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Roberto bolaño

Los detectives perdidos

Los detectives perdidos en la ciudad oscura.

Oí sus gemidos.

Oí sus pasos en el Teatro de la Juventud.

Una voz que avanza como una flecha.

Sombra de cafés y parques

Frecuentados en la adolescencia.

Los detectives que observan

Sus manos abiertas,

El destino manchado con la propia sangre.

Y tú no puedes ni siquiera recordar

En dónde estuvo la herida,

Los rostros que una vez amaste,

La mujer que te salvó la vida.

El mono exterior

¿Te acuerdas del Triunfo de Alejandro Magno, de Gustave Moreau?

La belleza y el terror, el instante de cristal en que se corta

la respiración. Pero tú no te detuviste bajo esa cúpula

en penumbras, bajo esa cúpula iluminada por los feroces

rayos de armonía. Ni se te cortó la respiración.

Caminaste como un mono infatigable entre los dioses

pues sabías -o tal vez no- que el Triunfo desplegaba

sus armas bajo la caverna de Platón: imágenes,

sombras sin sustancia, soberanía del vacío. Tú querías

alcanzar el árbol y el pájaro, los restos


de una pobre fiesta al aire libre, la tierra yerma

regada con sangre, el escenario del crimen donde pacen

las estatuas de los fotógrafos y de los policías, y la pugnaz vida

a la intemperie. ¡Ah, la pugnaz vida a la intemperie!

Godzilla en México

Atiende esto, hijo mío: las bombas caían

sobre la Ciudad de México

pero nadie se daba cuenta.

El aire llevó el veneno a través

de las calles y las ventanas abiertas.

Tú acababas de comer y veías en la tele

los dibujos animados.

Yo leía en la habitación de al lado

cuando supe que íbamos a morir.

Pese al mareo y las náuseas me arrastré

hasta el comedor y te encontré en el suelo.

Nos abrazamos. Me preguntaste qué pasaba

y yo no dije que estábamos en el programa de la muerte

sino que íbamos a iniciar un viaje,

uno más, juntos, y que no tuvieras miedo.

Al marcharse, la muerte ni siquiera

nos cerró los ojos.

¿Qué somos?, me preguntaste una semana o un año después,

¿hormigas, abejas, cifras equivocadas

en la gran sopa podrida del azar?

Somos seres humanos, hijo mío, casi pájaros,

héroes públicos y secretos.


La griega

Vimos a una mujer morena construir el acantilado.

No más de un segundo, como alanceada por el sol. Como

Los párpados heridos del dios, el niño premeditado

De nuestra playa infinita. La griega, la griega,

Repetían las putas del Mediterráneo, la brisa

Magistral: la que se autodirige, como una falange

De estatuas de mármol, veteadas de sangre y voluntad,

Como un plan diabólico y risueño sostenido por el cielo

Y por tus ojos. Renegada de las ciudades y de la República,

Cuando crea que todo está perdido a tus ojos me fiaré.

Cuando la derrota compasiva nos convenza de lo inútil

Que es seguir luchando, a tus ojos me fiaré.

Lluvia

Llueve y tú dices es como si las nubes

lloraran. Luego te cubres la boca y apresuras

el paso. ¿Como si esas nubes escuálidas lloraran?

Imposible. Pero entonces, ¿de dónde esa rabia,

esa desesperación que nos ha de llevar a todos al diablo?

La Naturaleza oculta algunos de sus procedimientos

en el Misterio, su hermanastro. Así esta tarde

que consideras similar a una tarde del fin del mundo

más pronto de lo que crees te parecerá tan sólo

una tarde melancólica, una tarde de soledad perdida

en la memoria: el espejo de la Naturaleza. O bien


la olvidarás. Ni la lluvia, ni el llanto, ni tus pasos

que resuenan en el camino del acantilado importan;

Ahora puedes llorar y dejar que tu imagen se diluya

en los parabrisas de los coches estacionados a lo largo

del Paseo Marítimo. Pero no puedes perderte.

Ruben dario.

A Juan Ramón Jiménez

¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza

para empezar, valiente, la divina pelea?

¿Has visto si resiste el metal de tu idea

la furia del mandoble y el peso de la maza?

¿Te sientes con la sangre de la celeste raza

que vida con los números pitagóricos crea?

¿Y, cómo el fuerte Herakles al león de Nemea,

a los sangrientos tigres del mal darías caza?

¿Te enternece el azul de una noche tranquila?

¿Escuchas pensativo el sonar de la esquila

cuando el Angelus dice el alma de la tarde?

¿Tu corazón las voces ocultas interpreta?

Sigue, entonces, tu rumbo de amor. Eres poeta.

La belleza te cubra de luz y Dios te guarde.

De otoño

Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora


con aquella locura armoniosa de antaño?

Ésos no ven la obra profunda de la hora,

la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,

cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.

Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:

¡dejad al huracán mover mi corazón!

El país del sol

Junto al negro palacio del rey de la isla de Hierro (¡Oh, cruel, horrible, destierro!) ¿Cómo es
que

tú, hermana armoniosa, haces cantar al cielo gris, tu pajarera de ruiseñores, tu formidable caja
musical?

¿No te entristece recordar la primavera en que oíste a un pájaro divino y tornasol

en el país del sol?

En el jardín del rey de la isla de Oro (¡oh, mi ensueño que adoro!) fuera mejor que tú,
armoniosa

hermana, amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; tú que naciste donde más lindos
nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol,

en el país del sol

O en el alcázar de la reina de la isla de Plata (Schubert, solloza la Serenata…) pudieras también,


hermana

armoniosa, hacer que las místicas aves de tu alma alabasen, dulce, dulcemente, el claro de
luna, los vírgenes lirios, la monja paloma y el cisne marqués. La mejor plata se funde en un
ardiente crisol,
en el país del sol

Vuelve, pues a tu barca, que tiene lista la vela (resuena, lira, Céfiro, vuela) y parte, armoniosa

hermana, a donde un príncipe bello, a la orilla del mar, pide liras, y versos y rosas, y acaricia sus
rizos de

oro bajo un regio y azul parasol,

en el país del sol

Elogio de la seguidilla

Metro mágico y rico que al alma expresas

llameantes alegrías, penas arcanas,

desde en los suaves labios de las princesas

hasta en las bocas rojas de las gitanas.

Las almas armoniosas buscan tu encanto,

sonora rosa métrica que ardes y brillas,

y España ve en tu ritmo, siente en tu canto

sus hembras, sus claveles, sus manzanillas.

Vibras al aire alegre como una cinta,

el músico te adula, te ama el poeta;

Rueda en ti sus fogosos paisajes pinta

con la audaz policromía de su paleta.

En ti el hábil orfebre cincela el marco

en que la idea-perla su oriente acusa,


o en tu cordaje armónico formas el arco

con que lanza sus flechas la airada musa.

A tu voz en el baile crujen las faldas,

los piececitos hacen brotar las rosas

e hilan hebras de amores las Esmeraldas

en ruecas invisibles y misteriosas.

La andaluza hechicera, paloma arisca,

por ti irradia, se agita, vibra y se quiebra,

con el lánguido gesto de la odalisca

o las fascinaciones de la culebra.

Pequeña ánfora lírica de vino llena

compuesto por la dulce musa Alegría

con uvas andaluzas, sal macarena,

flor y canela frescas de Andalucía.

Subes, creces, y vistes de pompas fieras;

retumbas en el ruido de las metrallas,

ondulas con el ala de las banderas,

suenas con los clarines de las batallas.

Tienes toda la lira: tienes las manos

que acompasan las danzas y las canciones;

tus órganos, tus prosas, tus cantos llanos

y tus llantos que parten los corazones.

Ramillete de dulces trinos verbales,


jabalina de Diana la Cazadora,

ritmo que tiene el filo de cien puñales,

que muerde y acaricia, mata y enflora.

Las Tirsis campesinas de ti están llenas,

y aman, radiosa abeja, tus bordoneos;

así riegas tus chispas las nochebuenas

como adornas la lira de los Orfeos.

Que bajo el sol dorado de Manzanilla

que esta azulada concha del cielo baña,

polítona y triunfante, la seguidilla

es la flor del sonoro Pindo de España.

España

Dejad que siga y bogue la galera

bajo la tempestad, sobre las olas:

va con rumbo a una Atlántida española,

en donde el porvenir calla y espera.

No se apague el rencor ni el odio muera

ante el pendón que el bárbaro enarbola:

si un día la justicia estuvo sola,

lo sentirá la humanidad entera.

Y bogue entre las olas espumeantes,

y bogue la galera que ya ha visto

cómo son las tormentas de inconstantes.


Que la raza está en pie y el brazo listo,

que va en el barco el capitán Cervantes,

y arriba flota el pabellón de Cristo.

Luis Cernuda

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre,

del álamo amarillo alguna hoja,

como una estrella rota,

girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,

Señor de las estrellas y las hojas,

fuese, encendida sombra,

de la vida a la muerte.

Contigo

¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?

Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte

para mi están adonde

no estés tú.
¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿qué es, si no eres tú?

Diré cómo naciste

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,

Como nace un deseo sobre torres de espanto,

Amenazadores barrotes, hiel descolorida,

Noche petrificada a fuerza de puños,

Ante todos, incluso el más rebelde,

Apto solamente en la vida sin muros.

Corazas infranqueables, lanzas o puñales,

Todo es bueno si deforma un cuerpo;

Tu deseo es beber esas hojas lascivas

O dormir en esa agua acariciadora.

No importa;

Ya declaran tu espíritu impuro.

No importa la pureza, los dones que un destino

Levantó hacia las aves con manos imperecederas;

No importa la juventud, sueño más que hombre,

La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad

De un régimen caído.

Placeres prohibidos, planetas terrenales,

Miembros de mármol con sabor de estío,

Jugo de esponjas abandonadas por el mar,


Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.

Soledades altivas, coronas derribadas,

Libertades memorables, manto de juventudes;

Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,

Es vil como un rey, como sombra de rey

Arrastrándose a los pies de la tierra

Para conseguir un trozo de vida.

No sabía los límites impuestos,

Límites de metal o papel,

Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,

Adonde no llegan realidades vacías,

Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

Extender entonces una mano

Es hallar una montaña que prohíbe,

Un bosque impenetrable que niega,

Un mar que traga adolescentes rebeldes.

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,

Ávidos dientes sin carne todavía,

Amenazan abriendo sus torrentes,

De otro lado vosotros, placeres prohibidos,

Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,

Tendéis en una mano el misterio.

Sabor que ninguna amargura corrompe,

Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.


Abajo, estatuas anónimas,

Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;

Una chispa de aquellos placeres

Brilla en la hora vengativa.

Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

El viento y el alma

Con tal vehemencia el viento

viene del mar, que sus sones

elementales contagian

el silencio de la noche.

Solo en tu cama le escuchas

insistente en los cristales

tocar, llorando y llamando

como perdido sin nadie.

Mas no es él quien en desvelo

te tiene, sino otra fuerza

de que tu cuerpo es hoy cárcel,

fue viento libre, y recuerda.

He venido para ver

He venido para ver semblantes

Amables como viejas escobas,

He venido para ver las sombras

Que desde lejos me sonríen.


He venido para ver los muros

En el suelo o en pie indistintamente,

He venido para ver las cosas,

Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares

Dormidos en cestillo italiano,

He venido para ver las puertas,

El trabajo, los tejados, las virtudes

De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte

Y su graciosa red de cazar mariposas,

He venido para esperarte

Con los brazos un tanto en el aire,

He venido no sé por qué;

Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia

A tantas cosas más que amables:

Los amigos de color celeste,

Los días de color variable,

La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara,

Los entierros aburridos como piedras,

La seguridad, ese insecto

Que anida en los volantes de la luz.


Adiós, dulces amantes invisibles,

Siento no haber dormido en vuestros brazos.

Vine por esos besos solamente;

Guardad los labios por si vuelvo.

Federico garcia lorca.

Paisaje de la multitud que vomita

Anochecer en Coney Island

La mujer gorda venía delante

arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;

la mujer gorda

que vuelve del revés los pulpos agonizantes.

La mujer gorda, enemiga de la luna,

corría por las calles y los pisos deshabitados

y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma

y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos

y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido

y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterráneas.

Son los cementerios, lo sé, son los cementerios

y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena,

son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora

los que nos empujan en la garganta.

Llegaban los rumores de la selva del vómito

con las mujeres vacías, con niños de cera caliente,

con árboles fermentados y camareros incansables

que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva.


Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.

No es el vómito de los húsares sobre los pechos de la prostituta,

ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido.

Son los muertos que arañan con sus manos de tierra

las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres.

La mujer gorda venía delante

con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines.

El vómito agitaba delicadamente sus tambores

entre algunas niñas de sangre

que pedían protección a la luna.

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mi!

Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía,

esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol

y despide barcos increíbles

por las anémonas de los muelles.

Me defiendo con esta mirada

que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,

yo, poeta sin brazos, perdido

entre la multitud que vomita,

sin caballo efusivo que corte

los espesos musgos de mis sienes.

Pero la mujer gorda seguía delante

y la gente buscaba las farmacias

donde el amargo trópico se fija.

Sólo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes

la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero.

Paisaje de la multitud que orina


Nocturno de Battery Place

Se quedaron solos:

aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.

Se quedaron solas:

esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.

Se quedaron solos y solas,

soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,

con el agudo quitasol que pincha

al sapo recién aplastado,

bajo un silencio con mil orejas

y diminutas bocas de agua

en los desfiladeros que resisten

el ataque violento de la luna.

Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones

angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas

y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas

gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.

No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,

no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,

porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos

que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.

Es inútil buscar el recodo

donde la noche olvida su viaje

y acechar un silencio que no tenga

trajes rotos y cáscaras y llanto,

porque tan sólo el diminuto banquete de la araña

basta para romper el equilibrio de todo el cielo.


No hay remedio para el gemido del velero japonés,

ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.

El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto

y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.

¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!

Fachadas de crin, de humo, anémonas; guantes de goma.

Todo está roto por la noche,

abierta de piernas sobre las terrazas.

Todo está roto por los tibios caños

de una terrible fuente silenciosa.

¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!

Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,

campos libres donde silban las mansas cobras deslumbradas,

paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,

para que venga la luz desmedida

que temen los ricos detrás de sus lupas,

el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata

y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido

o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.

Navidad en el rio Hudson

¡Esa esponja gris!

Ese marinero recién degollado.

Ese río grande.

Esa brisa de límites oscuros.

Ese filo, amor, ese filo.

Estaban los cuatro marineros luchando con el mundo.

con el mundo de aristas que ven todos los ojos,


con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.

Estaban uno, cien, mil marineros

luchando con el mundo de las agudas velocidades,

sin enterarse de que el mundo

estaba solo por el cielo.

El mundo solo por el cielo solo.

Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.

Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.

El mundo solo por el cielo solo

y el aire a la salida de todas las aldeas.

Cantaba la lombriz el terror de la rueda

y el marinero degollado

cantaba al oso de agua que lo había de estrechar;

y todos cantaban aleluya,

aleluya. Cielo desierto.

Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.

He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales

dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,

ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.

Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.

No importa que cada minuto

un niño nuevo agite sus ramitos de venas,

ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,

calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.

Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.

Alba no. Fábula inerte.

Sólo esto: desembocadura.


¡Oh esponja mía gris!

¡Oh cuello mío recién degollado!

¡Oh río grande mío!

¡Oh brisa mía de límites que no son míos!

¡Oh filo de mi amor, oh hiriente filo!

Panorama ciego de Nueva York

Si no son los pájaros

cubiertos de ceniza,

si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,

serán las delicadas criaturas del aire

que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.

Pero no, no son los pájaros,

porque los pájaros están a punto de ser bueyes;

pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna

y son siempre muchachos heridos

antes de que los jueces levanten la tela.

Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,

pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.

No está en el aire ni en nuestra vida,

ni en estas terrazas llenas de humo.

El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas

es una pequeña quemadura infinita

en los ojos inocentes de los otros sistemas.

Un traje abandonado pesa tanto en los hombros

que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.

Y las que mueren de parto saben en la última hora


que todo rumor será piedra y toda huella latido.

Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales

donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.

Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas

pequeñas golondrinas con muletas

que sabían pronunciar la palabra amor.

No, no son los pájaros.

No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,

ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento,

ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada,

Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo,

es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,

es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan

el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.

Yo muchas veces me he perdido

para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas

y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas

y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.

Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas

donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;

plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas

y para la tierna intimidad de los volcanes.

No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,

pero dientes que callarán aislados por el raso negro.

No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.

La Tierra con sus puertas de siempre

que llevan al rubor de los frutos.


Nacimiento de Cristo

Un pastor pide teta por la nieve que ondula

blancos perros tendidos entre linternas sordas.

El Cristito de barro se ha partido los dedos

en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!

Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.

Los vientres del demonio resuenan por los valles

golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes

coronadas por vivos hormigueros del alba.

La luna tiene un sueño de grandes abanicos

y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente,

San José ve en el heno tres espinas de bronce.

Los pañales exhalan un rumor de desierto

con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios

y lleva gracia pura por las falsas ojivas.

Sacerdotes idiotas y querubes de pluma

van detrás de Lutero por las altas esquinas.

