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¿ ESTOY MUERTO?

¿ ESTOY MUERTO?

TOMÁS URTUSÁSTEGUI
2007

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¿ ESTOY MUERTO?

BARTOLOMÉ HOMBRE RECIÉN MUERTO.

BARTOLOMÉ:

¡ Esto es un error, un terrible error! Lo peor es que no me puedo


comunicar con nadie por más esfuerzos que hago. ¡ Por Dios, que deje de
llorar mi mujer! Con sus gritos menos van a poder oírme si logro articular
alguna palabra o sonido.
Hace un momento el médico me declaró muerto, totalmente muerto.
“El electrocardiograma ya no marca ningún registro del corazón. Se detuvo”,
dijo. Pienso que debe tener razón, ya no siento dolor y tampoco siento ninguna
parte de mi cuerpo, mi tórax no se mueve y no escucho mis latidos.
¿ Entonces por qué permanezco aquí? No hablo de mi cuerpo, es obvio
que no se ha ido. Hablo de mi alma, o lo que sea. Ya debería estar en otro
lado, muy lejos. Aunque pensándolo bien, si sigo escuchando lo que sucede
afuera, viendo más allá de mis narices y oliendo el perfume de estas mugrosas
flores que me pusieron encima, quiere decir que no estoy muerto.
¿ Estoy o no estoy? Sé que “ To be or no to be” se puede traducir
también igual, pero que quede claro que no me estoy fusilando a Shakespeare.
En su texto quiere decir “ Ser o no ser” No “ estar o no estar” ¿ Queda claro?.
Bien. Sigo.

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¿ Seré un caso más de catalepsia? Esa enfermedad en que parece uno
muerto. Si es así, ojalá y alguien se de cuenta antes de que me entierren. No
quiero asfixiarme bajo tierra.
Ya no escucho los llantos de mi mujer, de seguro la sacaron del cuarto,
de este cuarto de hospital donde pasé tantas semanas.
Ahora unas mujeres me desvisten sin fijarse si me hacen daño, parece
que están moviendo a un muñeco. ¡ Cuidado, me van a romper un hueso o a
luxarme el brazo! Ellas ríen. Les hizo gracia la posición en que quedé al
voltearme. Ahora platican anécdotas de otros muertos. Una le dice a la otra
que se apure, que es la hora del café. Qué asco, el algodón que me metieron
en la boca me produce nausea. Sabe a una mezcla de comida con sangre
pasada. ¡ Fúchila!
Oiga, oiga, qué hace. Ese reloj y ese anillo son míos, no tiene por qué
quitármelos. ¿ Me escucha? ¡ Ratera!...¿ Y ahora cómo voy a saber la hora?
No sé cómo contratan a estas mujeres. ¡ Señora, escúcheme, ese traje no, me
queda enorme, es de cuando empecé con el cáncer. Y menos esta corbata, no
va con nada. En el closet tengo otras! Bueno, sea por Dios.
¡ Bestias y más que bestias! No me aprieten tanto los párpados, me van
a sacar los ojos. Les prometo cerrar la boca pero quítenme este trapo. A ver,
para qué me amarran los pies si no me voy a poner a bailar y menos me voy a
ir corriendo. No puedo. ¿ También las manos? No, no me las pongan así, es
de lo más cursi que he visto en mi vida. No estoy orando. ¡ Suéltenlas! No.
Inútil. No me escuchan. ¿ Qué dicen? ¿ Que quedé muy guapo? Ni la burla
perdonan. Pues ustedes están bien feas. Feas y gordas. Feas, gordas y
quedadas. Eso sí que sí. Guapo era yo antes del cáncer pero esta maldita
enfermedad me hizo perder veinticuatro kilos, los ojos se me hundieron, la
piel se me hizo fofa, la barriga, que era mi orgullo, desapareció. Y para qué

