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La Táctica en las Batallas

de la Historia

Tomo II

Grandes Batallas Sudamericanas


La Táctica en las Batallas
de la Historia

Tomo II
Grandes Batallas Sudamericanas

Claudio Morales Gorleri


Director y Compilador

2010
Dirección editorial
Cnl (R) Omar Locatelli
Revisión
Lic. Juan Ignacio Cánepa
Diseño y diagramación
Alejandro Arce
Corrección
Diana Palma Parodi de Bertorello

La táctica en las batallas de la historia : Grandes Batallas Sudamericanas / Claudio


Morales Gorleri ... [et.al.]. - 1a ed. - Buenos Aires : Editorial Universitaria
del Ejército, 2010.
v. 2, (189 p.) ; 22x15 cm.

ISBN 978-987-24767-6-2 (v.2).  ISBN 978-987-24767-3-1 (o.c.)

1. Táctica Militar. II. Morales Gorleri, Claudio


CDD 355.4

Fecha de catalogación: 22/09/2010

La Táctica en las Batallas de la Historia


Tomo II: Grandes Batallas Sudamericanas
Primera edición 2010

© Editorial Universitaria del Ejército (EUDE)


Cabildo 65, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.iese.edu.ar

Edición de 400 ejemplares

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.


Libro de edición argentina.
No se permite la reproducción total o parcial, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la
transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico,
mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor.
Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

ISBN 978-987-24767-3-1 (obra completa)


ISBN 978-987-24767-6-2 (volumen 2)
Sumario

Introducción .............................................................................................. 
Tcnl (R) Claudio Morales Gorleri

Orígenes y Evolución del Fusil ................................................................. 15


Dr. Manuel Giménez Puig

San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú ....................................... 31


Mg. Jorge Ariel Vigo

Alvear y la Batalla de Ituzaingó........................................................... 59


Mg. Suzzi Casal de Lizarazu

Isidoro Suárez y la Batalla de Junín ................................................... 81


Tcnl (R) Claudio Morales Gorleri

Medinaceli y la Batalla de Tumusla ................................................... 93


Mg. Martín R. Villagrán San Millán

Mitre y la Batalla de Curupaytí ............................................................. 115


Mg Jorge Osvaldo Sillone

Buendía y la Batalla de Tarapacá ......................................................... 139


Tcnl (R) Horacio E. Morales

Estigarribia y la Batalla de Nanawa – Campo Vía................. 155


My Juan Sancho Vilarullo

El Equipo de Combate Güemes y el Combate


en la Altura  ................................................................................................ 169
Dr. Alejandro Amendolara
Claudio Morales Gorleri
Director y compilador

Teniente Coronel (R) del Ejército Argentino. Doctor en Historia (Universidad del Salvador) y
Magíster en Historia de la Guerra. Fue Secretario Académico de la Escuela Superior de Gue-
rra (ESG). Actualmente se desempeña como profesor de Historia Militar Argentina, Historia
de la Educación Argentina y Americana, y Análisis y crisis de la Historia (ESG). Es director
de la Comisión de Estudio e Investigación de Historia y director de la Maestría en Historia de
la Guerra. Es investigador universitario acreditado ante el Ministerio de Educación, Ciencia
y Tecnología. Ha publicado ensayos, artículos, cuentos y poesías. Entre sus obras se destacan
los libros El rey de la Patagonia, El general Petit y La batalla de San Ignacio.

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Introducción

Tcnl (R) Claudio Morales Gorleri

E n el primer tomo de esta obra, quien suscribe, hacía mención a la necesi-


dad del estudio pormenorizado de la táctica que la estrategia la había sub-
sumido dentro de una concepción mayor, dejándola así, huérfana de erudición.
La dialéctica entre la táctica y la estrategia se empieza a resolver a favor
de la primera ante el crecimiento exponencial de la tecnología que arremete
contra los límites de los teatros de operaciones, donde se libran las batallas.
Esa tensión es el meollo del análisis que desarrolla el equipo de investi-
gación en Historia Militar de la Escuela Superior de Guerra. El método de
estudio consiste en la contrastación crítica de los principios de la guerra en el
campo natural de la batalla. Si bien es cierto que éstos principios se enmarcan
en la lógica de la investigación, su enunciación no será explícita en razón de la
metodología de estudio, pero sí estarán implícitos en cada una de las acciones
a analizar. La intención es pedagógica en el sentido crítico del estudio de la
historia militar. Es el futuro conductor quien extraerá las enseñanzas y detec-
tará, a través de la obra, la aplicación o no de los principios.
En el primer tomo -De Jenofonte a la Primera Guerra Mundial-, en el capítu-
lo “Julio César y la Batalla de Farsalia”, explicitamos los principios que reconoce
nuestra actual doctrina y que provienen desde el fondo de la Historia. Ellos son:
voluntad de vencer, economía de fuerzas, masa, sorpresa, libertad de acción, ma-
niobra, ofensiva, seguridad, simplicidad, unidad de comando y objetivo.
No es en el padre de la Historia, Heródoto, o en su seguidor, Tucídides,
donde encontramos esos principios, pero sí claramente en los escritos de Je-
nofonte (430-355 a.C.), sobre todo en la Anábasis, la Ciropedia y el Hipárqui-
co. Son conceptos fundamentales, extraídos por inducción del estudio de la
historia militar. En la hermenéutica de esta disciplina se presentan los princi-
pios como ciertas verdades axiomáticas, cuya observancia ha contribuido al
éxito y cuya violación ha influido en mayor o menor grado en la derrota. Son
reglas o principios fundamentales en la conducción de la guerra. Son concep-

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tos esenciales fijos en su enunciación, pero de aplicación siempre variable en
el campo experimental. Para los historiadores militares de mediados del siglo
XX constituyen la teoría de la guerra y es la que encarna el conocimiento de la
técnica del arte. El Mariscal Foch decía: “Podemos, pues, con razón, llegar a la
conclusión de que el arte de la guerra, como todos los otros, tiene sus teorías,
sus principios, o bien no sería un arte”.
Napoleón Bonaparte, en una carta a Marmont, dice: “Recuerde Usted
siempre estas tres cosas: reunión de las fuerzas, actividad y firme resolución
de morir con gloria”. Si leemos con detenimiento esos principios de Napo-
león, llegamos a la conclusión de que contienen en su escueta enunciación,
los principios como hoy los consideramos.
De todos modos, el conductor no se puede encasillar en esos axiomas y
tomarlos como dogma. El mayor Perón escribía en sus Apuntes de Historia
Militar la respuesta a la pregunta que Verdy du Vernois se hacía al llegar al
campo de batalla de Nachod: “Frente a las dificultades que se le presentaban,
se golpea la cabeza, busca en su memoria un ejemplo o una enseñanza que le
dé la línea de conducta que debe seguir. Nada lo inspira: “¡Al diablo -dice- la
historia y los principios! Después de todo, ¿de qué se trata? E inmediatamen-
te su inteligencia se despeja. He ahí la manera objetiva de tratar el tema. Se
aborda una operación por un objeto, en el sentido más amplio de la palabra:
¿De qué se trata?”
El conocimiento de los principios de la guerra ha constituído el obje-
to principal de la instrucción de oficiales durante el siglo XIX y XX. En el
caso particular de la Historia Militar Sudamericana, se debe tener en cuenta,
además, la doctrina que emanaba de las Ordenanzas del Ejército Español de
1768, fijadas en el segundo tomo como reglas de la táctica elemental. A esa
base doctrinaria se fueron agregando diversas modificaciones en función de
la evolución del armamento y de la observación de la táctica y de la estrategia
de Napoleón a partir de su invasión a Italia.
Los reglamentos tácticos o de maniobra constituyen el mecanismo de las
evoluciones, dan el medio de despliegue de las tropas, la concentración, el
descanso, el movimiento o el combate. Sus prescripciones son rígidas cuando
se trata de la sección, de la compañía, escuadrón o batería. Ya no pueden serlo
para el batallón o el regimiento, mucho menos para la brigada y para la divi-
sión, en cuyas composiciones se integran tropas de las tres armas. En estas
organizaciones no son posibles las reglas fijas, sino sólo indicaciones, normas
generales que tienen más de consejos que de prescripciones.

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Se preparaba la acción con el despliegue del ejército, generalmente en dos
líneas, con una tercera fuerza de reserva. Estas líneas no podían ser rígidas
como las de Federico el Grande, se adaptaban al terreno y a las circunstancias.
Se componían de un modo variable y no uniforme con “densidad de ocupa-
ción” que no es la misma en toda la extensión del frente.
Las tropas de primera línea desplegaban en orden de combate, variando
en los detalles su disposición según los casos y las circunstancias; las de se-
gunda línea, fuera del alcance eficaz de los fuegos enemigos, se colocaban en
formaciones concentradas para estar más a la mano de sus jefes. La caballería
se agrupaba en las puntas donde estaba menos expuesta, pero atenta siempre
a aprovecharse de los momentos oportunos para ejercer su potencia. La ar-
tillería se establecía intercalada donde la acción de su fuerza podía ejercerse
con mayor eficacia y era dirigida tanto a neutralizar (“apagar”) los esfuerzos
de la artillería enemiga como a batir una brecha del punto asignado al ataque
decisivo. La primera línea tenía un cometido de preparación, empeñaba el
primer combate, pero el efecto definitivo no podía obtenerse más que con la
intervención de la segunda, encargada de la acción decisiva, con apoyo de la
reserva si el caso llegaba a estar muy empeñado y se requería la intervención
de todas las fuerzas.
Esta concepción general de la táctica española no era diferente de la napo-
leónica y constituyó la esencia de las acciones que se desarrollaron en Améri-
ca del Sur durante el siglo XIX.
En nuestro país, la concepción moderna de la táctica, o bien la más actua-
lizada, hace su aparición con la llegada a Buenos Aires del teniente coronel
José de San Martín en marzo de 1812. Con él, la organización, el despliegue
y la instrucción de las fuerzas adquirieron características profesionales, a las
que agregó un profundo sentido patriótico, respaldado con códigos de honor
que fortificaron espiritualmente a las tropas.
En 1891, el general Luis María Campos, como Inspector General del Ejér-
cito, publicó el reglamento de táctica, en cuyo artículo 161 decía que, en de-
finitiva, el jefe tendría que optar entre dos opciones: “la más audaz y la más
prudente”. Siempre -decía- optará por la más audaz que será la única capaz de
obtener la victoria.
Ese artículo no era una excepción ni una excentricidad. Se basaba en lo
que Clausewitz había escrito casi ochenta años antes: “En cualquier situa-
ción específica, en cualquier medida que podamos tomar, siempre tenemos

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la opción entre la solución más audaz y la más cuidadosa. Algunas personas
piensan que la teoría de la guerra siempre aconseja la última. La suposición
es falsa. Sí, la más decisiva, esto es, la más audaz. Sin embargo, la teoría deja
al conductor militar la libertad de actuar según un coraje, de acuerdo a un
espíritu de empresa y a la confianza que tenga en sí mismo. En consecuencia,
haga su Alteza la elección de acuerdo con estas fuerzas interiores, pero nunca
olvide que ningún jefe militar se convierte en grande sin audacia”.
Esa fue la esencia de los ejércitos sudamericanos donde a la castiza auda-
cia se le llamó coraje.
No existe una compilación congruente de la Historia Militar de Suda-
mérica, razón por la cual el equipo de investigación se abocó a su estudio,
trabajando en conjunto a especialistas de Bolivia, Brasil, Chile, Perú, Uru-
guay y Venezuela, a través de los cursantes de esos países y sus respectivos
agregados militares en sus Embajadas. Del mismo modo, el aporte biblio-
gráfico del Ministerio de Defensa de España ha acrecentado la profundidad
de la indagación.
Por otro lado, es de hacer notar que el equipo de investigación que estu-
dió “los principios de la guerra en los niveles táctico y operacional a través
de la historia militar”, constituye ya una organización historiográfica que se
retroalimenta en una adecuada simbiosis con la Maestría en Historia de la
Guerra. Esta maestría es única en el mundo por la particularidad de su objeto
de estudio.
La Universidad de Kansas está gestando un doctorado en esta disciplina
con la carencia de obras en inglés sobre la historia militar sudamericana. En
Chile, su Escuela Superior de Guerra comenzó a dictar una Maestría en Es-
trategia e Historia Militar con menor carga horaria que la nuestra. En este
sentido, resulta relevante hacer notar que nuestra Maestría ha sido acreditada
en el año 2000 y re-acreditada en el 2007 por la Comisión Nacional de Eva-
luación y Acreditación Universitaria (CONEAU), sin observaciones y por un
lapso mayor al normal (seis años).
Esa simbiosis entre el equipo de investigación, compuesto por veintitrés
investigadores, y la Maestría, ha conectado el método de estudio con los sabe-
res. En ese sentido, y avalando la hipótesis de la indagación, es demostrativa
la respuesta del teniente general Julien Thompson, comandante de la Fuerza
de Tareas inglesa en Malvinas, a uno de nuestros investigadores cuando lo
entrevistó en Londres durante el año 2009. Ante la pregunta de si tuvo en

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cuenta los principios de la guerra en la operación, el comandante inglés res-
pondió afirmativamente, destacando que el “mantenimiento del objetivo” fue
el prioritario y lo tenía escrito en la puerta de su camarote.

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ORÍGENES Y
EVOLUCIÓN DEL FUSIL
Manuel Giménez Puig
Contador Público (UBA), analista estratégico y magíster en Estrategia y Geopolítica
(Escuela Superior de Guerra). Ejerce y ha ejercido la docencia universitaria en las Uni-
versidades de Buenos Aires, Belgrano, Argentina de la Empresa, Concepción del Uru-
guay, IESE, entre otras. Es socio honorario de la Asociación Argentina de Coleccionis-
tas de Armas y Municiones, vitalicio del Centro Numismático Buenos Aires y miembro
de número de la Academia Argentina de Numismática y Medallística.
Orígenes y evolución del fusil
Dr. Manuel Giménez Puig

Las primeras épocas


Lo que hoy denominamos fusil, y es casi sinónimo de infantería desde fines
del siglo XVII, tiene su origen en el arcabuz y en su sucesor, el mosquete. Esto
es algo sabido, y generalmente aceptado. Definir qué es un arcabuz, y cuándo
deja de serlo para convertirse en un mosquete, es algo mas complicado.
Según Almirante1, el arcabuz habría aparecido hacia 1440, aunque men-
ciona otras posibles fechas tan lejanas como 1334. Pero queda abierta la puer-
ta a la confusión, porque arcabuz era también un arma “neurobalística”, muy
anterior a la pólvora. A los fines prácticos, lo cierto es que recién muy avanza-
do el siglo XVI se generaliza y se reglamenta el uso del arcabuz, sucesor, a su
vez, de los primitivos “cañones de mano” o “truenos”, simples tubos de metal,
relativamente cortos y con algún tipo de rudimentaria empuñadura de ma-
dera, más aptos para ser usados a modo de pequeños morteros, a muy cortas
distancias, que para el tiro directo apuntado.
Salvo las excepciones, que confirman la regla, los arcabuces eran de avan-
carga, y faltaba aún un trecho para la invención del cartucho; por lo tanto, la
carga de pólvora, “a granel” y calculada “a ojo”, debía introducirse por la boca
del arma, con el peligro consiguiente de hacerlo a poca distancia del fuego en
donde se calentaba al rojo un alambre, que se introducía a través de un orifi-
cio u “oído” para inflamar la pólvora y producir el disparo. La caja de madera
de los primeros arcabuces se prolongaba en una culata exageradamente larga
y curva, apta para sujetarla bajo el brazo, pero no para permitir la puntería
encarándola en el hombro.
En los hechos, el uso de los primitivos arcabuces se limitó a la defensa de
reductos fortificados, por resultar sumamente problemática su aplicación a

1 Almirante, José, Diccionario militar, etimológico, histórico, tecnológico, Madrid, Im-


prenta y Litograf ía del Depósito de la Guerra, 1869. Ver “arcabuz”, “fusil” y “mosquete”,
págs. 56, 524, 842.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

campo abierto. Fue necesario esperar importantes avances para que su uso se
generalizara por parte de la infantería. El primero de ellos fue que, en lugar de
darse el fuego por la parte superior del cañón, se hiciera por su costado dere-
cho, permitiendo apuntar el arma. Pero ya no por medio de un hierro canden-
te, sino inflamando con una mecha una pequeña carga de pólvora más fina o
“cebo”, depositada externamente en una cavidad o “cazoleta” que comunicaba
con el interior del cañón a través de un orificio u “oído”, de menor diámetro
que el anterior. Eso permitía reducir la pérdida de potencia del disparo por
fuga de gases a través de éste.
La gran novedad vino a continuación: la cuerda o mecha se sujetó, median-
te algún sencillo dispositivo de tornillo o resorte a un extremo de un “gancho”
metálico que atravesaba la caja de madera; el otro extremo sobresalía por su
parte inferior, haciendo las veces de una “cola del disparador”, en forma si-
milar a como se venía haciendo desde siglos atrás con las ballestas. Bastaba,
entonces, oprimir ese extremo inferior del “gancho” para que la mecha encen-
dida se introdujera en la cazoleta, produciéndose el disparo. Al menos en teo-
ría, claro está, porque era necesario ir avanzando la cuerda o mecha a medida
que se consumía, de forma que no se apagara entre las piezas metálicas que
la sujetaban, y que tuviera la longitud adecuada para incidir en la cazoleta.
Por supuesto, era muy conveniente soplar cada tanto la mecha, para avivar
su lumbre y evitar que la ceniza acumulada pudiera interferir en el “tren de
fuego”. Aunque, al soplar la cuerda, también se podía dispersar el “cebo” de
“polvorín” contenido en la “cazoleta”, si antes no lo había hecho el viento. Si
algún grano de “polvorín” tocaba en su vuelo la cuerda encendida, tal vez se
produjera un disparo accidental en el peor momento. La solución fue dotar a
la cazoleta de una tapa giratoria, que se hacía girar a último momento, y man-
tenía al cebo a buen recaudo del viento y de la ley de gravedad. Por la lluvia no
había que preocuparse, ¡porque antes habría apagado a la cuerda!
Llegada esta etapa final de la evolución técnica del arcabuz, algunos in-
convenientes seguían sin solución. Por ejemplo, que la llama y la onda expan-
siva de la combustión del “polvorín” contenido en la “cazoleta”, tanto podían
apagar la cuerda como consumir algún tramo de la misma; y que, en conse-
cuencia, era necesario, luego de cada disparo, verificar si aún tenía fuego y
a qué distancia de la “cazoleta”. En las formaciones de grandes unidades, un
hombre se mantenía tras las filas de arcabuceros, mecha encendida en mano,
dispuesto a dar lumbre a quien la necesitara. Pero si este no era el caso, había

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Orígenes y Evolución del Fusil

dos opciones; una, encender nuevamente la cuerda, con los elementos pro-
pios de la época (yesca y pedernal), tomara el tiempo que tomara. Para esta
operación se necesitan las dos manos. Al mismo tiempo, tiene que sujetar de
alguna forma el arma.
La otra opción era mantener ambos extremos de la cuerda encendidos, por
si uno se apagaba. Es claro que esto duplicaba la velocidad con que se consumía
(o, si se prefiere, reducía a la mitad el tiempo de duración). Además, de esta
forma eran dos los peligros por los cuales preocuparse a la hora de manipular
la pólvora y dos los puntos luminosos delatores durante la noche.
Al menos en España, en la época de esplendor de los Tercios, los arcabuces
y su munición no eran provistos por la Corona, sino que cada cual los adquiría
de acuerdo con su gusto y fortuna; dentro de unas normas generales, claro está,
en cuanto a calibre, largo de cañón y principales características técnicas.
Los arcabuceros eran considerados especialistas, con un plus en su paga y
provisión de plomo para que fundieran su propia munición. Formaban, nor-
malmente, en los extremos de las grandes unidades de “picas secas” que, sal-
vo su longitud, no habían cambiado prácticamente su armamento y tácticas
desde los tiempos de la Grecia clásica. La idea era que estos especialistas de
elite aportaran solidez al conjunto de la formación, como más tarde se haría
con las compañías de granaderos y “voltígeros”, o cazadores ligeros. Pero no
faltan ilustraciones de la época en las cuales se observa una disposición in-
versa, en la que la masa de piqueros envuelve los flancos y retaguardia de los
arcabuceros.
La lentitud de disparo se paliaba, en parte, con la formación en varias
líneas, de cantidad variable según las épocas, reglamentos y tamaño de la
unidad. Así, luego de haber disparado la primera línea, sus integrantes retro-
cedían hasta ocupar el último lugar –caminando hacia atrás, siempre miran-
do al enemigo- por entre el espacio que a tal efecto se dejaba, lateralmente,
entre hombre y hombre. Las que habían sido segunda línea y las siguientes
avanzaban uno o dos pasos, reconstruyendo el frente de la formación, con
la primera lista para disparar. Este tipo de formación, unido a reglamentos
sobre tiempos y formas de cargar las armas, continuamente practicados, y el
uso de cargas de pólvora preparadas de antemano (los “doce apóstoles”, que
se llevaban colgando sobre el pecho, en tubos de latón o madera, a lo largo de
una bandolera, y a los que debería agregarse el frasco, generalmente metálico,
conteniendo el polvorín para el cebo) permitieron mantener una cadencia de

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La Táctica en las Batallas de la Historia

fuego razonablemente efectiva, especialmente contra la caballería. Téngase


en cuenta que, una vez efectuado el disparo, el arcabucero quedaba práctica-
mente indefenso por espacio de muchos segundos. Faltaba, todavía, para que
apareciera la primera arma blanca complementaria efectiva, llamada “bayone-
ta” con el correr del tiempo.
Tanto en alcance como en prestaciones balísticas, el arcabuz nunca fue com-
petencia seria para la antigua y probada ballesta. Sus ventajas relativas deben bus-
carse en la superior cadencia de disparos que tropas entrenadas podían lograr,
unido a un menor período de instrucción necesario para su operación, y en el
menor costo que podía lograrse gracias a una incipiente sistematización de su
producción, más difícil de conseguir en el caso de la ballesta.
Pertenecían a esta última etapa de su evolución los arcabuces que se uti-
lizaron durante la fundación de Buenos Aires, y hasta mucho después de la
independencia fue reglamentario el toque de “calacuerda” o carga para la in-
fantería, esto es, literalmente, “calar”, colocar la cuerda encendida en el me-
canismo de disparo. Y no se “fusilaba” a nadie, sino que, de acuerdo con la
ordenanza de la época, se lo “arcabuceaba”.
Durante la campaña de Flandes (en 1568), el Duque de Alba sustituyó los
arcabuces por “mosquetes”. Dif ícil tarea determinar la diferencia entre unos
y otros. Lo que sí puede asegurarse es que el mosquete era más largo y pe-
sado que el arcabuz, por lo que, en todos los casos, requería del uso de una
horquilla clavada en tierra para apoyarlo; aunque también hubo arcabuces
que usaron de tal horquilla. Su construcción más robusta permitía el uso de
mayores cargas de pólvora, a igualdad de calibre, que también era mayor que
en el arcabuz (en términos muy generales, algo menos de 2 cm contra algo
más de 1 cm).

Las tecnologías intermedias


Hacia 1547 se habría inventado en Alemania la llave de rueda, que supera-
ba la mayor parte de los inconvenientes que se vienen exponiendo. Consistía
en un disco de acero que se hacía girar en contacto con pirita de azufre, lo que
producía una lluvia de chispas mas que suficiente para inflamar el polvorín de
la cazoleta. La fuerza necesaria para hacer girar el disco de acero, era provista
por un sencillo mecanismo del tipo ya entonces empleado en relojería, al que
era necesario “dar cuerda” mediante una llave que había que insertar y retirar
al preparar cada disparo. La posible -pero poco probable- pérdida de esta

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Orígenes y Evolución del Fusil

llave era el principal -si no único- inconveniente técnico del nuevo sistema,
que, sin embargo, no llegó a generalizarse para el grueso de la infantería. Su
uso quedó relegado a las armas cortas, propias de los oficiales, de algunas
unidades de elite, y a fines deportivos. En uno o en otro caso, bajo severas
restricciones legales. La causa real de su limitado uso no parece que pasara
realmente por su elevado costo o por la dificultad de su operación por el
grueso de la tropa, sino por percibir su difusión como potencialmente pe-
ligrosa para el orden social establecido. Su uso se prolongó, al menos, hasta
mediados del siglo XVII.

La “edad de piedra”
Hacia 1630 aparece en occidente la llave de chispa, que habría tenido ori-
gen en el Mediterráneo oriental. Su funcionamiento estaba basado en el uso
de una piedra de sílex u otra de similares características, tallada de forma
tal que, al golpear sobre una pieza de acero que cubría la cazoleta, producía
chispas que inflamaban el polvorín contenido en ella. A pesar de que tal vez
no era tan seguro el disparo como en la llave de rueda, la fue desplazando en
base a su practicidad de manejo y economía relativa.
A fines del siglo XVII, había sustituido casi totalmente al sistema de me-
cha en el grueso de la infantería; La Ordenanza francesa de 1670 estableció
por primera vez medidas y características uniformes. Pero el primer modelo
reglamentado y oficialmente adoptado, de uso efectivo, surgió en 1717. Re-
cién con el modelo de 1777 se impuso en forma general para todas sus fuer-
zas armadas. Su reinado se extendió durante todo el XVIII, y hasta bastante
después de Waterloo en los principales países europeos. Fue casi exclusiva
protagonista en Caseros, y llegó a ver acción la Guerra de la Triple Alianza.
Se usó la palabra “fusil” primero en Francia y poco después en España.
De etimología y origen inciertos y controvertidos, parece hacer referencia a
la “piedra de fuego” o a la pieza de acero que la complementaba. Lo cierto es
que designaba a un componente del arma y no a ella en su conjunto, como
luego se generalizó.
El “fusil” toma su forma definitiva al incorporársele la bayoneta. De origen
también confuso y mezclado con leyendas y suposiciones, lo cierto es que las
primeras se insertaban en el interior del cañón, con lo que se impedía cargar
y disparar el arma; era, ciertamente, el último recurso al que podía acudirse,
cuando ya no había tiempo para recargar el arma. Parece cierto que la bayo-

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La Táctica en las Batallas de la Historia

neta “de cubo” sería de origen inglés y con fecha de aparición no anterior a
1689. Al quedar el extremo del cañón en el interior de su empuñadura, que lo
rodeaba, no había obstáculo para operarse normalmente el ciclo de fuego, al
tiempo de disponerse de un razonable sustituto de la pica.
Otro importante aporte fue la aparición del cartucho. Aunque ya venía
de tiempo atrás su uso en la artillería, recién en 1690 se habría adoptado por
primera vez oficialmente para armas largas individuales2. Limitado a la carga
propiamente dicha y no al cebo -que siguió requiriendo del uso del frasco con
polvorín-, el cartucho consistía en un cilindro de papel que contenía la pól-
vora y el proyectil, y que se introducía completo en el cañón. Recién en 1744
se reglamentó en España lo de “morder el cartucho”, para verter una pequeña
cantidad en la cazoleta y el resto en el interior del cañón, sirviendo el papel
a modo de taco o empaquetadura, para reducir el “viento” o espacio entre el
proyectil esférico y la pared del cañón.
La efectividad del ya llamado “fusil” dejaba bastante que desear. Aunque su
alcance teórico era de alrededor de 200 metros, pasados los 50 carecía de sen-
tido el tiro individual contra un objetivo igualmente individual; tan sólo las
descargas cerradas de densas formaciones contra otras similares era efectivo,
y esto a muy cortas distancias. En condiciones reales de combate, tan sólo de
un 3% a un 4% de los disparos alcanzaban al adversario a 200 metros; y no
mucho más de un 5% a 100 metros. Se aceptaba que un soldado descansado,
con un fusil limpio, piedra nueva y buen tiempo, no lograra la ejecución del
disparo una de cada seis veces; lo que se incrementaba rápidamente a más
de una en cuatro intentos en tiempo húmedo (no lluvioso, que directamente
interrumpía el fuego) o combate prolongado, por desgaste de la piedra, obs-
trucción del cañón por restos de cartuchos y residuos de la combustión de la
pólvora, por obstrucción del “oído”, o por fallas mecánicas.
En teoría, y en condiciones óptimas, un soldado perfectamente instruido
podía disparar cinco veces por minuto, pero en combate dif ícilmente superaba
los tres. Estas cadencias, relativamente elevadas, se lograban a través de per-
manente entrenamiento, repitiendo los movimientos hasta hacerlos instintivos.
Según los países y los distintos reglamentos, los tiempos o movimientos varia-
ban, pero básicamente consistían en: 1) sacar cartucho, 2) poner horizontal el
fusil, 3) morder el cartucho para romper su parte inferior, 4) verter una pequeña
cantidad de pólvora en la cazoleta (quedaba abierta luego del disparo; si era

2 Almirante, José, Ob. Cit., Ver “cartucho”, pág. 236.

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Orígenes y Evolución del Fusil

el primero, debía abrirse previamente el rastrillo, cuya parte inferior hacía de


“cobija” o tapa de la cazoleta), 5) con el fusil nuevamente en posición vertical,
introducir en el cañón el resto de la pólvora, y luego el proyectil, con el cartucho
vacío adherido hacia abajo, para que hiciera las veces de taco, 6) sacar baqueta,
7) introducir la baqueta en el cañón, empujando el proyectil hacia la recámara
y dándole unos pequeños golpes para “atacar” la carga, 8) sacar la baqueta del
cañón, 9) reponer la baqueta en su alojamiento, en la parte inferior externa del
cañón, 10) poner el fusil en posición horizontal, 11) llevar el “pie de gato” (o
martillo, o gatillo, pieza en la que sujetaba la piedra mediante un tornillo) hacia
atrás, hasta quedar trabada en la posición de disparo, 12) apuntar, 13) disparar,
como se viene haciendo desde la aparición del mosquete, desplazando hacia
atrás, con el dedo índice derecho, la cola del disparador.
Se insistía especialmente en la reintroducción de la baqueta, pues la cos-
tumbre de clavarla en el suelo, para ahorrar tiempo, podía derivar en su pérdi-
da, en caso de tenerse que desplazar imprevistamente. También podía suceder
que se dejara olvidada dentro del cañón, con lo cual, al disparar, se perdería
igualmente, quedando el arma inutilizada. Riesgo común a todas las armas
de avancarga, era que si no se cumplía en su totalidad el ritual del proceso de
cargar, podía olvidarse, por los nervios propios del combate, que ya se había
introducido en el cañón un cartucho; al introducir un segundo (y aun un terce-
ro), lo más probable era que se produjera la explosión de la recámara. Un viejo
truco de veteranos para aliviar el pronunciado retroceso del arma, especial-
mente sensible luego de varios disparos en poco tiempo, consistía en derramar
deliberadamente parte de la pólvora al cebar la cazoleta; con la consiguiente
desmejora en las condiciones balísticas del disparo.
Desde luego, al menos todo el proceso de cargar el arma debía hacerse de
pie, por depender de la fuerza de gravedad para la caída de la pólvora por el
interior del cañón, y la dificultad f ísica de hacer todos los otros movimientos
necesarios en posición de rodilla o de cuerpo a tierra. Esto aparejaba una gran
vulnerabilidad al fuego adversario.

Luego de la piedra
Eran muchos los inconvenientes de la llave de chispa, como para no desear
superarla. El siguiente paso vino de la mano de los “mixtos fulminantes”, a base
de fulminato de mercurio. Conocidos desde finales del siglo XVII, no tuvieron
realmente aplicación práctica hasta que el inglés Eggs (posiblemente inspirado

21 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

en el antecedente del francés Pauli) presentó en 1818 su fusil “a percusión” en


base a la cápsula o pistón fulminante que se insertaba en una “chimenea” y
que se inflamaba al ser golpeada por el martillo o gatillo, que reemplazó a la
pieza que antes sujetaba a la piedra.
La aleatoriedad de lograr la chispa se superó efectivamente. Realizada co-
rrectamente la carga, se tenía un porcentaje de tiros fallidos cercano a cero,
con independencia de las condiciones atmosféricas.
Se ahorraban los pasos relacionados con el cambio de la piedra y el cebado
de la cazoleta, pero se agregaba el de colocar el pistón en la chimenea. Uno de
los principales inconvenientes aportado por sus detractores era justamente
que las torpes manos del soldado no serían capaces, sobre todo en situaciones
reales de combate, de manipular los pequeños pistones.
Las reales motivaciones para abogar por la vieja y probada piedra, deben
buscarse más bien (aparte de la siempre presente resistencia al cambio) a ra-
zones económicas: eran enormes los inventarios de armas a chispa y cuantio-
sos los recursos necesarios para su reemplazo. La solución de compromiso
vino con la modificación de las existentes, removiendo y adaptando las partes
necesarias, en tanto se diseñaban modelos específicamente diseñados para el
nuevo sistema de fuego; que, desde luego, en nada mejoraba por sí mismo las
prestaciones balísticas de su antecesor.
Los ingleses adoptaron reglamentariamente el fusil de percusión en 1820.
Francia no lo hizo hasta 1833, presionada por tener conocimiento de que los
tiradores prusianos estaban muy entrenados en el uso del fusil a percusión y
de los mejores resultados que con el mismo obtenían.
El fusil de pistón o percusión fue el protagonista, entre otros, de la guerra
de Crimea, la de Secesión estadounidense y de la Triple Alianza contra el
Paraguay. Pero lo ef ímero de su vigencia obliga a catalogarlo como de transi-
ción, iniciando un período de profundos cambios.

El estriado
Desde los primeros tiempos de la artillería se conocía empíricamente que,
imprimiendo a los proyectiles un movimiento de rotación, se obtenía mejor
alcance y precisión en el disparo.

| 22
Orígenes y Evolución del Fusil

Según Albino3, esto habría sido atribuido a la supuesta afición de las cria-
turas infernales de viajar montadas en los proyectiles, que desviaban de la
trayectoria a su capricho. Puestos a suponer, no los creían buenos jinetes,
pues la idea era que no mantendrían el equilibrio si su montura giraba, y la li-
berarían de su maléfica presencia. Con fundamentos menos pintorescos, pero
no mucho más científicos, y probablemente inspirados en las armas utilizadas
por los colonos de América del Norte y los cazadores alemanes, los ingleses
adoptaron en 1801, para algunas unidades selectas, el rifle (palabra con la que
siguen designando a las armas largas de ánima estriada) Baker, con cañón
estriado. Para hacer deslizar el proyectil desde la boca y a lo largo del cañón,
era preciso forzarlo a golpes de baqueta, a veces con la ayuda de un mazo, con
la consiguiente pérdida de tiempo, pero conpensado por la precisión y el al-
cance logrados: el disparo era efectivo a 200 metros y, en casos excepcionales,
hasta 800 metros. Esto a pesar de que su cañón era de longitud mucho menor
que la del “mosquete liso”, debido a las dificultades expuestas para cargar por
la boca un cañón de la longitud ordinaria. Algunos de estos “rifles” vinieron al
Río de la Plata -y se quedaron- durante las invasiones inglesas; al parecer, no
despertaron mayor entusiasmo entre sus nuevos usuarios.
En Francia probaron diferentes formas para lograr que el proyectil se
adaptara a las estrías, basándose en los métodos aplicados a los proyectiles
esféricos de menor calibre que el ánima, a los que se aplastaba a golpes de
baqueta, más pesada que las usadas anteriormente.
No fue sino hasta 1846 que Francia adoptó oficialmente el primer modelo
de fusil con cañón estriado, al que poco después sucedieron otros con ligeras
modificaciones4, hasta la adopción del más perfeccionado proyectil ideado en
1849 por Minié, de forma cilíndrico ojival y calibre ligeramente menos que
el del ánima, con una cavidad en su base. Con ayuda de una pieza de hierro
tronco cónica alojada en esa cavidad, o cuando se advirtió que no era necesa-
ria, por simple presión de los gases, las paredes del proyectil eran forzadas a
expandirse, tomando entonces las estrías. El sistema Minié fue rápidamente
adoptado por muchos países, y constituyó el avance máximo que pudo lo-
grarse con armas de avancarga. En resumen: las mejoras balísticas logradas

3 Albino, Oscar C., “De flechas, balas, estrías, ángeles y demonios”, Boletín de la Asocia-
ción argentina de coleccionistas de armas y municiones, nº 126, abril de 1996, pág. 14/16.
4 Ver en las obras de carácter general citadas en la bibliograf ía: Delvigne, Ponchara,
Thouvenin, Minié.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

en esos años deben atribuirse a la evolución del estriado y de los diferentes-


proyectiles empleados, y no al sistema de encendido “a percusión”, que poco o
nada agregó a lo ya logrado con la llave de chispa.
La retrocarga

Ilustración 1. Fusil francés de avancarga y sistema de fuego a chispa (1777),


fechado en 1810. Usado en el Río de la Plata desde la época colonial.

Ilustración 2. Fusil francés de avancarga, cañón estriado, con sistema de fuego


a percusión (1854) del tipo de los empleados por Argentina en la Guerra del Paraguay.

Desde los orígenes mismos de las armas de fuego portátiles, pueden ras-
trearse antecedentes más o menos afortunados de sistemas de retrocarga;
esto es, introducir el proyectil y la carga de pólvora que lo ha de impulsar por
la parte posterior del cañón.
Pero el más evolucionado de ellos en su momento, y de aplicación masiva,
fue el presentado por Dreyse en 1827, conocido como “de aguja”, y perfeccio-
nado hasta lograr su adopción por Prusia en 1841.
Su acción era “a cerrojo” o “manivela”, como el que más tarde popularizaría
Mauser, aunque su invención fuera anterior aun a Dreyse. Debía su denomi-
nación “de aguja” al largo percutor, necesario para atravesar la base del cartu-
cho de papel y toda la carga de pólvora, hasta llegar a la base del proyectil, en
donde se encontraba la mezcla fulminante iniciadora del fuego.
Entre sus ventajas: efectiva solución al problema de que el proyectil “to-

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Orígenes y Evolución del Fusil

mara” las estrías del cañón; por primera vez, el proyectil podía ser de igual o
superior calibre que el del ánima; aunque, en este caso, el proyectil era de for-
ma ovoide, rodeado lateral y posteriormente por cartón, en el que realmente
penetraban las estrías, elevada cadencia de fuego, al menos en los primeros
disparos y posibilidad de cargar y disparar en posición de cuerpo a tierra.
Entre sus inconvenientes: carencia de un efectivo sistema de sellado de la
recámara, lo que traía como consecuencia la posibilidad de pérdida de gases
en dirección al rostro del tirador. A los pocos disparos, los residuos de papel
y pólvora de los cartuchos y de la combustión de la pólvora obstruían el fun-
cionamiento del cerrojo, debiéndose golpear con algún objeto fuerte y pesado
para abrirlo y cerrarlo; la larga aguja percutora, en contacto directo con los
gases calientes y corrosivos, tendía a deteriorarse rápidamente.
Fabricado en grandes cantidades, y tratando Prusia de mantener el secreto
de su existencia todo el tiempo que le fuera posible, es generalmente aceptado
que tuvo su bautismo de fuego en la guerra entre Prusia y Dinamarca de 1864,
y con efectos devastadores sobre los austriacos, armados con fusiles de avan-
carga, en la batalla de Sadowa, en 1866. Pero según Demaría5, algunos fusiles
Dreyse habrían participado en la batalla de Caseros, en manos de alemanes al
servicio del Imperio del Brasil.
Luego de muchos ensayos, Francia adoptó el Chassepot en 1866; su única
diferencia notable respecto de su predecesor prusiano, era que, aunque ge-
néricamente fuera catalogado como “de aguja”, ésta ya no tenía que atravesar
toda la carga de pólvora, sino que percutía sobre la mezcla fulminante coloca-
da en un disco de cartón, fijado en la base del cartucho combustible.
Mientras Francia fabricaba aceleradamente el nuevo fusil, incluso contra-
tando importantes cantidades en el exterior, se encaró también la conversión de
los existentes de avancarga a retrocarga, destinados a tropas de segunda línea,
como medida de urgencia y ante la inferioridad técnica percibida respecto de
sus vecinos. Lo hizo empleando el sistema Snider, uno de los muchos probados
por esos días, conocido como “cierre a tabaquera”, y usado ya por Inglaterra para
modernizar parte de su enorme existencia de más de 800.000 fusiles Enfield de
avancarga. Lo curioso es que el sistema Snider utilizaba un cartucho similar a
los actuales de escopeta, de fuego central, muy superior técnicamente a los usa-

5 Demaría, Rafael M., Historia de las armas de fuego en la Argentina 1530-1852, Buenos
Aires, Ediciones Cabargón, 1972, Cap. V, pág. 317.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

dos en fusiles “de aguja”; en particular en lo referente al sellado hermético del


cierre durante el disparo, al tiempo que reducía notablemente la acumulación
de residuos de pólvora en la recámara y mecanismos.
Las grandes potencias europeas demoraron en adoptar un fusil reglamen-
tario de “tiro a tiro”, diseñado desde su origen para la retrocarga con cartucho
metálico. Luego de muchas dudas, Inglaterra lo hizo en 1867 con el Martini-
Henry de acción a palanca. Alemania adoptó en 1871 el primer modelo de
Mauser, y Francia en 1874 el Grass, simple adaptación del Chassepot, muchos
de los cuales se modificaron para aceptar el nuevo cartucho.
La repetición

Ilustración 3. Fusil Gras francés 1866 calibre 11mm. Primer fusil militar con cartucho
metálico. Utilizado en la Guerra del Pacífico.

Ilustración 4. Mauser Kar 98, Alemán, creado en 1940. Obsérvese la disminución de la


longitud de las bayonetas. De más arriba a más abajo bayoneta original (1898); en segun-
do término la de 1905 y por último la de la segunda Guerra Mundial.

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Orígenes y Evolución del Fusil

Ilustración 5. Lee Enfield Nº I Mark 3 – Iª Guerra Mundial (arriba), y Lee Enfield Nº III (1936).
Las principales diferencias son: la mayor distancia entre el alza y el punto de mira y el alza con
mira ortóptica “agujerito”. Longitud de la bayoneta. Simplicidad general de construcción.

Ilustración 6. Fusil M1 Garand (1936). Ver diferencias de bayonetas con que se lo dotó
en el principio (1903) y la más pequeña de la Guerra de Corea (1950).
Primer fusil semiautomático operativo.

Ilustración 7. Fusil francés MAS (1936). Diseñado principalmente para


reemplazar el viejo carucho de 8 mm que originaba problemas de alimentación
en armas automáticas. Obsérvese el salto tecnológico entre el M1 Garand y
los del mismo año ingleses y fraceses.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

Mientras los países más grandes de Europa dudaban en adoptar un fusil de


“tiro a tiro”, la pequeña y entonces pobre Suiza, decidida a defender efectiva-
mente su neutralidad si fuera necesario, adoptó como política de estado con-
tar con un fusil “de repetición”; esto es, que entre tiro y tiro, no es necesario
tocar un cartucho, pues se extrae la vaina usada y se introduce el nuevo car-
tucho tomándolo de un almacén incorporado al arma mediante un mecanis-
mo accionado manualmente. En fecha tan temprana como 1866 tenía casi
tomada la decisión de comprar 100.000 rifles6 Winchester (para poco más
de dos millones y medio de habitantes) pero cambió en 1868 por el Vetterli de
diseño suizo, cuyo modelo 1869, de fuego anular, fue el primero de repetición
en ser oficialmente adoptado por un ejército. En nuestro país se hizo popular,
sobre todo, a través de los clubes de “Tiro Suizo”.

Bibliograf ía
Albino, Oscar C., “De flechas, balas, estrías, ángeles y demonios”, Boletín de la
A.A.C.A.M., Buenos Aires, abril de 1996, nº 126, págs. 14-16.
Almirante, José, Diccionario militar, etimológico, histórico, tecnológico, Madrid, Im-
prenta y Litograf ía del Depósito de la Guerra, 1869.
Demaría, Rafael M., Historia de las armas de fuego en la Argentina 1530-1852, Bue-
nos Aires, Ediciones Cabargón, 1972.
Espasa-Calpe S.A., Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, Madrid,
1908/1958.
Florentiis, Giuseppe de, Historia de la pistola, Barcelona, Editorial De Vecchi, 1975.
Hicks, James E., French Military Weapons 1717-1938, Connecticut, USA, N. Flayder-
man & Co., 1973.
Martín, Jean, Armes a feu de l´Armee Francaise, 1860 á 1940, París, Ediciones Cepin-
Leblond, 1974.
Myatt, F., The Illustrated Encyclopedia of 19 th Century Firearms, New York, Crescent
Books, 1979.
The National Rifle Association of America, Gun collectors guide, Washington DC,
1972.
www.losarapiles.com (fecha: 10/0207).

6 Tomado, nuevamente, de Almirante, Ob. Citada, pág. 529.

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SAN MARTÍN Y
EL ORDEN OBLICUO EN MAIPÚ
Jorge Ariel Vigo
Abogado, magíster en Historia de la Guerra y en International Defense Management
por el Defense Resources Management Institute, Naval Postgraduate School de Mon-
terrey, Califórnia, EEUU. Actualmente se desempeña como profesor de Organización
y Administración de Empresas (Universidad de Belgrano); de Historia Militar (Colegio
Militar de la Nación y Escuela Superior de Guerra); y de Sociología y Ética de la Guerra
(ESG). Además, es Investigador Universitario por el Programa de Incentivos Docente
del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Ha publicado artículos y libros,
entre los que se destacan Fuego y Maniobra, Breve historia del Arte Táctico e Historia
del Estado Mayor.
San Martín y
el orden oblicuo en Maipú
Mg. Jorge Ariel Vigo

L uego de la Batalla de Maipú, San Martín procedió a realizar una reunión


de jefes, leyéndoles el parte de la victoria. Las Heras, que se encontraba
entre los presentes, sorprendido por un detalle de la lectura, se incorporó y le
dijo al Libertador:
-“General, esto que usted dice aquí de nuestra línea sobre la derecha del
flanco enemigo presentando un Orden Oblicuo fue, como usted sabe,
todo el mérito de la victoria y puesto así como usted lo pone nadie lo va
a entender”.
San Martín esbozó una sonrisa y contestó:
-”Con esto basta y sobra. Si digo más han de gritar por ahí que quiero
compararme con Epaminondas o Bonaparte. ¡Al grano, Las Heras, al
grano! Hemos amolado a los godos y vamos al Perú. ¿El Orden Oblicuo
nos salió bien?, pues adelante, aunque nadie sepa lo que fue. Mejor es
que no lo sepan, pues aun así habrá muchos que no nos perdonarán el
haber vencido”.1

Este relato alrededor del parte de la batalla de Maipú, muy conocido y


repetido, ha sido tomado originalmente de las obras del historiador argentino
Vicente Fidel López. Este autor, siendo hijo de Vicente López y Planes, gozaba
de información directa de algunos protagonistas de la historia argentina y
parece ser que esta anécdota del parte de batalla reconoce como fuente prin-
cipal esa transmisión oral de lo sucedido.

