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“Estudio de 1 Pedro”

Ps Alex Donnelly

“LA VIDA DEL CREYENTE”

TEXTO 1 Pedro 2:11-12

Introducción

Es un tremendo privilegio se parte del pueblo de Dios. En esta carta, Pedro escribe a un grupo de
creyentes gentiles. Un tiempo atrás, ellos, al igual que los creyentes en Éfeso, estaban “alejados de
la ciudadanía de Israel”; estaban también “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efe 2:12). Sin
embargo, por medio de su fe en Cristo, estos creyentes gentiles ahora comparten las bendiciones de
ser parte del pueblo de Dios (1 Ped 2:9-10).

Como es de saber, todo privilegio implica ciertas responsabilidades; y Pedro indica esto a los
creyentes del primer siglo. En este pasaje, el apóstol pone en claro dos grandes responsabilidades
que ellos tienen. Deben abstenerse de los deseos carnales (v.11b), y deben mantener un buen
testimonio ante los ojos del mundo (v.12); es más, deben hacer todo esto, porque son “extranjeros y
peregrinos” en este mundo (v.11a). Desarrollemos estos puntos.

1. LA NATURALEZA DE LA VIDA CRISTIANA (v.11a)

Pedro describe a los creyentes como “extranjeros y peregrinos”. Recordemos que Pedro era judío;
su mente estaba llena de conceptos del Antiguo Testamento. En 1 Crón 29:15, David, al acercarse a
su muerte, confiesa ante Dios, “Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti,
como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura”. Esta es la
confesión de un hombre que reconoce cuán rápido pasan los años, y cuan breve es nuestra vida
sobre la tierra.

Pero las palabras de David hacen eco de las de Jacob, quien, cuando Faraón le preguntó, “¿Cuántos
son los días de los años de tu vida?”, respondió: “Los días de los años de mi peregrinación son
ciento treinta años…” (Gén 47:8-9). Al hablar así, Jacob no solo estaba lamentando la brevedad de
la vida, sino que estaba dando a entender la naturaleza de su vida – era un peregrino en este mundo.
Era peregrino, porque al igual que su padre y abuelo, vivía en carpas, como un extranjero en la
Tierra Prometida. El autor de Hebreos hace hincapié en esto. Hablando de la fe de Abraham, dice:
“Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas
con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene
fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11:9-10). En otras palabras, Abraham
era un extranjero en Canaán, y vivió como tal; no solo porque no tenía terreno propio, sino porque
su esperanza estaba puesta en la vida más allá de este mundo. No vivía para las cosas de este
mundo, sino para las cosas de la eternidad. Y expresó esta convicción, residiendo en carpas, y no en
edificios permanentes.

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Al escribir a los creyentes del primer siglo, Pedro los describe como “expatriados de la dispersión”
(1 Ped 1:1). No eran judíos, pero usa una expresión propia de los judíos, porque quiere dar a
entender que ellos (al igual que los judíos de la ‘diáspora’) no estaban viviendo en su propia tierra.
Eran ciudadanos del cielo (Fil 3:20); por lo tanto, vivían en este mundo como “extranjeros y
peregrinos”.

Esto es algo que siempre debemos recordar, como creyentes. A veces nos aferramos tanto a la vida
en este mundo, que nos olvidamos que realmente somos ciudadanos del cielo. El problema con
hacer eso, es que nuestras vidas se vuelven muy materialistas, y llegamos a preocuparnos
demasiado por nuestra vida terrenal, como si fuera lo único que importara. Para evitar esa trampa
espiritual, nos haría bien meditar constantemente en los pasajes de la Biblia que enfatizan el gran
cambio que Dios ha hecho en nuestras vidas, librándonos “de la potestad de las tinieblas” y
trasladándonos “al reino de su amado Hijo” (Col 1:13). Por tanto, ¡ya no somos de este mundo!
También deberíamos considerar cuidadosamente la exhortación de Pablo, en Col 3:1-2:“Si, pues,
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba…Poned la mira en las cosas de arriba, no
en las de la tierra”.