Leopoldo María Panero

La poesía destruye al hombre


La poesía destruye al hombre

mientras los monos saltan de rama en rama

buscándose en vano a sí mismos

en el sacrílego bosque de la vida

las palabras destruyen al hombre

¡y las mujeres devoran cráneos con tanta hambre

de vida!

Sólo es hermoso el pájaro cuando muere

destruido por la poesía.

Ars Magna

Qué es la magia, preguntas

en una habitación a oscuras.

Qué es la nada, preguntas,

saliendo de la habitación.

Y qué es un hombre saliendo de la nada

y volviendo solo a la habitación.

A mi madre

(reivindicación de una hermosura)

Escucha en las noches cómo se rasga la seda

y cae sin ruido la taza de té al suelo

como una magia

tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos

y un manojo de flores llevas en la mano

para esperar a la Muerte


que cae de su corcel, herida

por un caballero que la apresa con sus labios brillantes

y llora por las noches pensando que le amabas,

y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas

y hablemos quedamente para que nadie nos escuche

ven, escúchame hablemos de nuestros muebles

tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con

empuñadura en forma de pato

y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra

y ahora que el poema expira

te digo como un niño, ven

he construido una diadema

(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)

El noi del sucre

Tengo un idiota dentro de mí, que llora,

que llora y que no sabe, y mira

sólo la luz, la luz que no sabe.

Tengo al niño, al niño bobo, como parado

en Dios, en un dios que no sabe

sino amar y llorar, llorar por las noches

por los niños, por los niños de falo

dulce, y suave de tocar, como la noche.

Tengo a un idiota de pie sobre una plaza

mirando y dejándose mirar, dejándose

violar por el alud de las miradas de otros, y

llorando, llorando frágilmente por la luz.

Tengo a un niño solo entre muchos, as


a beaten dog beneath the hail, bajo la lluvia, bajo

el terror de la lluvia que llora, y llora,

hoy por todos, mientras

el sol se oculta para dejar matar, y viene

a la noche de todos el niño asesino

a llorar de no se sabe por qué, de no saber hacerlo

de no saber sino tan sólo ahora

por qué y cómo matar, bajo la lluvia entera,

con el rostro perdido y el cabello demente

hambrientos, llenos de sed, de ganas

de aire, de soplar globos como antes era, fue

la vida un día antes

de que allí en la alcoba de

los padres perdiéramos la luz.

Himno a Satán

«Ten piedad de mi larga miseria»

Le fleurs du mal

Charles Baudelaire

Tú que eres tan sólo

una herida en la pared

y un rasguño en la frente

que induce suavemente a la muerte:

tú ayudas a los débiles

mejor que los cristianos

tú vienes de las estrellas


y odias esta tierra

donde moribundos descalzos

se dan la mano día tras día

buscando entre la mierda

la razón de su vida;

yo que nací del excremento

te amo

y amo posar sobre tus manos delicadas mis heces.

Tu símbolo es el ciervo

y el mío la luna:

que caiga la lluvia sobre

nuestras faces

uniéndonos en un abrazo

silencioso y cruel en que

como el suicidio, sueño

sin ángeles ni mujeres

desnudo de todo

salvo de tu nombre

de tus besos en mi ano

y tus caricias en mi cabeza calva

rociaremos con vino, orina y sangre

las iglesias

regalo de los magos

y debajo del crucifijo

aullaremos.

Allen Ginsberg

Muere dignamente en tu soledad

Viejo hombre,
Yo profetizo recompensas

Más vastas que las arenas de Pachacamac

Más brillantes que una máscara de oro martillado

Más dulces que la alegría de ejércitos desnudos

fornicando en el campo de batalla

Más rápidas que un tiempo pasado entre la noche

de vieja Nazca y la de Lima nueva

en el crepúsculo

Más extrañas que nuestro encuentro cerca del palacio

Presidencial en un viejo café

fantasmas de una vieja ilusión, fantasmas

del amor indiferente.

Lamentación del sin techo

Perdona, amigo, no quise molestarte

pero volví de Vietnam

donde maté a un montón de caballeros vietnamitas

algunas damas también

y no pude soportar el dolor

y de miedo cogí un hábito

y pasé por la rehab y estoy limpio

pero no tengo lugar donde dormir

y no sé qué hacer

conmigo ahora mismo

Lo siento, amigo, no quise molestarte

pero hace frío en la calle


y mi corazón está enfermo solo

y estoy limpio, pero mi vida es un desastre

Tercera Avenida

y calle E. Houston

en el paso peatonal bajo el semáforo en rojo

limpio tu parabrisas con un trapo sucio

La inteligencia brillante

Emigra de la muerte

para hacer un signo de Vida nuevamente en Ti

fiero y bello como un accidente de autos

en la Plaza de Armas

Juro que yo he visto esa luz

No dejaré de besar tus mejillas

cuando cierren tu ataúd

Y los humanos de duelo vuelvan a su viejo

y cansado sueño .

Y tú te despiertes en el Ojo del Dictador

del Universo

¡Otro estúpido milagro! ¡De vuelta estoy equivocado!

¡Tu indiferencia! ¡Mi entusiasmo!

¡Yo insisto! ¡Tú toses!

Perdido en la Ola de- Oro que flota

a través del Cosmos.

¡Ah estoy cansado de insistir! Adiós


me voy a Pucalpa

a tener visiones.

¿Tus sonetos limpios?

Yo quiero tus borradores secretos

más sucios

tu esperanza,

en su más obscena Magnificencia, ¡oh Dios!

Buena suerte

Tengo suerte de tener los cinco dedos en la mano derecha

Suerte de hacer pipí sin que me duela mucho

Suerte que los intestinos se muevan.

Suerte, duermo de noche en una cama de capitán, siesta a media tarde

Suerte de pasear por First Avenue

Suerte de ganar un par de cien mil al año

cantando Eli Eli, escribiendo lo que se me pasa por la cabeza, grabando ga;abatos primordiales,

enseñando en un colegio budista, sacándole fotos con la Leica a la parada del bus

por la ventana de mis ojos

Oigo sirenas de ambulancias, huelo ajo y orín, pruebo nísperos y lenguado,

camino descalzo por el piso del loft, algo insensibilizadas las plantas de los pies

Suerte que puedo pensar y que el cielo puede nevar

La balada de los esqueletos

Dijo el esqueleto Presidencial

No firmaré el proyecto

Dijo el esqueleto Vocero


Sí lo harás

Dijo el esqueleto Representativo

Objeción

Dijo el esqueleto Corte Suprema

¿Qué esperabas?

Dijo el esqueleto Militar

Comprad bombas estrellas

Dijo el esqueleto Clase Alta

Hambread a las mamis solteras

Dijo el esqueleto Yahoo

Parad el arte obsceno

Dijo el esqueleto Derecha

Olvidaos del Corazón

Dijo el esqueleto Gnóstico

La Forma Humana es divina

Dijo el esqueleto Mayoría Moral

No, no lo es, es mía.

Dijo el esqueleto Buda

La compasión es riqueza

Dijo el esqueleto Corporación

Es mala para la salud

Dijo el esqueleto Viejo Cristo

Preocuparos de los pobres


Dijo el esqueleto Hijo de Dios

el SIDA necesita cura

Dijo el esqueleto Homófobo

Chupad a los gays

Dijo el esqueleto Patrimonio Nacional

Los negros no tienen suerte

Dijo el esqueleto Macho

Mujeres a su lugar

Dijo el esqueleto Fundamentalista

Multiplicad la raza humana

Dijo el esqueleto Derecho a la Vida

El feto tiene un alma

Dijo el esqueleto Pro Elección

Pásalo por tu agujero

Dijo el esqueleto Reducción

Los robots cogieron mi empleo

Dijo el esqueleto Mano Dura

Gas lacrimógeno a la plebe

Dijo el esqueleto Gobernador

Suprimid la merienda escolar

Dijo el esqueleto Alcalde

Mascad el presupuesto

Dijo el esqueleto Neoconservador


¡Sin techo, fuera de la calle!

Dijo el esqueleto Libre Mercado

Usad los como carne

Dijo el esqueleto Grupo de Expertos

Liberad los mercados

Dijo el esqueleto Ahorro y Préstamo

Que pague el Estado

Dijo el esqueleto Chrysler

Pagad por ti y por mí

Dijo el esqueleto Fuerza Nuclear

y por mí por mí por mí

Dijo el esqueleto Ecológico

Mantened el cielo azul

Dijo el esqueleto Multinacional

¿Cuánto vales tú?

Dijo el esqueleto NAFTA

Enriqueceos, Libre Comercio,

Dijo el esqueleto Maquiladora

Deslomaos, salario bajo

Dijo el rico esqueleto GATT

Un mundo, alta tecno

Dijo el esqueleto Clase Baja

Que te den una buena


Dijo el esqueleto Banco Mundial

Cortad vuestros árboles

Dijo el esqueleto FMI

Comprad queso americano

Dijo el esqueleto Subdesarrollado

Enviadme arroz

Dijo el esqueleto Desarrollado

Vended vuestros huesos por un centavo

Dijo el esqueleto Ayatolá

Muere escritor muere

Dijo el esqueleto José Stalin

Eso no es mentira

Dijo el esqueleto Reino Medio

Nos tragamos el Tíbet

Dijo el esqueleto Dalai Lama

Cuidado con la indigestión

Dijo el esqueleto Coro Mundial

Es su destino

Dijo el esqueleto EE. UU.

Hay que salvar Kuwait

Dijo el esqueleto Petroquímico

Rugid bombas rugid

Dijo el esqueleto Psicodélico

Fumad un dinosaurio
Dijo el esqueleto de Nancy

Decid solamente No

Dijo el esqueleto Rasta

Chupa Nancy Chupa

Dijo el esqueleto Demagogo

No fuméis hierba

Dijo el esqueleto Alcohólico

Que se os pudra el hígado

Dijo el esqueleto Yonkie

¿Conseguiremos la dosis?

Dijo el esqueleto Big Brother

Cárcel a los sucios huevones

Dijo el esqueleto Espejo

¡Eh, buen mozo!

Dijo el esqueleto Silla Eléctrica

Eh, ¿qué se come hoy?

Dijo el esqueleto Entrevistas

Vete a la mierda en la cara

Dijo el esqueleto Valores de la Familia

Mi gas lacrimógeno valores familiares

Dijo el esqueleto NY Times

Eso no es apto para imprimirlo

Dijo el esqueleto CIA


¿Puedes repetirlo?

Dijo el esqueleto Transmisión en cadena

Creed mis mentiras

Dijo el esqueleto Publicidad

No os volváis sensatos

Dijo el esqueleto Medios

Creedme a mí

Dijo el esqueleto Teleadicto

¿Qué me preocupa?

Dijo el esqueleto TV

Comed bocados de sonidos

Dijo el esqueleto Noticiero

Es todo Buenas Noches

566

Lord Byron

No volveremos a vagar

Así es, no volveremos a vagar

Tan tarde en la noche,

Aunque el corazón siga amando

Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues la espada gasta su vaina,

Y el alma desgasta el pecho,

Y el corazón debe detenerse a respirar,


Y aún el amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,

Y demasiado pronto vuelven los días,

Aún así no volveremos a vagar

A la luz de la luna.

Camina bella

Camina bella, como la noche

De climas despejados y cielos estrellados;

Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz

Se reune en su aspecto y en sus ojos:

Enriquecida así por esa tierna luz

Que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,

Habría mermado la gracia sin nombre

Que se agita en cada trenza de negro brillo,

O ilumina suavemente su rostro;

Donde pensamientos serenamente dulces expresan

Cuán pura, cuán adorable es su morada.

Y en esa mejilla, y sobre esa frente,

Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,

Las sonrisas que vencen, los tintes que brillan,

Y hablan de días vividos en bondad,

Una mente en paz con todo,

¡Un corazón cuyo amor es inocente!


Acuérdate de mí

Llora en silencio mi alma solitaria,

excepto cuando está mi corazón

unido al tuyo en celestial alianza

de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,

que brilla en el recinto sepulcral:

casi extinta, invisible, pero eterna…

ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!… Cerca a mi tumba

no pases, no, sin darme una oración;

para mi alma no habrá mayor tortura

que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito

rogar por los que fueron. Yo jamás

te pedí nada: al expirar te exijo

que vengas a mi tumba a sollozar.

Al cumplir mis 36 años

¡Calma, corazón, ten calma!

¿A qué lates, si no abates

ya ni alegras a otra alma?

¿A qué lates?
Mi vida, verde parral,

dio ya su fruto y su flor,

amarillea, otoñal,

sin amor.

Más no pongamos mal ceño!

¡No pensemos, no pensemos!

Démonos al alto empeño

que tenemos.

Mira: Armas, banderas, campo

de batalla, y la victoria,

y Grecia. ¿No vale un lampo

de esta gloria?

¡Despierta! A Hélade no toques,

Ya Hélade despierta está.

Invócate a ti. No invoques

más allá

Viejo volcán enfriado

es mi llama; al firmamento

alza su ardor apagado.

¡Ah momento!

Temor y esperanza mueren.

Dolor y placer huyeron.

Ni me curan ni me hieren.
No son. Fueron.

¿A qué vivir, correr suerte,

si la juventud tu sien

ya no adorna? He aquí tu

muerte.

Y está bien.

Tras tanta palabra dicha,

el silencio. Es lo mejor.

En el silencio ¿no hay dicha?

y hay valor.

Lo que tantos han hallado

buscar ahora para ti:

una tumba de soldado.

Y hela aquí.

Todo cansa todo pasa.

Una mirada hacia atrás,

y marchémonos a casa.

Allí hay paz.

Canción del corsario

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto

solitario y perdido, que yace reposado;

mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,

como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.


Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,

hay en su centro a modo de fúnebre velón,

pero su luz parece no haber brillado nunca:

ni alumbra ni combate mi negra situación.

¡No me olvides!… Si un día pasaras por mi tumba,

tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido…

La pena que mi pecho no arrostrara, la única,

es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.

escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras

-la virtud a los muertos no niega ese favor-;

dame… cuanto pedí. Dedícame una lágrima,

¡la sola recompensa en pago de tu amor!…

Miguel Hernández

Aceituneros

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién,

quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura


y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,

dijeron al pie del viento.

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién

amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,

no la del explotador

que se enriqueció en la herida

generosa del sudor.

No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

que os pisoteó la frente,

que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan

que sólo el otro comía.


¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de tus lomas.

No quiso ser

No conoció el encuentro

del hombre y la mujer.

El amoroso vello

no pudo florecer.

Detuvo sus sentidos

negándose a saber
y descendieron diáfanos

ante el amanecer.

Vio turbio su mañana

y se quedó en su ayer.

No quiso ser.

Vientos del pueblo me llevan

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.

No soy un de pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes


en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas,

ni quién al rayo detuvo

prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,

vascos de piedra blindada,

valencianos de alegría

y castellanos de alma,

labrados como la tierra

y airosos como las alas;

andaluces de relámpagos,

nacidos entre guitarras

y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas;

extremeños de centeno,

gallegos de lluvia y calma,

catalanes de firmeza,

aragoneses de casta,

murcianos de dinamita

frutalmente propagada,

leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha,

reyes de la minería,

señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner

gentes de la hierba mala,

yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes

está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos

de humildad y olor de cuadra;

las águilas, los leones

y los toros de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo

ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes

tiene pequeña la cara,

la del animal varón

toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.

Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,
que te tragas la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol.

Porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,
el vivir como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.
Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

Canción última

Pintada, no vacía:

pintada está mi casa

del color de las grandes

pasiones y desgracias.

Regresará del llanto

adonde fue llevada

con su desierta mesa

con su ruinosa cama.


Florecerán los besos

sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos

elevará la sábana

su intensa enredadera

nocturna, perfumada.

El odio se amortigua

detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

Gabriel Celaya

La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmado,

como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,


piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica qué puedo.


Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Despedida

Quizás, cuando me muera,

dirán: Era un poeta.

Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.

Quizás tú no recuerdes

quién fui, mas en ti suenen

los anónimos versos que un día puse en ciernes.

Quizás no quede nada


de mí, ni una palabra,

ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.

Pero visto o no visto,

pero dicho o no dicho,

yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!

Yo seguiré siguiendo,

yo seguiré muriendo,

seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.

A Andrés Basterra

Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso

y me llamas «señor», distanciándote un poco.

reprobándome veo que no lleve corbata,

que trate falsamente de ser un tú cualquiera,

que cambie los papeles tú por tú, tú barato,

que no sea el que exiges el amo respetable

que te descansaría,

y me tiendes tu mano floja, rara, asusta

como un triste estropajo de esclavo milenario,

no somos dos extraños.

Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte

de las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.

No sé si tienes hijos.

No conozco tu casa, ni tus intimidades.

Te he visto en mis talleres, día a día, durando,


y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,

cansado, indiferente, nostálgico o borracho.

Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,

ni que escribía versos siempre me ha avergonzado,

ni que yo y tú, directos,

podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos,

cordialmente furiosos, estrictamente amargos,

anónimos, fallidos, descontentos a secas,

mas pese a todo unidos como trabajadores.

Estábamos unidos por la común tarea,

por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,

por labores sin duda poco sentimentales

cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;

arreglar como sea esta máquina hoy mismo

y nunca nos hablamos de las cóleras frías,

de los milagros machos,

de cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia,

y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,

accesorias, gratuitas, sin último sentido.

Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado

o sólo necesario.

Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.

Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,

de materias primeras,

resistencias opacas, cegueras sustanciales,

ofrecidas a manos que sabían tocarlas,

apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,


orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.

Tengo un título bello que tú entiendes: Madera,

Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,

Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,

Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco,

Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.

Maderas, las maderas humildemente nobles,

lentamente crecidas, cargadas de pasado,

nutridas de secretos terrenos y paciencia,

de primaveras justas, de duración callada,

de savias sustanciadas, felizmente ascendentes.

Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,

y el olor que expandían,

y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían

a veces ciertas rollas,

la influencia escondida de ciertas tempestades,

de haber crecido en esta, bien en otra ladera,

de haber sorbido vagas corrientes aturdidas.

Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;

las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,

o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;

las hay que sólo charlan y ponen telegramas

mas sirven a su modo;

las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas,

de prensas, celulosas, electrodos, nitratos;

las hay, como nosotros, dadas a la madera,

unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,


las herramientas fieras del héroe prometeico

que entre otras nos concretan

la tarea del hombre con dos manos, diez dedos.

Tales son los oficios. Tales son las materias.

Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,

la tuya, Andrés, la mía.

Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.

Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.

Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo

que quisiera seguirse sin pena y sin cambio,

pacífico y materno,

remotamente manso, durmiendo en su materia.

Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,

transformándolo, fieros, construimos un mundo

contra naturaleza, gloriosamente humano.

Tales son los oficios. Tales son las materias.

Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.

Tales son las humildes tareas que precisan

la empresa prometeica.

Tales son los trabajos comunes y distintos;

tales son los orgullos, las rabias insistentes,

los silencios mortales, los pecados secretos,

los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;

tales las resistencias no mentales que, brutas,

obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;

tales sus peculiares maneras de no hablarse

y unirse, sin embargo.


Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,

con manos que construyen armarios y dínamos,

y versos y zapatos;

con manos que manejan furiosas herramientas,

fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,

y otras veces se quedan inmóviles y abiertas

sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.

Manos raras, humanas;

manos de constructores, manos de amantes fieles

hechas a la medida de un seno acariciado;

manos desorientadas que el sufrimiento mueve

a estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.

Están así los hombres

con sus manos fabriles o bien sólo dolientes,

con manos que a la postre no sé para qué sirven.

Están así los hombres vestidos, con bolsillos

para el púdico espanto de esas manos desnudas

que se miran a solas, sintiéndolas extrañas.

Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,

las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,

y el tranvía, y las nubes, y un instinto ¡un hallazgo!,

todo junto, cualquiera,

todo único y sencillo, y efímero, importante,

como esas cien nonadas que pasan o no pasan.

Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,

tan raros si nos miran seriamente callados,


tan raros si caminan, trabajan o se matan,

tan raros si nos odian, tan raros si perdonan

el daño inevitable,

tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,

tan raros que si piensan se doblan de ironía.

Mira, Andrés, a estos hombres.

Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.

Dime que no vale la pena de que hablemos,

dime cuánto silencio formó tu ser obrero,

qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.

Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,

cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.

Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,

aunque nuestras fatigas no puedan explicarse

y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,

aunque desesperados,

bien sea por inercia, terquedad o cansancio,

metafísica rabia, locura de existentes

que nunca se resignan, seguimos trabajando,

cavando en el silencio,

hay algo que conmueve y entiendes sin ideas

si de pronto te estrecho febrilmente la mano.

La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.

Consejo mortal

Levanta tu edificio. Planta un árbol.


Combate si eres joven. Y haz el amor, ¡ah, siempre!

Mas no olvides al fin construir con tus triunfos

lo que más necesitas: Una tumba, un refugio.

A Blas de Otero

Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,

y porque el mundo existe, y yo también existo,

porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,

gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,

quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo

de este dolor que insiste en todo lo que existe.

Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:

El semillero hirviente de un corazón podrido,

los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,

los días cualesquiera que nos comen por dentro,

la carga de miseria, la experiencia —un residuo—,

las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados,

y también por el quinto de un Dios que no entendemos.

Los metales furiosos, los mohos del cansancio,

los ácidos borrachos de amarguras antiguas,

las corrupciones vivas, las penas materiales…

todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.

La llama que nos duele quería ser un ala.


Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.

Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,

sabes también por dentro de una angustia rampante,

de poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:

ese mugido triste del mar abandonado,

ese temblor insomne de un follaje indistinto,

las montañas convulsas, el éter luminoso,

un ave que se ha vuelto invisible en el viento,

viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,

el alma transparente y el yo opaco en su centro,

soy el agua sin forma que cambiando se irisa,

la inercia de la tierra sin memoria que pesa,

el aire estupefacto que en sí mismo se pierde,

el corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.

Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.

He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,

la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,

Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente

la materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.

Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,

soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,


soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,

soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante

que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!

¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere

sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!

Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros

y es una vieja historia lo que aquí desemboca.

Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos

que salen de sí mismos buscándose más altos.

Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,

los hombres trabajados que duramente aguantan

y día a día ganan su pan, mas piden vino.

Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,

la justicia exclusiva y el orden calculado,

las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,

la condición finita del hombre que en sí acaba,

la consecuencia estricta, los daños absolutos.

Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,

con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,

con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,

con ese mal tremendo que no te explica nadie.


Irónicos zumbidos de aviones que pasan

y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada,

ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.

Lo real me resulta increíble y remoto.

Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.

Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,

desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,

idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.

Detrás de cada hombre un espejo repite

los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.

Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,

quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos

en el frío, en el miedo, en la noche de enero

rasa con sus estrellas declaradas lucientes,

y era raro sentirnos diferentes, andando.

Si tu codo rozaba por azar mi costado,

un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»

Hablábamos distantes, inútiles, correctos,

distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,

distintos en un tiempo y un lugar personales,

en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,

en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana»,


en esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,

desfilar ante casas quizá nunca habitadas,

saber que una escalera por sí misma no acaba,

traspasar una puerta —lo que es siempre asombroso—,

saludar a otro amigo también raro y humano,

esperar que dijeras —era un milagro—: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.

Las iras eran santas; el amor, atrevido;

los árboles, los rayos, la materia, las olas,

salían en el hombre de un penar sin conciencia,

de un seguir por milenios, sin historia, perdidos.

Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando.

Y vi que el mismo abismo de miseria medía

como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.

Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,

sentí que era posible salvar el mundo entero,

salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;

te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;

pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,

con este yo enconado que no quiero que exista,

con eso que en ti canta, con eso en que me extingo

y digo derramado: amigo Blas de Otero.


Ángel González

Camposanto en Colliure

Aquí paz,

y después gloria.

Aquí,

a orillas de Francia,

en donde Cataluña no muere todavía

y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»

y de «Flamenco’s Show»

esa curiosa España de las ganaderías

de reses bravas y de juergas sórdidas,

reposa un español bajo una losa:

paz

y después gloria.

Dramático destino,

triste suerte

morir aquí

paz

y después…

perdido,

abandonado

y liberado a un tiempo

(ya sin tiempo)

de una patria sombría e inclemente.

Sí; después gloria.


Al final del verano,

por las proximidades

pasan trenes nocturnos, subrepticios,

rebosantes de humana mercancía:

manos de obra barata, ejército

vencido por el hambre

paz…,

otra vez desbandada de españoles

cruzando la frontera, derrotados

…sin gloria.

Se paga con la muerte

o con la vida,

pero se paga siempre una derrota.

¿Qué precio es el peor?

Me lo pregunto

y no sé qué pensar

ante esta tumba,

ante esta paz

«Casino

de Canet: spanish gipsy dancers»,

rumor de trenes, hojas…,

ante la gloria ésta

…de reseco laurel

que yace aquí, abatida

bajo el ciprés erguido,

igual que una bandera al pie de un mástil.


Quisiera,

a veces,

que borrase el tiempo

los nombres y los hechos de esta historia

como borrará un día mis palabras

que la repiten siempre tercas, roncas.

Esto no es nada

Si tuviésemos la fuerza suficiente

para apretar como es debido un trozo de madera,

sólo nos quedaría entre las manos

un poco de tierra.

Y si tuviésemos más fuerza todavía

para presionar con toda la dureza

esa tierra, sólo nos quedaría

entre las manos un poco de agua.

Y si fuese posible aún

oprimir el agua,

ya no nos quedaría entre las manos

nada.

Ciudad cero
Una revolución.

Luego una guerra.

En aquellos dos años que eran

la quinta parte de toda mi vida,

ya había experimentado sensaciones distintas.

Imaginé más tarde

lo que es la lucha en calidad de hombre.

Pero como tal niño,

la guerra, para mí, era tan sólo:

suspensión de las clases escolares,

Isabelita en bragas en el sótano,

cementerios de coches, pisos

abandonados, hambre indefinible,

sangre descubierta

en la tierra o las losas de la calle,

un terror que duraba

lo que el frágil rumor de los cristales

después de la explosión,

y el casi incomprensible

dolor de los adultos,

sus lágrimas, su miedo,

su ira sofocada,

que, por algún resquicio,

entraban en mi alma

para desvanecerse luego, pronto,

ante uno de los muchos

prodigios cotidianos: el hallazgo

de una bala aún caliente,

el incendio
de un edificio próximo,

los restos de un saqueo

papeles y retratos

en medio de la calle…

Todo pasó,

todo es borroso ahora, todo

menos eso que apenas percibía

en aquel tiempo

y que, años más tarde,

resurgió en mi interior, ya para siempre:

este miedo difuso,

esta ira repentina,

estas imprevisibles

y verdaderas ganas de llorar.

Milagro de la luz

Milagro de la luz: la sombra nace,

choca en silencio contra las montañas,

se desploma sin peso sobre el suelo

desevelando a las hierbas delicadas.

Los eucaliptos dejan en la tierra

la temblorosa piel de su alargada

silueta, en la que vuelan fríos

pájaros que no cantan.

Una sombra más leve y más sencilla,

que nace de tus piernas, se adelanta


para anunciar el último, el más puro

milagro de la luz: tú contra el alba.

Otro tiempo vendrá

Otro tiempo vendrá distinto a éste.

Y alguien dirá:

«Hablaste mal. Debiste haber contado

otras historias:

violines estirándose indolentes

en una noche densa de perfumes,

bellas palabras calificativas

para expresar amor ilimitado,

amor al fin sobre las cosas

todas».

Pero hoy,

cuando es la luz del alba

como la espuma sucia

de un día anticipadamente inútil,

estoy aquí,

insomne, fatigado, velando

mis armas derrotadas,

y canto

todo lo que perdí: por lo que muero.

Antonio Machado

La Saeta
¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno?

Saeta popular

¡Oh la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero,

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

***

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo


y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera


la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

***

A orillas del Duero

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.

Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,

buscando los recodos de sombra, lentamente.

A trechos me paraba para enjugar mi frente

y dar algún respiro al pecho jadeante;

o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante

y hacia la mano diestra vencido y apoyado

en un bastón, a guisa de pastoril cayado,

trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

de fuerte olor a romero, tomillo, salvia, espliego.

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra,

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero


en torno a Soria. Soria es una barbacana,

hacia Aragón, que tiene la torre castellana.

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas;

desnudos peñascales, algún humilde prado

donde el merino pace y el toro, arrodillado

sobre la hierba, rumia; las márgenes de río

lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,

y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

¡tan diminutos! carros, jinetes y arrieros,

cruzar el largo puente, y bajo las arcadas

de piedra ensombrecerse las aguas plateadas

del Duero.

El Duero cruza el corazón de roble

de Iberia y de Castilla.

¡Oh, tierra triste y noble,

la de los altos llanos y yermos y roquedas,

de campos sin arados, regatos ni arboledas;

decrépitas ciudades, caminos sin mesones,

y atónitos palurdos sin danzas ni canciones

que aún van, abandonando el mortecino hogar,

como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada

recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?

Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;

cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.

¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta


de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,

madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.

Castilla no es aquella tan generosa un día,

cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,

ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,

a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;

o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,

pedía la conquista de los inmensos ríos

indianos a la corte, la madre de soldados,

guerreros y adalides que han de tornar, cargados

de plata y oro, a España, en regios galeones,

para la presa cuervos, para la lid leones.

Filósofos nutridos de sopa de convento

contemplan impasibles el amplio firmamento;

y si les llega en sueños, como un rumor distante,

clamor de mercaderes de muelles de Levante,

no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?

Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana,

ya irán a su rosario las enlutadas viejas.

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

de nuevo, ¡tan curiosas!… Los campos se obscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al pedregal desierto.


***

Campos de Soria

Es la tierra de Soria árida y fría.

Por las colinas y las sierras calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.

Al empezar abril está nevada

la espalda del Moncayo;

el caminante lleva en su bufanda

envueltos cuello y boca, y los pastores

pasan cubiertos con sus luengas capas.

II

Las tierras labrantías,

como retazos de estameñas pardas,

el huertecillo, el abejar, los trozos

de verde obscuro en que el merino pasta,

entre plomizos peñascales, siembran

el sueño alegre de infantil Arcadia.


En los chopos lejanos del camino,

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor las nuevas hojas

y en las quiebras de valles y barrancas

blanquean los zarzales florecidos,

y brotan las violetas perfumadas.

III

Es el campo undulado, y los caminos

ya ocultan los viajeros que cabalgan

en pardos borriquillos,

ya al fondo de la tarde arrebolada

elevan las plebeyas figurillas,

que el lienzo de oro del ocaso manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo

desde los picos donde habita el águila,

son tornasoles de carmín y acero,

llanos plomizos, lomas plateadas,

circuidos por montes de violeta,

con las cumbres de nieve sonrosado.

IV

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran


en un alcor, cuando el otoño empieza,

y entre las negras testas doblegadas

bajo el pesado yugo,

pende un cesto de juncos y retama,

que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha

un hombre que se inclina hacia la tierra,

y una mujer que en las abiertas zanjas

arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,

en el oro fluido y verdinoso

del poniente, las sombras se agigantan.

La nieve. En el mesón al campo abierto

se ve el hogar donde la leña humea

y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,

alborotando en blancos torbellinos

la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos,

cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucado tiembla y tose


cerca del fuego; su mechón de lana

la vieja hila, y una niña cose

verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero

que caminó sobre la blanca tierra,

y una noche perdió ruta y sendero,

y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío

y en la frente del viejo, de hosco ceño,

como un tachón sombrío

tal el golpe de un hacha sobre un leño.

La vieja mira al campo, cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,

desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados

ha de correr con otras doncellitas

en los días azules y dorados,

cuando crecen las blancas margaritas.

VI

¡Soria fría, Soria pura,

cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero

arruinado, sobre el Duero;

con sus murallas roídas

y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores

soldados o cazadores;

de portales con escudos

de cien linajes hidalgos,

y de famélicos galgos,

de galgos flacos y agudos,

que pululan

por las sórdidas callejas,

y a la medianoche ululan,

cuando graznan las cornejas!

¡Soria fría! La campana

de la Audiencia da la una.

Soria, ciudad castellana

¡tan bella! bajo la luna.

VII

¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, obscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,


caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!…

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra.

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua, cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en primavera;


álamos del amor cerca del agua

que corre y pasa y sueña,

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita.

Me habéis llegado al alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino

que a Dios guardáis como cristianas viejas,

que el sol de España os llene

de alegría, de luz y de riqueza!

***

Los olivos

¡Viejos olivos sedientos


bajo el claro sol del día,

olivares polvorientos

del campo de Andahicía!

¡El campo andaluz, peinado

por el sol canicular,

de loma en loma rayado

de olivar y de olivar!

Son las tierras

soleadas,

anchas lomas, lueñes sierras

de olivares recamadas.

Mil senderos. Con sus machos,

abrumados de capachos,

van gañanes y arrieros.

¡De la venta del camino

a la puerta, soplan vino

trabucaires bandoleros!

¡Olivares y olivares

de loma en loma prendidos

cual bordados alamares!

¡Olivares coloridos

de una tarde anaranjada;

olivares rebruñidos

bajo la luna argentada!

¡Olivares centellados

en las tardes cenicientas,

bajo los cielos preñados

de tormentas!…

Olivares, Dios os dé
los eneros

de aguaceros,

los agostos de agua al pie,

los vientos primaverales,

vuestras flores racimadas;

y las lluvias otoñales

vuestras olivas moradas.

Olivar, por cien caminos,

tus olivitas irán

caminando a cien molinos.

Ya darán

trabajo en las alquerías

a gañanes y braceros,

¡oh buenas frentes sombrías

bajo los anchos sombreros!…

¡Olivar y olivareros,

bosque y raza,

campo y plaza

de los fieles al terruño

y al arado y al molino,

de los que muestran el puño

al destino,

los benditos labradores,

los bandidos caballeros,

los señores

devotos y matuteros!…

¡Ciudades y caseríos

en la margen de los ríos,

en los pliegues de la sierra!…


¡Venga Dios a los hogares

y a las almas de esta tierra

de olivares y olivares!

II

A dos leguas de Úbeda, la Torre

de Pero Gil, bajo este sol de fuego,

triste burgo de España. El coche rueda

entre grises olivos polvorientos.

Allá, el castillo heroico.

En la plaza, mendigos y chicuelos:

una orgía de harapos…

Pasamos frente al atrio del convento

de la Misericordia.