1 Giunti, Luis L., Páginas de Gloria, Biblioteca del Oficial, Vol. 784, Buenos Aires, Círcu-
lo Militar, 2002, pág. 53.

31 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

En el parte de la batalla, San Martín consignaba: “...nuestra línea, forma-


da en columna cerrada y paralela se inclinaba sobre la derecha del enemigo,
presentando un ataque oblicuo sobre este flanco, que a la verdad tenía des-
cubierto...”. ¿Hablaba San Martín específicamente de la maniobra conocida
como “Orden Oblicuo”? Si era así, ¿qué significaba tal disposición en Maipú y
cómo se ejecutó? En caso contrario, ¿a qué se refería al emplear ese término y
qué relevancia tenía dilucidar ese acto?
La Historia Militar es específica y, aunque en muchos casos se la conside-
ra la hermana pobre de la Historia, tiene características muy distintivas que
obligan, en casos como el presentado, a responder con la mayor escrupulosi-
dad posible. Entre los requerimientos de la Historia Militar está el de las con-
sideraciones técnicas, es decir, la especificidad conceptual de los vocablos en
el campo de las Ciencias y Artes Militares. Entonces, emprendamos nuestro
trabajo conociendo el significado del “Orden Oblicuo”.

El Orden Oblicuo de Epaminondas a Federico el Grande


En el elenco de maniobras militares, tal vez la más extraña, compleja y
específica sea el Orden Oblicuo. Fue creada para resolver un problema deter-
minado y, en principio, casi desaparece junto con su creador. Rescatada por la
literatura militar y empleada hasta el empecinamiento por uno de los grandes
capitanes de la historia, ha sobrevivido, pero sigue siendo una singularidad
militar y una de las operaciones más dif íciles y dificultosas de realizar. Al
menos, eso es lo que se conoce generalmente de ella.
Durante las Guerras entre las Ciudades Griegas, se enfrentaron Esparta y
Tebas. Los espartanos, famosos por su capacidad y potencia militar, operaban
la falange de manera particular, siendo este procedimiento una de las bases
de sus éxitos en combate.
La falange es una formación rígida consistente en un cuadro de hombres
armados con escudos y largas lanzas que, basada en su solidez, puede resistir
fuertes ataques, o emprenderlos siempre y cuando todo ello ocurra por su
frente. La falange es incapaz de girar o voltear hacia los lados y mucho menos
girar completamente y dar cara a su retaguardia. Esta formación de combate
está, entonces, limitada a operar siempre hacia delante y en relativa línea rec-
ta. Dos falanges en combate sólo pueden chocar por sus frentes y esperar que
la fuerza bruta o el número determine la victoria.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

Para contrarrestar esto, los espartanos fraccionaron la falange en subuni-


dades a las que entrenaron para que pudiesen girar. Ese giro se efectuaba, no
en bloque, sino que cada soldado individual giraba en su posición cambiando
así el frente completo de la formación. Esto aún era rígido, pensemos que,
para mantener la formación “cuadrada,” los giros sólo podían hacerse a 90
grados, pero para la época era una sorprendente innovación. Otra limitación
que presentaba era que, respetando la tendencia a torcer a la derecha de la
falange la maniobra, sólo resultaba óptima si se realizaba por la izquierda del
enemigo2 (ilus. 1).

Ilustración 1.

Para enfrentarse a esta operación, el líder tebano Epaminondas ideó una


maniobra específica al caso. Consistía en formar el ejército adelgazando la
profundidad de las falanges del centro y la derecha, y dándole profundidad a
la falange del ala izquierda. Además, detrás de ésta se disponía una fuerza de
300 tropas escogidas denominadas la Banda Sagrada.
En combate, el ala izquierda avanzaba con el centro y la derecha retrasa-
dos. De esta forma, aunque se hacía evidente la amenaza por un ala, el defen-

2 Decimos esto porque la infantería que porta escudo tiende a torcer su marcha hacia la
derecha. Ver Vigo, Jorge A., Fuego y maniobra. Breve Historia del Arte Táctico, Buenos
Aires, Folgore Ediciones, 2005, pág.33.

33 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

sor no podía concentrar sus fuerzas contra ella, pues los cuerpos retrasados
aferraban las tropas propias. Cuando la falange espartana realizaba su manio-
bra, se encontraba, no sólo con una falange más fuerte y profunda, sino que,
además, era contraatacada por el flanco por la Banda Sagrada (ilus. 2).

Ilustración 2.

Este exitoso dispositivo es lo que se conoce como Orden Oblicuo y tiene


la virtud de aplicar en la acción tres principios de conducción: la economía de
fuerzas, por la asignación de efectivos; la masa, por la concentración de fuer-
zas en el punto decisivo; y la libertad de acción obtenida por el aferramiento
de las fuerzas enemigas. 3
Epaminondas empleó con éxito esta maniobra en la batalla de Leuctra en
julio del 371 a.C, derrotando a los espartanos en inferioridad numérica. En
el 363 a.C, en la batalla de Mantinea, se repitió victoriosamente la maniobra,
pero esta vez el propio Epaminondas cayó mortalmente herido y con él el
Orden Oblicuo en su concepción original.
Pero la brillantez de la maniobra y, particularmente, el haber derrotado
al ejército de Esparta, hizo que sus ideas no se perdiesen completamente y
fueran recogidas por los autores militares de la antigüedad.
Asclepiodoto (circa 135-71 a.C.) en su libro “Tácticas,” menciona la for-

3 Vigo, Jorge A., “Fuego y maniobra. Breve Historia del Arte Táctico”, Buenos Aires, Fol-
gore Ediciones, 2005, págs. 33-37.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

mación en “frente oblicuo,” describiéndola como un dispositivo con un ala


más potente y el centro y la otra ala retrasadas; agrega, sí, una variante, puede
realizarse por la derecha o por la izquierda. Teniendo en cuenta que el libro
es de alrededor del 100 a.C., esta modificación debió responder a la mayor
flexibilidad y movilidad de los ejércitos de su época. Pero, esencialmente, es
la misma maniobra tebana.
Flavius Vegetius Renatus nos dice en su “De Re Militari” escrita entre el
383 y el 450:
“La segunda y mejor disposición es la oblicua. Aunque vuestro ejército
no tenga muchas fuerzas, si se las sitúa bien y con ventaja, esta disposición
puede permitiros obtener la victoria, no obstante el número y valor del ene-
migo. Es como sigue: Conforme los ejércitos marchan para el ataque, vues-
tra ala izquierda se debe mantener retrasada a cierta distancia de la derecha
enemiga para quedar fuera del alcance de sus dardos y flechas. Vuestra ala
derecha avanzará oblicuamente sobre la izquierda enemiga y comenzará el
combate. Y debéis tratar, con vuestra mejor caballería e infantería, de rodear
el ala con la que lucháis, hacerla huir y caer sobre el enemigo por la reta-
guardia. Una vez que huyen, si el ataque es adecuadamente secundado, sin
duda obtendréis la victoria mientras vuestro flanco izquierdo, que seguirá a
distancia, permanecerá indemne. Un ejército formado de tal manera, guarda
cierta semejanza con la letra A o una escuadra de albañil. Si el enemigo se os
adelanta a esta maniobra, se recurrirá a la caballería e infantería situadas en
reserva, a retaguardia, como ya dije. Debe ordenárseles apoyar vuestro flanco
izquierdo. Esto os permitirá oponer una vigorosa resistencia contra el artificio
del enemigo”.4
Aquí, la operación es más compleja, se incluyen otras armas, como la ca-
ballería, y algunas variaciones o acciones accesorias. Sin embargo, la descrip-
ción sigue respetando el modelo original y, en este caso, se inclina por su em-
pleo por la derecha, esto se debe probablemente a que en el ejército romano,
pues de él habla Vegetius, el comandante en jefe se situaba a la derecha y allí
se buscaba la decisión de la batalla.

4 El texto fue tomado de la edición digital de la obra realizada por Antonio Diego Duarte
Sánchez., Jorge Mambrilla Royo, y Alfonso Rodríguez Belmonte. Veáse también Fla-
vius Vegetius Renatus ,“De Re Military”, en Roots of Strategy, London, Stackpole, 1985,
págs.160-161

35 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Pese a que su memoria y registro permanecen en la historia, pocas veces se


ha visto el empleo del Orden Oblicuo con la rigurosidad original o aun con los
ligeros accesorios que antes mencionáramos. Pero, entre los grandes generales,
destaca uno que ha hecho de su empleo una marca distintiva: Federico el Grande.
En el campo de batalla, el rey de Prusia puso en juego en más de una opor-
tunidad el Orden Oblicuo, los dos casos más destacados son Leuthen, el 5 de
diciembre de 1757 y Zorndorf, el 25 de agosto de 1758.
En lo que hace a nuestra búsqueda, el Orden Oblicuo en el siglo XVIII
aparece como una maniobra dentro de la batalla, y no ya un dispositivo de
todo el ejército. Sin embargo, la formación sesgada es claramente detectable
en ambas batallas. Leuthen es su obra maestra, una maniobra impecable y
brillante. En una fuerte inferioridad numérica, logra derrotar a los austriacos
completamente. En Zorndorf realizará dos veces el ataque en Orden Oblicuo,
fracasando en el primer intento y logrando una victoria menos decisiva.
Pero no sólo en la práctica se ocupó Federico de esta maniobra, también lo
hizo desde la teoría. En sus “Instrucciones a sus Generales” de 1747 señala que
“todos los ejércitos débiles que ataquen ejércitos fuertes deben usar el Orden
Oblicuo”. En su concepción coincide con Vegetius y refuerza su ala derecha.5
Como vemos hasta el siglo XVIII, el Orden Oblicuo, con ligeras variantes,
presenta una formación caracterizada por el refuerzo y adelantamiento de un
ala y el escalonamiento del centro y el ala opuesta. En principio, podríamos
decir que si identificásemos ese dispositivo en el Ejército Unido en la batalla
de Maipú, nuestros interrogantes estarían resueltos, veamos pues si es así.
San Martín formó su ejército en tres divisiones, dos al frente: una al mando
de Las Heras y la otra al de Alvarado; la tercera, a órdenes de De la Quintana,
formó detrás y al centro de las anteriores, según lo muestra el gráfico adjunto.
No se ve aquí evidencia alguna de Orden Oblicuo, aunque sí se aprecia que
los dispositivos enfrentados están en ángulo con el extremo norte más cerca
que el límite sur; en efecto, al norte, las líneas estaban a 250 metros, mientras
que en el sur esa distancia alcanzaba los 1000 metros. Esta formación “pre-
sentando un ataque oblicuo” (ver más arriba el parte de la batalla) se debió a la
morfología del terreno en cuyas alturas se dispusieron los ejércitos, pero nada
indica que se eligiese deliberadamente establecer esas distancias.
El dispositivo no nos ayuda a salir de nuestros planteos, veamos qué, han
dicho los historiadores.

5 Federico el Grande, “Instructions to his generals (1747)”, en Roots of Strategy, London,


Stackpole, 1985, pág.380.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

Los Historiadores como intérpretes de la batalla


En su Historia de San Martín y la Emancipación Sudamericana, el Grl
Bartolomé Mitre señala: “El plan de San Martín no era precisamente el de
una batalla en Orden Oblicuo, y sin embargo, resultó tal por el atrevimiento,
el arte consumado y la prudencia con que fue conducida... el Orden Oblicuo
se debió al uso oportuno que hizo de su reserva”.
Por lo que hemos aprendido hasta ahora, el Orden Oblicuo no es producto
del atrevimiento y la conducción en batalla, sino, antes bien, de la preparación
y la premeditación específica del dispositivo de ataque. Por otra parte, en el
Orden Oblicuo, la reserva tiene una predeterminación en cuanto a su empleo,
lo que, técnicamente, hace que no sea una verdadera reserva. En este punto, el
propio Mitre formula una aclaración que contradice su posición:
“Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o
por la izquierda, interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la
que llevase la ventaja o la desventaja.”
Si esto es así, la reserva cobra su carácter de libertad de empleo esencial y,
al no estar predeterminada la maniobra, el Orden Oblicuo no formó parte ni
del plan, ni de la ejecución. Es probable que Mitre viese influenciada su visión
por la lectura del “Compendio del Arte de la Guerra” de Antoine Henri Jomini
que, al describir el Orden Oblicuo, coincide con Epaminondas y Federico, a
quienes menciona específicamente, y agrega la posibilidad de emplear el ala
retraída como reserva.6 Sin embargo, este no es el caso de Maipú, la reserva de
San Martín (División De la Quintana) estuvo siempre al centro y a retaguardia.
Más modernamente, el coronel Leopoldo Ornstein se aparta de esta inter-
pretación, que podría calificarse de “tradicional y por ello repetida”, conclu-
yendo que se trata de un ataque frontal con rebasamiento de ala. Estima que
no hay un centro de gravedad predeterminado, de allí la explotación oportuna
de las debilidades surgidas del combate, y señala que no hubo plan previo,
indicando por contraste que en San Martín la batalla “cerebral” es Chacabuco,
mientras que Maipú es una batalla “emocional”.7

6 Jomini, Antoine Henri, Compendio del Arte de la Guerra, Madrid, Impr. de D.M. de
Burgos, Librería de D.A. Pérez, 1840.
7 Ornstein, Leopoldo, De Chacabuco a Maipo, Biblioteca del Oficial, Vol. 176, Buenos
Aires, Círculo Militar, 1933.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

El actual presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, general Diego


Alejandro Soria, coincide con Ornstein, al señalar que no había centro de
gravedad, y que el empleo acertado de la reserva permitió salvar la crisis de la
batalla, y luego alcanzar la victoria. Igualmente, es conteste al concluir que se
trató de un ataque frontal.8
Por su parte, el general de división Francisco Javier Díaz, ex Inspector Ge-
neral del Ejército de Chile, considera que se trató de un ataque por el flanco
derecho enemigo, que en un principio fue rechazado, pero el empleo de la
reserva y, especialmente, de la artillería, resolvió el problema agotando el es-
fuerzo español.9
Con las libertades que las ciencias militares permiten, las tres últimas opi-
niones son suficientes.
Orden Oblicuo, por ejemplo, en Patricia Pasquali, quien, citando específi-
camente a Vicente Fidel López, se inclina por calificar a Maipú como del “tipo
de las batallas de Orden Oblicuo”.10
En este punto, es necesario consultar al protagonista de estos hechos: José de
San Martín. Una entrevista directa puede ayudarnos a aclarar la situación, al fin y
al cabo, él condujo la batalla y él redactó el parte que tantas dudas nos ha creado.

Las Ciencias y Artes Militares en San Martín


La guerra en los tiempos del Libertador había adoptado nuevas formas,
producto de los cambios sucedidos a partir del fin de la guerra de los Treinta
Años en 1648 y, particularmente, por las prácticas empleadas en la Guerra de
los Siete Años. Esta última había reintroducido la maniobra en el arte de ha-
cer la guerra. Las ideas de Federico el Grande renovaron las prácticas bélicas
e incitaron a la producción de cambios en todo el ambiente militar europeo.
Uno de los elementos que cobró fuerza a partir de este conflicto y, es-
pecialmente, en la guerra de la revolución norteamericana, fue la infantería
ligera. Aunque nunca había desaparecido del campo de batalla, desde la in-

8 Soria, Diego Alejandro, Las Campañas Militares del General San Martín, Buenos Ai-
res, Instituto Nacional Sanmartiniano, 2004,págs.75-82.
9 Díaz, Francisco Javier, La Batalla de Maipo(5 de abril de 1818), Santiago de Chile,
Talleres del EMG, 1918, y O’Higgins, Biblioteca del Oficial, Vol. 334, Buenos Aires,
Círculo Militar, 1946.
10 Pasquali, Patricia, San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria, Buenos
Aires, Planeta, 1999.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

troducción de las armas de fuego no había hallado una adecuada doctrina de


empleo. Los grassins de Mauricio de Sajonia en Fontenoy, las tropas croatas
y húngaras, los intentos de Federico de formar cuerpos ligeros y los ejercicios
de Moore en las colonias norteamericanas, empezaron a darles forma a uni-
dades de infantería ligera que, formando en orden abierto o en escaramuza,
marchaban por delante de la línea de batalla, con la intención de desgastar
por el fuego al enemigo, antes de su choque con la fuerza principal. Es decir,
que la infantería ligera recuperaba sus funciones tradicionales ya reconocidas
en los ejércitos más antiguos.
El desarrollo de una tropa de este tipo hallaba un obstáculo en el sistema
militar de la época. Con ejércitos nutridos de mercenarios y paisanos, unifor-
mados a la fuerza, la única manera de mantener el control era el ejercicio de
una estricta y rigurosa disciplina donde los castigos corporales e incluso la
ejecución eran moneda corriente. En tal situación, una táctica de formaciones
abiertas facilitaba la deserción de estos soldados forzados. Es ésta la causa
principal por la cual Federico nunca pudo disponer de una efectiva infantería
ligera, más suerte lograron en este campo los austriacos y los franceses.
Éstos últimos desarrollaron, a partir de las ideas del Caballero Folard, el
empleo de las columnas. Con el orden oblicuo y con su rápido cambio de for-
mación, Federico había logrado maniobras más ágiles y capaces de concentrar
sus fuerzas contra los puntos débiles del enemigo. Los franceses lograron con
sus columnas una mayor velocidad para movilizarse y desplegarse, ventaja a
la que se sumaba el empleo regular de infantería ligera en escaramuza.
En el ejército prusiano, las subunidades lograban un rápido cambio de
columna (de marcha) a línea (de batalla) mediante el desfile sucesivo de las
tropas y giros en ángulo recto. Los franceses desarrollaron para este cambio
la marcha en oblicuo, las subunidades se separaban de la columna marchando
directamente hacia sus posiciones finales.
Esta nueva forma de despliegue presenta la desventaja de provocar bre-
chas entre los batallones, lo cual, hasta la guerra de los siete años, era consi-
derado un riesgo mayor. Recordemos el despliegue de batallones en el flanco
en el ejército de Federico; pero ahora, un mejor manejo y comprensión de las
armas de fuego, además de la generalización del mosquete a pedernal, per-
mitía cubrir con disparos esas brechas y contener cualquier infiltración del
enemigo. Este empleo del fuego, y las nuevas disposiciones en la formación,
facilitaban en mucho la movilidad de los ejércitos en batalla, pues la alinea-

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La Táctica en las Batallas de la Historia

ción perfecta dejaba de ser esencial, y se hacían mucho menores las diferen-
cias entre las formaciones de marcha y las de combate.
Otra mejora en la táctica se completó con la generalización del empleo
de la bayoneta a partir de 1700. Esta arma permitió la homogeneización del
soldado de infantería; desaparecerán los piqueros y alabarderos, para dejar
solamente en el campo de batalla a fusileros todos de igual categoría. Este
hecho hacía que las unidades de infantería fuesen iguales entre sí, y por ello
perfectamente reemplazables, lo que facilitaba grandemente el ordenamiento
del despliegue en batalla.
El empleo francés de la columna comprendía tanto el avance en este tipo
de formación como su uso en el ataque. Aunque aún conservaban la idea de
la batalla lineal, la introducción de la fuerza de choque de la columna le dio
mayor velocidad de combate a los ejércitos galos. Esta nueva habilidad va a
marcar un cambio fundamental: columnas rápidas de infantería podían fá-
cilmente alcanzar el flanco o la retaguardia de ejércitos formados en línea,
maniobra ésta reservada hasta ese momento a la caballería.
Paralelamente a estas mejoras, en el campo de la artillería se producían
también importantes desarrollos. “Cuando las investigaciones revelaron que
cargas de pólvora más pequeñas con tubos más cortos y balas más ajustadas
[al calibre], podían producir el mismo alcance, las fundiciones de cañones
podían hacer tubos más delgados y cortos, reduciendo a la mitad el peso de
algunas piezas”11.
Cañones más livianos y el desarrollo de nuevos arreos permitieron el per-
feccionamiento de cureñas y avantrenes más ágiles que le dieron mayor mo-
vilidad a la artillería. Además se mejoraron los mecanismos de elevación y
puntería, y se incrementó la cadencia de fuego. En lo que hace a municiones,
empezó a emplearse la metralla, lo cual incrementaba el efecto del fuego a
corta distancia. Estas mejoras, unidas a la idea táctica de la concentración
del fuego de artillería, le dieron a esta arma un carácter ofensivo que hasta
entonces no tenía, sin disminuir sus virtudes defensivas.
Nos encontramos ahora con que la caballería especializada en ligera y
pesada, conserva su característica maniobrabilidad ofensiva, mientras que
la artillería y la infantería incorporan ahora también habilidades semejantes

11 Jones, A., The Art Of War in the Western World, Chicago, Illinois University Press, 1987,
pág. 311

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

para el ataque. La cuestión siguiente es cómo organizarlas para que actúen de


forma coordinada.
Durante las guerras francesas en los Alpes, Pierre Bourcet había advertido
que el terreno obligaba a dividir el ejército en distintas columnas de marcha,
dando la imagen de pequeños ejércitos. Esto impulsó la idea de crear una
organización que, siendo parte integral del ejército en campaña, pudiese des-
plazarse separada de él y concentrarse luego en el campo de batalla. Se dio así
origen a la División, que, en principio, se trataba de cuerpos integrados por
unos 16 batallones y alguna artillería. En 1760, el Mariscal Broglie organizó
el ejército a su mando en cuatro divisiones de infantería y dos de caballería.
Las divisiones que se crearon con la intención de tener un carácter per-
manente, facilitaban las relaciones entre los generales, los oficiales y la tropa,
precisamente por la continuidad de trabajo en conjunto. Este sistema per-
mitía, además, el empleo de más caminos, con lo que, no sólo se facilitaba la
movilidad, sino que también, al decir de Bourcet, se lograba desconcertar al
enemigo respecto de la línea principal de ataque. Asimismo, señalaba que la
multiplicidad de avenidas de aproximación proveía al comandante de mayo-
res alternativas para desarrollar su ataque y desplegar a su ejército en el punto
más ventajoso.
El sistema de divisiones completaba, además, un mecanismo de control
que aseguraba el eficaz empleo de las nuevas formaciones de infantería. Los
batallones, no tan sujetos a la rigidez de la formación lineal, se encuadraban
en regimientos, que, a su vez, integraban brigadas que componían las divi-
siones. Se establecía así una cadena de comando que facilitaba las tareas de
coordinación y control.
Tenemos ahora un ejército integrado por armas de capacidad ofensiva y
defensiva en toda circunstancia, con una doctrina táctica de empleo que in-
tegra y aprovecha la mejor tecnología de armas de la época y que, además,
cuenta con una estructura táctica que favorece su empleo y que le permite
marchar casi en la misma formación en la que combate.
Para completar el cuadro, el conde Jacques Antoine Hippolyte de Guibert,
en 1772, publica el Essai Général De Tactique. Esta obra, considerada como
muy adelantada a su época, y que pretendía presentar un sistema definitivo
de táctica, logró establecer una clara guía de acción en ese campo. Se trata de
un “soberbio trabajo doctrinal que influenció grandemente el desarrollo de la
guerra futura… Proponía ideas revolucionarias: movilidad, rapidez y audacia

41 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

en la conducción de las operaciones; la solución de los problemas logísticos a


través de una masiva dependencia del terreno; movimiento a través de forma-
ciones independientes similares al sistema proto-divisional introducido por el
Mariscal Broglie; y maniobras flexibles en columnas abiertas antes de desplegar
en la línea de fuego, en lugar de la altamente compleja y rígida maniobra de
formación lineal que había sido empleada y perfeccionada por los prusianos”.12
Guibert va a desarrollar su trabajo analizando y proponiendo soluciones
en los niveles que define como de táctica elemental y gran táctica, cubriendo
así tanto el empleo de las armas como la gestión de los ejércitos en combate.
Sus ideas se integrarán en la ordenanza de 1791, que constituirá el reglamento
militar básico de Francia y de casi toda Europa hasta mediados del siglo XIX.
Un elemento más va a advertir Guibert para el perfeccionamiento de la
táctica y el ejército por él imaginado, y es la idea de que el soldado debe ser
moldeado sobre la imagen ideal de la República Romana. Éste es el individuo
que invoca Guibert en el prefacio del “Essai Général de Tactique” como inte-
grante de su modelo de ejército: el Ciudadano.13
Desde la desaparición del Imperio Romano hemos asistido a ejércitos más
o menos eficientes pero formados por mercenarios, voluntarios, levas forza-
das, o reemplazantes venales, provenientes de distintos estamentos sociales
que llevaban sus privilegios de clase al ejército. Esta desigualdad de trato, que
afectaba tanto a la tropa como al cuerpo de oficiales, perjudicaba el funciona-
miento homogéneo del ejército y distraía energías que, en lugar de dirigirse a
la destrucción del enemigo, debían reservarse para el rígido control discipli-
nario de la propia tropa.
El ejército necesitaba nutrirse de ciudadanos para que se integrase al con-
cepto de patria y abandonase su carácter de propiedad real. Para ello, hubo
que esperar a la revolución Francesa.

La Educación Militar del Libertador


La formación militar de José de San Martín se realizó en el ejército español de
fines del siglo XVIII, por cierto uno de los más deficientes del continente europeo.

12 Gat, Azar, The Origins of Military Thought from the Englishmen to Clausewitz, Oxford,
Clarendon Press, 1989, pág. 52.
13 Guibert, Jaques de, Essai General de Tactique, París, Ed Nation Armee, 1977, p. 51.
En la obra de Liddell Hart, El Espectro de Napoleón, Buenos Aires, Eudeba, 1969,
se encuentra una trascripción de buena parte de ese prefacio en la páginas 94 y 95.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

El ejército español no poseía defectos distintos a los de otros ejércitos eu-


ropeos sometidos a monarquías absolutas en etapa de decadencia. Las limi-
taciones en cuanto a la organización, reclutamiento de tropas y formación de
oficiales eran comunes y de inferior calidad en toda Europa. En general, los
ejércitos del continente se habían adaptado a las ideas militares de Mauricio
de Sajonia y Federico el Grande, pero sin contar con la lucidez y esplendor
intelectual y práctico de esos grandes capitanes.
En España, las fuerzas militares se regían por las conocidas “Ordenanzas
de Su Majestad para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus
Ejércitos”, dictada bajo el reinado de Carlos III en 1768. Si bien puede verse en
ellas alguna tenue influencia de las ideas de Federico de Prusia, lo más notorio
es que se trata de un reordenamiento de las instituciones militares españolas
-donde se conservaba, por ejemplo la organización de reservas de Felipe V de
1734, modificada levemente en 176614- de acuerdo con las prácticas, pero no
con las teorías de la época, especialmente con los sucesos de la Guerra de los
Siete años, finalizada en 1763.
Teniendo en cuenta que las “Instrucciones a sus Generales” del Viejo Fritz
fueron capturadas por los austriacos en 1760 y publicadas en 1761 en alemán
y francés, y en 1762 en inglés, podría suponerse alguna proyección teórica so-
bre las ordenanzas; en igual sentido, se puede considerar la obra de Mauricio
de Sajonia Mes Rêveries, publicada en 1757. Sin embargo y aun teniendo en
cuenta la influencia de estos grandes capitanes sobre los ejércitos de la época,
no debemos dejar de reconocer que sus ideas en España fueron de aplicación
cuasi dogmática -de allí más repetidas que entendidas- perdiendo así su efec-
tividad y utilidad práctica.
Estructuralmente, en la época en que San Martín ingresa al ejército como
cadete del II Batallón del Regimiento de Murcia, el 21 de julio de 1789, el
reclutamiento de oficiales estaba sometido a un doble sistema. Por una parte,
un tercio de las plazas se reservaba a los sargentos surgidos de las filas (con
la limitación de que sólo podían ascender hasta el grado de capitán) y el resto
se reservaba a los hijos de oficiales nobles que se incorporaban precisamente
como cadetes. La formación se realizaba dentro de los regimientos a cargo de
“un capitán ‘maestro de cadetes’, que se encargaba de enseñarles las Reales or-

14 Priego López, J., Guerra de la Independencia, Madrid, Editorial San Martín, 1989,
pág. 50.

43 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

denanzas y algunas nociones de táctica y matemáticas. Con el objeto de com-


pletar esta instrucción sumaria, en el curso del siglo XVIII se establecieron
varias academias de vida más o menos ef ímera en Barcelona, Badajoz, Pam-
plona, Orán, Ceuta, Ávila, Puerto de Santa María, Zamora, Ocaña y Cádiz;
en la mayoría de las cuales, el curso se reducía ‘a conferencias que tenían en
su propia casa, y generalmente gratis, algunos celosos oficiales facultativos”.15
Siguiendo esa línea educativa “cada coronel instruía a sus tropas según
su propio estilo, y el resultado era un espantoso estándar de liderazgo que
hundía al Ejército Español”16. Esto resulta más grave si comprendemos a los
oficiales europeos de fines del siglo XVIII, y sin excepción: “el oficial español
era más un cortesano que un militar. Raro es hallar oficiales generales capaces
de comandar las tropas a un grado de ‘supra táctica’ [el autor se debe referir
a Táctica Superior o Gran Táctica], es decir, a nivel de brigada o división y a
fortiori, de cuerpo de ejército o de ejército. [...] Los oficiales eran notoriamen-
te inexperimentados, obteniendo sus rangos no de su experiencia o capacida-
des, sino de su posición social y su influencia en la corte (El general Francisco
Castaños, vencedor de Bailén, pertenecía a una familia prestigiosa y muy bien
relacionada en la corte de Carlos III, lo que le valió ser designado capitán a la
edad de 10 años. En su favor, debemos recordar que se preparó luego militar-
mente en Alemania)”17.
En este escenario, poco o básico es lo que pudo recibir San Martín en su for-
mación institucional, y seguramente haya sido más rico lo que, por consejo de
algún oficial o por su propia voluntad, haya emprendido de manera autodidacta.
Seguramente estudió la obra del Marqués de Santa Cruz escrita en 1730,
pues, para su época, era una de las obras más importantes y disponibles; aun-
que algo anticuada, tenía aún validez conceptual. Frente a la disyuntiva entre
el empleo del fuego o el choque, Santa Cruz creó un modelo original combi-
nando ambas capacidades. Mantenía una formación de batalla en dos líneas,
para conservar poder de fuego, a las que flanqueaba con profundas columnas
de caballería e infantería. Estas ideas, que poco interés despertaron, son vistas

15 Priego López, J., Guerra de la Independencia, Madrid, Editorial San Martín, 1989, pág. 51.
16 Haythornthwaite, P., The Napoleonic source book”, London, Arms and Armour, 1996,
pág. 291.
17 Jul, Pierre, “Baylen, 1808”, en Les Grandes Batailles de l’histoire, Nro 28, París, Socomer
Editions, 1994, págs. 39-41.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

a veces como un antecedente de l’ordre mixte francés. Santa cruz insistía tam-
bién en el mantenimiento de una fuerte reserva para decidir la batalla. Esto
último es de aplicación a la operación de Maipú.
El coronel Raúl Aguirre Molina, en su obra San Martín, Amigo de los li-
bros, nos ha dejado algunas listas de volúmenes que poseía el Libertador; de
ellas hemos extractado el siguiente detalle:
1) Histoire de Jeanne d’ Arc
2) Relation de la dernière campagne de Bonaparte
3) Memoria de la guerra de los franceses en España
4) Revolución Francesa
5) Obras de Federico II
6) Droit de la Guerree
7) Mes Rêveries
8) Tableaux historiques de la Révolution francaise
9) Description historique de l’île de Sainte-Héléne
10) Ilíada de Homero
11) Memorias históricas sobre las últimas guerras con la Gran Bretaña
12) Comentarios de la guerra de España
13) De los comentarios de la guerra de España, año de 1710
14) La Fortificación perpendicular - 5 tomos
15) Encyclopédie: Arts militaires - 9 tomos
16) Instrucción para la caballería - 2 tomos
17) Arte de la guerra - 1 tomo
18) Gramática militar de táctica de Caballería. 1 tomo
19) Manual de caballería. 2 tomos
20) Reglamento para el Ejercicio y Maniobras de la caballería cívica de
las Provincias Unidas de Sud América. 1 tomo
21) Nuevo Tratado de la escuela de a caballo - 1 tomo
22) Instrucción dirigida a los oficiales de infantería - 1 tomo
23) L’Ingénieur de rampagne - 1 tomo
24) Reflexiones militares y políticas - 12 tomos
25) Droit de la guerre - 2 tomos
26) Del ataque y defensa de las plazas. 1 tomo
27) Ensayo general de Fortificación y del ataque y defensa de las
plazas - 1 tomo
28) El arte de atacar y. defender las plazas - 1 tomo

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La Táctica en las Batallas de la Historia

29) De la défense et de l’attaque de petits ports. 1 tomo


30) Memorias sobre el arte de la guerra del Conde de Saxe. 1 tomo
31) Gramática militar - 1 tomo
32) Considérations sur l’art de la guerre -1 tomo
33) Relation de la campagne de Russie - 1 tomo
34) Maniobras de caballería. 1 tomo
35) Manoeuvres de troupes à cheval - 2 tomos
36) Examen de artilheiros - 1 tomo
37) Táctica Naval- 1 tomo
38) Ordenanzas para los Arsenales de Marina - 1 tomo
39) Principios para la Caballería - 1 tomo
40) Manual del artillero - 1 tomo
41) Obras de Belidor: L’Artillerie et le Génie. l tomo
42) Dictionnairée militaire. 1 tomo
43) L’artillerie raisonnée -1 tomo
44) Táctica de caballería - 1 tomo
45) De I’histoire de la milice française - 2 tomos
46) Elementos de táctica -,1 tomo
47) O manobreiro - 1 tomo
48) Táctica de la Infantería de línea y ligera. 1 tomo
49) Sur l’attaque et défense des places. Atlas. 1 tomo18

Aunque no se trata de un listado exhaustivo, se destaca un profuso y am-


plio interés por las artes y ciencias militares. Son de destacar las Obras de
Federico II, donde, seguramente, estarán las “Instrucciones...” y Mes Rêveries
de Mauricio de Sajonia. La comprensión de estos autores resulta elemental
para el desarrollo de conocimientos militares modernos y eficaces, adecuados
al estilo de guerra que San Martín hubo de enfrentar.
Más interesante aún resulta una obra que no está incluida en la lista, pero que
posee una mayor y más determinante influencia en el tema que estamos tratan-
do, la obra cuya fuerza intelectual y potencia científica la pone entre las mejores
obras de la literatura militar; la obra que fue base de los reglamentos franceses de
los ejércitos de la Revolución y del Imperio: el Essai General de Tactique, del ge-
neral Jacques Antoine Hippolyte, Conde de Guibert, mencionada anteriormente.

18 Aguirre Molina, Raúl, San Martín, Amigo de los libros, Buenos Aires, 1948.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

Sabemos que San Martín era un apasionado lector de esta obra por un
hecho particular: contagió su vehemente interés a su amigo el general Manuel
Belgrano, como lo demuestra la correspondencia entre ambos, donde citan
al maestro francés dando muestras de su profundo conocimiento. Belgrano
en una de sus misivas a su amigo dice: “Creo a Guibert el maestro único de la
táctica..., Lagunillas 25 de setiembre de 1813”19.

El significado del Orden Oblicuo en Guibert


Jaques de Guibert20, nació en 1743, hijo de un gobernador de Les Invalides.
Prestó servicios para Francia durante la Guerra de los Siete Años, alcanzando
posteriormente el grado de Maréchal-de-Camp -equivalente en su época a
General de División-, en 1786, año en que, además, fue designado miembro
de la Académie Française.
Su pensamiento en el campo militar abarcaron tanto la Táctica como la
Estrategia. En esta última, insistiendo en que las guerras debían ser duras y
rápidas; y en la anterior, destacándose por la creación de Mes Rêveries. Sus
ideas militares fueron expuestas en el Essai Général de Tactique de 1772 -por
el cual ganó un premio- y en Défense du système de guerre moderne de 1777,
ambos tomos incorporados como libros de texto del ejército francés y, luego,
como base principal de los reglamentos galos.
Fue el pensador militar de mayor influencia en su época y, sobre todo, re-
percutió fuertemente en el genio militar de Napoleón Bonaparte.
En lo que nos interesa Guibert trató especialmente el Orden Oblicuo,
al que le dedicó el capítulo IX de la Segunda Parte (“Grande Tactique”), de
su obra. Para el autor francés, el Orden Oblicuo asume una conceptuali-
zación diferente a la vista hasta el momento. Aunque mantiene elementos
originales, extiende su interpretación dándole un nuevo sentido al signi-
ficado de la maniobra.
Dice Guibert:
“...El Orden Oblicuo es el orden de batalla más usado, el más sabio, el más
susceptible de combinaciones, el orden que sirve a todos los ejércitos infe-
riores comandados por buenos generales. Este orden era famoso entre los

19 Belgrano, Manuel, Epistolario Belgraniano, Buenos Aires, Taurus, 2001, pág. 234.
20 La noticia biográfica fue tomada de Chandler, D., Dictionary of the Napoleonic’s Wars,
New York, Simon & Schuster, 1993, págs.188-189.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

Antiguos, pero ninguno de sus tácticos ni de los nuestros ha conocido su me-


canismo interior. El Rey de Prusia es el primer moderno que lo ha ejecutado
por principios, y quien lo ha adaptado a la táctica actual...”.21
En contrario a lo que se podría suponer, para Guibert, el Orden Oblicuo es
de uso corriente en la guerra, lo que hace sospechar -correctamente- que él sí
ha interpretado “su mecanismo interior”.
“...Para que un orden de batalla sea Oblicuo, no es necesario que el fren-
te de ese orden diseñe exactamente una línea oblicua con relación al frente
enemigo, pues raramente los terrenos y las circunstancias permiten que una
paralela regularidad se logre. Yo llamo Oblicuo a toda disposición que lleva
sobre el enemigo una parte y la elite de sus fuerzas y mantiene el resto fuera
del alcance de él. Toda disposición, en una palabra, que ataca con ventaja en
uno o varios puntos el orden de batalla enemigo, mientras que puede cambiar
hacia otros puntos y cuando enfrenta diferencias de medida con el poder con
que es atacado...”22
En esta nueva interpretación del Orden Oblicuo aparece la lectura de la
operación que hace Guibert y con la que interpreta las batallas. Reconoce,
también, dos categorías o especies de Orden Oblicuo, a las que llama Orden
Oblicuo Propiamente Dicho, asociado con el utilizado por Federico y con el
empleo de formaciones en escalón -esto probablemente es el punto que en
la actualidad aún permite ver esta formación en su sentido más clásico-; y su
versión de Orden Oblicuo que se verá plenamente aplicada en las operaciones
de Napoleón y la elaboración del concepto de punto de la decisión, formado a
partir de sus ideas y acciones.
Al tratar las dos especies, Guibert insiste en la influencia del terreno.
Vuelve a señalar que es la conformación del campo de batalla uno de los
determinantes del dispositivo y, en ese sentido, destaca que la segunda es-
pecie -la suya- es la que más se adapta a esta limitación. En igual sentido, se
pronuncia con relación a toda otra circunstancia que influya en el desarrollo
de la batalla.
Con esta información, podemos emprender ahora nuestra interpretación
de lo sucedido el 5 de abril de 1818 en los campos de Maipú.

21 Guibert, Jaques de, Essai General de Tactique, París, Ed Nation Armee, 1977, pág.188.
22 Guibert, Jaques de, Essai General de Tactique, París, Ed Nation Armee, 1977, pág.188.

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

Interpretación de las decisiones y acciones de San Martín


San Martín aguardaba el avance español por el camino más directo a San-
tiago. Atravesado sobre él, dispuso su ejército en dos líneas paralelas; en la
primera, las divisiones Las Heras y Alvarado, y en la segunda, la de la Quinta-
na. En los flancos, colocó su caballería. De esta manera, el ejército constituía
un rectángulo. Esta formación de batalla era corriente, pero no la más mo-
derna de la época; respondía, antes bien, a un eficaz modelo anterior, como a
continuación veremos (ilus. 3).

Ilustración 3.

Al avistar al ejército español avanzando para tomar posiciones a su de-


recha y reconocer la formación defensiva del mismo, San Martín mueve su
ejército para presentarle batalla. Para ello, cada batallón gira sobre su posi-
ción, dando frente a la derecha en formación de columna (esto recuerda la
maniobra espartana), y así se desplaza sin perder formación. Al llegar frente
al enemigo, vuelve a efectuar el giro, esta vez a la izquierda, y queda formado
rápidamente. Esta maniobra de marcha es típicamente federiciana, y es de
hecho una de las grandes innovaciones impulsadas por el Rey de Prusia.
Como antes dijimos, no se evidencia aquí Orden Oblicuo alguno, en el con-
cepto original, pero podría tratarse del modelo de Guibert. En principio, la li-
mitación del terreno ha obligado presentar una línea de “un ataque oblicuo”.
En el transcurso de la batalla, San Martín lanzará un ataque frontal con las
Divisiones Las Heras y Alvarado y, cuando esta última sea rechazada y vea que
la primera ha progresado en su ataque, comprometerá su reserva (División de
La Quintana) sobre la derecha española. En resumen, un ataque en varios pun-
tos buscando mantener la superioridad, desplazando tropas para ello según se
desarrolla el combate. En mi opinión, es Guibert en su estado más puro.

49 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

En este sentido, creo que San Martín empleó el término Orden Oblicuo al
referirse a la batalla, y no en su aspecto más clásico. Curiosamente, si acep-
tamos esta interpretación, todos los autores citados coincidirían, aun cuando
empleasen términos diferentes; pero para que ello fuera así, esos mismos es-
critores debieran, siguiendo a Guibert, conocer el “mecanismo interior” de la
operación, lo cual resulta más dif ícil de conocer (ilus. 4).

Ilustración 4.

La Historia Militar
Al comenzar este trabajo, mencioné brevemente particularidades de la
Historia Militar. Ahora, y a efectos de arribar a una efectiva conclusión, de-
searía profundizar en el tema.
Una aproximación sencilla a la Historia Militar nos lleva a interpretarla
como el relato de la sucesión de los conflictos bélicos, campañas y batallas.
Pero esta inferencia resulta estrecha e incompleta para comprender el com-
plejo fenómeno de la guerra.
Es posible manejarse con una definición estrecha cuando hablamos de
guerras anteriores al siglo XVIII, cuando los conflictos se reducían a disputas
dinásticas, y el combate estaba limitado por normas y reglas rígidas que defi-

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

nieron al período como el de la “Guerra Limitada”. Esta etapa se agotó con la


aparición del concepto de “Nación en Armas” introducido por la Revolución
Francesa y con la creciente complejidad tecnológica producida por la Revolu-
ción Industrial y su incidencia en la sociedad.
Desde ese momento, las guerras envolvieron no sólo a un sector del Estado,
representado por el monarca y el ejército profesional, sino que afectaron a toda
la nación, incluyendo a la población y los recursos del país. En este contexto,
la guerra muda de ser un conflicto más ligado al honor nacional y la expansión
territorial, para transformarse en una cuestión de supervivencia nacional. Du-
rante los últimos doscientos años, la guerra ha tenido un crecimiento continuo
incorporando a más personas, más energías y más recursos de la sociedad, por
lo que la definición enunciada debe ser revisada y actualizada.
La Historia Militar se ubica en la conjunción de fenómenos que delinean
los conflictos bélicos, donde confluyen los asuntos militares, la diplomacia,
la política, las cuestiones sociales, las económicas y las intelectuales de una
sociedad. En este sentido, la Historia Militar no es sólo una especialidad de la
Historia, sino que es una conjunción asociada a la interpretación del pasado,
el análisis de la actualidad y la prospectiva del futuro de las naciones.
Esta asociación, que ha prestigiado y potenciado la relevante función de la
Historia Militar, se debe nuevamente a los cambios en la guerra. Tradicional-
mente la guerra es mirada como un acto de violencia al que recurren los esta-
dos cuando la diplomacia falla. Esta idea está unida a la existencia de ciertas
reglas formales, como la declaración al comienzo, la rendición y los tratados
al final. Sin embargo, estas formalidades han perdido vigencia en los últimos
cincuenta años; no hubo declaración de apertura de hostilidades en Corea
o en Vietnam, ni tampoco tratados después de la finalización de la Segunda
Guerra Mundial o de la de Corea.
Estos cambios han hecho desaparecer prácticamente el límite entre la paz
y la guerra, y con ello la distinción rígida entre el campo de estudio entre
la Historia (de la Paz) y la Historia Militar (de la Guerra). Los fenómenos
de múltiple violencia que han cambiado la naturaleza de la lucha armada, la
conducción de hostilidades, el rol de los militares y la vida social abonan esta
ampliación del campo de estudio de la historia militar, que alcanza hoy en día
más períodos pacíficos que los que trataba hace cien años.
En la actualidad, el tradicional estudio de las causas, conducción y conse-
cuencias de una guerra resultan incompletos y hasta podrían arribar a con-

51 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

clusiones erróneas, si se prescinde de datos y hechos más generales de las


sociedades involucradas en el conflicto.
Otra cuestión que apoya una visión amplia la constituye un hecho que fue
señalado por primera vez en el siglo XVI por Maquiavelo. Los ejércitos son
la representación de la sociedad a la que pertenecen, y son una de sus mani-
festaciones culturales. En el concepto de Maquiavelo, la política y la guerra
estaban esencialmente vinculadas; para él, la sociedad civil encontraba en el
poder militar un elemento fundacional, al que consideraba, además, un factor
unificador que contribuía a la estabilidad y continuidad de la sociedad; así,
consideraba que las instituciones militares reflejaban las de la sociedad civil a
la que pertenecían.
Esta expansión de la Historia Militar le asigna un lugar distinguido como
herramienta de comprensión del mundo moderno, sin desplazar a la Historia
tradicional, pero reclamando una especificidad y especialización.