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seguir. ¿ Y así se atreven a llamarme guapo? Mentirosas. En lugar de decir
mentiras deberían tener más cuidado al moverme. No les digo, por poco y me
tiran al pasarme a la camilla.
Claro, ahora me tienen que poner la sábana sobre la cara para que no
vea a donde me llevan, como si me pudieran engañar. Sé que me llevan al
anfiteatro. ¿ Pero para qué? El médico dijo que no era necesaria la autopsia,
que la causa de la muerte era muy clara: cáncer pulmonar diseminado a todo el
cuerpo. La causa última fue un paro cardiaco. ¿ Pero a cuál muerto no se le
para el corazón?
Qué largos son los pasillos. Ahora debo ir en un elevador. Los mozos
les hacen bromas a las enfermeras, uno de ellos las invita para un reventón el
sábado siguiente. Ellas aceptan encantadas. Y a mí que me lleve el diablo. Los
tipos ni siquiera voltearon a mirarme.
Si las enfermeras me parecieron unas salvajes, cómo puedo calificar a
los hombres que sin la menor consideración me toman de los pies y de las
axilas para meterme al refrigerador. Mi cabeza golpea contra el metal pero eso
a ellos no les importa. Preguntan mi número y después de escribirlo sobre una
tele adhesiva lo pegan sobre mi sábana. En este lugar se pierde el nombre y
vuelve uno a ser número, como en el nacimiento. De un fuerte aventón me
meten hasta el fondo del refrigerador y cierran la puerta.
Pensé que iba a sentir frío, pero nada. Ni frío ni otra cosa. Seguramente
que este lugar debe apestar terriblemente, pero yo no huelo. Tampoco oigo
nada. Será por estar aislado.
Si realmente padezco catalepsia en este lugar tengo por fuerzas que
morir. Un cuerpo vivo no puede resistir tanto frío ni la falta casi total de
oxígeno. Pero no, la muerte no quiere llegar. Sigo aquí. Contemplo lo que
tengo descubierto de mi cuerpo. La piel es de color morado y pálido.

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¿ Cuántas horas permaneceré refrigerado? Aquí me aburro. No puedo
hacer nada ni oír nada. Me contaron que el pelo y las uñas siguen creciendo al
morir. Me voy a fijar si es cierto. ¿ Pero con qué medirlas?
¡Al fin! La luz que entra por la puerta abierta me deslumbra. Ahora son
otros empleados los que me sacan fuera. Deben haber cambiado de turno.
¡Qué barbaridad! Estos son peores. ¡ Zas! Dije zas porque no sé imitar el ruido
que hizo mi cuerpo al caer sobre la plancha.
¿ Qué hacen ahora? Ah, ya veo, buscan en todos los bolsillos con la
esperanza de encontrar algo. Pero que chasco se llevaron. ¡ Óigame, el
cinturón no, se me van a caer los pantalones! Les traté de gritar. Uno de ellos
fue a guardarlo en un cajón, dijo que era de piel de caguama. No es cierto, era
de piel de camello, que no es lo mismo.
¿ Y éste que entra ahora qué quiere? Pregunta si ya está listo el 346
MIR. Me imagino que debo ser yo pues no veo a otro. El número debe
corresponder al orden progresivo, pero las letras ¿ qué querrán decir?
Todo el tiempo que duró el trayecto del hospital a la funeraria sólo pude
pensar en esas letras. Dejé de fijarme en el tránsito, en las gentes, en los
anuncios. Mis iniciales no son MIR, son JMA. Juan Martínez Alvarado.
¿ MIR querrá decir muerto y remuerto o muerto y resucitado?
Los gritos de mis familiares, al hacer mi entrada triunfal en la capilla
me distrajeron de esa meditación. Mi mujer se abrazó a la caja y no dejaba
avanzar a los empleados uniformados en negro. Afortunadamente vino mi
suegra que pudo separarla. Reconozco que la señora se ve bien. El negro la
adelgaza un poco. Hace varios meses que no la veo, desde aquella vez en que
tuvimos esa discusión por culpa de mi mujer. Yo aceptaba que mi vieja se
pusiera a trabajar, pero ella terca en que no, que la mujer debe estar en su casa.
Fue inútil explicarle que yo tenía cáncer y que mi mujer tenía que aprender a

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ganarse la vida. Ella terca que no. Que nadie en su familia, del género
femenino, había trabajado, que su hija no iba a ser la primera en rebajarse
tanto. Ignoro todavía por qué se ofendió cuando le dije que si quería mandar a
alguien que mandara a su marido que para eso lo tenía ya bien entrenado y que
a mí me dejara en paz. Ella se marchó muy indignada y no volví a verla. Aquí
entre nos, mi suegra ganó aquella vez. Mi mujer olvidó sus planes para
trabajar.
No están mal los cuatro cirios. Las llamas tiene un agradable brillo y su
movimiento es tranquilizante. Dicen que ponen velas para ahuyentar a los
malos espíritus. Las que no me gustan son las flores. ¿ Por qué tienen que ser
blancas? ¿ Por lo de la pureza? ¡ Idioteces!. Prefiero las coronas, bueno, las
dos coronas. Dos es plural, que no se les olvide. No quise decir doce o veinte.
No soy mentiroso y menos presumido. Una es de mi oficina, con su moño
morado. ¿ Quién la pagaría? ¿ Mis compañeros o el gerente?
Ah, jijos, cuánta gente está llegando. ¿ No se habrán equivocado de
capilla? No, parece que no. Hasta me voy a sentir gente importante. Pero casi
no conozco a nadie. Está mi tío Rubén y mi tía Pepa, está Margarita, Leonor y
¿ quién es aquella de pecho grande? No puede ser. Si está con mis tíos debe
ser Rebeca. Cómo se ha puesto. ¿ Y los de más allá, cerca de la puerta? No
alcanzo a verlos bien desde aquí. Ya los vi, son con los que juego dominó los
viernes. ¡ Hola!. Claro, no contestan a mi saludo.
¿ Y los demás? Y conste que digo los pues son puros hombres. Sólo uno
o dos traen corbata negra, los demás parecen traer uniforme, no por lo igual
del corte sino por el mal gusto. Trajes claros, camisas oscuras y corbatas de
colores llamativos. La mayoría porta lentes oscuros. ¡ Qué curioso! Ninguno
se acerca a mi esposa a darle el pésame, todos se dirigen a mi concuño y le