¡Los blancos muros, los cipreses negros!

¡Agria melancolía

como asperón de hierro

que raspa el corazón! ¡Amurallada

piedad, erguida en este basurero!…

Esta casa de Dios, decid hermanos,

esta casa de Dios, ¿qué guarda dentro?

Y ese pálido joven,

asombrado y atento,

que parece mirarnos con la boca,

será el loco del pueblo,

de quien se dice: es Lucas,

Blas o Ginés, el tonto que tenemos.

Seguimos. Olivares. Los olivos


están en flor. El carricoche lento,

al paso de dos pencos matalones,

camina hacia Peal. Campos ubérrimos.

La tierra da lo suyo; el sol trabaja;

el hombre es para el suelo:

genera, siembra y labra

y su fatiga unce la tierra al cielo.

Nosotros enturbiamos

la fuente de la vida, el sol primero,

con nuestros ojos tristes,

con nuestro amargo rezo,

con nuestra mano ociosa,

con nuestro pensamiento

se engendra en el pecado,

se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!

Esta piedad erguida

sobre este burgo sórdido, sobre este basurero,

esta casa de Dios, decid, oh santos

cañones de von Kluck, ¿qué guarda dentro?

Gerardo Diego

El ciprés de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,

flecha de fe, saeta de esperanza.


Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

Madrigal

A Juan Ramón Jiménez

Estabas en el agua

Estabas que yo te vi

Todas las ciudades

lloraban por ti

Las ciudades desnudas

balando como bestias en manada

A tu paso

las palabras eran gestos

como estos que ahora te ofrezco

Creían poseerte
porque sabían teclear en tu abanico

Pero

No

no estabas allí

Estabas en el agua

que yo te vi

Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.

Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,

y tú, inocente, duermes bajo el cielo.

Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves

te me encierran, recluyen, roban. Hielo,

cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo

que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura

—cauce fiel de abandono, línea pura,

tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,


yo, insomne, loco, en los acantilados,

las naves por el mar, tú por tu sueño.

Revelación

A Blas Taracena

Era en Numancia, al tiempo que declina

la tarde del agosto augusto y lento,

Numancia del silencio y de la ruina,

alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina

de transparencia y desvanecimiento,

diafanidad de ausencia vespertina,

esperanza, esperanza del portento.

Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira,

sin rama, sin atril, canta, delira,

flota en la cima de su fiebre aguda.

Vivo latir de Dios nos goteaba,

risa y charla de Dios, libre y desnuda.

Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.

No verte

Un día y otro día y otro día.

No verte.
Poderte ver, saber que andas tan cerca,

que es probable el milagro de la suerte.

No verte.

Y el corazón y el cálculo y la brújula,

fracasando los tres. No hay quien te acierte.

No verte.

Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte,

no respirar, no ser, no merecerte.

No verte.

Desesperadamente amar, amarte

y volver a nacer para quererte.

No verte.

Sí, nacer cada día. Todo es nuevo.

Nueva eres tú, mi vida, tú, mi muerte.

No verte.

Andar a tientas (y era mediodía)

con temor infinito de romperte.

No verte.

Oír tu voz, oler tu aroma, sueños,

ay, espejismos que el desierto invierte.

No verte.
Pensar que tú me huyes, me deseas,

querrías encontrarte en mí, perderte.

No verte.

Dos barcos en la mar, ciegas las velas.

¿Se besarán mañana sus estelas?

Dámaso Alonso

INSOMNIO

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este

nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los

perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como

un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre

caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por

qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta

ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,


las tristes azucenas letales de tus noches?

VIENTO DE NOCHE

El viento es un can sin dueño,

que lame la noche inmensa.

La noche no tiene sueño.

Y el hombre, entre sueños, piensa.

Y el hombre sueña, dormido,

que el viento es un can sin dueño,

que aúlla a sus pies tendido

para lamerle el ensueño.

Y aun no ha sonado la hora.

La noche no tiene sueño:

¡alerta, la veladora!

VIDA

Entre mis manos cogí

un puñadito de tierra.

Soplaba el viento terrero.

La tierra volvió a la tierra.

Entre tus manos me tienes,

tierra soy.

El viento orea
tus dedos, largos de siglos.

Y el puñadito de arena

-grano a grano, grano a grano-

el gran viento se lo lleva.

MUJER CON ALCUZA

¿Adónde va esa mujer,

arrastrándose por la acera,

ahora que ya es casi de noche,

con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.

Yo no sé qué es más gris

si el acero frío de sus ojos,

si el gris desvaído de ese chal

con el que se envuelve el cuello y la cabeza

o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies

desgastando suela, desgastando losa,

pero llevada

por un terror

oscuro,

por una voluntad de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.

Esta mujer no avanza por la acera


de esta ciudad,

esta mujer va por un campo yerto,

entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes

y tristes caballones,

de humana dimensión, de tierra removida

de tierra

que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,

entre abismales pozos sombríos,

y turbias simas súbitas

llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.

Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren

en un tren muy largo

ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:

unas veces nevaba y hacía mucho frío,

otras veces lucía el sol y remejía el viento

arbustos juveniles

en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,

mareada por el ruido de la conversación,

por el traqueteo de las ruedas

y por el humo, por el olor a nicotina rancia.

¡Oh!:

noches y días,

días y noches,

noches y días,

días y noches,

y muchos, muchos días,


y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando

en tantas estaciones diferentes,

que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,

ni los sitios,

ni las épocas.

Ella recuerda sólo

que en todas hacía frío,

que en todas estaba oscuro,

y que al partir, al arrancar el tren

ha comprendido siempre

cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,

ha sentido siempre

una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,

como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,

como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,

blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo

como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios

y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.

Pero las lúgubres estaciones se alejaban,

y ella se asomaba frenética a las ventanillas,

gritando y retorciéndose,

sólo

para ver alejarse en la infinita llanura

eso, una solitaria estación

un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico

por una cruz

bajo las estrellas,

y por fin se ha dormido,

sí, ha dormitado en la sombra,

arrullada por un fondo de lejanas conversaciones

por gritos ahogados y empañadas risas,

como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,

sólo rasgadas de improviso

por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,

o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,

… aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,

sí, muchos días

y muchas noches.

Siempre parando en estaciones diferentes,

siempre con un ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,

ay,

para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada

para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

… No ha sabido cómo.

Su sueño era cada vez más profundo,

iban cesando,

casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:

sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,

algún chillido como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.

Y luego nada.
Sólo la velocidad,

sólo el traqueteo de maderas y hierro

del tren,

sólo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,

y estaba sola,

y ha mirado a su alrededor,

y estaba sola

y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,

de un vagón a otro,

y estaba sola,

y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,

a algún empleado,

a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,

y estaba sola

y ha gritado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado

quién conducía,

quien movía aquel horrible tren.

Y no le ha contestado nadie,

porque estaba sola,

porque estaba sola.

Y ha seguido días y días,

loca, frenética,

en el enorme tren vacío,


donde no va nadie,

que no conduce nadie.

… Y ésa es la terrible,

la estúpida fuerza sin pupilas,

que aún hace que esa mujer

avance y avance por la acera,

desgastando la suela de sus viejos zapatones,

desgastando las losas,

entre zanjas abiertas a un lado y otro,

entre caballones de tierra,

de dos metros de longitud,

con ese tamaño preciso

de nuestra ternura de cuerpos humanos.

Ah, por eso esa mujer avanza

(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),

abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,

como si caminara surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,

o una nebulosa de cruces,

de cercanas cruces,

de cruces lejanas.

Ella,

en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más

se inclina

va curvada como un signo de interrogación

con la espina dorsal arqueada

sobre el suelo.

¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera


como si se asomara por la ventanilla

de un tren,

al ver alejarse la estación anónima

en que se debía haber quedado?

¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro

sus recuerdos de tierra en putrefacción,

y se le tensan tirantes cables invisibles

desde sus tumbas diseminadas?

¿O es que como esos almendros

que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta

conserva aún en el invierno el tierno vicio

guarda aún el dulce álabe

de la cargazón y de la compañía,

en sus; tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

¿CÓMO ERA?

¿Cómo era Dios mío, cómo era?

JUAN R. JIMÉNEZ

La puerta, franca.

Vino queda y suave.

Ni materia ni espíritu. Traía

una ligera inclinación de nave

y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía

ni de color. El corazón la sabe,

pero decir cómo era no podría


porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto,

deja la flor intacta del concepto

en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente,

la sensación, la sombra, el accidente,

mientras ella me llena el alma toda.

Blas de Otero

Pido la paz y la palabra

Escribo

en defensa del reino

del hombre y su justicia. Pido

la paz

y la palabra. He dicho

«silencio»,

«sombra»,

«vacío»

etcétera.

Digo

«del hombre y su justicia»,

«océano pacífico»,

lo que me dejan.

Pido

la paz y la palabra.

Digo vivir
Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.

(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)

Digo vivir, vivir como si nada

hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,

y publicar, columna arrinconada.

Digo vivir, vivir a pulso, airada-

mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,

abominando cuanto he escrito: escombro

del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra

más inmortal: aquella fiesta brava

del vivir y el morir. Lo demás sobra.

En nombre de muchos

Para el hombre hambreante y sepultado

en sed salobre son de sombra fría,

en nombre de la fe que he conquistado:

alegría.

Para el mundo inundado

de sangre, engangrenado a sangre fría,

en nombre de la paz que he voceado:


alegría.

Para ti, patria, árbol arrastrado

sobre los ríos, ardua España mía,

en nombre de la luz que ha alboreado:

alegría.

A la inmensa mayoría

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre

aquel que amó, vivió, murió por dentro

y un buen día bajó a la calle: entonces

comprendió: y rompió todos su versos.

Así es, así fue. Salió una noche

echando espuma por los ojos, ebrio

de amor, huyendo sin saber adónde:

a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,

eran sus brazos, como llama al viento;

olas de sangre contra el pecho, enormes

olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces

en vuelo horizontal cruzan el cielo;

horribles peces de metal recorren

las espaldas del mar, de puerto a puerto.


Yo doy todos mis versos por un hombre

en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,

mi última voluntad. Bilbao, a once

de abril, cincuenta y uno.

Canción cinco

Por los puentes de Zamora,

sola y lenta, iba mi alma.

No por el puente de hierro,

el de piedra es el que amaba.

A ratos miraba al cielo,

a ratos miraba al agua.

Por los puentes de Zamora,

sola y lenta, iba mi alma.

T.S. Eliot

Burnt Norton

Tiempo presente y tiempo pasado

se hallan quizá presentes en el tiempo futuro

y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.

Si todo tiempo es eternamente presente

todo tiempo es irredimible.

Lo que pudo haber sido es mera abstracción

quedando como eterna posibilidad

solamente en el mundo de la especulación.


Lo que pudo haber sido y lo que fue

apuntan a un solo fin, que está siempre presente.

Los hombres huecos

Un penique para el viejo guy

Somos los hombres huecos

Somos los hombres rellenos

Inclinándonos juntos

Casco lleno de paja. ¡Alas!

Nuestras voces secas, cuando

Susurramos juntos

Son quietas y sin sentido

Como viento en hierba seca

O patas de rata sobre cristal roto

En nuestra seca celda.

Figura sin forma, matiz sin color,


Fuerza paralizada, gesto sin movimiento;

Aquellos que han cruzado

Con ojos directos al otro Reino de la Muerte

Nos recuerdan -si acaso- no como perdidas

Almas violentas, sino sólo

Como los hombres huecos

Los hombres rellenos.

II

Ojos que no me atrevo a encontrar

En el otro reino del sueño de la muerte

Estos no aparecen

Allí, los ojos son

Luz de sol sobre una columna rota

Allí, está un árbol balanceándose.

Y voces están
En el viento cantando

Más distantes y más solemnes

Que una estrella desfalleciente.

No me deje que esté más cerca

En el reino del sueño de la muerte

Déjenme usar

Tan deliberado disfraz

Abrigo de rata, piel de cuervo, tablas cruzadas

En un campo

Comportándose como el viento se comporta

No más cerca-

No ese encuentro final

En el reino del crepúsculo

III
Esta es la tierra muerta

Esta es la tierra de cactus

Aquí las imágenes de piedra

Se levantan, aquí ellas reciben

La suplicación de la mano del muerto

Bajo el parpadeo de una estrella desfalleciente.

Y así es

En el otro reino de la muerte

Levantándonos solos

A la hora en que estamos

Temblando con ternura

Labios que besarían

De Oraciones a piedra rota

IV

Los ojos no están aquí


Andamos a tientas

y evitamos la palabra

Reunidos sobre esta playa del río hinchado

Sin mirada, a menos que

Los ojos reaparezcan

Como la estrella perpetua

Rosa de muchos pétalos

De reino crepuscular de la muerte

Rosa de muchos pétalos

De reino crepuscular dela muerte

La esperanza solo

De hombres vacíos.

Aquí vamos alrededor del cactus


Cactus cactus

Aquí vamos alrededor del cactus

A las cinco de la mañana

Entre la idea

Y la realidad

Entre el movimiento

Y el acto

Cae la sombra

Porque tuyo es el reino

Entre la concepción

Y la creación

Entre la emoción

Y la respuesta

Cae la sombra

La vida es muy larga


Entre el deseo

Y el espasmo

Entre la potencia

Y la existencia

Entre la esencia

Y el descenso

Cae la sombra

Porque tuyo es el reino

Esta es la forma en que acaba el Mundo

Esta es la forma en que acaba el Mundo

Esta es la forma en que acaba el Mundo

No con un estallido, sino con un murmullo.

El cultivo de los árboles de navidad

Hay varias actitudes hacia la Navidad,


Alguna de las cuales podemos pasar por alto:

La social, la adormecida, la patentemente comercial,

La alborotada (los bares abiertos hasta la medianoche)

Y la infantil -que no es la del niño

Para quien la vela es una estrella y el ángel dorado

Extendiendo sus alas en la cima del Árbol de Navidad

No es sólo una decoración, sino un ángel

El nido se maravilla en el Árbol de Navidad:

Dejen que continúe en el espíritu de maravilla

En la fiesta como un acontecimiento no aceptada como un pretexto;

De tal forma que el arrebatamiento brillante, la sorpresa

Del primer Árbol de Navidad recordado,

De tal manera que las sorpresas, deleite en nuevas posesiones

(Cada una con su peculiar y excitante olor),

La espera del ganso o el pavo


y el esperado miedo en su aparecer,

De tal forma que la reverencia y la alegría

No sean olvidadas en experiencias posteriores,

En el hábito aburrido, la fatiga, el tedio,

La conciencia de la muerte, la conciencia del fracaso,

O en la piedad del converso

La cual puede ser corrompida por vanidad

Displicente a Dios e irrespetuosa con los niños

(Y aquí recuerdo también con gratitud a

Santa Lucía, su cancioncilla y su corona de fuego):

De tal forma que antes del fin, la ochentava Navidad

(Por ochentava quiero decir cualquiera que sea la última)

Los recuerdos acumulados de la emoción anual

Sean concentrados en una gran alegría


La cual será también un gran miedo, como en la ocasión

En que el miedo vino a cada alma:

Porque el comienzo nos recordará del fin

Y la primera venida la segunda venida.

El Director

Desdicha al desdichado Támesis

Que fluye tan cerca del Espectador

El director

Conservador

Del Espectador

Corrompe la brisa

Los accionistas

Reaccionarios

Del Espectador

Conservador
Con los brazos enlazados

Dan vueltas

A paso de lobo.

En un desagüe

Una niña

En harapos

De nariz achatada

Mira

Al director

Del Espectador

Conservador

y muere de amor.

La Canción de Amor de J. Alfred Prufrock


Vamos pues tú y yo,

cuando la tarde se estira contra el cielo

como un paciente anestesiado sobre una mesa;

vamos pues, a través de ciertas calles semidesiertas,

los susurrantes asilos

de noches inquietas en baratos hoteles de una noche

y restaurantes de aserrín con conchas de ostras:

Calles que siguen como un argumento tedioso

de intención engañosa

para conducirte a una pregunta agobiante…

Oh, no preguntes, “¿Qué es?”

Vamos pues y hagamos nuestra visita.

En el cuarto las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

La neblina amarilla que frota su espalda contra el cristal de la ventana,


el humo amarillo que frota su hocico contra el cristal de la ventana,

lamió su lengua en los rincones de la tarde,

se demoró sobre los pozos que permanecen en los desagües,

dejó caer sobre su espalda el hollín que cae de las chimeneas,

se deslizó por la terraza, dio un salto repentino,

y viendo que era una suave tarde de octubre,

se enredó alrededor de la casa y se quedó dormida.

Y en verdad habrá tiempo

para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle

frotando su espalda sobre los cristales de la ventana;

habrá tiempo, habrá tiempo

de preparar un rostro para encontrar los rostros que encuentres;

habrá tiempo para asesinar y crear,

y tiempo para todas las obras y los días de manos


que levantan y dejan caer una pregunta en tu plato;

tiempo para ti y tiempo para mí,

y un tiempo aun para un ciento de indecisiones,

y para un ciento de visiones y revisiones,

antes de tornar la tostada y el té.

En el cuarto las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

Y en verdad habrá tiempo

para preguntarse, “¿Me atrevo?”, y, “¿Me atrevo?”

