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LUCI-IA

.Emanucl Lasker

LUCHA

Traducción y prólogo de Ricardo Calvo

EDICIONES !\!ERAN
©Del prólogo Ricardo Calvo
©De la tr a ducción Ricardo Calvo

©De esta edici<Ín:


Ediciones Mcrán
Apdo. Correos 23
02630 La Roda (Alhacclc).
infn<!?'cdicioncsmcran.c<nn

Editor: Jesús J. Boyero


Coordinaci<Ín editorial: Víctor lriarlc y Joaquín Hcrmíndcz Nielo
Impresión: M i legraf.
Impreso en España - Printcd in Spain

Primera edición: l"chrero de 2003

ISBN: 84-932593-0-6
Depósito legal: M-33807-2002

Derechos exclusivos de edición reservados para todo el mundo.

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lus Jcrcchos mcndonados pu�de ser cons1i1u1iva Je un dclilo contra la pn:11>icdad intclc1..·tual.

CArt. 270 y siguiemcs del C6<ligo Penal).


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 9

Estudio preliminar y notas Jel traductor ')

l .ucha, Ka111p/ . r Strn.��le 12


El prólogo 14
l .os neologismos 15
El diagnóstico de Albert Einstein 16
Uibliografía de y sobre Laskcr 18

EL PROBLEMA 21

ESTRATEGIA 33

EL POSTULADO DEL TRABAJO 51

EL PRINCIPIO DE LA ECONOMÍA 59

EQUILIBRIO Y VENTAJA 67

SUERTE 85

EL PRINCIPIO DE LA LÓGICA Y DE LA JUSTICIA 99

SUFICIENCIA DE LAS LEYES 123


INTRODUCCIÓN
Estudio preliminar y notas del traductor

Su amigo Albert Einstein le definió con términos admirativos, bor­


deando la genialidad de la personalidad. El alemán , de estirpe familiar
judía, Emanu el L'lsker (1868-1941) es una fi¡.,rura i ntelec tual impar y
fasci nante. Como campeón del mundo de ajedrez entre 1894 y 1921,
ha s i do el jugado r que durante más años retuvo la corona máxima, 27
en total. Y ello, comb atiendo incesantemente, para subsistir pers o nal­
m ente él y su espos a l\fartha (v i uda sin hijos de uno de sus mejores
amigos) , en los p aíses del mundo en que les tocó vivir. Resultados, tor­
n eos , matches, tablas de clasificaciones, y cerca de 1.400 partid as vie­
nen compilados en la oxfordiana obra de Ken Whyld (ver Bibliogra fía)
De ella se desprende que r .asker fue uno de los mayores ca mpeones de
ajedrez de todos los tiempos. Para algu nos, e l mayor.
Nacido el dfa de Nochebuena (de ahí el nombre evangélico de
Eman u el) y crecido con enfermedades en la localidad de
Brandenburgo, llamada entonces "Berlinchen" (hoy "Barlinsk", en
Polonia), fue adol escen te prodigio en aj edre z )'en matemáticas, y acabó
pasando de la custodia de su padre un humilde cantor de la sina¡.,ro¡.,Y:t
,

local, a la de su hermano mayor, Becthold, futuro médico relativamen­


te famoso en Berlín.
En esta c i udad comenzó L'lsker a hacerse un nombre como tre­
m endo ajedrecis ta. Jugaba y daba clases en el café Kaiserhoff. Al tiem­
po que sobrevivía con ello, e studiaba, leía, deambulaba por diversas
universidades alem anas de su época i ndaga n do sobre matemáticas y
sobre filosofía. De su i nago tab l e curiosidad intelectual queda constan­
cia en su biografía y en sus escritos. Uno de ellos, para mí el más defi­
nitorio, es el que el lector tie ne en sus manos en irregular traducción
castellana. Se trata de un e n sayo sobre filosofía de la lucha.

9
Emanuel Lasker

Toda la vlda de Lasker fue una lucha. Una pelea por la subsistencia,
pri mero en ciud a des ale manas, luego en sus años d e emi g raci<Ín a
Inglaterra, l uego en su traslado a Estados Unidos, donde ap rovech an­
do una exce pcional coyuntura arrebató el título mundial de a jedrez a su
admirado Steinitz. "El ju¡.,rador -diría- derrotó al pensador''.
El jugador J.asker iba de un torneo a otro. El intelectual, de una uni ­
versidad a otra. En uno de sus regresos a Alemania, se doctoró en
matemáticas por Ja u n iver sidad de Erlangen en 1902. Aun así no le era
fácil la lucha por la s ub si s ten cia, para la que estaba máximamente
entrenado. Como anécdota, cuenta Hannak (ver b i bl iogra fía) '¡ue sien­
do ya cam pe<Ín del mundo y d octo r en matemáticas se le vio como
fi¡.,>uran te en el coro de gitanos de la ópera verd iana "11 Trovatore".
Su vida no fue solamente aj ed rez. I nvesti¡.,'<) con apasionamiento
lógico much os aspectos de la existencia humana. Se interesó por los
juegos como modelo de lucha. D io clases de b ridge, entre otros al
patri arca americano Culberston. Patentó inventos que n u nca eran ren­
tables, c reó una granja avícola en donde su mujer esctibía en los hue­
vos frescos de las aves la fecha de recogida y la frase "piensa ta mbién
en mf'.
Pensar era su ej ercicio continuo, d iario e implacable. No aceptaba

dogmas. Pem su honcsticlacl y sent ido ético han dejado una huella
impereCl."Clera en la historia del ajedrez. Su p res tigio ern tal que en todos
los grnndes romeos de su época en los que hubo, y jugo en casi todos,
cuak1uiei: conflicto, cm some ti do a su c1iterio arbitral .
Pocos hiswriadores del aj ed rez saben del momento crucial de
I..askcr, cuando su honestidad inte l ectua l al terminar la.< eno1·111cs ix·nu­
rias de fa Primera Guerra ]vfundial le i ndujo por reflexión y análi si s a
renuncia r a su titulo de ca mpeún del m u ndo y a otor¡.,'lirselo por su
cuenta a Capahlanca. 1 '.I documento ha sido rescatado y publicado por
Kent Whyld (ver bi bl i ogra fía) . Es una carta manuscrita fechada en el
hotel Stadt Elberfeld de Amstcrdam el 18 de junio de 1920 (el año
anterior a su duelo oficial con Capablanca), en la que d ice tcxnmhnen­
te lo siguiente:

IO
Introducción

''.'ieñorJR Copablanca
Qmrido se1ior:
Por vmios hechos fellf!J q11e dedncir q11e ol 1n1111do del '!iedrez no k g11skln los
condiciones de 1111estro ocmrdo. No puedo jugar 1111 1notch sabiendo q11e va a ser
01uplio1nente unpopnlar. Por eUo abdico del título de Ca111peón del M11ndo o Sii
fervor.
Vd. se ho ganado el tit11/o no co11 la.fon110/idod de sn desqflo, sino por s11 bri-
llante maestría. T � deseo, en s11/11t11ra comro, lo.r 1noyores éxitos.
S!fJO Umo defe''.
Á1Rsterdo111, j1111io de 1907
EMANUEL LAJKER