¿Qué distingue a la Historia Militar?


Así como la Historia se divide en ciertas especialidades, la Historia Militar
también puede ser identificada en partes, cuya autonomía, sin embargo, es limi-
tada pues cada una necesita de la otra para lograr una presentación coherente.
En primer lugar, podemos repetir lo dicho al comienzo con relación a la
sucesión de guerras, campañas y batallas, como una manera básica de des-
cribir la Historia Militar, pero además podemos mencionar: la historia de los
Generales y la Conducción de Ejércitos, la de las Armas y Sistemas de Armas,
la de las instituciones Militares, la del Pensamiento Militar, la del la Estrate-
gia, la Táctica, la Logística y la Doctrina. Cada una de ellas integra conceptos
de ciencias “civiles” como administración, sociología, tecnología, etc. Pero lo
importante es que la división sólo es a los efectos de facilitar la investigación.
En su presentación, la Historia Militar debe reconstituirse para ofrecer con-
clusiones atendibles.
Sin desmerecer lo dicho, lo que realmente distingue a la historia militar y
la hace tan especial es su relación simbiótica con la ciencia o el arte militar.
Estas dos disciplinas interaccionan constantemente, produciendo los efectos
de crecimiento y desarrollo mutuos. La Ciencia y el Arte Militares avanzan
sobre el aprendizaje de la experiencia que aporta la Historia Militar, y ésta
evoluciona conociendo los aportes teórico-prácticos de aquella.

| 52
San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

Para desarrollar nuevas ideas, establecer normas, o generar teorías milita-


res, es imprescindible recurrir al registro y los anales de la experiencia militar,
es decir, a la Historia Militar. Para poder llevar ese registro, es necesario co-
nocer la ciencia militar de cada época.
La Historia Militar resulta irremplazable para el desarrollo de la ciencia
militar, pues esta ciencia no puede poner a prueba sus teorías en un labora-
torio experimental, donde no puede reproducirse la condición esencial de la
guerra: los efectos que produce el miedo en un ambiente letal. En este sentido,
la ciencia militar debe actuar como la astronomía: observar y sacar conclu-
siones. En este caso, el firmamento está representado por la Historia Militar.
Este razonamiento es válido en tanto que la guerra es un hecho realmente
del hombre y en éste su naturaleza ha permanecido igual; los adelantos tecno-
lógicos sólo cambian los medios, y la inteligencia humana, al adaptarse a ellos,
cambia los procedimientos, pero en ningún sentido altera los contenidos hu-
manos del fenómeno bélico.
Esta simbiosis hace que el Historiador Militar deba conocer y transmitir
los avances de la ciencia militar, e incluso incurrir en su teorización, sin des-
merecimiento de la labor de los especialistas de ese campo.
Los investigadores del arte militar tienen por objetivo hallar y fijar leyes y
teorías que expliquen la acción de los ejércitos y los resultados de las guerras;
buscan similitudes y diferencias en las acciones militares. En su búsqueda,
han apreciado que, pese al paso del tiempo y las diferencias culturales, las si-
militudes invitan a establecer patrones explicativos y orientativos del arte mi-
litar; asimismo, se cuestionan acerca de los triunfos logrados por los grandes
genios militares en circunstancias en las que cualquier hombre normal habría
sido derrotado. El lugar único donde el estudioso puede hallar las respuestas
a esas preguntas es la Historia Militar.
Esta relación que hermana ambas disciplinas es la nota que distingue a la
Historia Militar del resto de las ciencias, obligándola a una doble especiali-
zación: por un lado, en su propia metodología, por el otro, en los saberes del
Arte Militar. Desde esa posición del conocimiento, la Historia Militar pro-
mueve su utilidad.
En un sentido más amplio, la Historia Militar, en su necesidad de abarcar
campos del conocimiento más amplios que su objeto focal, resulta notoria-
mente útil para el estudio de las ciencias a las que recurre.

53 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Un historiador económico podría analizar el desarrollo de la aplicación de


una teoría o la evolución de la industria de un país sin necesidad de tratar o
mencionar los eventos bélicos que pudieren aparecer en su camino. Sin em-
bargo, un Historiador Militar no puede avanzar en el estudio de una batalla,
sin conocer los recursos económicos de los países involucrados, pues ellos le
informan acerca de la capacidad industrial y tecnológica para producir armas,
las posibilidades y limitaciones logísticas que determinan las campañas, etc.
Al progresar la investigación en este sentido, la Historia militar vuelca valio-
sos datos a la historia económica vinculada.
En este sentido, es un error interpretar a la Historia Militar como una sin-
gularidad científica cerrada y de utilidad solo para las fuerzas armadas.
Veamos lo que ocurre al aplicar estas ideas a nuestra investigación.

Importancia de la clara identificación de la maniobra


Al reconocer la teoría militar aplicada, podemos identificar la calidad del
pensamiento y las ideas de la época. Por ejemplo, se manifiesta el reconoci-
miento en el Cono Sur de que la guerra es un asunto de resolución intelectual,
y no sólo brutal o emocional. El hecho de que podamos ver en los militares de
nuestras guerras de independencia personas dedicadas al estudio profesional,
nos indica también que se trata de sociedades donde el aprendizaje científico
es reconocido y, en éste caso el saber innovador es empleado y buscado.
En el caso de Maipú, podemos ver claramente la aplicación de conoci-
mientos científicos y la elaboración de enseñanzas útiles basadas en el análisis
de hechos reales y no propuestas hipotéticas y dogmáticas que, ocasional-
mente, resultan falaces.
El conocer el origen intelectual del obrar de San Martín habilita el estudio
de los modelos de toma de decisiones, lo que permite observar cuestiones de
organización, administración y liderazgo en el campo militar y en la sociedad
en el que éste actúa, siguiendo, por ejemplo, a Maquiavelo.
A partir de ello, las conclusiones del análisis ofrecen una importante
transferencia de información para la comprensión y desarrollo de la sociedad
de la nación.
Más específicamente en el campo militar, se denota la influencia de las
teorías militares francesas en el Cono Sur. San Martín se aplicó al estudio
y comprensión de los autores franceses que nutrieron a la doctrina de los
ejércitos de la Revolución y Napoleónicos. No repitió, copió o emuló de for-

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San Martín y el Orden Oblicuo en Maipú

ma directa acciones en las que haya actuado o participado, e igualmente no


duplicó, ni reprodujo maquinalmente, reglamentos o instrucciones militares.
La influencia militar francesa a través de San Martín resulta, entonces, más
profunda, pues viene de la reflexión sobre las ideas fundadoras de la doctrina
gala. Más aún, esa influencia confluye con la presencia de ideas y personajes
franceses en la región, lo que reafirma esa misma tendencia en las ideas polí-
ticas de la independencia.
A mi entender, una batalla o la forma en que se decide no es simplemente
la resolución de un hecho de armas. Es un microcosmos donde se resume
toda una sociedad, la cual particularmente en un hecho tan crucial, es ex-
puesta en su más pura esencia. Si se coincide con esta idea, Maipú muestra
la indudable calidad, inteligencia y nobleza de los argentinos y chilenos que
libertaron este continente.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

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ALVEAR Y
LA BATALLA DE ITUZAINGÓ
Suzzi Casal de Lizarazu
Magíster en Historia de la Guerra (IESE), especialista en Investigación de la Historia
Argentina y Americana. Actualmente se desempeña como directora titular en la ENS
N° 10 Juan Bautista Alberdi, profesora de Historia Contemporánea (Universidad de
Belgrano) y de Historia de América (UNCentro, UNCórdoba). Integra la Comisión de
Investigación de la Escuela Superior de Guerra, es miembro del Instituto de Historia
Militar Argentina y becaria de la Organización de Estados Americanos. Entre sus pu-
blicaciones se cuenta La Guerra del Chaco. Repercusiones en la Argentina, El 25 de
mayo de 1810 en Montevideo, y Las repercusiones en Europa de la Invasión Portuguesa
a la Banda Oriental.
Alvear y la Batalla de Ituzaingó
Mg. Suzzi Casal de Lizarazu

D espués de la derrotas sufridas por Artigas en 1820, la Banda Oriental fue


incorporada al Imperio Portugués y al Brasileño en 1822 como Provin-
cia Cisplatina. Algunos de los antiguos jefes artiguistas fueron apresados por
sus enemigos, como en el caso de Lavalleja; otros se incorporaron a los ejér-
citos que luchaban por la Independencia de América, y otros, como Rivera,
juraron fidelidad a ambos dominadores.
A partir de la batalla de Ayacucho en 1824, que consolidó la independen-
cia de América, grupos de patriotas orientales comenzaron a trabajar para
expulsar al invasor brasileño. A tal fin, los patriotas iniciaron una campaña
con la Cruzada de Lavalleja, quien, al frente de los 33 Orientales, invadió la
Banda Oriental el 19 de abril de 1825.
El desembarco desencadenó la adhesión de los locales que engrosaron las
filas del ejército patriota en todo el país.1 Se llevaron adelante acciones milita-
res que determinaron el fin de la dominación imperial. Las tropas orientales
vencieron a los brasileños en Rincón el 24 de septiembre de 1825 y en Sarandí,
el 12 de octubre del mismo año.

Organización del Ejército de observación


El 9 de mayo, el gobernador de Buenos Aires y encargado del Gobierno
de  las Provincias Unidas, general Las Heras, había informado oficialmente
al Congreso General Constituyente de la sublevación de la Banda Oriental,
proponiendo que se formase un Ejército de Observación con el pretexto de
cuidar Entre Ríos y Corrientes.

1 Uruguay, Republica Oriental del, Historia del Ejército, Montevideo, Departamentos de


Estudios Históricos del Ejército, pág. 66.

59 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

El 31 de mayo, el Congreso dictó la ley de Ejército Nacional, que creaba


el Ejército de Observación, designando al general Martín Rodríguez como
Jefe, e instalando los cuarteles en Arroyo del Molino, en las inmediaciones de
Concepción del Uruguay. Asimismo, se ordenaba el reclutamiento de 7.620
hombres de todo el territorio de las Provincias Unidas, a fin de concretar la
creación de un batallón de Artillería, cuatro batallones de Infantería y seis
regimientos de Caballería.
Ante las victorias orientales en Rincón y Sarandí, se aceptó la incorpora-
ción de la Provincia Oriental, que había proclamado el 25 de agosto su inde-
pendencia del Brasil. Dicha aceptación significaba ir a la guerra, que sería
declarada por el Imperio el 10 de diciembre de 1825.
El 27 de enero siguiente, el Ejército, cuyos efectivos llegaban a 1.500 hom-
bres, y que presentaba serias carencias de armamento y de instructores capa-
citados, cruzó el río Uruguay frente a Salto y fue a establecerse primero sobre
el río Daymán, y luego sobre el arroyo San José. Las dificultades se aumen-
taban por las diferencias entre los jefes del Ejército Oriental -Lavalleja- y del
Republicano -Rodríguez-.
A lo largo de 1826, las tropas estuvieron inactivas, salvo algunos encuen-
tros esporádicos. El malestar entre los jefes se trasladaba a las tropas, por
lo que eran bastante corrientes las deserciones, a la vez que aumentaba el
desánimo y la anarquía.2 El 14 de agosto de 1826, Bernardino Rivadavia, presi-
dente de las Provincias Unidas, sustituyó al general Martín Rodríguez, quien
había solicitado su reemplazo, por el general Carlos de Alvear, quien tomó
posesión del cargo el 1° de septiembre de ese año. El nuevo jefe dispuso la
concentración del Ejército en la costa del Arroyo Grande, en el límite de los
actuales departamentos de Flores y de Soriano.
Alvear, contó con la colaboración del general Soler, y de un brillante con-
junto de jefes y oficiales formados en los Ejércitos de San Martín y Belgra-
no, entre ellos Paz, Lavalle, Olazábal, Olavarría, Besares, Pacheco, Fray Luis
Beltrán, Iriarte y Mansilla, o en los ejércitos napoleónicos como Brandsen.
Se instruyó a la tropa, formada en su mayoría por hombres sin experiencia,
enseñando el uso y manejo de las armas y la conducción militar en la guerra.

2 Cfr. Beverina, Juan, La Guerra contra el Imperio del Brasil. Contribución al estudio de sus
antecedentes y de las operaciones hasta Ituzaingó, Buenos Aires, Biblioteca del Oficial,
1927; Baldrich, J. Amadeo, Historia de la Guerra del Brasil, Buenos Aires, Harlem, 1905.

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

Las tropas, en el comienzo, estuvieron bien equipadas, pero al poco tiem-


po no contaron más que con lo puesto, careciendo de carpas y otros elemen-
tos de primera necesidad; la carne fue su único alimento y muchas veces faltó
hasta la sal. Los haberes se atrasaron.3
Además, se advertía la falta de elementos adecuados para la caballería,
ya que había que cubrir largas distancias, sin transporte de forraje para el
ganado, por lo que se debía vivir de las pasturas naturales, que, debido a las
altas temperaturas, eran escasas, lo mismo que el agua. Otro problema que
debieron afrontar fueron los factores climáticos adversos: el intenso calor y
las lluvias copiosas dificultaban las largas marchas entre el teatro de opera-
ciones y el teatro de guerra. El problema del desconocimiento del terreno fue
resuelto por la acción de las tropas orientales, que, conocedoras de la topo-
graf ía, facilitaron la marcha. Por su parte, el armamento era precario y escaso,
reemplazado por el botín de guerra que se obtenían del enemigo.4

Composición del Ejército Republicano:


Comandante en Jefe: Grl Carlos de Alvear.
• Regimiento de Artillería Ligera, 2 Esc 500 hombres con 16 piezas, in-
cluidos 2 obuses de a 6 y 2 cañones de a 8. Jefe: Tcnl Tomás de Iriarte;
• 1er Regimiento de Caballería de Línea, 2 Esc 700 jinetes. Jefe: Cnl Fe-
derico Brandsen;
• 2do Regimiento de Caballería de Línea, 3 Esc 700 jinetes. Jefe: Cnl José
María Paz;
• 3er Regimiento de Caballería de Línea, 2 Esc 316 jinetes. Jefe: Tcnl Án-
gel Pacheco;
• 4to Regimiento de Caballería de Línea, 2 Esc 400 jinetes, Comandante:
Cnl Juan Lavalle;
• 8vo Regimiento de Caballería de Línea, 2 Esc 380 jinetes. Jefe: Tcnl Juan
Zufriategui;

3 Manini Rios, “Batalla de Ituzaingó, exposición presentada en el Departamento de Estu-


dios Históricos del Ejército de la República Oriental del Uruguay”, en Boletín Histórico,
Montevideo, 31 de mayo de 2007, Nº 16, junio 2007.
4 Acevedo Diaz, Épocas militares en los países del Plata, Buenos Aires, Martín García,
1911, págs. 291-307.

61 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

• 16to Regimiento de Caballería de Lanceros, en 2 Esc 600 jinetes. Jefe:


Cnl José Olavarría;
• Regimiento Colorados, 450 hombres, 2 Esc. Jefe: Cnl J. M. Vilela;
• Coraceros, 2 Esc 150 hombres. Jefe: Anacleto Medina;
• Zapadores, 40 hombres. Jefe: Tcnl Eduardo Frolé;
• 1er Batallón de Infantería Ligera 5 Ca (Cazadores) Jefe: Manuel Correa;
• 2do batallón de Infantería Ligera, 5 Ca (Cazadores) 350 hombres. Jefe:
Cnl Ventura Alegre;
• 3er Batallón de Infantería Ligera 6 Ca 320 hombres. Jefe Eugenio Garzón;
• 5to Batallón Infantería Ligera, 6 Ca (Cazadores) 500 hombres. Coman-
dante: Félix Olazábal.
• Tropas orientales: Comandante en Jefe: Grl Juan Antonio Lavalleja;
• Regimiento 9 de Caballería. Jefe: Tcnl Manuel Oribe;
• Regimiento 10 de Caballería. Jefe: Tcnl Ignacio Oribe;
• Dragones Libertadores. Jefe: Servando Gómez;
• Milicias: División Maldonado, jefe: Cnl Leandro Olivera; División Co-
lonia, jefe Cnl Arenas; Paysandú, jefe My J. M. Raña; Pando, comandan-
te: Tcnl Burgueño; Milicias de Mercedes y Tiradores de San José, jefe:
Tcnl Adrián Medina.5

A ello había que agregar el personal médico, y los encargados del parque y
la maestranza y el traslado de 120 vehículos, que llevaban elementos de hospi-
tal, heridos y municiones de artillería e infantería, además de las galeras para
el transporte de Jefes y Oficiales.
Las tropas sumaban alrededor de 8.000 hombres, número que varía según
diferentes autores, ya que algunos consideraban las tropas convocadas, otros
las movilizadas, y otros las que participaron del combate. Los soldados per-
tenecían a las tres armas, con preponderancia de la caballería, lo que hacía
evidente que el Ejército Republicano aplicaría la táctica ofensiva y la sorpresa.
El plan estratégico de Alvear tenía como objetivo inicial alcanzar la ciudad
de Bagé para evitar la unión de las tropas del marqués de Barbacena, estable-

5 Iriarte, Tomás de, Rivadavia, Monroe y la Guerra Argentino-Brasileña, Estudio preli-


minar de Enrique de Gandia, Buenos Aires, Ediciones Argentinas,1946, pags. 343-346.

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

cidas en Santa Ana do Livramento, en el centro del límite norte de la Banda


Oriental, con las del general Brown, procedentes de Río Grande, y estableci-
das en una línea paralela al Atlántico, en el Este de la provincia. Por ello, debía
impedirse la concertación de dicha unión, ya que la misma daría superioridad
numérica al Ejército Imperial, especialmente a la Infantería.6

El Ejército Imperial
La organización del Ejército brasileño adoleció en líneas generales, de las
mismas carencias que el Ejército Republicano. Después de las derrotas de Rin-
cón y Sarandí, las tropas se retiraron hacia el interior de Río Grande, donde se
estancaron. Ante la amenaza de la guerra con las Provincias Unidas, las tropas
fueron reforzadas con el envío de 3.000 hombres llegados desde Río de Janeiro.
Para encarar su reorganización, el Emperador Pedro I, en septiembre de
1826, designó comandante en jefe al teniente general Felisberto Caldeira
Brant Pontes, Marqués de Barbacena. El 1° de enero de 1827 tomó posesión
del cargo en el campamento de Santa Ana, encontrando al Ejército descalzo,
vestido con harapos sin víveres municiones ni caballada, y reducido a una
posición defensiva. Tomó medidas para resolver tal situación, solicitando ur-
gentes envíos de elementos y recursos. Resolvió trasladarse a Bagé, encomen-
dando al Brigadier Sebastián Barreto buscar un punto adecuado, cercano a
dicha posición. Pero ante la presencia de las fuerzas republicanas, decidió
iniciar los movimientos, buscar mejores campos de pastura para las caballa-
das e informaciones más precisas sobre el enemigo para formular un plan de
operaciones. Para ello, destacó a un antiguo conocedor de esos territorios, el
riograndense Bentos Manuel, para que siguiera por el flanco a los republica-
nos e informara acerca de sus movimientos.
Originariamente, Barbacena había presentado un plan ofensivo que había
sido aceptado por el emperador, y que proponía :1) expulsar al enemigo más
allá del Río Uruguay; 2)ocupar Entre Ríos y obligar a las Provincias Unidas
a pedir la paz, sin ninguna posibilidad de renovar sus hostilidades. Ese pro-
yecto no pudo aplicarse sobre su plan estratégico, porque no había tenido
tiempo para conocer en detalle la situación y el despliegue de las fuerzas; por
ello, optó por un plan ambiguo, ya que no se resolvió ni por el ataque, ni por

6 Beverina, Juan, op. cit. A las tropas de caballería se agregaban trompas y clarines para
la comunicación, en tanto la infantería lo hacía por medio de tambores y redoblantes
en; Baldrich, J. Amadeo, op. cit., págs. 201-205.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

la defensiva, sino que esperó conocer los movimientos enemigos para actuar
en consecuencia. Es decir, que le dejó la iniciativa al enemigo, con lo cual se
facilitaba la sorpresa, principio importante para las acciones militares.7

Avance republicano
En cumplimiento del plan establecido, Alvear ordenó la partida de las tropas
el 26 de diciembre de 1826 hacia Bagé. Proyectaba que la marcha se realizaría
de la manera más sigilosa posible, recostándose en la margen derecha del Río
Negro. Trataría de llevar a cabo una acción de sorpresa, interponiéndose, como
se ha dicho, entre los dos núcleos imperiales (ver ANEXO I).
Las fuerzas republicanas estaban organizadas en tres Cuerpos:
• El I Cuerpo, a órdenes de Juan A. Lavalleja, estaba integrado por orien-
tales y organizado en 3 Div Cab:
- Div Cab del Grl Julián Laguna, integrada por el RC de Milicias de
Maldonado, a órdenes del Tcnl Leonardo Olivera, y el RC de Milicias
de Paysandú, a órdenes del Tcnl José María Raña.
- Div Cab del Cnl Manuel Oribe, integrada por el RC 9, encabezado
por el propio Manuel Oribe, y el RC de Dragones Libertadores, al
mando del Cnl Ignacio Oribe.
- Div Cab del Cnl Servando Gómez, integrada por el RC de Dragones
Orientales y partidas menores de Milicias, entre las que se encontra-
ban las de Soriano, al mando del Tcnl Planes.
• El II Cuerpo estaba a órdenes directas de Alvear y contaba también
con tres Div Cab:
- Div Cab Brandsen, integrada por el RC 1 de Línea al mando del Cnl
Federico Brandsen, el RC 3 de Línea, al mando del Tcnl Ángel Pa-
checo, y el Esc Republicano de Alemanes, al mando Kart von Heine.
- La Div Cab Lavalle compuesta por el RC 4 de Línea, al mando del
Coronel Juan Galo de Lavalle, y el RC de Colorados, al mando del
Cnl José María Vilela.
- La Div Cab Zufriategui, compuesta por el RC 8 de Línea, al mando
del Cnl Juan Zufriategui, el RC16 de Línea, al mando del Cnl José de
Olavarria, y el Escuadrón de Coraceros de Línea, al mando del Tcnl
Anacleto Medina.

7 Beverina, Juan, op. cit., págs. 201-202

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

• El III Cuerpo, al mando del Grl Miguel Soler, estaba compuesto por:
- La Div Cab Paz, integrada por el RC 2 de Línea, al mando del Cnl
José María Paz, y el Esc de Tiradores (Milicias Orientales), al mando
del Tcnl Adrián Medina.
- Div I, al mando del Cnl Félix Olazábal, integrada por los Bat I Lig
(Cazadores) 1º, 2º, 3º y 5º, al mando, respectivamente, del Tcnl Ma-
nuel Correa, Cnl Ventura Alegre, Cnl Eugenio Garzón y Tcnl Anto-
nio Díaz, todos ellos orientales.
- La Artillería (500 hombres), al mando del Tcnl Tomás de Iriarte y
compuesta por 16 piezas, agrupadas en 2 Escuadrones al mando del
My Luis Argerich (Ba de los Cap Martiniano Chilavert y Benito Na-
zar) y del My Juan Antonio Vázquez (Ba de los Cap Guillermo Mu-
ñoz y José María Pirán).

En cuanto a los orientales presentes, además de los jefes nombrados, en


la Caballería regular -no miliciana- se encontraban también al mayor Manuel
Soria, 2º jefe del RC 1 y de los tres Escuadrones que mandaba el Coronel
Brandsen, dos estaban al mando de los jefes orientales Pascual Martínez y
Manuel Britos. Asimismo, también era oriental la oficialidad y tropa del Bat I
3 de Cazadores, y la de los RC 8 y 9.8
Cubrirían la marcha del Ejército Republicano las tropas orientales de La-
valleja. Este Cuerpo, después de haber atravesado el río Tacuarembó, tenía
por misión hacer una demostración ofensiva sobre Santa Ana, a fin de con-
fundir a Barbacena sobre la verdadera dirección de marcha de la masa, que
continuaría avanzando hacia el norte, después de pasar a la margen izquierda
del Río Negro.
En la marcha del Ejército Republicano, los primeros que entraron en Bagé
el 26 de enero fueron los Orientales de Lavalleja (ver ANEXO I, pág. xxx);
luego se mantuvieron al frente, cubriendo la instalación del grueso del Ejér-
cito Republicano, que había previsto una detención para continuar la marcha
al día siguiente. Se había considerado desarrollar una etapa ofensiva por el
camino a San Gabriel, considerando que en esa zona tendrían que encontrar
al núcleo enemigo conducido por Barbacena. Sin embargo, se vio obligado a
permanecer inactivo durante cinco días consecutivos, a causa de un furioso e
incesante temporal de agua y viento.

8 Manini Rios, op. cit., pág. 39.


65 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Desplazamiento del Ejército Imperial


Barbacena, ya apercibido de la dirección del grueso del Ejército Republicano,
dejó Santa Ana con sus tropas de cerca de 8.000 hombres, replegándose hacia
Río Grande. Aprovechando la providencial detención forzosa del enemigo, el
Comandante brasileño resolvió ganar tiempo y espacio, interponiendo pruden-
cial distancia entre ambos, para reunir la totalidad de sus fuerzas, en la región
de Bagé, o en Santa Tecla, o más atrás, en las Sierras de Camacuá, cubriéndose
con la Brigada de Bentos Manuel y otras tropas de Caballería (ver ANEXO II).
Su objetivo era alejar al Ejército Republicano de sus bases naturales, con el fin de
desgastarlo y debilitarlo. Desplazando sus tropas a marcha forzadas por caminos
casi intransitables y arroyos desbordados, logró vadear las puntas del Camacuá,
último obstáculo natural. Ya internado en la escabrosa Sierra del mismo nombre,
donde se le reunió después el núcleo de Brown y otras tropas menores, pudo con-
siderarse a salvo.9 Allí procedió a organizar definitivamente sus tropas.

Composicion del Ejército Imperial


Comandante en Jefe: Tte Gral Marqués de Barbacena.
Jefe de Estado Mayor: Mariscal Augusto Brown (Braun).
Ayudante General: Brig. José de Souza Soares.
Cuartel Maestre General: Tcnl Antonio Elzeario de Miranda.
Comandante de Artillería: Cnl Tomé Fernández Madeira.
1ª División /Jefe: Brig. Sebastián Barreto de Pereira Pintos.
• 1ª Brigada de Infantaria. Comandante Cnl Antonio Leitao Bandeira.
- Batallón de Cazadores n° 3. Jefe: My Crisóstomo da Silva.
- Batallón de Cazadores n° 4. Jefe: Tcnl Freire de Andrade.
- Batallón de Cazadores n° 27 (alemanes). Jefe: Tcnl Williams Word Yeats.
• 1ª Brigada de Caballería al mando del Cnl José Egidio Calmon.
- RC 1. Jefe: My Francisco Calmon da Silva.
- RC 24 (Guaraníes de Misiones). Jefe: My Severiano de Abreu.
• 2ª Brigada de Caballería al mando del Cnl Miguel Pereira Araujo de Barreto.
- RC4 (Río Grande do Sul). Jefe: Tcnl Manuel Barreto de Pereira Pintos.
- Escuadrón de Lanceros Imperiales (alemanes). Jefe: Cap Luis von Quast.
- Regimiento de Milicias n° 40. Jefe: Tcnl José Rodríguez Barbosa.

9 Beverina, Juan, op. cit.

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

• 1ª Brigada de Caballería Ligera al mando de Bentos Manuel Ribeiro.


- RC22. Jefe: Cnl Antonio de Medeiros Costa.
- RC23 (Alegrete). Jefe: My Claudio José Dutra.
- 2 escuadrones de Lanceros (irregulares). Jefe: Cap. Almeida.
- 8 compañías de guerrillas (irregulares). Jefe: My Eleuterio Dos Santos.

2ª División / Jefe: Cnl Juan Crisóstomo Calado.


• 2ª Brigada de Infantería, al mando del Cnl José Leites Pacheco.
- Bat de Cazadores n° 13 (Bahia). Jefe: Tcnl Morais Cid.
- Bat de Cazadores n° 18 (Pernambuco). Jefe: Cnl Bentos Almenha Lins.
• 3ª Brigada de Caballería, al mando del Tcnl Claudio Barbosa Pita.
- RC 6 (R.G.doSul). Jefe: My Bernando Correa.
- Escuadrón de Bahía. Jefe: Tcnl Luis de Pinto Garcez.
- Regimientos de Milicias n° 20 (Porto Alegre). Jefe: Cnl Joaquin da Silva.
• 4ª Brigada de Caballería al mando del Cnl Tomás da Silva.
- RC 3 (Sao Paolo). Jefe: Tcnl Antonio Xavier de Souza.
- RC 5 (R.G.do Sul). Jefe: Tcnl Felipe Neri de Oliveira.
• 2ª Brigada Ligera: Cnl Bentos Gonçalves da Silva.
- Regimientos de Milicias n° 21(R.G.do Sul). Jefe: My Manuel Soares
da Silva.
- Regimientos de Milicias n° 39, (Cerro Largo Br). Jefe: Tcnl Bonifacio
Isas Calderón.
• Cuerpo de Voluntarios al mando del Mariscal José de Abreu, barón de
Cerro Largo. Formado por 11 Compañías de guerrillas, comandadas
por oficiales milicianos e integrado por civiles mal armados o deserto-
res perdonados.

Artillería / Jefe: Cnl Tomé Fernandes Madeira, con 10 cañones de calibre


6 y 2 obuses de 6 pulgadas (sic).
Parque y bagajes / Jefe: Cnl Jerónimo Jardím, integrado por personal del
Servicio de Intendencia en campaña y todos los servicios auxiliares.10

10 Baldrich, J.Amadeo, op. cit., págs. 207-209.

67 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

El nuevo plan del general Alvear


Ante la nueva situación y las dificultades surgidas por no haber podi-
do obtener el objetivo mediante el ataque a viva fuerza, el general en jefe
reunió, el día 4 de febrero, un Consejo de Guerra, donde se decidió que el
Ejército Republicano continuaría su invasión hacia el norte en dirección a
San Gabriel (ver ANEXO I), a la vez que podría obtener en las numerosas
estancias de la región la cantidad de caballos necesaria para remontar sus
escuadrones. Esto le permitiría conservar su total libertad de movimientos,
lo que obligaría al enemigo a abandonar sus fuertes posiciones para seguir
los pasos de los invasores.
La maniobra del general Alvear tendría, además, la ventaja de permitir-
le la libre elección del terreno en el cual presentaría combate al enemigo;
elección que, naturalmente, se inspirará en la condición fundamental del
mejor empleo de su numerosa Caballería. Entre tanto, el Primer Cuerpo de
Lavalleja, el de los orientales, que fue vanguardia ofensiva sobre Santa Ana
y vanguardia hasta Bagé y Camacuá, tendría, después, la dif ícil misión de
cubrir la retaguardia, es decir, desplegarse siempre interpuesto entre ambos
Ejércitos contendientes. 
El día 8, el coronel Zufriategui ocupó San Gabriel, cayendo en su poder los
depósitos que allí habían establecido los Imperiales, y cuatro días después el
grueso de las fuerzas republicanas vivaqueaba en las inmediaciones de esta
localidad. Las numerosas partidas que el general Alvear destacara en todas
direcciones en procura de caballos, habían conseguido reunir unos doce mil
caballos gordos y buenos, con lo cual se mejoró notablemente la movilidad de
las armas montadas. Sin embargo, esta ventaja sería transitoria: las prolon-
gadas marchas que hasta el día de la batalla debió realizar el Ejército a través
de un terreno áspero y privado de recursos, provocaron que se quedara sin
reserva de caballos para combatir.
Tal como lo había previsto el jefe Republicano, el comandante en jefe de
las Fuerzas Imperiales se vio obligado a abandonar, el día 10, sus posiciones
en la Sierra de Camacuá, para seguir los movimientos del Ejército adversario,
a quien suponía en retirada hacia el oeste.11 Pero al día siguiente, supo que
éste había tomado la dirección del norte y ocupado San Gabriel. Barbacena
no perdió tiempo y se dirigió a dicha localidad, que ocuparía el 17 de febrero
mientras era evacuada por la retaguardia de las fuerzas republicanas.

11 Manini Ríos, La Batalla de Ituzaingó…, pág. 40.

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

Durante el desplazamiento, las avanzadas republicanas se trabaron en pe-


queños pero fundamentales combates con la Caballería enemiga. Lavalle de-
rrotó a Bentos Manuel el 13 en Bacacay, mientras que Mansilla hizo lo mismo
en Ombú, el 15.

Llegada al Paso del Rosario


La masa del Ejército Republicano había abandonado San Gabriel el 14,
marchando hacia el río Santa María, con los Orientales cubriendo sus movi-
mientos. La marcha de Barbacena era una maniobra para llevar a los riopla-
tenses a una trampa en Ituzaingó, zona flanqueada por el río Santa María, y
varios arroyos. En el Santa María, sólo era practicable el Paso del Rosario: se
esperaba que Alvear se retirase por allí y, en el momento de vadearlo, Barba-
cena lo atacaría. En horas de la tarde del 19 de febrero, el Ejército Republicano
acampó en la zona de Paso del Rosario, sobre la margen Este del río Santa
María, en un terreno bajo dominado por las alturas que lo separaban del Ejér-
cito Imperial, que vivaqueaba en la estancia de Ferreira, unos 17 kilómetros
al E.S.E. (ver ANEXO I).
La situación del Ejército Republicano era crítica, sólo el cansancio de los
brasileños y de su ganado, lo salvaron de ser batido en un bajo cubierto de
zanjas y matorrales. No había posibilidades de maniobra ni campos de tiro,
y la zona era dominada por quien ocupara las alturas. Además, el Escuadrón
de Coraceros, al mando de Anacleto Medina, quien había cruzado a nado el
río para reconocer la orilla opuesta y repasándolo en la misma forma, destacó
que la extraordinaria crecida impedía el pasaje de la Artillería y parques. En
caso de ser franqueado por la Caballería, se perderían un gran número de
caballos, imposibles de ser repuestos.
Ante lo delicado de la situación, un grupo de oficiales, entre los que se
encontraban los coroneles Garzón, Lavalle y Pacheco, cambiaron opiniones
al respecto, decidiéndose a plantearle a Alvear la urgencia de aproximarse
esa misma noche a las alturas dominantes del Paso. El comandante en jefe
resolvió contramarchar durante la noche para buscar al enemigo. En ese sen-
tido, se dispuso que el Bat 5 de Cazadores (Olazábal) y la batería de Chilavert
ocuparan de inmediato las alturas con la misión de mantenerlas hasta que al
día siguiente desplegara en ello, todo el Ejército. Para apoyar a dichas fuerzas
en caso necesario, la Caballería de Lavalleja se situó escalonada a retaguardia
y a la derecha de aquéllas.

69 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Los Imperiales comenzaron el movimiento. Barbacena, suponiendo a los


Republicanos empeñados en el franqueo del Santa María, resolvió atacarlos
en esa crítica circunstancia, para lo cual reanudó la marcha a las 2 de la ma-
ñana del día 20. Esta era la hora más propicia, ya que correspondía a la salida
de la luna, la cual, a pesar de aparecer en un cielo algo cubierto, daba al campo
la claridad suficiente para alejar el temor de un encuentro con el enemigo en
plena oscuridad. Por ello, los brasileños se movieron sin pensar que iban a en-
contrar al enemigo con el ejército dispuesto para el ataque. A tal efecto, pasa-
ron apresuradamente del orden de marcha al orden de batalla, ocupando unas
alturas enfrentadas a las retenidas por Lavalleja, el Bat 5 y la Ba de Artillería.
La columna brasileña recibió la orden de desdoblar y ocupar las alturas,
que corrían paralelas a 1500 metros de las ocupadas por el enemigo. Las divi-
siones de Calado y Barreto se desplegaron en el centro, cubiertas en sus flan-
cos por dos masas de caballería. Terminada esa maniobra, Brown se preparó
para lanzar el ataque.12

Las Fuerzas Enfrentadas


El dispositivo del Ejército Republicano contaba con alrededor de 8000
combatientes, con fuerte predominio de Caballería:
• Ala derecha: El 1er Cuerpo, al mando de Lavalleja, sin la División La-
guna y con la División Zufriategui.
• Centro: A continuación del 1er Cuerpo, el 3ro a órdenes de Soler. Ini-
cialmente, estaba allí el Bat nº 5 de Cazadores, pero Alvear, en la urgen-
cia de los rimeros momentos, colocó a su izquierda a la División del 1er
Cuerpo, al mando de Laguna. A la izquierda de esta última, entró la Ba
Chilavert, y luego las restantes, a órdenes de su jefe, el Cnl de Iriarte,
todas actuando en conjunto. Sucesivamente, fueron entrando en línea
los Bat 2 (Alegre), 3 (Garzón), y 1 (Correa). En segunda línea, y en el
intervalo entre el 1er y 3er Cuerpo, se fueron colocando la 1ª Div Cab
del 2do Cuerpo (Brandsen), con los RC nº 1 y 3 (Pacheco), y la 1ª Div
Cab del 3er Cuerpo (Paz).
• Ala izquierda: Algo desplazada hacia la izquierda, la 2ª Div Cab del
2do Cuerpo a órdenes de Lavalle con los Reg. nº 4 y Colorados (Vilela)
(ver ANEXO II).

12 Beverina, Juan, op. cit., pág. 356

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

Los Imperiales, en cambio, llevaban ventaja en la Infantería, no sólo por el


mayor efectivo, sino también por la calidad de los soldados, entre los cuales
estaba el célebre Batallón nº 27 de Alemanes. Venía marchando cubierto por
su vanguardia al mando del mariscal Abreu, seguida de la 2º Brigada Ligera. A
continuación, la 2º División (Calado) y luego, la 1ª División (Barreto). Al llegar
a la zanja de Barro Negro o del Arenal, Abreu quedó detenido frente al 1er
Cuerpo, que se encuentraba en línea de batalla en las alturas de la Cuchilla del
Ojo de Agua, situadas a su frente y al Sur del camino al Paso. La misión de la
vanguardia era, en ese momento, cubrir el despliegue del grueso, proteger el
flanco izquierdo de la 2ª División y poder ser protegida por ésta.
La 2ª Brigada Ligera se desvió hacia el Norte, yendo a colocarse en las
pendientes situadas al N.E. de la Zanja, a unos 2800 metros del camino y en lo
que había de ser el flanco derecho del dispositivo brasileño.
La 2ª División (Calado) se detuvo en las pendientes próximas al camino y
a unos 300 metros de la zanja.
La 1ª División (Barreto) se desvió hacia el N. colocándose a la derecha de la 2ª,
a unos 200 metros de la zanja y a unos 440 metros de Gonçálvez.
El frente del dispositivo, tuvo unos tres kilómetros. Las Brigadas de in-
fantería de las Divisiones estaban encuadradas por las de caballería, y salvo
la 2ª Brigada Ligera, todas las demás colocadas en el terreno por orden de su
numeración. En consecuencia, las Brigadas ocupaban el siguiente orden en el
terreno y de norte a sur:
• 2ª Brigada Ligera (Bentos Gonçalves da Silva): Reg. de Milicias nº 21
(Villa de Rio Grande) y Reg. De Milicias nº 39 (Villa de Cerro Largo).
Primera División (Sebastián Barreto de Pereira Pinitos).
• 1ª Brigada de C. (Juan Egidio Calmón): Reg. de C. nº 1 (Souza da Silvei-
ra) y Reg. de C. nº 24 (Severino Abreu).
• 1ª Brigada de I. (Leitao Bandeira): Bn. de Cazadores nº 3 (Da Silva), Bn.
de Cazadores nº 4 (Freire de Andrade), y Bn. de Cazadores nº 27 (De
Jesús). Tres Baterías de artillería de dos piezas cada una.
• 2ª Brigada de C. (Araujo Barreto): Reg. de C. nº 4 (Pereira Pintos), Escua-
drón de Lanceros Alemanes (Von Quast), y Reg. de Milicias nº 40 Luna-
rejos (Rodríguez Barboza). Segunda División: (Juan Crisóstomo Calado).
• 3ª Brigada de C. (Barboza Pita): Reg. de C. nº 6 (Joaquín Correa), Es-
cuadrón de Bahía (Pintos Garcés), y Reg. de Milicias nº  20 (Da Silva).
• 2ª Brigada de I. (José Leite Pacheco): Bn. de Cazadores nº 13 (Morais
Cid), Bn. de Cazadores nº 18 (Lamenha Lins), dos Baterías de artillería
de dos piezas cada una (ver ANEXO II).

71 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

• 4ª Brigada de C. (Tomás da Silva): Reg. de C. nº 3 (Xavier De Souza),


Reg. de C. nº 5 (de Oliveira).
• Voluntarios del Mariscal José Abreu (560 hombres)
• Artillería, al mando del Coronel Fernández Madeira, con doce piezas
de Artillería distribuidas en los distintos Cuerpos.13

El desarrollo de la batalla
En la madrugada del 20, el general Alvear, después de impartir las órdenes
de marchar hacia el campo de batalla, se adelantó a las posiciones que había
mandado ocupar a Olazábal, encontrando al Bat 5 y a la Batería Chilavert
en sus posiciones, listos para enfrentar al enemigo. Las tropas orientales de
Lavalleja cubrían la derecha de las tropas de Olazábal, un poco escalonadas
hacia la retaguardia (ver ANEXO II).
Desde las alturas ocupadas por su vanguardia, Alvear observó al enemigo
preparado para el ataque. La situación del Ejército Republicano era dif ícil,
pues el grueso de sus fuerzas demoraría un tiempo en llegar a las posiciones,
ya que las unidades se desplazaban desdobladas por un terreno poco pro-
picio. Era fundamental mantener esas alturas hasta que todo el ejército se
encontrara desplegado en batalla. Olazábal recibió la orden de resistir hasta
la muerte y la Div Laguna fue enviada a proteger la izquierda de las fuerzas
amenazadas por un ataque de la caballería imperial.
En tanto, la 1ª Div brasileña había avanzado contra la vanguardia republi-
cana, atravesando el zanjón interpuesto entre las dos alturas. Laguna lanzó
sus escuadrones contra la caballería de la 1ª Div y, si bien la carga fue re-
chazada tres veces consecutivas, la temeridad del ataque y la violencia con
que fue llevada a cabo, lograron detener al adversario. En consecuencia, los
batallones de Brown formaron los cuadros en previsión de un ataque de toda
la caballería. Pero al advertir la debilidad de las fuerzas enemigas, renovaron
sus ataques, siendo repelidos por el fuego del 5 de Cazadores y de la batería
de Chilavert. A su vez, los escuadrones de Laguna lanzaron una última carga
contra los imperiales, logrando otra vez detener su avance.
El grueso de la caballería republicana llegó al campo de batalla. La Div
Zufriategui (RC 8, RC 16 y los Coraceros de Medina) reforzó el cuerpo de
Lavalleja, reemplazando a la Div Laguna. Los RC de Brandsen, Pacheco y Paz

13 Manini Rios, op. cit., pág. 42.

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

entraron en línea a la izquierda de la vanguardia; la Div Lavalle ocupó la ex-


trema izquierda. Sólo la infantería y la artillería no habían llegado al campo,
porque las dificultades del terreno habían retrasado su avance.
Alvear, para fortalecer el éxito obtenido por las tropas de Laguna, orde-
nó a Brandsen y a Paz cargar contra la infantería enemiga. Los RC 1 y RC 2
se lanzaron al ataque, chocando contra los cuadros del general Brown. Sin
embargo, el jefe imperial juzgó comprometida la posición que ocupaba, no
sólo porque el resto del Ejército Brasileño no apoyó el avance de la 1ª Div
sino porque nuevas tropas enemigas iban alargando la línea de batalla, con su
caballería atacando en fuertes cargas. Por ello, consideró prudente retroceder
al otro lado del zanjón.
Se llegaba a la fase decisiva de la batalla, ya que, por la tenaz resistencia de
la vanguardia republicana, todo el ejército había podido ocupar su posición
en el combate. Quebrada la resistencia de la 1ª Div, Alvear decidió pasar a la
ofensiva, generalizando la batalla.
El ala derecha del ejército republicano inició su movimiento. Lavalleja se
lanzó con los Dragones Orientales y los Coraceros de Medina contra el cuer-
po del brigadier Abreu, que huyó en desorden hasta caer sobre los cuerpos
del ala izquierda de la división Calado. Éste hizo formar cuadros que abrie-
ron fuego para contener a los dispersos, muriendo en esa acción el brigadier
Abreu. Sin embargo, Lavalleja se quebró antes de llegar a la división enemiga.
Alvear lanzó en su apoyo al coronel Olavarría con el RC 16, sostenido por
el RC 8 de Zufriategui. La carga fue lanzada con tal empuje, que desbarató a la
caballería enemiga, y los cuadros de la 2ª Div Imperial cedieron terreno hacia
la batería situada a la derecha. Sobre la extrema izquierda, el coronel Lavalle,
con la autorización del comandante en jefe, se lanzó con su división contra
la Brigada de Bentos Gonçalves, quien no resistió el ataque y se dio a la fuga.
En ese momento del combate, la Caballería Imperial estaba en dispersión,
acosados por los escuadrones republicanos, que cayeron sobre los fugitivos
y se apoderaron de sus bagajes. En tanto, la infantería brasileña se negaba a
abandonar el campo, intentando un ataque para romper el centro de la posi-
ción republicana. El brigadier Brown reclamaba la participación del brigadier
Calado, para que acudiera con sus batallones hacia el centro, con el fin de
apoyar el proyectado ataque de la 1ª División.