Tiempo para voltearse y descender la escalera,

con una mancha en el medio de mi pelo

(Ellos dirán: “i Cuán delgados están sus piernas y sus brazos!”)

Mi abrigo mañanero, mi cuello que sube firmemente al mentón,

mi rica y modesta corbata, pero sostenida por un simple alfiler

(Ellos dirán: “i Pero que delgados están sus piernas y sus brazos!”)
¿Me atrevo

a perturbar el universo?

En un minuto hay tiempo

para decisiones y revisiones que un minuto anulará.

Porque las he conocido todas, todas las he conocido

He conocido las noches las mañanas, y las tardes,

he medido mi vida con cucharitas de café;

conozco las voces muriendo con una caída mortal

bajo la música de un cuarto más lejano.

¿Entonces cómo podría yo presumir?

Y he conocido los ojos ya, todos los he conocido

los ojos que te fijan en una frase formulada,

y cuando estoy formulado, tendido sobre un alfiler,

cuando estoy clavado y estrujado sobre un muro,


¿entonces cómo debería empezar

a escupir todas las colillas de mis maneras y mis días?

¿Y cómo podría entonces presumir?

y he conocido todos los brazos, todos los he conocido

brazos con brazaletes y blancos y desnudos

(Pero a la luz de la lámpara, derribados con claro pelo marrón!)

Es el perfume de un vestido

que me hace tanto divagar?’

Brazos que yacen a lo largo de una mesa, o envueltos alrededor de un chal.

¿Y debería entonces presumir?

¿Y cómo debería empezar?

¿Diré, que he ido en el crepúsculo a través de estrechas calles

y observado el humo que se alza de las pipas

de hombres solitarios en mangas de camisa, asomándose por las ventanas?…

Yo debí haber sido un par de garras rotas


barrenando el suelo de mares silenciosos.

Y la tarde, la noche, duerme tan apacible!

Suavizada por largos dedos,

dormida… cansada… o finge,

estirada en el suelo, aquí entre tú y yo.

Debería, después del té, los bizcochos y los helados,

tener la fuerza de forzar el momento hasta su crisis?

Pero aunque he llorado y apresurado, llorado y orado,

aunque he visto mi cabeza (haciéndose ligeramente calva)

traída en una bandeja,

no soy profeta, y aquí no hay gran asunto;

he visto el momento de mi grandeza vacilar,

y he visto el eterno Lacayo agarrar mi abrigo, y reír disimuladamente,

y en pocas palabras, tuve miedo.


Y hubiese valido la pena, después de todo,

después de las tasas~ la mermelada, el té,

entre porcelana, entre alguna conversación entre tú y yo,

hubiese valido la pena,

haber penetrado el asunto con una sonrisa,

haber comprimido el universo en una bola

y hacerla rodar hacia alguna pregunta abrumadora,

Decir: “Soy Lázaro, vengo de los muertos,

vengo a decírtelo todo, todo te lo diré”.

Si uno poniéndose una almohada en su cabeza,

Dijese: “Eso no es lo que quise decir del todo.

No es esto de ninguna manera.”

Y hubiese valido la pena, después de todo,

hubiese valido la pena mientras tanto.

después de las puestas de sol y de entrada los patios de y las calles lloviznadas,
después de las novelas, después de las tazas de té, después de las faldas que se arrastran a lo
largo

del suelo

y esto y tanto más?

Es imposible decir lo que quiero decir!

Pero como si una linterna mágica lanzara los nervios en figura sobre la pantalla:

Hubiese valido la pena

si uno, colocando una almohada o quitándose una manta,

y volteándose hacia la ventana, dijera:

“No es esto de ningún modo,

No es esto lo que quería decir, de ningún modo.”

No! No soy el príncipe Hamlet ni he pretendido serlo;

soy un señor asistente, alguien a quien bastará

avanzar, comenzar una escena o dos,

aconsejar al príncipe; sin duda, una herramienta fácil,


deferente, alegre de ser usada,

política, cuidadosa y meticulosa;

lleno de alta sentencia, pero un poco obtuso,

a veces, en verdad, algo ridículo

casi, a veces, el Tonto.

Envejezco… Envejezco…

Llevaré arremangados los ruedos de mis pantalones.

¿Me partiré el pelo delante? Me atreveré a comer un durazno?

Me pondré pantalones blancos de franela y caminaré sobre la playa.

He oído las sirenas cantándose recíprocamente.

No pienso que me canten a mí.

Las he visto cabalgando hacia el mar sobre las olas

peinando el pelo blanco de las olas sopladas hacia atrás

cuando el viento sopla el agua blanca y negra.


Nos hemos detenido en las cámaras del mar

por niñas marinas adornadas con algas marinas rojas y marrones

hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.

Ezra Pound

El jardín

(En robe de parade

Samain)

Como un ovillo de hebras de seda estampado contra una pared

ella bordea la tapia de un sendero en los jardines de Kensington

y se va muriendo poco a poco

de una especie de anemia emocional.

Y por allí se pasea una chusma

de hijos de la miseria, inmundos, vigorosos, inextinguibles.

Ellos heredarán la tierra.

Ella es el final de la estirpe.

Su aburrimiento es exquisito y excesivo.

Le gustaría que alguien fuese a hablarle,

y casi tiene miedo de que yo

cometa esa indiscreción.

Francesca

Saliste de la noche
Con flores en las manos.

Vas a salir ahora del tumulto del mundo,

De la babel de lenguas que te nombra.

Yo que te vi rodeada de hechos primordiales,

Monté en cólera cuando te mencionaron

En oscuros callejones.

¡Cómo me gustaría que una ola fresca cubriera mi mente

Que el mundo se trocara en hoja seca,

O en un vilano al viento,

Para que yo pudiera encontrarte de nuevo

Sola!

La zambullida

Querría bañarme en extrañeza:

estas comodidades amontonadas encima de mí,

me asfixian!

¡Me quemo, ardo en deseos de algo nuevo,

amigos nuevos, caras nuevas y lugares!

Oh, estar lejos de todo esto,

esto que es todo lo que quise…salvo lo nuevo.

¡Y tú, amor, la que mucho, la que más he deseado!

¿Acaso no me repugnan todas las paredes,

las calles, las piedras,

todo el barro, la bruma, toda la niebla,

todas las clases de tráfico?

A ti, yo te querría

fluyendo encima de mí como el agua,


¡oh, pero fuera de aquí!

Hierba y praderas y colinas y sol

¡oh, suficiente sol!

¡Lejos y a solas, en medio de gente extraña!

Un pacto

Yo hago un pacto contigo, Walt Whitman.

Ya te he detestado lo suficiente.

Llego a ti como un niño crecido

Que ha tenido un padre testarudo;

Ya tengo edad para hacer amigos.

Fuiste tú el que partió la nueva leña,

Ahora es el tiempo de tallar.

Nosotros tenemos la raíz y la savia:

Que haya intercambio entre nosotros.

El desván

Ven, apiadémonos de los que tienen más fortuna que nosotros.

Ven, amiga, y recuerda

que los ricos tienen mayordomos en vez de amigos,

y nosotros tenemos amigos en vez de mayordomos.

Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros.

La aurora entra con sus pies diminutos


como una dorada Pavlova,

y yo estoy cerca de mi deseo.

Nada hay en la vida que sea mejor

que esta hora de limpia frescura,

la hora de despertarnos juntos.

John Keats

A la soledad

¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir,

Que no sea en el desordenado sufrir

De turbias y sombrías moradas,

Subamos juntos la escalera empinada;

Observatorio de la naturaleza,

Contemplando del valle su delicadeza,

Sus floridas laderas,

Su río cristalino corriendo;

Permitid que vigile, soñoliento,

Bajo el tejado de verdes ramas,

Donde los ciervos pasan como ráfajas,

Agitando a las abejas en sus campanas.

Pero, aunque con placer imagino

Estas dulces escenas contigo,

El suave conversar de una mente,

Cuyas palabras son imágenes inocentes,

Es el placer de mi alma; y sin duda debe ser

El mayor gozo de la humanidad,

Soñar que tu raza pueda sufrir

Por dos espíritus que juntos deciden huir.


Esta mano viviente

Esta mano viviente, ahora tibia y capaz

De agarrar firmemente, si estuviera fría

Y en el silencio helado de la tumba,

De tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños

Que desearías tu propio corazón secar de sangre

Para que en mis venas roja vida corriera otra vez,

Y tú aquietar tu consciencia —la ves, aquí esta—

La sostengo frente a ti.

Oda a la melancolía

No vayas al Leteo ni exprimas el morado

acónito buscando su vino embriagador;

no dejes que tu pálida frente sea besada

por la noche, violácea uva de Proserpina.

No hagas tu rosario con los frutos del tejo

ni dejes que polilla o escarabajo sean

tu alma plañidera, ni que el búho nocturno

contemple los misterios de tu honda tristeza.

Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,

y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.

Pero cuando el acceso de atroz melancolía

se cierna repentino, cual nube desde el cielo

que cuida de las flores combadas por el sol


y que la verde colina desdibuja en su lluvia,

enjuga tu tristeza en una rosa temprana

o en el salino arco iris de la ola marina

o en la hermosura esférica de las peonías;

o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,

toma firme su mano, deja que en tanto truene

y contempla, constante, sus ojos sin igual.

Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.

También con la alegría, cuya mano en sus labios

siempre esboza un adiós; y con el placer doliente

que en tanto la abeja liba se torna veneno.

Pues en el mismo templo del Placer, con su velo

tiene su soberano numen Melancolía,

aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa

boca muerde la uva fatal de la alegría.

Esa alma probará su tristísimo poder

y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.

Sobre la muerte

¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es solo un sueño,

Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?

Los efímeros placeres a visiones se asemejan,

Y aun creemos que el dolor más grande es morir.


II

Cuán extraño es que el hombre deba errar sobre la tierra,

Y llevar una vida de tristeza, pero que no abandone

Su escabroso sendero, ni se atreva a contemplar solo

Su destino funesto, que no es sino despertar.

Sobre el mar

No cesan sus eternos murmullos,

rodeandolas desoladas playas,

Y el brío de sus olas

diez mil cavernas llena dos veces,

y el hechizode liécate les deja su antiguo son oscuro.

Pero a menudo tiene tan dulce continente,

que apenas se moviera la concha más menuda

durante muchos días, de donde cayó

Cuandolos vientos celestiales pasaron, sin cadenas.

Los que tenéis los ojos dolientes o cansados,

brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta;

y los ensordecidos por clamoreo rudo

o los que estáis ahítos de notas fatigosas,

sentaos junto a una antigua caverna, meditando,

hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas.

1347

Bertolt Brecht
Epitafio

Escapé de los tigres

alimenté a las chinches

comido vivo fui

por las mediocridades.

Contra la seducción

No os dejéis seducir:

no hay retorno alguno.

El día está a las puertas,

hay ya viento nocturno:

no vendrá otra mañana.

No os dejéis engañar

con que la vida es poco.

Bebedla a grandes tragos

porque no os bastará

cuando hayáis de perderla.

No os dejéis consolar.

Vuestro tiempo no es mucho.

El lodo, a los podridos.

La vida es lo más grande:

perderla es perder todo.

Quiero ir con aquel a quien amo

Quiero ir con aquel a quien amo.

No quiero calcular lo que cuesta.


No quiero averiguar si es bueno.

No quiero saber si me ama.

Quiero ir con aquél a quien amo.

La canción del no y el sí

Hubo un tiempo en que creía, cuando aún era inocente,

y lo fui hace tiempo igual que tú:

quizás también me llegue uno a mí

y entonces tengo que saber qué hacer.

Y si tiene dinero

y si es amable

y su cuello está limpio también entre semana

y si sabe lo que le corresponde a una señora

entonces diré «No».

Hay que mantener la cabeza bien alta

y quedarse como si no pasara nada.

Seguro que la luna brilló toda la noche,

seguro que la barca se desató de la orilla,

pero nada más pudo suceder.

Sí, no puede una tumbarse simplemente,

sí, hay que ser fría y sin corazón.

Sí, tantas cosas podrían suceder,

ay, la única respuesta posible: No.

El primero que vino fue un hombre de Kent

que era como un hombre debe ser.


El segundo tenía tres barcos en el puerto

y el tercero estaba loco por mí.

Y al tener dinero

y al ser amables

y al llevar los cuellos limpios incluso entre semana

y al saber lo que le corresponde a una señora,

les dije a todos: «No».

Mantuve la cabeza bien alta

y me quedé como si no pasara nada.

Seguro que la luna brilló toda la noche,

seguro que la barca se desató de la orilla,

pero nada más pudo suceder.

Sí, no puede una tumbarse simplemente,

sí, hay que ser fría y sin corazón.

Sí, tantas cosas podrían suceder ,

ay, la única respuesta posible: No.

Sin embargo un buen día, y era un día azul,

llegó uno que no me rogó

y colgó su sombrero en un clavo en mi cuarto

y yo ya no sabía lo que hacía.

Y aunque no tenía dinero

y aunque no era amable

ni su cuello estaba limpio ni siquiera el domingo

ni sabía lo que le corresponde a una señora,

a él no le dije «No».

No mantuve la cabeza bien alta

y no me quedé como si no pasara nada.


Ay, la luna brilló toda la noche,

y la barca permaneció amarrada a la orilla,

¡y no pudo ser de otra forma!

Sí, no hay más que tumbarse simplemente,

sí, no puede una permanecer fría ni carecer de corazón.

Ay, tuvieron que pasar tantas cosas,

sí, no pudo haber ningún No.

Pero en la fría noche

Pero ya sólo el hielo, en la fría noche, agrupaba

los cuerpos blanquecinos en el bosque de alisos.

Semidespiertos, escuchaban de noche, no susurros de amor

sino, aislados y pálidos, el aullar de los perros helados.

Ella se apartó por la noche el pelo de la frente, y se esforzó

por sonreír,

él miró, respirando hondo, mudo, hacia el deslucido cielo.

Y por las noches miraban al suelo cuando sobre ellos

infinitos pájaros de gran tamaño en bandadas procedentes

del Sur se arremolinaban, excitado bullicio.

Sobre ellos cayó una lluvia negra.

Rimbaud

El corazón de Rimbaud

¡Mi triste corazón babea a popa,

mi corazón que colma el caporal

y me vierten en él chorros de sopa,


mi triste corazón babea a popa:

con las bromas sangrientas de la tropa

que brama un carcajeo general,

mi triste corazón babea a popa,

mi corazón que colma el caporal!

Itiofálicos y soldadinescos

sus chistes sangrientos lo han depravado;

y de noche componen unos frescos

itiofálicos y soldadinescos.

¡Oleajes abracadabrantescos

llevadme el corazón, que sea lavado!

Itiofálicos y soldadinescos

sus chistes sangrientos lo han depravado.

Cuando se agoten sus chimós gargálicos

¿cómo vivir, oh corazón robado?

llegarán con sus estribillos báquicos;

cuando se agoten sus chimós gargálicos

sentiré sobresaltos estomáquicos,

yo, el del corazón despedazado.

Cuando se agoten sus chimós gargálicos

¿cómo vivir, oh corazón robado?

El mal

Mientras que los gargajos rojos de la metralla

silban surcando el cielo azul, día tras día,

y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe


se hunden batallones que el fuego incendia en masa;

mientras que una locura desenfrenada aplasta

y convierte en mantillo humeante a mil hombres;

¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,

en tu gozo, Natura, que santa los creaste,

existe un Dios que ríe en los adamascados

del altar, al incienso, a los cálices de oro,

que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.

Pero se sobresalta, cuando madres uncidas

a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras

le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.

Primera velada

Desnuda, casi desnuda;

y los árboles cotillas

a la ventana arrimaban,

pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón,

desnuda, juntó las manos.

Y en el suelo, trepidaban,

de gusto, sus pies, tan parvos.

-Vi cómo, color de cera,

un rayo con luz de fronda


revolaba por su risa

y su pecho -en la flor, mosca,

-Besé sus finos tobillos.

Y estalló en risa, tan suave,

risa hermosa de cristal.

desgranada en claros trinos…

Bajo el camisón, sus pies

-¡Basta, basta!» -se escondieron.

-¡La risa, falso castigo

del primer atrevimiento!

Trémulos, pobres, sus ojos

mis labios besaron, suaves:

-Echó, cursi, su cabeza

hacia atrás: «Mejor, si cabe…!

Caballero, dos palabras…»»

-Se tragó lo que faltaba

con un beso que le hizo

reírse… ¡qué a gusto estaba!

-Desnuda, casi desnuda;

y los árboles cotillas

a la ventana asomaban,

pícaros, su fronda pícara.


Mi bohemia

Fantasía)

Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…

mi chaleco también se volvía ideal,

andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!

¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!

Mi único pantalón era un enorme siete.

––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso

rimas Y mi posada era la Osa Mayor.

––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

Y yo las escuchaba, al borde del camino

cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo

el rocío en mi frente, como un vino de vida.

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,

tensaba los cordones, como si fueran liras,

de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.

Los cuervos

Señor, cuando los prados están fríos

y cuando en las aldeas abatidas

el ángelus lentísimo acallado,

sobre el campo desnudo de sus flores

haz que caigan del cielo, tan queridos,


los cuervos deliciosos.