Aún en el d u elo de La Habana, Lasker, yue acabó perdiendo, insis­


tía en que era solamente el aspira nte. Al concluir, obtuvo su parte de la
bolsa qu e le concedía la or¡,ranización, 11.000 $ en total. Lasker volvió
entonces a Europa, pasando an tes por Madrid, do n d e dio una simul­
táneas en el Cas i no a las que asistió el Rey Alfonso Xlll (ver
Nepomuceno, B ibliogra fía) y a continuación cometió un error, un
inmenso error, cambiando en Alemania los dólares por marcos. Poco
desp ués tuvo lugar la más tremenda devaluación monetaria de la his­
toria, cuando una barra de pan costaba miles de marcos. Lasker, que
hubiese po dido vivir durante años de su p remi o , se ciued(i en la ruina .
Siguió luchando, ¡,ram) delante de C apablanca el torneo de Nueva
York de 1924, jugó y se clasificó también de lante de Capablanca en el
torne o de Moscú de 1925, escribió apuntes para sus libr os filosóficos,
dio simultáneas y conferencias.
Su luchadora vida ulterior tuvo otro brusco giro en los años 30
cuando el régimen de Hitler le expropió de las escasas p ropiedades que
había conse guido edificar en Alemania. Marchó entonces a Moscú,
donde tras el torneo de 1936 o btuvo un puesto honorífico como mate­
mático en la Academia de Ciencias de la URSS, entte 1936 y finales de
1937, puesto que a bandonó como ju dío errante para emigrar a Estados
Unidos, en donde fallecería poco des pués. Una de las últimas frases

11
Emanuel Lasker

que se le oyó, dirigida a su fiel esposa Martha, fue: "Qué hermosos


eran los bosques y lagos de nuestra infancia".
El ajedre 7. impregnó toda su personalidad de por vida. En su obra
Ji/ sentido co1111Ín 1!11 '!fedrez,. de 1895, l�'lsker escribe su propia definición
proyectiva sobre este jueg o : "El ajedrez ha sido siempre conocido,
podríamos decir que desconocido, como simple juego o pasatiempo.
Per o si hubiese sido solo eso, el ajedrez no habría sobrevivido a las
duras pruebas a que ha sid o sometido a lo largo de su existencia.
Algunos espíritus entusiastas lo han elevado al rango de ciencia o arte.
Nada de esto es cierto. L'l característica del ajedrez que viene más
estrechamente ensamblada con la naturaleza humana es la de la lucha.
Naturalmente, no la clase de lucha que conduce al derramamiento de
sangre y a asestar gol pe s mortales, sino a un combate, a un enfrenta­
miento en el cual el elemento científico, el artístico y el exclusivamen­
te intelectual asumen el poder preponderante".

LUCHA, KA MPF, S TRUGGLE

Se ha dicho que el estilo es el hombre, y si hay una palabra que


puede resumir los avata res biográficos de Lasker, esa palabra es lucha.
La obra de Lasker que me parece la más iluminadora de su personali­
dad es el libro que el lector tiene ahora en sus manos, y que me he
esforzado aquí en da r a conocer en lengua castellana. El propósito de
L'lsker es mucho más ambicioso que el de sus lejanos predecesores
sobre el tema, ya un remoto general chino escribió 13 libros sobre el
arte de lá guerra. Desde el romano Vegecio en su De re 111ilitari (amplia­
mente citado por nuestro Ruy Lópe7. en su tratado de ajedrez de 1561)
al de Maquiavelo 11 arte de la 11.11erra, o las esporádicas citas de las frases
de N ap ole ón , o el clásico Vo111 Krie¡r,e de Clausewitz.
No, Lasker no pretende hacer comentarios solame nte sobre aspec­
tos esrratégicos de la guerra. Va mucho mas allá intentando elaborar el
esbozo de un sistema filosófico coherente que se adentre desde los
principios lógicos en la enrraña de todo tipo de conflictos. Hay en todo

12
Introducción

ello una rigidez que ya señala su amig o Einstein. Por un lado, es una
rigidez típica de aj edre cista y qui?.á
por a ñadidura de la mentalidad ger­
mánica. Si en la confusión de los casi infinitos factores que influyen en
una lucha hay que establ ecer como ¡,>uía una serie de p rincipio s o man­
damientos absolutmnente inamovibles (¿las Tablas de la Ley de lamen­
talidad hebrea?), esos principios hay que desarrollados coherentemen­
te hasta sus ultimas consecuencias finales, aunque con ello se ronde el
disparate. A sí, Lasker, a tac a a las vacunaciones como el "mayor peca­
do" de la medicina de su tiempo, porque las considera contrarias al
"principio de economía". De h abe r visto la desaparición de la viruela,
de la poliomielitis, la prevención de la di fteri a, tosferina o té ta nos, que
s uponen uno de los l ogros más auténticos de los esfuerzos médicos de
la hu manidad, hubiera tenido que tragarse alguna s de sus considera­
ciones teóricas. Personalmente, soy aquí a n t es un traductor que un
licenciado en medi c i na, y debo ante todo ser lo más fi el al texto. Pero
de haber tenido la fortuna de dialogar p erson alm en te con Lasker,
hubiese permanecido probablemente en relativo silencio ante las mani­
festaciones de su apasionada coherencia in tel ectu al y an te las laceran­
tes aristas de su entusiasmo por la lógica.
f ..asker publicó el libro 1.ncht1 a sus e xpensas en N ueva York.
La fecha de edición es de 1907, y la de p rep a ración el periodo de su
a je treada estancia en los E.�tlldos Unidos tras el torneo de Cambridge­
Sprin¡,>s de 1904. Es extraña la poca repercusión del libro y su falta de tra­
ducción a lamaroáa de los idiomas (otro más de sus fracasados intentos).
Para este traductor, se trata de un intento fascinante sobre el miste­
rio filosófico de la lucha , ceñido a los más rígidos principios de la lé>gi­
ca, en los que J..askcr se h abía educado en las ¡,>er1n."Ínicas aulas de su
tiempo. l..as palabras le b rotab an casi con verborre.'l y significativa­
mente su primera redacción fue en su materno alemán: Ko111pf. l..a ver­
sión inglesa, pocos meses despué s, lleva el titulo de Strur,¡je. Fracaso
editorial y comercial para la I...usk�r Puhlisbi11/!, Co111pan.J• 116 Nassau
Stree t, New York. Filoso fía, antes que com e rcio. Minerva enfrentán­
dose a Marte. Escapada final del inasequible Mercurio.

13
Emanuel Lasker

EL PRÓL OGO

Aunque elaborada con tan s olo u n me s de diferencia, la introduc­


ción previa en Str11ggle difiere algo de la edición alemana. Si bien en
esta
traducción al casteUano se toma como guión básico de referencia el
texto de Struggle, se intercalan también algunas frases desaparecidas de

la versión alemana.
El prólogo de Kampflo expli ca todo y dice así:
"L:t presente obra contiene con.riderociones sohre lo estrategia de 1111 co111bote,
romo los q11 e oc11rren en la g11erra, en los p11g110s de 11n hombre de negocios, en lo
lncho interno de 11n orlisto, en el combate contra los ene111igos del bienestar del tilma,
etc. L:t vida e.i; según dichos oncestraks, 11110 l11cho pen110ne11te. De ahí q11e lo te o­
rio del ro111hote ronlrlrnee al verde árlml de la vida.
Mis actividades me han cond11cido de 111anero not11ral o lo obseT'llO(ión de kis
.
erroresy de las ventf!ias de lar decisiones estratégicos, y tras q11ince años de trob'!)o
he co11seg11ido alfin, seglÍn creo, desc11hrir olg11nos principios estratégiros básicos lle­
nos de signijkodo. Estar ideos vienen oq11í comentadasy expresadas.
Eslr!J ¡;rondB111ente agradecido o mi her111ono por s11 estim11/oy '!Jlldo de m1«bar
clases".
N11el/<11órk, noviembre 1906
EMANUEL TASKER

