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naciente por ser la madre. El Espíritu Santo desciende también sobre ella. Estos datos apuntan el
papel relevante que María tuvo en la primera Iglesia.
La Madre de Jesús es también la madre de su cuerpo, la Iglesia, y su intercesión es ya, desde ese
momento, intercesión maternal sobre todos y cada uno de los discípulos.
25.4. DOGMAS MARIANOS: SIGNIFICADO Y SENTIDO HISTÓRICO-SALVÍFICO.-
A. Maternidad divina: Este dogma fue definido en el Concilio de Éfeso (431), convocado por
Cirilo de Alejandría contra Nestorio, donde se afirmó que la virgen santa María es Madre de Dios
(Theotókos) porque engendra según la carne al Verbo hecho carne. Fue el primer dogma mariano,
tanto en sentido cronológico.
Este dogma tiene dos polos de referencia: uno, Cristo, pues ratifica su condición humana y otro,
María, a la que eleva a la condición de ser la Madre de Dios. La maternidad divina es el medio a
través del cual Cristo lleva a término la salvación de la humanidad. María es el instrumento
humano, por el cual el Verbo se hace hombre y cumple la salvación de la entera humanidad. De este
modo, María se asocia intrínsecamente a la misión salvadora de Jesús.
B. Maternidad virginal o Virginidad perpetua de María: La fe en la concepción virginal está
estrechamente vinculada a la fe en la filiación divina de Jesús. Ya Tertuliano afirmaba que el Hijo de
Dios debía nacer de una virgen porque se necesitaba una nueva semilla espiritual para iniciarse una
nueva forma de nacer. El nuevo nacimiento estuvo prefigurado en la tierra virgen, todavía no
violada por el trabajo ni sembrada, de la cual Dios formó a Adán. Y si así surgió el primer Adán, por
tanto, el último Adán debía nacer también de tierra virgen. Esa virgen, de la que nació Cristo, fue la
contrapropuesta de la virgen Eva. Esta concibió la muerte y tuvo un hijo asesino; aquella concibió
la vida y tuvo un hijo salvador de todos.
La virginidad “in partu”, fue aceptada como doctrina de fe de la Iglesia en el Sínodo de Milán (390)
y en un Sínodo en Roma en el 393. Más tarde rarificada en el II concilio de Constantinopla de 553.
En cuanto a la virginidad de María “post partum” fue aceptada sin demasiadas dificultades,
queriendo ver en María la primicia de la virginidad femenina (Orígenes) y que con el hecho de no
conocer varón que María afirma en la anunciación, se estaba refiriendo a su propósito de guardar la
virginidad (Gregorio de Nisa). También los reformadores afirmaron la virginidad permanente de
María (Lutero).
De la virginidad perpetua de María, tratan el Concilio II Constantinopla (553) y el Sínodo de Letrán
(649), no ecuménico, aunque la definición de la virginidad perpetua se debe al I Concilio de Letrán
(1123) María es virgen antes, durante y después del parto.
C. Inmaculada Concepción: La Iglesia Oriental, ya en el siglo VII instauró la fiesta de la
concepción de la virgen, siendo María celebrada como la “Panaghia”, o sea, la toda santa o
santísima, mujer en la que no hubo rastro de pecado. Esta santidad de María era puesta en relación
con el Espíritu Santo, en el acontecimiento de la Encarnación.
