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Para evitar estos abusos, la libertad de crear delitos debe tener límites; uno
de ellos es la existencia de un derecho que deba ser objeto de protección
frente a conductas que lo pueden lesionar en forma grave. En estos días,
cuando de nuevo se discute la penalización del consumo de drogas, la
pregunta más básica que debe responderse para saber si esa prohibición
tiene o no sentido, es la de cuál es el derecho que se pretende proteger con
la imposición de una pena a quien consuma esas sustancias.
Podría decirse que la implantación de este delito busca evitar que cunda el
mal ejemplo en la sociedad; pero como las personas adultas siguen siendo
libres de asumir riesgos que afecten su integridad personal, el derecho penal
no puede penalizar los malos ejemplos, pues por esa vía también
merecerían sanción los intentos de suicidio o el consumo de cigarrillos y de
licor. Y si lo que se pretende es evitar que con esa clase de comportamientos
se induzca a menores de edad a ingresar al mundo de las drogas, lo que
debería prohibirse es su consumo delante de niños o incluso en lugares
abiertos al público no sólo para evitar que imiten esa conducta, sino para
proteger la salud de ellos.