En la versión inglesa, también fascinante, en cambio se lee:


"Este lihro, 011nq11e verso sobre los l�s q11e rigen en general la ÚldJa, es el
res11/todo de reflexiones sobre el significado de los principios aceptados para esr rom·
hale en tm11i11os de ig11aldad entre dos cerehros que se llama f!iedrez: El m11ltodo
de lo rol!fro11tació11 sobre el tablero de f!iedrez. es 11111cho más clart1111ente discernible
q11 e lo q11e OC11rre en otros m111hates, teniendo en mento q11e eljaq11e 1110/e no atbni­
te ning11na tergivenoción. El '!fedrtz '!frece tantas opo1111nidades para el est11dio, s11
teoria e.tltÍ tan bien comprobada, q11e co1110 edllcodor en estrategia no tiene ri11t1/. Por
eUo, mi actividad dllrante los Ñltimos dieciocho años ha snp11esto 11na ventf!ia consi­
derable poro 111i empeño, extendiéndose hasta el p11nto de expresar las rt!,los estra­
té¡icas q11e son válidas en el tablero de '!Jedrez en 11no generalización aplicohle a

14
Introducción

makp1iem de los mmhates de la NatNralez.a ".


NNWt1 )órk, e11ero 1907
/!MANUEL J.ASKER

LOS N EOLOGISMOS

El bullente intelecto del autor luchaba asimismo contra otras barre­


ra.o;, inclui das las verbales. Como escribe I.asker en este libro, "las pala­
bras viajan en el cerebro a través de cauces fijos, así q ue quien quiere
ei.,,resar nuevas ideas se ve ohligado a acuñar nuevos vocablos".
Prevengo como traductor a quienes lean estas pági nas, que sin fami­
liaiizarse con los neologismos que inventa l..asker no es posible des)i;t.ar­
se por el caudal de ideas que nos brinda e n esta obra.
lbdo lo referente a la lucha, lo denomina Lasker con el tér mi no de
origen griego clásico 111t1qNia. Proviene de 111ókho111t1i (mkhomai= yo
peleo, yo lucho). De esta raíz deriva por ejemplo la palabra española tau­
romaquia. T .a lucha englobada en este vo cablo abarca la subsistencia de
las especies vivas, la ¡,>Uerra, el ajedre"-, las competiciones atléticas, artísti­
cas o co merciales y, en conj u n to., cualquier forma conceptual de pu¡.,l'fla.
Para elaborar su análisis crítico de los principios estratégicos, Lasker
necesita más palabras nuevas. De 111aq11it1 deriva la llltl(jlleidt1, un ente abs­
tracto e ideal 'lue se supone conocería todos los c a minos y vericuetos
estratégicos de manera absolur:unente perfecta. Lasker llega incluso a
inventarse un ser ideal, un ídolo llamado Maq11{'(), 'lue como juez infini­
tamente sabi o y justo, aplicada las leyes de la 111t1q11eid" a cuak1uier pu¡.,l'fla
'luc se sometiese a su dictamen.
También del griego clásico deriva el laskeriano shnto.r y su plural .rh11-
toi parn designar a los diferentes elementos combativos en cualquier
11111q11ia. l iis Jtrntoi utili,..an como instTumentos sus respectivosjrmt.r, 'lue
pueden ser fu si les, pic;t.as de ajedre"- o los arpegios musicales de un com­
positor. Otro neologismo 01iginal y no tT:lduciblc es la t1m/fKJJtit1, que
ec¡uivalc a la movilidad, elasticidad, capacidad y li¡,rcre;t.a para el desplaza­
miento de un ejército o de c1.mk¡uier otro conjunto n1tÍt¡11icn.

15
Emanuel Lasker

EL DIAGNÓSTICODE ALBERT EINSTEIN

"Emem11el lAsk.er ha sido 11110 de los permnolidodes mds interesantes q11e me


ha sido dado conoar en mis Ji/timos mios. Debemos estor agradecidos o q11ien ha
Uc1Jt1do s11 biogf'l!flo al conocil11ie11to de s11s conte1f1POni11eosy de los f11t11111s genera­
ciones.
En poct1Sperso11os es posible e11&011fnrr lo extmorrli11orio co111bi11oción, presente
m Losker, deperso11t1/idad i11depe11dientey de onlie.11te inkréspor todos los gra11des
prohk11111S de lo h11monidad. ) ó no Sf!Y 1111j11godor de '!fedrezy por eso 110 esfl!J m
disposición dej11ZJ'¡1r h.f11erz.o de s11 pe11w11iento e11 el área donde se expresó o s11
111dxú110 nivel, o seo, el tefedrn(; Debo cozifesor sin emhozy,o mi extranjería 011fe to/
.fon11n de s11hlimoció11 intekd11o�y a11fll el espilifll 0Jt.0nístico q11e so11 propios de este
jlle¡fl-
E11co11ffi o lAs/eer en coso de 111i b11et1 amigo Akxo11dr MoskovsÍf!l.J mseg11i­
da prof11mliz11111os 1111estro 11111/110 enr11e11tro i11terr0111bit111do ideos.y reflexio11t111do
sobre temas varios d11ro11fe 1111estros poseos.
M11ch11S vece.i; en n11estros co11versocio11e.i; me tocój11¡pr el papel de f!Jfllte, por­
q11e lo 11ot11rolezo creativo de l.os/eer se indino/JO mds bien hacia lo '!fin11oció11 de
.r11s propios ideos q11e a acoger los del otro.
A pesar de s11 sólido visió11 del 1111111do, )'O pertibío en s11 personalida d olg11nos
elm1entos trdgicos. 1 .a poco ro111JÍn potencio de s11 111ente, sin lo c11ol 110 .re p11ede ser
tefedrecista, estaba simrpre li!f1da o/ '!fedrezy al espírit11 de estejuego, .J' sie.111pre era
esto e�foctor do111i11011te, i11c/11.ro c11011do disCJ1tío1nosprohk111os relativos o loJiloso ­
Jio o a lo h111nonidad en general.
No obstante, 1ne pornió q11e el '!fedrez represento/Jo para él 111tis hien 1111 111odo
de s11bsiste11&io q11e 11n sentido de lo vida. S11s 011/énticos in/ere.res estaho11 conecta­
dos o lo prof1111dizoció11 de lo cienciay o lo beUezo de su.r co11slniccio11es lógico.i; 11110
belleza q11e ml!JNJIP o q11ien lo hayo iisto en acción 11110 �
El bienestar molería/ de Spin ozo y s11 independe ncia se debín11 o lo p ro d11c­
ció11 y ta llado de lentes ópticos; e11 lo vida de Las/eer, el j11ego de ,Yedrez ha des­
e111peñodo 11110.f11nción a nálogo. Pero el destino de Spin oza ha sido feliz, porque
s11 PfY?fesión orteionol le dejaba lo 111ente libre, mientras q11e el 'fiedrez agarro fon
f11erte111ente lo 111enfll del maestro q11e s11 libertad e indepe11de11cio nopueden dejar

16
Introducción

de q11edar qfectadas. I-1e lle¡pdo a e s ta s rond11sio nes romoerst111do &011 Lashry