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dan fuertes abrazos y le dirigen largos discursos con cara de ocasión. ¿ Tendrá
esto que ver con el puesto de diputado que tiene? No lo creo.
¡ Vaya, hasta que llegaron! Son mis hermanos con sus rollizas esposas.
Pensé que me iban a dejar sólo con mi familia política. Ahora corre mi mujer
hacia ellos. Está por desmayarse. No lo hace. Grandes llantos, abrazos, besos.
Ahora es mi suegra la que se acerca. Hipócritas. Todos lloran y ven hacia acá.
Ahora les da un beso. ¡No puede ser! Si se odiaban entre todos.
No podía faltar al chisme. Aquí está la mocha de mi prima María del
Consuelo. Con que no empiece....¡ Chin, ya empezó! No, yo no quiero
rosarios ni misas. Qué se los rece a otros, no a mí. La maldita estará pensando
que me voy a ir directamente al infierno por todo lo que hice en mi vida y por
no haberme puesto hoy los santos oleos. Ya se hinca en el suelo y hace que los
demás la imiten. Ahora pone los brazos en cruz. “ Ora pro nobis, ora pro
nobis”
¿Ahora qué se traen? ¡No, no lo acepto! Que mis familiares protesten. A
mí no me hacen guardia los políticos estos. ¡ Retírense! ¡ Retírense!
¡ Hola, señor Enríquez! No me mire con esa cara tan seria. Sé que por
dentro estará feliz, bien que deseaba mi puesto. Pues ya tiene el campo libre.
Sólo falta que lo acepten. No seré yo el que le impida su ascenso. Por más que
quiera no podré platicar a sus futuros jefes de sus transas. Sí, sé bien como se
siente. Gracias por su visita. Adiós.
Mi querida Margarita. Ahora es tu turno de observarme a través del
cristal. No llores. Yo sé que tú sí me apreciabas, y quizá hasta que me amaras
un poco. Tú siempre me gustaste. y si no hubiera yo sido un cobarde...Cuántos
años pasamos juntos en la oficina, cuántas oportunidades tuve de decirte lo
que me gustabas. Pero nada, yo sólo te daba órdenes. Perdóname, pero ya no
hay remedio. Quisiera poder darte las gracias por las horas que me

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acompañaste en el hospital. Eras de los pocos consuelos que tenía. Mi deseo
es que llegues a ser feliz. ¿ Me entiendes? Adiós para siempre, dulce
Margarita.
Ya me extrañaba que no empezaran con los chistes. Es difícil
controlarse para que no se note la risa. Seguramente son chistes de políticos.
Ahora ya son de otros. Todos se ponen colorados. Ese ha de ser el color de los
chistes. Las cabezas se acercan para oír mejor. Vaya, al fin estallaron. Debe
ser el chiste del rinoceronte que les conté la última vez. Es buenísimo.
Otra vez se acercan a mí. ¿ Es que no me pueden dejar en paz? Menos
mal que son los amigos y no los otros. No, yo no...gracias, pero yo...no,
tampoco hice eso...De todos modos, gracias. Es bonito que lo alaben a uno,
que digan que fuimos buenos, honrados, cariñosos, inteligentes, probos...así
me llamó uno que vino, magnífico trabajador y mejor amigo, buen padre,
buen esposo, buen vecino, buen, buen, buen.. Nadie habla mal. Es una
maravilla.
Ya deben ser las dos de la madrugada. En la capilla quedan sólo mi
mujer, su hermana y mis dos hermanos con sus respectivas. Una de ellas está
dormida en un sofá tapada con su abrigo, la otra platica con mi mujer. Le ha
de estar preguntando lo de la herencia, si dejé bien o no los papeles, que a
quién le dejé mi coche.
Buen servicio el de esta funeraria. Los empleados acaban de salir
después de dar café, cambiar ceniceros y controlar las velas.
¡ Ya era tiempo! Pensé que mi mujer ya no se iba a acercar a mí. Lo
hizo cuando llegué al velatorio pero después se dedicó a platicar por aquí y
por allá. Por sus ojos enrojecidos veo que ha llorado. Pero ahora que me
contempla largamente no sale ninguna lágrima. ¿ Estará pensando en mí o en