Pedro sabía que esto era muy importante para los creyentes a quienes estaba escribiendo; creyentes
que estaban pasando por muchas pruebas y dificultades (1 Ped 1:6). Era necesario que ellos
recordaran la naturaleza de su vida, como creyentes. Ya no pertenecían a este mundo, sino que eran
“extranjeros y peregrinos”. La primera palabra enfatiza que aunque vivían ‘en el mundo’, no
pertenecían al mundo (Juan 17:16). Disfrutaban la vida en la tierra (en cierta manera), pero en
realidad ya no se sentían cómodos con las cosas terrenales. ¡Tampoco se sentían cómodos con los
que no creían en Cristo! Un cambio radical había ocurrido en sus vidas, y ahora se sentían
‘extraños’, tanto en el mundo, como entre la gente del mundo. Antes participaban libremente de las
fiestas y de las orgías paganas, pero ahora ya no querían hacerlo; y sus antiguos amigos y
compañeros no lo entendían (1 Ped 4:1-4). ¡Parecían ser “extranjeros” – ‘extraterrestres’!

La segunda palabra (“peregrinos”) enfatiza que estas personas, como todo creyente, eran
transeúntes por la vida. Antes de conocer a Cristo, ellos no veían más que la vida en este mundo.
¡No tenían otra cosa por que vivir! Lo único que les esperaba era la muerte, y eso les provocaba
pánico (Heb 2:15); así que, se esmeraban por aprovechar la vida terrenal hasta lo máximo. Su
filosofía de vida era, ‘Comamos y bebamos, porque mañana moriremos’. Pero ahora que habían
experimentado la gracia de Dios, sabían que lo mejor aun quedaba por delante; que tenían una
morada celestial, y que caminaban rumbo a ella. Como los santos del Antiguo Testamento, estos
creyentes miraban de lejos su morada celestial, y entendían que eran “extranjeros y peregrinos
sobre la tierra” (Heb 11:13).

REFLEXIÓN: ¿Tenemos este concepto de la vida?


¿Estamos viviendo como “extranjeros y peregrinos”?

Este concepto de la vida tiene implicancias muy prácticas. Pedro señala dos de ellas. Si el creyente
es un ‘extranjero’ y un ‘peregrino’, entonces esto implica que es necesario negar la ‘carne’, y dar un
buen testimonio ante los ojos del ‘mundo’.

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2. LA NECESIDAD DE NEGAR A LA ‘CARNE’ (v.11b)

“Amados”, dice Pedro, “yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los
deseos carnales que batallan contra el alma” (v.11b). Podemos notar dos puntos aquí, en esta
exhortación de Pedro:

a. El Creyente Debe Tener Cuidado con la ‘Carne’

‘Absténganse de los deseos de la carne’, dice Pedro. ¿Qué significa esto? Los “deseos carnales”
son aquellos ‘apetitos’ que provienen de nuestra naturaleza como seres humanos, hechos de carne y
hueso; ‘apetitos’, como la necesidad de beber, de comer, de abrigarnos, de relacionarnos con otras
personas, etc. Estos deseos son legítimos; son propios de nuestra vida terrenal. El problema es
que la naturaleza pecaminosa nos lleva a querer satisfacer estos deseos en formas ilegítimas, que
van en contra de la Palabra de Dios.

EJEMPLOS: La persona que se emborracha; la persona que come demasiado; la persona que gasta
demasiado dinero en ropa; la persona que tiene relaciones sexuales fuera del
matrimonio; etc.

Antes de conocer al Señor, los creyentes a quienes Pedro escribe esta carta, se entregaban
completamente a satisfacer sus deseos carnales (1 Ped 4:1-4). Pero ahora que conocen al Señor, y
han sido trasladados del reino de Satanás al reino de Dios, tienen la responsabilidad de abstenerse
de esos deseos carnales. Eso no significa que deben dejar de satisfacer todo apetito carnal.
Mientras vivamos en este mundo, ¡tal cosa es imposible! Tenemos que satisfacer ciertas
necesidades carnales, para poder seguir viviendo. Pero Pedro no esta hablando de necesidades
carnales, sino de “deseos carnales”. La palabra que el apóstol escribe, en griego (‘epithumia’),
significa ‘deseos fuertes’; ‘deseos insistentes’; ‘deseos que exigen satisfacción’. Aunque estos no
son, en sí pecaminosos (Lucas 22:15, “he deseado”; 1 Tes 2:17, “procuramos con mucho deseo”),
muchas veces llegan a serlo, por su fuerte insistencia, y su tendencia a llevarnos a satisfacerlos en
formas que desagradan a Dios.