/�yen do s11s libros de fllosofta. De éstos, el q11e 111e ha in teres a do 111f!J011ne11te es
La filosofía de lo inacabable, 11n trabtljo no só/f) 1111!)1 original sino q11e dibu­
ja también la personalidad de 1-.ashr en to d a s11 p lenit11d
Ha llegado el 11101nento de aclarar por q11é 110 he h11scado el replicar ni ver­
hobnenle nipor escrito a s11s críticas a mi Teoría (especial) de la Relatividad.
Debo gastar alg11nas palo/mIS ron ftll propósito porq11e en esta hiogrf!fía se p11e­
den leer a(�11nas críticas a n11estras ro1ifrontario11es, partic11lar111mte fil los apar­
tado s en d o nde se rec11erda la monqv,rq/iajilosefftca de Lashr. S11 mente ag11da.J'
analítica hc1bía ro1t1/m111dido imnediata111ente que la pied ra angular de toda lo
Teo ría de la Rek1ti1•idad esl<Í representadapor lo ro11sta11cia de la /lelocid ad de lo
l11z (en el /!Ocío). l..Ashr había visto claramente que 11no vez aceptado el poshl­

lado de lo constancia de la velocidt1d de la lnz, la 1-elatividad del tie111po se con­


vierte en indisc11tible,y es o 110 enc,Yoba con s11 carácter. ¿Q11é hoCl'r entonces? El
i11te11tó ilnitar el �je111plo de Al�jondro Magno c11a11do cortó el n11do gordiano.
Q11eriendo cercenar el prohle111a de la Relatividad, Lashrfor11111/ó lo si,_�11iente
idea: "Nadie dispone de i11.fim11ación directa sobre la t'f!Íocidad de la lnz en el
1JOCÍ0. A11nq11e el tspacio interestelar contiene 111111 cantidad, por 111Í11i1no que seo,
de 111aterioy lo mis1110 /!Olepara el iwcío q11e los ho1nbres i11te11ta11 prod11cir, segú11
s11 propia capacidad, 111edia11te el bo m beo del aire. ¿Q11ié11 p11ede negar q11e en el
espacio absobitamenle Vt1cío lo velocidad de la l11zp11ede ser il!finita?".
A esftl ronclnsió11 se puede respond e r así: "Es ro111plet11111mle rie1to que 11adü
dispone de info11nacio11es e.-.:pe1imentales directas sobre el inodo e11 el q11e 111 l11z
se prop aga en el'"'ªº ahso l11to. Pero ta1nbié11 es cierto, por otro lado, q11e 110 es
pos i ble ro11str11ir 11110 1tori11 mcio11nl sobre la l11z q11e ad1nita q11e lo pi-esencia e11

el espacio de 1111a 111ínbna ca11tidad de 1nateria, iefl'!J'º de 111anem sign{ftcafi/!O


so/1re la velocidad de propagació11 de la ÍllZ: H asta q11e 110 h<!Jil sido farm11lada
tal ll:oria con arreglo o las ob.rervocio11es de los ftnó1neno s de óptica en el espa cio
casi absolnto, ningúnftsico aceptará talfor1na de desatar el 1111do gordianoy espe­
rará a q11e se halle el verdadero procedimiento". ¿l.a 111omle)t1? U110 menlfpode­
IY/So 110 puede evitar los refranes 1nogistrales.
Todaiio me place 1n11cho el apego de Lasker a lo i11depe11de11cia, btlcia la a11lo­
afir1nación. Se trata de 1111a C1111/idad 1nlf} mm en 1111a generación en la q11e casi

17
Emanuel Lasker

IOIÍIJs los i11telettualesperte11e.a11 a la cate¡,oría de los cottfor1nistas.


Estqy contmto de que los lectores de esta bio¡,rafta o l1te1¡gan noticias sohre
1 .:1sk.e1; quien ha sido 11nafuertepersonalidad,y al mismo lie11rpo, 11napmo110 gm­
tily pre.ria a la amistad
Por 1ni parte, recordaré con ¡,ralitud a este ho111bre infatigable. y modesto por las
co11versaciones ricas de ronte11ido con las que 111e ha hecho honor".
Pri11Cl!to11, 1952
AU3EK/" E/NHEJN

BIBLIOGRAFÍA D E Y SOBR E LASKER

Sobre la apasionante personalidad de L'lsker se han escrito muchos


libros, en m uch os países y en muchos idiomas. Selecciono, evitan do
pretensiones sobre una difícil exhaustividad, unos cuantos botones de
muestra.
La biogmfía más completa, con el prólogo arriba transcrito de
Einstein, es la de Jact1ues 1 lannak: li111anuel l ..o.rket; Siegfried,
Engelhardt Vcrlag, 3. Aufl. Berlin-Frohnau, 1970. Hay una traducción
al inglés de la primera edición alemana por Heinrich Fraenkel, Dover
Publications, New York, 1991.
Una atmctiva visión en castellano es la del periodista leonés Miguel
A. Nepomuceno: f�'lskcr: El d(/lcil m111i11" h11ric1 !tt .l!,lmitt. Ed. ESEUVE,
!\fad1id, 1991.
Un excelente estudio sobre el pensamiento filoscííico-ajcdrccístico
es el de Boris Vainstain 1..tisker: Filo.rt?f"it1 drl!t1 l()ft11. Prisma editori, Roma,

1994 �>asado en el texto ruso .Myslitel de Fizcultura i Sport. Moscú).


l .'l más completa recopilación de partidas, resultados, torneos y
matchcs viene en Kent Whyld Tbe rolledrd W""·' r¿f Emm111el l...oskn: The
Chess Player, Nottingham, 1998.
Para subsistir como ajedrecista, Em anuel T .asker esc ribió diversos
libros técnicos aprovechando oportunidades. El primero fue Co111111011

18
Introducción

.rmse in chess London, New York, 1895-96. Está basado en las conferen­
cias que impartió en la capital británic a .
Pueden mencionarse St. Petersburg lbu rn ament Book 1909, New
York, 191O. Mein Wettkatnpf 111it é.apahlanco, Berlin-Leipzig, 1922.
Alekhine-Bogoljubov Rerurn Match, London, 1935.
Su texto más inolv i dable es su manual de ajedrez Liskerºs Chess
/\'lon11ol Lo nd o n, 1932. New York, 1934. Está traducido al castellano,
la primera vez en México, la más rec iente en España por la editorial
.Jaque.
Lasker editó en Estados Unidos entre 1904-1908 la magnífica revis ­
ta Loskerºs Chess Molflzfne, que como tantas de sus empresas resultó un
fracaso comercial.
Encontré por casualidad en una librería anticuaria una obra de
1 �'lske r que no viene apenas reseñada. Trata, no de ajedrez, sino de la
historia de los juegos de tablero en diferentes culturas: Brettspirle der
Vólker, Augu st Scherl, Berlin, 1931. Su con tenido, aunque con iniciati­
va pionera, no es comparabl � en cuanto a exhaustividad con obras aca­

démicas posteriores sobre d mismo tema.

RICARDO CALVO
El problema

Es un viejo dicho el de que la vida es un combate. Darwin ha expre­


sado esta idea más profundamente. Demostró que la raza, e incl uso el
individ uo, son el prod ucto de la lucha por la vida de sus antep asados.
1 \n consecuencia, sólo hay una manera de resolver los enigmas del cos­
mos y es investigando las leyes y p rin cipios c1ue determinan el curso y
el resultado de las luchas.
Sin embargo, el libro sobre la estrategi a de los enfrentamientos
rodavía no ha sid o escrito. Hay muchos que incluso negarían la posibi­
lidad de que tal ciencia exista en realidad. l�'ls concepciones místi cas
sobre la naturaleza de los combates son tan dominantes como lo eran
en los tie mpos en que se suponía que la vi c t o ria se alcanzaba median­
te la ayuda de Atenea , cuando se interro¡,raba a los dioses ante s de
tomar decisiones importantes, cuando su bendición era rec1uerida y
después de <¡ue la victoria q uedase asegurada se ofrecían acciones de
graci as con sacrificios de va rias clases. Era cuando los h omb res pensa­
ban que no son ni la razón ni la justicia sino los dictados de un poder
,

autocrático los que gobiernan los destinos.