¡Hueste extraña de gritos justicieros

el cierzo se ha metido en vuestros nidos!

A orilla de los ríos amarillos,

por la senda de los viejos calvarios,

y en el fondo del hoyo y de la fosa,

dispersaos, uníos.

A millares, por los campos de Francia,

donde duermen nuestros muertos de antaño,

dad vueltas y dad vueltas, en invierno,

para que el caminante, al ir, recuerde.

¡Sed pregoneros del deber, ¡Oh nuestros

negros pájaros fúnebres!

Santos del cielo, en la cima del roble,

mástil perdido en la noche encantada,

dejad la curruca de la primavera

para aquél que en el bosque encadena,

bajo la yerba que impide la huida,

la funesta derrota.

Octavio Paz

Decir, hacer

A Roman Jakobson

Entre lo que veo y digo,

Entre lo que digo y callo,


Entre lo que callo y sueño,

Entre lo que sueño y olvido

La poesía.

Se desliza entre el sí y el no:

dice

lo que callo,

calla

lo que digo,

sueña

lo que olvido.

No es un decir:

es un hacer.

Es un hacer

que es un decir.

La poesía

se dice y se oye:

es real.

Y apenas digo

es real,

se disipa.

¿Así es más real?

Idea palpable,

palabra

impalpable:

la poesía

va y viene

entre lo que es

y lo que no es.

Teje reflejos
y los desteje.

La poesía

siembra ojos en las páginas

siembra palabras en los ojos.

Los ojos hablan

las palabras miran,

las miradas piensan.

Oír

los pensamientos,

ver

lo que decimos

tocar

el cuerpo

de la idea.

Los ojos

se cierran

Las palabras se abren.

La calle

Es una calle larga y silenciosa.

Ando en tinieblas y tropiezo y caigo

y me levanto y piso con pies ciegos

las piedras mudas y las hojas secas

y alguien detrás de mí también las pisa:

si me detengo, se detiene;

si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.

Todo está oscuro y sin salida,

y doy vueltas en esquinas


que dan siempre a la calle

donde nadie me espera ni me sigue,

donde yo sigo a un hombre que tropieza

y se levanta y dice al verme: nadie.

Las palabras

Dales la vuelta,

cógelas del rabo (chillen, putas),

azótalas,

dales azúcar en la boca a las rejegas,

ínflalas, globos, pínchalas,

sórbeles sangre y tuétanos,

sécalas,

cápalas,

písalas, gallo galante,

tuérceles el gaznate, cocinero,

desplúmalas,

destrípalas, toro,

buey, arrástralas,

hazlas, poeta,

haz que se traguen todas sus palabras.

Libertad bajo palabra

Viento

Cantan las hojas,

bailan las peras en el peral;

gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.

Nubes y nubes

flotan dormidas, algas del aire;

todo el espacio

gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;

vibra la vara de la amapola

y una desnuda

vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,

cuerpo que flota, luz, oleaje;

todo es del viento

y el viento es aire

siempre de viaje…

Silencio

Así como del fondo de la música

brota una nota

que mientras vibra crece y se adelgaza

hasta que en otra música enmudece,

brota del fondo del silencio

otro silencio, aguda torre, espada,

y sube y crece y nos suspende

y mientras sube caen

recuerdos, esperanzas,

las pequeñas mentiras y las grandes,


y queremos gritar y en la garganta

se desvanece el grito:

desembocamos al silencio

en donde los silencios enmudecen.

Mario Benedet

A tientas

Se retrocede con seguridad

pero se avanza a tientas

uno adelanta manos como un ciego

ciego imprudente por añadidura

pero lo absurdo es que no es ciego

y distingue el relámpago la lluvia

los rostros insepultos la ceniza

la sonrisa del necio las afrentas

un barrunto de pena en el espejo

la baranda oxidada con sus pájaros

la opaca incertidumbre de los otros

enfrentada a la propia incertidumbre

se avanza a tientas / lentamente

por lo común a contramano

de los convictos y confesos

en búsqueda tal vez

de amores residuales

que sirvan de consuelo y recompensa

o iluminen un pozo de nostalgias

se avanza a tientas / vacilante

no importan la distancia ni el horario

ni que el futuro sea una vislumbre


o una pasión deshabitada

a tientas hasta que una noche

se queda uno sin cómplices ni tacto

y a ciegas otra vez y para siempre

se introduce en un túnel o destino

que no se sabe dónde acaba.

Artigas

Se las arregló para ser contemporáneo de quienes nacieron

medio siglo después de su muerte

creó una justicia natural para negros zambos indios y

criollos pobres

tuvo pupila suficiente como para meterse en camisa de once

varas

y cojones como para no echarle la culpa a los otros

así y todo pudo articularnos un destino

inventó el éxodo esa última y seca prerrogativa del albedrío

tres años antes que naciera marx

y ciento cincuenta antes de que roñosos diputados la

convirtieran en otro expediente demorado

borroneó una reforma agraria que aún no ha conseguido el

homenaje catastral

lo abandonaron lo jodieron lo etiquetaron

pero no fue por eso que se quedó para siempre en tierra

extraña
por algo nadie quiere hurgar en su silencio de viejo firme

no fue tosco como lavalleja ni despótico como oribe ni astuto

como rivera

fue sencillamente un tipo que caminó delante de su gente

fue un profeta certero que no hizo públicas sus profecías

pero se amargó profundamente con ellas

acaso imaginó a los futurísimos choznos de quienes

inauguraban el paisito

esos gratuitos herederos que ni siquiera iban a tener la

disculpa del coraje

y claro presintió el advenimiento de estos ministros alegóricos

estos conductores sin conducta estos proxenetas del

recelo estos tapones de la historia

y si decidió quedarse en curuguaty

no fue por terco o por necio o resentido

sino como una forma penitente e insomne de instalarse en su

bien ganado desconsuelo.

Empero

Cierro los ojos para disuadirme.

Ahora no es, no puede ser la muerte.

Está el escarabajo a tropezones,

mi sed de ti, la baja tarde inmóvil.

De veras está todo como antes:

el cielo tan inerme,

la misma soledad tan maciza,


la luz que se devora y no comprende.

Todo está como antes

de tu rostro sin nubes,

todo aguarda como antes la anunciada

estación en suspenso,

pero también estaba entonces este pánico

de no saber huir y no saber

alejarme del odio.

De veras todo está

destruido, indescifrable,

como verdad caída inesperadamente

del cielo o del olvido

y si alguien, algo, me golpea los párpados

es una lenta gota empecinada.

Ahora no es, no puede ser la muerte.

Abro los ojos para convencerme.

Ésta es mi casa

No cabe duda. Ésta es mi casa

aquí sucedo, aquí

me engaño inmensamente.

Ésta es mi casa detenida en el tiempo.

Llega el otoño y me defiende,


la primavera y me condena.

Tengo millones de huéspedes

que ríen y comen,

copulan y duermen,

juegan y piensan,

millones de huéspedes que se aburren

y tienen pesadillas y ataques de nervios.

No cabe duda. Ésta es mi casa.

Todos los perros y campanarios

pasan frente a ella.

Pero a mi casa la azotan los rayos

y un día se va a partir en dos.

Y yo no sabré dónde guarecerme

porque todas las puertas dan afuera del mundo.

Grietas

La verdad es que

grietas

no faltan

así al pasar recuerdo

las que separan a zurdos y diestros

a pequineses y moscovitas

a présbites y miopes

a gendarmes y prostitutas

a optimistas y abstemios
a sacerdotes y aduaneros

a exorcistas y maricones

a baratos e insobornables

a hijos pródigos y detectives

a Borges y Sábato

a mayúsculas y minúsculas

a pirotécnicos y bomberos

a mujeres y feministas

a acuarianos y taurinos

a profilácticos y revolucionarios

a vírgenes e impotentes

a agnósticos y monaguillos

a inmortales y suicidas

a franceses y no franceses

a corto o a larguísimo plazo

todas son sin embargo

remediables

hay una sola grieta

decididamente profunda

y es la que media entre la maravilla del hombre

y los desmaravilladores

aún es posible saltar de uno a otro borde

pero cuidado

aquí estamos todos

ustedes y nosotros

para ahondarla
señoras y señores

a elegir

a elegir de qué lado

ponen el pie.

Nicanor Parra

Es olvido

Juro que no recuerdo ni su nombre,

Mas moriré llamándola María,

No por simple capricho de poeta:

Por su aspecto de plaza de provincia.

¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,

Ella una joven pálida y sombría.

Al volver una tarde del Liceo

Supe de la su muerte inmerecida,

Nueva que me causó tal desengaño

Que derramé una lágrima al oírla.

Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!

Y eso que soy persona de energía.

Si he de conceder crédito a lo dicho

Por la gente que trajo la noticia

Debo creer, sin vacilar un punto,

Que murió con mi nombre en las pupilas.

Hecho que me sorprende, porque nunca

Fue para mí otra cosa que una amiga.

Nunca tuve con ella más que simples

Relaciones de estricta cortesía,

Nada más que palabras y palabras


Y una que otra mención de golondrinas.

La conocí en mi pueblo (de mi pueblo

Sólo queda un puñado de cenizas),

Pero jamás vi en ella otro destino

Que el de una joven triste y pensativa

Tanto fue así que hasta llegué a tratarla

Con el celeste nombre de María,

Circunstancia que prueba claramente

La exactitud central de mi doctrina.

Puede ser que una vez la haya besado,

¡Quién es el que no besa a sus amigas!

Pero tened presente que lo hice

Sin darme cuenta bien de lo que hacía.

No negaré, eso sí, que me gustaba

Su inmaterial y vaga compañía

Que era como el espíritu sereno

Que a las flores domésticas anima.

Yo no puedo ocultar de ningún modo

La importancia que tuvo su sonrisa

Ni desvirtuar el favorable influjo

Que hasta en las mismas piedras ejercía.

Agreguemos, aún, que de la noche

Fueron sus ojos fuente fidedigna.

Mas, a pesar de todo, es necesario

Que comprendan que yo no la quería

Sino con ese vago sentimiento

Con que a un pariente enfermo se designa.

Sin embargo sucede, sin embargo,

Lo que a esta fecha aún me maravilla,


Ese inaudito y singular ejemplo

De morir con mi nombre en las pupilas,

Ella, múltiple rosa inmaculada,

Ella que era una lámpara legítima.

Tiene razón, mucha razón, la gente

Que se pasa quejando noche y día

De que el mundo traidor en que vivimos

Vale menos que rueda detenida:

Mucho más honorable es una tumba,

Vale más una hoja enmohecida.

Nada es verdad, aquí nada perdura,

Ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera,

Creo que moriré de poesía,

De esa famosa joven melancólica

No recuerdo ni el nombre que tenía.

Sólo sé que pasó por este mundo

Como una paloma fugitiva:

La olvidé sin quererlo, lentamente,

Como todas las cosas de la vida.

Cronos

En Santiago de Chile

Los

días

son

interminablemente
largos:

Varias eternidades en un día.

Nos desplazamos a lomo de luma

Como los vendedores de cochayuyo:

Se bosteza. Se vuelve a bostezar.

Sin embargo las semanas son cortas

Los meses pasan a toda carrera

Ylosañosparecequevolaran.

Cambios de nombre

A los amantes de las bellas letras

Hago llegar mis mejores deseos

Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.

Mi posición es ésta:

El poeta no cumple su palabra

Si no cambia los nombres de las cosas.

¿Con qué razón el sol

Ha de seguir llamándose sol?

¡Pido que se llame Micifuz

El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?

Sepan que desde hoy en adelante


Los zapatos se llaman ataúdes.

Comuníquese, anótese y publíquese

Que los zapatos han cambiado de nombre:

Desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga

Todo poeta que se estime a sí mismo

Debe tener su propio diccionario

Y antes que se me olvide

Al propio dios hay que cambiarle nombre

Que cada cual lo llame como quiera:

Ese es un problema personal.

Hay un día feliz

A recorrer me dediqué esta tarde

Las solitarias calles de mi aldea

Acompañado por el buen crepúsculo

Que es el único amigo que me queda.

Todo está como entonces, el otoño

Y su difusa lámpara de niebla,

Sólo que el tiempo lo ha invadido todo

Con su pálido manto de tristeza.

Nunca pensé, creédmelo, un instante

Volver a ver esta querida tierra,

Pero ahora que he vuelto no comprendo

Cómo pude alejarme de su puerta.

Nada ha cambiado, ni sus casas blancas

Ni sus viejos portones de madera.


Todo está en su lugar; las golondrinas

En la torre más alta de la iglesia;

El caracol en el jardín, y el musgo

En las húmedas manos de las piedras.

No se puede dudar, éste es el reino

Del cielo azul y de las hojas secas

En donde todo y cada cosa tiene

Su singular y plácida leyenda:

Hasta en la propia sombra reconozco

La mirada celeste de mi abuela.

Estos fueron los hechos memorables

Que presenció mi juventud primera,

El correo en la esquina de la plaza

Y la humedad en las murallas viejas.

¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe

Uno apreciar la dicha verdadera,

Cuando la imaginamos más lejana

Es justamente cuando está más cerca.

Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice

Que la vida no es más que una quimera;

Una ilusión, un sueño sin orillas,

Una pequeña nube pasajera.

Vamos por partes, no sé bien qué digo,

La emoción se me sube a la cabeza.

Como ya era la hora del silencio

Cuando emprendí mi singular empresa,

Una tras otra, en oleaje mudo,

Al establo volvían las ovejas.

Las saludé personalmente a todas


Y cuando estuve frente a la arboleda

Que alimenta el oído del viajero

Con su inefable música secreta

Recordé el mar y enumeré las hojas

En homenaje a mis hermanas muertas.

Perfectamente bien. Seguí mi viaje

Como quien de la vida nada espera.

Pasé frente a la rueda del molino,

Me detuve delante de una tienda:

El olor del café siempre es el mismo,

Siempre la misma luna en mi cabeza;

Entre el río de entonces y el de ahora

No distingo ninguna diferencia.

Lo reconozco bien, éste es el árbol

Que mi padre plantó frente a la puerta

(Ilustre padre que en sus buenos tiempos

Fuera mejor que una ventana abierta).

Yo me atrevo a afirmar que su conducta

Era un trasunto fiel de la Edad Media

Cuando el perro dormía dulcemente

Bajo el ángulo recto de una estrella.

A estas alturas siento que me envuelve

El delicado olor de las violetas

Que mi amorosa madre cultivaba

Para curar la tos y la tristeza.

Cuánto tiempo ha pasado desde entonces

No podría decirlo con certeza;

Todo está igual, seguramente,

El vino y el ruiseñor encima de la mesa,


Mis hermanos menores a esta hora

Deben venir de vuelta de la escuela:

¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo

Como una blanca tempestad de arena!

No creo en la vía pacífica

no creo en la vía violenta

me gustaría creer

en algo pero no creo

creer es creer en Dios

lo único que yo hago

es encogerme de hombros

perdónenme la franqueza

no creo ni en la Vía Láctea.

Virgilio Piñera

El hechizado

A Lezama, en su muerte

Por un plazo que no pude señalar

me llevas la ventaja de tu muerte:

lo mismo que en la vida, fue tu suerte

llegar primero. Yo, en segundo lugar.

Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar

encrespada y terrible que es la vida.

A ti primero te cerró la herida:

mortal combate del ser y del estar.


Es tu inmortalidad haber matado

a ese que te hacía respirar

para que el otro respire eternamente.

Lo hiciste con el arma Paradiso.

-Golpe maestro, jaque mate al hado-.

Ahora respira en paz. Viva tu hechizo.

Isla

Aunque estoy a punto de renacer,

no lo proclamaré a los cuatro vientos

ni me sentiré un elegido:

sólo me tocó en suerte,

y lo acepto porque no está en mi mano

negarme, y sería por otra parte una descortesía

que un hombre distinguido jamás haría.

Se me ha anunciado que mañana,

a las siete y seis minutos de la tarde,

me convertiré en una isla,

isla como suelen ser las islas.

Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,

y poco a poco, igual que un andante chopiniano,

empezarán a salirme árboles en los brazos,

rosas en los ojos y arena en el pecho.

En la boca las palabras morirán

para que el viento a su deseo pueda ulular.

Después, tendido como suelen hacer las islas,


miraré fijamente al horizonte,

veré salir el sol, la luna,

y lejos ya de la inquietud,

diré muy bajito:

¿así que era verdad?

Los desastres

Nadie medita la murena.

Un tema de la romanidad:

yo no sugiero los esclavos,

no digo la voracidad.

Entre la cabeza y la cola,

en ese espacio sin salida

la murena se desola.

No es un problema de comida.

Todo el mundo pontificaba

que la murena resolvía

un punto de gastronomía.

Quizá si el césar sabía…

El esclavo bajo las aguas

era un pretexto romano;

el pueblo chocaba las manos,

la murena se oscurecía.
La beatitud de la murena

no salía a la superficie.

¿Qué cabellera para asirla?

si la murena es la calvicie.

La salvación por un cabello,

la beatitud en el espacio;

la murena como un palacio

deshabitado no podría.

Nadie defina que es marino

el silencio de la murena;

es un silencio repentino

el silencio de la murena.

Escucha entre dos sonidos

su silencio como una almena.

Su silencio de murena

es la flor del escalofrío.