73 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Alvear, quien después del triunfo obtenido en el ala derecha se retiró hacia
el centro de la posición para dominar la situación, advirtió el nuevo plan de
ataque del enemigo. Para detenerlos, ordenó al coronel Brandsen cargar con
el RC 1 contra la infantería de la 1ª Div. La carga fue realizada, pero la zanja y
el fuego de los batallones malograron el éxito del ataque, cayendo herido de
muerte el coronel Brandsen frente a sus tropas. El sacrificio de Brandsen, que
fue duramente criticado al comandante en jefe, sirvió para que los imperiales
renunciaran a salir de sus posiciones del otro lado de la zanja
Por su parte, el coronel Paz, por propia iniciativa, efectuó una nueva carga
con el RC 2 contra la 2ª Div que acudía en apoyo del brigadier Brown. Los lan-
ceros chocaron contra la infantería del brigadier Calado y, a pesar de haber sido
destrozados, la acción republicana retrasó el movimiento de los adversarios.
La situación del Marqués de Barbacena era comprometida. La Caballería
republicana había rodeado las alas y amenazaba la retaguardia imperial, ya
que los batallones de sus enemigos estaban intactos y podrían ser lanzados
en un ataque frontal para completar el éxito de su caballería. Además, el in-
cendio de los campos a espaldas de la línea brasileña amenazaba hacer volar
las municiones, poniendo en peligro a las tropas. Barbacena, considerando
imposible continuar con el combate, dio orden de retirada, que se efectuó en
el Paso Cacequí, en el río del mismo nombre.
La infantería republicana, encuadrada por las tropas de Lavalleja a la de-
recha y por las de Lavalle a la izquierda, inició la persecución por orden de
Alvear, quien al poco tiempo, la suspendió. No se pudo explicar por qué no se
llevó a cabo la explotación del éxito.14
Las pérdidas sufridas por ambos ejércitos fueron importantes. El Ejército
republicano tuvo 157 muertos y 256 heridos, incluyendo las tropas de Lava-
lleja y los RC 8 y 9, habiendo sufrido las tropas orientales aproximadamente
la mitad de aquellas bajas. Salvo los 3 muertos y 6 heridos sufrido por el RI
5 Cazadores, la totalidad de las bajas correspondieron a la caballería, lo cual
explica que esa arma fuera la que mayor desempeño tuvo en la batalla.
Por su parte, el Ejército Imperial sufrió pérdidas muy importantes, espe-
cialmente por la dispersión de alrededor de 1500 hombres. Las bajas fueron:
200 muertos, 150 heridos y prisioneros dejados en el campo, 91 heridos que
se retiraron con el Ejército, más los dispersos o extraviados, entre los que se
encontraban los enfermos que estaban en el hospital.

14 Beverina, Juan, La Guerra…,pp. 355-357.

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Alvear y la Batalla de Ituzaingó

La batalla de Ituzaingó, como se ha señalado fue casi exclusivamente una


batalla de caballería, ya que se buscó el éxito en los resultados positivos de las
cargas de jinetes con lanzas y sable en mano. No hubo acciones armónicas de
las distintas tropas más que para alcanzar la victoria; y una vez lograda ésta,
no se decidió la destrucción total del enemigo.15
Ituzaingó consolidó la salida de las fuerzas imperiales del territorio oriental,
lo cual llevaría, en poco tiempo, al término de la guerra en la Banda Oriental,
que pasaría a ser un estado independiente, la República Oriental del Uruguay.

Bibliograf ía
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15 Ibidem, p357.

75 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

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Zorrilla de San Martín, Juan, “La leyenda patria”, en Colección Clásicos Uruguayos,
Montevideo, 1968.

| 76
Alvear y la Batalla de Ituzaingó

ANEXO I

Atlas Histórico Militar, Colegio Militar de la Nación, pág. 112.

77 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

ANEXO II

Atlas Histórico Militar, Colegio Militar de la Nación, pág. 114.

| 78
ISIDORO SUÁREZ Y
LA BATALLA DE JUNÍN
Claudio Morales Gorleri

Teniente Coronel (R) del Ejército Argentino. Doctor en Historia (Universidad del Salvador) y
Magíster en Historia de la Guerra. Fue Secretario Académico de la Escuela Superior de Gue-
rra (ESG). Actualmente se desempeña como profesor de Historia Militar Argentina, Historia
de la Educación Argentina y Americana, y Análisis y crisis de la Historia (ESG). Es director
de la Comisión de Estudio e Investigación de Historia y director de la Maestría en Historia de
la Guerra. Es investigador universitario acreditado ante el Ministerio de Educación, Ciencia
y Tecnología. Ha publicado ensayos, artículos, cuentos y poesías. Entre sus obras se destacan
los libros El rey de la Patagonia, El general Petit y La batalla de San Ignacio.
Isidoro Suárez y la Batalla de Junín
Tcnl (R) Claudio Morales Gorleri

E l recrudecimiento de las posiciones políticas en la España dividida entre


absolutistas y liberales partidarios de la constitución de 1812 era de tal
intensidad en los primeros años de la década del veinte, que el conflicto se
trasladó a América, influyendo en la política y en la organización militar espa-
ñola en estas tierras. Los oficiales realistas se dividieron también entre abso-
lutistas y liberales, favoreciendo así el accionar criollo. Entre los primeros, se
destacaba el general Olañeta, comandante de las tropas del Alto Perú, y, entre
los segundos, nada menos que el virrey La Serna.
En enero de 1824, Olañeta destituyó a las autoridades nombradas por el
virrey en Potosí y Chuquisaca, y se declaró abiertamente en rebeldía contra
el virrey. La Serna había destacado al general Jerónimo Valdés para sofocar la
rebelión, pero al fracasar el intento, la división y el enfrentamiento se torna-
ron más evidentes, consumándose así el rompimiento entre las dos facciones.
Por otro lado, también en las filas patriotas existían dificultades: el 5 de
febrero se sublevó la fortaleza del Callao, que pasó a apoyar la causa. Esta
situación se agravaba por la tensión en el ejército aliado de Colombia y del
Perú, siendo uno de sus motivos la anexión de Guayaquil a la primera, luego
de haber sido peruana.
Rodolfo Terragno1 analiza esta cuestión, diciendo que el Perú “está partido
en zonas. En el norte, Riva Agüero se afianza en su territorio y ha entrado en
conversaciones con los realistas. En el centro hay bandas desorganizadas, que
oscilan entre apoyar a Bolívar y a Riva Agüero. En el sur dominan los españoles”.
Cuando San Martín dejó el Perú, después de Guayaquil, pensó que la cam-
paña a puertos intermedios sería victoriosa y de allí se reorganizaría la Re-
pública. No fue así, la expedición de Alvarado fracasó y el Congreso nombró
como presidente a José de la Riva Agüero y, ante el crecimiento del caos, el

1 Terragno, Rodolfo, Diario íntimo de San Martín. Londres 1824. Una misión secreta,
Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pág. 41.

81 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

ex protector San Martín escribió desde Europa exhortando a Riva Agüero, a


Soler, a Guise y a Santa Cruz: “cedan de las quejas, o de los resentimientos que
puedan tener; reconozcan la autoridad del Congreso, malo o bueno, o como
sea, porque los pueblos lo han jurado. Únanse como es necesario y, con este
paso, desaparezcan los españoles del Perú, y después matémonos unos contra
otros, si este es el desgraciado destino que espera a los patriotas. Muramos,
pero no como viles esclavos de los despreciables y estúpidos españoles, que es
lo que irremediablemente va a suceder”.
En esa misma carta San Martín insinuó que estaría dispuesto a retomar
el mando si Bolívar no se hacía cargo, pero el Libertador de Colombia, a su
arribo al Perú, fue nombrado dictador y se dedicó con todo su talento a reor-
ganizar el país, salvándolo de la descomposición más absoluta.
Constituyó un gran aliado para la empresa bolivariana la división del ejér-
cito español, a tal punto, que el mismo general Olañeta admitió el apoyo de
los altoperuanos revolucionarios para hacer la guerra al virrey. Fueron varias
las acciones en que las fuerzas realistas lucharon entre sí, pero ninguna de la
magnitud del combate de La Laja, el más cruento de esos enfrentamientos.
La Serna estaba por ser atacado por las avanzadas de Bolívar, razón por
la cual ordenó al general Valdés que regresara en su apoyo. De este modo, el
Alto Perú quedaba en manos de Olañeta.
Bolívar había conformado un ejército de diez mil hombres, después de
recibir tres mil de Colombia en mayo de 1824. Lo concentró en Pativilca,
provincia de Huaras, sin que los españoles lo registrasen. Ese ejército te-
nía la característica de ser verdaderamente continental. Estaba compuesto
por cuatro divisiones: dos colombianas, cuyos comandantes eran los ge-
nerales Jacinto Lara y José María Córdoba; una peruana, a órdenes del ge-
neral La Mar; las tres de infantería, y una división de caballería, a órdenes
del general argentino Mariano Necochea, que estaba compuesto por los
llaneros colombianos comandados por el coronel Lucas Carvajal, los jine-
tes peruanos del general Miller con los comandantes argentinos Manuel
Isidoro Suárez y José Olavarría. Se sumaban también los restos del Regi-
miento de Granaderos a Caballo de los Andes, compuesto por gauchos del
Río de la Plata y huasos chilenos, comandados por el coronel Alejo Bruix,
quien había peleado junto a Napoleón hasta 1814 y se había llenado de
gloria junto a San Martín en Lima y, especialmente, en Río Bamba, a las
órdenes de Juan Lavalle.

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Isidoro Suárez y la Batalla de Junín

Sucre era el jefe de estado mayor del ejército constituido por las cuatros
repúblicas de América del Sur. Mitre hace mención que todas las “de la Amé-
rica meridional existentes entonces, estaban representadas (con excepción de
México) en un solo ejército continental”.2
Con el alejamiento del general Valdés convocado por el virrey, Bolívar se
encontró con que 7000 hombres ya no estaban para impedir su campaña, cuyo
objetivo era adueñarse del valle de Jauja, del mismo modo que, en dos oportuni-
dades, ya lo había hecho el general Arenales. Con la rigurosidad en los detalles
de la marcha y la organización del general Sucre, Bolívar avanzó con su ejército
por el trayecto más difícil de la montaña con la intención de no ser detectado
por el general realista Canterac, quien permanecía en el valle de Jauja en la más
completa inacción con 8000 infantes, 1300 caballos y 8 piezas de artillería.
El irlandés Daniel Florencio O’Leary, edecán de Bolívar, relata la revista
que pasó el Libertador a su ejército de 9000 hombres formados en el llano
Rancas el 2 de agosto, ante quienes proclamó: “Vais a completar la obra más
grande que el cielo ha encargado a los hombres: la de salvar un mundo entero
de la esclavitud. El Perú y la América toda aguardan de nosotros la paz, hija
de la victoria, y aún la Europa os contempla con encanto; porque la libertad
del Nuevo Mundo es la esperanza del universo”.3
El lago Reyes, de grandes dimensiones, se encuentra al sur de Pasco, entre
las cordilleras oriental y occidental, ocupando toda la depresión del terreno
hasta donde se inicia el valle de Jauja. El camino de la margen oriental del lago
que, desde Tarma, va a hacia Pasco es el más llano, mientras que el camino
que va de Pasco a Junín, en el occidente, es más anfractuoso. En el extremo
sur está la pampa de Junín, entre pantanos y riachuelos formados por el lago.
Los realistas a órdenes de Canterac, que estaban en Jauja, al enterarse de
los movimientos independientes iniciaron un reconocimiento el primero de
agosto sobre datos imprecisos. Ambos ejércitos estaban marchando en for-
ma paralela pero en direcciones distintas: los realistas por el camino llano,
y Bolívar por el occidental y dificultoso. El 5 de agosto, como Bolívar había
destacado guerrillas al otro lado del lago Reyes, Canterac, temiendo por su
retaguardia y por perder su base de operaciones, decidió su retirada por el

2 Mitre, Bartolomé, Obras completas, Volumen V, Buenos Aires, Congreso de la Nación,


1940, pág. 36. México era y es un estado de la América septentrional y central, si bien
la caracterización de Mitre en realidad es en referencia a la América española.
3 O’Leary, D.F., Memorias, Tomo II, Caracas, Imprenta de la Gazeta Oficial, 1879, pág. 266.

83 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

mismo camino, en una marcha sumamente exigida, a la que sólo accedió su


caballería. En 24 horas hicieron 88 kilómetros. El 6 de agosto, a las dos de la
tarde, llegó a la pampa de Junín y observó con sorpresa, a su frente, por el oes-
te, a la caballería independiente, que descendía como centauros en una carga
impetuosa. Observó también que la infantería enemiga estaba en las alturas.
Del otro lado, Bolívar, que avanzó por el camino más difícil, pero a la vez más
seguro, porque se desplazaba por posiciones inexpugnables. Al detectar en Junín
a los realistas, ordenó a Necochea que cargara con su caballería de 900 hombres,
permaneciendo él con su infantería a 8 kilómetros a retaguardia.

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Isidoro Suárez y la Batalla de Junín

Según Mitre, en su obra citada, como así también en el parte de Canterac,


la caballería realista disponía de 1300 hombres y se la consideraba “invencible”.
Además, el que luego fue teniente general y senador vitalicio de España, Andrés
García Camba, en su indispensable obra4 por haber actuado en esta campaña,
si bien absolutamente parcial como español, dice “el ejército de Bolívar, si bien
algo superior en número, era inferior en caballería y, generalmente, en calidad”.
Fueron las caballerías de ambos ejércitos, con sus lanzas o sus sables, las
que se lanzaron a la carga ese 6 de agosto de 1824, a las cinco de la tarde, en
la pampa de Junín. Esta página de la historia americana excede a la propia
historiograf ía. Es aquí donde la leyenda se entrevera con la ciencia, donde
el coraje se arrebata sin las explosiones de las armas de fuego. Sólo lanzas,
sables, gritos, órdenes y sangre en esa épica lucha de caballerías.
Aristóteles ya había escrito su “Poética” en la que confiesa que la “poesía es
más verdadera que la historia” y Collingwood5, maestro de las actuales gene-
raciones de historiadores, desliza: “En la poesía las lecciones de la historia no
se hacen más inteligibles y siguen siendo indemostrables y, por lo tanto, pura-
mente probables, pero se hacen mucho más compendiosas y, por eso mismo,
más útiles”. Así una copla criolla en tono de vidala cantaba:
“Los soldados de Galicia
Son de una tal condición,
Que si triunfan, es milagro,
Y si pierden, es traición.”

La caballería criolla no pudo desplegar por estar encorsetada en un des-


filadero entre un cerro y un pantano, cortado por un riachuelo. Sólo dos es-
cuadrones de granaderos montados de Colombia pudieron llegar a la pampa.
Canterac, convencido de que se le presentaba un “bocado de cardenal”, se
colocó al frente de su caballería, desplegando su fuerza y ordenando la carga
a una distancia que no tenía proporción con el objetivo todavía distante de
los republicanos. Fue criticado por esa carga por sus propios compañeros de
armas. La izquierda de Canterac y parte de su centro se desorganizaron por el
largo galope y chocaron contra las lanzas firmes de los dos escuadrones crio-

4 García Camba, Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú, Tomo II,
Madrid, Biblioteca Ayacucho, 1846, pág. 193.
5 Collingwood, R.G., Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pág. 30.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

llos, los cuales, sin embargo, no pudieron soportar el mayor número español
y fueron arrollados y perseguidos por la espalda, arrastrando la cabeza de la
vanguardia patriota, que recién salía del desfiladero.
Urien relata épicamente ese momento: “Es en medio de aquel desorden y
espantosa confusión que suena el clarín de Necochea tocando reunión. El sol-
dado de los Andes, montado en su corcel de guerra, con el fuego del valor en la
pupila, hermoso, soberbio en la bravura y exclamando con el timbre vibrante
de su voz a los soldados que lo siguen ‘¡Adentro Granaderos!’, clava espuelas a
su bridón y con sable en mano se lanza sobre los enemigos, sobre el centro de
los Dragones del Perú, cuyas líneas y columnas pretende penetrar y deshacer”.6
El general Canterac cometió un error fatal al no disponer de reservas y car-
gar con toda su fuerza. Sus escuadrones se internaron en la persecución en el
desfiladero en un gran desorden, pasando a cuchillo a los independentistas que
huían. Necochea sufrió heridas7, pisado por caballos y, tomado prisionero, fue
dado por muerto. Por eso, José Joaquín Olmedo, en su canto a “La victoria de
Junín”, poema de más de 800 versos que compuso a pedido de Bolívar, dice:
“En tanto el argentino valeroso
Recuerda que vencer se le ha mandado
Y no ya cual caudillo, cual soldado
Los formidables ímpetus contiene
Y uno en contra de ciento se sostiene,
Como tigre furiosa
De rabiosos mastines acosada,
Que guardan el redil, mata, destroza
Ahuyenta sus contrarios, y aunque herida,
Sale con la victoria y con la vida”
Blasón ilustra de tu ilustre patria
No morirás; tu nombre eternamente
En nuestros fastos sonará glorioso
Y bellas ninfas de tu Plata undoso
A la gloria darán sonoro canto
Y a tu ingrato destino acerbo llanto”

6 Urien, Carlos, “Caballería argentina, la carga de Junín”, conferencia de 1909, citada en


Camogli, Pablo, Batallas por la libertad, Buenos Aires, Aguilar, 2005, pág 346.
7 Mitre habla de 7 heridas, otros autores 14. Según Miguel Otero el dato de las 9 heridas
se lo dio el propio Necochea.

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Isidoro Suárez y la Batalla de Junín

El comandante Manuel Isidoro Suaréz estaba al mando del primer escua-


drón Húsares del Perú, reserva de las fuerzas criollas. Estaba emboscado a
orillas del pantano. Dejó pasar por su costado a perseguidos y perseguido-
res entrelazados sin humo, matándose con sables y con lanzas. Al despejarse
la acción, cargó a los perseguidores por retaguardia, quienes, sorprendidos,
iniciaron la fuga precipitada. Así, los escuadrones de Miller, Silva, Carvajal y
los Granaderos a Caballo a órdenes de Bruix, se compusieron y, apoyando a
Suárez, realizaron aquella memorable carga de caballería al caer la tarde.
Cuarenta y cinco minutos duró la batalla a partir de las cinco de la tarde.
Manuel Isidoro Suárez fue bisabuelo del escritor argentino Jorge Luis Borges,
quien también canta a esta hazaña, refiriéndola a la vida de Suárez, a la sola
plenitud de esa tarde del 6 de agosto de 1824. La poesía, de 1953, se llama
“Página para recordar al coronel Suárez, vencedor de Junín”:
“Qué importan las penurias, el destierro,
La humillación de envejecer, sombra creciente
Del dictador sobre la patria, la casa en el Barrio del Alto
Que vendieron sus hermanos mientras guerreaba, los días inútiles
(los días que uno espera olvidar, los días que uno sabe que olvidará)
Si tuvo una hora alta, a caballo,
En la visible pampa de Junín como en un escenario para el futuro
Como si el anfiteatro de montañas fuera el futuro
Qué importa el tiempo sucesivo si en él
Hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde
........................
En los atardeceres pensaría
Que para él había florecido una rosa:
La encarnada batalla de Junín, el instante infinito
En que las lanzas se tocaron, la orden que movió la batalla
La derrota inicial, y entre los fragores (…)
Su voz gritando a los peruanos que arremetieran
La luz, el ímpetu y la fatalidad de la carga
El furioso laberinto de los ejércitos,
La batalla de lanzas en la que no retumbó un solo tiro,
El godo que atravesó con el hierro,
La victoria, la felicidad, la fatiga, un principio de sueño,
Y la gente muriendo entre los pantanos
........................

87 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Su bisnieto escribe estos versos y una tácita voz


Desde lo antiguo de la sangre le llega:
-Qué importa mi batalla de Junín si es una gloriosa memoria,
Una fecha que se aprende para un examen o un lugar en el atlas.
La batalla es eterna y puede prescindir de la pampa
De visibles ejércitos con clarines
........................

En Junín quedaron 250 realistas muertos a sable y lanza. Entre los patrio-
tas, sumando muertos y heridos no pasaron los 150, entre ellos Necochea,
que fue gloriosamente rescatado. Se persiguió a los realistas hasta que se reu-
nieron con su infantería.
El ejército español en América se quebró en Junín y finalizará sin pena ni
gloria poco tiempo después en Ayacucho.
Bolívar, que se había quedado en una altura a 8 kilómetros, al ver el desbande
de los escuadrones colombianos, lo dio todo por perdido, replegándose aún más.
Sobre el campo de batalla homenajeó a los vencedores, y al glorioso Regi-
miento Húsares del Perú de Manuel Isidoro Suárez, lo rebautizó con el nom-
bre “Húsares de Junín”.

“...Haciéndole saber al Libertador por el teniente coronel D. José Olava-


rría, comandante del 1er. Escuadrón, de hallarme dueño del campo de ba-
talla de Junín; el Libertador descendió de las alturas con un brillante grupo
de generales y jefes hasta donde estaba formado mi Regimiento, y llenándo-
me de encomios y felicitaciones, entre otras cosas dijo: “Veis aquí, señores,
que cuando la historia describa la gloriosa batalla de Junín, si es verídica y
severa, la atribuirá al valor y la audacia de este joven coronel; ya no seréis
“Húsares de la Guardia”: os denominaréis desde hoy Lanceros de Junín”

Fragmento de la pequeña memoria escrita por Isidro Suárez junto


con José Olavarría en 1845 y entregada al Dr. Florencio Varela.

Esta unidad no fue nunca desactivada y hoy es el Regimiento escolta presi-


dencial de la República del Perú, homenaje similar al que dio a los Granaderos
de los Andes de Lavalle al llamarlo Granaderos de Río Bamba.

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Isidoro Suárez y la Batalla de Junín

Bibliograf ía
Camogli, Pablo, Batallas por la libertad, Buenos Aires, Aguilar, 2005.
Collingwood, R.G., Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.
García Camba, Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú, Tomo II,
Madrid, Biblioteca Ayacucho, 1846.
Mitre, Bartolomé, Obras completas, Volumen V, Buenos Aires, Congreso de la Na-
ción, 1940.
O’Leary, D.F., Memorias, Tomo II, Caracas, Imprenta de la Gazeta Oficial, 1879.
Terragno, Rodolfo, Diario íntimo de San Martín. Londres 1824. Una misión secreta,
Buenos Aires, Sudamericana, 2009.

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MEDINACELI Y
LA BATALLA DE TUMUSLA
Martín R. Villagrán San Millán
Abogado por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Historia de la Guerra por la
Escuela Superior de Guerra (ESG). Se desempeña como vicerrector de la Universidad
Favaloro y como profesor titular de Contratación Compleja y de Colaboración Empre-
saria (UCES). Es miembro de número y secretario del Instituto Nacional Belgraniano.
También es profesor suplente e investigador en la ESG y miembro del Comité Acadé-
mico Científico de la AAA Universidad Ben Gurion (Neguev, Israel). Fue Inspector
General de Justicia de la Nación. Actualmente está cursando el Doctorado en Historia
de la Universidad Torcuato Di Tella.
Medinaceli y la Batalla de Tumusla
Mg. Martín R. Villagrán San Millán

“Bien conozco que los movimientos en pequeño dan mucho más


trabajo y no tienen la brillantez que las grandes batallas pero cuando
el objeto principal de una guerra como ésta es conservar un país de la
extensión de éste, no hay más remedio que operar según lo permitan
las particulares circunstancias.”

El Virrey La Serna al General en Jefe del Ejército del Norte (Canterac).


En Cuzco y Junio 3 de 1824

¿Batalla, combate, encuentro o simple balazo rencoroso?1 Estos son los


principales interrogantes con los que nos encontramos cuando nos aproxi-
mamos a la aprehensión de este hecho de armas, en general poco conocido
si se tiene presente que la guerra de la independencia culminó en el Alto
Perú, en Tumusla, el 1 de abril de 1825, con la derrota y muerte de quien
fuera designado desde España el último virrey del Río de la Plata2: el con-
trovertido3 general D. Pedro de Olañeta. En la diversa bibliograf ía consulta-
da, se refiere esta acción de muy diversos modos. Desde una batalla formal

1 Giebel, Florian, Historia de Bolivia. Algunos historiadores, entre ellos Teodosio Ima-
ña, afirman que en Tumusla sólo hubo un intercambio de balas y por lo tanto consi-
deran que la batalla no existió. http://www.la-razon.com/Versiones/20060806_005625/
nota_244_316985.htm 15/09/08. Urcullo, quien tenía la misión de intimar la rendición
de Olañeta, declaró que sólo se disparó el tiro que mató a Olañeta, hecho por un solda-
do que vengó la honra de su esposa. http://www.astrored.org/enciclopedia/wiki/Bata-
lla_del_Tumusla#cite_ref-6 15/09/08
Cfr. Miller, John, Memorias, Tomo II, Madrid, Editorial América, pág. 215.
2 El agraciado nunca se enteró de su designación ya que la misma estaba fechada, irónica-
mente, a tres meses de producida su muerte. Ergo, tampoco se enteró Olañeta la desau-
torización real a su pretendido –y autoproclamado-, virreinato del Perú.
3 Torata, Conde de, Documentos para la Historia de la Guerra Separatista del Perú – Trai-
ción de Olañeta, Tomo IV, Madrid, Impr. de la viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1898.

93 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

de larga duración, hasta la iniciativa individual de un marido despechado


que habría disparado un rencoroso y vengativo balazo a Olañeta, con cuya
sangre, creía, se redimiría de sus astados apéndices frontales.4 Sobre este
último aspecto no nos detendremos más que para señalar que forma parte
de los feroces rencores generados durante los tres lustros de lucha emanci-
padora.5 La prueba concluyente de que hubo un hecho de armas librado en
regla lo da la existencia de un parte de batalla que, aun cuando ha sido acer-
bamente criticado por su brevedad, del mismo surge sin duda la existencia
del combate, el lugar del encuentro, la hora de inicio y finalización.6 A los
efectos de este trabajo, se caracteriza este hecho de armas como “batalla”
por la cantidad de fuerzas presentes (significativas en el medio y contexto,
aun cuando no se cuenten con datos exactos, ya que los habidos no siempre
son coincidentes y, las más de las veces, contradictorios), la presencia en el
campo del jefe de máxima jerarquía en uno de los bandos, y la consecuencia
estratégica de la muerte del jefe realista.
Bien es cierto que Tumusla es consecuencia de Ayacucho, pero no menos
cierto es que el resultado de Ayacucho se debió, en gran medida, al hecho de
no encontrarse en aquellos campos las fuerzas de Olañeta, que permanecían
aferradas en el Alto Perú, con su vanguardia orientada al norte luego de sus

García Camba, Andrés, Memorias del General García Camba para la historia de las
armas españolas en el Perú 1822-1825, Tomo II, Madrid, Colección Ayacucho dirigida
por Rufino Blanco Fombona, sin fecha de edición ni colofón, págs.216//266.
Torrente, Mariano, Historia de la Revolución Hispano-Americana, Tomo III, Madrid,
1830, págs. 453/454-510-515.
4 Lo ocurrido en esa batalla, tiende a tener diferentes versiones y argumentos discordes,
debido al protagonismo que se dio a Bolivar y Sucre por parte de los chuquisaqueños de
aquel tiempo. http://www.e-ciencia.com/recursos/enciclopedia/Batalla_del_Tumuslael
Tumusla De Wikipedia, la enciclopedia libre.
5 Véase lo que expresa don Víctor Hugo Medinaceli en la segunda de dos notas de su autoría
publicadas en El Diario de La Paz, Bolivia, con fecha 25 de mayo de 2008.
6 Tampoco hubo una lista de muertos, heridos, prisioneros, ni demás detalles de rigor
en un oficial de carrera. http://www.e-ciencia.com/recursos/enciclopedia/Batalla_del_
Tumusla el Tumusla.
Cfr. Medinaceli Denus, René, Batalla de Tumusla. 150 muertos por parte del ejército
patriota, una decena de heridos entre jefes o oficiales, se desconoce las bajas del
enemigo, sin embargo cae muerto su comandante y último Gral. realista Pedro Antonio
Olañeta, en La Colina de “San Carlos”, ribera Norte del río Tumusla escenario del
combate.” http://www.opinion.com.bo/Portal.html?CodNot=23111&CodSec=15, 08
de Septiembre de 2008, De Wikipedia, la enciclopedia libre.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

encuentros con Valdés, y vigilante hacia el sur, hacia las Provincias Unidas,
con las que tenía firmado un armisticio con la provincia de Salta.7 A este
respecto, no pueden ser más ilustrativas las palabras que dirigía por carta
fechada el 24 de mayo de 1824, desde Yungay, el virrey La Serna a Valdés, su
jefe del Ejército del Sur: “…no he dudado ni puedo dudar que sus ideas [las
de Olañeta] son las de un malvado encubierto con la máscara de la religión
y de la fidelidad al rey, trata de obrar de acuerdo con los enemigos del Rey
y de la Nación. Es este supuesto, y que en virtud de mi orden de 28 de abril
último, que transcribo a V. S. previno al General Olañeta de moverse con su
división sobre Salta, no tiene contestación; lo demás de que trata el citado
oficio de V. S. y así sólo diré que si Olañeta no obedece mi orden citada del
28 de Abril, debe V. S. con las fuerzas que considere necesarias, hacer entrar
en el orden al insubordinado Olañeta, pues ni el servicio del Rey, ni la se-
guridad del Perú, ni la disciplina militar, permiten por más tiempo se tolere
a un General que más bien parece enemigo que General del Rey”.8 Las di-
vergencias se tornaron insalvables entre el autoproclamado virrey del Perú,
Olañeta9, representante paradigmático del estólido absolutismo borbóni-
co10 del tristemente célebre Fernando VII, y el titular efectivo del virreinato
de Lima, el liberal La Serna.11
Quizás sea útil, por sus consecuencias militares y políticas, tener presente
un aspecto de la personalidad de Olañeta: era de todos conocida su desme-
surada vocación por el lucro y la acumulación de riquezas.12 Esto lo llevaba

7 Torata, Conde de, Documentos para la Historia de la Guerra Separatista del Perú –
Traición de Olañeta, Tomo IV, Madrid, Impr. de la viuda de M. Minuesa de los Ríos,
1898, pág. 134. E idem, Tomo III doble, pág. 183.
8 Torata, Conde de, Documentos para la Historia de la Guerra Separatista del Perú –
Traición de Olañeta, Tomo IV, Madrid, Impr. de la viuda de M. Minuesa de los Ríos,
1898, págs.152/153.
9 Por su parte, Fernando VII no bien estuvo de regreso en Madrid, el 19 de octubre de 1823,
confirmó a La Serna en el virreinato del Perú, aprobando todos los actos que realizara en
tal carácter con anterioridad. García Camba, Andrés, Ob. cit., pág. 213.
10 Carrillo, Joaquín, Jujuy provincia federal argentina. Apuntes de su historia civil (Con
muchos documentos), Buenos Aires, 1877, pág. 406.
11 Una exposición novedosa e inteligente sobre el liberalismo español y sus reales alcan-
ces y consecuencias en América, véase: Breña, Roderto, El primer liberalismo español
y la emancipación de América: tradición y reforma, México, El Colegio de México,
2002. http://shial.colmex.mx/SHI/RobertoBrenadic2002.pdf. Citado con autorización
del autor.
12 Era directamente o por medio de sus agentes el proveedor de tropas y surtidor general

95 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

a procurar títulos, honores y grados necesarios para asegurar sus lucrativos


emprendimientos. Se dice que su objetivo definitivo había estado en inde-
pendizarse del Perú primero13 y luego, según fuese su fortuna, del Río de la
Plata. En tales maquinaciones contó con la eficiente ayuda de su sobrino el
camaleónico, lúcido y prudente, doctor Casimiro Olañeta.14

Los laberintos hacia Ayacucho


La situación previa a la batalla de Ayacucho semejaba una comedia de
enredos. Olañeta privilegiaba en tan crítica situación el diálogo con Bolívar
por sobre sus camaradas realistas como el menor de dos males que aparecían
inmediatos: o triunfaba La Serna y recibía auxilios de España, con cuyas fuer-
zas operaría sobre Olañeta, dándole fin; o, en su caso, restándole apoyo de La
Serna y manteniendo el diálogo con Bolívar, le permitía alentar esperanzas de
alguna forma de solución que contemplase en alguna medida la satisfacción
de sus intereses.15
Por su parte, Bolívar se beneficiaba con la discordia realista y mantener a
Olañeta fuera del campo de La Serna le era una necesidad táctica. En cuanto a
La Serna, no pudiendo contar con el concurso de Olañeta, hubo de resignarse
a neutralizarlo entregandole el dominio del Alto Perú, solicitando su paz y
amistad a fuer de españoles ante el peligro cercano, suscribiéndose en tales
circunstancias el llamado convenio de Tarapaya16 entre el jefe del Ejército del
Sur, el general Jerónimo Valdés, a nombre de La Serna, y Olañeta; procurando
el primero, con desdoro de las atribuciones virreinales, contar con la asisten-

de los mercados internos. http://nuevodia.glradio.com/Versiones/20060806_006819/


nota_244_316976.htm 7/09/08 Valdés, Jerónimo, Exposición que dirige al Rey Don
Fernando VII el mariscal de campo…, Pàgs. 85/86.
Cfr. Carrillo, Joaquín, ob. cit., pág. 406.
13 Invocando el real decreto de fecha 1 de octubre de 1823 mediante el cual se abolía y
declaraba nulo lo actuado por el gobierno constitucional de España, Olañeta desconoció
la autoridad virreinal de La Serna y los cargos de Canterac y Valdés.
14 García Camba, Andrés, Ob. cit., T. II, pág 23.
15 Frías, Bernardo, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea
de la independencia argentina, Tomo V, Buenos Aires, 1973, págs 622/626. En nota 13
pág. 624.
16 Texto completo en Valdés, Jerónimo, Exposición que dirige al Rey Don Fernando
VII el mariscal de campo… sobre las causas que motivaron la pérdida del Perú,
Documentos justificativos, pág. 184, Número 44.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

cia, finalmente fallida, del segundo.17 Desde el punto de vista táctico, Sucre y
el Ejército Unido Libertador se vieron más que beneficiados en Ayacucho por
el hecho de que Olañeta estuviese aferrado en el Alto Perú. Por otra parte,
no menos significativo era el hecho de que las fuerzas de Valdés concurrie-
ron a los campos de Ayacucho muy menguadas por los encuentros sufridos
con Olañeta poco antes de la batalla.18 Los acontecimientos se precipitaron y
se sucedieron los enfrentamientos con diversos resultados para sus conten-
dientes19, que pusieron de manifiesto una increíble capacidad de maniobra y
desplazamiento de parte de quienes estaban. La respuesta de Olañeta a Valdés
del 20 de junio de 1824, es muy ilustrativa de tal estado de cosas.20
Las fuerzas de Valdés estaban compuestas por dos batallones del Gerona,
el 2º batallón del Imperial Alejandro, el 1er. Batallón del 1er. Regimiento de
Infantería, tres escuadrones de Granaderos de la Guardia, un escuadrón de
Granaderos de Cochabamba y dos piezas de artillería de montaña. Su direc-
ción de marcha: de Oruro a Potosí. Por su parte, Olañeta había distribuido sus
efectivos de la siguiente manera: él mismo, en Potosí; en Chuquisaca, el coro-
nel Marquiegui21 con su segundo el comandante Francisco Valdés, conocido
como “el Barbarucho”22, y, en Cochabamba, llegados desde Santa Cruz de la

17 García Camba, Andrés, Ob. cit., T. II, págs. 205/215. Valdés, Jerónimo, Ob. cit., en
Torata, Conde de, Documentos para la Historia de la Guerra Separatista del Perú,
Tomo I, Madrid, Impr. de la viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1898, págs. 61/86.
Torata, Conde de, Refutación que hace el mariscal de campo don Jerónimo Valdés del
manifiesto que el teniente general don Joaquín de la Pezuela imprimió e 1821 á su regreso
del Perú. La publica su hijo el … coronel retirado de Artillería. Madrid 1895 1ª Ed. Tomo
II. Apéndice Nº 4. Manifestación de la criminal conducta del general Olañeta hace a
S. M. el virrey del Perú don José de La Serna [original impreso en Cuzco, Imprenta del
Gobierno Año de 1824]. Pp.476/497.
18 Desencantado La Serna de Olañeta por sus incumplimientos a lo que se conviniera
en Tarapaya, intentó volverlo al orden mediante la providencia de fecha 4 de junio de
1824 mediante la cual se le ordenaba comparecer en el Cuzco en el perentorio término
de tres días para someterse a juicio conforme las ordenanzas o, en su caso, marchar a
España a tales efectos acompañado de quienes estimase pertinentes. García Camba,
Andrés, Ob. cit., Tomo II. págs. 225/206.
19 Torata, Conde de, ob. cit., T.IV, págs. 75-152/159-164/165-167.
20 Torrente, Mariano, Historia de la revolución Hispano-Americana, Tomo III, Madrid,
1830, págs. 463-464/473.
21 Cuñado de Olañeta.
22 Quien mandaba las fuerzas que en el año 21 dispararon sobre el general Güemes
ocasionándole su muerte.

97 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Sierra, los soldados de la división al mando del brigadier Aguilera. En total,


unos 4.000 efectivos.
Valdés tomo la iniciativa y maniobró dejando de lado el camino que lo lle-
vaba a Potosí, tomando el que iba hacia Chayanta. Este movimiento obligaba
a moverse a Olañeta de Potosí ante el peligro de ver cortadas sus líneas por
el centro y la libertad en que quedaba Valdés de poder batir separadamente
a su enemigo. En su retirada, Olañeta se alzó con las máquinas de la Casa de
Moneda y los fondos depositados en el banco de rescate. Entonces fue que
Carratalá tomó posesión de Potosí, al tiempo que Valdés hacía lo propio con
Chuquisaca. Inmediatamente, Valdés avanzó sobre su homónimo “el Barba-
rucho” que se encontraba en La Laguna. A Carratalá no le duró mucho el
contento, ya que una partida de caballería de Olañeta lo tomó prisionero y
lo remitió a Tarija. Durante este desplazamiento, se produjo el pase de los
Dragones de la Laguna (teniente coronel Rivas) al Ejército del Sur. Alcanzado
“el Barbarucho” en Tarabuquillo, se produjo el célebre incidente de la descar-
ga fallida de los granaderos sobre Valdés23. A continuación, se dio una de las
acciones más sangrientas de este enfrentamiento entre realistas, ya que desde
el medio día y durante toda la tarde, hasta llegado el anochecer, se empeñaron
en masacrarse los unos a los otros. Los primeros en cargar fueron los jinetes
de una de las compañías de caballería de Valdés, tras la cual, rápidamente, se
movieron las compañías de cazadores y granaderos de Gerona, obligando a
los del Barbarucho a retirarse, buscando la cima de un cerro próximo en pro-
tección. Según Torrente, esta acción se cobró entre 500 y 600 bajas de cada
uno de los contendientes, lamentando Valdés la pérdida de una parte sustan-
tiva de soldados europeos que constituían el nervio de sus fuerzas. Protegido
por la oscuridad de la noche, el Barbarucho se retiró sobre el río San Juan,
quedando cortadas sus comunicaciones con las tropas del brigadier Aguilera.

23 Torrente, Mariano, Ob. cit., T. III, págs. 465/466. A la vista de la retaguardia del
“Barbarucho”, Valdés se dirige acompañado por un ordenanza y dos ayudantes a
arengar a las tropas contrarias para persuadirlas a que desistan de su actitud. Ya
había conseguido que una compañía de infantería y 25 jinetes se sometieran al virrey,
cuando el “Barbarucho” ordenó a sus granaderos arcabucear al general adversario y sus
tres acompañantes. Pese a la inmediatez en que se encontraban los involucrados, las
víctimas fueron las de quedar muertos los caballos de Valdés y su ayudante; heridos los
caballos de los ordenanzas y uno de ellos, también. Valdés atribuye esto no a la mala
puntería de los granaderos, sino a su resistencia a ejecutar un acto de tal vileza.
García Camba, Andrés, Ob. cit., T. II, pág.231.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

Tarija se pronunció a favor de Valdés; el capitán Rivera se pasó a Valdés con


su destacamento de caballería y le volvió la alegría a Carratalá, quien se vio
libre y a cargo de la ciudad de los chapacos. Estos hechos obligaron a Olañeta
a retirarse sobre Llivillivi, en observación de Valdés, al tiempo que se liberaba
de toda impedimenta para operar con más libertad y celeridad. Ante la proxi-
midad de Valdés, prosiguió su retirada sobre Santa Victoria. Para mantener la
actividad y la energía, Valdés, a su vez, se desembarazó de heridos y equipajes,
a quienes remitió a Potosí al mando de Carratalá. Ambas fuerzas quedaron
a la vista en el Abra de Queta y, postergado el encuentro para posibilitar que
el descanso pusiese a los hombres de Valdés en posibilidad de dar batalla,
Olañeta, una vez más, dividió sus fuerzas y se retiró maniobrando de la si-
guiente manera: una columna bajo su directo mando se dirigió a Tarija; otra,
integrada principalmente por infantes, al mando del Barbarucho, se puso en
persecución de Carratalá con rumbo a Potosí; y la tercera, a las órdenes de
Marquiegui, emprendió su marcha hacia Jujuy con todos los equipajes de ma-
yor peso. El ardid de Olañeta desconcertó a Valdés, quien optó por perseguir
la columna de Marquiegui, por considerar que sería la principal, ya que sus
huellas eran las más trilladas. En cinco días estuvo en Santa Victoria, sobre
Marquiegui, a quién tomó su inmenso convoy, aprisionó a don Gaspar de
Olañeta (hermano del general) y al mismo Marquiegui (cuñado del general) y
demás jefes y oficiales. Por su parte, el Barbarucho alcanzó a Carratalá en la
posta de Salo apoderándose de todo cuanto éste transportaba y de Carratalá
mismo. El brigadier Aguilera, por su parte, había batido a las fuerzas de un
escuadrón de caballería de Valdés que tenía a su frente, pero el brigadier Vigil
logró preservar la infantería, marchando sobre Chuquisaca. En estas circuns-
tancias, quedaba Valdés en situación más que comprometida: con el Barba-
rucho a su retaguardia, falto de artillería, municiones y demás pertrechos,
cualquier otro comandante hubiera caído en la desazón. No era el caso de
don Jerónimo Valdés. Advertido del desplazamiento del victorioso Aguilera
desde Potosí hacia la fortificada Santiago de Cotagaita, comisionó al general
La Hera para cubrir sus movimientos afectando a tal efecto a 25 jinetes de los
Granaderos de la Guardia, dos compañías de cazadores del Gerona y del Im-
perial. Esta fuerza cumplió su cometido con eficiencia, no sin pagar tributo a
ello, ya que debió soportar un combate que le causó algunos muertos y varios
heridos entre los que se contó el propio La Hera, y ello, de alguna significa-
ción. Valdés flanqueó Cotagaita y, marchando por el Despoblado, cayó sobre
el camino real de Potosí. Así pues, el 6 de agosto ya se encontraba en La lava,

99 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

a tan sólo 9 leguas de Potosí. Allí se pordujo la segunda feroz batalla entre las
fuerzas de Valdés y Olañeta, sólo que en este caso la acción fue entre los dos
Valdés, Don Jerónimo y el Barbarucho. Fue un combate en el que no se ahorró
obstinación, furor ni sangre, en el que se desperdició valentía y esfuerzo hasta
la prodigalidad. Atacó el Barbarucho con una acción fingida sobre el ala de-
recha de Valdés, mientras se empeñaba real y personalmente sobre el centro
donde se situaba éste. Los dos campeones del ejército realista se ponían frente
a frente. Si el esfuerzo del Barbarucho hubiese sido cierto -y no fingido-, sobre
la derecha de Valdés, quizás hubiese evitado el oportuno auxilio que recibiera
el centro de Valdés de parte de las fuerzas de caballería que llegaron desde
la izquierda de los virreinales. De las fuerzas del Barbarucho, solamente se
salvaron 40 o 50 jinetes a uña de buenos caballos. Los demás, incluido el Bar-
barucho, quedaron prisioneros de Valdés quien, desobedeciendo la orden de
ejecutar a cuantos rebeldes cayesen en sus manos, mandó asistir a los heridos
como si fuesen propios.
Olañeta se situó en Tarija, sobre el río Cinti. Enterados los oficiales de éste
de la derrota de La Lava, ofrecieron entregar a Olañeta al brigadier Ferraz, a
quien Valdés dejara el mando de parte de sus fuerzas mientras él mismo ope-
raba sobre Aguilera. Ferraz no quiso asumir la decisión sin consultar a su jefe
y pasó la oportunidad.
Canterac fue vencido en Junín y La Serna pidió el urgente concurso del
Ejército del Sur. De resultas de estas circunstancias, se frustró el esfuerzo de
Valdés y quedó librado al arbitrio de Olañeta todo el Alto Perú. Se le ha re-
criminado ácidamente a La Serna haber distraído las fuerzas de Valdés en el
estéril enfrentamiento con Olañeta en lugar de haber concentrado su poder
sobre Bolívar, para luego operar sobre el insubordinado jefe del Alto Perú.24
Pero, sobre la historia que no fue, sólo cabe expresarse en subjuntivo.
Lo cierto de todo ello fue que Valdés concurrió a Ayacucho con sus fuerzas
disminuidas casi en un 50% y habiendo perdido la mayor parte de sus efecti-
vos europeos, que eran los de mayor calidad combativa, toda vez que la tropa
americana del Ejército real debía ser mantenida en cuadro o en columnas
durante las noches, para aminorar los terribles efectos de las deserciones.
El sol de América brillaba en Ayacucho el 8 de diciembre de 1824, para
iluminar la victoria de sus hijos conducidos por Sucre, sobre las fuerzas reuni-
das de los Ejércitos del Norte y del Sur, comandados en jefe por el mismísimo

24 Torrente, Mariano, Ob. cit., T.III, pág.473.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

virrey La Serna. Quedaba Olañeta en posesión del Alto Perú, con acceso al
Pacífico por Iquique, lo que le hacía alentar esperanzas de recibir apoyo y
refuerzos desde la península Ibérica.