La idea de que el destino h umano depende de fuerzas que escapan
:11 análi sis ha traído inmensos sufrimientos a la humanidad. L'ls páginas
de la historia y de la vida contemporánea están llenas de e j emplos. En
d período de los solsticios, cada familia de las anti¡,>ttas rn�.as del norte
'ªcriticaba al sol a su hijo primogénito, en la creencia de que con una
• ,frenda tan grande el sol se vería i nd u ci do a regresar por su pe1iplo tra­

l"L"ndo calor y cosechas. Solamente después de miles de años., cuando


l. •s misioneros cristianos demostraron que d sol regresaba de todas
maneras aunc1ue no se le pidiera, cesaron estos sacrificios. Y citando

· ·xplicaron el sacrificio de Jesús, el tiempo <le Yule pasú a ser la


'<avidad. La envoltura poética de la fiesta de Yule todm•ía permanece.
:'u terrible propúsito está ahora oh•idado. Coas cuantas frases, unas
··u>111tas viejas costumbres y, si cavamos más hondo, unas cuan tas
.upersticiones sirven para recordamos d sacrificio de vidas humanas
• i"rcndado du rante el tiempo de Yule al sol y al dios de las cosechas.
Emanuel Lasker

En la infancia de la human idad , las fue rz as de las que depe nde el


c urso de la vida humana se concebían como personal idades antro­
pomorfas. Eran los dioses, las hadas, los gnomos, las br uj as, los espí­
ritus y los es pe ctros de nuestros an tepasados, que residían en el ai re,
en el fuego, en el agua, en la madera )' en nuestra imaginación. Allí se
entretenían con juegos re fi nados, amaban y o diaban }' se p eleaba n
unos con otros igual que los seres humanos, hasta que un enem ig o
fuerte, creciend o en etapas lentas, les expulsaba al paí s encantado.
Este enemigo que des tr uye a los p oderes arbitrarios no es ot ro q ue
un afán insti nti vo, común a todo lo viv ie n te , que hace brotar d en tro
de nosotros los ideales de j u s tic i a .
Un jue7. justo no tiene que ser influido por inclinaciones o prej ui ­
cios. Si tiene que ser infinitamente j us to, es mejor para él no albergar
afectos ni desafectos de ninguna especie. Porq ue una vez haya oíd o
las evidencias, su veredicto no ofrecerá d uda s. Todos los seres huma­
nos ti enen un sentimiento ins ti ntiv o destinado a ju¡.,>ar el papel de un
juez así. El juez es solamente la encarnación expresiva de un instinto
profundam ente enterrado en el alma h um ana . Incluso los niños y las
ra z a s con menor nivel intelectual, aún sin ser competentes para ejer­
cer la práctica de la ju s tici a, la reconocen en cuanto la ven. La justi­
c i a que un padre d i st ribuye le eleva an te los ojos de sus hijos a una
posición de rey al q ue se ama y adora. Cada acción i n j u s ta que com e­
ta produce en ellos temor y disminución del respeto.
¿Quién di ce a lo s n iños lo que es ju s to o injusto? Es un instinto
a ncestral, que desde sus o ríge nes está en frentado contra los usos
arbitrarios del p o der, y que ha venido robus teciénd o s e durante mile­
nios. ¿Y c ómo es que tienen un sentido infalible para la justi ci a ? Miles
de generac i o ne s han co n tribui d o al desarrollo de un insti n to cuyo
germen es el sentido de igu aldad tal como vie ne e x p res ad o en la regl a
de o ro: "No h agas a los demás lo que no quisieras que los demás
hicieran con tig o". Esta norma es la semilla a partir de la cual creció
el instinto de la ju sti ci a, con cientos de ramificaciones.
En los tiempos anti¡.,>uos, unos pocos reyes practicaron la justi cia ,

24
El problema

como por ejemplo el sabio y gentil Hammurabi o Abraham. El que


fueran justos, incluso durante un enfado, despertaba la admiración de
sus contemporáneos. La Biblia dice de Abraham que era amante de
la paz, pero fuerte en Ja guerra si defendía una causa justa. En aque­
llos tiempos de reinados autocráticos, el hombre de a pie i¡,,rnoraba
cómo practicar la j usti cia, y tampoco la solicitaba de sus gobernantes
como si fuese algo que se le debía, hasta que Moisés anunció los Diez
Mandamientos en el Monte Sinaí. Su significación esencial es que dan
preceptos sobre cómo vivir en justicia durante el dia ri o quehacer de
un hombre normal. En todo el Antiguo Testamento hay una insis­
tencia en la justicia. Se nos dice frecuentemente que Dios es Uno,
Omnipotente y J us to. Las palabras sobre la justicia divina eran para
l os opri midos judíos como una llamada desde un país de hada s que
traía la promesa de un futuro más dichoso.
Las ideas de justicia fueron creciendo lentamente entre los judíos,
como se muest ra con creces en las leyes igualitarias del Talmud y en
las prácticas de caridad i mpu esta s en l a ley de los die7.mos. Llegó
entonces Jesús de Na zareth , y San Ped ro arroj<í la antorcha ardiente
de s us enseñamms en medio de las naciones. La justicia que invoca
"ojo por ojo y diente por diente" resultaba repugnanre para J esús. Tal
justicia podría ser apl ica d a ent1·e seres per fectos, pero entre seres
humanos frágiles y con equivocaciones la caridad se convierte en un
necesario anexo de la justicia. La caridad en un amplio sentido huma­
no es el motivo guía del Nuevo Testamento.
En el Sermón de la l\lonraña, J es ú s dijo: "Amad a vuestros ene­
migos. Si te golpean en una mejilla, ofrece la o tra" . Durante la tem­
pestad en el lago dice a sus discípulos: " ¡Hombres de poca fe! ¿por
qué teméis?". F.I prometió vida eterna a quienes actuasen rectamen­
te con los demás, y condenaba únicamente a quienes actuaban mal
con sus semejantes. Estas admoniciones nunca han sido entendidas
literalmente. Los cristianos han matado a sus enemigos en las bata­
llas. En verdad, cuando más devoción tenían hacia su religión -unos
cuantos siglos después de que fuese fundada y en el tiempo de las