Muerde la memoria acuática

la fulguración de su lomo

y la tristeza como un plomo

muestra la murena enigmática.

II

La ostra en su tiniebla asume


el quietismo, el modo linfático;

su duración se resume

en el estar matemático.

Entre nadas su ser inunda.

Chorros de nada para hacerla,

¿cómo puede ser que la perla

sea la enfermedad de una tumba?

La delectación en su costra

es el juego de la mortaja

¿no sabe separar la ostra

el abanico de la caja?

El abanico inconsolable

en el aire de la campana

sobre la ostra se amortaja

como un estilo memorable.

Ninguna mano pueda alzarte

en su concha Venus surgente;

bajo ese techo era su arte:

el de la ostra secamente.

Hila su palpitación verde

con simetría de sepulcro;

yo no sugiero llamar pulcro

al consonante que se pierde.


Pero su ataraxia anula

al motor del conocimiento:

no rima la ostra simula

el artificio del acento.

El artificio donde habita

la música que no se escucha:

la música como una trucha,

bajo su hielo se ejercita.

En el artificio se afina

la única testa que no piensa.

Y apoyada sobre su ruina

la ostra la música trenza.

III

Esa manera de la hiena

Despide un olor especial;

no es un capítulo del mal

esa manera de la hiena.

Su pestilencia desconoce.

Ese tema de la literatura.

La cantidad de su fragancia

reconstruye esa boca pura.

Si la hiena se estimula

con la víscera nauseabunda


su instrumento no disimula:

sabed que un estilo funda.

El estilo de la carroña

O la indiferencia glacial.

¿Se vio sonreír a este animal?

Esto lo sabe la carroña.

En el amarillo vuelo del diente

la indiferencia se retrata;

el vuelo que resume la hiriente

sordera de la catarata.

Se desune los vendados pies

su hocico como un insulto

su hocico entre las tumbas es

la duda de una animal culto.

Ese cuerpo de más a menos

desorienta el juego del ojo.

¿Quién pudo mirar de lleno

al triángulo inscrito en su ojo?

Ese melancólico asalto

erige la insepulta memoria;

su respiración de contralto

se afina en el son de la escoria.

¡Oh tú, nocturna, fría, aniquila


la piedad, la piel inmunda;

allí tu perfume destila

fragante dama de las tumbas!

Naturalmente en 1930

Como un pájaro ciego

que vuela en la luminosidad de la imagen

mecido por la noche del poeta,

una cualquiera entre tantas insondables,

vi a Casal

arañar un cuerpo liso, bruñido.

Arañándolo con tal vehemencia

que sus uñas se romían,

y a mi pregunta ansiosa respondió

que adentro estaba el poema.

Testamento

Como he sido iconoclasta

me niego a que me hagan estatua:

si en la vida he sido carne,

en la muerte no quiero ser mármol.

Como yo soy de un lugar


de demonios y de ángeles,

en ángel y demonio muerto

seguiré por esas calles…

En tal eternidad veré

nuevos demonios y ángeles,

con ellos conversaré

en un lenguaje cifrado.

Y todos entenderán

el yo no lloro, mi hermano….

Así fui, así viví,

así soñé. Pasé el trance.

Borges

Ajedrez

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo


ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

reina, torre directa y peón ladino

sobre lo negro y blanco del camino

buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no saben que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar) de otro tablero


de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía?

El Golem

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de ‘rosa’ está la rosa

y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Y, hecho de consonantes y vocales,

habrá un terrible Nombre, que la esencia

cifre de Dios y que la Omnipotencia

guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron

en el Jardín. La herrumbre del pecado

(dicen los cabalistas) lo ha borrado

y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre

no tienen fin. Sabemos que hubo un día

en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre

en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga


sombra insinúan en la vaga historia,

aún está verde y viva la memoria

de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)


El rabí le explicaba el universo

“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”

y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre;

a pesar de tan alta hechicería,

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro

y harto menos de perro que de cosa,

seguían al rabí por la dudosa

penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,

ya que a su paso el gato del rabino

se escondía. (Ese gato no está en Scholem

pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,

las devociones de su Dios copiaba

o, estúpido y sonriente, se ahuecaba

en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura

y con algún horror. ‘¿Cómo’ (se dijo)

‘pude engendrar este penoso hijo

y la inacción dejé, que es la cordura?’


‘¿Por qué di en agregar a la infinita

serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana

madeja que en lo eterno se devana,

di otra causa, otro efecto y otra cuita?’

En la hora de angustia y de luz vaga,

en su Golem los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?

La moneda de hierro

Aquí está la moneda de hierro. Interroguemos

las dos contrarias caras que serán la respuesta

de la terca demanda que nadie no se ha hecho:

¿Por qué precisa un hombre que una mujer lo quiera?

Miremos. En el orbe superior se entretejan

el firmamento cuádruple que sostiene el diluvio

y las inalterables estrellas planetarias.

Adán, el joven padre, y el joven Paraíso.

La tarde y la mañana. Dios en cada criatura.

En ese laberinto puro está tu reflejo.

Arrojemos de nuevo la moneda de hierro

que es también un espejo magnífico. Su reverso

es nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres.

De hierro las dos caras labran un solo eco.


Tus manos y tu lengua son testigos infieles.

Dios es el inasible centro de la sortija.

No exalta ni condena. Obra mejor: olvida.

Maculado de infamia ¿por qué no han de quererte?

En la sombra del otro buscamos nuestra sombra;

en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.

El reloj de arena

Está bien que se mida con la dura

Sombra que una columna en el estío

Arroja o con el agua de aquel río

En que Heráclito vio nuestra locura

El tiempo, ya que al tiempo y al destino

Se parecen los dos: la imponderable

Sombra diurna y el curso irrevocable

Del agua que prosigue su camino.

Está bien, pero el tiempo en los desiertos

Otra substancia halló, suave y pesada,

Que parece haber sido imaginada

Para medir el tiempo de los muertos.

Surge así el alegórico instrumento

De los grabados de los diccionarios,

La pieza que los grises anticuarios

Relegarán al mundo ceniciento


Del alfil desparejo, de la espada

Inerme, del borroso telescopio,

Del sándalo mordido por el opio

Del polvo, del azar y de la nada.

¿Quién no se ha demorado ante el severo

Y tétrico instrumento que acompaña

En la diestra del dios a la guadaña

Y cuyas líneas repitió Durero?

Por el ápice abierto el cono inverso

Deja caer la cautelosa arena,

Oro gradual que se desprende y llena

El cóncavo cristal de su universo.

Hay un agrado en observar la arcana

Arena que resbala y que declina

Y, a punto de caer, se arremolina

Con una prisa que es del todo humana.

La arena de los ciclos es la misma

E infinita es la historia de la arena;

Así, bajo tus dichas o tu pena,

La invulnerable eternidad se abisma.

No se detiene nunca la caída

Yo me desangro, no el cristal. El rito

De decantar la arena es infinito

Y con la arena se nos va la vida.


En los minutos de la arena creo

Sentir el tiempo cósmico: la historia

Que encierra en sus espejos la memoria

O que ha disuelto el mágico Leteo.

El pilar de humo y el pilar de fuego,

Cartago y Roma y su apretada guerra,

Simón Mago, los siete pies de tierra

Que el rey sajón ofrece al rey noruego,

Todo lo arrastra y pierde este incansable

Hilo sutil de arena numerosa.

No he de salvarme yo, fortuita cosa

De tiempo, que es materia deleznable.

El enamorado

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,

lámparas y la línea de Durero,

las nueve cifras y el cambiante cero,

debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron

Persépolis y Roma y que una arena

sutil midió la suerte de la almena

que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira


de la epopeya y los pesados mares

que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.

Sólo tú eres. Tú, mi desventura

y mi ventura, inagotable y pura.

Pablo Neruda

Agua sexual

Rodando a goterones solos,

a gotas como dientes,

a espesos goterones de mermelada y sangre,

rodando a goterones,

cae el agua,

como una espada en gotas,

como un desgarrador río de vidrio,

cae mordiendo,

golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del

alma,

rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,

un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,

un movimiento agudo,

haciéndose, espesándose,

cae el agua,

a goterones lentos,

hacia su mar, hacia su seco océano,

hacia su ola sin agua.


Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,

bodegas, cigarras,

poblaciones, estímulos,

habitaciones, niñas

durmiendo con las manos en el corazón,

soñando con bandidos, con incendios,

veo barcos,

veo árboles de médula

erizados como gatos rabiosos,

veo sangre, puñales y medias de mujer,

y pelos de hombre,

veo camas, veo corredores donde grita una virgen,

veo frazadas y órganos y hoteles.

Veo los sueños sigilosos,

admito los postreros días,

y también los orígenes, y también los recuerdos,

como un párpado atrozmente levantado a la fuerza

estoy mirando.

Y entonces hay este sonido:

un ruido rojo de huesos,

un pegarse de carne,

y piernas amarillas como espigas juntándose.

Yo escucho entre el disparo de los besos,

escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.

Estoy mirando, oyendo,


con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma

en la tierra,

y con las dos mitades del alma miro al mundo.

y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,

veo caer un agua sorda,

a goterones sordos.

Es como un huracán de gelatina,

como una catarata de espermas y medusas.

Veo correr un arco iris turbio.

Veo pasar sus aguas a través de los huesos.

Ahora es Cuba

Y luego fue la sangre y la ceniza.

Después quedaron las palmeras solas.

Cuba, mi amor, te amarraron al potro,

te cortaron la cara,

te apartaron las piernas de oro pálido,

te rompieron el sexo de granada,

te atravesaron con cuchillos,

te dividieron, te quemaron.

Por los valles de la dulzura

bajaron los exterminadores,

y en los altos mogotes la cimera

de tus hijos se perdió en la niebla,


pero allí fueron alcanzados

uno a uno hasta morir,

despedazados en el tormento

sin su tierra tibia de flores

que huía bajo sus plantas.

Cuba, mi amor, qué escalofrío

te sacudió de espuma la espuma,

hasta que te hiciste pureza,

soledad, silencio, espesura,

y los huesitos de tus hijos

se disputaron los cangrejos.

Amor

Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte

la leche de los senos como de un manantial,

por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte

en la risa de oro y la voz de cristal.

Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos

y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,

porque tu ser pasara sin pena al lado mío

y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-.

Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría

amarte, amarte como nadie supo jamás!

Morir y todavía

amarte más.

Y todavía
amarte más

y más.

Ángela adónica

Hoy me he tendido junto a una joven pura

como a la orilla de un océano blanco,

como en el centro de una ardiente estrella

de lento espacio.

De su mirada largamente verde

la luz caía como un agua seca,

en transparentes y profundos círculos

de fresca fuerza.

Su pecho como un fuego de dos llamas

ardía en dos regiones levantado,

y en doble río llegaba a sus pies,

grandes y claros.

Un clima de oro maduraba apenas

las diurnas longitudes de su cuerpo

llenándolo de frutas extendidas

y oculto fuego.

Barrio sin luz

¿Se va la poesía de las cosas

o no la puede condensar mi vida?


Ayer -mirando el último crepúsculo-

yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.

Las ciudades -hollines y venganzas-,

la cochinada gris de los suburbios,

la oficina que encorva las espaldas,

el jefe de ojos turbios.

Sangre de un arrebol sobre los cerros,

sangre sobre las calles y las plazas,

dolor de corazones rotos,

podre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal

como una mano helada que tienta en las tinieblas:

sobre sus aguas se avergüenzan

de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos

detrás de las ventanas luminosas,

mientras afuera el viento

lleva un poco de barro a cada rosa.

Lejos… la bruma de las olvidanzas

-humos espesos, tajamares rotos-,

y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean

los bueyes y los hombres sudorosos.

Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,


mordiendo solo todas las tristezas,

como si el llanto fuera una semilla

y yo el único surco de la tierra.

José Ángel Valente

El crimen

Hoy he amanecido

como siempre, pero

con un cuchillo

en el pecho. Ignoro

quién ha sido,

y también los posibles

móviles del delito.

Estoy aquí

tendido

y pesa vertical

el frío.

La noticia se divulga

con relativo sigilo.

El doctor estuvo brillante, pero

el interrogatorio ha sido

confuso. El hecho

carece de testigos.

(Llamada de portera,

dijo

que el muerto no tenía


antecedentes políticos.

Es una obsesión que la persigue

desde la muerte del marido.)

Por mi parte no tengo

nada que declarar.

Se busca al asesino;

sin embargo,

tal vez no hay asesino,

aunque se enrede así el final de la trama.

Sencillamente yazgo

aquí, con un cuchillo…

Oscila, pendular y

solemne, el frío.

No hay pruebas contra nadie. Nadie

ha consumado mi homicidio.

El temblor

La lluvia

como una lengua de prensiles musgos

parece recorrerme, buscarme la cerviz, bajar,

lamer el eje vertical,

contar el número de vértebras que me separan

de tu cuerpo ausente.

Busco ahora despacio con mi lengua

la demorada huella de tu lengua


hundida en mis salivas.

Bebo, te bebo

en las mansiones líquidas

del paladar

y en la humedad radiante de tus ingles,

mientras tu propia lengua me recorre

y baja,

retráctil y prensil, como la lengua

oscura de la lluvia.

La raíz del temblor llena tu boca,

tiembla, se vierte en ti

y canta germinal en tu garganta.

Materia

Convertir la palabra en la materia

donde lo que quisiéramos decir no pueda

penetrar más allá

de lo que la materia nos diría

si a ella, como un vientre,

delicado aplicásemos,

desnudo, blanco vientre,

delicado el oído para oír

el mar, el indistinto

rumor del mar, que más allá de ti,

el no nombrado amor, te engendra siempre.


Oda a la soledad

Ah soledad,

Mi vieja y sola compañera,

Salud.

Escúchame tú ahora

Cuando el amor

Como por negra magia de la mano izquierda

Cayó desde su cielo,

Cada vez más radiante, igual que lluvia

De pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto, y quebrantaron

Al fin todos sus huesos,

Por una diosa adversa y amarilla

Y tú, oh alma,

Considera o medita cuántas veces

Hemos pecado en vano contra nadie

Y una vez más aquí fuimos juzgados,

Una vez más, oh dios, en el banquillo

De la infidelidad y las irreverencias.

Así pues, considera,

Considérate, oh alma,

Para que un día seas perdonada,

Mientras ahora escuchas impasible

O desasida al cabo

De tu mortal miseria

La caída infinita

De la sonata opus

Ciento veintiséis

De Mozart
Que apaga en tan insólita

Suspensión de los tiempos

La sucesiva imagen de tu culpa

Ah soledad,

Mi soledad amiga, lávame,

como a quien nace, en tus aguas australes

y pueda yo encontrarte,

descender de tu mano,

bajar en esta noche,

en esta noche séptuple del llanto,

los mismos siete círculos que guardan

en el centro del aire

tu recinto sellado.

Cuando el amor

Cuando el amor es gesto del amor y queda

vacío un signo solo.

Cuando está el leño en el hogar,

mas no la llama viva.

Cuando es el rito más que el hombre.

Cuando acaso empezamos

a repetir palabras que no pueden

conjurar lo perdido.

Cuando tú y yo estamos frente a frente

y una extensión desierta nos separa.

Cuando la noche cae.

Cuando nos damos

desesperadamente a la esperanza
de que solo el amor

abra tus labios a la luz del día.

Walt Whitman

Una hoja de hierba

Creo que una hoja de hierba, no es menos

que el día de trabajo de las estrellas,

y que una hormiga es perfecta,

y un grano de arena,

y el huevo del régulo,

son igualmente perfectos,

y que la rana es una obra maestra,

digna de los señalados,

y que la zarzamora podría adornar,

los salones del paraíso,

y que la articulación más pequeña de mi mano,

avergüenza a las máquinas,

y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,

supera todas las estatuas,

y que un ratón es milagro suficiente,

como para hacer dudar,

a seis trillones de infieles.

Descubro que en mí,

se incorporaron, el gneiss y el carbón,

el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.

Que estoy estucado totalmente

con los cuadrúpedos y los pájaros,

que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos


y que puedo hacerlo volver atrás,

y hacia mí, cuando quiera.

Es vano acelerar la vergüenza,

es vano que las plutónicas rocas,

me envíen su calor al acercarme,

es vano que el mastodonte se retrase,

y se oculte detrás del polvo de sus huesos,

es vano que se alejen los objetos muchas leguas

y asuman formas multitudinales,

es vano que el océano esculpa calaveras

y se oculten en ellas los monstruos marinos,

es vano que el aguilucho

use de morada el cielo,

es vano que la serpiente se deslice

entre lianas y troncos,

es vano que el reno huya

refugiándose en lo recóndito del bosque,

es vano que las morsas se dirijan al norte

al Labrador.

Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido

en la fisura del peñasco.

Una araña paciente y silenciosa

Una araña paciente y silenciosa,

vi en el pequeño promontorio en que

sola se hallaba,

vi cómo para explorar el vasto

espacio vacío circundante,


lanzaba, uno tras otro, filamentos,

filamentos, filamentos de sí misma.

Y tú, alma mía, allí donde te encuentras,

circundada, apartada,

en inmensurables océanos de espacio,

meditando, aventurándote, arrojándote,

buscando si cesar las esferas

para conectarlas,

hasta que se tienda el puente que precisas,

hasta que el ancla dúctil quede asida,

hasta que la telaraña que tú emites

prenda en algún sitio, oh alma mía.

