Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
DERECHOS HUMANOS
FINES CONSTITUCIONALES DE LA PENA.
PERPETUA.
Integrantes:
PROMADE - PENAL
UNIVERSIDAD NACIONAL DE PIURA
08/07/2017
INDICE
2
3
INTRODUCCIÓN
Es notable que, actualmente, en la sociedad se trata de brindar una suerte de respuesta legitimadora del
Derecho penal (escudo colectivo), cuando este priva la libertad de las personas que infringen el correcto
funcionamiento del Derecho en la sociedad, siendo –por ejemplo- uno de los principales factores: la
perturbación que, en cierto grado, se difunde en los medios de comunicación, toda vez que “la noticia del
delito irrumpe y perturba un modelo ideal de vida, el familiar, y eso genera una alteración social que no
permite pensar”, sobre todo si se tiene en cuenta que los medios de comunicación masivos “desempeñan
un papel determinante en las disputas cognitivas y exegéticas sobe las violencias y los delitos”; perturban
a la gente para que éstas opten por el Derecho penal.
Naturalmente, una de las herramientas –por excelencia- del Derecho penal es la pena; no obstante, esta
se ha visto, indirectamente, en la actualidad sometida a un proceso de colisión entre sus funciones,
motivo por el cual es que al estar en tensión la pena, por ende, lo está el Derecho penal: más aún si la
primera es un eje sustancial del segundo. Las penas que impone el Estado deben cubrir exigencias de
respeto a los derechos humanos como forma de expresión del Estado constitucional de Derecho. Sin bien
el Estado está facultado para reprimir el delito imponiendo penas privativas de la libertad por ser el único
titular de la violencia, no puede hacer uso de la violencia penal de modo extremo a través de penas
privativas de la libertad de larga duración, peor aún, de la propia cadena perpetua Sin embargo, pese al
carácter de emergencia que motivó la adopción de la cadena perpetua en el Perú, se acentuó el interés
por mantener esta pena en nuestra legislación penal, por razones de injerencia del poder político en la
elaboración de normas antiterroristas y para crear un clima de aparente seguridad ciudadana , no sólo se
aplicó para casos de delitos de terrorismo sino que se extendió además, para otros delitos graves,
llegando a sobre criminalizar diversas figuras delictivas generando contradicciones intrasistémicas dentro
del propio Código Penal que rebasaron principios rectores de nuestro Derecho Penal , contenidos en el
Título Preliminar del Código Penal de 1991, tales como el principio de proporcionalidad, culpabilidad,
entre otros.
4
CAPITULO I: FINES CONSTITUCIONALES DE LA PENA.
En la doctrina nacional como extranjera se encuentran diversos conceptos sobre la pena; pero en
esencia confluyen en determinar que la pena es una sanción penal, es una consecuencia jurídica del
delito.
La pena viene hacer la privación o restricción de ciertos derechos que el Estado protege y que la ley
nos atribuye e impone (ej. la libertad) a través de los órganos jurisdiccionales competentes, a la
persona culpable de una infracción penal. Con las imposiciones penales se busca evitar la comisión
de delitos, en cuanto estos alteran y ponen en peligro bienes jurídicos protegidos por la ley, alterando
con ello la estabilidad y la paz de una sociedad. Y puesto que esos bienes jurídicos se consideran
como atributos de la persona, es por ello que es necesario un sistema de normas dentro de una
sociedad.
JOSE HURTADO POZO, conceptúa la pena como: “La sanción penal, consecuencia de
la infracción, implica la restricción o privación de derechos fundamentales”.2 Conceptos
de autores extranjeros.
FRANCISCO MUÑOZ CONDE dice “pena es el mal que impone el legislador por la
comisión de un delito al culpable o culpables del mismo”
Efectuando un recorrido por la doctrina encontramos que, algunos autores confunden fines y
funciones de la pena; dos aspectos que tienen significado diferente, pero son concomitantes.
5
Para COBO DEL ROSAL Y VIVES ANTON “se llama FUNCION a la finalidad última e ideal
para la que la pena se impone y FINES son los objetivos empíricos e inmediatos a los que la
pena, para cumplir su función, ha de hallarse dirigida1”
MUÑOZ CONDE, sostiene “la pena se justifica por su necesidad por medio de represión
indispensable para mantener las condiciones de vida fundamentales para la convivencia de
personas en una comunidad... Su justificación no es, por consiguiente, una cuestión
religiosa, ni filosófica, sino una amarga necesidad”
ROXIN “el Derecho Penal sólo resulta legítimo si persigue la protección de bienes jurídicos2”
RAUL PEÑA CABRERA también se inclina por sostener que la pena tiene por “única función
la protección de bienes jurídicos3
1.3. Teorías De Los Fines De La Pena.
a) Las Teorías Absolutas.- su fundamento principal es que el mal que causa un delincuente no debe
quedar sin castigo, es decir si un delincuente realiza un mal a la sociedad o al Estado este debe
de ser castigado, este castigo será la manera más adecuada de retribución. La pena debe de
imponerse de acuerdo a las normas de cada sociedad en particular, de este modo se llegara a la
justicia. La pena no debe tener como única finalidad la retribución.
2
ROXIN cit. Por CORNELIUS, Nestler en el “Principio de la Protección de Bienes Jurídicos...” Artículo publicado en
“La Insostenible Situación del Derecho Penal”, Estudios de Derecho Penal, Editorial Comares Granada, 2000, p. 63.
3
PEÑA CABRERA, Raúl, La Pena en la Democracia Capitalista y el Sistema de Sanciones en el Proyecto de
Código Penal en Debate Penal N° 1, Lima, 1987, p. 855
6
las Teorías Mixtas lo manifiestan en tres fases, en las que la pena aparece: conminación, la cual
tiene como única finalidad la prevención general; imposición, dicha finalidad debe quedar
sometida a la medida de la culpabilidad del sujeto y en la fase ejecutiva el delincuente que
cumple su condena o pena se le debe de reincorporar a la sociedad, mediante la
resocialización”.
Según MUÑOZ CONDE: “las llamadas penas privativas de libertad, consisten en la reclusión del
condenado en un establecimiento penal (prisión, penitenciaría, reformatorio, etc), en el que
permanece en mayor o menor grado, privado de su libertad, y sometido a un determinado régimen de
vida y por lo común sujeto a la obligación de trabajar.”4
Para nosotros, la pena privativa de libertad significa una pena que afecta directamente a un derecho
fundamental y un bien muy preciado del ser humano: su libertad, con la determinación de reclusión
en un establecimiento penitenciario, bajo un régimen legal pre establecido, con repercusiones en su
vida y sus relaciones interpersonales y familiares.
El Tribunal Constitucional ha desarrollado una serie de preceptos que tienen por finalidad la
protección preventiva de bienes jurídicos consagrados en la Constitución Política del Estado, de tal
manera que el Tribunal Constitucional ha impuesto limites al legislador a efectos de diseñar la Política
Criminal del Estado, entre tales limites no solo se encuentra la proscripción de limitar la Libertad
Personal mas allá de lo estrictamente necesario y en aras de la protección de bienes
constitucionalmente relevantes, sino también de no desvirtuar los fines del instrumento que dicho
poder punitivo utiliza para garantizar la plena vigencia de los deferidos bienes, es decir, no
desnaturalizar los fines de la pena. El Tribunal Constitucional ha desarrollado Plenos Jurisdiccionales
en donde ha definido la importancia de los derechos constitucionales respecto al estado social y
democrático de derecho y el ius puniendi, ello con la finalidad de determinar la vulneración
constitucional de los importantes derechos constitucionales.
Así el ius puniendi del estado es entendido como la potestad que se manifiesta en el aspecto
coercitivo de las normas y por otro, que es también objeto de la regulación de las mismas, y así “el
ejercicio de su poder punitivo esta determinado por las opciones sociales y políticas que haya
4
MUÑOZ CONDE, Francisco, Derecho Penal, Parte General, Tercera Edición, Tirant Lo Blanch, Valencia,
1998, p. 555.
7
adoptado en relación con la organización de la comunidad general. Por lo tanto la política criminal del
estado se halla encuadrada y condicionada por su política social general. En este sentido la
persecución y sanción de conductas delictivas en un Estado Social y Democrático de Derecho
implica el diseño general de las políticas criminales, las que no se agotan con la descripción típica de
estos ilícitos sino también, entre otros, con la ejecución de la pena, así el ius puniendi del Estado
funciona con sus limitaciones dentro de un marco penal de la constitución; bajo los estándares
internacionales referidos a la Protección de derechos fundamentales y es estricta observancia de los
fines de la pena. En este sentido nuestro ordenamiento constitucional y las obligaciones
internacionales será el punto de inicio para poder establecer los fines que el régimen penitenciario se
ha propuesto lograr y los objetivos que en ella se ha trazado en la constitución, así como cumplir con
los deberes y obligaciones asumidas por el Estado.
Los fines de la pena desde una perspectiva constitucional se sintetizan normativamente en tres
estadios fundamentales:
El Estado en su ejercicio de su potestad punitiva diseña las políticas criminales que incluyen el
deber de protección de la ciudadanía en general y la finalidad “resocializadora” del régimen
penitenciario. Así nuestra constitución ha establecido estos fines como principios que han de trazar
la política criminal, sirviendo muchas veces como limites al legislador y otras como obligaciones para
hacer efectivo los derechos fundamentales de la población.
a) Teoría Preventiva: El Tribunal Constitucional asume como válidas, las teorías preventivas,
tanto la especial como general, gozan de protección constitucional directa, en tanto y en
cuanto, sus objetivos resultan acordes con el principio-derecho de dignidad, y con la doble
dimensión de los derechos fundamentales; siendo, por consiguiente, el mejor medio de
8
represión del delito, el cual ha sido reconocido por el Constituyente como un mal generado
contra bienes que resultan particularmente trascendentes para garantizar las mínimas
condiciones de una convivencia armónica en una sociedad democrática.
Asimismo, cita a la Corte Constitucional colombiana, que con respecto a los beneficios
penales, señala lo siguiente “Por vía de los beneficios penales, que hacen parte de los
mecanismos de resocialización creados por el legislador a favor del imputado, (…) no puede
contrariarse el sentido de la pena que comporta la respuesta del Estado a la alarma
colectiva generada por el delito, y mucho menos, el valor de la justicia de darle a cada uno
lo suyo de acuerdo a una igualdad proporcional y según sus propias ejecutorias”.
