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TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
SUMARIO:
I. BÍBLICA.
1. El diálogo entre las ciencias bíblicas y las ciencias humanas.
2. ¿Ciertas secciones o el conjunto de la Biblia?
3. La utilización bíblica de las imágenes.
4. Antropología y antropomorfismo.
5. Evolución de la antropología bíblica.
6. Una antropología de transformación.
7. Antropología y teología.
8. La finitud humana.
9. La antropología bíblica como solución.
10. Conclusión (E.S. Farrell).
II. CRISTIANA.
1. El concepto.
2. El hombre creado a imagen de Dios.
3. El hombre, llamado a ser hijo de Dios en Cristo.
4. La unidad del hombre en la dualidad de cuerpo y alma.
5. El hombre, ser personal abierto a la trascendencia (L F. Ladaria).
I. Bíblica
Son varios los autores que han presentado ya la historia de las investigaciones
relativas a la antropología bíblica. En este sentido, el lector puede consultar la
bibliografía al final de este artículo (cf sobre todo Hahn, Osiek y Rogerson). Más
que de pasar revista de nuevo al conjunto de las investigaciones realizadas en
nuestros días sobre antropología bíblica, reflexionaremos sobre algunas
cuestiones que plantea esta ciencia.
Pero el diálogo entre las ciencias bíblicas y las ciencias humanas, por muy
adelante que haya ido en nuestros días, deja todavía mucho que desear. Todavía
una gran distancia separa la visión bíblica del ser humano de las que predican
las ciencias modernas. Ante muchos de los estudios sobre el tema, se saca la
impresión de que el investigador tiene que hacer todavía una opción
fundamental: o someter la Biblia a algunos de los sistemas de pensamiento
propuestos por la ciencia moderna (podríamos pensar aquí en N.K.
Gottwald, The Tribes of Yahveh, 1979, que plantea una hipótesis marxista), o
someter el propio pensamiento del investigador a las exigencias de una visión de
fe; entonces construye una "antropología teológica" (tal como
hacen muchas Introducciones a la Biblia). ¿No habría que buscar más bien
conciliar las justas exigencias de las ciencias bíblicas con las de las
ciencias humanas?
Los hebreos no eran el único pueblo del Próximo Oriente que describía a su Dios
en términos antropomórficos. Hay muy pocos antropomorfismos bíblicos que no
tengan algún paralelo en la literatura no bíblica del Próximo Oriente antiguo.
Pero convendría indicar aquí algunas distinciones. Según Michaeli, que publicó
un estudio clásico sobre este tema (Dieu á l'image de l'homme, 1950), habría que
distinguir entre un antropomorfismo moral y un antropomorfismo más bien
grosero cuando se compara la religión de Yhwh con ciertas religiones no
bíblicas. Mientras que algunas religiones prestan a sus dioses comportamientos
que inspiran poco respeto, la Biblia presenta a un Dios que posee un carácter
moral y que es fuente de obligaciones morales.
Así pues, habría que decir que se da una relación estrecha entre
el antropomorfismo de la Biblia y la antropología del mismo libro. Lo sugiere
Michaeli, cuando plantea las siguientes preguntas: "La función del
antropomorfismo, ¿es únicamente darnos un conocimiento teológico, o tiene
que dar además un conocimiento moral al ser humano? Si Dios crea, habla,
actúa, ¿no es también el que llama al hombre a ser, a hablar y a actuar? (o.c.,161).
Por eso habría que hablar de una evolución del lenguaje bíblico, que se
enriqueció acudiendo no solamente a la experiencia humana física, emocional y
moral, sino también, un día, a la experiencia humana metafísica: la que conoció
el pensamiento griego ante el descubrimiento del ser. Puede, por tanto, trazarse
el desarrollo de la antropología bíblica, no sólo en los libros hebreos de la Biblia,
sino también en sus libros griegos. Semejante crecimiento prosiguió durante un
período de más de diez siglos de historia y de relaciones interculturales.