¡Oh yo, vida!

¡Oh yo, vida! Todas estas cuestiones me asaltan,

Del desfile interminable de los desleales,

De ciudades llenas de necios,

De mí mismo, que me reprocho siempre, pues,

¿Quién es más necio que yo, ni más desleal?

De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos

Despreciables, de la lucha siempre renovada,

De los malos resultados de todo, de las multitudes

Afanosas y sórdidas que me rodean,

De los años vacíos e inútiles de los demás,

Yo entrelazado con los demás,

La pregunta, ¡oh, mi yo!, la triste pregunta que

Vuelve: “¿Qué hay de bueno en todo esto?”

Y la respuesta:
“Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,

Que prosigue el poderoso drama y que quizás

Tú contribuyes a él con tu rima”.

Me celebro y me canto a mí mismo

Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,

Pues cada átomo mío es también tuyo.

Vago al azar e invito a vagar a mi alma.

Vago y me tumbo sobre la tierra,

Para contemplar un tallo de hierba.

Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.

Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y

Cuyos padres también aquí nacieron.

A los treita y siete años de edad, gozando de perfecta salud,

Comienzo y espero no detenerme hasta morir.

Que se callen los credos y las escuelas,

Que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y

Sin olvidarlo nunca.

Me brindo al bien y al mal, me permito hablar hasta correr peligro.

Naturaleza sin freno, original energía.

Con estrépitos de músicas vengo

Con estrépitos de músicas vengo,

con cornetas y tambores.


Mis marchas no suenan solo para los victoriosos,

sino para los derrotados y los muertos también.

Todos dicen: es glorioso ganar una batalla.

Pues yo digo que es tan glorioso perderla.

¡Las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan!

¡Hurra por los muertos!

Dejadme soplar en las trompas, recio y alegre, por ellos.

¡Hurra por los que cayeron,

por los barcos que se hundieron el la mar,

y por los que perecieron ahogados!

¡Hurra por los generales que perdieron el combate y por todos los héroes

vencidos!

Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes mas

grandes de la Historia.

Pedro Salinas

Sin voz desnuda

Sin armas. Ni las dulces

sonrisas, ni las llamas

rápidas de la ira.

Sin armas. Ni las aguas

de la bondad sin fondo,

ni la perfidia, corvo pico.

Nada. Sin armas. Sola.

Ceñida en tu silencio.

«Sí» y «no», «mañana» y «cuando»,

quiebran agudas puntas

de inútiles saetas
en tu silencio liso

sin derrota ni gloria.

¡Cuidado!, que te mata

fría, invencible, eterna

eso, lo que te guarda,

eso, lo que te salva,

el filo del silencio que tú aguzas.

Underwood girls

Quietas, dormidas están,

las treinta, redondas, blancas.

Entre todas

sostienen el mundo.

Míralas, aquí en su sueño,

como nubes,

redondas, blancas, y dentro

destinos de trueno y rayo,

destinos de lluvia lenta,

de nieve, de viento, signos.

Despiértalas,

con contactos saltarines

de dedos rápidos, leves,

como a músicas antiguas.

Ellas suenan otra música:

fantasías de metal

valses duros, al dictado.


Que se alcen desde siglos

todas iguales, distintas

como las olas del mar

y una gran alma secreta.

Que se crean que es la carta,

la fórmula, como siempre.

Tú alócate

bien los dedos, y las

raptas y las lanzas,

a las treinta, eternas ninfas

contra el gran mundo vacío,

blanco a blanco.

Por fin a la hazaña pura,

sin palabras, sin sentido,

ese, zeda, jota, i…

Aquí en esta orilla blanca

Aquí

en esta orilla blanca

del lecho donde duermes

estoy al borde mismo

de tu sueño. Si diera

un paso mas, caerla

en sus ondas, rompiéndolo

como un cristal. Me sube

el calor de tu sueño

hasta el rostro. Tu hálito


te mide la andadura

del soñar: va despacio.

Un soplo alterno, leve

me entrega ese tesoro

exactamente: el ritmo

de tu vivir soñando.

Miro. Veo la estofa

de que está hecho tu sueño.

La tienes sobre el cuerpo

como coraza ingrávida.

Te cerca de respeto.

A tu virgen te vuelves

toda entera, desnuda,

cuando te vas al sueño.

En la orilla se paran

las ansias y los besos:

esperan, ya sin prisa,

a que abriendo los ojos

renuncies a tu ser

invulnerable. Busco

tu sueño. Con mi alma

doblada sobre ti

las miradas recorren,

traslúcida, tu carne

y apartan dulcemente

las señas corporales,

por ver si hallan detrás

las formas de tu sueño.

No lo encuentran. Y entonces
pienso en tu sueño. Quiero

descifrarlo. Las cifras

no sirven, no es secreto.

Es sueño y no misterio.

Y de pronto, en el alto

silencio de la noche,

un soñar mío empieza

al borde de tu cuerpo;

en él el tuyo siento.

Tú dormida, yo en vela,

hacíamos lo mismo.

No había que buscar:

tu sueño era mi sueño.

Luz de la noche

Estoy pensando, es de noche,

en el día que hará allí

donde esta noche es de día.

En las sombrillas alegres,

abiertas todas las flores,

contra ese sol, que es la luna

tenue que me alumbra a mí.

Aunque todo está tan quieto,

tan en silencio en lo oscuro,

aquí alrededor,

veo a las gentes veloces

prisa, trajes claros, risa

consumiendo sin parar,

a pleno goce, esa luz

de ellos, la que va a ser mía


en cuanto alguien diga allí

«ya es de noche».

La noche donde yo estoy

ahora,

donde tú estás junto a mí

tan dormida y tan sin sol

en esa

noche y luna del dormir,

que pienso en el otro lado

de tu sueño, donde hay luz

que yo no veo.

Donde es de día y paseas

te sonríes al dormir

con esa sonrisa abierta,

tan alegre, tan de flores,

que la noche y yo sentimos

que no puede ser de aquí.

Fe mía

No me fío de la rosa

de papel,

tantas veces que la hice

yo con mis manos.

Ni me fío de la otra

rosa verdadera,

hija del sol y sazón,

la prometida del viento.

De ti que nunca te hice,

de ti que nunca te hicieron,

de ti me fío, redondo
seguro azar.

Baudelaire

Bendición

Cuando, por un decreto de las potencias supremas,

El Poeta aparece en este mundo hastiado,

Su madre espantada y llena de blasfemias

Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

-“¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,

Antes que amamantar esta irrisión!

¡Maldita sea la noche de placeres efímeros

En que mi vientre concibió mi expiación!

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres

Para ser el asco de mi triste marido,

Y como yo no puedo arrojar a las llamas,

Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,

¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia

Sobre el instrumento maldito de tus perversidades,

Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,

Que no podrán retoñar sus brotes apestados!”

Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,

Y, no comprendiendo los designios eternos,

Ella misma prepara en el fondo de la Gehena

Las hogueras consagradas a los crímenes maternos.


Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,

El Niño desheredado se embriaga de sol,

Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,

Encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.

El juega con el viento, conversa con la nube,

Y se embriaga cantando el camino de la cruz;

Y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje

Llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.

Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,

O bien, enardeciéndose con su tranquilidad,

Buscan al que sabrá arrancarle una queja,

Y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.

En el pan y el vino destinados a su boca

Mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;

Con hipocresía arrojan lo que él toca,

Y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.

Su mujer va clamando en las plazas públicas:

“Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,

Yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,

Y como ellos yo quiero hacerme redorar;

¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,

De genuflexiones, de viandas y de vinos,

Para saber si yo puedo de un corazón que me admira

Usurpar riendo los homenajes divinos!


Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,

Posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;

Y mis uñas, parecidas a garras de arpías,

Sabrán hasta su corazón abrirse un camino.

Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,

Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,

Y, para saciar mi bestia favorita,

Yo se lo arrojaré al suelo con desdén!”

Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,

El Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,

Y los amplios destellos de su espíritu lúcido

Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

-“Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento

Como divino remedio a nuestras impurezas

Y cual la mejor y la más pura esencia

Que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!

Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta

En las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,

Y que lo invitarás para la eterna fiesta

De los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.

Yo sé que el dolor es la nobleza única

Donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,

Y que es menester para trenzar mi corona mística


Imponer todos los tiempos y todos los universos.

Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,

Los metales desconocidos, las perlas del mar,

Por vuestra mano engastados, no serían suficientes

Para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;

Porque no será hecho más que de pura luz,

Tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,

Y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,

No son sino espejos oscurecidos y dolientes!”

Confesión

Una vez, una sola, mujer dulce y amable,

En mi brazo el vuestro pulido

Se apoyó ( sobre del denso fondo de mi alma

Ese recuerdo no ha palidecido);

Era tarde; al igual que una medalla nueva,

La Luna llena apareció,

Y la solemnidad nocturna, como un río,

Sobre París dormido se extendía.

Los gatos, por debajo de las puertas de coches,

Deslizábanse furtivos

El oído al acecho o, como sombras caras,

Nos seguían despacio.


Y de súbito, en medio de aquella intimidad,

Abierta en la luz pálida,

De Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra

La más luminosa alegría,

De vos, clara y alegre igual que una fanfarria

En la mañana chispeante,

Una quejosa nota, una insólita nota

Vacilante se escapó,

Como un niño sombrío, horrible y enfermizo

Que a su familia avergonzara,

Y al que durante años, para ocultarlo al mundo,

En una cueva habría encerrado.

Vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba:

«Que aquí abajo nada es firme,

Y que siempre, aunque mucho se disfrace,

El egoísmo humano se traiciona;

Que es un oficio duro el de mujer hermosa

Y que es más bien tarea banal,

De la loca y helada bailarina fijada

En maquinal sonrisa;

Que fiar en corazones es algo bien estúpido;

Que es todo trampa, belleza y amor,

Y al final el Olvido los arroja a un cesto

¡Y los torna a la Eternidad!»


Esa luna encantada evoqué con frecuencia,

Ese silencio y esa languidez,

Y aquella confidencia penosa, susurrada

Del corazón en el confesionario.

La voz

Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,

Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,

Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina

Se confundía. Yo era alto como un infolio.

Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:

«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;

Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)

Forjarte un apetito de una grandeza igual.»

Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,

lejos de lo posible y de lo conocido.»

Y ésta cantaba como el viento en las arenas,

Fantasma no se sabe de que parte surgido

Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.

Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces

Data lo que se puede denominar mi llaga

Y mi fatalidad. Detrás de los paneles

De la existencia inmensa, en el más negro abismo,

Veo, distintamente, los más extraños mundos

Y, víctima extasiada de mi clarividencia,

Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.


Y tras ese momento, igual que los profetas,

Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;

Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo

Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;

Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas

Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.

Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos

los sueños de los locos que los del hombre sabio».

Las joyas

Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos,

Sólo había conservado las sonoras alhajas

Cuyas preseas le otorgan el aire vencedor

Que las esclavas moras tienen en días fastos.

Cuando en el aire lanza su sonido burlón

Ese mundo radiante de pedrería y metal

Me sumerge en el éxtasis; yo amo con frenesí

Las Cosas en que se une el sonido a la luz.

Ella estaba tendida y se dejaba amar,

Sonriendo de dicha desde el alto diván

A mi pasión profunda y lenta como el mar

Que ascendía hasta ella como hacia su cantil.

Fijos en mí sus ojos, como en tigre amansado,

Con aire soñador ensayaba posturas

Y el candor añadido a la lubricidad


Nueva gracia agregaba a sus metamorfosis;

Y sus brazos y piernas, sus muslos y sus flancos

Pulidos como el óleo, como el cisne ondulantes,

Pasaban por mis ojos lúcidos y serenos;

Y su vientre y sus senos, racimos de mi viña,

Avanzaban tan cálidos como Ángeles del mal

Para turbar la paz en que mi alma estaba

Y para separarla del peñón de cristal

Donde se había instalado solitaria y tranquila.

Y creí ver unidos en un nuevo diseño

-Tanto hacía su talle resaltar a la pelvis-

Las caderas de Antíope al busto de un efebo,

¡Soberbio era el afeite sobre su oscura tez!

-Y habiéndose la lámpara resignado a morir

Como tan sólo el fuego iluminaba el cuarto,

Cada vez que exhalaba un destello flamígero

Inundaba de sangre su piel color del ámbar.

El alma del vino

Cantó una noche el alma del vino en las botellas:

«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,

Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,

Un cántico fraterno y colmado de luz!»


Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,

Penar y sudar bajo un sol abrasador,

Para engendrar mi vida y para darme el alma;

Mas no seré contigo ingrato o criminal.

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo

En la boca del hombre al que agota el trabajo,

y su cálido pecho es dulce sepultura

Que me complace más que mis frescas bodegas.

¿Escuchas resonar los cantos del domingo

y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?

De codos en la mesa y con desnudos brazos

Cantarás mis loores y feliz te hallarás;

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;

Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,

Siendo para ese frágil atleta de la vida,

El aceite que pule del luchador los músculos.

Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,

Raro grano que arroja el sembrador eterno,

Porque de nuestro amor nazca la poesía

Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»

Gabriel García Márquez

Canción

Llueve en este poema

Eduardo Carranza.
Llueve. La tarde es una

hoja de niebla. Llueve.

La tarde está mojada

de tu misma tristeza.

A veces viene el aire

con su canción. A veces

Siento el alma apretada

contra tu voz ausente.

Llueve. Y estoy pensando

en ti. Y estoy soñando.

Nadie vendrá esta tarde

a mi dolor cerrado.

Nadie. Solo tu ausencia

que me duele en las horas.

Mañana tu presencia regresará en la rosa.

Yo pienso cae la lluvia

nunca como las frutas.

Niña como las frutas,

grata como una fiesta

hoy esta atardeciendo

tu nombre en mi poema.

A veces viene el agua

a mirar la ventana

Y tú no estás

A veces te presiento cercana.


Humildemente vuelve

tu despedida triste.

Humildemente y todo

humilde: los jazmines

los rosales del huerto

y mi llanto en declive.

Oh, corazón ausente:

qué grande es ser humilde

Poema desde un caracol

Yo he visto el mar. Pero no era

el mar retórico con mástiles

y marineros amarrados

a una leyenda de cantares.

Ni el verde mar cosmopolita

-mar de Babel- de las ciudades,

que nunca tuvo unas ventanas

para el lucero de la tarde.

Ni el mar de Ulises que tenía

siete sirenas musicales cual siete islas rodeadas

de música por todas partes.

Ni el mar inútil que regresa

con una carga de paisajes


para que siempre sea octubre

en el sueño de los alcatraces.

Ni el mar bohemio con un puerto

y un marinero delirante

que perdiera su corazón

en una partida de naipes.

Ni el mar que rompe contra el

[muelle

una canción irremediable

que llega al pecho de los días

sin emoción, como un tatuaje.

Ni el mar puntual que siempre tiene

un puerto para cada viaje

donde el amor se vuelve vida

como en el vientre de una madre.

Que era mi mar el mar eterno,

mar de la infancia, inolvidable,

suspendido de nuestro sueño

como una Paloma en el aire.

Era el mar de la geografía,

de los pequeños estudiantes,

que aprendíamos a navegar

en los mapas elementales.


En el mar de los caracoles,

mar prisionero, mar distante,

que llevábamos en el bolsillo

como un juguete a todas partes.

El mar azul que nos miraba,

cuando era nuestra edad tan frágil

que se doblaba bajo el

peso de los castillos en el aire.

Y era el mar del primer amor

en unos ojos otoñales.

Un día quise ver el mar

-mar de la infancia- y ya era tarde.

La muerte de la rosa

Murió de mal aroma.

Rosa idéntica, exacta.

Subsistió a su belleza,

Sucumbió a su fragancia.

No tuvo nombre: acaso

la llamarían Rosaura,

O Rosa-fina, o Rosa

del amor, o Rosalba;

o simplemente Rosa,

como la nombra el agua.

Más le hubiera valido


ser siempreviva, Dalia,

pensamiento con luna

como un ramo de acacia.

Pero ella será eterna:

fue rosa; y eso basta;

Dios la guarde en su reino

a la diestra del alba.

Si alguien llama a tu puerta

Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,

y algo en tu sangre late y no reposa

y en tu tallo de agua, temblorosa,

la fuente es una líquida de armonía.

Si alguien llama a tu puerta y todavía

te sobra tiempo para ser hermosa

y cabe todo abril en una rosa

y por la rosa desangra el día

Si alguien llama a tu puerta una mañana

sonora de palomas y campanas

y aún crees en el dolor y en la poesía

Si aún la vida es verdad y el verso existe.

Si alguien llama a tu puerta y estás triste,

abre, que es el amor, amiga mía.


Soneto matinal a una colegiala ingrávida

Al pasar me saluda y tras el viento

que da al aliento de su voz temprana

en la cuadrada luz de una ventana

se empaña, no el cristal, sino el aliento

Es tempranera como una campana.

Cabe en lo inverosímil, como un cuento

y cuando corta el hilo del momento

vierte su sangre blanca la mañana.

Si se viste de azul y va a la escuela,

no se distingue si camina o vuela

porque es como la brisa, tan liviana

que en la mañana azul no se precisa

cuál de las tres que pasan es la brisa,

cuál es la niña y cuál es la mañana.

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