos otro cuadro de la misma épo-
ca y casi con los mismos motivos que el que estamos comentando:
Nótese, en primer lugar, el sol. El amarillo tan intenso que incluso llega a
deslumbrar al espectador. Ese amarillo sí transmite calor, no sólo iluminación.
Es que estamos en las primeras horas de la mañana, y no en el atardecer. En
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liviano), con un color intenso. Y el hombre que las siembra, causa de su exis-
tencia y que permanece anclado en la tierra. Por eso el sembrador está dentro
de los colores oscuros. De este modo, vemos como el cuadro va desde lo más
oscuro, situado en la parte inferior del cuadro, que corresponde justo con el
primer plano en la distribución de los objetos (sembrador y tronco de árbol),
hacia lo más claro, situado en la parte superior, y que corresponde con lo que
queda en último plano (sol y cielo).
Tenemos ante nosotros un cuadro que reproduce una labor agrícola tan co-
mún como la de la siembra. No se nos representa ninguna excepcional fiesta
campestre, ni un soberbio paisaje, sino algo tan simple y llano como un cam-
pesino sembrando. Detrás de él quedan los inmensos campos de violetas. La
actividad la realiza solo. No se desvía la atención hacia otros campesinos, en
otras posiciones, etc., sino que aquí tenemos uno solo. Parece que Van Gogh
no necesita más para transmitir aquello que pretende transmitirnos. Sólo los
inmensos campos y el sembrador. Acaso acompañado por el tronco de árbol, y
algún que otro sonido campestre.
El sembrador está inmerso en la ejecución de su labor. No repara en su
entorno, ni en las violetas, que despliegan su peculiar olor y son agitadas de
vez en cuando por alguna leve ráfaga de aire que acentúa así su belleza, ni en
el inmenso sol que está detrás de él. Sólo en esa entrega confiada del sembrador a su
actividad puede abrirse para nosotros la comprensión del cuadro. ¿Qué se nos está
mostrando? Pensamos que en esa actividad resuena ni más ni menos que el
modo de vivir de las gentes dedicadas toda su vida a la labranza de la tierra.
Gran parte del tiempo de su vida se lo pasan en absoluta entrega silenciosa y
solitaria al trabajo de la tierra. Por eso, para quien haya pasado una amplia
estancia en cualquier pequeño pueblo, lo primero que le llama la atención es
que la gente del lugar es muy poco dada a hablar cuando desempeña sus
labores diarias, de modo que la posibilidad de todo diálogo queda muy limi-
tada. El uso comunicativo del lenguaje es completamente distinto en el cam-
po y en la ciudad. Y es que a través de ese silencio y soledad Van Gogh logra
transmitir la dignidad de la actividad agrícola.
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Bibliografía
- Boime, A., La noche estrellada de Vincent Van Gogh, Madrid, Ed. Siglo XXI, 1994.
- Heideg ger, M., Caminos de bosque, Madrid, Alianza, 1995.
- Jaspers, K., Genio artístico y locura. Strindberg y Van Gogh, Barcelona, El Acantilado,
2001.
- Van Gogh, V., Cartas a Theo, Madrid, Ediciones Júcar, 1994.
Notas
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