25
Emanuel Lasker

Cruzadas-, quemaron en la hoguera a miles de personas c¡ue inter­


pre taba n la Biblia de modo lige rame nte distinto de lo c¡ ue era la cre­
encia oficial. No seria ab surd o imagi na r c¡ue tales ac tos podrían ser
jus tos.. Estarían violando el p recep to "ama a tus enemigos". Pero es
impensable que p uedan ser int erpret ados como un desbordamiento
del amor. En cons e cuenci a, es evidente que las palabras de Jesús no
están exentas de un condicionante al que está s ujeto todo lenguaje: el
de ser tomado aleJ,róricamente. Y eso que no es difícil descub ri r su
signi fi cad o real. Es imposible que sus pe ti ci ones fuesen contrarias a
los principios de justicia car it ativa, e incluso tal justicia tiene a veces
ne cesariamente que castigar. El castigo p uede estar basado en un
deseo de mej or ía, pero el amor a la i nj u stici a es con trario a la natura­
leza humana. "Amad a vuestros enemigos" quie re decir "sed justos
con el lo s" y amadlos porque son justos con vosotros. Por eso, el
"amad a vuestros enemigos" solamente puede ser obedecid o si el
enem igo e stá actuando justamente. En tonc es siempre puede ser imi ­
tado. Va en con tra de la naturaleza humana el poder amar a la injus­
ticia. Incluso el criminal puede amar a su just.o juez, porque no odia­
mos a nuestra prop ia con ciencia .
La a legoría "a quien te go lpeare la mejilla de recha , ofrécele la
orra" tiene en común con otros ma nd at os alegóri co s el requerir una
benignid ad extraordinaria, casi sobrehumana. Otros p asa j es del
Nuevo Te sta mento recomiendan mansedumbre y contenci ón antes
que hacer una ac u s a ci ón pr em atu ra y c1ue ocurran actos de castigo o
venga n z a .
Las pal ab ras pertenecientes a la fe son las que con mayor fre­
cuen cia se han malinterpretado. Evidentemente, nadie puede obli­
garse a sí mismo a creer aquell o que no está en su naturaleza creer,
del mismo modo que un manzano no p ued e empeñarse en producir
rosas. Por eso resultaría de lo más inj u sto exigir fe y amena zar con
condenación eterna a q ui enes no puedan satisfacer las ex igen cias. Tal
procedi m i ento qued aría muy alejado de la benignidad que p red icaba
Jesús.. La exhorta ci ó n "creed en mí" significa " creed en la j usti cia de

26
El problema

la vida". La recompensa es un alma dichosa. A lo s pescadores se les


pedía c1ue tu vies e n fe a pesar de la furiosa tempestad. Podríamos
entonces s u p oner que la p rueb a para la fe ocurre en medio de las difi­
cultades y las desgracias. De ahí que l a fe sea una creencia que las
fuer7.as de la vida no retransmiten ciegamente, sino que se suhordi­
nan, a l a manera h umana, a la act u ació n del pri nci p io de justicia.
Quien tiene fe no tiene miedo. La recompensa para el c reyen te e� la
felicidad. Es imposible comprender el cielo y e l i n fierno como dota­
dos de una existencia física, pero pueden ex i stir como fuerzas actuan­
do sobre l a mente. Esta i nte rp re ta c i ó n no resulta en modo a l gu no
opuesta a las sentencias bíblicas, puesto q u e en la d e s c ripció n de
Je s ús del Reino venidero se promete la felicidad al hombre j usto q ue
ha t ratado, incluso a los pob res y mi se rab l e s , con equidad y caridad.
El c iel o y el infierno yacen por consiguiente dentro de la conciencia
de u no.
Parece por tanto del todo ad misible entender de esta ma n e ra las
frases de Jesús, sin tergiversarlas. En cu alqu i e r caso, lo c i erto es que
si se e n tien d e n de esta manera, traen literalmente consecuencias a un
l uchador que se halle en medio de los combates de la vida, para el
cual suponen con s ej o s de la más alta valía. Decir que la p recede n te
interpretacilm es la úni ca compatible con l a lógica y con el espíritu
del l e ngu aj e sería totalmente falso. De h e c ho, la l ibertad de i n terpre­
tación es considerable. Pero hay so l am e n te una interpretación de la
Biblia que va a per m i ti r a l os hombres seh>ui r su s preceptos mientras
l uchan con toda su alma en las batallas de la vida. Y a partir de es ta
interpretación, un re colec to r laborioso puede rescatar fragmentos
valiosos de consejos. La e spe ra n 7.a y la fe, tal como hemos ex p res a­
do, re p re se n tan una función valiosa y n ece s aria.
Cuando en nuestra vida se presentan los escollos, y no po de m os
dominar las dificultades, con dudas que nos hacen sentir desáni!'tlo
sobre nuestras propias habilidades, la esp e ranza nos dice °"t¡ue hay que
hacer lo m ej or que podamos y �>uardar. Cuando nos hallamos en pre­
sencia de fuerzas inmensas y nos invade la sensación de nuestra propia

27
Emanuel Lasker

i n s ignific a ncia, la fe nos s usu rra al oído (jUe no hay que tener miedo a
la i n ju s ti ci a . L'l espera nza y la fe aqu i eta n el latido del corazón cuando
ni la voluntad ni la razón p ueden superar los obstáculos, y en conse­
cuencia, l a s d u da s y la ansiedad hacen estremecerse al corazón.
N i ngún ser ha nacido s i n esperanza. l .a esperanza es el poder
i mpulsor de todas las vidas. Incluso los animales más inferiores viven
ani m o s ame nte , aunque la muerte o el dolor po d rían asal tarlos de
i n m ed i a to, La i ¡.,moranc i a n o l e s i mp o rtun a . Pero existen muchos
hombres que no ti en en fe. La fe es cora j e después de la a cci ó n , y por
e so refuerza al individuo para ulteriores e mpre sas. A porta paz. En la
e v o l uci ón de la mente, es el miembro más j o ven de la familia de sen­
timientos. Es la convjccicín de que la justicia determina todo lo que
oc u r re, la ex presi ó n de aceptación y co n fia n z a . Fundamentalmente,
ello se c o nstruye sobre la idea de j us tici a . Ya que lo más i n ter n o del
ser está basado sobre la j us t i c i a, c u al q ui e ra que esté pos e íd o por los
sentimientos de ju sticia no p ued e menos que tomar parte en ella. De
ahí se si¡.,rue tJUe únicamente a tj uellos que ten¡.,ran sentimientos de j us ­
ticia p u ed en esperar alcanzar algl'm día las bendiciones de la fe. Quien
no tiene fe, no p ued e adquirirla por una s im p l e o rden o petición.
Ti en e tJUe crecer como una planta. Se nutre de las experiencias gana­
das en empresas cuyo resu l tado no pod e mo s predeterminar comple­
tame n te: navegar a vela por el océano, escalar montañas, busca1· la
verdad, co mba ti r contra fuerzas sociales del mal o hasta el tomar el
tren expreso o e l transbordador del Atl á n tic o.
Consideremos por un momento la po s i ci ó n del hombre que no
tiene fe. Pa ra empezar, las dimensiones de sus iniciatiV11 s van a depen­
der de su conocimiento, y natural m ente él s ol o puede moverse den­
tro de un peq ueñ o círculo. Cuando se topa con una gran fuerza cuyo
p oder no p uede ni dominar ni abarcar, la carencia de fe le o b liga a
bu sc a r continuamente un conocimiento q u e no p u e de obtener. El
m iedo le convierte en un mi serable que no tenía por qué s erlo, su
esp íri t u de i n i cia tiva se debi l ita y sus habilidades no alcanzan su de s­
arrollo natural.