Preciso es también resaltar el siguiente fundamento: “Para este TC, una medida como la
descrita vacía de contenido la finalidad preventivo-general de la pena privativa de
libertad, pues reduce irrazonablemente la posibilidad de que genere un suficiente
efecto intimidatorio. Además, y lo que es más grave, desvirtúa la posibilidad de
que la sociedad afiance su confianza en el orden penitenciario constitucional, pues
se observará con impotencia cómo delitos de naturaleza particularmente grave son
sancionados con penas nimias, o absolutamente leves en relación al daño social
causado”.
9
precepto impugnado, ya que anula todo fin preventivo-general de la pena privativa de
libertad, al equipararla al arresto domiciliario.
De recibo es cierto que la prevención positiva en su vertiente negativa, implica que el agente
asuma los costos gravosos de su conducta antijurídica, recibiendo una pena lo
suficientemente intensa, que realmente lo motive para no incidir en este tipo de conductas.
Este arraigo social y normativo no se logrará cuando el agente conoce con antelación que
su proceder delictivo no merecerá una respuesta coercitiva de mayor alcance restrictivo
para sus bienes jurídicos fundamentales.
En particular, como escribe Silva Sánchez, un sujeto cometerá un hecho delictivo si y sólo si la sanción
esperada es inferior que los beneficios privados esperados de la comisión del acto.
No obstante nuestras coincidencias con los fundamentos expuestos por el TC en casi todos de los puntos
anotados, la afirmación que hace para dogmática, dice: “(…) aún cuando las medidas tendientes a la
rehabilitación y resocialización del penado que dispensan nuestros centros carcelarios no son óptimas, la
posibilidad de que dichos objetivos se cumplan será menor, mientras se reduzca el tiempo de la ejecución
de la pena privativa de libertad”.
El TC se olvida, a pesar de reconocer las condiciones inapropiadas de las prisiones en sus propios
considerandos, que éstas se han convertido en la práctica en lugares de neutralización social, de efectos
perniciosos en la personalidad del penado.
La actual ciencia penal es unánime al declarar la crisis de la pena privativa de la libertad, y de apuntar el
norte político criminal a la introducción de alternativas a la prisión, como las limitativas de derecho que sí
pueden generar efectos resocializadores.
Cabe también señalar en este extremo, que por lo general, los delincuentes que cometen actos de
corrupción u otros que refieran a la criminalidad “blanca” son sujetos que ya se encuentran socializados.
10
El Tribunal Constitucional ha explicado en múltiples ocasiones que las personas privadas de su
libertad sobre la base de una decisión judicial no pueden ver limitados o restringidos aquellos
derechos que ellos no abarcan. En la jurisprudencia que a continuación se resume, se explica no solo
la justificación para una afirmación, sino también como el proceso constitucional de habeas corpus
puede servir para hacer respetar aquellos derechos fundamentales que no están restringidos por la
sentencia.
La constitución manda que las personas recluidas en centros penitenciarios deber ser
resocializadas.
“De acuerdo con el inciso 22) del artículo 139 de la Constitución, entre los fines que cumple el
régimen penitenciario se encuentra la reinserción social del interno. Esto quiere decir que el
tratamiento penitenciario mediante la reeducación y rehabilitación tiene por finalidad readaptarse
al interno para su reincorporación a la vida en libertad. Ello es así porque las personas recluidas
en un establecimiento penitenciario no han sido eliminadas de la sociedad”.
La comisión de delitos debe ser sancionada, pero ello no justifica que se vulneren
derechos fundamentales de las personas.
“Es verdad que la comisión de un delito debe ir acompañada necesariamente del reproche penal
impuesto desde el Estado, pues de esta forma se pone a la sociedad a salvo de los peligros y se
genera en ella un importante sentimiento de confianza en el sistema de justicia. Pero lo que no
se puede tolerar, desde ningún punto de vista, es que bajo dicho argumento se terminen
vulnerando los derechos fundamentales de la personas que purgan condenan, o se encuentran
11
internados en establecimientos penitenciarios lo cual solo podría significar una extralimitación del
ius puniendi ejercido por el Estado”.
“La pena no es (…) una venganza que el Estado deba aplicar retributivamente al condenado,
como tampoco es un título habilitante para desconocer sus derechos fundamentales. Y es que
así como las personas no pierden su condición humana o su dignidad por el hecho de purgar
condena en un penal, así tampoco la protección de sus derechos puede ser vista como una
´concesión´ o una ´gracia´ que pueda otorgarse discrecional o excepcionalmente o cuando las
circunstancias así lo aconsejan. Antes bien, conviene tener en cuenta que si algo caracteriza a
los derechos fundamentales, ello es precisamente que su aplicación no hace distingos entre las
personas que son sus titulares. Mal haríamos, por lo tanto, entendiendo que la protección de los
derechos de los reclusos significa atentar contra los fines que persigue la pena en el Estado
constitucional de Derecho, del mismo modo que sería errado interpretar que dicha protección
implica perdonar, avalar o premiar el delito perpetrado, u ofender a las víctimas”.
12
“No cabe duda que el derecho a la Salud constituye precisamente uno de aquellos derechos que
el Estado está obligado a proteger y que, ciertamente, reviste la condición de presupuesto básico
para la efectiva resocialización del interno. Siendo ello así, parece evidente que las autoridades
penitenciarias no solo tiene el deber de respetar el contenido constitucionalmente protegido de
ese derecho (para lo cual basta con que se abstengan de realizar cualquier acto que termine
vulnerándolo), sino que también pesa sobre ellas la obligación de disponer todas las medidas
que sean necesarias para optimizar las exigencias que se derivaban de ese contenido.
“En cuanto a la salud de las personas recluidas, es también un derecho que vincula al Estado.
Por esta razón el Código de Ejecución Penal establece en su Artículo 76 que ´el interno tiene
derecho a alcanzar, mantener o recuperar el bienestar físico y mental. La Administración
Penitenciaria proveerá lo necesario para el desarrollo de las acciones de prevención, promoción
y recuperación de la salud´. Por lo tanto los reclusos, obviamente, gozan del derecho
constitucional a la salud al igual que cualquier persona humana, sin embargo en este caso, es el
Estado el que asume la responsabilidad por la salud de los internos.
“El articulo 2 inciso 3 de la Constitución, reconoce como derecho fundamental de toda persona
´(…) la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución
por razón de ideas o creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público de todas las
confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público´.
13
En sentencia anterior (…) este Colegiado señalo que ´la libertad religiosa, como toda libertad
constitucional, consta de dos aspectos. Uno negativo, que implica la prohibición de injerencias
por parte del Estado o de particulares en la formación y practica de las creencias o en las
actividades que las manifiesten. Y otro positivo, que implica, a su vez, que el Estado genere las
condiciones mínimas para que el individuo pueda ejercer las potestades que comporta su
derecho a la libertad religiosa”´.
La libertad religiosa también implica practicar los actos de culto y recibir la asistencia
religiosa que corresponda.
“Es innegable que el reconocimiento constitucional del derecho fundamental de las personas a
profesar una determinada religión, da lugar también al derecho a practicar los actos de culto y a
recibir la existencia religiosa correspondiente sin que atente contra el orden público o contra la
moral pública. Y es que la libertad religiosa no solo se expresa en el derecho a creer, sino
también en el derecho a practicarla. Así una vez formada la convicción religiosa, la fe trasciende
el fuero interno del creyente y se exterioriza ya sea en la concurrencia a lugares de culto, a la
práctica de los ritos de veneración, e incluso como la adopción de determinadas reglas de trato
social (saludo, vestimenta, entre otros)”.
14
Ejercicio de la libertad religiosa por parte de un procesado o sentenciado puede ser
limitado si afecta otros bienes constitucionales.
Como se ha reiterado a lo largo del texto, una de las funciones básicas del sistema penitenciario es
promover la rehabilitación y reinserción de quienes cumplen penas, tareas que en el Perú, no ha
recibido gran atención.
Considerando el alto grado de reincidencia que exhibe la población penal del país, es claro que
queda mucho por hacer en este ámbito. Entre las carencias se destacan las siguientes: cerca de
21.000 reclusos no tienen acceso a los programas laborales; la mitad de los que sí realizan trabajos,
hacen actividades artesanales autogestionadas (sin control de horarios y producción, y sin
remuneración previsible), y sólo un 4.8% de los trabajadores está vinculado a empresas privadas.
Por otra parte. La situación es aún más precaria para los condenados que cumplen su pena en el
medio libre, a pesar de que en estas teorías estas sanciones son más afines al trabajo de
rehabilitación y reinserción.
La Reforma Procesal Penal debiera aliviar en parte estas necesidades, ya que acorta los procesos,
limita la imposición de la prisión preventiva y establece salidas alternativas al procedimiento. Entre
éstas, destaca la suspensión condicional del procedimiento, que permite el desarrollo de un proceso
de rehabilitación del imputado. Dicha medida permite al juez someter al imputado a un conjunto de
condiciones de vigilancia y rehabilitación que si se cumplen, implican el sobreseimiento definitivo de
la causa. Entre las condiciones que pueden ser impuestas, destacan los tratamientos psicológicos y
de tratamiento de adicciones.
15
En estos casos, la pena cumple un función resocializadora, o de reinserción social. Se pretende, a
través de la pena misma o mediante un trabajo complementario a ella, lograr un cambio en la
persona, modificando los factores que han influido en su comportamiento delictivo. Este efecto es el
que destacan la prevención especial y la teoría de Foucault.
Ahora bien, la resocialización no puede ser un objetivo buscado en todos los casos, porque no todo
condenado sufre de un déficit importante de socialización, y obligarlo a recibir una asistencia
innecesaria sería costoso y podría representar un abuso del poder penal del Estado. En ciertos
infractores, en cambio, es de especial importancia, por ejemplo, quienes abusan de las drogas,
reducen significativamente su reincidencia cuando son sometidos a tratamiento, según ha sido
demostrado por una gran cantidad de estudios.
La función resocializadora puede ser parte intrínseca del tipo de pena (por ejemplo, trabajo en
beneficio de la comunidad, que permite reflexionar sobre el daño causado a la sociedad y repararlo a
través del trabajo) o bien, brindarse a través de programas específicos durante el período de
cumplimiento de una sanción. Es el caso de los talleres de apresto laboral, los programas de apoyo
psicológico o los tratamientos para dejar las drogas, que se ofrecen a la población reclusa.
La capacidad de cumplir un objetivo resocializador depende del tipo de pena, más que de la duración
de la misma. Por más alta que sea la multa, este tipo de pena no logrará reintegrar socialmente al
individuo. Por este motivo, si en un caso particular la integración social es un objetivo importante, no
conviene elegir la pena de multa, sino que inclinarse por sanciones como la libertad vigilada o el
trabajo en beneficio de la comunidad, que son más afines a la rehabilitación.