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su futura soledad? De seguro que va a irse a vivir con mi suegra, lo difícil va a
ser que se entiendan. Esa es su bronca, no mía.
Querida esposa mía. Hace tiempo que no puedo contemplarte así, como
ahora. Nuestras miradas se rehuían. Si yo quería verte a los ojos tu volteabas
la cara. Ahora es diferente, tú me contemplas casi sin pestañear y yo puedo
examinarte a placer. Aún eres bella, no la belleza que me volvió loco en mi
juventud, sino una belleza más madura, más señorial. ¡ Cuánto te ame en los
primeros años! Después vino lo que ya sabemos. Tu infertilidad, la influencia
de tu familia, mi trabajo, tus grupos sociales, el enfrentamiento entre los dos y
después la muerte. No esta. La muerte de nuestro amor. Al morir nació el
odio, la incomprensión, la burla y la agresión. Pero ya eso es pasado, te juro
que te perdono todo: tu ambición, el no haberme dado hijos, tu hipocresía
social, tus mentiras, tu agresión. Te lo perdono no porque yo sea muy bueno,
mucha de lo que pasó fue culpa mía. Te perdono al recordar nuestro noviazgo
y los años en que fuimos felices. Espero que tú también me perdones. Tu
mirada en este momento es otra a la usual en ti. Me recuerda cuando me
mirabas después del acto amoroso. Quizá tú estés pensando lo mismo que yo.
Es posible que te apene mi muerte. Te deseo para el futuro, no un matrimonio,
ya que a tu edad tendría que ser con un viudo, y tú no estás para cuidar a
enfermos o viejos, eso lo demostraste conmigo. Mejor te deseo varios
amantes, aunque los pagues, que puedan satisfacer tu ego. Gracias por las
lágrimas que ahora derramas y que estoy seguro son sinceras. De mí quiero
que recuerdes el tiempo en que te amé, olvida todo lo demás. Ahora vete a
descansar que mañana, o más bien dentro de pocas horas, vas a necesitar
fuerzas para soportar mi entierro. Adiós, mi primer amor.
Ahora todos duermen. Me pregunto que si lo que me sucede a mí les
sucederá a todos. Mi alma, o espíritu, ya debería estar en el cielo o en el

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infierno, eso si estos existen, y no aquí. Veo que mi cuerpo se empieza a
hinchar, que a pesar de los algodones fluyen de mi nariz y de mi boca líquidos
seguramente malolientes. Para los demás ya no soy una persona sino que soy
simplemente una cosa. En pocos días seré un recuerdo y un poco más de
tiempo nadie me recordará. Soy un poco de carne y huesos en proceso de
descomposición.
Antes de morir tenía miedo al más allá. Ese mismo miedo que me hizo
regresar a las prácticas religiosas durante mi enfermedad. Pero ahora ya no me
preocupa ni el pasado ni el futuro, menos el presente. Cuando mucho siento
curiosidad. Curiosidad de saber cuanta gente vendrá a mi entierro, curiosidad
de saber que va a ser de mí, saber si mi alma permanecerá junto a mi cuerpo
hasta que este desaparezca y a dónde irá después.
Qué pronto amaneció. Continúo hinchándome y ya abarco todo el traje
que antes me quedaba flojo. No fue error de las enfermeras al escogerlo, ya
sabían. La cara empieza a descomponerse. Eso no es tan común. Será por lo
del cáncer. Vaya usted a saber.
Otra vez se llenó la sala. Mi prima organiza los rosarios, un cura dice
misa de cuerpo presente, apartan las flores y me conducen a mi carroza
fúnebre. Llantos. Paseo lento por la ciudad. Los automovilistas se desesperan
y tocan sus bocinas por la lentitud.
El panteón. Tumbas ostentosas a la entrada. Nuevos rezos en la capilla.
La fila de deudos es larga y mi mujer marcha a la cabeza sostenida por su
madre y por mi cuñado. Ultima bendición al pie de la tumba, mas bien al lado
de ella. Ultima mirada a los que lloran. Yo quisiera hacer lo mismo pues esta
parte de la ceremonia siempre me conmueve. Descenso lento. Unos obreros se
paran sobre mi caja y empiezan a colocar ladrillos. Oigo como la tierra cae
primero lentamente y después en grandes cantidades. Todo se vuelve oscuro.

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Un último impulso para salir y reunirme con los vivos. Es inútil. Empiezo a no
coordinar mis ideas, todo se me hace borroso. Ahora vienen por...

FIN

RESUMEN: Monólogo de una persona que acaba de fallecer.

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