EJEMPLOS:

Específicamente, Pedro exhorta a los creyentes a abstenerse de aquellos deseos carnales “que
batallan contra el alma” (v.11c). Esto nos lleva a notar que:

b. La ‘Carne’ Atenta Contra la Vida Espiritual

El creyente está inmerso en una tremenda lucha espiritual (Efe 6:10-12). Habiendo sido rescatado
por Dios, se vuelve enemigo de Satanás (habiendo sido antes su cómplice). Satanás ahora lo odia, y
procura hacer todo lo posible por destruir su alma – esa nueva vida espiritual que Dios le ha dado en
Cristo. Una de las maneras en que procura hacerlo es por medio de los deseos carnales. Por eso
Pedro afirma que algunos deseos carnales “batallan contra el alma”. ¿Cómo lo hacen?

Al igual que la mala hierba, estos deseos pueden ‘ahogar’ la palabra de Dios y la vida espiritual
(Marcos 4:19). Los deseos carnales luchan contra el alma, porque provienen de Satanás mismo
(Juan 8:44). Son peligrosos, porque abundan en el mundo, y dirigen la vida de los pecadores (Efe
2:3). Estos deseos de la carne distorsionan la vida del ser humano, produciendo vicios (Efe 4:22);
“hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Tim 6:9). ¡Esclavizan (Tito 3:3)! ¡Seducen

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(Sant 1:14; 2 Ped 2:18)! Son parte de la ignorancia de la vida (1 Ped 1:14). Producen vidas
desordenadas, llenas de disolución e intemperancia (1 Ped 4:3), que resultan en una tremenda
corrupción moral (2 Ped 1:4).

¡Qué terrible catalogo! ¡Cuán peligrosos son estos “deseos carnales”! ¡Cómo tienden a destruir al
ser humano!

Si estos “deseos carnales que batallan contra el alma” son tan peligrosos, ¿cómo podemos
obedecer la exhortación de Pedro, y evitarlos? Aunque el apóstol dice simplemente que debemos
‘abstenernos’ de ellos, en realidad, lo que tenemos que hacer es crucificar estos “deseos carnales”
que atentan contra nuestra vida espiritual (Rom 8:13; Gál 5:24). No debemos estimularlos (Rom
13:14). No debemos ‘sembrar’ para la ‘carne’ (Gál 6:8), sino que debemos disciplinarnos para
negar la carne, y seguir las cosas del Espíritu (Fil 4:8). Y para ayudarnos a hacer esto, debemos
recordar lo que Juan escribe, en 1 Juan 2:16-17:

“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus
deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”

Esto nos lleva a considerar la segunda cosa que Pedro exhorta en este pasaje. Todo creyente, como
‘extranjero y peregrino’ en este mundo tiene:

3. LA NECESIDAD DE MANTENER UN BUEN TESTIMONIO (v.12)

Pedro escribe a creyentes que vivían ante los ojos del ‘mundo’. Sus familiares y amigos
inconversos los miraban, y evaluaban sus vidas. Lamentablemente, como Pedro reconoce, estas
personas murmuraban de ellos “como de malhechores”; obviamente, no porque eran malhechores,
sino porque los paganos malinterpretaban sus acciones como creyentes. Cuando no iban a los
templos paganos, se les tildaba de ‘irrespetuosos’; cuando no participaban en sus fiestas mundanas,
los acusaban de ser ‘antisociales’; cuando no ofrecían culto al emperador romano, decían que eran
‘desleales’. Esta murmuración era algo fuerte para los creyentes, y Pedro lo repite en 1 Ped 3:16.
El verbo, “murmuran” (en griego), significa ‘hablar en contra de’ o ‘hablar mal de’.

