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Pienso, por los comentarios precedentes, que el tiempo se usa en diferentes sentidos y por esto es

fácil confundirse, desde luego que esto en parte tiene que ver con que hemos heredado una
concepción del tiempo muy reducida. Una cosa es el tiempo en tanto chrónos, aión y kairós. Me
parece que esta concepción griega del tiempo, aunque sea relativamente inconmesurable respecto
de nuestra conciencia moderna, nos permite confrontar nuestra concepción del tiempo,
principalmente del capitalismo. En tanto chrónos se trata de un tiempo determinado, un tiempo
instituido de medios y fines, como la jornada laboral, la hora, las actividades, de años, está muy
relacionado con la polis; precisamente por ser diversos chrónos donde algo empieza y algo acaba,
se trata de una sucesión ilimitada del tiempo. Por su parte, el aión, está relacionado con la
eternidad, lo que Platón define como "imagen movil de la eternidad" y por lo tanto lo inmóvil.
Chronos es originado y Aión es el tiempo originario. Kairós, por su parte, está relacionado con ese
diocecillo que de pronto pasa y solo tienes una oportunidad para agarrarlo un instante. Kairós es el
tiempo de la oportunidad. En la cita entiendo que el tiempo se usa en ese sentido, necesitamos la
oportunidad para amar, por ejemplo. Aunque curiosamente el capitalismo ha logrado instituir el
tiempo de la oportunidad en el arriesgarse y el emprender, que eso será para otro tipo de
discusión. Lo que me interesaba plantear es que el capitalismo tiene su chronó-polis, su institución
de la sucesión ilimitada para las actividades de la polis. Su aión es su tiempo imaginario a partir de
cual es posible pensar su eternización y del cual nace su tiempo instituido. El problema que quizá
se pueda plantear para afinar el análisis y la investigación es ¿qué es el amor respecto del tiempo
del capitalismo? ¿qué posibilidades alternativas tiene el amor para pensarse y realizarse fuera del
tiempo capitalista o en un tiempo no-capitalista? el tiempo, el amor y la política, tendrían que ser
tematizados de muy diversas maneras para empezar a tener nuevos horizontes de respuestas.

El legein es la dimensión conjuntista-constituyente de conjuntos del representar/decir social, así


como el teukhein (reunir-adaptar-fabricar-construir) es la dimensión conjuntista-constitutiva de
conjuntos del hacer social. (377)

El lenguaje es en virtud de dos dimensiones o componentes indisociables. El lenguaje es lengua en


tanto significa, es decir, en tanto se refiere a un magma de significaciones. El lenguaje es código en
tanto organiza y se organiza identitariamente, es decir, en tanto es sistema de conjuntos (o de
relaciones suceptibles de ser ordenadas en conjuntos); más aún, en tanto legein. (377)

La ordenación del mundo en conjuntos, que la sociedad instituye, no es simplemente operada por
el lenguaje en tanto código, es decir, en tanto legein, en tanto instrumento que actúa sobre lo que
le es exterior. También -y sobre todo- se encarna y realiza en el lenguaje mismo, se presentifica en
el legein como producto de su propia operación; únicamente en y por esta operación en
conjuntos, el lenguaje puede ser también código. (378)

El ser-código del lenguaje no se limita a su aspecto material-abstracto; por el contrario, se


extiende también a su aspecto significativo. El lenguaje lleva también necesariamente la
dimensión conjuntista-identitaria en lo que respecta a sus significados, o dicho de otra manera, las
significaciones están así constituidas, en parte, como código (lo que ha contribuido a despistar a
los semánticos estructuralistas). Esto es evidente de inmediato cuando se consideran las
significaciones implicadas en las operaciones de designación (o nominación): la inmensa mayoría
de las palabras de un lenguaje representa una codificación, la institución de un conjunto de
elementos o términos distintos y definidos en lo perceptible, ya sea en la instauración en este
último de entidades o de propiedades separadas, fijas y estables como tales y, simultáneamente,
la institución de un conjunto de términos del lenguaje (palabras o frases) y la instauración de una
correspondencia biunívoca entre los dos conjuntos. Se trata, en verdad, de tres aspectos de la
misma operación. Desde este punto de vista (pero no desde otros) es indiferente que los
elementos definidos en lo perceptible correspondan a <<cosas>> (árboles), a <<procesos>>
(correr) o a <<estados>> (hace buen tiempo); a <<individuos>> (Pedro, el Olimpo) o a clases
(perro); también es indiferente que la correspondencia no sea perfectamente biunívoca, es decir,
que las ambigüedades subsistentes <<desde el punto de vista local>> (debido a la sinonimimia, la
homonimia o dificultades para separar netamente las clases de objetos: por ejemplo,
montaña/colina, siempre que la univocidad sea <<suficiente en cuanto al uso>> , como decía en
otro contexto Aristóteles, o, mejor aún, que se las pueda elevar a una cantidad finita de
operaciones suplementarias. (384)