Dentro de este mismo tema, cabe señalar que algunos tipos penales más que procurar la
resocialización, tienen por objetivo evitar la desocialización que se produciría si se optara por otra
clase de sanción. De hecho, uno de los propósitos más importantes de las penas alternativas a la
reclusión -multa, libertad vigilada, etc.- es precisamente evitar la cárcel, porque se reconoce que en
ella se produce el “contagio criminógeno” y se adquieren destrezas para la comisión de otros delitos.
Las ideas de resocialización, rehabilitación o reinserción social han sido sometidas a una intensa
crítica que va desde su sustentación axiológica hasta la congruencia de este paradigma con los
postulados políticos del derecho penal demoliberal.
En la construcción doctrinaria sobre las funciones o fines del Derecho Penal, algunas tendencias
teóricas ubican la función preventivo especial como un momento de la política criminal del Estado:
realizando una abstracción de la norma penal y enfrentándola a dos situaciones particulares, esto es,
por una parte el precepto en si mismo, y por la otra, la ejecución de la pena. En el precepto (que
incluye la previsión de la conducta y su consecuencia) se sitúa la protección de bienes jurídicos con
la amenaza de la pena, en donde encuentra cabida la legitimación de la finalidad de prevención
16
general. En la ejecución de la pena se sitúa el respeto a la dignidad del condenado, en donde puede
legitimarse el concepto de resocialización mediante los fines de prevención especial.
Es evidente que dicha abstracción supone un método útil para justificar la expansión de modelos
eminentemente represivos y, en consecuencia, irrespetuosos de la autonomía ética del condenado
mediante la idea de resocialización. No obstante, si bien las posiciones dogmáticas tradicionales
pueden tomar ventaja de la legitimación del castigo penal para afianzar la necesidad del encierro a
través de la doble función del derecho penal, en otros ámbitos teóricos esto se interpreta desde una
perspectiva limitadora del poder punitivo en la esfera de los particulares.
Así, la premisa que asigna la protección de bienes jurídicos al momento prescriptivo de la ley,
posibilita la sustracción, del ámbito de actuación del derecho penal, de alguna función pedagógica
adjudicada al Estado; al tiempo que la extracción de fines generales del momento de la ejecución
penal, permite conservar un cierto respeto de la dignidad individual o autonomía ética de cada
individuo sometido a una sanción penal. Se trata, por tanto, de establecer un asidero ético – jurídico
para la implementación de mecanismos que logren superar el fundamento de la retribución o la
neutralización del desviado, sobre la que inevitablemente se incurrirá si se desecha totalmente el
concepto de resocialización.
Respecto al primero, aunque en el nivel jurídico la relación entre tratamiento y régimen penitenciario
debe establecerse de acuerdo con una subordinación del tratamiento a un sistema de
individualización científica, la siempre precaria disponibilidad de recursos materiales y humanos en el
sistema penitenciario, las fallas de la administración de justicia y, en general, la insuficiente
infraestructura en relación a la población reclusa y condiciones mínimas de vida, impiden la
operacionalización de un tratamiento centrado en el individuo.
17
Contrariamente, la necesidad de contener los niveles de violencia o conflictividad, trasladan el
objetivo primordial hacia la conservación de un cierto orden intra-carcelario; lo que hace prevalecer,
en la práctica, el fin de retención y custodia que determina su carácter totalizador – represivo, de
forma tal, que la reeducación de los reclusos se valora en proporción directa a su nivel de
sometimiento a la disciplina y control carcelarios.
No obstante lo anterior, tanto los instrumentos internacionales como la legislación interna, otorgan
preeminencia al tratamiento penitenciario como estrategia de resocialización.
Los fines de rehabilitación, pueden ser clasificados bajo un fin general que, a veces, se denomina
protección, y otras, defensa social.
La rehabilitación como fin de la sanción, persigue prevenir conducta delictiva futura por medio del
cambio en la personalidad del ofensor, es decir, al reformarlo. Al rehabilitar a la persona se espera
haber erradicado su propensión a delinquir. Bajo este fundamento la sanción le da primordial
atención a las características de la por sobre la severidad del acto cometido. Usualmente requiere
varios tipos de penas y facilidades diseñadas para ofrecer distintos programas de tratamiento, según
la condición del convicto.
En la actualidad se cuestiona la rehabilitación como fin primordial para imponer la pena. Primero,
muchos programas de rehabilitación han demostrado inefectividad para lograr la misma,
particularmente aquellos llevados a cabo en instituciones de reclusión. Esto se evidencia por las
tasas de reincidencia tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico, donde alrededor de 2 de cada 3
sentenciados a prisión reinciden17. También se cuestiona la autoridad del Estado para imponer
sanciones rehabilitadoras sin una autorización previa del convicto.
18
El Tribunal Constitucional ha considerado necesario determinar cómo son considerados los
beneficios penitenciarios en el ordenamiento jurídico, así ha determinado en su jurisprudencia que en
estricto “Los Beneficios Penitenciario no son derechos fundamentales, sino garantías previstas por el
Derecho de Ejecución Penal, cuyo fin es concretizar el Principio Constitucional de resocialización y
reeducación del interno. En efecto a diferencia de los derechos fundamentales, las garantías no
engendran derechos subjetivos, de ahí que puedan ser limitadas. Las garantías persiguen el
aseguramiento de determinadas instituciones jurídicas y no engendran derechos subjetivos, de ahí
que puedan ser limitadas. Las garantías persiguen el aseguramiento de determinadas instituciones
jurídicas y no engendran derechos fundamentales a favor de las personas. Por otro lado, no cabe
duda de que aun cuando los beneficios penitenciarios no constituyen derechos, su denegación,
revocación o restricción de acceso a los mismos, debe obedecer a motivos objetivos y razonables.
En el Sistema Interamericano los derechos de las personas privadas de libertad están tutelados
fundamentalmente en la Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante “la Convención” o
“la Convención Americana”), que entró en vigor en julio de 1978 y que actualmente es vinculante para
veinticuatro Estados Miembros de la OEA. En el caso de los restantes Estados, el instrumento
19
fundamental es la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (en adelante “la
Declaración Americana), adoptada en 1948 e incorporada a la Carta de la Organización de Estados
Americanos mediante el Protocolo de Buenos Aires, adoptado en febrero de 1967. Asimismo, todos los
demás tratados que conforman el régimen jurídico interamericano de protección de los derechos
humanos contienen disposiciones aplicables a la tutela de los derechos de personas privadas de libertad,
fundamentalmente, la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura, que entró en vigor
en febrero de 1987 y que actualmente ha sido ratificada por dieciocho Estados Miembros de la OEA.
Si bien el presente tema se enfoca principalmente en la situación de las personas privadas de libertad en
penitenciarías, centros de detención provisional, y comisarías y estaciones de policía, la Comisión
Interamericana subraya que el concepto de “privación de libertad” abarca:
Una de las cuestiones que ha debido definir la Corte Interamericana durante su labor en la relación a
las personas privadas de libertad en los Derechos que le corresponden a las personas privadas de
libertad, que son los siguientes:
2.1.1. El Estado como garante de los derechos de las personas privadas de libertad
20
este mismo sentido, las privaciones ilegales de la libertad hacen que esta posición se vea
agravada.
El derecho de las personas privadas de libertad a recibir un trato humano mientras se hallen
bajo custodia del Estado es una norma universalmente aceptada en el derecho internacional. En
el ámbito del Sistema Interamericano este principio está consagrado fundamentalmente en el
artículo XXV de la Declaración Americana, que dispone que “todo individuo que haya sido
privado de su libertad […] tiene derecho a un tratamiento humano durante la privación
de su libertad” . Además, el trato humano debido a las personas privadas de libertad es un
presupuesto esencial del artículo 5, numerales 1 y 2, de la Convención Americana que tutela el
derecho a la integridad personal de toda persona sujeta a la jurisdicción de un Estado parte.
21
Resulta fundamental que la privación de libertad tenga objetivos bien determinados, que no
puedan ser excedidos por la actividad de las autoridades penitenciarias ni aún bajo el manto del
poder disciplinario que les compete y por tanto, el recluso no deberá ser marginado ni
discriminado sino reinsertado en la sociedad. En otras palabras, la práctica penitenciaria
deberá cumplir un principio básico: no debe añadirse a la privación de libertad mayor sufrimiento
del que ésta representa. Esto es, que el preso deberá ser tratado humanamente, con toda la
magnitud de la dignidad de su persona, al tiempo que el sistema debe procurar su reinserción
social.
El deber del Estado de proteger la vida e integridad personal de toda persona privada de libertad
incluye la obligación positiva de tomar todas las medidas preventivas para proteger a los
reclusos de los ataques o atentados que puedan provenir de los propios agentes del Estado o
terceros, incluso de otros reclusos. En efecto, siendo la prisión un lugar donde el Estado tiene
control total sobre la vida de los reclusos, éste tiene la obligación de protegerlos contra actos de
violencia provenientes de cualquier fuente.
Asimismo, la Corte Interamericana ha establecido que las obligaciones erga omnes que tienen
los Estados de respetar y garantizar las normas de protección, y de asegurar la efectividad de los
derechos, proyectan sus efectos más allá de la relación entre sus agentes y las personas
sometidas a su jurisdicción, pues se manifiestan en la obligación positiva del Estado de adoptar
las medidas necesarias para asegurar en determinadas circunstancias la protección efectiva de
los derechos humanos en las relaciones inter‐ individuales. De ahí que pueda generarse la
responsabilidad internacional del Estado por omisiones en su deber de prevenir las violaciones a
los derechos humanos cometidas por terceros.
Con respecto a este deber del Estado de proteger de manera efectiva a las personas privadas de
libertad, incluso frente a terceros, la Comisión Interamericana también ha señalado que,
(…) La obligación del Estado frente a las personas privadas de libertad no se limita únicamente a
la promulgación de normas que los protejan ni es suficiente que los agentes del Estado se
abstengan de realizar actos que puedan causar violaciones a la vida e integridad física de los
detenidos, sino que el derecho internacional de los derechos humanos exige al Estado adoptar
todas las medidas a su alcance para garantizar la vida e integridad personal de las personas
privadas de la libertad.