Este texto de Job -y otros del mismo género- puede iluminarnos sobre un aspecto
capital y muy difícil de la antropología bíblica. Se trata de la cuestión penosa del
pecado. Parece ser que sólo encontrando a Dios es como Job toma conciencia de
su pecado; porque, hasta el capítulo 43 del libro, protesta más bien de su
inocencia. Al encontrar a Dios, Job se da cuenta de que el ser humano no es el
centro del tiempo y del espacio. Su pecado es el de no haberlo comprendido
antes.
En efecto, ¿qué lugar puede encontrar en una ciencia humana un "más allá de la
razón"? En Jung y compañía, ese "más allá" se identificaría quizá con el
inconsciente. Es ésta una solución accesible al investigador que no conoce la
existencia de un Otro; se queda en el nivel del "hombre en sí" o quizá del
"hombre en relación con otras personas humanas". Pero no puede poner al ser
humano (limitado) en relación con el ser ilimitado.
E. S. Farrell
En el NT se afirma que la imagen de Dios es Cristo (cf 2Cor 4,4; Col 1,15;
también Heb 1,2; Flp 2,6). Esto no significa que se olvide la condición del
hombre como creado a imagen y semejanza de Dios; por el contrario, se afirma
que el hombre ha sido llamado a convertirse en imagen de Jesús si acepta por la
fe la revelación de Cristo y la salvación que éste le ofrece (cf 2Cor 3,18); el
Padre nos ha predestinado a conformarnos según la imagen de su Hijo, para que
éste sea primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8,29); y como hemos
llevado la imagen del primer Adán, el terrestre, hecho alma viviente, llevaremos
también la imagen del Adán celeste, Cristo resucitado, en la participación de su
cuerpo espiritual (cf 1Cor 15,45-49). El destino del hombre es, por consiguiente,
pasar de ser imagen del primer Adán a serlo del segundo; todo ello no es algo
marginal o accesorio a su "esencia", sino que esta vocación a la conformación
con Cristo y a revestir su imagen constituye lo más profundo de su ser. Junto a
esta reinterpretación cristológica del tema de la imagen notamos en el NT una
fuerte orientación escatológica de este motivo (cf también (Jn 3,2). Con todo, no
es aventurado afirmar que si el hombre está orientado a Cristo como meta final
de su existencia, esta ordenación, de un modo o de otro, ha de existir desde el
principio. Es convicción general del NT que el orden de la creación y el de la
salvación se hallan en relación profunda: todo ha sido hecho mediante Cristo y
todo camina hacia él (cf 1 Cor 8,6; Col 1,15-20; Ef 1,3-10; Jn 1,3.10; Heb 1,3);
Jesús es alfa y omega, principio y fin de todo (Cf Ap 1,8; 21,6; 22,13).
La fe cristiana nos dice que el hombre no ha sido fiel a este designio divino y
que desde el principio el pecado ha sido una realidad que ha entorpecido la
relación con Dios. Pero, en su fidelidad, Dios nos ha mantenido siempre su amor
y, en Cristo, la semejanza divina deformada ha sido restaurada (GS 22). Por lo
demás, la naturaleza humana, sin duda profundamente afectada por el pecado,
no ha quedado con todo corrompida de raíz.
La revelación cristiana nos ofrece, según hemos visto, una imagen del hombre
centrada ante todo en Jesús, el hombre perfecto, en quien somos hijos de Dios.
Si ésta es nuestra última vocación, la teología cristiana no puede desentenderse
de aquellos aspectos de la constitución y del ser creatural del hombre que lo
hacen apto para esta llamada divina. En ellos descubre ya la huella del designio
de Dios, que nos quiere para él. El ser humano aparece así abierto a la
comunicación de Dios mismo en la revelación cristiana. Ésta nos abre unas
perspectivas que por nuestra parte jamás hubiéramos podido imaginar; es pura
gracia y don de la benevolencia divina, y al mismo tiempo responde a nuestras
íntimas aspiraciones y deseos: la íntima comunión con Dios, a la que Cristo nos
da acceso, y la plena comunión con los hermanos con quienes vivimos en la
Iglesia, "instrumento de la plena unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano" (LG 1), reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
(LG 4).