El panorama desde el sur25


Al finalizar el año 1824, los realistas se mantenían en la fortaleza del Ca-
llao, en Chiloé y todo el Alto Perú.26 Desde el Desaguadero hasta Tarija y
desde el Atlántico a Santa Cruz de la Sierra, era Olañeta señor de horca y
cuchillo. Esta última situación afectaba directamente a las Provincias Uni-
das del Río de la Plata toda vez que, al menos nominalmente, aquel territorio
formaba parte de las provincias altas de lo que fuera el virreinato del Río de
la Plata y luego de su sucesora las Provincias Unidas. Salta, en particular no
dejaba de sentir el agravio de que Tarija, parte de la gobernación intendencia
de Salta del Tucumán, no estuviese en igual status de libertad que el resto de
las ciudades de su territorio. Debía, pues, efectuarse el último esfuerzo para
concluir la guerra de la independencia.
Antes de librarse las batallas de Junín (6 de agosto de 1824) y Ayacucho
(9 de diciembre de 1824), con fina visión estratégica, el general Las Heras, a
cargo del ejecutivo nacional, percibía la amenaza de tener un Alto Perú en
manos de Olañeta y un Perú con La Serna poderoso. El cambio de situación
política en Salta, al elegirse gobernador al respetado general Arenales para
reemplazar a Gorriti, vino en auxilio de los esfuerzos -esta vez combinados-,
de Buenos Aires y Salta para impulsar el último esfuerzo libertador. Esfuer-
zo al que se sumaría un contingente sanjuanino.27 El ministro de la Guerra,
general Francisco de la Cruz, comisionó a Gregorio Aráoz de la Madrid para

25 Frías, Bernardo, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea
de la independencia argentina, Tomo V, Buenos Aires, 1973, pág. 622/650.
Sierra, Vicente D, Historia de la Argentina, Tomo VII, cap. Séptimo, par. 8, págs.
439/442.
26 Torrente, Mariano, Ob. cit., Tomo III, pág. 509.
27 Una vez más, serían Buenos Aires, Salta y Cuyo quienes tuvieran a su cargo soportar
el peso de las luchas por la independencia de lo que luego sería la República Argentina.
La Nación tomó los aportes salteños como anticipos a buena cuenta Sierra, Vicente D.,
Ob. cit., Tomo VII, Cap. Séptimo, Par. 8, pág 435.
Cfr. Frías, Bernardo, Ob. cit., Tomo V, pág. 631. Correspondencia Oficial, 1825 Archivo
de Salta, citado en nota 21, pág.631.

101 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

colaborar con Arenales. Al llegar a Salta, se encontró con que ya había partido
el contingente avanzado salteño, y que en él iba, como segundo, el teniente
coronel José María Paz.28
Producida la victoria de Ayacucho, una de sus consecuencias fue que el
general Alvarado, prisionero en Puno, pasó a ser jefe de gobierno de la pro-
vincia. Inmediatamente Sucre puso a este destacado general de San Martín
al frente de la vanguardia con la que operaba sobre Olañeta. En su mérito,
Alvarado puso 500 hombres sobre el Puente del Inca en el Desaguadero y ha-
biendo solicitado refuerzos de Sucre, éste le envió dos batallones, con lo que
quedó formada la vanguardia del Ejército Libertador, por el norte.
Sucre, por sí mismo, y a través de Alvarado, trató de convencer a Olañeta
de la inutilidad de nuevos derramamientos de sangre, resultando infructuosas
todas las tratativas en tal sentido. De esta manera, entonces, comisionó a Al-
varado para que tratara con Arenales -de quien fuera camarada en el ejército
de San Martín-, para solicitarle que, como gobernador de Salta, se moviera
con cuanta fuerza le fuera posible, acometiendo a Olañeta desde el sur, en
tanto que él haría lo propio desde Puno con sus importantes fuerzas (se ha-
blaba de unos 10.000 hombres). De este modo, el jefe realista se vería amena-
zado por su frente y su retaguardia.29
Las fuerzas que partieron de Salta estaban compuestas por unos 1.400
efectivos de las tres armas al mando directo del coronel Francisco Bedoya.
Este contingente se vio engrosado prontamente por las fuerzas al mando del
general José M. Pérez de Urdininea, quien, desde luego por razones de rango,
tomó la jefatura de la fuerza y puso a su división a la vanguardia.30 Una vez
organizadas todas las fuerzas en campaña, se dio inicio a la misma el 25 de
marzo de 1825, marchando sobre el Perú el Ejército del Norte en su última
campaña al Alto Perú. Lo mandaba en Jefe el gobernador de Salta, general An-
tonio Álvarez de Arenales,31 por su segundo iba el teniente coronel José Ma-
ría Paz, la División San Juan al mando de su jefe el general Pérez de Urdininea,

28 Recordemos que había comenzado su carrera militar en el Ejército del Norte y


concluiría sus luchas en la guerra de la independencia también en el Ejército del Norte.
29 Frías, Bernardo, Ob. cit., Tomo V, pág. 628. Nota 15. Archivo de Salta. Mensaje de
Arenales a la Junta, 21 de febrero de 1825.
30 Urdininea había llevado a Salta en 1823 la División San Juan, de su mando, para llevar
cabo la frustrada campaña de apoyo a San Martín sobre los puertos Intermedios.
31 Quien a tales efectos delegó el mando en el jujeño Dr. Bustamante.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

los escuadrones de Salta y Jujuy se pusieron a las órdenes del coronel Toribio
Tedín (ex ministro de Güemes). El doctor Mariano Serrano (peruano como
Urdininea), tuvo a su cargo la secretaría de la expedición.32 El camino elegido
por Arenales para el desplazamiento fue el de la quebrada de Humahuaca.

Los acontecimientos se precipitan


La primera reacción de Olañeta luego de Ayacucho es procurar agregar
a sus fuerzas las del nuevo (autoproclamado) virrey don Pío Tristán (sí, el
derrotado en Tucumán y Salta), que se encontraba en Arequipa donde (según
Torrente33) sobraban armas, en tanto que a Olañeta le abundaban los desar-
mados. A tales efectos, despachó primero a su ayudante de campo, coronel
mayor don Ángel Hevia, para adelantarse sobre el Desaguadero con todas
las fuerzas que pudiere sacar de Potosí y Chichas, luego, hizo lo propio con
el coronel José María Valdés (sí, el “Barbarucho”), quien, con las fuerzas de
Cochabamba, debía ir sobre Puno y fijarse en ella con un batallón y un escua-
drón hasta hacer contacto con Tristán. Por su parte, Olañeta iría en persona
a La Paz, procurando levantar nuevos cuerpos para afrontar la campaña en
ciernes. Valdés quedó cerca de Puno y su capellán (el padre Archondo) fue
comisionado para convenir con Tristán las futuras operaciones. Todo ello re-
sultó frustrado y las desgracias no tardaron en sucederse. Sucre, por el norte,
el 6 de febrero cruzó el Desaguadero.

“El que avisa, no traiciona”


Los espíritus más avisados que rodeaban a Olañeta, también los más ap-
tos para la supervivencia, los darwinianos, fueron capaces de prever la falta de
viabilidad del régimen realista, y encontraron la manera de pasarse -y hasta de
hacer carrera, más adelante, con los independentistas. Tal fue el caso paradig-
mático del secretario del general Pedro Antonio de Olañeta, su propio sobrino,
el inolvidable Casimiro Olañeta, antes furibundo realista.34 La defección de éste
se produjo en ocasión de encontrarse de viaje a Iquique con 18.000 pesos para
comprar armas. Desvió su camino y salió al encuentro de Sucre. Ambos se en-
contraron en el Desaguadero, y juntos cabalgaron rumbo a la ciudad de La Paz
donde se emitió el decreto del 9 de febrero de 1825, que pedía a las provincias

32 Frías, Bernardo, Ob. cit., Tomo V, pág. 632.


33 Torrente, Mariano, Ob. cit., Tomo III, págs. 512/513.
34 http://nuevodia.glradio.com/Versiones/20060806_006819/nota_244_316976.htm
07/09/08.

103 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

altoperuanas que decidieran su destino. Mucho se ha escrito sobre la influencia


que pudo tener Olañeta sobre Sucre para que el decreto se emitiera de esta for-
ma; en todo caso, Sucre vio a través de él el deseo de autonomía que tenían los
altoperuanos,35 coincidentes con los del coronel Medinaceli.36
El 12 de febrero fue depuesto el brigadier Aguilera, de resultas de las su-
blevaciones en cadena: en Cochabamba, del 1er Batallón del Fernando VII
(coronel José Martínez); en Vallegrande, el 2do Batallón del Fernando VII. El
14 de febrero, Santa Cruz fue ocupada por el coronel José Manuel Mercado; el
teniente coronel Pedro Arraya, con los escuadrones “Santa Victoria” y “Drago-
nes Americanos” compuesto por “seiscientos hombres bien montados y con
sables hechos en Potosí”37, quienes, influidos por el coronel chileno Saturnino
Sánchez, se pronunciaron, en Cochabamba, en favor de la patria, tomó Cha-
yanta, disponiéndose a atacar a su ex jefe en el camino de Oruro. Como los
males nunca vienen solos, el 22 de febrero, en Chuquisaca, los “Dragones de
la Frontera”, cuyo jefe era el coronel Francisco López, se pronunciaron por los
independentistas.38

35 Gesbert, Teresa, Historia de Bolivia. http://www.ine.gov.bo/PDF/Anuario_2000/103.


pdf 07/09/08.
36 El coronel Carlos de Medinaceli, era natural de la provincia de Chichas (Intendencia de
Potosí, Alto Perú, Bolivia), había servido con lealtad en el ejército español. En marzo
de 1825, resolvió sustraerse de obediencia del jefe español y plegarse a la causa de la
independencia.
http://www.e-ciencia.com/recursos/enciclopedia/Batalla_del_Tumuslael Tumusla De
Wikipedia, la enciclopedia libre.
En sendas cartas a Olañeta y a sus superiores comunicó la decisión el 9 de enero de
1825. El emisario de las cartas fue Casimiro Olañeta, sobrino del otro Olañeta. La
batalla de Tumusla se realizó 3 meses después. Medinaceli, Víctor Hugo, A propósito
de la Batalla de Tumusla, Parte II.
http://www.eldiario.net/noticias/nt080525/6_03clt.php 07/09/08.
Cfr. En nota fechada en 29 de marzo de 1825, hizo saber su resolución al general Olañeta,
e inmediatamente reforzó el batallón Chichas que mandaba, con elementos que le
proporcionaron los patriotas de Cotagaita (Intendencia de Potosí), donde se efectuó la
defección. Obtenido de “http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_del_Tumusla”Categorías:
Independencia de Bolivia | Historia de la Formación del Estado Argentino | Batallas de
Bolivia. Categoría oculta: The Encyclopedia: Veracidad discutida.02/09/08.
37 O’Connor, en sus memorias. http://www.la-razon.com/versiones/20050806_005260/
nota_244_192211.htm 08/09/08. Existe una edición en la Biblioteca Ayacucho dirigida
por D Rufino Blanco Fombona. Editorial América. Sin fecha de edición. Madrid.
38 http://astrored.org/enciclopedia/wiki/Declaraci%C3%B3n_de_Independencia_de_
Bolivia

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

Para compensar en algo, encontrándose en Potosí, Olañeta recibió la in-


corporación a sus fuerzas del batallón “Unión,” que volvía desde Puno al man-
do de su jefe, el coronel José María Valdés. Allí se anotició de que el “general
insurgente” Arenales se movía desde Salta en dirección a Chichas, y de que,
por su parte, Sucre se encontraba ya con su ejército en Oruro.39

Despliegue de Olañeta
La línea del ejército de Olañeta, que, según fuentes realistas, llegaba a
unos 2.500 hombres,40 se formaba apoyado en Cotagaita. Allí se encontraba
al mando el coronel Carlos Medinaceli Lizarazu formando con el Batallón
Chichas, a quienes se sumaban los voluntarios que engrosaron dicha unidad
y la de “Cazadores Chuquisaca”. Valdez con el batallón Unión; Olañeta, con el
grueso de las fuerzas.
El avance del Ejército Libertador desde el norte, prosiguió implacablemen-
te. El 29 de marzo, Sucre ya se encontraba en Potosí. El 29 de marzo, fecha
nefasta para Olañeta, Medinaceli le escribió a su jefe, informándolo de su de-
fección. En el acto su batallón de Chichas fue engrosado con efectivos patrio-
tas de Cotagaita, (el mismo lugar donde tuviera lugar el primer combate del
Ejército Auxiliar del Perú el 27 de octubre de 1810). A ellos se habrían sumado
500 tarijeños que respondían al caudillo “Moto” Méndez.41
En vista de tan graves acontecimientos, Olañeta llamó a consejo de gue-
rra y, por mayoría de votos,42 se resolvió retirarse sobre Chichas y jugarse
a todo o nada antes que capitular con los disidentes. Antes de las 24 horas,
Olañeta se anotició de que Urdininea, de la división Arenales, se hallaba ya a
la entrada de Tupiza y destacaba a su primer ayudante, nuestro ya conocido
Ángel Hevia, para batir las fuerzas contrarias, operando en combinación con
el coronel Medinaceli, quien disponía de dos escuadrones y un batallón en

39 Torrente, Mariano, Historia de la revolución, T.III, pág. 513.


40 El ex jefe de Estado Mayor Realista, Francisco del Valle, en una carta enviada el 25
de febrero de 1825, comunicó a Sucre acerca de las fuerzas y el plan de campaña
del general Olañeta. Numéricamente, dichas fuerzas estaban constituidas por 1.360
infantes, 30 artilleros y 360 de caballería. Especiales / 6 de Agosto http://www.la-razon.
com/versiones/20050806_005260/nota_244_192211.htm 8-09-08.
41 José Eustaquio Méndez luchó en Tarija encabezando a los montoneros. La Indepen-
dencia [de Bolivia} se consiguió con héroes y “dos caras” http://nuevodia.glradio.com/
Versiones/20060806_006819/nota_244_316976.htm 7/09/08.
42 Torrente, Mariano, Historia de la revolución, T.III, pág. 514.

105 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Cotagaita. Encontrándose Hevia próximo a Cotagaita, tomó conocimiento de


la defección de Medinaceli, quien permanecía en observación en Tumusla.
Hevia, por su parte, se había retirado a Vitiche, según órdenes recibidas, y
desde allí, avanzó sobre Tumusla,43 en procura de someter a Medinaceli. Al
mismo tiempo, y a iguales efectos, Olañeta retrocedió desde Cotagaita hasta
Tumusla. Sus fuerzas eran 700 hombres.

La suerte, echada
El 1º de abril de 1825 los ejércitos de Medinaceli y de Olañeta estaban a
la vista. Al norte de ellos, se encuentra Sucre a menos de 10 leguas; al sur,
Arenales cerrando camino y convergiendo sobre Olañeta. Había llegado el
tiempo de honrar su decisión expresada en la junta de guerra: ¡a vencer o
morir! La mañana dio tiempo a los preparativos y jactancias previas a todo
combate de la época. Medinaceli arengó a sus soldados en estos términos:
“¡Jefes, Oficiales y Soldados! ¡Valerosos Chicheños, Tarijeños y Compa-
triotas! Por la libertad y la autonomía de la Patria, enfrentemos decididos
a la División enemiga que avistamos ya. De vuestro empuje, denuedo y
valor de esta tarde, del primer día de abril, de jueves Santo, dependerá
la gran victoria o la derrota definitiva de nuestro Regimiento y Batallón
‘Cazadores’ y ‘Chichas’. Cortemos a la vez la traidora contramarcha del
Batallón “Unión” del coronel Manuel Valdés, alias Barbarucho. ¡Adelan-
te Camaradas! Y los enemigos que aparecen al norte y con ellos los del
Sud, desaparecerán como las sombras con el día! / ¡Viva la Patria y viva
la Libertad! / Campo de Tumusla, Abril 1 de 1825. / (Fdo.). Cnl. Carlos
Medinaceli”.44

43 Tumusla es la capital del cantón del mismo nombre y está ubicada a 15 minutos
sobre el camino real a Cotagaita, que es la capital de provincia. Tumusla tiene el río
del mismo nombre que en época de lluvias es de gran magnitud, es afluente de la
Cuenca del Plata. A la vera de este río y con la ayuda de los cerros aledaños (desde los
cuales se divisaba la llegada de Olañeta, desde Vitichi, como también se divisaba la
retaguardia donde estaba ubicado Valdés, el Barbarucho), se efectuó “La Gran Batalla
de Tumusla” (sic) Medinaceli, Víctor Hugo, Batalla de Tumusla: 1 de Abril de 1825,
Día de la Independencia de Bolivia http://www.eldiario.net/noticias/nt080330/6_01clt.
php.07/09/08.
44 Medinaceli, Víctor Hugo, Batalla de Tumusla: 1 de Abril de 1825, Día de la Independencia
de Bolivia http://www.eldiario.net/noticias/nt080330/6_01clt.php. 07/09/08.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

Las fuerzas en presencia en el campo de Tumusla se componían de:


-Ejército realista: 1.732 efectivos -entre jefes, oficiales y soldados- y seis
piezas de artillería45: el general Pedro Antonio Olañeta con sus regimientos
“Fernando VII” y “Real”, y el coronel M. Valdés, alias Barbarucho, con su ba-
tallón “Unión”, rendido luego de la batalla de Tumusla en Chequelti ante las
fuerzas patriotas.
-Ejército patriota: 1.326 efectivos -entre jefes, oficiales y soldados-, sin
artillería: el coronel Carlos Medinaceli Lizarazu con sus regimientos “Caza-
dores” y “Chichas”46; y el coronel Eustaquio Méndez, famoso guerrillero tari-
jeño que se unió con 500 soldados al Ejército patriota.47

Despliegue
El ejército patriota se posesionó en la ribera Sur del río de Tumusla. Esta
posición se tomó en el convencimiento de que el ejército realista no podría
cruzar sus aguas. A eso de las tres de la tarde, dio comienzo la acción, un típi-
co encuentro encarnizado de larga duración, ya que la lucha se extendió hasta
las siete, según se verá en el parte. Fueron cuatro horas de entusiasta matanza,
como suele presentarse en las luchas entre ex camaradas. Los detalles del rea-
to varían entre quienes hacen morir a Olañeta en el campo de batalla, quienes
sostienen que murió al día siguiente de resultas de la herida producida por la
bala de un fusil, y otros que relatan que fue víctima de una insubordinación de
su propia tropa. Esto para no volver sobre la versión del marido despechado.
Lo cierto es que el general don Pedro Antonio de Olañeta, como diría Borges,
“encontró en Tumusla su destino latinoamericano” a los pies de la colina de
San Carlos, ribera norte del río Tumusla. Si tal cosa aconteció, nos muestra
que el empuje de Olañeta no fue menor, ya que habría logrado cruzar el río
que para Medinaceli se trataba de un obstáculo de importancia. Al concluir
la acción, quedó un saldo de 150 muertos por parte del ejército patriota, con

45 Las batallas rodearon el Alto Perú Las fuerzas patriotas de Bolívar y Sucre no pelearon
nunca en lo que hoy es Bolivia. La batalla de Tumusla sería la respuesta. http://
nuevodia.glradio.com/Versiones/20060806_006819/nota_244_316975.htm07/09/08.
46 “Chichas”, llamado más tarde “Regimiento de la victoria y libertad del Alto Perú”.
47 Medinaceli Denus, René, Ob. Cit. También llegaron 800 hombres de Tupiza,
hijos de tierra chicheña. Batalla de Tumusla http://www.opinion.com.bo/Portal.
html?CodNot=23111&CodSec=15 lunes, 08 de Septiembre de 2008. Cochabamba -
11:53:52 Horas Visitante :34338939.

107 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

más una decena de heridos entre jefes y oficiales.48 Se desconocen las ba-
jas del enemigo, sin embargo, cayó muerto su comandante y último general
realista, Pedro Antonio Olañeta.49 Se tomaron 200 prisioneros, 20 oficiales,
bagajes, municiones, y la posesión de todo el parque de guerra de Olañeta.
El Barbarucho Valdés logró retirarse con su batallón “Unión” solamente para
postergar agonías, ya que tuvo que rendirse a Urdininea, como se dijo. En el
parte recibido, decía lacónicamente: “Fuimos 26 Jefes y Oficiales con 1.300
clases y soldados, los vencedores en la Batalla de Tumusla, efectuada frente al
río Tumusla y sobre el camino real y adyacencias del cerro, la tarde del Jueves
Santo [el 1º de abril de 1825, de las 3 de la tarde a las 7 de la noche”.
Julio Ortiz Linares, el más completo historiador de Medinaceli y Tumusla,50
señala que concluida la batalla de Tumusla, se generó una activa correspon-
dencia entre Medinaceli y Sucre, de la que se destacó carta formulada en estos
términos: “... Después de haber logrado la victoria, me propusieron capitula-
ción, a la cual la humanidad me ha exigido condescender, en virtud del llanto
y la sumisión con la que me lo expusieron, me hizo aceptar a ella. De lo cual y
todo lo acontecido esta feliz tarde y noche para la nueva patria (...) La batalla
se decidió de las tres de la tarde a las siete de la noche. Y en el momento de un
pequeño desahogo enviaré a V.E. el parte individual con detalles. Al concluir
ésta, he tenido de que el Gral. P. A. Olañeta acaba de expirar. Saludos a Vd.”.
Por su parte, Bolívar escribía a Medinaceli: “Abril 18 de 1825 (Perú): /
Señor Coronel Carlos Medinaceli: Últimamente escribí una nota especial al
Gral. Sucre, manifestando mis parabienes por la actitud de Ud. con respecto a
la lección vigorosa y campal que dio usted al último de los generales españoles

48 Desde luego, como ya se dijera tantas veces, resulta muy dif ícil hacer coincidir la
verdad formal con la verdad real en lo referente a pérdidas propias y ajenas cuando
de combates se trata ya que aún los partes oficiales no siempre suelen ser veraces
ya porque se exageran datos en más o en menos, según convenga; o, en su caso, se
redactan con fines políticos o pensando en cómo se escribirá luego la historia. De
todos modos resultará ilustrativo transcribir datos de alguna precisión formulados
por fuentes bolivianas: 156 muertos y 270 heridos Medinaceli Denus, René, Batalla de
Tumusla.
http://www.opinion.com.bo/Portal.html?CodNot=23111&CodSec=15 lunes, 08 de
Septiembre de 2008. Cochabamba - 11:53:52 Horas Visitante: 34338939.
49 Fuentes bolivianas precisan las bajas realistas en 509 muertos, incluido Olañeta y 734
heridos. http://nuevodia.glradio.com/Versiones/20060806_006819/nota_244_316975.
htm 05/09/08.
50 www.bolivia.com/Noticias/AutoNoticias/DetalleNoticia31346.asp - 49k - 05/09/08.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

que servían de estorbo en nuestra campaña emancipadora. Tumusla debe ser


para Ud. de hoy en adelante, la más alta condecoración moral en su carrera
militar; no tema Ud. que la Historia y el tiempo señalen la acción de Ud. como
se pretende mal, una defección absurda. Por el contrario, para mí Tumusla ha
sido una brillante demostración de la estrategia política y guerrera desarro-
llada por Ud. y de definitivos resultados para nuestro Ejército Libertador. /
Estrecho a usted la mano, repitiendo mis más caras felicitaciones. Bolívar”.51
El propio mariscal Sucre se dirigía a Medinaceli en estos términos: “Abril 18
de 1825 (Potosí) / Sr. Coronel Carlos Medinaceli (Cotagaita): Vayan a Ud. mis
líneas para hacerme partícipe de la verdadera expresión de estímulo que S. E. el
Libertador (Bolívar) le ha conferido por la brillante actuación de Ud. en la Batalla
de Tumusla; cuando recibí el parte de ella, redactado por Ud. no pude menos
que enaltecer el temple militar y espíritu patriótico de usted augurando el des-
tino glorioso de nuestras armas y diciéndoles a todos los que me rodeaban en
aquel instante: Medinaceli es el más perfecto equivalente del soldado cívico, su
penetración militar bosqueja los resultados que habrían sido adversos para estas
provincias, sino resisten por sí solos ante el embate de los últimos dominadores
de esta América”. / Esto repito a Ud. en esta mía, para que vea en cuánto valora
Sucre las acciones resueltas y ejemplares que toca a sus contemporáneos, y más
aún a las generaciones posteriores, como timbre de honor que éstas serán las lla-
madas a reforzar la creación de la nueva patria. Con Tumusla Ud. y sus familiares
descendientes, han ganado todos los honores y laureles que su propia tierra se los
dará y con razón suma de veras agradecida. / Soy de Ud. / José Antonio de Sucre”.
La división del sur al mando del gobernador de Salta, general Antonio Ál-
varez de Arenales, de acuerdo con instrucciones del gobierno argentino, llegó
hasta Potosí y Chuquisaca, desde donde emprendió el regreso a sus cuarteles
de guarnición el 30 de agosto de 1825.52
Con Olañeta moría la última amenaza realista en las Provincias Unidas del
Río de la Plata y de resultas de la misma se pudo reunir la Asamblea Consti-
tuyente convocada por el mariscal de Ayacucho. Las provincias del Alto Perú
tenían que decidir si quedarían anexados al Perú como lo decidiera el virrey
Abascal desde los movimientos del año 1809; si se incorporarían a las Pro-

51 http://nuevodia.glradio.com/Versiones/20060806_006819/nota_244_316975.htm.
05/09/08
52 http://es.metapedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Ildefonso_Alvarez_de_Arenales.
02/09/08

109 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

vincias Unidas del Río de La Plata a las que, en derecho, pertenecían, y a las
que los diputados del Alto Perú habían brindado su protagónica participación
en la declaración de independencia del año 1816; o si, por el contrario, se
declararían independientes del Perú, del Río de la Plata y de cualquier otra
potencia. En definitiva, el Congreso decidió constituir la República de Bolivia.
Por su parte, no puede soslayarse el hecho de que el Congreso General Cons-
tituyente de Buenos Aires, por decreto de 9 de mayo de 1825, declaró que
“aunque las cuatro provincias del Alto Perú, han pertenecido siempre a este
Estado, es la voluntad del congreso general constituyente, que ellas queden en
plena libertad para disponer de su suerte, según crean convenir a sus intereses
y a su felicidad”, despejando el camino a la independencia altoperuana.53 El
diputado José Mariano Serrano, con una envidiable economía de lenguaje,
expresó en el acta de la independencia de Bolivia redactada en el Congreso
del que fuera presidente: “El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el conti-
nente de América, el ara donde vertió la primera sangre de los libres y la tierra
donde existe la tumba del último de los tiranos”.54

Bibliograf ía
Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas de los sujetos que han sido gobernadores y
virreyes de las provincias del Río de la Plata; como de los señores alcaldes ordina-
rios de 1º y 2º voto, y síndicos procuradores del ilustrísimo Cabildo de Buenos Ayres
desde el año de 1717 hasta este de 1789, en que saqué esta copia de un manuscrito
original que me prestó un amigo; y yo Juan Manuel Beruti, lo sigue desde este pre-
sente año de 1790, aumentándole otras noticias más que ocurra, dignas de notarse,
Buenos Aires, Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo, Tomo IV (de XIX), 1960.
Carrillo, Joaquín, Jujuy provincia federal argentina. Apuntes de su historia civil (Con
muchos documentos), Buenos Aires, 1877.
Frías, Bernardo, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea
de la independencia argentina, Tomo V, Buenos Aires, 1973.
García Camba, Andrés, Memorias del General García Camba para la historia de las
armas españolas en el Perú 1822-1825, Tomos I y II y último, Madrid, Colección
Ayacucho dirigida por Rufino Blanco Fombona, sin fecha de edición ni colofón.
Leguizamón, Juan Martín, “Límites con Bolivia”, artículos publicados en “La Demo-
cracia” de Salta / por /D… -Jurisdicción histórica de Salta sobre Tarija por D.
Casiano J. Goytia / Y / Apuntes Históricos / de la / Provincia de Salta / en la época
del coloniaje / por / D. Mariano Zorreguieta. / Publicación ordenada por el Exmo.
Gobierno. Salta. 1872. Imprenta Argentina. 1872. Salta.

53 Sierra, Vicente D., Historia de la Argentina, T.VII, pág. 434.


54 http://www.eldiario.net/noticias/nt080525/6_03clt.php 04/09/08.

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Medinaceli y la Batalla de Tumusla

Miller, John, Memorias, Tomo I, II y último, Madrid, Editorial América.


Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín y de la emancipación Sud-Americana,
Tomo V, Buenos Aires, W. M. Jackson Inc. Editores, 1950.
Sánchez de Velasco, Manuel, Memorias para la historia de Bolivia, Sucre, 1938.
Sierra, Vicente D., Historia de la Argentina, T. VII, Buenos Aires, Científica Argenti-
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Torata, Conde de, Documentos para la Historia de la Guerra Separatista del Perú – Trai-
ción de Olañeta, Tomo IV, Madrid, Impr. de la viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1898.
Torrente, Mariano, Historia de la Revolución Hispano-Americana, Tomos I, II y III,
Madrid, 1830.
Valdés, Jerónimo, “Exposición que dirige al Rey D. Fernando VII el mariscal de cam-
po…sobre las causas que motivaron la pérdida del Perú desde Vitoria á 12 de Julio
de 1827”, en Torata, Conde de, Documentos para la Historia de la Guerra Separa-
tista del Perú, Tomo I, Madrid, Impr. de la viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1898.
“El Diario” de La Paz, Bolivia, edición del 25 de mayo de 2008.

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Breña, Roberto. El primer liberalismo español y la emancipación de América: tra-
dición y reforma. El Colegio de México. Presentado en el Seminario de Historia
Intelectual. El Colegio de México. Diciembre de 2002
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elpotosi.net/2006/0309/n_p__10.html 21/09/08.
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http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/acadLetArg/
01349442022137388866802/p0000002.htm#I_3_ 21/09/08.
http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/suipacha.htm. 12/09/08.
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La Táctica en las Batallas de la Historia

http://www.e-ciencia.com/recursos/enciclopedia/Batalla_del_Tumuslael Tumusla
De Wikipedia, la enciclopedia libre 01/09/08.
http://www.opinion.com.bo/Portal.html?CodNot=23111&CodSec=15 08 de Sep-
tiembre de 2008 De Wikipedia, la enciclopedia libre. 08/09/08.
http://www.eldiario.net/noticias/nt080525/6_03clt.php 04/09/08.
http://shial.colmex.mx/SHI/RobertoBrenadic2002.pdf. Citado con autorización del
autor. 17/09/08.
http://elnuevodia.com/Versiones/20060806_006819/nota_244_316976.htm 7/09/08
01-22/09/08 En el diario “ El Nuevo Día” de Santa Cruz, Bolivia, se encuentran
los siguientes artículos relacionado con la batalla de Tumusla: 8 de junio de 2007:
Lofstrom Masterson, William La presidencia de Sucre rompió el pasado colonial;
http://elnuevodia.info/versiones/20070806_007179/nota_244_462809.htm Sin
firma: “La independencia se consiguió con héroes y “dos caras” http://elnuevodia.
info/versiones/20060806_006819/nota_244_316976.htm y Sin firma: “Las bata-
llas rodearon el Alto Perú” http://elnuevodia.info/versiones/ 20060806_006819/
nota_244_316975.htm

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MITRE Y
LA BATALLA DE CURUPAYTÍ
Jorge Osvaldo Sillone
Teniente Coronel (R) del Ejército Argentino. Magíster en Historia de la Guerra, licen-
ciado en Estrategia y Organización, licenciado en Administración y Gestión de la Edu-
cación, y profesor en Historia. Actualmente se desempeña en la Escuela Superior de
Guerra como profesor de Historia Militar Contemporánea y de Historia de la Guerra
en los cursos de grado y post grado. Es investigador principal de las Guerras del siglo
XX en la Comisión de Estudio e Investigación de Historia. Autor de trabajos relacio-
nados con la Historia y el Campo de la Defensa publicados en el país y en el exterior.
Mitre y la Batalla de Curupaytí1
Mg Jorge Osvaldo Sillone

E ntre los años 1865 y 1870 se desarrolló la denominada “Guerra de la Triple


Alianza”, conflicto que enfrentó a Paraguay contra el Brasil, la Argentina
y Uruguay. Las acciones militares2 se destacaron por haberse desarrollado en
un teatro de operaciones muy dif ícil, con condiciones de alto riesgo para las
personas, debido a la rigurosidad del clima subtropical, los bañados, enfer-
medades que diezmaban las filas de los ejércitos y, en particular, las limitacio-
nes que el terreno imponían a las operaciones. Sin embargo, hasta antes de
Curupaytí, las acciones desarrolladas habían sido exitosas, esperándose una
llegada pronta hacia Asunción y, de esa manera, poner fin al conflicto (ilus. 1).
Al concebir este trabajo como homenaje a todos los caídos en la Guerra
del Paraguay, se seleccionó en especial este combate, con la particularidad de
recrear el mismo inicialmente con los relatos que son mayormente conocidos
y, en una segunda parte, con fuentes documentales más cercanas a los hechos,
tratando de reflejar situaciones que demuestran la forma en que el soldado
dio todo en cumplimiento del deber, luchando contra limitaciones cotidianas
y en un contexto de incertidumbre permanente.
Completamos la presentación de esta batalla con una tercera parte, donde
se mencionan algunas situaciones internacionales que vivía nuestro país en
los tiempos de Curupaytí en referencia a las relaciones que generaba la guerra.
Vaya, pues, nuestro sentido homenaje al sacrificio diario que realizaron
esos hombres en el marco del Ejército Argentino, como ejemplo del pasado
para las generaciones que les sucedieron y las que vendrán.

1 La denominación de Curupaytí es actualizada. En documentos antiguos se menciona


Curupay ti
2 Beverína, Juan, La Guerra del Paraguay, Tomo II: Las Operaciones, Buenos. Aires, Es-
tablecimiento Gráfico Ferrari Hnos, 1921; y en Beverina, Juan, La guerra del Paraguay:
1865-1870, resumen histórico, Buenos Aires, Círculo Militar, 1973, Vols. 652-653.

115 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Ilustración 1.

| 116
Mitre y la Batalla de Curupaytí

Parte I

Los combates realizados en el Sauce (16 Julio de 1866) y en Curuzú (03


septiembre de 1866), que significaron un amplio triunfo para las tropas de
la Alianza, generaron una situación de desconcierto en las filas paraguayas y
motivaron a Solano López a entrever la posibilidad de un acuerdo que pusiera
fin a la guerra. Con ese propósito, generó una reunión con las autoridades de
la Alianza en Yatay ti Corá.
Después de la conferencia de paz infructuosa realizada entre el mariscal
Solano López y el General Mitre, el ejército paraguayo se fortificó en el Fuerte
de Curupay ti, actual departamento de Ñeembucú, Paraguay, ubicado en la
zona conocida como El Cuadrilátero, esperando la ofensiva enemiga y ge-
nerando en ese lugar una capacidad defensiva sin precedentes en la guerra
que estaba en desarrollo. Las fuerzas de la Alianza habían detectado la gran
fortaleza de las defensas paraguayas, aunque no en su total magnitud. Las
fortificaciones paraguayas contaban con obstáculos reforzados por artillería
emplazada en el lugar.
El problema de cómo reducir la potencia de fuego enemiga fue confiado al
almirante Tamandaré. Desde el apostadero de Curuzú hacia Curupaytí, avan-
zaron cinco acorazados, dos buques bombarderos, tres chatas bombarderas
y seis cañoneras.

“Amanhá descangalharé tudo isto en duas horas”3


A las 0700 hs. del 22 de septiembre de 1866 la escuadra aliada bombar-
deó la posición enemiga hasta el mediodía. El almirante comunicó, por señas
convenidas a las fuerzas terrestres, que su misión estaba cumplida, habiendo
concentrado su fuego naval sobre las posiciones terrestres, y concentrándose
a partir de ese momento sobre las baterías paraguayas fluviales.
Debe mencionarse que el ataque a Curupaytí se había demorado por una to-
rrencial lluvia de varios días que dejó el terreno convertido en un pantano. Esta
situación meteorológica aumentó las condiciones favorables para los defensores
en su posición, ya que el terreno inmediatamente a su frente era casi imposible de
transitar a pie, ofreciendo graves dificultades a la infantería aliada.

3 Thompsom, Jorge, La guerra del Paraguay, Buenos Aires, Impr. Americana, 1869.

117 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Confiar en que la misión de fuego había sido eficaz era natural para esa épo-
ca donde las comunicaciones y las verificaciones de la información en tiempo
real eran extremadamente difíciles rayando en lo imposible. Por lo tanto, la
infantería marchó a conquistar las posiciones paraguayas, confiando en que las
capacidades de combate iniciales de estas habían disminuido sensiblemente.
Bajo el mando directo de los generales Paunero y Emilio Mitre, 9000 ar-
gentinos y 400 uruguayos se lanzaron al ataque. Otros 10.000 brasileños, con-
ducidos por el general Manuel Marques de Souza, barón de Porto Alegre,
hacían lo propio. Eran, en total, 28 cuerpos, a los que se sumaron posterior-
mente otros 15 batallones argentinos y 9 cuerpos brasileños que quedaron
formando la reserva y que más tarde tomaron parte del asalto. En total, eran
20.000 aliados. En Curupaytí los esperaban 5.000 soldados paraguayos con 49
piezas de artillería comandados por el General José Eduvigis Díaz.
La acción de la defensa paraguaya fue heroica ante el avance de la infan-
tería aliada, con la masa de sus efectivos provenientes de Buenos Aires. El
concepto de la maniobra efectuada no fue original de Mitre, ya que éste favo-
recía en los planes la concepción de atacar por la retaguardia de las posiciones
enemigas. Sobre este tema volveremos en la Parte II.
Los defensores actuaron con una barrera de fuego que, prácticamente, arrasó
a los iniciales efectivos que intentaron asaltar la posición. El terreno dominante
de la defensa había preparado corredores de fuego, aprovechando las caracterís-
ticas del terreno, por lo que la infantería aliada no disponía de ningún margen de
maniobra, y estaba a merced del fuego enemigo en forma constante.
Las dos columnas centrales se sostuvieron un mayor tiempo combatiendo
de frente a la posición, sin poder alcanzar los objetivos deseados. Allí, sobre el
campo de combate, se comprobó que el fuego realizado por la escuadra había
resultado ineficaz, al pasar sus cohetes por encima de las posiciones paragua-
yas y no afectarlas. El honor y la bravura eran insuficientes ante la posición
fuertemente defendida por los paraguayos en Curupaytí. Toda la ofensiva fue
rechazada, realizándose una retirada. La masa de los efectivos alcanzó la lo-
calidad de Curuzú a las 1700 hs (ilus. 2).
Con posterioridad a esta acción militar, las operaciones quedaron parali-
zadas casi por catorce meses. La única actividad militar era desarrollada por
la escuadra que bombardeaba con fuego de hostigamiento a las posiciones
paraguayas y les impedía un repliegue medianamente ordenado. En esta apre-
tada síntesis y con los mapas que nos sirven de guía, hemos recreado el relato

| 118
Mitre y la Batalla de Curupaytí

histórico de una de las acciones militares que más llenan de gloria a la Infan-
tería argentina, por ser ella el ejemplo del coraje, la abnegación, la entrega, la
subordinación; cualidades todas que describen las características del soldado
argentino a través de las distintas épocas.

Ilustración 2.

119 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Parte II

En el marco de la reubicación de la Escuela Superior de Guerra a mediados


de mayo de 2010, y antes de que los libros fueran trasladados a otro destino
de “hibernación” hasta que se ubicasen nuevamente en la Biblioteca, pudimos
encontrar, sobre la temática que nos interesa, unos fascículos denominados
Álbum de la Guerra del Paraguay, en dos Tomos encuadernados (ilus. 3). En
los mismos existen relatos y artículos literarios relacionados con Curupaytí
que describen en detalle las situaciones previas, el desarrollo y las consecuen-
cias de esta acción militar.
Un relato previo a la Batalla nos describe el sentimiento generalizado de
confianza en el triunfo que sobrevendría:
“Cuento de Campamento”: “Después de la toma de Curuzú por las tro-
pas del barón de Porto Alegre, y al día siguiente de la conferencia entre el
general Mitre y el mariscal López en el pequeño bosquecillo de palmeras de
Yataity – Corá, habíamos descendido hasta la desmantelada batería de Ita-
pirú, para subir el río Paraguay y acampar a dos tiros de cañón de la fortale-
za de Curupay ti, sobre la margen izquierda de aquel río. Aunque llegamos
en la noche del 12 de setiembre, tomamos tierra recién el 13, fecha que no
dejó de alarmar a algunos espíritus supersticiosos. Nueve días de trabajos
constantes y pesados en construir faginas (gaviones) y escalas en el bosque
inmediato, del otro lado del río, habían agotado nuestras fuerzas, y si bien la
esperanza de un pronto desenlace de la cruel guerra que sosteníamos, nos
alentaba para tentar el último sacrificio, empezábamos a echar de menos el
reposo enervante del campamento de Tuyúty. Nadie pensaba en el sacrificio
individual en aquella solemne hora histórica. Diríase que cada uno se creía
parte integrante, muelle, resorte, pieza del gran todo que era el ejército,
única entidad que se tenía en cuenta y por cuyo honor se iba a luchar. Por
otra parte, nuestras armas aún no habían sufrido un solo revés y frente a las
trincheras que López acababa de construir teníamos escalonadas nuestras
tropas de élite…”.4

4 Anónimo, “Cuento de Campamento”, en Soto, José C., Álbum de la Guerra del Para-
guay, Tomo 1, 1894, pág. 176.

| 120
Mitre y la Batalla de Curupaytí

Ilustración 3.

¡CURUPAYTI!
CURUPAYTI!... Curupayti imponente
Ha puesto en batería sus cañones,
Y un batallón Y muchos batallones
Al asalto se lanzan fieramente.
Ya silba la metralla… ya valiente
Sucumbe una legión y otras legiones
Marchan a colocar en los bastiones
La escala que el cañón troncha rugiente.
¡No se puede tomar!... y en los confines
Se oye sonar el son de “retirada”
Que repiten con fuerza los clarines.
No se pudo vencer en la jornada…
Pero la alianza coronó sus fines
Y la que fue intomable, fue tomada!

B. V. CHARRAS

121 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Relatos sobre las acciones en Curupaytí se encuentran en las biograf ías de


las personas que estas publicaciones mostraron a sus contemporáneos para
homenajear a los mismos, quejándose de la falta de la demora que la sociedad
tenía en reconocer el sacrificio de estas personas que habían combatido por
la patria, en cumplimiento de las leyes existentes.5
El director y redactor de esta publicación realizó un editorial6 dedicado a
Curupaytí en el cual refleja con sentido histórico crítico y agudos comenta-
rios, su visión de ese día: “Cuando amaneció el 22 de setiembre se observaba
en todas las divisiones del ejército esa actividad silenciosa y ese orden im-
paciente de los grandes movimientos. Por una especie de convención tácita,
cuyo origen se ignoraba, se repetía como una palabra de orden en la boca de
cada soldado y después de cambiar el primer saludo, esta frase criolla ‘¡Hoy es
preciso morir o saltar la zanja!’ Nadie soñaba con los abatís. Tampoco nadie
sabía lo que eran. Con excepción de algunos jefes y oficiales cuya instrucción
era bastante distinguida, pero cuyo número era muy limitado entonces, el
resto del ejército no había oído jamás pronunciar semejante nombre”.
Muchas y muy contradictorias son las versiones de testigos presenciales
sobre la hora en que se dio el asalto. Según una versión brasilera, éste empezó
a las 7 de la mañana; si se refiere al movimiento iniciado por la escuadra como
parte concurrente, puede en cierto modo, tener razón. Otra versión, argenti-
na esta, designa las 9 de la mañana como horario de comienzo de las acciones.
Según Thompson7, el cronista paraguayo, “a las 12 del día los aliados llevaron
el ataque en cuatro columnas, una se dirigió sobre la izquierda paraguaya, dos
sobre el centro y la cuarta sobre la derecha, a lo largo del río”.
No es posible saber con certeza cuántas horas de reñido combate -a cin-
cuenta pasos del parapeto y a cuerpo descubierto-, sostuvo el ejército argen-
tino-brasileño contra el paraguayo, en vista de las diferentes versiones. Pero
en lo que no hay duda, es que a las 4 de la tarde no había ya esperanza de
expugnar las líneas fortificadas del enemigo; no era ya posible la lucha.

5 Soto, José C., Álbum de la Guerra del Paraguay, Tomo 1, 1894. Con el título de “¡Jus-
ticia a los muertos!”, existe un trabajo firmado por Juan José Biedma donde detalla la
necesidad de reconocimiento a los combatientes y denuncia que pese a existir leyes
sancionadas para reparaciones históricas a efectos de erigir monumentos o repatriar
restos, las mismas, a la fecha (Bs As 30 de Julio de 1983), no se cumplían.
6 Soto, José C., Ob. cit., pág. 270.
7 NdA: Se refiere al ingeniero escocés R. Thompson, autor de la obra Historia de la Gue-
rra del Paraguay.

| 122
Mitre y la Batalla de Curupaytí

A esa hora, el enorme foso estaba lleno de agua, lodo, sangre, faginas,
escalas, cadáveres y heridos; detrás, el abatís sembrado de víctimas de su
arrojo; algunos pasos mas allá el parapeto con la tierra extraída de la zanja,
y en último término, la línea de cabezas con morriones de cuero y brazos
que disparaban sin cesar los fusiles que otras dos líneas que no se veían, les
pasaban cargados.
Empezaron a faltar las municiones, nuestras banderas rodeadas por pe-
queños grupos aún ondeaban sobre el campo de combate en la orilla del foso,
pero ya el desastre se había producido. Por nuestra parte, Rosetti, Fraga, Char-
lone, Díaz, Sarmiento, Córdoba, Nicolorich, Portela, Paz y algunos centenares
más de víctimas ilustres habían sacrificado sus vidas al pie de los abatís por el
honor de la bandera y para gloria del ejército argentino.
A pesar del contraste, la retirada se hacía en el mayor orden. El enemigo,
cuyas pérdidas eran relativamente insignificantes, quedó tan aterrado con el
asalto a fondo de la Alianza, que no se atrevió a lanzar ni la más pequeña gue-
rrilla fuera de sus fosos y sobre retaguardia del ejército en retirada.