22
En este sentido, para que el Estado pueda garantizar efectivamente los derechos de los reclusos
es preciso que ejerza el control efectivo de los centros penitenciarios. Es decir, que debe ser el
propio Estado el que se encargue de administrar los aspectos fundamentales de la gestión
penitenciaria; por ejemplo, el mantenimiento de la seguridad interna y externa; la provisión de los
elementos básicos necesarios para la vida de los reclusos; y la prevención de delitos cometidos
desde las cárceles. A este respecto, la Corte Interamericana ha reconocido la existencia de la
facultad e incluso la obligación del Estado de garantizar la seguridad y mantener el orden
público, en especial dentro de las cárceles, utilizando métodos que se ajusten a las normas de
protección de los derechos humanos aplicables a la materia.
Ello implica, fundamentalmente que éste debe ser capaz de mantener el orden y la seguridad a
lo interno de las cárceles, sin limitarse a la custodia externa. Es decir, que debe ser capaz de
garantizar en todo momento la seguridad de los reclusos, sus familiares, las visitas y de las
personas que laboran en los centros penitenciarios. No es admisible bajo ninguna circunstancia
que las autoridades penitenciarias se limiten a la vigilancia externa o perimetral, y dejen el
interior de las instalaciones en manos de los reclusos. Cuando esto ocurre, el Estado coloca a
los reclusos en una situación permanente de riesgo, exponiéndolos a la violencia carcelaria y a
los abusos de otros internos más poderosos o de los grupos delictivos que operan estos
recintos.
De igual forma, el que el Estado ejerza el control efectivo de los centros de privación de libertad
implica también que éste debe adoptar las medidas necesarias para prevenir que los reclusos
cometan, dirijan u ordenen la comisión de actos delictivos desde los propios centros
penitenciarios.
23
Declaración Americana
Convención Americana
Artículo 4: Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará
protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser
privado de la vida arbitrariamente. […].
Así, en función de lo observado en el ejercicio de sus distintas funciones la CIDH ha constatado que
la violencia carcelaria es producida fundamentalmente por los siguientes factores:
las disputas entre internos o bandas criminales por el mando de las prisiones o por el
control de los espacios, la droga y otras actividades delictivas;
24
el hacinamiento, las condiciones precarias de detención y la falta de servicios básicos
esenciales para la vida de los presos, lo que exacerba las tensiones entre los internos y
provoca una lucha del más fuerte por los espacios y recursos disponibles.
En este sentido, la Comisión considera de crucial importancia que los Estados adopten todas las
medidas necesarias para reducir al mínimo los niveles de violencia en las cárceles contrarrestando
los supra citados factores que la generan. Lo que conlleva el diseño y aplicación de políticas
penitenciarias de prevención de situaciones críticas, como los brotes de violencia carcelaria. Estas
políticas deben contemplar planes de acción para decomisar las armas en poder de los reclusos,
especialmente las armas letales, y prevenir el rearme de la población. Asimismo, los Estados deben
establecer –de acuerdo con los mecanismos propios de un Estado de derecho– estrategias para
desmantelar las estructuras criminales arraigadas en las cárceles y que controlan diversas
actividades delictivas, como el tráfico de drogas, alcohol y el cobro de cuotas extorsivas a otros
presos, y que por lo general operan en complicidad con autoridades penitenciarias y de otras
fuerzas de seguridad.
Estas políticas de prevención de la violencia deben integrarse dentro del marco general de políticas
penitenciarias integrales que contemplen la atención a otros problemas estructurales de las
cárceles. En este sentido, tanto el alojamiento de los internos en condiciones adecuadas de
reclusión, como su separación de acuerdo a criterios básicos como el sexo, la edad, la situación
procesal y el tipo de delito, son en sí mismas formas de prevención de la violencia carcelaria.
Asimismo, debe capacitarse y dotarse de equipo necesario al personal de custodia de las personas
privadas de libertad para que intervengan de manera eficaz ante la ocurrencia de motines, riñas o
enfrentamientos entre internos, de forma tal que su actuar oportuno prevenga en la medida de lo
posible la pérdida de vidas humanas.
25
Estados tienen el deber de adoptar medidas concretas para prevenir la ocurrencia de hechos de
violencia en las cárceles.
La CIDH observa que un número importante de muertes de personas privadas de libertad en las
cárceles de la región se producen como resultado de la falta de prevención y atención oportuna de
las autoridades. En esta categoría se encuentran, por ejemplo, las muertes producidas en incendios y
los casos de personas que padecían enfermedades graves o que su condición de salud ameritaba
atención urgente, y que fallecieron por no ser atendidos. En este tipo de situaciones el Estado puede
ser internacionalmente responsable por la falta de prevención o por su actuar manifiestamente
negligente en situaciones que pudieron ser evitadas o mitigadas si las autoridades competentes
hubiesen adoptado las medidas de prevención adecuadas, y/o si hubiesen reaccionado de forma
eficaz ante la amenaza o el riesgo producidos.
Incendios
La CIDH considera que independientemente de que la causa inicial de estos incendios haya sido
un brote de violencia (riña, motín o intento de fuga) o que se hayan generado espontáneamente
por otras razones, la mayoría se produjeron en cárceles sobrepobladas; con instalaciones físicas
deterioradas; en las que no habían mecanismos ni protocolos para hacer frente a estas
situaciones; y/o en circunstancias en las que las autoridades fueron manifiestamente negligentes
en controlar esa situación de emergencia. En la mayoría de los casos las autoridades estaban ya
en conocimiento de estas condiciones y del nivel de riesgo presente.
Así por ejemplo, la CIDH en el caso Rafael Arturo Pacheco Teruel y otros325 se pronunció con
respecto al incendio ocurrido el 17 de mayo de 2004 en la celda o “bartolina” No. 19 del Centro
Penal de San Pedro Sula, en el que murieron 107 internos y otros 26 resultaron gravemente
heridos. Este incendio se produjo debido a un cortocircuito generado por la gran cantidad de
artefactos eléctricos conectados de forma improvisada por los propios internos, y se propagó
rápidamente gracias a las condiciones del lugar y a la presencia de objetos inflamables como
cortinas, colchones, sábanas y la ropa de los internos. En dicho proceso se estableció que la
celda No. 19 era un espacio de aproximadamente 200 metros cuadrados construido con bloque
y techo de lámina en el que vivían al momento del incendio 183 reclusos vinculados a la “mara
salvatrucha”. Este recinto sólo disponía de una única puerta de entrada y una pequeña rendija
de ventilación en el techo, carecía de entradas de luz natural y de servicio de agua corriente.
Todo su espacio interior estaba ocupado por literas y las pertenencias de los reclusos, quedando
libre solamente un estrecho pasillo entre las camas. En este espacio tan reducido y hacinado
26
había conectados 62 ventiladores, 2 refrigeradoras, 10 televisores, 3 aires acondicionados, 3
compresores para mini splits, 3 planchas eléctricas, 5 parlantes, 1 equipo de sonido, 1 VHS, 1
microondas, 1 motor de licuadora, y 1 estufa eléctrica.
Además de las muertes producidas por violencia carcelaria y por negligencia grave por parte del
Estado, otra de las formas como se han registrado graves violaciones al derecho a la vida de las
personas privadas de libertad, aunque estadísticamente inferior a las anteriores, es mediante
acciones directamente imputables al Estado; como por ejemplo: las ejecuciones extrajudiciales, los
actos de tortura o tratos crueles, inhumanos y degradantes que han resultado en la muerte de la
víctima, y las desapariciones forzadas de personas privadas de libertad.
Ejecuciones extrajudiciales
Desde hace décadas, tanto la Corte, como la Comisión Interamericana se han venido
pronunciando con respecto a casos de ejecuciones extrajudiciales de personas privadas de
libertad en Estados de la región, como por ejemplo:
27
(2) El “Operativo Mudanza 1” iniciado a partir del 6 de mayo de 1992, en el cual distintas
fuerzas de seguridad del Estado peruano ejecutaron un ataque con armamento militar
(usando granadas, cohetes, bombas, helicópteros de artillería, morteros y tanques) contra
las internas y los internos de los pabellones 1A y 4B del Penal Miguel Castro Castro en el
que murieron 41 internos. Corte I.D.H., Caso del Penal Miguel Castro Castro. Sentencia de
25 de noviembre de 2006. Serie C No. 160, párrs. 211, 216, 222 y 223.
2.6. Suicidios
En este sentido, la CIDH observa que el encierro de una persona en condiciones de aislamiento que
no se ajusten a los estándares internacionales aplicables constituye un factor de riesgo para la
comisión de suicidios357. Así, la salud física y mental del recluso debe estar supeditada a una
estricta supervisión médica durante el tiempo que dure la aplicación de esta medida358. El
aislamiento o confinamiento solitario de una persona privada de libertad sólo se permitirá como una
medida estrictamente limitada en el tiempo, como último recurso y de acuerdo con una serie de
salvaguardas y garantías establecidas por los instrumentos internacionales aplicables (véase al
respecto el Capítulo IV del presente informe). 320. En el caso de niños y adolescentes privados de
libertad, el aislamiento o confinamiento solitario estará estrictamente prohibido359, la sola aplicación
28
de este tipo de medidas a quienes no hayan cumplido 18 años de edad constituye en sí misma una
forma de trato, cruel, inhumano o degradante. El separar y aislar a niños o adolescentes constituye
un factor de riesgo adicional para la comisión de actos de suicidio.
Tortura
29
Americana, y en los artículos 1, 6 y 8 de la Convención Interamericana para Prevenir y
Sancionar la Tortura. En atención al contenido y alcances de estas normas, la Corte
Interamericana ha establecido que “el Estado tiene el deber de iniciar de oficio e
inmediatamente una investigación efectiva que permita identificar, juzgar y sancionar a los
responsables, cuando existe denuncia o razón fundada para creer que se ha cometido un
acto de tortura en violación del artículo 5 de la Convención Americana”
Esta investigación debe ser realizada por todos los medios legales disponibles, estar
orientada a la determinación de la verdad394, y conducirse dentro de un plazo razonable, lo
cual debe ser garantizado por los órganos judiciales intervinientes395. Asimismo, a las
autoridades judiciales corresponde el deber de garantizar los derechos del detenido, lo que
implica la obtención y el aseguramiento de toda prueba que pueda acreditar alegados actos
de tortura.
De igual forma, el Estado debe garantizar la independencia del personal médico y de salud
encargado de examinar y prestar asistencia a los privados de libertad de manera que
puedan practicar libremente las evaluaciones médicas necesarias, respetando las normas
establecidas en la práctica de su profesión.