En Occidente, el tema de la santidad de María se abordó precisamente desde la exención de todo
pecado, hasta el pecado original (doctrina que en Oriente no existía). Siempre hubo acuerdo en
aceptar la santidad de María entendida como exención de cualquier pecado personal. El problema
consistía en aceptar que estuviera libre del pecado original. Así, para san Agustín, afirmar que María
estaba exenta del pecado original implicaba negar que hubiera sido redimida por Cristo. Fue
Raimundo Lulio el que con su afirmación de que María, al ser primicia de la nueva creación, no
podía encontrarse en una situación inferior de la de los primeros padres antes del pecado, por lo que
María no pudo estar sometida al pecado original.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, con la bula Ineffabilis Deus proclamó dogma de fe la
doctrina de la Inmaculada Concepción de María. María fue concebida sin pecado original. Desde el
primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y
permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
D. La Asunción de María a los Cielos: En el siglo VI fue introducida en la Iglesia la fiesta del
Tránsito o Dormición de María, que celebraba en unos caso la muerte de María y en otros la
asunción (sólo del alma o de cuerpo y alma). Para justificar esta creencia eclesial se propusieron
durante los siglos VIII al XIII los llamados “argumentos de conveniencia” que presentaban
afirmaciones estrechamente relacionadas, de manera que ninguna de ellas pudiera ser
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adecuadamente comprendida sin atender a su relación mutua. Por ejemplo: “La madre y el Hijo
están profundamente unidos según la carne. El Hijo es glorificado en su cuerpo, luego, so pena de
romper la unidad de Madre e Hijo, conviene glorificar corporalmente a la madre con su Hijo”.
Antes de llevar a efecto la declaración dogmática, habían llegado a la Santa Sede peticiones de todo
el mundo a favor de la misma, fundándose, en su mayoría, en la fe unánime de la Iglesia. Sin
embargo, también hubo teólogos católicos que se opusieron a la misma al no encontrar
motivaciones bíblicas, históricas ni teológicas para ello.
El 1 de noviembre de 1950 (por tanto vinculado a la comunión de los Santos), el Papa Pío XII
promulgó la bula “Munificentissimus Deus” que define dogmáticamente la Asunción de María como
divinamente revelada y resaltando su dimensión cristológica.
25.5. ENSEÑANZA DEL CONCILIO VATICANO II SOBRE EL LUGAR DE MARÍA EN LA
HISTORIA DE LA SALVACIÓN.- El Concilio Vaticano II tuvo que realizar oficialmente en la
Iglesia la operación quirúrgica de desprender la figura teológica de María de una excesiva
identificación con Jesucristo y promover un acercamiento y mayor identificación con la Iglesia.
Así, durante el Concilio se confrontaron estas dos visiones mariológicas.
La línea cristotípica comprendía a María en su relación con Jesucristo.
La línea eclesiotípica en su relación con la Iglesia.
Es probable que en ambas expresiones se produzca un reduccionismo que no refleja totalmente la
realidad; pero, en todo caso, ésos eran los acentos. El momento más inquietante fue aquel en el que
hubo que decidir cómo y dónde hablar de María. La inclusión de María en la Constitución sobre la
Iglesia (L.G.) contó con una gran oposición. Al final, sin embargo, se restableció el equilibrio y casi
todos quedaron satisfechos con el resultado.
María es incluida, pues, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. Pertenece a la Iglesia como
misterio. Forma parte de este insospechado misterio de unidad y reconciliación universal y cósmica
que parte de la Trinidad. María forma parte del pueblo de Dios, pueblo consagrado con carismas del
Espíritu (profetas, sacerdotes, reyes); pueblo que se regenera a través de los sacramentos y la
escucha de la Palabra. María forma parte de la Iglesia llamada a la santidad y de la Iglesia triunfante
y glorificada.
En el capítulo VIII de la Lumen Gentium –“La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el
misterio de Cristo y de la Iglesia” (LG 52-69) – el tema de María nueva Eva (LG 63) se traduce en
“Socia del Redentor”. María es mujer, persona humana llamada a colaborar en la redención de todo
el género humano. Aunque ella tuvo necesidad, la primera, de ser redimida para poder desarrollar su
misión de madre y de asociada al único Redentor (LG 53). Ella fue la primera que ofrecía de la
manera más perfecta la respuesta humana al plan redentor (LG 58).
María está, según el Vaticano II, estrechamente unida a la Iglesia. Es la expresión de su misterio,
tipo de la Iglesia (LG 64).