Del Vestuario y Equipo. La siguiente descripción corresponde al Doctor Lucilo


del Castillo, quien produjo un informe sobre higiene y salubridad de las tropas en
la Guerra de la Triple Alianza.
“Difiere el vestuario según las armas en que está dividido el ejército y así hablare-
mos solamente en general, indicando la forma y calidad de él. Éste está compuesto
por un kepí que, aunque de un modo deficiente, siempre preserva un tanto de los
ardores del sol y de la acción de las lluvias, el capote, las casacas, la blusa, los pan-
talones, las bombachas, el poncho y chiripá son las prendas que reviste con arreglo
a la variedad de las armas que se maneja. Todas ellas son de paño, de brin o bayeta,
perfectamente forradas y de la mejor calidad. Los zapatos y las polainas son fuertes
y abrigados. La mochila por muy ligera que sea, es un peso considerable e incómo-
do para el soldado y un obstáculo a la libertad de sus movimientos. Agregando a
esto el peso de las armas, la cartuchera, municiones, mantas, carpas y todos los de-
más utensilios de alimentación y vicios que tiene que cargar el soldado en las mar-
chas y ejercicios, es lo único que suele producir enfermedades al recluta durante
los primeros tiempos, hasta que poco a poco se acostumbra a la fuerza y resistencia
del veterano, haciéndose menos accesible a las compresiones y el excesivo peso del
equipo y fornituras.

123 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

De los relacionados con los momentos previos a la Batalla, sobresale aquel


que fuera denominado como profético. Nos referimos a la conocida reunión
de almuerzo donde se encontraban reunidos Charlone, Roseti, Diaz, Luis M.
Campos y otros: Fraga profetizó su muerte y Roseti, Charlone, Díaz y cada
uno la suya y las heridas que recibieron otros jefes.
La repartición de tropas y el orden de combate desarrollado para la ejecu-
ción del asalto, tiene en la obra que estamos analizando el siguiente relato, que,
a los fines de comparación, vale hacerlo con el mapa colocado en la Parte I: Las
fuerzas argentinas del primer cuerpo de ejército, al mando del bravo general
Paunero, formaban la tercera y cuarta columna de ataque en el sistema general
de asalto. “El asalto se llevó en cuatro columnas de ataque, dos brasileras y dos
argentinas, de modo que el ataque central lo constituían una columna brasilera
y otra argentina. La primera columna de nuestra izquierda llevó el mejor cami-
no por entre el bosque de la orilla del río Paraná; las del centro tuvieron algu-
nas dificultades a causa del terreno encharcado, y la de nuestra derecha, que la
forma la tercera división del primer cuerpo estuvo a vanguardia de las reservas
generales, muy aproximada al fuego y sufrió pérdidas de consideración8”.
Dentro de la aproximación a las posiciones enemigas sobresale la visión
de las mismas al describir dentro de las posiciones paraguayas “unos bultos
oscuros9 en forma esférica, equidistantes, sobresalen de sus parapetos y al-
gunos árboles de poca altura, a intervalos, se levantan silenciosos allá, más
lejos”. Esta descripción la tenemos inmortalizada, junto con otras acciones de
la guerra del Paraguay, por Cándido López10 (ilus. 4), combatiente en la guerra
y que perdió su brazo en Curupaytí.

8 Soto, José C., Ob. cit., pág. 3.


9 Soto, José C., Ob. cit., pág. 4, llamada 1: “Eran los polvorines, especie de casamatas abo-
vedadas, con un espeso revestimiento de tierra. El armazón interior era de madera dura
y se descendía por una pequeña escalera para sacar la munición. Estaban colocadas a
retaguardia de los parapetos a una distancia lateral de las piezas”.
10 Al estallar la guerra, en 1865, López se había enrolado en el Batallón de Voluntarios
de San Nicolás con el grado de teniente 2º. Luego de participar en varias batallas, el 22
de septiembre de 1866, en la batalla de Curupaytí, un casco de granada le despedazó
la muñeca derecha. Evacuado con otros heridos hasta la ciudad de Corrientes, para
evitar la gangrena, tuvieron que amputarle el antebrazo. Esto obligó al artista-soldado
a educar su mano izquierda, con la cual pudo plasmar en el lienzo todos los apuntes
que durante la guerra había realizado a lápiz en sus libretas: croquis de uniformes, pai-
sajes, batallas, campamentos y anotaciones con descripciones muy detalladas. Tiempo
después utilizó este material para desarrollar su serie de cuadros sobre la Guerra del
Paraguay.

| 124
Mitre y la Batalla de Curupaytí

Ilustración 4. El cuadro tiene como referencia la siguiente leyenda: “Detalle de la Pintura


de Cándido López sobre las Trincheras de la batalla de Curupaytí.11

La confusión reinante en el campo de combate y la acción ofensiva orde-


nada para reforzar el primer ataque, acción que traerá aparejada muchas bajas
y por la que se critica la resolución adoptada, es analizada por un observador
directo de la acción, José I. Garmendia12, de la siguiente manera: “Este episodio
me ha sido narrado por un testigo ocular y ayudante de el general Mitre. Algún
tiempo después de iniciarse el primer ataque, el general en jefe ordenó a dos de

11 http://www.todo-argentina.net/historia/org_nac/mitre/imagenes/curupaiti.jpg.
La imagen que se muestra es del autor y refleja parte de su visión sobre Curupaytí.
12 Garmendia, José L., “Recuerdos de la Guerra del Paraguay - Campaña de Corrientes y
de Río Grande”, en Manual de Historia Militar, tomo II, Buenos Aires, Escuela Supe-
rior de Guerra, 1980.

125 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

sus ayudantes que se trasladasen al campo de la acción de nuestros aliados y


averiguasen la verdadera situación del combate. Regresaron algún tiempo des-
pués diciendo que los brasileros habían tomado la trinchera; probablemente
confundieron el primer foso que salvamos con la trinchera principal.
“En esta circunstancia, se ordenó el segundo ataque: operación justa y
razonable, porque era necesario coadyuvar inmediatamente a la supuesta
ventaja obtenida, al mismo tiempo que se acudía al campo de batalla, donde
las tropas brasileras del 2do Cuerpo pedían refuerzo. Siguió su transcurso el
combate, y muy pronto se apercibió el general de que el desbande aumentaba.
En esta circunstancia ordenó a los ayudantes Balza y Vergara que fueran a ver
a Porto Alegre y trajesen noticia exacta del estado de las cosas. Con grandes
dificultades cumplieron su comisión, y volvieron para anunciar el desastre:
entonces fue que se tocó retirada.
“En honor de la verdad, los brasileros se batieron bizarramente y fueron
rechazados casi al mismo tiempo que los argentinos”.
Este relato sintetiza una visión, la del Comando de las operaciones terres-
tres y las limitaciones existentes en la época para realizar una apreciación de
la situación, evaluar su evolución y, lo más dif ícil, impartir las órdenes en for-
ma precisa. La derrota de Curupaytí, no esperada, iniciaba para la historia un
camino de varios rumbos, el de la leyenda e inmortalidad de los combatientes
y el de la crítica a la conducción de las operaciones en su máximo nivel. Por
eso, sus sobrevivientes iniciaron el hábito de narrar, antes de morir, sus re-
cuerdos y experiencias para las generaciones de su presente y de su futuro.
Hoy recorremos las páginas de este Álbum y, con emoción, podemos leer
la correspondencia que en ese entonces enviaban a la publicación, los docu-
mentos, fotos y recuerdos varios que dan un perfil de los hechos. Sobresale
en los relatos la pluma de Garmendia a quien ya hemos recurrido, y en él
seguiremos apoyando algunos relatos esenciales. En la página 18 del Tomo II
existe un trabajo firmado por este historiador analizando en detalle aspectos
que desembocaron en el resultado final. A continuación, citando este trabajo,
extraeremos aquellos aspectos sustanciales para arrojar luz al relato conocido
y expresado en la Parte I.
Las críticas sobre las acciones desarrolladas, a la luz de los documentos que
se presentan, tratan de “salvar” la imagen del general Mitre y de su responsabi-
lidad en la misma. Sobre el ataque a Curupaytí, cita una nota escrita en el cam-
pamento de Tuyucué en 1867 y transcripta en la página 18 del Álbum:

| 126
Mitre y la Batalla de Curupaytí

“El plan de atacar a Curupay ti nunca fue plan del general Mitre, pues
siempre sostuvo este ilustre estratégico el movimiento envolvente por la de-
recha, que decidió mas tarde la campaña de Humaytá.”
“Si el general accedió, contra su plan primitivo a la operación sobre Curu-
pay ti, fue por las ventajas indiscutibles que ofrecía el poderoso auxiliar de
la escuadra y la brillante victoria del bravo Porto Alegre, como también las
seguridades que le dio el Almirante Tamandaré de arrasar aquel campo atrin-
cherado y preparar el asalto casi sin efusión de sangre, (junta de guerra del 8
de Setiembre). “Además, quedó convenido que el día del ataque no se llevaría
este a cabo hasta el momento preciso en que estuvieran completamente des-
truidas las baterías enemigas y apagados sus fuegos, en cuyo único caso, se
haría una señal desde la escuadra que fijaría el momento de iniciar el ataque”.

El documento continúa con reflexiones tácticas y estratégicas de lo que


se debería haber hecho y reconociendo las diferencias entre lo que son los
planes -teoría- y la realidad en el campo de combate, siempre con la presencia
de imprevistos.
Concluye el documento con estas afirmaciones que, a modo de resumen
sobre Curupaytí arrojan un poco más de luz:
“Aquel contraste glorioso en que se batieron tan bizarramente argentinos
y brasileros, puede condensarse en cinco fatalidades:
• Primera: No haberse llevado a cabo el primer plan del general Mitre,
o no haber Porto Alegre, después de la victoria de Curuzú, ocupado a
Curupay ti.
• Segunda: La lluvia torrencial del 17 de Setiembre y demás días, que
dio tiempo al enemigo a fortificarse, impidiendo el ataque por nuestra
parte”.
• Tercera: La falta de éxito de los movimientos cooperativos que debían
aunar los esfuerzos comunes en el momento dado.
• Cuarta: El aviso inexacto que recibió nuestro general cuando estaba
comprometido el primer ataque, sin el cual hubiéramos economizado
nuestras pérdidas.
• Quinta: La señal que se hizo desde la escuadra para iniciar el ataque sin
haberlo preparado debidamente”

127 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

La responsabilidad adjudicada a Mitre, según el trabajo, queda para diluci-


dar a historiadores del futuro, afirmando que después del rechazo de Curupay
ti “quedó el ejército aliado en condiciones de emprender cualquier operación,
dar una batalla y vencer; y tan lo comprendió así el dictador paraguayo que no
se atrevió a asomar las narices de su guarida”
Cerrando esta parte II, realizaremos una síntesis de las argumentaciones
de Garmendia, relacionada con la problemática del plan, con lo que pasó el
día 22 de septiembre, y con la responsabilidad del general Mitre. Garmendia
inicia el relato extenso para exculpar aquellos errores del suceso, expresando
que “…es, pues, evidente que Curupay ti no cayó en nuestro poder porque no
se ejecutó el plan acordado”. Este es el argumento central de todos los autores
que en la obra describen distintos enfoques sobre el hecho militar. La insis-
tencia en este argumento se apoya en acuerdos y reuniones previas, sumadas
a acontecimientos tácticos ya relatados.
Insiste en el error estratégico de no tomar anticipadamente la plaza de
Curupay ti. “Tomándolo el día 3, cuando se triunfó en Curuzú, se habría aho-
rrado el sacrificio de millares de vidas, pues cortado el enemigo, suplimos en
cierto modo la falta de caballería, porque nuestras columnas, por su posición,
le amenazaban su retaguardia y su pérdida habría sido irremediable”
Relacionado con el ataque a la posición, Garmendia insiste en que Mitre
era partidario desde el día 24 de mayo en operar sobre la retaguardia del ene-
migo, “flanqueando sus líneas por nuestra derecha”, pero la reunión sostenida
a inicios de septiembre entre las autoridades militares aliadas, cambió esta
previsión. “Se reunieron en Junta de Guerra los Generales: Mitre, general en
Jefe; Flores, general del Ejército Oriental, y Polidoro, general del primer cuer-
po Brasilero. Éste disponía de una opinión por escrito enviada por el barón de
Porto Alegre y reflejaba también la opinión del almirante Tamandaré, ya que
los tres brasileros se habían reunido previamente a esta reunión en la que Po-
lidoro hacía de delegado; “para la toma de Curupay ti... hacer un movimiento
con la mayor fuerza posible de caballería, por la derecha de los aliados, con la
intención de sustentar y, si fuera posible, penetrar hasta Curuzú, para realizar
una junción; que, al mismo tiempo, se realizara un movimiento general en
toda la línea, con el objeto de tomar a Tuyutí y Humaytá: que realizado, esto,
él haría un amago o un verdadero ataque sobre Curupay ti, según lo aconse-
jaran las circunstancias”.

| 128
Mitre y la Batalla de Curupaytí

Resolución de la Junta de Guerra


- “Formar en Curuzú un ejército de 20.000 hombres, dejando en Tuyutí 18.000”.
- “Se determinó igualmente, que la caballería aliada a las órdenes del general Flores
saliera por la derecha de nuestras líneas, cayendo sobre la retaguardia del enemigo
con el objeto de cooperar al ataque por la parte del río Paraguay; que entonces el
ejército de la costa atacaría a Curupay ti en combinación con la escuadra, mientras
la retaguardia de la fortificación era amagada por nuestra caballería, interceptando
el camino de Humaytá con el objeto de provocar al enemigo a una batalla, tomán-
dolo por la espalda”.
- “Polidoro debía permanecer a la defensiva, pero pronto a cooperar oportunamen-
te por la derecha o por el frente de las líneas fortificadas de los paraguayos”.
- “Se acordó igualmente que el general en jefe pasara a Curuzú a conferenciar con el
Almirante Tamandaré y el barón de Porto Alegre”.

La nota presentada por Polidoro revela, según el artículo explotado, las


debilidades conceptuales relacionadas con el poder de combate propio y su
aplicación más efectiva. Todo gira alrededor de no haber explotado el éxito
el día 3 de septiembre. De la Junta de Guerra, y tomadas las consideraciones
efectuadas por Porto Alegre, se realizaron consideraciones para el futuro de
la campaña, llegando a los siguientes acuerdos:
• “Hacer un movimiento de caballería, no sólo, por el flanco, sino por la
retaguardia del enemigo, dominar la campaña, provocar a la caballería
enemiga y batirla si fuera posible”.
• “La junción propuesta por Porto Alegre, fue considerada impracticable”.
• “La idea de un ataque general fue también rechazada, por considerarse im-
prudente y perjudicial emprender dos ataques divergentes, determinando que
el ejército de Tuyutí, se limitará a hacer una demostración o reconocimiento”.

Esta conferencia se realizó el 07 de setiembre de 1866. Al día siguiente, se


realizó una Junta de Guerra, donde el General Mitre expuso el resultado de su
conferencia, manifestando que “el Barón y el Almirante estaban de acuerdo
con el plan formado por la Junta de Guerra anterior”. Además, ratificó su opi-
nión de que la mejor operación sería llevar el ataque a la retaguardia del ene-
migo, prescindiendo de Curupay ti, que sería dejado a la izquierda, y pasando
por nuestra derecha, para caer desde luego sobre la retaguardia del enemigo.

129 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Se insiste en el texto que tanto en esta reunión como en la de Tuyutí, triun-


fó la idea de que era indispensable la ocupación previa de Curupay ti. Surge
aquí el aspecto clave que determinó el resultado de la operación, la capacidad
ofrecida por el almirante Tamandaré en relación con la operación futura:
“Ofreció la mas eficaz cooperación de la escuadra, comprometiéndose de la
manera más formal a batir las fortificaciones a tiro de metralla y, destruidas las
baterías del río, colocar sus buques en una posición, desde donde se enfilará la
batería de tierra; inutilizar toda la artillería y barrer o conmover a todos sus de-
fensores, para evitar así la efusión de sangre de los asaltantes, agregando que tenía
elementos más que de sobra, para practicar lo que ofrecía”. Se agrega, además,
una apreciación sobre una operación futura, “apenas tomado Curupay ti, mar-
charía sobre Humaytá, mientras las tropas de tierra lo atacaban por la espalda”.
Los Comandantes terrestres, Mitre y Porto Alegre, ante tanta certeza y
seguridad, apoyado en las disponibilidades técnicas que la flota ofrecía, indu-
dablemente redujeron las posibilidades de fracaso. Sobre estas bases, el día 08
de Setiembre de 1866 se realizó la Junta de Guerra, resolviéndose el concepto
de la operación para atacar a Curupaytí:
• “Que el general en jefe con una fuerte columna argentina, se trasladara
a Curuzú para reforzar el ejército de Porto Alegre y practicar el ataque.
• “Que el general Flores con la caballería aliada amenazara la retaguardia
del punto asaltado, cortando el camino de Humaytá.
• “Que Polidoro hiciera una manifestación enérgica por Tuyutí”.

Estando reunidas todas las fuerzas en los lugares previstos, se determinó


que el ataque tendría lugar el 17. Ese día, tal cual se había acordado, se dieron
las órdenes de apresto y preparación para el ataque. El movimiento inicial
debía darlo la escuadra de Tamandaré y, luego de dos horas, según lo prome-
tido por el marino brasilero, se enarbolaría una bandera blanca y roja, señal
acordada para que los efectivos terrestres aliados ataquen a los paraguayos.
Así, el 17 se efectuó el despliegue y apresto por parte de las tropas terres-
tres, acorde con las previsiones, pero la escuadra no se movió porque “el día
amenazaba lluvia”.
La no realización del ataque en el día previsto facilitó a los paraguayos re-
forzar la posición de defensa, afirmando el señor Thompson13 “que la batería
se concluyó en la tarde del 21 de septiembre”.

13 Thompson, Ob. cit..

| 130
Mitre y la Batalla de Curupaytí

Este tema del retardo es esencial para el resultado de las operaciones, ya


que de las averiguaciones posteriores a la Batalla surge que este período de
cinco días fue considerado clave para colocar las piezas de artillería que cega-
ron con su fuego el campo de combate. La dilación del almirante Tamandaré
el día 17 tendrá también graves consecuencias en el futuro inmediato.
Según la memoria de estos acontecimientos, al mediodía del 17 de sep-
tiembre sobrevino una tormenta que duró hasta el día 20 inclusive, anegando
todo el terreno que había sido seleccionado para la aproximación y el desa-
rrollo del combate. El día 22 de Setiembre se inició el ataque por parte de
la escuadra, y al mediodía se divisó la bandera, señal que lanzó al ataque a
10.000 combatientes.
Hasta este punto del trabajo, fuimos desarrollando los detalles y docu-
mentos que antecedieron al combate de las fuerzas que se arrojaron contra
la posición paraguaya. Es de interés hacer notar que la confianza depositada
en la escuadra brasilera era de tal naturaleza, que es lógico suponer que en
el pensamiento de los comandantes terrestres, al ver la señal de Tamandaré,
confiaban en que sus seguridades anunciadas estaban cumplidas: es decir, el
poder de fuego y de combate paraguayo estaban absolutamente disminuidos,
casi neutralizados por el fuego de la metralla naval.
De allí que, por la sucesión en tiempo del plan acordado, era imposible
pensar que el resultado anunciado por Tamandaré no se había cumplido.
¿Cómo no confiar en la señal y ordenar el ataque?
Consignamos con respeto de soldado el relato que hace el general Gar-
mendia del asalto a Curupaytí:
“Las fuerzas brasileras a las órdenes del Barón de Porto Alegre marchaban
por el monte de la costa, que terminaba a tiro de fusil de la batería, a cuya
distancia fue recibido por la metralla enemiga. Contestaron bizarramente el
fuego, llegando algunos cuerpos al borde de la trinchera, y batiéndose con
arrojo durante las cuatro horas que duró el combate.
“El ejército argentino marchó al asalto con la impetuosidad y brío que han
dado nombre a su infantería en la América del Sud, recorriendo una exten-
sión de mil quinientos metros, en columnas de ataque, sin que consiguieran
detenerle un solo instante los fuegos cruzados de cuarenta piezas de calibre.
“La primera división al mando del Coronel Rivas llegó la primera al borde de
la trinchera, rompiendo sobre sus defensores un vivísimo fuego, no obstante el
estrago que hacía en ella la metralla enemiga. Una hora más tarde se envió en su

131 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

protección la segunda, al mando del Coronel Arredondo y los batallones 90 y 120


de línea y 30 de Entre Ríos, pertenecientes al 2do Cuerpo de Ejército.
“Estos batallones fueron mandados por el general en jefe para proteger el
flanco de una de las columnas comprometidas, y se vieron obligados a variar
de rumbo a consecuencia de algún inconveniente del terreno.
“En este punto, el plan de ataque fue modificado sobre el campo. A las
cuatro de la tarde se dio la orden de retirada”.

Por la protesta de argentinos y brasileros ante el Emperador, el almirante


Tamandaré fue relevado de su cargo. El general Garmendia cierra su trabajo
publicando una carta que Mitre, desde el campo de batalla dirigió al vicepre-
sidente de la República, Doctor Marcos Paz:
“Nuevos contingentes remontarán nuestros batallones, pero la pérdida de
beneméritos jefes y oficiales, no se repone con igual facilidad. Las sombras, que
hace algún tiempo vienen dibujándose en el cielo de la alianza, se condensan
por los hechos de Curupaytí, y forman amenazadores nubarrones, pero conf ío
en que, con buena voluntad y alguna abnegación para silenciar cargos que de-
jarían alguna responsabilidad para todos, conseguiré despejar sus horizontes”.

Parte III: Un conflicto con EEUU en tiempos de Curupaytí


Existen aspectos que el gobierno de Mitre debía sopesar en el marco de las re-
laciones internacionales, y el más importante era la relación con las grandes poten-
cias de la época y, en particular, con aquellas que tenían representantes en Paraguay.
El ministro del gobierno de los EEUU en el Paraguay se llamaba Charles A.
Washburn, residente en Asunción. Partió de la ciudad antes de que estallara el
conflicto. Cuando intentó regresar de su país, adonde había concurrido a pro-
ducir informes y como viaje de descanso, se encontró, mientras hacía escala
en Río de Janeiro durante octubre de 1865, con la noticia de una situación de
bloqueo al Paraguay realizado por las tres potencias. Al no poder reasumimr
su cargo, se generó un grado de tensión entre los Aliados y los EEUU en el
año 1866, tiempo previo y durante el que se desarrolló Curupaytí. El país del
norte exigía que se “cumpla el derecho de su ministro en ruta a disponer de
libre tránsito y sin impedimento para ocupar su cargo”.14

14 Peterson, Harold F., “La Guerra con el Paraguay: Defensa de los derechos diplomáticos,
1865 – 1870”, en La Argentina y los Estados Unidos: 1810-1914, Buenos Aires, Editorial
Hyspamerica, 1985.

| 132
Mitre y la Batalla de Curupaytí

En esas circunstancias, Charles A. Washburn solicitó transporte militar


a la Marina de los EEUU. “El comandante de la escuadra del Atlántico sur,
contraalmirante en ejercicio S. W. Godon, no deseaba provocar a los bloquea-
dores. Las reparaciones de sus barcos, dijo, le impedían dar inmediato aloja-
miento al ministro… Mientras el ministro navegaba hacia Buenos Aires en un
barco inglés, el almirante concebía nuevas excusas para frustrarlo.
“En Buenos Aires, después del 04 de noviembre, Washburn esperaba la
llegada del almirante Godon o de algún barco de su escuadra. Ambos llega-
ron en diciembre. Godon, como jefe naval, encontró razones para demorar
la asignación del buque. Carecía de instrucciones de Washington; el viaje a
Asunción iba a ser demasiado costoso; los intereses norteamericanos en el
Paraguay eran insignificantes; y el calor era excesivo, había demasiados mos-
quitos y la estación era insalubre”.15
Washburn no pudo obtener la ayuda solicitada y viajó por su cuenta hasta
Corrientes, puerto a donde arribó el 30 de enero de 1866. El diplomático no
pudo llegar en esos tiempos a Asunción, atribuyendo las causas de esas dificul-
tades a especulaciones sobre el futuro de Solano López que harían los aliados,
es decir, disponer de una embarcación con la anuencia del comisionado, para
salir de Paraguay. Washburn, desde Corrientes, se dirigió al campamento de
las tropas argentinas y se entrevistó con Mitre para solicitarle un salvoconduc-
to que le permitiera llegar a Asunción. “Los Estados Unidos afirman que, de
acuerdo al derecho de las naciones, un funcionario diplomático tiene derecho
de tránsito para llegar a su puesto, por mar o a través del territorio nacional, de
tierra o de agua, de un Estado que no es aquel en donde está acreditado”.16
Mitre accedió al permiso, pero demoró en concederlo, poniendo como ex-
cusa que debía realizar consultas en Buenos Aires. Brasil fue más expeditivo:
“El gobierno de Su Majestad, el emperador, se ve obligado inevitablemente
a discrepar con los Estados Unidos respecto del modo de aplicar el derecho
internacional al caso. El gobierno sostiene que del derecho de llevar la guerra
contra el enemigo y bloquear efectivamente sus aguas se desprende el de im-
pedir el tránsito inclusive a un agente diplomático de una potencia neutral”.17

15 Peterson, Harold F., Ob. cit., pág. 221. “El ministro contra el almirante”.
16 Peterson, Harold F., Ob. cit.. Cita estas especulaciones y afirmaciones mencionando el
trabajo de Charles C Hyde, International Law: Chiefly as Interpreted and Applied by
the United States, Boston, Litle, Brown and C, 1951.
17 Peterson, Harold F., Ob. cit., pág. 223, cita (número 22) a José Antonio Saravia, ministro

133 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Ante estas negativas oficiales, la política oficial de Estados Unidos apoyó


a su enviado al Río de la Plata reclamando a los gobiernos se le conceda el
permiso de tránsito y a la vez instruyó al contraalmirante Godon para que le
escoltara en su misión. Pero el tiempo cronológico, la tecnología y la demora
en el envío de las cartas respectivas sumadas a los “desencuentros” entre unos
y otros, conspiraron para que Washburn no pudiera llegar rápido a Asunción.
Con un cambio en la dirección exterior de los EEUU a partir del 22 de oc-
tubre de 1866 (asumió Alexander Asboth) y con nuevas comunicaciones con
Buenos Aires, Washburn obtuvo el permiso para viajar a Paraguay.18

Reflexiones finales
Técnicamente, Curupaytí es el fracaso de un ataque frontal sin reconoci-
miento previo contra una posición prácticamente inexpugnable. Tal acción
tuvo un valor estratégico, ya que paralizó las operaciones de los aliados casi
durante un año.
Además, tuvo consecuencias en la política interior argentina ya que se cri-
ticó duramente la presencia de Mitre en el Teatro de operaciones, y el haber
dejado Buenos Aires y la República a cargo del vicepresidente. La derrota avi-
vó las protestas y el sentimiento generalizado contra la guerra, generando una
serie de acciones en contra del gobierno en diversas provincias .
El heroísmo demostrado y documentado por diversos autores presencia-
les de ambos bandos puesto de manifiesto por los efectivos argentinos en el
asalto a Curupaytí es un ejemplo para las generaciones futuras, del cumpli-
miento del deber militar y el sacrificio ofrendado en el marco de la institución
militar, sostén de la República.
Pasaron los años, y recordar este hecho histórico es, para el ejército argen-
tino, un ejemplo, ya que su Comandante en Jefe en operaciones asumió todas
las responsabilidades del día, sin ser plenamente responsable de muchos erro-
res que llevaron al resultado conocido; la conducción de los jefes y oficiales
se destacó porque hicieron un despliegue de coraje en el cumplimiento de
las misiones impuestas y la tropa en su conjunto, ya que compartieron las

brasileño de Relaciones Exteriores, en carta dirigida a William V. Lidgerwood, encarga-


do de negocios de EEUU, 17 de Julio de 1866.
18 Peterson, Harold F., Ob. cit., pág. 225, cita 34. Registro oficial de la de la República Ar-
gentina, V, 298; Asboth a Elizalde, 22 de octubre y Elizalde a Asboth, 23 de octubre de
1866, For Rel., 1866, II. 289 – 290, 293.

| 134
Mitre y la Batalla de Curupaytí

limitaciones que el terreno y la meteorología les impusieron, sumado al fuego


y esfuerzo de los defensores que opusieron una resistencia fuertemente orga-
nizada, que sorprendió a los atacantes.
Todos ellos formaron un conjunto referencial indisoluble a través del he-
cho que aquí evocamos.

Bibliograf ía
Beverína, Juan, La Guerra del Paraguay, Tomo II: Las Operaciones, Buenos. Aires,
Establecimiento Gráfico Ferrari Hnos, 1921.
Beverina, Juan, La guerra del Paraguay: 1865-1870, resumen histórico, Buenos Aires,
Círculo Militar, 1973, Vols. 652-653.
Garmendia, José L., “Recuerdos de la Guerra del Paraguay - Campaña de Corrientes
y de Río Grande”, en Manual de Historia Militar, tomo II, Buenos Aires, Escuela
Superior de Guerra, 1980.
Peterson, Harold F., “La Guerra con el Paraguay: Defensa de los derechos diplomáti-
cos, 1865 – 1870”, en La Argentina y los Estados Unidos: 1810-1914, Buenos Aires,
Editorial Hyspamerica, 1985.
Soto, José C., Álbum de la Guerra del Paraguay, Tomo 1, 1894.

135 |
BUENDÍA Y
LA BATALLA DE TARAPACÁ
Horacio E. Morales
Teniente Coronel (R) del Ejército Argentino. Cursó la Maestría en Historia de la Guerra
en la Escuela Superior de Guerra. Actualmente se desempeña como Vicepresidente de
la Junta de Estudios Históricos del Partido General San Martín, el Instituto Nacional
Belgraniano, la Asociación Cultural Sanmartiniana y el Instituto de Investigaciones
“Brigadier General Juan Manuel de Rosas”. Colaboró con diversas instituciones y rea-
lizó numerosas disertaciones relacionadas con temas históricos en institutos, jornadas
y seminarios.
Buendía y la Batalla de Tarapacá
Tcnl (R) Horacio E. Morales

Introducción
La Guerra del Pacífico enfrentó a los pueblos de Chile, Perú y Bolivia entre
los años 1879 y 1883. Tuvo consecuencias directas para nuestro país y su es-
tudio revista particular interés en la Historia Militar Sudamericana.

1. Antecedentes históricos:
Las guerras por la independencia libradas en las colonias españolas en
América, a partir de 1810, dieron paso a la creación de naciones independien-
tes, reconociendo como límites políticos los fijados por la corona, fundados
en el principio del Uti possidetis de 1810. En el presente caso, reconocía como
límite entre Bolivia y Chile al río Salado o Paposo, a 25º 2’ de latitud Sur. Des-
de este río, hacia el Norte, hasta el río Loa se encontraba la provincia bolivia-
na de Atacama o Antofagasta, única salida al mar que disponía la nación.1 Del
río Loa hacia el Norte, se extendía la provincia peruana de Tarapacá.
Mientras los territorios americanos dependieron de la corona española,
sus límites representaron simples divisiones administrativas, sin registrarse
incidentes fronterizos. Los estados sudamericanos iniciaron su vida inde-
pendiente “sin la convicción profunda de cuáles eran sus verdaderos límites
en el sentido nacional político de tal concepto”.2 Posteriormente, cuestiones
políticas, económicas, sociales, de aislamiento, etc., provocaron que no se
respetara la anterior división de las colonias, dando origen a largas dispu-
tas entre pueblos hermanos, finalizando algunos en sangrientos y costosos
conflictos armados.

1 Cáceres, Andrés, La Guerra entre el Perú y Chile (1879-1883), Bs.As., Editora


Internacional, pág.7.
2 Civati Bernasconi, Edmundo, Guerra del Pacífico (1879-1883), Bs.As., Círculo Militar,
vol. 329, cap. I, 1946, pág. 23.

139 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Hasta que en el desierto de Atacama, entonces provincia boliviana, no se


descubrió su importancia económica, los gobiernos de Chile y Bolivia no se
preocuparon por el límite establecido. En 1842, el gobierno chileno, a cargo del
General Manuel Bulnes (1841-1846 y 1846-1851), “envió una comisión al Norte
de su territorio en busca de los depósitos de guano, que se aseguraba existían en
las costas de esa región, entre Caldera y Bolivia, y que podían ser una gran fuen-
te de riquezas al erario chileno, como lo eran ya para los peruanos los depósitos
descubiertos en sus costas. La comisión se puso efectivamente en marcha y,
recorriendo la costa, salió del territorio chileno y siguió adelante hasta dar con
los ansiados depósitos de guano que al fin halló, pero ya en territorio boliviano,
30 leguas al Norte del río Salado. Comprobado así la existencia de guano en el
desierto de Atacama, declaró Chile por medio de una ley, propiedad del estado
todos los depósitos de guano existentes en el desierto de Atacama”.3
La referida ley es la dictada el 31 de octubre de 1842, conocida como “ley
de guanos”, que establecía el límite septentrional de Chile en el paralelo 23º de
latitud Sur.4 Posteriormente, otra ley declaraba a Atacama como nueva pro-
vincia chilena. Bolivia no tardó en iniciar reclamaciones diplomáticas, a veces
en términos conciliadores y otras, en forma enérgica y amenazante, conside-
rando siempre que los territorios que Chile comenzaba a explotar económi-
camente le pertenecían.5
El 10 de agosto de 1866, Chile y Bolivia firman un Tratado por el cual reco-
nocen el paralelo 24º como límite, comprometiéndose ambos a compartir los
derechos aduaneros de la exportación de guano entre los paralelos 23 y 25º.6
Durante estos años, el Perú observaba con gran inquietud la expansión
chilena hacia el Norte, lo que podía resultar un peligro para sus propias fron-
teras, además de la competencia para sus exportaciones de guano y mine-
rales. Estas circunstancias condujeron a la firma de un Tratado secreto de
alianza defensiva y ofensiva entre Bolivia y Perú, el 06 de febrero de 1873.7
Ambos gobiernos ratifican el Tratado en julio de 1875, hecho que constituye
el último episodio de la preguerra.

3 Cáceres, Andrés, Obra citada, págs. 7 y 8.


4 Civati Bernasconi, Obra citada, págs. 26.
5 Civati Bernasconi, Obra citada, pág. 27.
6 Dellepiane Carlos, Historia Militar del Perú,Bs.As., Círculo Militar, Tercera edición,
Vol 269, Cap I, 1941, pág. 10.
7 Civati Bernasconi, Obra citada, pág. 53.

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Buendía y la Batalla de Tarapacá

2. Causas inmediatas de la Guerra


a. Incidentes producidos entre 1874 y 1878 por parte de Chile y Bolivia en
Antofagasta.
b. La decidida actitud de las autoridades argentinas impidiendo las pre-
tensiones chilenas en la Patagonia, que impulsó a Chile a orientar su
centro de gravedad en el Norte de su territorio.
c. Las crisis económicas en Perú y Bolivia durante 1878.
d. Imposición del gobierno boliviano de una contribución de 10 centavos por
quintal de salitre exportado por la Compañía Salitrera de Antofagasta.
e. Ocupación de Antofagasta por parte de la flota chilena el 14 de febrero
de 1879.
f. Declaración de guerra de Chile a Bolivia y Perú el 05 de abril de 1879.
g. Declaración de guerra de Bolivia a Chile el 01 de mayo de 1879.

3. Teatro de Operaciones:
Se divide, de acuerdo con sus características, en tres zonas:

a. Provincias de Atacama y Tarapacá.


b. Provincias de Arica, Tacna y Moquegua.
c. Zona de Lima.

Se incluye, y como parte muy importante del mismo, el correspondiente lito-


ral marítimo, donde se ejecutarán acciones decisivas para el curso de la guerra.

4. Situación Militar
a. Bolivia8
1) Ejército de Línea: de un efectivo inicial de 2.000 hombres, se incremen-
tó a 7.000 al inicio de la guerra. Su instrucción era deficiente. Recibió
un préstamo del Perú de 1.000 fusiles Chassepot y adquirió 5.000 fusi-
les Remington modelo español 1871.
2) Guardia Civil: disponía de 50.000 hombres sin instrucción ni armamento.
3) Armada de Guerra; no disponía de fuerzas navales.

8 Civati Bernasconi, Obra citada, págs. 117 a 122.

141 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

b. Perú9
1) Ejército de Línea: un efectivo de 7.000 hombres, con escasa instrucción.
Disponía de fusiles Chassepot, y al inicio de las operaciones, Bolivia le
facilitó 2.200 Remington.
2) Guardia Nacional: con un efectivo de 65.000 hombres, carecía de ade-
cuadas previsiones y no disponía de medios para su movilización.
3) Armada de Guerra: disponía de dos acorazados y dos corbetas.

c. Chile10
1) Ejército de Línea: disponía de un efectivo de 2.500 hombres, discipli-
nados e instruidos. La infantería estaba provista de fusiles Comblain.
La caballería, de carabinas Spencer y Remington y sable. La artillería
contaba con doce cañones de montaña modelo 1867 y cuatro cañones
de campaña sistema Krupp modelo 1873.
2) Guardia Nacional: su movilización fue parcial e improvisada.
3) Armada de Guerra: la más importante del Pacífico Sur. Disponía de
cuatro corbetas, dos acorazados y una cañonera, además de infantería
de marina. Su instrucción era eficiente. Algunos oficiales se habían ca-
pacitado en el extranjero.

5. Desarrollo general de las Operaciones


La guerra puede dividirse en cinco campañas
a. Campaña por el dominio marítimo (de abril a octubre de 1879). Cam-
paña naval entre Chile y Perú por el dominio del Pacífico Sur para faci-
litar las operaciones terrestres.
b. Campaña de Tarapacá (octubre a noviembre de 1879). Finalizó con la
Batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879. Chile se apoderó de
esta provincia peruana.
En esta batalla participó el teniente coronel de Guardias Nacionales
Roque Sáenz Peña, futuro presidente argentino, como voluntario en
el ejército peruano con el grado que ostentaba en nuestra Guardia
Nacional.9y10

9 Revista “Santa Bárbara”, Nro 34, Bs.As., Jun 2008, pág. 51.
10 Civati Bernasconi, Obra citada, pág. 449.

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Buendía y la Batalla de Tarapacá

c. Campaña de Tacna (de febrero a junio de 1880). El 28 de mayo victoria


chilena en Tacna sobre los aliados, luego de dura lucha. El ejército bo-
liviano se retiró de la Guerra. Los peruanos se retiraron a Arica. Luego
de una heroica defensa del Morro de Arica, fueron aniquilados, mu-
riendo en la acción su comandante, el coronel Francisco Bolognesi. En
esta defensa fue herido y tomado prisionero el teniente coronel Roque
Sáenz Peña.11y12
d. Campaña de Lima (de noviembre de 1880 a enero de 1881). Perú formó
un nuevo Ejército de Línea, siendo derrotado en las posiciones defen-
sivas de Chorrillos y Miraflores. El 17 de enero de 1881 los chilenos
entraron en Lima.
e. Campaña de Las Sierras (de 1881 a octubre de 1883). Nuevas fuerzas
peruanas fueron organizadas en Junín. Se combatió hasta que los pe-
ruanos se convencieron de la imposibilidad de expulsar a los chilenos
de su territorio. Se firmó el Tratado de Ancón el 20 de octubre de 1883
que puso fin a las operaciones militares. La Convención de Valparaíso
del 4 de abril de 1884 finalizó la Guerra del Pacífico.

Campaña de Tarapacá
Habiendo ocupado Chile el litoral boliviano, se dedicó a preparar el Ejér-
cito del Norte, destinado a ejecutar operaciones más importantes. Los aliados
concentrados en Tarapacá, se organizaban a la espera del momento en que los
chilenos pasasen a la ofensiva en territorio peruano. Para Chile era necesaria
la ocupación militar de la Provincia de Tarapacá, creyendo que con su domi-
nio se concluiría la campaña.
El 21 de setiembre de 1879, el presidente chileno, Aníbal Pinto, le envió
al Ministro de Guerra en campaña, Rafael Sotomayor, el siguiente despacho:
“Destruido el ejército peruano de Tarapacá y demás de ese departamento,
considero concluida la guerra”.13 El 1ro de octubre de 1879 ordenó la invasión
de Tarapacá.

11 Revista “Santa Bárbara”, Nro 34.


12 Civati Bernasconi, Ob. cit., Tomo II, Vol 330, Cap XV, pág.30.
13 Civati Bernasconi, Ob. cit., Tomo I, pág. 242.

143 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Teatro de Operaciones
• Límites: el Departamento peruano de Tarapacá se extendía entre los
18º 56’ y los 21º 39’ de latitud Sur, y entre los 68º 25’ y los 70º 18’ de
longitud Oeste. Su litoral comprendía desde la desembocadura del río
Camarones hasta la desembocadura del río Loa. Abarcaba una superfi-
cie de 55.l76 kilómetros cuadrados.14
• Características del suelo: presenta zonas definidas y paralelas al mar, la
cadena de la costa y la Cordillera de los Andes, separadas ambas por el
desierto del Tamarugal. “La pampa o desierto del Tamarugal, desde el
Norte al Sur del Departamento de Tarapacá forma una zona arenosa,
sin vida, y separa el borde oriental de la cadena de la Costa, de los pri-
meros contrafuertes de los Andes. El ancho medio de la pampa, alcanza
los 50 Km”.15
• Hidrograf ía: sólo dos ríos la atraviesan, el Camarones y el Loa.
• Clima: en la zona costera el clima es bueno, con temperatura media de
18º. En el desierto del Tamarugal el clima es seco. Tiene una amplitud
térmica extrema entre el día y la noche con diferencias hasta de 40º.
En la Cordillera de los Andes el clima varía según la altitud, desciende
bruscamente a partir de los 3.000 metros.
• Recursos naturales: en todo Tarapacá, pero especialmente en su litoral
y en el desierto, la falta de agua para consumo es absoluta.
• Disponibilidad de caminos: con limitadas vías de comunicación, el Depar-
tamento estaba unido al resto del país y con el exterior por vía marítima.

Actividades de los ejércitos después del Combate de San Francisco


Las tropas peruanas salvadas del Combate de San Francisco o Dolores (19
de noviembre de 1879) debieron atravesar graves penurias, como consecuen-
cia de la pésima organización de los abastecimientos necesarios para la vida en
campaña.16y17 El historiador peruano Guillermo Thorndike relata detalles de ésta

14 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo I, págs. 248 y 249.


15 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo I, pág. 250.
16 Dellepiane, Obra citada, págs. 151 y 152.
17 Cáceres Andrés, La Guerra entre el Perú y Chile, Bs.As., Editora Internacional, 1924,
pág. 49.

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Buendía y la Batalla de Tarapacá

retirada: “San Francisco acabó en desastre y dispersión. Ya al mando de sus co-


roneles, el Ejército del Sur inició una larga retirada hacia la cordillera cruzando
el infierno del Tamarugal. No habían pasado rancho en tres días y la sed rajaba
la boca de los peruanos. Arrastraban a sus heridos en improvisadas parihuelas.
“…Aunque deshidratado, con la garganta en llaga y los ojos encendidos por
una fiebre capaz de derribarlo, el coronel Bolognesi asumió el mando de la
columna en su calidad de coronel más antiguo. Toda la noche caminaron con
el coronel Bolognesi al frente. Un amanecer de plomo confirmó la proximidad
de las montañas. El monte Tarapacá y su vecino cerro Redondo aumentaban
de tamaño a cada paso. Habituados al vasto silencio del desierto, la tropa oía
chorrear agua dulce a tres kilómetros de distancia.
“El coronel Bolognesi dio órdenes que hicieron levantar a los soldados
abatidos por una derrota. ¡Corneta, marcha regular! ¡Alinearse! ¡Armas al
hombro! ¡Orden general! El último kilómetro debió parecer insuperable a los
tres mil cuatrocientos oficiales y soldados que al mediodía del miércoles 22
de noviembre entraron en la capital de la provincia. No habían descansado en
una semana completa y desfilaban en hilachas, cocidos por el sol. El coronel
Cáceres mandó que la banda de guerra del Zepita hiciera sonar los tambores.
Resonaron los parches y un golpe de viento sacudió las sucias banderas de los
batallones de línea. Los coroneles Bolognesi, Suárez y Cáceres se hicieron a un
lado para revistar a esas tropas andrajosas que volvían a existir marcialmente
mientras se animaban las cornetas. Así fue como todo un ejército desespera-
do se irguió y cantaron el compás los sargentos y uno tras otro desfilaron los
batallones, sacudiendo el suelo ante los coroneles a caballo”.18
Los efectivos alcanzaron el 22 de noviembre el poblado de Tarapacá, pasando
al descanso que tanta falta hacía a la desgastada tropa. Los jefes peruanos, general
Buendía y coronel Suárez, se dedicaron a la reorganización de los cuerpos.
El ejército chileno permaneció acampado en Dolores después del comba-
te. El ministro de Guerra en campaña, señor Sotomayor, dispuso que se ade-
lantara el Regimiento de “Cazadores a Caballo” en dirección de Pozo Almonte
y La Noria sobre Iquique. Esta fuerza, a órdenes del hermano del ministro,
coronel Emilio Sotomayor, tenía la misión de capturar a los grupos peruanos
salvados de Dolores y que se suponía se encontraban allí.19

18 Thorndike Guillermo, ¡Paso de Vencedores!, Lima, Comisión Permanente de Historia


del Ejército, 1999, págs. 181 y 182.
19 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo I, pág. 428.