28
El proble ma

Lo que ord i nari am e n te se d en o m ina fe es com p leta me n te dife­


ren te de n ue st ra definición. La d e fini c i <'m común de fe e s la expre­
sión de un de s e o de felicidad máxima aunque no hayamos hecho
nada para merecerla. Es una p l a n ta desnaturalizada, que aporta delei ­
tes es p ú re o s obtenibles solamente con gran penar. Quienes la pose­
en tienen m om e n to s de éxtasis; pero al i¡,1\l al que los consumidores
de op io, tienen que o b te n er su felicidad m ed ia nte extremos sufri­
m i e n to s. Lo que esta fe les prom e te es algo q u e llenaría de d icha
extrema l a mentalidad de un niño; por ejemplo, disfrutes eterno s p a ra
el los m i sm o s y sufrimientos para s u s e ne m igo s. Tal clase de fe, en
l ugar de ayudarnos a am a r a n u e s tn>s enemi gos, puede ter m i n ar ú11i­
c a me ntc haciendo que quienes no tienen fe nos d en l ást i ma , y les
miremos despectivamente o les odiemos.
La fe, la co n fianza en que un Dios 'l ue provee de alimento a los
gorriones no va a olvidarse de los h ombres, tiene no obstante que ser
i n voc ada como ayuda, ú nicam e n te des pué s de que l a vol untad y la
razón h a ya n hecho todo lo que po d ía n . Los mari ne ros que olvidan
su s deberes perecen. Pero c ua n do han hecho su m e jo r esfuer,m,
entonces tienen que tener fe y no miedo. La fe e s el suministrador de
paz durante una l ucha. Q uien no la tiene ((Ueda anímicamente des­
truido por las d u d as y por los temores. Es para quien h aya trabajado
para el que l a fe, heraldo d e la paz, supone una v e rd a de ra bendición.
Pero ª'l ue llo s que consideran a la fe c o m o un fi n en sí misma, sin
em ple ar la volu ntad y l a razón hasta sus límites extremos, no sati sfa ­
cen los requeri m iento s de la j ust i c i a . Pon1ue dejan a l o s demás que
bagan una parte del trabajo p ara el mantenimiento de la h u manid ad
q ue les correspondería h acer a el los. No se ganan el pan con el sudor
de su frente.
Des pué s de que J e s ú s fuese crucificado, muchos han tra tado de
explicar las i d eas contenidas en su lenguaj e pi nto re sco y alegó ric o. El
fal i b le cerebro h umano ha p rop u e s to miles d e interpretaciones.
Finalmente, las hermosas }' s i m pl e s enseñanzas de Jesús han sido
revestidas con un atuendo místico_ Ha sido dicho que solamente

29
Emanuel Lasker

q ui en ten¡,ta fe p uede participar de la gracia de Dios. Pero ¿ no es tocio


el mundo entero l a pr ueba y el portador de la g racia de Dios? Esta
conce p ción mística de la fe ha causado inmensos su fri mi entos.
Savonarola fue el pi o ne ro en la l ucha contra el mistici smo, y un
autént i co seguidor de las enseñanzas de Jesús. Cuando los clérigos
hostiles le quemaron en la hogu e ra y un m u chac ho alimentaba el
fuego con un ba st ó n de madera, Savonarola e x cl a m ó: "O sancta sim ­
pl i ci tas". Es maravilloso que un h o mbre torturado p or las llamas del
fuego conserve tal sen tid o d e la c aridad y la j usticia como para acu­
sar al muchacho, su verd ugo en ciernes, de nada más que de simple­
za, santificándola al mismo tiempo.
De las cenizas de Savonarola han brotado o tro s comb ati entes .
Muchos cayeron durante la pelea, pero otros se mantuvieron siempre
en su puesto y mantuvieron izada en lo alto la luz del conocimiento.
Es nue s tro deber con ti n u ar esta tarea y com pl e tarla .
En tiem pos antiguos, cuando los continentes de la Tierra eran
poco conocidos, se pensaba que e xi s tían islas milagrosas y la imagi­
nación l a s p i ntaba como habitadas por monstruos e xtraño s y terri ­
bles. Ahora hemos descubi e rto todas las partes del mundo excepto
los dos polos, y h em o s examinado sus p ro duc to s, sus usos y sus p eli ­
gros. En ti e mp o s pasados, la h u man idad aprovechó muy poco los
recursos de la naturaleza, pero hoy en día se prod uce una abundan­
cia almacenable en ani males, en m e tales, en inventos que a h orran el
de sga s te l aboral. L'I toma de c o ntacto con la realidad es lo que n o s
ha permitido hacer todo ello. Lo mismo p asa e n el mund o de las
ideas y de los sentimientos. Allí también hay m on str uos imaginarios
atemorizando a l os medrosos, pero que se revelan como i mpoten te s
ante q ui e n tiene el coraje de buscar la verdad. Y el derrumbami e nto
de esos monstruos s erá para la humanidad un beneficio tan grande
como ha demostrado serlo la ex tens ión de nuestro conocimiento en
geogra fia .
Contra lo que hay que combatir es contra la conc e p ci ó n mística
de la vid a. Los enigmas de la existencia son descifrables sol amente

30
El problema

con un estudio de la lucha, y tenemos que oponernos decididamente


y pe l ea r contra las concepciones m ís tic a s del combate. ¿Qué es la
l ucha y qué es la victoria? ¿ Obedecen a leyes qu e la razón pueda com­
prender y formular? ¿ Cuáles son las leyes? Ese es el problema.
Estrategi a

En la ciencia de guerra hay una distinción entre la estrategi a y la tác­


tica. Mientras que el estratega militar orden a la ejecución de movimien­
tos y m aniobras, el táctico sigue la orden sin inquirir por su ra?..ón. El
tác;tico sol ucion a sólo los problemas p lantead os por el estratega. El
estrate¡,,>a debe, por su parte, conocer la situación mil itar en tocia su i nte­
gridad, no así el táctico. Para éste son esenciales ante tocio aquel l as cir­
c un stancias que puedan intluir en aclarar o en dificultar su tarea especial.
Por importante que sea esta di sti nció n entre la estrategia militar y la
táctica, no es sin embargo una se paraci ón fundamental. Porque la dife­
rencia es únicamente de grado, y se funda me rame nte en la magnitud
de las tareas a cu m plir.
La guerra es un interesante modelo de lucha pero de ningún modo
el único de importancia en la vida de la h umanidad. El mundo, en sus
m ayores o en sus menores sectores, está lleno de luchas. Para demos­
trar esto, basta con extender el concepto de lucha a sus límites natura­
les. Una lucha surge siempre que algo vivo desea l ograr un propósito
en contra de una resistencia.
L'ls pal ab ras viajan en e l cerebro a través de cauces fijos, así que
quién quiere expresar nuevas ideas se ve ob l igad o a ac uñar nuevos
vocablos. U na lucha puede por consiguiente ser denominada aquí
como una 1naquia y viva en el sentido anteriormente indicado, como
e stá vivo todo lo que es capaz de desarrollo y regeneración, ya sea un
animal, una plan ta, una raza, una nación, una célula, un órgano, un
idio ma, un sentimiento, u n a idea y muchas otras cos as.
Muchas pre¡,,>untas pueden surgir aquí. ¿Qué es la voluntad? ¿Qué
significa un propósito? Etc., etc. Esto s prob l em as se plantearon ya
hace dos mil años y todavía no ha si do encontrada una solución satis­
factoria. Aquí no vamos a hacer ningún esfue rzo para erizar los cabe ­
llos con la lógica. En un futuro puede salir quizás 34,>Ún filósofo q u e
exanúne nu evamente estas p re¡,,>unta s y siente unas bases totalmente
ri¡,ru rosas para fundar la teoría de la 111oq11io. Ahora no se pretend e nin­
gún otro intento que el de h acer accesibles al¡,runas con sideraciones y