Lo que la relación signitiva pone en juego es el quid pro quo, el una cosa en lugar de otra o una
cosa por otra, la re-presentación que, como luego se verá, <<implica>> o <<entraña>> las ctagorías
lógicas, pero que es imposible de construir a partir de ellas, pues toda puesta en práctica de las
categorías las presupone. Esta re-presentación es, con toda evidencia, institución. (389)

El phantasma social que es el signo (que son los signos) crea al mismo tiempo la posibilidad de su
representación (Vorstellung) y reproducción por cualquiera que se encuentre en el área social
considerada […] Pero únicamente puede ser signo si, además de ser segura la posibilidad de su
representación para los individuos, es también categóricamente cierta su incesante conquista y
reproducción por los individuos. Esto implica que no solo el individuo habla en y a través de la
representación, sino también que sólo puede hablar en la medida en que la representación sea
excentración y alteridad respecto de sí mismo: hablar, ser en los signos, equivale literalmente a
ver en lo que es aquello que no es absolutamente. (391)

La institución del signo es inmediatamente institución de la clase de los signos, y todo signo es,
como tal, índice de la existencia de signos (y, bien mirado, de todo lo que esa existencia implica)
[…] siempre y necesariamente hay una clase de signos que forman un <<sistema>> (código). (392)

En la medida en que se considere el legein (dicho en otros términos, el lenguaje como código,
como sistema identitario-organizador de conjuntos), estos índices, por principio, son definidos y
finitos en cantidad. (401)

Por el contrario, en la medida en que se considere el lenguaje como lengua, a saber, más allá de su
dimensión identitaria-organizadora de conjuntos, y en la medida en que uno refiera las palabras y
las frases a significaciones, los usos posibles de una palabra o de una frase no están rigurosamente
circunscritos, no están absolutamente determinados, no son ni finitos, ni infinitos, sino que son
indefinidos, pues, por ejemplo, tal o cual uso de una palabra puede ser soporte de una
significación distinta, que no se había dado de entrada con el lenguaje y el código. (401)

Para comenzar, el legein implica, y hace que, en lo que respecta al legein, todo individuo valga lo
mismo que cualquier otro individuo de la colectividad considerada, que valga para la utilización
colectiva del legein. Y la institución del legein, inseparable del individuo como individuo social ,
implica que esta institución sea imposición de la equivalencia de los signos y de las combinaciones
de signos para todos (sentido definido) los individuos de un área dada del legein. Equivalencia
significa equivalencia, y no identidad de lo que, en cada individuo, <<corresponde>> al signo. La
aserción de tal identidad, por cierto, no tendría sentido, puesto que aquello a lo que un signo
corresponde para un individuo es inseparable del flujo representativo/afectivo/ intencional que
ese individuo es; las representaciones correspondientes a los mismos signos para individuos
diferentes son incomprables. Esta incomparabilidad no es nada más, por supuesto, que otra
manera de decir que cada individuo es también ese flujo representativo singular que es. Ahora
bien, la existencia del individuo como individuo social y su <<funcionamiento>> en y por el legein
implican y exigen <<positivamente>> que sea semejante flujo representativo […] para que haya
comunicación social (y, además pensamiento) es necesario y suficiente que haya equivalencia en
cuanto al legein (y también en cuanto al teukhein) de <<lo que>>, encada uno, corresponde al
signo social y que esta equivalencia mediatice el acceso a las significaciones. (403-404)

El esquema operador de la equivalencia, del valer como…implica circulamente el de la iteración: lo


hace posible, pues iterar es repetir lo mismo como diferente o postular lo diferente como lo
mismo en cuanto a…” (405)

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