145 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

El coronel Sotomayor se puso en marcha el 23 de noviembre, desde Do-


lores, llegando a Peña Grande al día siguiente. El escuadrón que marchaba
como vanguardia, al mando del capitán Parra, al alcanzar Pozo Almonte en-
contró “arroz, frijoles y cebada en abundancia”, que había sido almacenado
por el general Buendía en su avance a Dolores.20
La vanguardia chilena ocupó Pozo Almonte sin resistencia. El mismo día 24
los chilenos detuvieron, cerca de Peña Grande, a unos arrieros que, procedentes
de Tarapacá, habían sido enviados para rescatar el archivo del Estado Mayor del
Ejército de Tarapacá, abandonado después de la derrota de Dolores. La docu-
mentación quedó en poder de los efectivos del general Erasmo Escala, general
en jefe del Ejército del Norte. Asimismo, los citados arrieros informaron que en
Tarapacá se encontraban acampados entre 4.000 y 5.000 efectivos de infantería,
con muy pocos víveres y con intenciones de replegarse a Tacna o Arica. Luego
de informar telegráficamente estas novedades, el Coronel Sotomayor arribó a
Iquique, renunciando al cargo de Jefe del Estado Mayor.
Mientras, en el Cuartel General de Dolores, el general Escala ordenó el 23
de noviembre, efectuar un reconocimiento para comprobar la situación del
enemigo en Tarapacá. Esta misión fue encargada al comandante Vergara, se-
cretario del general en jefe, quien al mando de un escuadrón de “Granaderos a
Caballo”, dos compañías de “Cazadores” y dos cañones Krupp de montaña, se
puso en marcha el día 24 en horas de la tarde. En la noche de ese día, al alcan-
zar el poblado de Negreiros hizo descansar al destacamento. Se encontraba a
54 km de Tarapacá.
El 25 por la mañana, por informes de un arriero, Vergara es enterado de
que en Tarapacá los efectivos peruanos apenas alcanzaban a 1.500 hombres.
No considera prudente atacar el campamento, enviando un ayudante para
solicitarle al General Escala el refuerzo de 500 hombres del “2. de línea”.
El General en Jefe dispuso que su nuevo Jefe del Estado Mayor, coronel Luis
Arteaga, reemplazante del renunciado coronel Emilio Sotomayor, se pusiera en
marcha sobre Tarapacá, al mando de una División de 1.900 hombres, debiendo
agregar, a su paso por Negreiros, a los efectivos del comandante Vergara.21 La
División inició la marcha el 25 a la tarde, luego de abastecer a las tropas y dotar-
las de 150 tiros por hombre, transportando víveres y agua para dos días.
Como el comandante Vergara había reiniciado la marcha, desde Negrei-
ros, el 25 por la tarde, sin esperar los refuerzos solicitados, al no ser encontra-

20 Dellepiane, Obra citada, pág. 153.


21 Dellepiane, Obra citada, pág. 156.

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Buendía y la Batalla de Tarapacá

do por el coronel Arteaga, éste le envió estafetas con la orden de detenerse en


el punto donde fuera ubicado. Vergara así lo hizo, al ser alcanzado el día 26 en
la pampa de Isluga, pasando al descanso el Destacamento, mientras él reali-
zaba un reconocimiento del enemigo acampado en la quebrada de Tarapacá.
Pudo así observar la llegada de la 5. División peruana, del coronel Ríos, que
desde Iquique se había retirado a Tarapacá.
El aspecto de extremo cansancio de esas tropas y el completo desorden de
su columna de marcha -cosas muy naturales, en realidad, tomando en cuenta
las condiciones de privación y grande apuro en que esa División había ejecu-
tado su marcha desde Iquique caminando por el desierto 25 leguas en menos
de 4 jornadas-, hicieron que Vergara se “formase la opinión de que esa Divi-
sión iba vencida de antemano”.22
Del reconocimiento efectuado, Vergara concluyó que los efectivos perua-
nos, con los recién llegados desde Iquique, sumarian aproximadamente 2.300
hombres, siendo más o menos igual en número que los chilenos. Como se
verá más adelante, su apreciación era errónea, siendo los peruanos en Tara-
pacá muy superiores a los estimados en el reconocimiento. El mismo 26, a la
tarde, regresó a la pampa de Isluga, donde descansaban sus hombres.
El coronel Arteaga alcanzó Isluga en la medianoche del 26 al 27, donde se
hizo cargo de todas las fuerzas allí reunidas, que sumaban 2.200 hombres. Sus
tropas, durante la marcha, habían consumido todos los víveres y el agua, y en
Isluga no había agua para consumo.
Debe tenerse en cuenta lo penosa de estas marchas, para todos los ejérci-
tos, ejecutadas a través de un desierto sin agua, con calores sofocantes duran-
te el día e intensos fríos durante la noche.
Mientras tanto, el ejército peruano de Tarapacá, una vez reorganizado,
había iniciado la marcha por escalones hacia Arica para sumarse a las fuerzas
aliadas. Este ejército con la llegada de la División del voronel Ríos sumaba
unos 4.500 hombres.23

La Batalla
Teniendo en cuenta los informes recibidos del comandante Vergara, el coro-
nel Arteaga resolvió, el día 26 a la noche, atacar a los peruanos al día siguiente. El
plan de ataque chileno disponía dividir los efectivos disponibles en tres columnas,
dos de las cuales descenderían a la quebrada por Quillahuasa y Huarasiña.

22 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo I, pág. 432.


23 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo I, pág. 434.

147 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

La 1ra Columna (izquierda), al mando del comandante Santa Cruz, con


500 hombres, avanzaría por la pampa alta, al Norte de la quebrada y des-
cendiendo por Quillahuasa, debía atacar a los peruanos por la retaguardia,
evitando cualquier intento de retirada.
La 2da Columna (derecha) a órdenes del comandante Ramírez, con 950
hombres, descendería a la quebrada por Huarasiña, debiendo empujar al ene-
migo contra la columna izquierda que arrollaría a los peruanos a lo largo de
la quebrada.
Por último, la 3ra columna (reserva) al mando del propio coronel Arteaga, con
850 hombres, debería avanzar por la altura Norte de la quebrada, hasta alcanzar
el poblado de Tarapacá, apoyar el ataque de la columna derecha dirigiendo sus
fuegos sobre los peruanos, y descender de las alturas si fuera necesario.
El ejército peruano, convencido de que no sería atacado, no dispuso nin-
gún servicio de seguridad que lo alertara de la presencia del enemigo. El día
27 por la mañana, sus efectivos se dedicaban al descanso y a la limpieza del
armamento, teniendo previsto iniciar la marcha en horas de la tarde, cuando
descendiera la alta temperatura.
La 1ra Columna chilena, por tener un recorrido más extenso, inició la
marcha a las 0330 horas del 27 en dirección a Quillahuasa. Las otras dos co-
lumnas partieron de Isluga a las 0430 horas.
Por la intensa niebla, característica de la zona, la 1ra Columna se extravió y
equivocó la senda que debía transitar según el plan previsto. Al aclarar el día y
disiparse la niebla, el comandante Santa Cruz ordenó a los efectivos apurar la
marcha para retomar la dirección ordenada. Ya era tarde, hombres y ganado,
cansados y sedientos, alargaban la columna en una profundidad de más de
tres kilómetros. Por el cansancio de las mulas cargueras, la artillería no pudo
acompañar a la columna. También la columna del coronel Arteaga, por el
cansancio y la sed, se encontraba, a la misma hora, totalmente desorganizada.
Unos arrieros, que por su trabajo se encontraban casualmente en la zona,
observaron los movimientos chilenos y regresaron apresurados a Tarapacá
para alertar a los jefes peruanos. Ese informe temprano no permitió que las
tropas peruanas fueran sorprendidas en su campamento. No sabemos qué
hubiera pasado en Tarapacá de no ser por la presencia milagrosa de los arrie-
ros que dieron el alerta.
El coronel Suárez ordenó toque de generala y todos los hombres corrieron
a buscar sus armas. Impartidas las órdenes, se aprestaron para el combate,

| 148
Buendía y la Batalla de Tarapacá

abandonando la quebrada para ganar las alturas y evitar quedar encajonados


con las previsibles consecuencias.24
La 2da División del coronel Cáceres comenzó a trepar rápidamente la sie-
rra por el Oeste de Tarapacá, sumándose la División Exploradora del coronel
Bedoya. La 3ra División del coronel Bolognesi subió la sierra por el Este del
pueblo. La 5ta División del coronel Ríos ocupó una posición al Norte de las
mencionadas, sobre el cerro Redondo.
El general peruano Juan Buendía envió uno de sus ayudantes hacia Pa-
chica, con la misión de ordenar el regreso de las Divisiones 1ra y 4ta hacia el
lugar de la acción.
A las 10:00 hs, las tropas del coronel Cáceres abrieron el fuego, desde la
altura, sobre la Columna de Santa Cruz, que se estaba reorganizando a la es-
pera de los rezagados. Los chilenos desplegaron su infantería con dirección al
Sur en un frente de 600 metros. Luego de media hora de combate la infantería
peruana logró apoderarse de los cañones chilenos.
El coronel Arteaga, en su avance, debió contener la retirada de las tropas
de Santa Cruz y ordenar reiniciar el combate. Para enfrentar este segundo
ataque, el coronel Cáceres recibió refuerzos de la 5ta División, que ya habían
combatido en el fondo de la quebrada durante el rechazo de la Columna de-
recha del comandante Ramírez.
A las 13:00 hs, llegó al campo de la acción el escuadrón chileno de “Grana-
deros a Caballo” a órdenes del capitán Villagrán, con la orden de cargar sobre
la infantería peruana. El Batallón “Iquique” contuvo esta carga, y a las tres de
la tarde, este segundo esfuerzo se agotó por falta de municiones.25
Rechazado el ataque de la Columna Ramírez en el fondo de la quebrada,
los peruanos reforzaron al coronel Cáceres con la 6ta División “Exploradora”.
“Los chilenos, ante la aparición de más tropas peruanas, no tuvieron más re-
medio que retirarse, combatiendo de loma en loma, so pena de verse envuel-
tos. Las dos piezas de artillería de la columna Arteaga quedaron en poder de
los peruanos”.26
La 5ta División bajó del cerro e inició la persecución, siendo abandonada
rápidamente por falta de fuerzas, regresando a sus posiciones en Tarapacá.

24 Dellepiane, Obra citada, Tomo II, Cap VI, pág. 159.


25 Dellepiane, Obra citada, Tomo II, Cap VI, pág. 166.
26 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo I, pág. 443

149 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

El historiador Mariano Paz Soldán expresa al respecto: “Después de dos


horas y media de combate, en el cual se peleó con encarnizamiento y deses-
peración, el resto del ejército chileno se retiró en dispersión hasta dos leguas,
dejando en el campo de batalla más de mil hombres entre muertos y heridos,
y sólo se tomaron 56 prisioneros, para llevarlos como trofeos, tanto porque el
ejército vencedor carecía de caballería, cuanto porque en la retirada que debía
emprender forzosamente sobre Arica, no habría sido prudente gran número
de ellos, ya fuese por las eventualidades militares que podían sobrevenir, ya
también por la segura escasez, cuando no falta completa, de víveres”.27
Más adelante agrega: “En cuanto al ejército peruano, sabido es el estado y
condiciones en que había quedado después del desbarajuste de San Francisco,
y con los 862 hombres perdidos en Tarapacá entre muertos, heridos y disper-
sos, necesidad tuvo de retirarse a Tacna.
“…Por falta de acémilas quedaron enterrados los ocho cañones tomados
al enemigo, algunos soldados pudieron hacerse de calzado y vestido de sus
enemigos muertos, como lo habían hecho con su armamento. En la mañana
del 28 continuó su retirada el ejército vencedor, sin más recursos que los que
proporcionara la providencia, una vez que se agotaran los pocos sacos de ha-
rina y otros comestibles que aún les quedaba”.28
Respecto del resultado y consecuencias de la batalla dice Dellepiane: “Las
pérdidas de los peruanos llegaron a 236 muertos y 337 heridos. Los chilenos
tuvieron 758 muertos y heridos y 56 prisioneros, que fueron conducidos a
Arica. Un estandarte, varias banderas de batallón y ocho cañones constitu-
yeron los trofeos de los peruanos, el material de artillería debió ser enterrado
durante la noche en distintos lugares de Tarapacá por no disponer del ganado
necesario para transportarlo hacia Arica.
“La batalla de Tarapacá fue, para los peruanos, una magnífica victoria.
Unidades desprovistas de elementos de lucha, fatigadas, sin contar con ca-
ballería y artillería, supieron batir a fuerzas adversas que, además de tener la
más completa superioridad material, contaban con la iniciativa en el ataque
efectuado sobre seguro contra una tropa desprevenida”.

27 Paz Soldán, Mariano Felipe, Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y
Bolivia”, Bs.As., Imprenta y Librería de Mayo, Cap XIII, 1884, pág.349.
28 Paz Soldán, Obra citada, Cap XIII, pág.359.

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Buendía y la Batalla de Tarapacá

“Pero si el resultado fue brillante en el campo táctico, no modificaba en


nada la situación estratégica del Ejército de Tarapacá. La región que éste ocu-
paba no ofrecía los recursos necesarios para prolongar la permanencia en
ella, era imposible que llegara un refuerzo procedente de los gruesos de Arica
o de las tropas que se organizaban, en desorden y con lentitud en el territorio
de Bolivia, las municiones que quedaban estaban a punto de agotarse y, si aún
existían algunos cartuchos de fusil, era por la estrecha economía que de ellos
hicieran en la batalla”.
“De otro lado, era necesario recuperar cuanto antes el frente normal y reu-
nirse al grueso, ya que la acción aislada, en pésimas condiciones materiales,
sólo hubiera servido para hallar la más completa destrucción. Los chilenos,
dueños absolutos del teatro de operaciones, estaban en aptitud de recomen-
zar la batalla dónde y cuándo quisieran, buscando para darla las condiciones
que juzgaren más favorables para ellos.
“Todo aconsejaba al comando peruano reiniciar la retirada, haciendo
abandono del territorio cuya guarda se le había confiado”.29 El Ejército a órde-
nes del general Buendía emprendió la marcha hacia Tacna, en la noche del 27
de noviembre de 1879.
Por último, se hace necesario agregar un párrafo del Parte Oficial de la
Batalla, elevado por el Comandante del Ejército de Tarapacá al señor General
Supremo Director de la Guerra, que expresa: “En el momento de la batalla,
encontrándose sin jefe la mitad de un batallón de guardia nacional, coloqué a
su frente a mi ayudante, teniente coronel D Roque Sáenz Peña, quien lo con-
dujo a la pelea con la más valerosa decisión”.30

Bibliograf ía
Boletín de la Guerra del Pacífico, Año I, núm. 1, Santiago de Chile, abril 14 de 1879
hasta mayo 16 de 1881.
Caceres, Andrés, Memorias de la Guerra del 79, Lima, 1ra edición, Biblioteca Militar
del Oficial núm. 40, 1976.
Caceres, Andrés, La Guerra entre el Perú y Chile (1879-1883), Bs.As., Editora Inter-
nacional, 1924.
Civati Bernasconi, Edmundo, La Guerra del Pacífico (1879-1883), Bs.As., Círculo Mi-
litar, vol. 329 y 330, Tomo I y II, 1ra edición, 1946.

29 Dellepiane, Obra citada, págs. 163 – 164.


30 Civati Bernasconi, Obra citada, Tomo II, pág. 323.

151 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Dellepiane, Carlos, Historia Militar del Perú, Bs.As., Círculo Militar, vol. 269, Tomo
II, Tercer Edición, 1941.
Paz Soldan, Mariano, Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Boli-
via, Bs.As., Imprenta y Librería de Mayo, 1ra edición, 1884.
Comisión del Arma de Artillería, Revista “Santa Bárbara”, núm. 34, Jun 2008.
Thorndike, Guillermo, ¡Paso de Vencedores!, Lima, Comisión Permanente de Historia
del Ejército, 1ra edición, 1999.

| 152
ESTIGARRIBIA Y
LA BATALLA DE
NANAWA  CAMPO VÍA
Juan Sancho Vilarullo
Mayor del Ejército Arentino. Es alumno de la Maestría en Historia de la Guerra en la
Escuela Superior de Guerra y miembro del Equipo de Investigación en Historia Militar
de la misma institución.
Estigarribia y
la Batalla de Nanawa – Campo Vía
My Juan Sancho Vilarullo

M i intención es hacer una breve recorrida por la Guerra del Chaco, una
guerra sangrienta que sepultó las expectativas de una nación de con-
vertirse en una potencia regional y permitió el resurgir de otra (Paraguay), a
la que un conflicto anterior había condenado a la miseria.
Por su ubicación en la historia, este episodio bélico se constituyó en un es-
cenario de pruebas de armamentos y tácticas entre la primera y segunda gue-
rra mundial. Algunos personajes de la primera se encontraron y enfrentaron,
adaptando la realidad que les había tocado vivir a la complicada geograf ía de
la zona. Así, a lo largo de estas pocas páginas nos reencontraremos con Be-
laieff, general ruso que peleó en el frente occidental, enfrentándose al general
alemán Kundt. También veremos a Víctor Almonacid, piloto argentino que
combatió por Francia, entre otros.
En el desarrollo de este artículo, nos centraremos en el relato de la batalla
de Nanawa-Campo Vía, una extraordinaria contraofensiva con la que Para-
guay frenó un avance que se desarrolló durante más de seis meses en una línea
que se extendía por más de 250 kilómetros, encerrando a dos divisiones del
ejercito boliviano en un triple cerco.
La guerra, según Kundt, era una sucesión de ataques frontales; su rival,
Estigarribia, la veía como una sucesión de oportunidades que le brindaba el
movimiento. Su llegada a Bolivia, luego de un breve exilio durante el cual los
bolivianos habían sufrido la dura derrota de Boquerón, lo había convertido
en poco menos que un salvador. Durante el tiempo que se extendió entre que
se produjo la destitución de Peñaranda como jefe del Ejército y la llegada del
alemán, las operaciones estuvieron conducidas por el general Lanza, quien,
asesorado por la Misión Española -que venía de la guerra de Marruecos-, ha-
bía preparado un ataque de vastas proporciones, que quedó en sus primeros
pasos de ejecución al asumir él la conducción del ejército.

155 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

La historia fue ingrata con Lanza, fue él quien logró poner freno a la avan-
zada Paraguaya luego de Boquerón. Fue él quien obtuvo las primeras victorias
que estabilizaron el frente y organizó una avanzada que quedo trunca por la
llegada de la nueva gestión.
Kundt asumió el mando integral. Su llegada fue un alentador presagio para
un ejército que confiaba plenamente en él, y que ahora pensaba que sus derro-
tas de los últimos meses se debían a su ausencia. No quiso siquiera tener a su
lado un jefe de Estado Mayor, producto de su convicción de disponer de una
máquina incontrastable a la cual sólo le faltaba una dirección poderosa. La
suya. ¿Dónde conducirá su esfuerzo ahora Bolivia? ¿Dónde asestará el golpe
formidable y aniquilador?
En este pequeño esquema (ilus. 1), se pretende graficar la disyuntiva frente
a la cual se encontraba el comandante germano-boliviano: realizar un ataque
sobre el sector sur del dispositivo paraguayo en Nanawa, donde se encontra-
ban las defensas mejor acondicionadas, o rodear el frente por el norte y caer
sobre Boquerón por la espalda, arrastrando todos los fortines.
A continuación, se citará en forma textual una descripción de la zona de
Nanawa, hecha por el comandante Julio Guerrero, observador peruano en la
Guerra y autor del libro La Guerra del Chaco, publicado en Lima en noviem-
bre de 1933.

Ilustración 1.

| 156
Estigarribia y la Batalla de Nanawa – Campo Vía

“Nanawa… a la orilla del monte cerrado en el kilómetro 7, se abre el pajo-


nal inmenso de treinta kilómetros de largo. Es una pampa que se asemeja a un
mar batido por el viento que sopla intermitente desde el fondo de la Patagonia
o desde las hoyas de los grandes ríos centrales del continente. Entre el olea-
je de ese pajonal levántanse islas de verdura, bosques de árboles tropicales,
formando espesas manchas. En las vecindades de Nanawa, se abre el pajonal,
se despliega como un abanico con una amplitud que en algunas partes tiene
cuatro kilómetros de ancho.
“Las posiciones Bolivianas se hallan en el monte que abre sus brazos ver-
dagueantes frente a Nanawa y el pajonal que le sirve de base. Este famoso
fuerte se halla incrustado en el monte, por entre la foresta se hallan las casitas
de Nanawa, que son a la manera de rebaño, al amparo de su guardián.
“A tres kilómetros de ellas se encuentra ubicado el fortín “Presidente
Ayala”. Las posiciones paraguayas forman un hemiciclo de 12 kilómetros
en torno al monte. Las Bolivianas siguen zigzagueando según las variantes
del terreno”.
Este es el teatro elegido los últimos días de diciembre para la ofensiva, tal
vez sin considerar que el centro logístico paraguayo se encontraba en Con-
cepción, a pocos kilómetros del fuerte en cuestión. Para instalar sus elemen-
tos en posiciones relativas favorables, se ocuparon los fortines de “Mariscal
Duarte”, “Mariscal López” y “Agua Rica”. El comando se decidió por Nanawa,
que resultó ser el fortín mejor organizado defensivamente y con el mejor ac-
ceso logístico y la más nutrida guarnición.
Desde marzo de 1933, bajo la férrea dirección del general Kundt, el agre-
sivo ejército boliviano atacaba en todo el frente desde Nanawa hacia el sur en
dirección a Saavedra y hacia el norte, en dirección a Corrales.
Las operaciones se iniciaron con un asalto al fortín en el que la 9na di-
visión a cargo del general Banzer quedó detenida frente a las defensas pa-
raguayas. Emulando los envolvimientos de la carrera al mar del frente del
Marne en la primera guerra mundial, Kundt intentó desbordar con una serie
de movimientos envolventes hacia el norte primero, y en una segunda etapa,
hacia el sur.
A través de esta sucesión de ataques durante la primera ofensiva, rechazados
por las tropas de los guaraníes, a costa de fuertes pérdidas, se fueron detenien-
do las operaciones a caballo de la línea de operaciones que he materializado.

157 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Esta situación operaba en beneficio del general Estigarribia, quien se en-


contraba más próximo a su línea de suministros establecida en Concepción
y recibía mayores refuerzos, producto de la completa movilización de aquel
país. En su lugar, Kundt se encontraba con una línea de aprovisionamiento
extendida. El ferrocarril terminaba en Villazón y desde allí el transporte debía
efectuarse en camiones hasta Villa Montes, desde donde se los distribuía al
frente. Además, se negaba a reconocer frente a Salamanca (presidente de Bo-
livia) la necesidad de refuerzos. La movilización en Bolivia había sido limita-
da y, cuando sus comandantes intermedios le requerían refuerzos, respondía
con evasivas que no lograban sacar del asombro a sus hombres. El comandan-
te pretendía realizar una ofensiva en gran escala con un ejército movilizado
parcialmente contra un estado con todo su potencial militar desplegado.
La extenuante campaña ofensiva llevada adelante por las tropas del gene-
ral alemán dejaron un elevado saldo en bajas, las cuales fueron mejor cubier-
tas por Paraguay, que tomó la decisión de realizar una completa movilización.
Este importante desgaste provocó problemas en las unidades de primera lí-
nea, que cada vez se encontraban con un menor porcentaje operativo.

Ilustración 2.

| 158
Estigarribia y la Batalla de Nanawa – Campo Vía

Para ejemplificar, el general Banzer realizó un informe sobre los aconteci-


mientos en el frente de la novena división, a lo que su comandante contestó:
“Absténgase de realizar informes dramáticos, que este comando sabe que no
se corresponden con la realidad”.
Dos realidades distintas se suscitaban. El paraguayo resistía los embates
con perseverancia sin abandonar la ilusión de pasar a la ofensiva apenas su
oponente se lo permitiera. Engrosaba los daños sufridos y le exigía al poder
político medios y recursos para iniciar la ofensiva. En cambio, el terco co-
mandante boliviano se negaba a reconocer ante el poder político los sucesivos
fracasos de su ofensiva general. Enviaba contingentes en descanso a La Paz,
desconocía los requerimientos de mayores tropas de sus comandantes subor-
dinados, desconfiaba de los informes de la aviación sobre la concentración de
medios y la construcción de picadas en Gondra y Pirizal, que debían haber
presagiado una ofensiva.
Desde febrero, en vista del inminente ataque a Nanawa, la 4ta DI comisio-
nó al 2° Batallón del RI 6 a Pirizal, con la misión de defender la bifurcación de
caminos Nanawa-Pirizal-Gondra y Nanawa-Pirizal-Falcón. Por la importan-
cia estratégica de Pirizal dentro del conjunto del sistema defensivo, el Coman-
dante del III CE reforzó a este batallón con una Compañía de Fusileros y un
Escuadrón de Caballería, denominado más tarde Destacamento “Barboza” y
luego Destacamento “Castañé Decoud”.
El 20 de julio de 1933 fue creado el RI 20 “Aca Yuasá” en el teatro de ope-
raciones como elemento orgánico de la 4ta DI, asignándosele la defensa del
sector Pirizal. El Ejército boliviano inició la ofensiva a través del I CE en agos-
to de 1933.
Las fuerzas paraguayas se hallaban posicionadas en la línea Toledo-Herre-
ra, Francia, Falcón, Gondra, Rancho Ocho-Pirizal-Nanawa, con un total de
21.000 hombres integrantes del I, II y III CE, con asientos en Toledo, Francia
y Nanawa, respectivamente, y con el Gran Cuartel General instalado en Villa
Militar (Isla Poi).
Después del rechazo en Nanawa y la maniobra ejecutada por la 1ª DI pa-
raguaya que con el Destacamento “Paredes”, salió a la retaguardia de la 4ta DI
boliviana, capturando el Hospital Divisionario. El general Kundt vio el sector
Gondra seriamente comprometido y, a fin de solucionar la situación, ordenó
al comandante de la 9ª DI enviar a Campo Vía al RI 18 para intervenir en el
ala derecha de Francia, donde se dejó una compañía en refuerzo, mientras

159 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

el resto continuaba su marcha a Campo Vía. Con esta unidad y otras traí-
das de otros sectores, se consiguió detener la progresión del Destacamento
“Paredes” en la senda Alihuata-Saavedra, que era un objetivo para el coronel
Peñaranda con la 4ta DI hasta lograr el enlace con la 9na DI.
El 15 de julio la 9na DI boliviana adoptó el dispositivo de ataque en el
sector Sur, dando frente a Pirizal. En el mes de agosto, el RI 20 “Aca Yuasá”,
en cumplimiento de la misión de defender Pirizal, se encontraba conformado
por tres batallones de infantería, el 3° BI con frente oeste y noroeste, el 2° BI
con frente sur y suroeste, y el 1° BI en la reserva.
El dispositivo adoptado contaba con un escalón de seguridad, un escalón
de defensa con líneas sucesivas de retardo y un escalón principal de defensa
avanzada. Los días 1 y 2 de agosto, Bolivia intensificó sus acciones de pa-
trullaje, actividades aéreas y las señales que hacían sus aviadores constituían
señales claras de una próxima ofensiva.
Las fuerzas paraguayas intensificaron las acciones de vigilancia para evitar ser
sorprendidos o desbordados por los muchos claros existentes. A las 1400 horas se
tomó contacto con la primera patrulla enemiga en el sector del 2° BI, al sur.
El día 3 de agosto, en el frente de Pirizal, se inició un ataque limitado,
logrando posicionarse en la extrema derecha en el monte y su izquierda no-
roeste apoyada en un monte, con un frente aproximado de 1000 metros, con
un elemento de nivel subunidad. Así, también la artillería boliviana inició con
fuego al parecer de reglaje en la zona de acción del 3° BI.
A las 1045 horas comenzó la presión sobre el escalón. En la zona de acción
del 3° BI, comenzó la concentración de fuerzas sobre el Pique Samakay y con-
siguió llegar hasta 1000 metros del escalón de seguridad. En el sector del 2°
BI, una compañía enemiga presiona, tomando contacto con las fuerzas que se
movilizan por el Pique Samakay.
A las 1445 horas, el 3° BI recibió fuego a caballo del Pique Samakay, por
ambos flancos sur y norte, con una subunidad en cada eje. A las 1630 horas, se
rompieron las líneas defensivas y se logró conquistar el camino Gondra-Pirizal.
En este momento, se despejó la situación, observándose que Bolivia buscaba
aferrar las posiciones defensivas paraguayas que se encontraban en el sector
Oeste, y desbordar posiciones por el noroeste y el suroeste, para conquistar y
mantener el camino Pirizal-Gondra, Pirizal-Nanawa, Pirizal-Rancho 8.
A las 1645 horas, el 1° BI, reserva, inició el contraataque en la dirección general
Pirizal-Gondra, restableciendo el control del camino dos horas más tarde, ante la
indecisión del enemigo, que no logró posesionarse efectivamente del mismo.

| 160
Estigarribia y la Batalla de Nanawa – Campo Vía

A las 2030 horas, el jefe de la 4ª DI “Guaraní”, asumío la responsabilidad de


la defensa de Pirizal. A las 2400 horas, se recibieron refuerzos, un escuadrón
de Exploradores, uno del RC “Aca Caraya” y uno del RC “Aca Verá”, denomi-
nándose destacamento “A”, con la misión de integrar el 1° BI.
El 4 de agosto, una Compañía del 1° BI ocupó posiciones con frente a Gon-
dra, lanzando puestos de retén cada 300 metros, estableciendo un sistema de
vigilancia hasta el Zanjón. A las 0500 horas, esta compañía fue relevada por
el escuadrón del “Aca Caraya”, el escuadrón “Aca Verá” recibió la misión de
ocupar Zanjón y desde esa posición atacar el flanco enemigo. El escuadrón de
Exploradores permaneció como reserva.
A las 0600 horas, inició la ofensiva boliviana contra las posiciones del “Aca Ca-
raya”. Pese a que no se habían preparado para la defensa, se rechazó el ataque. Ese
escuadrón, luego del contacto, perdió la sorpresa y se retiró sin cumplir su misión.
El día 6 de agosto se constituyó un nuevo destacamento, con la misión de
infiltrarse a retaguardia del enemigo a partir del Pique Samakay con dirección
norte y atacar al enemigo que daba frente al cañadón. A las 0600 tomaron
contacto pero estos reaccionaron y el destacamento se retiró sin éxito. Más
tarde, siguieron los ataques bolivianos en todo el frente, también sin éxito.
A las 1700 horas, los guaraníes ocuparon posiciones en el frente y las pa-
trullas mantenían contacto por medio del fuego, jalonaron la nueva posición
de 500 a 1000 metros de distancia, constatándose que se había perdido la
sorpresa. Desde este momento, las tropas bolivianas presionaron constan-
temente en todo el frente del dispositivo general Falcón, Rancho 8, Francia y
Pozo Favorito, con ataques limitados y con el fuego de artillería.
El día 23 de agosto, el ejército boliviano lanzó una ofensiva en todo el frente,
con la intención de conquistar Pirijayo y Rancho 8, por lo que todo el fuego de
artillería de la 7ma DI boliviana concentró sus fuegos sobre Pirizal, para fijar a
las fuerzas paraguayas e impedir el refuerzo por este camino. A las 1430 horas, el
enemigo atacó posiciones al noroeste y por el pique Samakay, intensificando los
fuegos sobre el sector noroeste. Después de tres horas el enemigo, se retiró.
El día 25, el destacamento “Banzer”, con 3000 hombres (RI 36 y 34), atacó
Rancho 8, mientras su ala sur era detenida en Pirizal. El citado ataque fue pre-
cedido de una preparación de dos horas por la artillería de la 7ma DI.
El 27, a las 0700 horas, previa preparación de una hora y media, el enemigo
atacó nuevamente el mismo sector mencionado ahora con los RI Florida y
Azurduy, siendo rechazados igualmente.

161 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

Así terminó el mes de agosto de 1933, presionando débilmente a las po-


siciones defensivas paraguayas, realizando en su mayoría reconocimientos
en fuerza, buscando los puntos débiles de la línea defensiva. Cabe recalcar
que, a partir del 3 de agosto, todos los Batallones del RI 20 “Aca Yuasa”
ocuparon posiciones motivo por el cual no poseían tropas como reserva o
segundo escalón, quedando solamente el escuadrón de exploradores como
reserva del RI 20.
Resumiendo, hasta el momento la maniobra se desarrolló de la siguiente
manera: el ejército paraguayo condujo operaciones defensivas en posición,
con la maniobra del tipo defensa de área. Para ello, formó el frente Gondra-
Nanawa con el III CE desplegado al sur, en el frente Falcón-Florida con el
I CE desplegado al centro y con el frente Florida-Bahía Negra con el II CE
desplegado al norte del TO.
El ejército boliviano condujo operaciones ofensivas, reteniendo la iniciativa,
empleando ataques frontales en todo el frente mencionado anteriormente, apli-
cando al máximo el principio de masa, y relativamente esbozaron pequeñas ma-
niobras desbordantes pero sin contar con reservas para proseguir sus ataques.

Ilustración 3.

| 162
Estigarribia y la Batalla de Nanawa – Campo Vía

Esta fue la oportunidad aprovechada por el mariscal Estigarribia para sus dos
operaciones ofensivas. Tomando ventaja de la saliente de Gondra, ordenó realizar
un rápido envolvimiento con la finalidad de aprovechar un descuido en el frente
defensivo boliviano. Una rápida ofensiva dejó al RI 18 en el medio de un bolsón y
el tiempo y el calor obligaron a que 900 hombres se rindan casi sin haber luchado
en Pampa Grande, combate mas conocido como de Pozo Favorita.
Ante esta situación, Kundt, al borde de la renuncia o el suicidio, se dirigió
a La Paz a los efectos de requerir nuevos contingentes. Al ser recibido como
un héroe en la capital boliviana, se sintió cohibido de reconocer la terrible
situación en que se hallaban las tropas en el Chaco, y regresó al teatro de ope-
raciones sin nuevos refuerzos. Esta fue la causa de Campo Vía.
No obstante las apariencias, se había filtrado desde la primera línea de
combate, la incapacidad de Kundt para dar respuestas a los problemas de la
guerra. Por un lado, su resistencia a reconocer que la brillante estructura mi-
litar que había construido para Bolivia requería, para enfrentar el conflicto, de
algunas adecuaciones. Sobre todo de una importante movilización. Por otro
lado, la creciente desconfianza entre sus oficiales y su filtración en el espectro
político, sumado a la caída en la moral de la tropa luego de los sucesivos tras-
piés, configuraron una situación complicada para el alemán.
En octubre y noviembre de 1933, las patrullas aéreas y terrestres para-
guayas detectaron algunas brechas importantes en las líneas bolivianas en
Campo Vía. Estigarribia, silenciosamente, concentró sus fuerzas, y el 3 de
diciembre desencadenó una maniobra envolvente doble, que rodeó rápida-
mente las 4ta y 9na divisiones bolivianas.
Banzer informó exactamente de la situación que se estaba constituyendo
en su ala izquierda a Kundt, quien se limitó a reforzar ese sector con algunos
elementos de la 4ta DI. Se trataba de escasos contingentes, producto de que
se había mandado a descanso a algunos de ellos, con la finalidad de demostrar
que las cosas estaban en orden en el frente.
En el bando paraguayo, se habían acumulado todas las fuerzas posibles
para el golpe final. Los informes de la fuerza aérea sobre la situación del frente
boliviano eran tan dramáticos que Salamanca, el presidente boliviano, ordenó
que se realizara un repliegue ante el temor de lo que pudiera ocurrir entre
Gondra y Alihuata.
El 5 de diciembre se produjo el doble envolvimiento guaraní, con catorce
regimientos en el ala sur, y sólo doce por el ala norte. El 6, el movimiento llegó

163 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

a los Caminos Alihuata-Saavedra y Alihuata-Pozo Negro. Kundt dejó a Ban-


zer y Gonzalez Quint, los comandantes de las divisiones 9na y 4ta, librados a
su propio criterio.
El ataque paraguayo fue una sorpresa, y la defensa boliviana estaba muy
mal organizada, ya que el general reaccionó lentamente a la crisis que se desa-
rrollaba. Sus pilotos de reconocimiento habían dado informes precisos acerca
de la fortaleza y ubicación de los movimientos de las tropas paraguayas, pero
Kundt los rechazó, catalogándolos de alarmistas e incorrectos. Él estaba con-
vencido de que el ejército paraguayo no estaba preparado para llevar a cabo
operaciones en un frente ancho.
El 10 de diciembre, los bolivianos, finalmente, llevaron a cabo un contra-
ataque para intentar salvar algunas de las fuerzas en la zona aislada, pero el
apoyo aéreo para el ataque fue coordinado deficientemente y muchas de las
bombas del Cuerpo Aéreo Boliviano fueron lanzadas sobre sus propias uni-
dades terrestres. El 11 de diciembre, dos divisiones bolivianas se rindieron.

Ilustración 4.

| 164
Estigarribia y la Batalla de Nanawa – Campo Vía

El golpe de gracia lo dio el mismo general Estigarribia, quien, luego de


interceptar las comunicaciones bolivianas que hablaban sobre un intento de
fuga de la 9na DI, una de las unidades cercadas y logra rechazar el intento en
la zona de Campo Victoria y lanza una comunicación en la que informa que
la 9na y 4ta divisiones se hallaban dentro de un triple cerco. Esto termino de
hacer caer la moral boliviana y adelanto la pronta rendición de los cercados.
Fue el desastre militar más grande de Bolivia; 2600 soldados murieron y
aproximadamente 7500 cayeron prisioneros. De un solo golpe, la mayoría de
las fuerzas de combate bolivianas fueron destruidas. Sólo 1.500 hombres es-
caparon de la zona aislada. Kundt fue destituido como comandante en jefe
de las fuerzas de Bolivia, y el coronel Peñaranda fue promovido a general de
brigada y designado comandante en el Chaco.
El Ejército boliviano, sin pensarlo, se retiró. La victoria de Campo Vía les
proporcionó a los paraguayos 8.000 rifles, 536 ametralladoras, 25 morteros y
20 piezas de artillería, al igual que una gran cantidad de municiones. Para un
país pobre y pequeño como Paraguay, el botín de la guerra fue como lluvia del
cielo y permitió que Estigarribia y sus fuerzas mantuvieran la ofensiva.

Bibliograf ía:
Benítez, Luis G., Manual de Historia Paraguaya, Asunción, Asunción, 1981.
Delgado, Nicolás, Historia de la Guerra del Chaco, Asunción, Ed. Industrias Graficas
Nobel S.R.L., 1985.
Fernández, Carlos José, La Guerra del Chaco, Buenos Aires, 1956.
Guerrero, Julio, La Guerra en el Chaco, Lima, Imprenta Scheuch, 1934.
Zook, David H, La Conducción de la Guerra del Chaco, Buenos Aires, Círculo Militar, 1962.

165 |
EL EQUIPO DE COMBATE
GÜEMES Y
EL COMBATE EN LA
ALTURA 234
Alejandro Amendolara
Es abogado, graduado de la Universidad de Buenos Aires. Cursó la Maestría en Historia
de la Guerra en la Escuela Superior de Guerra “Tte Grl Luis María Campos” (ESG).
Es miembro de la Comisión Argentina de Historia Militar. Integra el proyecto de in-
vestigación “Los principios de la conducción como variable de estudio de la tensión
entre los niveles táctico operacional y estratégico a través de la Historia Militar”, para
el Área Historia Militar Sudamericana en la ESG. Ha participado y presentado trabajos
de investigación en los Congresos de la Comisión Internacional de Historia Militar
celebrados en Trieste (2008), Oporto (2009) y Amsterdam (2010). Es investigador sobre
el Conflicto de Malvinas de 1982, habiendo publicado artículos en medios nacionales
y británicos.
El Equipo de Combate Güemes
y el Combate en la Altura 234
Dr. Alejandro Amendolara

Se decide el lugar del desembarco


En mayo de 1982, a varios cientos de kilómetros al norte de las Islas Malvi-
nas, el Grupo de Tareas de Desembarco británico continuaba su desplazamien-
to hacia el sur a través de las grises aguas del Atlántico. Durante el descanso
después del almuerzo del día 13 de mayo, el comedor del buque de desembarco
anfibio HMS Fearless fue acondicionado para que el brigadier Julian Thomp-
son, comandante de la 3 Commando Brigade, pudiera dar sus órdenes para la
Operación Sutton, la primera etapa para la recaptura de las Malvinas.
A las 14 horas, Thompson se acercó a la tarima que se había colocado para
la ocasión y expresó: “Buenas tardes caballeros. Órdenes”.
Acto seguido, el mayor Southby Tailyour dio un informe sobre el terreno
y, luego, el capitán Rowe, oficial de inteligencia de Thompson, expuso el cua-
dro actual de inteligencia.1 A continuación, el jefe de Estado Mayor, mayor
John Chester, dio un preciso informe sobre las fuerzas propias disponibles
que apoyarían el desembarco.
Entonces, Thompson se paró nuevamente sobre la tarima: “Misión, desem-
barcar en Puerto San Carlos, bahías San Carlos y Ajax para establecer una ca-
beza de playa para montar operaciones ofensivas conducentes a la recaptura
de las Islas Malvinas”. Repitió la oración y continuó: “Proyecto para la batalla.
Un ataque nocturno silencioso con embarcaciones de desembarco con el pro-
pósito de asegurar todas las alturas con las primeras luces”.2

1 Van der Bijl, Nicholas, Nine Battles to Stanley, South Yorkshire, Pen & Sword, 199, pág. 95.
2 Van der Bijl, ob.cit., pág.96.

169 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

La reunión duró unas dos horas, sin que hubiera preguntas, sino sólo un
murmullo a su culminación. Lo único que no se había compartido todavía con
los presentes, era la fecha y hora del Día D.
El 16 de mayo, un equipo de reconocimiento del SBS (Special Boat Ser-
vice) fue desembarcado en botes de goma desde la fragata HMS Alacrity al
sur de Bahía Ajax, y estableció un puesto de observación dominando Bahía
San Carlos. El mismo día, otro equipo fue reinsertado en su anterior sitio de
operaciones en Bahía Ajax.3 Sus informes de inteligencia daban cuenta de la
existencia de una compañía argentina en Fanning Head.
Tan sólo tres días después de las órdenes para el desembarco, Thompson
recibió malas noticias. El comodoro Micheal Clapp, al mando del Grupo de
Tareas Anfibio, recuerda que “el 16 recibimos información de una patrulla del
SBS de que allí ahora había una posición enemiga ocupando Fanning Head,
dominando la entrada del Estrecho San Carlos. Era posible, también, que no
fuera sólo para observar e informar, sino para provocar demoras sobre cual-
quier desembarco británico, si eligiéramos esa área. No lo sabía entonces, si
bien no resultaba dif ícil adivinar, que este Puesto de Observación poseía al-
gunas armas antitanque”.4
El 17 de mayo, un tercer equipo del SBS fue enviado desde la fragata HMS
Brillant para ocupar una posición de observación dominando Puerto San
Carlos. Sin embargo, cuando se aproximaba al área del blanco, sus efectivos
vieron luces y escucharon voces. Evidentemente, se confirmaba la presencia
de una compañía enemiga en las proximidades, por lo que abortaron su mi-
sión y regresaron al Brillant sin desembarcar en tierra.
Así, “la primera necesidad en el área de desembarco sería remover, por un
medio u otro, la amenaza de la posición argentina sobre Fanning Head, un
promontorio elevado de cerca de 800 pies de altura que dominaba la entrada
de Bahía San Carlos”.5
La repentina mención del “EC Güemes” ubicado en San Carlos en los
mensajes de Northwood, fue recibida con alarma en el Puesto de Mando de la
3rd Brigade Commando. “¿Acaso había identificado el enemigo las playas de

3 Parker, John. SBS – The Inside Story of the Special Boat Service, London, Headline Book
Publishing, 2004, pág. 311.
4 Clapp, Michael, Southby Taylour, Ewen, Amphibious Assault Falklands – The Battle of
San Carlos Water, South Yorkshire, Pen & Sword, pág. 127.
5 Middlebrook, Martin, Task Force – The Falklands War, 1982, London, Penguin Books,
1987, pág. 206.

| 170
El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

desembarco? ¿Estaban fortaleciendo las defensas? La Sección de Inteligencia


asumió lo peor –una unidad no identificada, posiblemente una guardia ade-
lantada de una formación desconocida se había plantado en el área donde se
realizaría el desembarco. La suposición obvia hasta que estuviera disponible
mayor información, era que el Regimiento de Infantería 12 estaba involucra-
do de alguna manera. Sólo el tiempo lo diría, pero había grandes esperanzas
de que el fondeadero no estuviera ocupado”.6
Un integrante del equipo de inteligencia de Thompson recuerda: “La
preocupación inmediata era que nadie sabía qué significaban las iniciales ‘EC’
en los mensajes, hasta que el capitán Rod Bell solucionó el problema. ‘Es fácil,
EC significa Equipo de Combate, que se traduce en Combat Team’. Bell había
crecido en Costa Rica y el español americano era su primera lengua. Se había
resuelto la mitad del problema; asumimos que había una unidad del tamaño
de una compañía en Fanning Head. Poco después, recibimos otro informe de
que la base de patrulla del EC Güemes estaba en Puerto San Carlos. Ahora
podía asumirse como supuesto que la unidad probablemente tuviera armas
de apoyo de infantería para controlar el cuello de Bahía San Carlos”.7
Preocupado por la existencia de este contingente enemigo, el Commodo-
re Clapp recuerda: “Apodé a este destacamento enemigo ‘The Fanning Head
Mob’ [“La Pandilla de Fanning Head”], invitando a mi estado mayor a que pen-
saran alguna manera efectiva para impedir que reportaran o abrieran fuego”.8
Si bien Clapp consideró que parecía improbable que este grupo argentino alte-
rara sustancialmente sus planes, decidió que el ingreso por el Estrecho se realizara
por la entrada occidental, donde el agua era más profunda y más fuerte la corriente,
lo que hacía difícil el minado, en lugar de entrar por el este de Sunk Rocks.