Régimen Disciplinario
El régimen o sistema disciplinario es uno de los mecanismos con que cuenta la administración
para asegurar el orden en los centros de privación de libertad, el cual debe ser mantenido
tomando en cuenta los imperativos de eficacia, seguridad y disciplina, pero respetando siempre
la dignidad humana de las personas privadas de libertad.
Las sanciones disciplinarias que se adopten en los lugares de privación de libertad, así como los
procedimientos disciplinarios, deberán estar sujetas a control judicial y estar previamente
establecidas en las leyes, y no podrán contravenir las normas del derecho internacional de los
derechos humanos.
30
principios del debido proceso legal, respetando los derechos humanos y las garantías básicas
de las personas privadas de libertad, reconocidas por el derecho internacional de los derechos
humanos.
(a) los actos u omisiones de las personas privadas de libertad que constituyan infracciones
disciplinarias; (b) los procedimientos a seguir en tales casos;
(c) las sanciones disciplinarias específicas que puedan ser aplicadas y su duración;
(e) los procedimientos para presentar recursos contra dichas sanciones y la autoridad
competente para decidirlos.
Requisas
31
En este sentido, la Corte Interamericana en el caso Montero Aranguren y otros reiteró y
desarrolló el principio fundamental de que “el uso de la fuerza por parte de los cuerpos de
seguridad estatales debe estar definido por la excepcionalidad, y debe ser planteado y
limitado proporcionalmente por las autoridades”. Con lo cual, “sólo podrá hacerse uso de la
fuerza o de instrumentos de coerción cuando se hayan agotado y hayan fracasado todos los
demás medios de control”.
La CIDH considera como una buena práctica el que las autoridades penitenciarias permitan
la presencia de representantes de otras instituciones nacionales de derechos humanos
durante las requisas, siempre que no existan razones claras de seguridad que lo
desaconsejen. Así por ejemplo, durante su visita a Uruguay de julio de 2011 el Relator sobre
PPL fue informado que el Comisionado Parlamentario para el Sistema Carcelario y su
equipo habían implementado la práctica de acudir a los centros penitenciarios durante las
requisas, lo que se considera una buena práctica. El monitoreo y la supervisión
independiente de estos procedimientos contribuye a prevenir la tortura, los tratos crueles
inhumanos y degradantes, y otras arbitrariedades en las cárceles.
Condiciones de reclusión
La CIDH ha indicado que el Estado debe asegurar los siguientes requisitos mínimos
indispensables: “el acceso a agua potable, instalaciones sanitarias adecuadas para la
32
higiene personal, espacio, luz y ventilación apropiada, alimentación suficiente; y un colchón
y ropa de cama adecuados”. Tradicionalmente la CIDH ha considerado que las Reglas: 10,
11, 12, 15 y 21 de las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos constituyen criterios
de referencia confiables en cuanto a las normas internacionales mínimas para el trato
humano de los reclusos en lo relativo al alojamiento, higiene y ejercicio físico513. Y ha
considerado que las mismas se aplican independientemente del tipo de comportamiento por
el que la persona en cuestión haya sido encarcelada y del nivel de desarrollo del
Estado. Actualmente, la posición de la CIDH respecto de estas condiciones mínimas está
establecida en los Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las Personas
Privadas de Libertad en las Américas.
33
de personas privadas de libertad por motivos oficiales se hará siempre a expensas de la
administración.
La CIDH considera que el Estado debe garantizar el control judicial efectivo de los mismos,
en los términos de los artículos 8 y 25 de la Convención y XVIII de la Declaración
Americana. Esto implica que independientemente de cuál sea la autoridad competente para
autorizar y/o ejecutar los traslados587, dicha autoridad debe informar al juez o tribunal a
cuyo cargo se encuentra la persona privada de libertad acerca del traslado, antes de
realizarlo o inmediatamente después. La autoridad judicial competente deberá tener las
facultades para revocar dicho traslado si considera que el mismo es ilegal, arbitrario o
vulnera derechos fundamentales del interno; además, en todo caso, la ley deberá disponer
de los recursos judiciales adecuados y efectivos para impugnar dichos traslados cuando se
considere que los mismos afectan derechos humanos de los reclusos.
En varios de los Estados miembros de la OEA la pena de muerte sigue siendo una forma de
sanción penal establecida en el ordenamiento jurídico y ejercida en la práctica; así por
ejemplo, en los Estados Unidos la población de reclusos en el corredor de la muerte
(condenados a pena de muerte independientemente de su estatus procesal particular) en
2010 ascendía a 3,242 personas589. Otro tanto suman algunos países del Caribe anglófono
que aún tienen en sus cárceles reos condenados a pena de muerte.
Así por ejemplo, la CIDH en sus Informes de Fondo de los casos Whitley Myrie; Dave
Sewell; Denton Aitken; Joseph Thomas; Leroy Lamey y otros; y Desmond Mckenzie y otros,
se refirió a las condiciones de reclusión de los condenados a muerte en la Penitenciaría del
Distrito de St. Catherine, en Jamaica. En estos casos se determinó que las víctimas: (a)
permanecieron en condiciones de encierro de más de 23 horas al día; (b) que no se les
entregó colchones, por lo que tuvieron que dormir sobre el cemento; (c) que los únicos
utensilios que tenían en sus celdas eran una jarra para el agua de beber y un balde o
recipiente para sus necesidades, el que sólo se le permitía vaciar una vez al día; (d) que las
celdas eran calurosas, incómodas y carentes de ventilación suficiente; (e) que las
condiciones de higiene eran deficientes (el desagüe de aguas residuales frente a la celda
siempre desbordado); (f) que la comida que se les suministraba era insuficiente y venía en
mal estado; (g) que no recibían atención médica ni psiquiátrica adecuada; y (h) que no
tenían acceso a actividades laborales ni educativas.
34
En el mismo sentido, en los casos Benedict Jacob; Paul Lallion; y Rudolph Baptiste, la CIDH
se pronunció con respecto a las condiciones de reclusión de los condenados a muerte en la
Prisión de Richmond Hill en Grenada, los cuales se encontraban alojados en celdas
individuales de dos por tres metros, sin entradas de luz natural ni ventilación suficiente.
Debían hacer sus necesidades orgánicas en un balde de plástico que sólo se les permitía
vaciar una vez al día. Sólo se les permitía recibir visitas una vez al mes por 15 minutos, y
escribir y recibir una carta al mes. Además, no se les permitía el acceso a los servicios de la
penitenciaría, como la biblioteca o los servicios religiosos593. Asimismo, en los Informes de
Fondo de los casos Chad Roger Goodman y Michael Edwards y otros, se comprobó que las
condiciones de reclusión en el pabellón o corredor de la muerte de la Prisión de Foxhill en
Bahamas eran sustancialmente similares a las presentes en los otros países del Caribe a
los que ya se ha hecho referencia, con la diferencia de que en estos casos a las víctimas
sólo se les sacaba de sus celdas por diez minutos cuatro días a la semana, estando el resto
del tiempo en encierro absoluto.
El proveer la atención médica adecuada a las personas privadas de libertad es una obligación que se
deriva directamente del deber del Estado de garantizar la integridad personal de éstas (contenido en
los artículos 1.1 y 5 de la Convención Americana y I de la Declaración Americana). En ese sentido, la
CIDH ha establecido que “E] el caso de las personas privadas de libertad la obligación de los Estados
de respetar la integridad física, de no emplear tratos crueles, inhumanos y de respetar la dignidad
inherente al ser humano, se extiende a garantizar el acceso a la atención médica adecuada”
35
vulnerables o de alto riesgo, tales como: las personas adultas mayores, las mujeres, los niños y las
niñas, las personas con discapacidad, las personas portadoras del VIH/SIDA, tuberculosis, y las
personas con enfermedades en fase terminal.
En cuanto a la calidad de los servicios médicos este principio establece que, “[e]l tratamiento deberá
basarse en principios científicos y aplicar las mejores prácticas”. Además, que “[e]n toda
circunstancia la prestación del servicio de salud deberá respetar los principios siguientes:
confidencialidad de la información médica610; autonomía de los pacientes respecto de su propia
salud; y consentimiento informado en la relación médico‐paciente”.
Por lo tanto, además de existir importantes consideraciones relativas a los derechos humanos de los
propios reclusos, los Estados deben dar atención prioritaria a las condiciones de salud en las
cárceles como elemento fundamental de toda política de salud pública. En relación con este punto, la
CIDH ha establecido que: El Estado deberá garantizar que los servicios de salud proporcionados en
los lugares de privación de libertad funcionen en estrecha coordinación con el sistema de salud
pública, de manera que las políticas y prácticas de salud pública sean incorporadas en los lugares de
privación de libertad.
En este sentido, la CIDH considera que lo fundamental es adoptar un enfoque preventivo frente a la
presencia de enfermedades en las cárceles, y partir de ahí organizar los sistemas o mecanismos de
provisión de servicios médicos a las personas privadas de libertad.
Asimismo, la CIDH reitera que los Estados deben adoptar medidas especiales para satisfacer las
necesidades particulares de salud de las personas privadas de libertad pertenecientes a grupos de
alto riesgo como: las personas adultas mayores, las mujeres, los niños y las niñas, los jóvenes y
adolescentes, las personas con discapacidad, las personas portadoras del VIH/SIDA, tuberculosis, y
las personas con enfermedades en fase terminal. Sin embargo, un análisis comprensivo de las
36
obligaciones de los Estados con respecto a estos grupos amerita un estudio mucho más extenso y
pormenorizado que excede los objetivos del presente informe.
La CIDH observa también que por regla general en la región, la provisión de servicios de salud en
comisarías, estaciones de policía y otros centros transitorios de detención es aún más precaria que
en los centros penitenciarios634. Por regla general, estos establecimientos, destinados en principio a
la detención transitoria de personas, carecen de servicios de salud adecuados y muchas veces de los
recursos necesarios para llevar a los reclusos a centros hospitalarios externos cuando sea necesario.
Además, es el personal policial, por lo general sin formación médica, quien decide sobre el acceso de
las personas privadas de libertad a cuidados médicos.
La CIDH ha establecido que, el Estado tiene la obligación de facilitar y reglamentar el contacto entre
los reclusos y sus familias, y de respetar los derechos fundamentales de éstos contra toda
interferencia abusiva y arbitraria. Al respecto, la CIDH ha reiterado que las visitas familiares de los
reclusos son un elemento fundamental del derecho a la protección de la familia de todas las partes
afectadas en esta relación, así: En razón de las circunstancias excepcionales que presenta el
encarcelamiento, el Estado tiene la obligación de tomar medidas conducentes a garantizar
efectivamente el derecho de mantener y desarrollar las relaciones familiares. Por lo tanto, la
necesidad de cualquier medida que restrinja este derecho debe ajustarse a los requisitos ordinarios y
razonables del encarcelamiento.
