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Cuenta la leyenda que había una vez un granjero que tenía un viejo

caballo para cultivar sus campos. La gente, al verlo montado sobre él, le
decía:

-¡Qué buena suerte tienes por tener un caballo y qué mala suerte
tenemos nosotros por no tenerlo!

Un día el caballo escapó del corral hasta la llanura. Cuando los vecinos
se acercaron para condolerse por su mala suerte y lamentar su
desgracia, el granjero replicó:

-¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Yo no sé.

Los vecinos se alejaron sin entender lo que quiso decir.

Pasada una semana, el caballo regresó hambriento de las llanuras


trayendo consigo cuatro caballos salvajes que se metieron al corral del
granjero. Claro está que los vecinos fueron a felicitarlo.

-Nos equivocamos la vez pasada. En realidad qué buena suerte que se


haya ido y mejor suerte que haya regresado el caballo acompañado por
cuatro más.

El granjero respondió de nuevo:

-¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Yo no sé.

Pero los vecinos seguían sin entender. En el transcurso de esa semana,


el hijo del granjero intentó domesticar a uno de los caballos salvajes, éste
lo aventó al aire y al caer se rompió ambas piernas. Claro está que todo
el pueblo consideró el hecho como una desgracia. Sin embargo, el
granjero dijo una vez más:

-¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Yo no sé.


Unos días más tarde llegó el ejercito a reclutar a todos los jóvenes,
porque el país se había declarado en guerra. Al ver al hijo del granjero
con las piernas rotas, no lo llamaron.

-Perdónanos –dijeron los vecinos-, bendito el caballo salvaje que le


rompió las piernas a tu hijo. Felicitaciones por la buena suerte de las dos
piernas rotas.

El granjero expresó lo mismo:

-¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Yo no sé, sólo puedo


decir que tuve un caballo, lo perdí; regresó con cuatro más y tuve cinco;
mi hijo se rompió las piernas y no pudo ir a la guerra por esa razón, pero
no sé si es buena o mala suerte, sólo sé que así sucedió en mi vida.

Los vecinos se quedaron igual, sin entender absolutamente nada.

-La vida es movimiento –dijo la voz- y hay que amarla tal como es. Las
decisiones, los fracasos, los éxitos, los amigos o los temidos enemigos,
no son ni buena, ni mala suerte. Lo único sensato es la respuesta
personal a lo que acontece, a lo que llega y a lo que se va, es lo que
importa, más que las circunstancias. Lo importante en el camino de cada
quien es recorrerlo.

¡Que el mundo agradezca tu presencia! La buena y la mala suerte son


ideas de la mente –concluyó la voz

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