El Equipo de Combate (EC) Güemes


El 12 de mayo llegaron desde el continente dos informaciones poco pre-
cisas, ambas relacionadas con San Carlos. “Una alertaba acerca de la posible
ubicación de un radar enemigo en la boca Norte del estrecho. La otra se refe-
ría a un presunto desembarco en dicho lugar.9

6 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 98.


7 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 97/98.
8 Clapp. Michael, ob.cit., pág. 117.
9 Jofré, Oscar Luis, Aguiar, Félix Roberto, Malvinas – La Defensa de Puerto Argentino,
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1987, pág. 112.

171 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

“A pesar de las precauciones tomadas por los Comandos ingleses en su


exploración, cierta evidencia de sus desplazamientos se había detectado, y lle-
garon datos precisos al Gobierno Militar que aquellos rondaban por Chancho
Point, uno de los extremos de la bahía San Carlos. Ello movió a encargar a la
Compañía de Comandos 601 a efectuar un rastrillaje sobre la zona”.10 “En una
oportunidad, encontraron un bote de goma, chalecos salvavidas y otros equi-
pos, pero, pese a repetidos rastrillajes, no pudieron comprobar si el personal
enemigo aún estaba en tierra. De cualquier manera, esto nos alertó aún más
sobre posibles infiltraciones”.11
Ante esa información, se ejecutó una acción de exploración con efectivos
de la Compañía Comandos 601, transportados en helicópteros con las prime-
ras luces de ese mismo día hacia Puerto San Carlos. Este desplazamiento fue
realizado con sumo riesgo, ya que se había detectado la presencia de patrullas
aéreas enemigas sobrevolando la zona. Una vez allí, se ejecutó un detallado
rastrillaje y reconocimiento del sector.
Ese mismo día, el comandante de la Guarnición Militar Malvinas ordenó
al comandante de la Agrupación Litoral, destacar efectivos de nivel subuni-
dad, con armas de apoyo, para ocupar la población, a fin de alertar sobre la
posibilidad de un desembarco enemigo en la zona. Asimismo, se debía cubrir
el acceso norte del estrecho de San Carlos con una fracción dotada de caño-
nes sin retroceso.
El general Mario Benjamín Menéndez señala: “Recuerdo que al hacer el
análisis de los posibles lugares de desembarco, surgió que San Carlos era uno
más de los lugares en que éste podía suceder. Pero ante las incursiones de
las fragatas en el estrecho, se hizo un estudio, y la Armada asesoró que era
necesario que hubiera algunas fuerzas sobre la boca sur y norte del mismo
para dar una alerta si se producía el paso de unidades navales enemigas y, en
lo posible, aprovechando el estrechamiento de la boca norte, tratar de interfe-
rirlo. Se resolvió, entonces, desplazar desde Darwin dos secciones reforzadas
a cargo del teniente primero Esteban: esto es, unos setenta y pico de hombres,
algún mortero y cañones sin retroceso”.12

10 Ruiz Moreno, Isidoro J., Comandos en Acción – El Ejército en Malvinas, Buenos Aires,
Grupo Editores Planeta, 2007, pág. 112.
11 Túrolo, Carlos M. (h), Malvinas – Testimonio de su Gobernador, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1983, pág. 159.
12 Túrolo, Carlos M (h), ob.cit., pág. 160.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

La decisión para la ejecución de estas operaciones (exploración y asigna-


ción de efectivos) es la resultante de una apreciación de la situación a raíz del
hundimiento del buque ARA Isla de los Estados, y los indicios de actividad de
elementos enemigos en la zona. Se analizó cuál era la distancia del ancho de
la boca de la Bahía San Carlos y cuál podía ser el armamento disponible en las
islas para desplegar en el lugar.
De este modo, el jefe de la Fuerza de Tareas Mercedes (RI 12) recibió del
general Parada (comandante de la Agrupación Litoral), la orden para “1) Des-
plegar efectivos de nivel de Compañía (-) con armas de apoyo en la zona de
San Carlos, para proporcionar alerta temprana sobre desembarco inglés en
la zona, o rechazo de una operación menor, dentro de sus capacidades; 2)
Recibir los helicópteros que se faciliten para el transporte del personal y abas-
tecimiento; 3) Otorgar munición para 3 días y víveres para 5 días; 4) Incluir en
la operación, la ocupación de la altura 234 (extremo noroeste de San Carlos)
con 1 Sección de cañones sin retroceso (2 piezas) para hacer fuego sobre las
naves enemigas que intenten ingresar al Estrecho”.13
Sin embargo, el teniente coronel Ítalo Piaggi, jefe del Regimiento de In-
fantería 12, no se sintió cómodo con la orden recibida. “Solicité al segundo
comandante se dejara sin efecto esa orden, fundándome en que la segregación
de un elemento de ese nivel orgánico significaba una disminución considera-
ble en el ya insuficiente poder de combate disponible en Ganso Verde. Ade-
más, las armas pesadas resultaban indispensables para mantener una mínima
base de apoyo de fuego en la posición Darwin (había que segregar dos caño-
nes de los tres disponibles y dos morteros de los únicos cuatro que teníamos).
Estas armas no podían ser abastecidas con munición para tres días, por cuan-
to no es suficiente la existente”.14
Pero su solicitud no obtuvo el eco que esperaba. “El segundo comandan-
te, fundándose en la resolución adoptada por el comandante de la brigada,
rechaza mi proposición. Antes de retirarme, aclaro ante el Jefe de Operacio-
nes del Estado Mayor, teniente coronel Gil, que, tomando en cuenta la suma
de factores negativos, poco podía esperarse de la capacidad combativa de la
Fuerza de Tareas en caso de contacto con el enemigo”.15

13 Ejército Argentino, Informe Oficial – Conflicto Malvinas. Tomo I: Desarrollo de los


Acontecimientos, 1983, pág. 64.
14 Piaggi, Ítalo A., El Combate de Goose Green – Diario de Guerra del comandante de las
tropas argentinas en la más encarnizada batalla de Malvinas, Buenos Aires, Editorial
Planeta, 1994, pág. 71.
15 Piaggi, Ítalo A., ob.cit., pág. 72.

173 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

En cumplimiento de la orden, se constituyó el Equipo de Combate (EC)


Güemes, con un total de 63 hombres, al mando del teniente primero Car-
los Daniel Esteban, comprendiendo un pelotón de Comando C/RI 25; una
sección de tiradores de la C/RI 25, al mando del subteniente Oscar Reyes; y
una sección de apoyo del RI 12 (dos morteros de 81 mm y dos cañones sin
retroceso de 105mm), al mando del subteniente José Vázquez, para ocupar
el Puerto de San Carlos y la Altura Número 234, desde donde controlarían la
entrada al estrecho.
Señala el general Menéndez que “por supuesto, servía para enfrentar una
cosa chica, pero no algo de magnitud: la finalidad era dar el alerta y no recha-
zar un desembarco de importancia”.16 Lo que ni Menéndez, Parada, Piaggi, ni
Esteban podían saber, era que habían elegido el punto que había sido selec-
cionado para el desembarco de la 3 Commando Brigade cinco días después.17
Por su lado, el Regimiento de Infantería 5 en Puerto Howard, y el Regi-
miento de Infantería 8 (-) en Bahía Fox, debían controlar los accesos norte y
sur de dicha vía de agua, respectivamente.18
El 14 de mayo, a las 7.30 horas, se sufrió la acción enemiga sobre la zona de la
reserva y de los helicópteros destinados a su transporte, ubicada entre los cerros
Challenger y Kent. Esta actividad aérea fue lo suficientemente intensa como para
que el EC Güemes, no pudiese ser transportado a San Carlos en esa fecha.
“Esa mañana del sábado 15 de mayo, a eso de las diez, aterrizó en Puer-
to San Carlos un helicóptero seguido por otro gran aparato, un Chinook de
Fuerza Aérea capaz de transportar hasta cuarenta y cuatro soldados. Eran
los elementos de Infantería que se esperaba para apostarlos como vigilancia
y defensa de la boca norte del estrecho: sesenta y tres hombres a órdenes del
teniente primero Carlos Daniel Esteban”.19
El transporte se completó recién a las 16.30 horas con la Sección de Apo-
yo, que quedó emplazada en la altura 234, a 500 metros de la playa. “Este
destacamento tenía las armas pesadas, una radio, una asombrosa vista del
estrecho San Carlos, y una de las ubicaciones expuestas más inconfortables
de las islas”.20

16 Túrolo, Carlos, ob.cit., pág. 160.


17 Adkin, Mark, Goose Green: A Battle is Fought to be Won, South Yorkshire, Pen & Sword,
1992, pág. 47.
18 Jofré, Oscar Luis, Aguiar, Félix Roberto, ob.cit., pág. 112.
19 Ruiz Moreno, Isidoro, ob.cit., pág. 124.
20 Adkin, Mark, ob.cit., pág. 47.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

“El estrecho de San Carlos tiene en ese lugar un ancho de cuatro kilóme-
tros, y si bien el alcance máximo de tales morteros era de tres mil novecientos
cincuenta metros -lo que tornaba imposible batir eficazmente con ellos a na-
ves-, los cañones eran de tiro direccional y colocados en Fanning Head (altura
234), podían hacer blanco”.21
“Pocos lugares peores: existía un microclima especial, donde práctica-
mente no dejaba de llover y soplar viento. Además, como observatorio re-
sultaba un poco cuestionable, ya que a veces estaba envuelto por nubes bajas
que impedían la visión, o la niebla descendía sobre el valle y tampoco podía
distinguirse nada”.22 Cuatrocientas yardas al este de Fanning Head se encuen-
tra Partridge Valley, que es atravesado por una corriente de agua que desem-
boca en el mar, y a unos nueve kilómetros, también hacia el este, está Puerto
San Carlos. No existe un camino definido entre los dos y, si bien el terreno se
encuentra relativamente nivelado, la marcha es dura.

21 Ruiz Moreno, Isidoro, ob.cit., pág. 155.


22 Ruiz Moreno, Isidoro, ob.cit., pág. 118.

175 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

La Sección de Apoyo (dos morteros de 81mm y dos cañones sin retro-


ceso de 105mm), ocupó entonces la altura 234, en condiciones de batir con
este fuego el acceso Norte del estrecho de San Carlos. La fracción en Fanning
Head estaba organizada con un Grupo de Piezas (constituido por tres subofi-
ciales y cinco soldados, que operan las armas pesadas), y un Grupo de Fusile-
ros, que proporcionaba la seguridad inmediata a las piezas.
El teniente primero Carlos Daniel Esteban “hizo rotar a veintiún hombres
allí cada cuarenta y ocho horas, debido al rigor del clima: estando a ocho kiló-
metros de distancia de Puerto San Carlos, no pudo efectuarse su relevo cada
veinticuatro horas, como inicialmente planeó, porque el desplazamiento des-
gastaba más que la permanencia en la posición”.23 Se mantenían comunicacio-
nes por radio entre ambos puntos cada dos horas, y se estableció, además, con
alguna señalización rústica, el camino para el desplazamiento de estafetas.

“Eliminen a la Pandilla”
Para los británicos ahora resultaba vital descubrir discretamente el pode-
río del enemigo en el área de San Carlos, dónde estaban y qué hacían, ya que
una fuerza poderosa podría llegar a complicar seriamente todo el desembar-
co. Entonces, se recurrió una vez más a las operaciones del SBS para vigilar
Bahía San Carlos, pero como no había helicópteros al replegarse el portaavio-
nes HMS Hermes más allá del horizonte tras el ataque sobre la Isla Borbón, la
información dependía completamente de Northwood y de las operaciones del
SBS, particularmente de la patrulla de Bahía Ajax.24
Pronto quedó en evidencia que el Equipo de Combate no era una patru-
lla de avanzada, y debido a que aun una unidad pequeña podía crear proble-
mas, tal como lo había hecho Keith Mills, Julian Thompson emitió órdenes
para las Fuerzas de Avanzada para destruir al enemigo en Fanning Head. El
3 Para se encargaría del puesto de base de la patrulla en Puerto San Carlos
luego del desembarco.25
El poderío enemigo informado era insuficiente como para disparar un
cambio en el sitio de desembarco, pero ahora resultaba importante que a esta

23 Ruiz Moreno, Isidoro, ob.cit., pág. 155.


24 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 98.
25 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 98.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

compañía se le negara cualquier impresión de interés alguno en el área.26 Si


los argentinos tropezaban con una patrulla, entonces el lugar de desembarco
quedaría delatado. Por esta razón, el sitio tendría que quedar sin vigilancia
hasta poco antes del desembarco.27
A bordo del HMS Fearless, “el estado mayor del brigadier Thompson di-
señó un plan el que, se esperaba, induciría a una rendición de los argentinos
con un mínimo de derramamiento de sangre”.28 Se asignaron para la tarea el
destructor Antrim, dos helicópteros Wessex, cerca de treinta y cinco hombres
del Special Boat Service, un oficial de artillería naval de la Royal Artillery, un
oficial intérprete de los Royal Marines, y algún equipamiento viejo y nuevo.29
El oficial de artillería adelantado, Hugh McManners, detalla los pormeno-
res de la tarea encomendada: “Nuestra misión era ‘neutralizar la compañía de
armas pesadas argentina’, y lo haríamos induciéndolos a engaño y rendirse a
una fuerza numéricamente inferior y sólo equipada con armas livianas y con
un buque de apoyo. Pretenderíamos mostrar un batallón de infantería (de
cerca de 650 hombres), llevando una vasta y desproporcionada cantidad de
potencia de fuego. Esta era una operación psicológica, complicada por tener
dos objetivos (la evaluación, más el aseguramiento del pasaje a salvo de la flo-
ta por la “neutralización” de la unidad enemiga). También quedó a mi cargo la
decisión de cómo se lograría la “neutralización” -y de hecho, si la misma había
sido alcanzada. Esto quedaba lejos del planeamiento militar estándar, donde
cada misión tenía un objetivo claro con algunas pocas reservas, no como las
interminables y abiertas instrucciones que se me habían dado. Pero, en una
operación de fuerzas especiales, cada persona conoce lo que es requerido, y
si nada más funciona, los individuos pueden depender de lograr el objetivo
general por sí mismos, si es necesario”.30
Agrega que “también había un fuerte aspecto humanitario en la misión
que se nos ordenó. Se me insistió de mantener el fuego naval cayendo por
detrás de la posición de los cañones enemigos, y dirigirlo lentamente hacia

26 Freedman, Lawrence, The Official History of the Falklands Campaign – Vol.II: War and
Diplomacy, pág. 462.
27 Freedman, Lawrence, ob.cit., pág. 462.
28 Middlebrook, Martin, ob.cit., pág. 206.
29 Middlebrook, Martin, ob.cit., pág. 206.
30 McManners, Hugh, Falklands Commando - A Soldier’s Eye View of the Land War,
Harper Collins Pub. Ltd, 2002, pág. 131.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

adelante para “arriarlos” lejos de sus cañones. Una vez que no pudieran estar
en condiciones de disparar a la flota en el mar, intentaríamos tomarlos prisio-
neros. Tomamos un lingüista de español y un sistema de altoparlante portátil
con la idea de quedar dentro de su alcance (habiendo disparado algunas salvas
de cañón por atrás), y llamarlos para entregarse. Entonces dirigiría los pro-
yectiles aproximándose a ellos, y si al final aún se resistían a rendirse, tendría
que enviarlos sobre ellos”.31
El capitán Rod Bell acompañaría la patrulla. Basado en la limitada infor-
mación disponible, el plan era que el SBS fuera a tierra, poco antes de los
desembarcos para invitar a los argentinos a rendirse, lo que determinaría su
voluntad de combate.32

Se inicia la invasión
Poco después de la medianoche del 21 de mayo, el Grupo de Desembarco
se deslizó hacia los estrechos que custodiaban Bahía San Carlos. “El Fearless,
Intrepid y Yarmouth encabezaron el grupo hacia San Carlos, seguidos por el
Plymouth, Brillant, Canberra, Norland, Stromness y Fort Austin. Detrás venían
los cinco LSL y el Europic Ferry, escoltados por el Broadsword y Argonaut”.33
El último informe de inteligencia sobre el sector de Puerto San Carlos fue
pasado al 3 SBS, y entonces el Antrim lanzó al heroico “Humphrey”, que había
sido equipado con una cámara de imágenes térmicas. “Uno de los helicópte-
ros era el Wessex 3 propio del Antrim, equipado con radar y piloteado por el
capitán de corbeta Ian Stanley y su tripulación, que tan bien lo habían hecho
en la recaptura de Georgias del Sur; el segundo era un Wessex 5 piloteado por
el teniente Mike Crabtree, del 845 Squadron. Los helicópteros realizaron sus
primeras salidas cuando el Antrim aún estaba a unas 40 millas de distancia”.34
El helicóptero de Stanley desembarcó una pequeña partida del SBS para
que guiara más tarde al grupo principal. El helicóptero de Crabtree llevaba
un “detector de imágenes termales”, una pieza de moderno equipamiento que
mapeaba toda la superficie en una serie de barridas e identificaba la posición
exacta de los argentinos a partir del calor corporal.35

31 McManners, Hugh, ob.cit., pág. 132.


32 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 102.
33 Freedman, Lawrence, ob.cit., pág. 464.
34 Middlebrook, Martin, ob.cit., pág. 206.
35 Middlebrook, Martin, ob.cit., pág. 206.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

Hugh McManners escribió: “La barrida a lo largo de Fanning Head mos-


traba grupos como de lombrices fosforescentes de a pares y cerca de quince.
Había varios de estos grupos sobre el norte del monte y un grupo en la cima
del promontorio. Habíamos encontrado a nuestra compañía de armas pesa-
das”. El SBS recibió el informe del video y se le recordó que su objetivo era
asegurar que los buques pudieran ingresar por los estrechos en forma segura
y, si fuera necesario, destruir al equipo de combate argentino, apodado “The
Fanning Head Mob”.36
Al respecto, recuerda Julian Thompson: “El jefe del SBS incluyó un refina-
do agregado a su plan: con mi permiso, sugirió que se debía testear la volun-
tad de los defensores argentinos, intimándolos a rendirse frente a un poder de
fuego superior. Si este plan funcionaba, podría -razonaba-, brindar un buen
indicio de que los argentinos estaban listos para arrojar la toalla sin pelear”.37
El capitán Bell encontró en el Fearless un megáfono que funcionaba con una
batería de 24 voltios, con el que intentaría inducir a la rendición a las fuerzas
argentinas, conforme lo planeado.
Cerca de la una de la mañana, los efectivos del 3 SBS se reunieron en la
cubierta de vuelo del Antrim, y pronto se evidenció que el plan del jefe de
la patrulla tenía deficiencias. Como antes había sucedido en el ataque a la
Isla Borbón, el Sea King no podía despegar debido al peso del equipo, y lue-
go del amerizaje fatal del Sea King, nadie estaba preparado para arriesgarse.
Una reorganización ligeramente caótica tuvo lugar, durante la cual se calculó
que se requerirían cuatro despegues. El sitio de aterrizaje estaba a unos diez
minutos de tiempo de vuelo desde el buque y a 1.500 metros al noroeste de
Finally Rocks y a 3.000 metros al sudeste de Fanning Head. La patrulla de
35 hombres se reunió a unos 2.500 metros de la posición argentina. Con sus
mochilas sobre sus espaldas y con las cintas de munición colgando de donde
pudieran, el SBS se formó en una sola fila e inmediatamente comenzaron a
tropezar sobre las abultadas matas de hierba y grandes plantas parecidas a
algas. Hubo frecuentes detenciones para que los exploradores escanearan el
terreno delante. El horario comenzaba a desbaratarse.38

36 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 102.


37 Thompson, Julian, 3 Commando Brigade in the Falklands – No Picnic, South Yorkshire,
Pen & Sword, 2007.
38 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 103.

179 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

El Combate de Fanning Head


A la 1.30 de la madrugada, una patrulla argentina, adelantada en el sector
de la playa, informó sobre gritos y señales acústicas que se percibían desde
el estrecho. Además, distinguieron siluetas, al parecer de buques, que pene-
traban en dirección Norte-Sur. En ese momento, el subteniente Oscar Reyes,
jefe de la sección, se adelantó y verificó el ingreso al canal de varios buques.
“Yo escuchaba voces y sabía que estaban entrando por el canal. Se escuchaban
perfectamente las órdenes en inglés. Seguramente ellos pensaban que no se
escuchaba en la costa, pero se oían las órdenes por el tono y la forma en que
se muerden las palabras”.39
También se le informó de haber escuchado helicópteros yendo hacia y
desde el oeste. Entonces, Reyes asumió que eran tropas de desembarco y, si
bien no podían identificarse claramente los blancos por la oscuridad, primero
dispuso disparar proyectiles iluminantes con los morteros hacia el estrecho,
ya que delataría su posición si tiraba con los cañones sin retroceso de 105mm,
que emitían un fuerte resplandor al disparar. “Ninguno de los proyectiles ilu-
minantes explotó, estaban totalmente humedecidos. Seguí con proyectiles de
guerra, que son proyectiles antipersonales de gran capacidad. Pero claro, esto
es para matar gente, no es para romper buques”.40
Inmediatamente intentó comunicarse con su Jefe para informarle la no-
vedad, ordenando al soldado Raúl Freire que subiera a la cima de la posición,
para que intentara hacer contacto con el teniente primero Esteban a través del
equipo de radio VHF. Pero la radio se había quedado sin baterías. Freire llegó
a la cima e intentó dar aviso a Esteban del ingreso de los buques británicos en
el Estrecho, pero si bien podía oír las comunicaciones provenientes de Puerto
San Carlos, la escasa potencia del equipo impedía que su transmisión fuera
captada en aquel lugar, sin recibir confirmación de recepción de sus mensajes.
Pocos instantes después, el sector en donde se encontraba Freire comenzó a
recibir impactos de artillería naval cada vez más cercanos a su posición. Ante
la imposibilidad de lograr contacto con San Carlos, Reyes le ordenó al ope-
rador que bajara inmediatamente y regresara con el grupo, evitando exponer
innecesariamente a Freire. Inmediatamente, se inició el fuego con proyectiles
explosivos de los cañones sin retroceso hacia una posición estimada en el

39 Speranza, Graciela, Cittadini, Fernando, Partes de Guerra – Malvinas 1982, Buenos


Aires, Editorial Edhasa, 2005, pág. 97.
40 Speranza, Graciela, Cittadini, Fernando, ob.cit., pág. 97.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

centro del canal, al no disponerse de medios de observación y/o detección


nocturna que les permitiera hacer puntería.
Estas armas habían causado preocupación al enemigo, porque podían
producir daños importantes a las lanchas de asalto y a otros buques. Cuando
los cañones fueron localizados, seguramente por el resplandor trasero que
producen al disparar, fueron batidos por el enemigo, incluido el fuego naval,
obligándolos a cambiar de posición, lo que constituye una actitud normal en
el empleo de estas armas luego de una determinada cantidad de disparos,
según la situación que se vivía en ese momento.41
Cerca de las 2.15 am, el 3 SBS aún estaba a 1.000 yardas de distancia de
Fanning Head y, dado que el Antrim estaba en posición, Hugh McManners
pidió por radio unos disparos, pero nada llegó. Por primera vez, pero no la
última durante la campaña, el armamento principal de 4,5 pulgadas de un
buque tenía inconvenientes en el momento crítico. El equipo de morteros
de 60mm cubrió el objetivo con unos veinte disparos sin grandes efectos a
excepción de aligerar su carga y alertar a los argentinos.42
Agotada por completo su munición, Reyes decidió emprender el repliegue
y tratar de llegar hasta Puerto San Carlos, para reencontrarse con Esteban. “Se
reunieron todos y empezaron a caminar hacia San Carlos. Pero tuvieron que
tirarse al suelo casi enseguida. Dos o tres ametralladoras estaban disparándo-
les desde una colina. Reyes estaba sorprendido, tiraban con la misma preci-
sión que si fuera de día. Trabajaban con visores nocturnos. Así que, solamente
era una cuestión de tiempo que los fueran liquidando uno a uno. Un soldado
gritó que estaba herido. Era una gran encerrona. Había que salir de cualquier
modo. Eligió a los cinco hombres que consideraba más corajudos y se fue con
ellos para intentar rodear, por retaguardia, a los atacantes”.43
El grupo de asalto del SBS se estableció en el terreno alto que dominaba las
posiciones argentinas, y Bell ubicó su altoparlante a unos cien metros a la de-
recha. El SBS tenía un visor de imágenes termales de mano y encontraron que
los argentinos se habían desplazado unos 180 metros de su posición original,
debido al reciente fuego de proyectiles.

Se desató un intenso fuego naval desde varios navíos. Estos disparos ca-
yeron próximos al equipo de comunicaciones, aparentemente localizado por

41 Jofré, Oscar Luis, Aguiar, Félix Roberto, ob.cit., pág. 135.


42 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 103.
43 Simeoni, Héctor Rubén, ob.cit., pág. 15.

181 |
La Táctica en las Batallas de la Historia

el enemigo, pero no afectaron significativamente el sector ocupado por las


piezas. El jefe de Sección ordenó interrumpir la comunicación. A partir de ese
momento ya no habría de retomar contacto con su jefe.
Solicitando fuego de apoyo para lograr algún efecto, McManners ordenó
veinte disparos de fragmentación, que destruyeron los cañones sin retroceso
y provocaron algunas bajas. El bombardeo fue seguido por disparos esporá-
dicos cada minuto para persuadir a los argentinos de que se concentraran
más en su supervivencia y no prestaran atención a la proximidad de las tro-
pas británicas, que ahora estaban en una cresta desde la que podían observar
Fanning Head.
A bordo del HMS Antrim, el Chief Petty Officer Terence Bullingham re-
cuerda: “Cerca de las dos de la mañana, el observador adelantado de fuego de
apoyo naval ordenó disparar dos andanadas desde nuestro cañón bitubo de
proa de 4,5 pulgadas. Entonces ordenó “Fire for Effect”, que es el tipo de cosas
que uno sólo ve en las películas, con los proyectiles de 4,5 pulgadas saliendo
como rayos hacia esta colina, Fanning Head, que el observador adelantado
utilizó para hacer que los argentinos se alejaran de sus cañones hacia donde el
SBS y SAS estaban esperándolos”.44

Para las 2.30 am, el Antrim había solucionado la falla y machacó Fanning
Head. Reyes ordenó suspender el fuego con los cañones sin retroceso y cam-
biar de posición. Mientras tanto, los dos morteros de 81mm continúan ba-
tiendo al enemigo, sin que puedan apreciarse los efectos de su acción.
En tanto, los efectivos británicos observaban el espectáculo. Recuerda
McManners: “Pudimos ver a la distancia en el estrecho el débil resplandor de
los cañones del Antrim como un recordatorio de las veinte salvas disparadas
-un total de 40 proyectiles. Entonces siguió un silencio, un silbido estremece-
dor y un breve silencio. Ordené proyectiles de fragmentación (que explotan
a 50 pies encima del terreno), y cuando llegaron, la noche se transformó en
día. El sonido hueco de las explosiones llegó segundos después. Los huecos
en medio se llenaban con exclamaciones y palabrotas de la patrulla, quie-
nes nunca habían visto cañones navales trabajando. Me sentía un poco como
Merlín desatando las fuerzas de la oscuridad”.45

44 McManners, Hugh, Forgotten Voices of the Falklands, London, Ebury Press, 2007, pág. 196.
45 McManners, Hugh, ob.cit., pág. 142-143.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

“Los proyectiles de 4,5 pulgadas del HMS Antrim, explotando a 50 pies


sobre el terreno, transformaban la noche en día, con los resplandores de sus
enormes explosiones. Los hombres de Reyes buscaron cobertura, lamentán-
dose de la falta de munición. En los primeros minutos, cayeron veinte proyec-
tiles, poniendo fin a cualquier intento de continuar disparando a los buques
abajo, pero, extrañamente, no provocó baja alguna”.46
Los argentinos también quedaron afectados por la creciente barrera de
proyectiles delante de ellos en la zona de disparo, y ello logró el efecto desea-
do por los británicos. En medio del bombardeo, Reyes empujó a sus hombres
sobre la ladera de Fanning Head, y, al no poder entrar en contacto con Este-
ban, decidió evacuar el Puesto de Observación.47
McManners estaba observando a través de su visor de imágenes termales
cuando quedó sorprendido de ver siluetas pasando sobre la cima y moviéndo-
se hacia Partridge Valley; otros parecían estar cavando en la cima de Fanning
Head. El SBS formó una línea extendida con las ametralladoras (GPMG), ubica-
das sobre los flancos, mientras que el mortero y un pequeño grupo de defensa
cubrían la retaguardia. Todos abrieron fuego sobre la ladera, y entonces para-
ron de disparar. Ahora era el momento de invitar a los argentinos a rendirse.
Una GPMG disparó una ráfaga de trazadoras sobre sus cabezas, y enton-
ces el capitán Rod Bell tosió, despejó su garganta, y habló por el megáfono.
El aparato emitió un pobre, cómico petardeo. Jugueteó con las perillas pero
aún se negaba a funcionar. El viento estaba en la dirección equivocada. Gri-
tó hacia los argentinos para que se rindieran y cuatro hombres se sentaron.
Se presentó como representante de las fuerzas británicas, cuyo comandante
deseaba evitar derramamiento de sangre, y señaló que las tropas británicas
estaban rodeando la posición, invitando a los argentinos a rendirse. “No hubo
respuesta pero el visor termal mostraba que los argentinos se movían hacia
los británicos, sin saber si era para atacarlos o para buscar mejor cobertura. El
SBS abrió fuego identificando los blancos con el detector termal.48
Entonces Reyes con un grupo, se replegó en la oscuridad de regreso a sus
posiciones sobre Fanning Head. Los británicos se habían equivocado con la
teoría de que los argentinos no lucharían. Ansioso por persuadirlos a ren-
dirse, Bell y algunos SBS salieron a buscarlos, sin éxito. “Los estábamos ma-

46 Adkin, Mark, ob.cit., pág. 65.


47 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 104
48 Middlebrook, Martin, ob.cit., pág. 207.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

sacrando y quería hablarles nuevamente. Nuestros buques ahora se estaban


desplazando por Fanning Head y nuestro objetivo ya había sido alcanzado”.49
En el estrecho, “el Antrim seguió bombardeado el área del blanco con NGS50
durante dos horas completas, disparando cerca de 360 proyectiles de 4,5 pul-
gadas de alto explosivo”.51
“A eso de las cuatro de la mañana, con media docena de heridos por tiros
de cañón y de fusil, Reyes, casi consumidas sus municiones y ante el riesgo de
quedar cortado y ser aniquilado, ordenó el repliegue.52 “Serían las 4.30 cuando
ordené replegar en dos columnas por los caminos que habíamos jalonado, de
un lado mi gente y del otro la gente del 12. Y es ahí cuando empezaron a tirar-
me desde la altura hacia la que me dirigía. Recién entonces tomé conciencia
de que habían desembarcado y de que nos habían envuelto, pero no podía
evaluar la magnitud del enemigo”.53
“Ni bien comenzaron la marcha, un proyectil de artillería naval cayó sin
explotar en medio de las dos hileras de soldados y, segundos después, otro
hizo lo propio unos metros más allá, estallando debajo de la fangosa superfi-
cie, sin que las esquirlas llegaran a afectar a personal alguno. Pero no habían
caminado todavía unos mil metros cuando una lluvia de proyectiles trazantes
se les vino encima desde una de las alturas que debían atravesar. Atrapados al
descubierto, los soldados atinaron a tirarse cuerpo a tierra, buscando el lugar
que mejor los protegiera”.54
“Era evidente que la tropa enemiga estaba utilizando visores nocturnos,
ya que los impactos, clavándose a centímetros de los cuerpos de los argenti-
nos, demostraban su certeza hasta que, como era dable esperar en esta situa-
ción, el conscripto Miguel García lanzó una exclamación de dolor y un grito:
¡Mi cabo, me la dieron! -y con entereza, agregó: ¡Traten de salvarse que yo
me quedo! Momentos después, otro soldado, Agustín Aquino, fue alcanzado.
Aunque sus vidas no corrieran peligro, ya que habían sido alcanzados en sus
piernas, la herida de Aquino revestía cierta gravedad al pegar un proyectil en
el tendón de Aquiles”.55

49 Middlebrook, Martin, ob.cit., pág. 207.


50 NGS: Naval Gunfire Support – Fuego Naval de Apoyo.
51 Yates, David, Bomb Alley – Falkland Islands 1982 – Aboard HMS Antrim at War, South
Yorkshire, Pen & Sword, 2006, pág. 135.
52 Ruiz Moreno, Isidoro J., ob.cit., pág. 157.
53 Speranza, Graciela, Cittadini, Fernando, ob.cit., pág. 100.
54 Téves, Oscar, Pradera del Ganso – Una Batalla de la Guerra de Malvinas, 2007, pág. 146.
55 Téves, Oscar, ob.cit., pág. 146.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

Reyes asumió entonces que estaba emboscado por los británicos, por lo
que decidió intentar una acción ofensiva para romper el cerco. Junto con seis
hombres, entre ellos el sargento Colque y los soldados Cepeda y Bergero,
marcharon en procura de rodear otra altura y sorprender a los enemigos por
un flanco. Previo a ello, les ordenó a los cabos Godoy y Sánchez que trataran
de marchar hacia Puerto San Carlos para dar la novedad de los buques al jefe
del EC Güemes, mientras aseguraba que los dos heridos quedaran junto al
cabo Torres detrás de unas rocas.
“El objetivo era tratar de contrarrestar el nido de ametralladora desde don-
de nos estaban tirando, a unos trescientos metros hacia arriba. Empezamos a
correr, cuerpo a tierra, correr, cuerpo a tierra, después a subir, subir, subir, y
no llegábamos nunca. Cuando llegamos a la cima, miramos y no había nada.
Colque se adelantó y ahí fue cuando lo perdimos. Una onda expansiva de un
proyectil lo había dejado medio atontado, caminó solo, sin rumbo, durante
tres días, hasta que lo capturaron”.56
“Cuando comenzaron a descender por el faldeo opuesto a la elevación en que
se hallaban, quedó ante sus vistas toda la operación de desembarco inglesa”.57

Por su lado, los suboficiales Godoy y Sánchez y un grupo de soldados ha-


bían comenzado el repliegue para acercarse a Puerto San Carlos. Después de
cruzar una hondonada, llegaron a la otra cima y desde allí alcanzaron a divisar
varias siluetas que se acercaban del lado del poblado. Cuando comenzaron
a recibir disparos provenientes de esa tropa, asumieron que se trataba del
enemigo, buscando cubierta tras unas piedras que los salvaron de ser alcan-
zados y puestos fuera de combate. Desde allí, Godoy se puso en contacto con
el subteniente Reyes a través de una pequeña radio portátil y le informó de la
novedad, tras lo cual reiniciaron la marcha.
“Sin embargo, la situación ya no tenía salida para estos rezagados; el cabo
Godoy se había ido del lugar, descendiendo por la ladera opuesta, y se veían
algunos helicópteros sobrevolando las cercanías del sitio en donde se encon-
traban los tres argentinos. Más aún, la patrulla británica se acercaba rápi-
damente y uno de sus efectivos les intimaba rendición en idioma castellano
diciéndoles que se entregaran y que iban a ser respetados como soldados que

56 Speranza, Graciela, Cittadini, Fernando, ob.cit., pág. 102.


57 Téves, Oscar, ob.cit., pág. 146.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

eran. Sin otra alternativa, el cabo Sánchez y los dos conscriptos arrojaron sus
fusiles lejos de sí, como para que los ingleses no los encontraran y, enarbo-
lando una improvisada bandera blanca, se dirigieron con cautela hacia donde
estaba el grupo enemigo”.58
“Una sección fue enviada colina abajo para buscar a los enemigos heridos
-otra cosa insegura de hacer en vista de la cantidad de enemigos que habían
desaparecido en el área-, pero nuevamente nuestra lógica era humanitaria,
no militar. La sección encontró cuatro bajas que habían sufrido heridas de
bala y fueron tratados con morfina y vendas (y más tarde llevados en vuelo a
un buque hospital británico). La búsqueda fue un proceso prolongado y afor-
tunadamente no hubo más disparos de quienquiera hubiera permanecido, al
menos de la compañía de armas pesadas”.59
Ya en manos británicas, llegaron hasta donde estaba refugiado el último
de los soldados que había sido alcanzado por el fuego inglés. “El conscripto
se quiso levantar pero el médico le hizo señas de que no se moviera y, previo
darle una tableta de chocolate, le hizo una cuidadosa curación; después le
indicó que dejara una tela a su costado para que un helicóptero lo ubicara y
recogiera, y el grupo prosiguió en la búsqueda del resto de las bajas. Mientras
iban caminando, pudieron observar otros de los ataques aéreos a los buques
ingleses efectuados por aviones Mirage de la Fuerza Aérea Argentina”.60
Más tarde encontraron al cabo Torres, quien se hallaba con otros cinco
soldados en el punto en que la fracción se había separado, en la madrugada,
al recibir el fuego de las armas automáticas británicas. Luego de un breve in-
cidente, pues Torres no quería entregarse y llegó a cargar su fusil y apuntarlo
contra los ingleses, todos fueron tomados prisioneros. Los tres conscriptos
que se encontraban heridos recibieron rápidamente asistencia médica, siendo
luego trasladados en helicópteros hacia los buques británicos. El resto de los
efectivos capturados siguieron su camino bajo la custodia de los efectivos del
SBS, los cuales fueron relevados más tarde.

Repliegue Final
Ya en plena penumbra matutina, y con el desembarco británico en ple-
no apogeo, con gran movimiento de fragatas, buques logísticos, lanchones
de desembarco y helicópteros, el subteniente Reyes pudo reunir once de sus

58 Téves, Oscar, ob.cit., pág. 148.


59 McManners, Hugh, ob.cit., pág. 146.
60 Téves, Oscar, ob.cit., pág. 148.

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El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

hombres y, metidos en un pozo que apenas alcanzaba a cubrirlos, comen-


zaron a observar la zona para analizar la situación y evaluar cuáles eran las
alternativas que se les presentaban.
Las posibilidades de emprender el regreso a San Carlos eran de resultado
dudoso, ya que los británicos habían cortado el camino hacia el poblado, pero
la opción de permanecer allí, a plena luz del día, significaría la detección de
los efectivos remanentes, con un eventual combate por delante. Por otra par-
te, desconocían la suerte del resto del EC Güemes y su jefe, en razón de los
disparos que provenían de Puerto San Carlos.
“Aprovechando las últimas y débiles sombras, corrieron varios minutos
en dirección al único lugar en que posiblemente los ingleses no los buscaran:
la zona en donde estuvieron ubicados originalmente. En la media pendiente
de una altura que daba hacia la Bahía San Carlos, un matorral de arbustos
típicos de Malvinas era la solitaria posibilidad de esconderse que tenían, y se
zambulleron en él”.61
Desde allí, tuvieron una visión privilegiada de la intensa actividad británi-
ca consolidando la cabeza de playa, sin ser detectados por el enemigo. “Lo que
vino una hora después parecía una película. Desde el sitio donde se encontra-
ba tenía una panorámica perfecta. Los ingleses habían convertido los barcos
en inmensos hormigueros en un ir y venir incesante. De repente, detrás de
unos cerros, en la orilla opuesta, aparecieron los aviones argentinos”.62
Los efectivos del SBS seguían buscando en Fanning Head a sus oponentes.
Dos más se rindieron, y cuatro heridos más, y fueron encontrados por el SBS,
quienes, luego de recibir tratamiento en sus heridas, fueron evacuados ese día
más tarde.63 “Una sección fue enviada colina abajo para buscar a los enemigos
heridos -otra cosa insegura de hacer en vista de la cantidad de enemigos que
habían desaparecido en el área-, pero nuevamente nuestra lógica era humani-
taria, no militar. La sección encontró cuatro bajas que habían sufrido heridas
de bala y fueron tratados con morfina y vendas (y más tarde llevados en vuelo
a un buque hospital británico). La búsqueda fue un proceso prolongado y,
afortunadamente, no hubo más disparos de quien quiera hubiera permaneci-
do al menos de la compañía de armas pesadas”.64

61 Téves, Oscar, ob.cit., pág. 149.


62 Simeoni, Héctor Rubén, ob.cit., pág. 15.
63 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 104.
64 McManners, Hugh, ob.cit., pág. 146.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

Mientras tanto, en Puerto San Carlos, “con las primeras luces se comenzó
a tener un cuadro real de la situación, al observarse con toda nitidez, y la pre-
sencia de numerosos navíos enemigos de combate y transporte. De estos últi-
mos se desprendían numerosas barcazas que ganaban la costa, mientras que
una nube de helicópteros transportaba abastecimientos, y otros sobrevolaban
las alturas, en la búsqueda, seguramente, de los defensores argentinos. A las
8.30 hs., se logró establecer contacto con la Fuerza de Tareas Mercedes, y a
través de ella, el jefe de fracción informó la novedad que tenía ante su vista”.65
El objetivo y misión del EC Güemes se había logrado. “Finalmente a tra-
vés de Darwin nos llegó la información del teniente primero Esteban de que
cuatro barcos penetraban en la Bahía San Carlos. Serían las ocho y treinta
de la mañana. Enseguida hicimos un parte al continente informando lo de
los cuatro barcos y pidiendo apoyo aéreo, recordando aquello de los blancos
rentables”66, recuerda el general Menéndez. Por su lado, el teniente primero
Esteban, luego de obtener el derribo de dos helicópteros británicos, empren-
dió el repliegue hacia Puerto Argentino. “Por cierto que el combate realizado
por el EC Güemes no fue conocido en sus detalles en Puerto Argentino hasta
días después, porque las comunicaciones con dicha tropa se interrumpieron,
así como entre ambas fracciones de combate”.67
Finalmente, ya sin munición y aislados de todo contacto con el resto del
equipo de combate, el jefe de la fracción, subteniente Reyes, ordenó el replie-
gue hacia el este en procura de Puerto Argentino. “Cuando iba cayendo la
oscuridad de ese inaudito día, los once hombres pasaron una breve revista a
su equipo: contaban sólo con lo puesto, el poncho de lluvia y el armamento
individual, careciendo por completo de comida y agua”.68
La mayor parte de su grupo había escapado, pero pasaron unas tres sema-
nas durísimas por las condiciones climáticas y por carecer de alimentación,
eludiendo permanentemente las patrullas británicas que los buscaban. No
llegarían a destino, “sufriendo de pie de trinchera, congelamiento y hambre,
si bien habían sobrevivido gracias a los cormoranes y ovejas”69, siendo captu-
rados el 13 de junio, pocas horas antes de la rendición del día siguiente.

65 Aguiar, F.R., y Otros, Operaciones Terrestres en las Islas Malvinas, Buenos Aires,
Círculo Militar, 1985, pág. 138.
66 Túrolo, Carlos M., ob.cit., pág. 178.
67 Jofré, Oscar Luis, Aguiar, Félix Roberto, ob.cit., pág. 135.
68 Téves, Oscar, ob.cit., pág. 150.
69 Van der Bijl, Nicholas, ob.cit., pág. 104.

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Bibliograf ía
Adkin, Mark, Goose Green: A Battle is Fought to be Won, South Yorkshire, Pen &
Sword, 1992.
Aguiar, F.R., y Otros, Operaciones Terrestres en las Islas Malvinas, Buenos Aires, Cír-
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San Carlos Water, South Yorkshire, Pen & Sword, 1998.
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Freedman, Lawrence, The Official History of the Falklands Campaign – Vol.II: War
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Jofré, Oscar Luis, Aguiar, Félix Roberto, Malvinas – La Defensa de Puerto Argentino,
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1987.
McManners, Hugh, Falklands Commando - A Soldier’s Eye View of the Land War,
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McManners, Hugh, Forgotten Voices of the Falklands, London, Ebury Press, 2007.
Middlebrook, Martin, Task Force – The Falklands War, 1982, London, Penguin Books, 1987.
Parker, John, SBS – The Inside Story of the Special Boat Service, London, Headline
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Piaggi, Ítalo A, El Combate de Goose Green – Diario de Guerra del comandante de
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Téves, Oscar, Pradera del Ganso – Una Batalla de la Guerra de Malvinas, 2007.
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Yates, David, Bomb Alley – Falkland Islands 1982 – Aboard HMS Antrim at War,
South Yorkshire, Pen & Sword, 2006.

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La Táctica en las Batallas de la Historia

ANEXO I

Puerto San Carlos


5
Brazo
San
Carlo

1 Reserva estratégica argentina


sospechada.
s

2 Posible avance argentino hacia


el Monte Sussex.
3 Desembarco y ataque del SBS
a la “Pandilla de Fanning Head”
6
con apoyo de la fragata Antrim.
4 Ataque de distracción del
Escuadrón 22 del SAS sobre
reservas argentinas.
5 Barcos de asalto lanzan la
primera y segunda ola de
desembarcos.
6 2 Para se mueve desde la playa
hacia Monte Sussex.
2 ? Brazo San Carlos.
Puerto San Carlos.

4
1

| 190
Punto de aterrizaje
del helicóptero naval
Posición argentina LAGUNA Artillería argentina
principal PALOMA
ANEXO II

Se escucha fuego
proveniente desde la
posición argentina.
La HMS Antrim

e
abre fuego.

ridg
FANNING

e Pat
HEAD

l
Val
La partida de reconocimiento
de la playa se mueve hacia el
Asentamiento San Carlos

Punto de observación PUERTO


argentina FINDLAY
FANNING ROCKS

Escala
km ISLA
FANNING
millas
Contornos en pies
ASENTAMIENTO
De LCM hasta PU
ERT SAN CARLOS
HMS Intrepid O S
AN
CA
RLO
S
BRAZO SAN CARLOS
El Equipo de Combate Güemes y el Combate en la Altura 

191 |
Esta edición se terminó de imprimir en los talleres gráficos
CARYBE EDITARE, Udaondo 2646, Lanús Oeste,
Provincia de Buenos Aires durante el mes de noviembre de 2010
carybeeditare@yahoo.com.ar

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