Para las personas privadas de libertad, el apoyo de sus familiares es esencial en muchos aspectos,
que van desde lo afectivo y emocional hasta el sustento material. En la mayoría de las cárceles de la
región, los elementos que necesitan los presos para satisfacer sus necesidades más elementales no
le son suministrados por el Estado, como debería ser, sino por sus propios familiares o por terceros.
Por otro lado, a nivel emocional y sicológico, el mantenimiento del contacto familiar es tan importante
37
para los reclusos, que su ausencia se considera un factor objetivo que contribuye a incrementar el
riesgo de que éstos recurran al suicidio.
En atención a estas consideraciones la CIDH observa que el Estado debe adoptar todas aquellas
medidas conducentes a asegurar que las personas privadas de libertad no sean recluidas en
establecimientos ubicados a distancias extremadamente distantes de su comunidad, sus familiares y
representantes legales. Asimismo, el Estado debe examinar los casos individuales de los presos y
facilitar en la medida de lo posible su traslado a un centro de privación de libertad cercano al lugar
donde reside su familia.
38
Es difícil imaginar un castigo más cruel que la cadena perpetua, que es
condenar a alguien a vivir sin horizonte, sin esperanza, sin futuro. Para
muchas personas es un castigo más despiadado que la muerte. Y por eso
tantas personas condenadas a perpetuidad acaban quitándose la vida. Esta es
una siniestra realidad que viven algunos sistemas penitenciarios de algunos
países.
VICTOR PRADO SALDARRIAGA: “la denominada cadena perpetua, es un tipo de pena privativa de
libertad indeterminada de por vida”7.
RAUL PEÑA CABRERA: sobre la cadena perpetua dice: “es una privación de la vida y no sólo de la
libertad, una privación del futuro y una muerte de la esperanza de vida. Todo porque es una pena
eliminativa, no en sentido físico pero que excluye por siempre a una persona de la coexistencia
humana”8
La cadena perpetua podemos definir como una pena privativa de libertad, intemporal,
indeterminada, rígida, tasada, que en el fondo importa la neutralización del sentenciado, como ser
humano al encerrarlo de por vida en un establecimiento penal de régimen cerrado, con un propósito
inocuizador de la pena, en contradicción con postulados constitucionales de reinserción social,
resocialización y principios universales de derechos humanos.
3.2. Características
una pena privativa de libertad, se equipara con la prisión, reclusión perpetuas o “de por vida”.
Es una pena intemporal, ilimitada, culmina con la muerte del sentenciado en un establecimiento
penal.
7
PRADO SALDARRIAGA, Víctor Roberto, Todo sobre el Código Penal, Ob. Cit. p. 68
8
PEÑA CABRERA, Raúl, Tratado de Derecho Penal, Parte General, Ob. Cit. p. 609.
39
Es una pena eliminatoria, inocuizadora. No sólo priva de la libertad al individuo sino además
impide el ejercicio de sus derechos como persona humana.
Es una pena desocializante porque aparta totalmente al sentenciado de la sociedad con el riesgo
de prisonización.
Es una pena tasada, no admite criterios de graduación de la pena, no es posible la
determinación judicial graduada de la pena, porque es para toda la vida.
Es una pena de exclusión. “la pena de cadena perpetua es una pena que excluye al ciudadano,
al reo de la sociedad, no solamente marginándolo, sino sepultándolo en una cárcel, privando al
ser humano de cualquier posibilidad, al menos desde el punto de vista conceptual de recuperar
la libertad”.
Es una pena indeterminada desde la fase legislativa de la pena.
Es una pena indivisible.
Es una pena estigmatizante. marcar a un sujeto como criminal es hacerlo efectivamente tal,
renunciar a toda expectativa de resocializarlo y transformarlo, por consiguiente es un peligro
crónico para la convivencia pacífica.
La cadena perpetua encierra una naturaleza jurídica sϋi generis constituyendo una pena privativa de
libertad, porque se cumple en un centro de reclusión penal, muchas veces en condiciones drásticas
e inhumanas; al mismo tiempo, es eliminatoria porque encierra de por vida al sentenciado; por ende
muy bien se le equipara con la propia pena de muerte, no sólo representa una muerte física a través
del tiempo, sino una muerte psicológica, para el propio individuo, como para su familia y la sociedad,
finalmente es una muerte civil porque anula al ciudadano por completo.
40
3.4. La cadena perpetua y los principios de dignidad y libertad
Sin embargo, a juicio del Tribunal Constitucional, el establecimiento de la pena de cadena perpetua
no sólo resiente al principio constitucional previsto en el inciso 22) del artículo 139º de la
Constitución. También es contraria a los principios de dignidad de la persona y de libertad. Detrás de
las exigencias de "reeducación", "rehabilitación" y "reincorporación" como fines del régimen
penitenciario, también se encuentra necesariamente una concreción del principio de dignidad de la
persona (artículo 1º de la Constitución) y, por tanto, éste constituye un límite para el legislador penal,
dicho principio, en su versión negativa, impide que los seres humanos puedan ser tratados como
cosas o instrumentos, sea cual fuere el fin que se persiga alcanzar con la imposición de
determinadas medidas, pues cada uno, incluso los delincuentes, debe considerarse como un fin en
sí mismo, por cuanto el hombre es una entidad espiritual moral dotada de autonomía. Anula al
penado como ser humano, pues lo condena, hasta su muerte, a transcurrir su vida internado en un
establecimiento penal, sin posibilidad de poder alcanzar su proyecto de vida trazado con respeto a
los derechos y valores ajenos. Lo convierte en un objeto, en una cosa, cuyo desechamiento se hace
en vida. La cadena perpetua, en sí misma considerada, es repulsiva con la naturaleza del ser
humano. El Estado Constitucional de Derecho no encuentra justificación para aplicarla, aun en el
caso que el penado, con un ejercicio antijurídico de su libertad, haya pretendido destruirlo o
socavarlo.
El Art. 28° del Código Penal peruano prevé las clases de penas aplicables en el país:
Artículo 28.- Las penas aplicables de conformidad con este código son:
Privativa de libertad;
Restrictivas de libertad;
Limitativas de derechos; y,
Multa.”
La pena de cadena perpetua está prevista en el Artículo 29° del Código Penal Peruano.
Artículo 29°.- La pena privativa de libertad puede ser temporal o de cadena perpetua. En el primer
caso, tendrá una duración mínima de dos días y una máxima de treinta y cinco años.
Mediante Dec. Leg. N° 896 de 24/05/1998 denominada “Ley Contra los Delitos Agravados” se
modificaron diversos Artículos del Código Penal conforme prevé el Artículo 1° de esta norma. Las
figuras delictivas que fueron materia de modificación corresponden a:
41
Robo, Art. 188°
Robo Agravado, Art. 189°
Extorsión, Art. 200°
Las reformas introducidas por el Dec. Leg. N° 896 también fueron materia de observaciones y
críticas al encontrar algunas imprecisiones e incoherencias en las nuevas figuras descritas en el
marco del Dec. Leg. N° 896. Así, en el Art. 152° del Código Penal subsiste la cadena perpetua para
quien, durante el secuestro o a consecuencia de él, afecte gravemente la salud física o mental de la
víctima o produce su muerte. En los Arts. 173° y 173°A que describen la violación de menores, el
Dec. Leg. N° 896 equipara la violación con la muerte, pues en el Art. 173° del Código Penal la ley
prevé cadena perpetua cuando la edad de la víctima de violación fluctúe entre 7 y 10 años y, según
el Art. 173°A del mismo cuerpo legal para los casos de violación en que las edades de las víctimas
oscilen entre 7 y 10 años (Art. 80 173.2) y entre 10 y 14 años (Art. 173.3) también contempla la
cadena perpetua, cuando se provoque la muerte del menor agraviado o se le cause la muerte en la
medida que el agente haya podido prever dicho resultado o, en todo caso, cuando el sujeto activo
actuó con crueldad. Son evidentes las incoherencias en la tipificación penal y las penalidades
previstas, se observa que la penalidad agravada de cadena perpetua es exactamente la misma
tanto por la violación de menores de 7 años como por la violación con resultado de muerte en
menores de la misma edad. En la parte final del Art. 189° del Código Penal introduce una
circunstancia agravante para el robo agravado y prevé la pena de cadena perpetua cuando se haya
producido la muerte de la víctima o que ésta haya sido lesionada gravemente en su integridad física
o mental, modificaciones que ocasionaron contradicciones intrasistémicas por la gravedad de la
pena, sin tomar en cuenta la prelación de bienes jurídicos establecida por la sistemática penal
nacional. Del mismo modo por mandato del Dec. Leg. N° 896 se reforma la parte final del Art. 200°
del Código Penal que regula la figura de la extorsión, incluyendo también la cadena perpetua
cuando a consecuencia del delito, el rehén muere o sufre lesiones graves a su integridad física o
mental, se advierte también la desproporcionalidad de la pena. Integra también este paquete de
once Decretos Legislativos de Emergencia, entre otros, el Dec. Leg. N° 897 que contiene normas de
orden procesal que complementa al Dec. Leg. 896, promulgado bajo la denominación de “Ley de
Procedimiento Especial para la Investigación y Juzgamiento de los Delitos Agravados”; el Dec. Leg.
N° 898 (27/05/1998) “Ley Contra la Posesión de Armas de Guerra” y el Dec. Leg. N° 899
(28/05/1998) “Ley Contra el Pandillaje Pernicioso”.
La cadena perpetua es una pena que ha sido incorporada en catálogos punitivos de diversas
latitudes del mundo, el Perú no es ajeno a esta realidad. Lamentablemente la cadena perpetua por
su naturaleza y sus características presenta serias implicancias con los fines de la pena que se
tratan de explicar mediante las denominadas “teorías de la pena”, que a través de diversos
42
principios o axiomas procuran fundamentar las penas y al hacerlo le otorgan fundamento al propio
Derecho Penal.
El poder penal debe obedecer a los límites racionales que demanda la sociedad; la cadena perpetua
no observa límites y el poder que ejerce el Estado, desde la concepción de la cadena perpetua,
como pena, es verdaderamente ilimitado. Al aplicar la cadena perpetua se cosifica al ser humano, se
atenta contra su esencia, su dignidad, colisionando así con la moral como fundamento de la pena.