Pedro reconoce que los creyentes no pueden evitar que sus allegados malinterpreten sus acciones.
¡El ‘mundo’ nunca entenderá a los que viven como ‘extranjeros y peregrinos’! Pero lo que sí deben
hacer es no dar un mal testimonio. Por tanto, los exhorta, diciendo: “manteniendo buena vuestra
manera de vivir entre los gentiles” (v.12a). La frase, “manera de vivir”, es (literalmente),
‘conversación’. Sin embargo, en este contexto, el término en griego claramente significa
‘comportamiento’.

Antes de conocer al Señor, la forma de vivir de estas personas había sido dirigida o controlada por
los deseos carnales (Gál 5:19-21). Ahora que son creyentes, debían quitarse “el hombre viejo” (Efe
4:22), y vestirse del “hombre nuevo” (Efe 4:24). Su vida diaria debía ser caracterizada por una serie
de “buenas obras” (v.12c), efectuadas con el ‘sabor’ de los frutos del Espíritu Santo (Gál 5:22-24).
En esta manera, mantendrían un buen testimonio ante los ojos del mundo.

¿Cuáles son las buenas obras del creyente? Pedro las va a describir en los versos siguientes.

- Hay buenas obras que todo creyente debe hacer, como buen ciudadano (v.13-17).

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- Hay buenas obras que los siervos, esclavos y trabajadores deben hacer (v.18-25).
- Hay buenas obras que las esposas deben cumplir (1 Ped 3:1-6).
- Hay buenas obras que los esposos deben hacer (1 Ped 3:7).
- Hay buenas obras que todo creyente debe hacer, como miembro de la iglesia (1 Ped 3:8-9).

Cuando pensamos en las buenas obras que debemos hacer, lo importante no es solo lo que hacemos,
en sí, sino nuestra motivación al hacer esas buenas obras. Pedro pone en claro que el creyente debe
hacer buenas obras, no tanto para que el ‘mundo’ piense bien de él o de ella, sino para que los que
nos ven hacer estas cosas, “glorifiquen a Dios” (v.12c). Como dijera el Señor, “Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre celestial que está en los cielos” (Mat 5:16).

Pablo indica que todo lo que Dios hace, lo hace para Su gloria (Efe 1:6, 12, 14). El creyente debe
hacer lo mismo. Debe sentir un vivo celo por la gloria de Dios, y debe procurar comportarse en tal
manera que Dios sea glorificado por medio de él (Gál 1:24; 2 Tes 1:12). Pedro lo recalca esto en 1
Ped 4:11.

Pero, ¿cuando será Dios glorificado? Pedro responde, “en el día de la visitación” (v.12c).
Claramente, está hablando de la segunda venida de Cristo (ver Lucas 19:44). En el idioma original,
la palabra “visitación”, es ‘episkope’, que significa ‘vigilancia’ o ‘supervisión’. Al usar este
término, Pedro está dando a entender que un día Cristo volverá a este mundo para ‘inspeccionar’
todo lo que se ha hecho. Este juicio empezará con la Iglesia (1 Ped 4:17). Lo que se quiere es que
en ese día, cuando Dios nos ‘visite’, lo que quede en claro sean nuestras buenas obras, para que los
inconversos glorifiquen a Dios en el día del juicio final.

Conclusión

En esta carta, Pedro hace recordar a los creyentes del primer siglo, las grandes cosas que Dios había
hecho por ellos (ver 1 Ped 1:3-5, 18-20, 23; 2:9-10). A la luz de todo esto, les hace ver su
responsabilidad de vivir bien la vida cristiana. Debían abstenerse de los deseos de la ‘carne’, y vivir
para la gloria de Dios.

20 siglos han pasado, desde que Pedro escribió estas palabras. Pero, ¡qué vigente son para nosotros,
los que vivimos en el siglo 21! Que Dios nos ayude a entender que también somos “extranjeros y
peregrinos”, y que entendiendo esto, vivamos conforme a la voluntad de Dios, para Su gloria y
honra.

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