Según los retribucionistas “la pena se legitima si es justa... una pena útil, pero no justa carecerá de
legitimidad”9. Encerrar a un hombre a perpetuidad no encuentra sustento en la justicia, no cubre
exigencias de equidad, por la mera compensación, por el mal causado con el delito, la cadena
perpetua no puede considerarse justa. Consiguientemente, por ser injusta deviene en una pena
ilegítima, recogiendo al efecto, los propios fundamentos de las teorías absolutas. Conviene entonces
preguntarse ¿hasta dónde se justifica el uso de tan extrema violencia por el Estado, expresada en la
pena de cadena perpetua?.
Desde esta perspectiva la cadena perpetua es considerada como un instrumento útil a los fines de la
prevención, fundamentalmente para “prevenir delitos futuros”. Sin embargo, sus implicancias son
manifiestas en relación a la prevención general, en su vertiente intimidatoria, en tanto su uso refleja
en observancia de límites al poder punitivo estatal, al reducir al condenado a cadena perpetua a la
situación de objeto para los fines de los demás hombres, esto es, al pretender disuadir a través de
esta pena a la generalidad de ciudadanos, para evitar que incurran en delitos, se utiliza al
condenado a cadena perpetua “como un medio para proteger determinados intereses sociales”,
precisamente en el denominado segundo momento intimidatorio en que tiene una utilidad
“pedagógico-social, es decir,... interviene como un instrumento educador en las conciencias jurídicas
de todas las personas; previniendo así el delito”.
Es el miedo, el mecanismo al cual apela el Estado para lograr a través de la cadena perpetua su
efecto disuasorio, –para evitar delitos de singular gravedad–. Consideramos que en este aspecto
reside una de las implicancias de la cadena perpetua con uno de los fines de la pena, como la
prevención general.
Por este motivo, en la doctrina penal, existe el temor fundado de optar por la tendencia hacia la
prevención general puramente intimidatoria que puede inducir a “caer en un terror penal, por la vía
de una progresiva agravación de la amenaza penal” como función de disuadir; pero y, -como bien
observa Enrique Bacigalupo- “ello permite... elevar las penas indefinidamente caso típico de la
cadena perpetua, pues, cuanto más grave sea el mal amenazado, más fuerte será el efecto
intimidante”. La cadena perpetua vista así desde la prevención general negativa, resulta ser más
9
FERNANDEZ MUÑOZ, Cit en Villavicencio Terreros, Felipe, Derecho Penal, Parte General, Ob. Cit., p.47
43
intimidante que disuasoria, la doctrina es categórica, al respecto Javier Villa Stein, afirma: “la cadena
perpetua puede resultar intimidatoria ciertamente y desde esta perspectiva operar como mecanismo
de prevención general negativo”, por tanto la cadena perpetua deviene en ineficaz a las
pretensiones disuasorias.
Además la cadena perpetua contradice los fundamentos ideológicos de la prevención, que, según
los relativistas son de índole “humanitaria, utilitaria, racional y social, debido a que apuestan por el
hombre que ha delinquido en la búsqueda de su capacitación y educación, la pena de cadena
perpetua es inhumana, irracional, no contribuye a la reinserción social del condenado de por vida, su
capacitación, educación y tratamiento, son quimeras frente a la realidad y condiciones irreversibles
de su privación de libertad, por tanto, ilusorio pensar en logros basados en el tratamiento
penitenciario. Desde la vertiente de la prevención general positiva, a través de la pena se busca
como tendencias actuales “la afirmación y aseguramiento de las normas fundamentales”, reforzar la
confianza y el respeto hacia las normas que han sido vulneradas; sin embargo, cabe reflexionar si
por la necesidad de “aseguramiento de las normas fundamentales” ¿se justifica la aplicación de una
pena tan grave como la cadena perpetua?, ¿importa acaso más la vigencia y confianza en el
derecho que la vida de un hombre que perderá toda posibilidad de recuperar su libertad?. ¿Es a
través de la cadena perpetua, que se puede alcanzar la afirmación del derecho en un Estado social
y democrático y de derecho?, la respuesta negativa es categórica porque esta pena colisiona con
los propósitos del Estado Social y democrático del derecho y, por el contrario muestra a un Estado
autoritario y arbitrario que apela a penas desproporcionadas como la cadena perpetua para
mantenerse y conservar el sistema. Es necesario contrastar la realidad legal con la realidad social y
constatar si por la aplicación de la cadena perpetua mejora o cambia la actitud de los ciudadanos de
respeto por el derecho y si se refuerza, gracias a la cadena perpetua la confianza en el sistema
penal, y en general en el sistema social; poder apreciar así la influencia de la cadena perpetua en la
disminución de la criminalidad y si puede coadyuvar a la solución de los problemas sociales que
inciden en la producción delictiva.
3.6. Cadena Perpetua: Expresión Del Derecho Penal del Enemigo en el Perú
44
individuales”, como las reglas procesales del D.L. 25475 (antes de que fuera tratada su
inconstitucionalidad por el Tribunal Constitucional), cuyas reglas atentaron al debido proceso y al
principio del juez natural, razones suficientes por las que en la actualidad se siguen revisando las
cadenas perpetuas que fueron impuestas por Tribunales Militares y jueces sin rostro; además del
alto contenido simbólico de la cadena perpetua.
El Derecho Penal peruano con la agravación extrema de las penas privativas de libertad y la
conservación de penas draconianas como la cadena perpetua está plasmando las reglas del
Derecho Penal del enemigo, al margen de criterios reflexivos racionales en materia penal. Esta
tendencia deja entrever que el Estado peruano viene utilizando el control penal como primera ratio,
tratando de resolver los problemas sociales con la cárcel de por vida y con la sobre criminalización.
El tema de la cadena perpetua frente a los derechos humanos revela un conflicto entre el Estado y la
persona, plantea un problema en relación a los derechos humanos. Partiendo de la definición de los
derechos humanos podemos apreciar su contenido, aplicación y observancia racional: “...los derechos
humanos estan constituidos por conjunto de facultades, prerrogativas y libertades fundamentales que
atienden el conjunto de necesidades de las personas, permitiendo una vida más libre, racional y
justa”. Es necesario apreciar los derechos humanos en su múltiple dimensión fáctica y
fundamentalmente en su dimensión axiológico valorativa en tanto comprenden valores como la
libertad, la igualdad como las muestras más auténticas inherentes a la dignidad de todo ser humano y
en su dimensión normativa que compromete acciones y decisiones del Estado frente a los derechos
humanos a través de sus normas, “...en tanto normas jurídicas no sólo prescriben conductas
socialmente deseables sino que también atribuyen responsabilidades e institucionalizan mecanismos
de sanción respecto de los trasgresores”.
El punto de conflicto surge cuando el Estado debe establecer mecanismos de sanción respecto de
quienes transgreden las normas jurídicas. Se trata de un punto crítico, donde el Estado a través de
45
sus órganos de poder debe contemplar los márgenes fijados por los “principios” a los cuales
responden los Derechos Humanos, principios que orientan a los Estados a organizar su sistema legal,
sus normas jurídicas sin dañar Derechos Humanos, como sostiene Robert Alexy. “En el derecho de lo
que se trata es de qué es lo debido. Esto habla a favor del modelo de los principios” y, aclara el autor:
”...en el modelo de los principios, prima facie debido;...”. Es decir, el Estado, al acudir a sus potestades
de hacer uso de la violencia penal, de la cual es el único titular tiene que ubicarse prima facie bajo el
contexto de los principios que orienta derechos humanos y procurar que las normas penales al fijar
sanciones penales contra individuos transgresores establezcan escalas punitivas racionales
compatibles sólo y únicamente con lo “debido”, en armonía con los principios de universalidad,
imprescriptibilidad, irrenunciabilidad e inalienabilidad, inviolabilidad, trascendencia a la norma positiva,
igualdad, interdependencia, complementariedad y efectividad en cuya virtud.” Los Derechos Humanos
son aspiraciones o formulaciones principistas, por ello demandan, su respeto y reconocimiento
positivo por parte de la sociedad y el orden jurídico”.
Debe crearse un orden jurídico a la medida que exigen los Derechos Humanos porque estos son
inherentes al hombre.”La primera y fundamental característica de los Derechos Humanos es su
inherencia, esto es, su carácter constitucional e indesligable respecto de todo ser humano”. La cadena
perpetua como máxima pena que impone el Estado Peruano no toma en consideración esta
característica, la cadena perpetua arrebata los Derechos Humanos del condenado lícitamente, hecho
que contradice en esencia a “la inherencia” que determine que los derechos fundamentales del ser
humano “la sociedad no puede arrebatarle lícitamente” .
Mientras la pena de muerte afecta a la vida, la cadena perpetua, pena no menos grave, afecta a la
libertad, la vigencia de este derecho de singular importancia para la vida del hombre, comporta
necesariamente la vigencia de sus demás derechos al determinar el desarrollo de su vida en el
encierro con todas las limitaciones que trae este castigo Son las leyes de los Estados las que crean
penas como la cadena perpetua que rompen los límites prescritos por las Constituciones Políticas de
los Estados democráticos y atentan no sólo contra la libertad individual natural y anterior al Estado
sino contra la libertad como Derecho fundamental del individuo, esto es, aquella libertad articulada
como derecho de libertad frente a la comunidad, quiere decir que se establecen los límites y
obligaciones del poder político para el respeto de los Derechos fundamentales. Como bien lo ratifica
Isidre Molas:”Los Derechos y Libertades Fundamentales vinculan a todos los poderes públicos, y son
de origen inmediato de derechos y obligaciones, y no meros principios pragmáticos”. En este orden de
ideas el tratamiento racional de las penas, la proscripción de la cadena perpetua en el Perú surge
como una obligación vinculante para todos los poderes públicos. Legislativo, Ejecutivo y Judicial por el
criterio restrictivo de los Derechos fundamentales que exhibe esta pena desde su determinación legal.
46
En el ámbito penitenciario, la proyección del principio de dignidad comporta la obligación estatal de
realizar las medidas adecuadas y necesarias para que el infractor de determinados bienes jurídicos-
penales pueda reincorporarse a la vida comunitaria, y que ello se realice con respeto a su autonomía
individual, cualquiera sea la etapa de ejecución de la pena. Sin embargo, y aunque no se exprese,
detrás de medidas punitivas de naturaleza drástica como la cadena perpetua subyace una cosificación
del penado, pues éste termina considerado como un objeto de la política criminal del Estado, sobre el
cual -porque nunca tendrá la oportunidad de ser reincorporado-, tampoco habrá la necesidad de
realizar las medidas adecuadas para su rehabilitación.
Al margen de la ardua polémica sobre el tema de los fines de la pena, es claro que nuestro
ordenamiento ha constitucionalizado la denominada teoría de la función de prevención especial
positiva, al consagrar el principio según el cual, el "régimen penitenciario tiene por objeto la
reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado a la sociedad", en armonía con el artículo
10.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que señala que "el régimen penitenciario
consistirá en un tratamiento cuya finalidad esencial será la reforma y la readaptación social de los
penados"
La solución vino entonces a través del Derecho comparado. Una de las fuentes que tuvo en cuenta
nuestro TC en la STC 10-2002-AI/TC, fue el Estatuto de la Corte Penal Internacional. Aquí se
establece la posibilidad de revisar la sentencia y la pena, luego de transcurrido un determinado
periodo. Con este referente, el Tribunal Constitucional peruano declaró que “la cadena perpetua sólo
es inconstitucional si no se prevén mecanismos temporales de excarcelación, vía los beneficios
penitenciarios u otras que tengan por objeto evitar que se trate de una pena intemporal” y estableció la
obligación de los jueces de “revisar las sentencias condenatorias” de cadena perpetua.
10
La sentencia N° 010-2002-AI/TC optó por exhortar al Poder Legislativo para modificar el régimen jurídico de la
cadena perpetua, introduciendo plazos de culminación y mecanismos temporales de excarcelación; además de
establecer los límites máximos de las penas de los delitos regulados por los artículos 2° y 3° incisos b) y c); y 4°, 5°
y 9° del D.L. N° 25475. De este modo y, no obstante que el país ha logrado superar la emergencia provocada por la
subversión, la política criminal peruana no ha variado y se insiste en el uso de la cadena perpetua.
47
Como consecuencia de ello, y para evitar objeciones de inconstitucionalidad, se promulgó el Dec. Leg.
921 que establece un procedimiento de revisión de la cadena perpetua cuando el condenado haya
cumplido 35 años de privación de libertad. Este procedimiento también fue cuestionado a través de
una demanda constitucional. Finalmente, mediante STC 3-2005-AI/TC, el Tribunal Constitucional
declaró infundados los cuestionamientos al procedimiento de revisión de sentencia de cadena
perpetua. De manera que actualmente la cadena perpetua está vigente y también el procedimiento de
revisión de la condena.
Con esto en mente, nos hemos preguntado varias veces sobre la conveniencia de eliminar etiquetas.
Una cadena perpetua que se revisa cada 35 años, no es propiamente perpetua. Estamos ante una
denominación que tiene muchos efectos simbólicos. Efectos sedantes para quienes reclaman por
castigo, más no disuasivos para aquellos potenciales delincuentes.
METODOS y TÉCNICAS
48
MÉTODO COMPARATIVO, que tiene por finalidad identificar las relaciones de similitud y
diferencias en cuanto al instituto jurídico estudiado en la legislación comparada y en diferentes
sistemas jurídicos.
HISTÓRICO y LÓGICO, por cuanto la unidad de lo histórico y lo lógico expresa la identidad entre
el ser y el pensar. El histórico busca reproducir la existencia real y concreta del objeto de
investigación, mientras el método lógico contribuye a convertir la historia en conocimiento lógico,
habiendo efectuado un recorrido histórico de temas tratados en la presente investigación.
CONCLUSIONES
La pena debe cumplir una función activa en el mantenimiento y fortalecimiento del consenso
jurídico y de seguridad de la ciudadanía. Pero además la aplicación de la pena por el Estado no
puede alejarse de sus fuentes de legitimación constitucional, esto es, de las exigencias de
necesidad, bien jurídico real, humanidad, proporcionalidad y culpabilidad, ya que desconocer
tales límites implicaría usar la pena como instrumento estricto de autoritarismo y terror.
la pena deber ser concebida como “el resultado mediato e incondicional de toda acción contraria
a la ley práctica, no es otra cosa que el restablecimiento de aquel orden, esto es, el resultado
racionalmente necesario a la trasgresión de la ley (qui peccatum est).
49
valores que, a lo mejor, puede no compartir. Pero, en cualquier caso, nunca le puede ser negada
la esperanza de poderse insertar en la vida comunitaria. Y es que al lado del elemento
retributivo, ínsito a toda pena, siempre debe encontrarse latente la esperanza de que el penado
algún día pueda recobrar su libertad. El internamiento en un centro carcelario de por vida, sin
que la pena tenga un límite temporal, aniquila tal posibilidad.
La CIDH observa que uno los problemas más graves y extendidos en la región es precisamente
la falta de políticas públicas orientadas a promover la rehabilitación y la readaptación social de
las personas condenadas a penas privativas de la libertad. En este sentido, el hecho de que la
población carcelaria del Estado sea significativamente joven, hace aún más imprescindible el
que se desarrollen políticas efectivas de rehabilitación, que incluyan oportunidades de estudio y
trabajo; toda vez que se trata de una población que puede tener una vida productiva por delante,
y que de no ser así dicha población corre el riesgo de permanecer en un ciclo de exclusión social
y reincidencia criminal.
La CIDH observa que la ejecución de los programas de rehabilitación también puede verse
afectada por, entre otros, los factores siguientes: (a) la falta de transparencia y equidad en la
asignación de las plazas para participar en estas actividades; (b) la falta de personal técnico para
las evaluaciones de los internos, necesarias para que éstos ingresen a los programas; (c) la
mora judicial, lo que además contribuye al incremento de la sobrepoblación697; (d) la dispersión
geográfica y el alejamiento de los centros urbanos698; (e) la exclusión arbitraria de
determinados grupos de reclusos; (f) la falta de personal de seguridad suficiente para supervisar
las actividades educativas, laborales y culturales; y (g) el traslado constante de internos de forma
arbitraria, lo que impide la continuidad de cualquier actividad productiva que éstos estén
desarrollando.
En cuanto a la naturaleza que debe tener el trabajo penitenciario, las Reglas Mínimas disponen
inter alia que debe ser “productivo”; que “en la medida de lo posible, ese trabajo deberá
contribuir […] a mantener o aumentar la capacidad del recluso para ganar honradamente su vida
después de su liberación”; y que “se dará formación profesional en algún oficio útil a los reclusos
que estén en capacidad de aprovecharla”. Es decir, el trabajo penitenciario, además de servir
para incentivar la cultura de trabajo y combatir el ocio, debe procurar ser útil para la buena
marcha del establecimiento penal y/o para la capacitación del propio recluso.
En el caso de los niños, adolescentes y jóvenes que salen de los sistemas penales y
correccionales, esta ayuda es aún más necesaria, toda vez que estos se encuentran en la etapa
más productiva de sus vidas y porque es preciso prevenir su reincidencia en esas edades
tempranas. En atención a la relevancia que cobra la atención post‐penitenciaria en los niños y
adolescentes, las Reglas de las Naciones Unidas para la Protección de los Menores Privados de
Libertad establecen que: “Todos los menores deberán beneficiarse de medidas concebidas para
ayudarles a reintegrarse en la sociedad, la vida familiar y la educación o el trabajo después de
ser puestos en libertad. A tal fin se deberán establecer procedimientos, inclusive la libertad
anticipada, y cursos especiales”.
50
El propósito de la revisión a los 35 años es verificar si se han cumplido los fines de la pena que,
conforme al artículo 139.22 de la Constitución de 1993, es la reeducación y rehabilitación del
penado a la sociedad.
SUGERENCIAS
Adoptar las medidas legislativas, institucionales y de otra naturaleza que sean necesarias para
asegurar el control judicial efectivo de la ejecución de las penas privativas de la libertad. En
51
particular, deberá dotarse a los jueces de ejecución penal de los recursos materiales y humanos
necesarios para ejercer su mandato en condiciones idóneas, incluyendo la provisión de los
medios de transporte necesarios para que regularmente realicen visitas a los centros penales.
Separar adecuadamente a los reclusos por categorías, de acuerdo con su edad, sexo, tipo de
delito, situación procesal, nivel de agresividad o necesidades de protección. Para la
implementación efectiva de esta medida es preciso atender las principales deficiencias
estructurales de las cárceles.
Las penas de duración excesiva tienen una finalidad retributiva, pero al mismo tiempo un efecto
alienante en la personalidad del interno. Se requeriría un tratamiento penitenciario que realmente
rehabilite y dote de nuevas competencias para la vida en sociedad una vez que la libertad se
recupere. Sin embargo, nuestro sistema penitenciario carece de muchos recursos y de
sensibilidad adecuada para tratar estos temas. Por ello, se tiene razón al decir que una pena de
35 años es casi un encierro perpetuo.
El sistema penal debe adecuar sus acciones bajo estos parámetros; la legislación penal como
instrumento de garantía de paz social no puede significar lo contrario un obstáculo para el
desarrollo social, al contemplar penas como la cadena perpetua el Estado contradice sus
propósitos axiológicos y teleológicos porque provoca la exclusión de los condenados a este pena
de su efectiva participación como individuo social. Una sanción penal no puede tener como
objetivo neutralizar e interferir en la naturaleza social de la persona humana, que es el eje,
centro y fin del Estado social y Democrático de Derecho.
52
BIBLIOGRAFÍA
HURTADO POZO, José, Droit Penal Partie Genérale I, Editions Universitarires, Fribourg, 1991,
p. 15.
MUÑOZ CONDE, Francisco, Derecho Penal, Parte General, 4ª Edición, Revisada, Tirant Lo
Blanch, setiembre 2000, p. 61.
COBO DEL ROSAL y VIVES ANTON, Derecho Penal, Parte General, Ob. Cit. p. 800
FONTAN BALESTRA, Carlos, Tratado de Derecho Penal Argentino, Abeledo Perrot, Tomo I.
Buenos Aires, 1969, p. 564.
53
BERDUGO GOMEZ DE LA TORRE, Ignacio, Temas de Derecho Penal, Cultural Cuzco S.A.
Editores, Lima, 1993 cit. p. 105.
CASTILLO ALVA, José Luis, Principios de Derecho Penal Parte General, Ob. cit. p.355
MIR PUIG, Santiago. (2006). Estado, penal y delito. Buenos Aires: Editorial IB de f. Pág. 38.
ROXIN, Claus. (2008). Fundamentos político-criminales del Derecho penal. Buenos Aires:
Editorial Hammurabi. Pág. 50.
Informe sobre los Derechos Humanos de las Personas privadas de Libertad.- Comisión
Interamericana de Derechos y Organización de los Estados Americanos – 31 de diciembre de
2011.
WEBGRAFÍA:
On line en:http://www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0798-
95982007000300003&lng=es&nrm=iso
54