35
Emanuel Lasker

reflexiones que p ued an tener utilidad para propósitos prácti c o s de l a


vida. Y el autor intenta lograr este fin p or el cami no menos tortuoso.
Debemos en t ende r la es rra tegi a de una moq11ia como la totalidad de
consideraciones que ayudan en su explicación, y que ven an tici pada ­
mente lo que p uede suceder en ello. r ..a táctica es la estrategi a de un e p i ­
sodio de la moqllio.
En cad a 1noqmo hay centros de e fe cto, como soldados, fusile s , caño­
nes, sables, naves, etc. d e una gu e rra . Los vamos a denominar los stro­
toi de una moquio. Cada siro/os tiene, po r regla ge n era l , varios ti pos dife­
rentes de efectos; el efecto es por consiguiente una cantidad m úl ti ple .
La u n i dad de cada efecto que p ueda produ ci rse en una moq11io p uede
ser denominada unjont. El efecto de u n strotos e s por con sigu ien te una
combinación de v a ri o s jonts.
Por poner un e j e mplo, una arma en manos de un soldado p ueden
d ispa rar proy ectil e s que pu eden 36JUjercar cubiertas o pared e s de un
cierto es peso r y p uede poner a los hombres expuestos fuera de com­
bate. U na arma tiene pues un efecto penetrante en un grado m ayor o
menor, po r el que pued e poner en varias circunst<1ncias fuera de com­
ba te a los hombres alcan:i:ados. U n fusil tiene usualmente una bayo ne­
ta pero a veces se ha usado también como garrota, como en una de las
bata l las de Blücher. El fusil rep re sen ta por cunsi¡,,>uiente tres d ifere n tes
tipos de efectos ojonts.
Los strotoi se m ue v en y ac túan en un ambiente peculiar de la moq11ia
al que nosotros llamaremos el campo de la 1noq11io. El nomb re evoca
un cuadro sobre una extensión de e spa cio, aunc1ue el campo 111dq11ico
muy a me nu d o presenta propiedades no e s p aciale s. En una 111aquio de
dos c a nd id a tos q u e a s piran a un mismo cargo, el campo está com­
puesto de las rradiciones, el pod er y los u sos de este puesto y las ideas
que las perso nas tienen de e stas materias. El cam po representa la tota­
lidad de ci rcu ns ta nc i as de la 111oq11ia que n o puede in fl ue n ciarse por los
strotoi. Pero es, no obs ta n te, un factor determinante de máxima i mpo r­
tancia para el curso y el resultado de la 111oq11ia, como se hace evidente
con re specto a un campo de batalla.

36
E s trategi a

La primera y má s importa n te objeción que p odría esgrimirse con­


tra el esfuerzo para fundar una ciencia de 111oq11iologío es la infinita varie­
dad y aparente indeterminabilidad de los eventos móq11icos. Cuando un
sistema de cuerpos ñsicos está sometido a fuer?.as, sus movimientos
resultantes p ued en determinarse por la l e y de d' Alembert. Si la posi­
ción en el espacio y los movimientos de las partículas del sistema son
conocidos en un momento dado y se co no ce n las fuerzas que actúan
sobre él en el curso del ti e m po, el estado de ese sistema a lo largo de
todo el tiempo puede determinarse definitivamente con certid umbre.
Pero en una n1aq11io es diferente. Es suficiente considerar lo que pasa
con una partida de ajedrez para mostrar que, partiendo de una misma
situación de los strotoi, la 1noq11io puede seguir los cursos más variados.
Uno podría pensar que a causa de esta indeterminabilidad u n a maq11ia
resistiría a todos los esfuerzos para sujetarla a la ley y la razón.
Sin embargo, tal objeción estaría basada en una falacia. Cuando se
enfrentan entre sí dos ajedrecistas de escasa habilidad, es evidente que
su elección de jugadas se restringe un poco a causa del propósito que
ellos tienen como objeti v o: el jaque mate.
Donde un ajedrecista mediocre ve diez movimientos para continuar
su juego, un maestro puede ver sólo dos o tres. Éste desecha los otros
caminos como insuficientes en mérito. Cuanto más progresa un buen
ajedrecista en habilidad y p revi s ió n , tanto más se ve restri ngido en su
opción de m ovi mien tos. Es muy similar a lo que sucede en otras
maq11in_s. Si un pianista mediocre toca una pieza ante el público, se ima­
ginará que es capaz de ejecutar su interpretación en una m u l tipl icid a d
de estilos. Pero para Rosenthal o Paderewski sólo existiría una única
manera de interpretar la obra. Cuanto más alta sea la categoría del artis­
ta, menor es su libertad.
Podríamos, sin quebrantar nin¡.,>una ley l ógica, concebir el proceso
de crecimiento hacia la perfección como indefinidamente continuado.
No es por consiguiente ningún absurdo el asumir la posibilidad de la
existencia del estratega perfecto. Tal especie de ente que sólo puede
existir en la i magi naci ón , nunca en carne y hueso, no tendría ni ngu na

37
Emanuel Lasker

l 1 l w 1 1 : 1d. Sus t k·scos de l ogra r un objetivo específico con las fuerzas a


:.11 c lis posiciún, pu¡.,rnando contra los obstáculos, le forzarían a u sar su
hahil idad in finita, la visión y l a sabid uría estratégica como prop ulsores
hacia una línea de acción, la misma que seguiría cualquier otro estrate­
¡.,ta perfecto. Cualquiera que fuese su curso concreto de acción, éste
vendría ya predeterminado.
Llamaremos a los imaginarios seres ideales de este tipo perfecto
111aqueidas. Una acción estratégica de una 111aqueido se ll am a rá eumóqHica.
Cualquier otro tipo de acción es tratégi ca lo designaremos como amó­
quica.
Si el curso de una maq11Ít1 es el eu111áquico, éste viene a re s u lta r pre­
determinado y único.
Pero en esta reflexión hemos admitido tácitamente la verdad de una
suposición que merece ser comentada.
Evidentemente, los propósitos pueden lograrse en una ampli a
variedad de manera s, lo mismo que en los negocios un artículo puede
comprarse por una mayor o menor suma de dinero, o con pago inme­
diato o retrasado. Pero el mejor hombre de negocios es aquel que con­
cluye sus transacciones con la máxima ventaja . Después de una serie de
transacciones su ventaja se medirá finalmente en di nero.
En cada maquia existente en la naturaleza puede dibujarse un para­
l eli s mo similar. En una batalla, por ejemplo, el general realizará una
cierta tare a de tal manera que, finalmente, cuando se ha¡.,ta balan ce, sus
pérdidas en cuanto a los efec tivos valiosos m ilitarmente (stratoi y jo11ts)
sean lo más reducidas posible.
Algo existe, consecuentemente, en cad a 111aquia, que desempe ñ a en
ella el mismo papel que el dinero en los negocios. En la lucha entre
especies vivas ese algo es la vitalidad. N o so tros lo llamaremos la ener­
gía de la 111aquia. Las maqueidos son por consi¡.,>uiente, según su natura­
leza y definición, infinitamente económicas con la energía a su dispo­
sición. Una acción que despilfarre energía sería a111áqHica.
Las maqueidos existen en la naturaleza. Probablemente, los átomos
pueden concebirse como auténticas maqueidas, ya q u e obedecen al prin -

38
Estrategia

cipio de Gauss del "menor constreñimiento" y también a otros princi­


pios que implican que una cantidad -la energía de la 1t111q11io, átomos en
este caso- está en los menores niveles posibles en el curso de sus
movimientos.
Indudablemente, los instintos de plantas, animales y hombres son
m11q11eidos. Las acciones involuntarias de los seres vivientes contra
pequeñas agresiones irritativas tienen un alto grado, pod ríamos decir
casi infi nito, de economía con respecto a la vital idad de sus especies.
Muchos son l o s experimentos que están de acuerdo con esta propues­
ta. Pero permítascnos ilustrar lo que queremos decir mediante algu nos
hechos muy conocidos.
I .a ra7.a nunca hace una puesta en acción de sus resortes a menos

que la resi ste nc ia obli¡,ru e a emplearlos.


Cuando la resistencia cesa, el órgano cuya función era combatirL'I
recibe menores recursos, se empequeñece finalmente y se utiliza para
otros propósitos.
A ningún i ndividuo, ni siquiera a una sola célula, se le permite des­
pl omarse en la lucha por l a vida pero se hace un esfuer.m para com­
pensar a la rar.a. Antes de 'JUC los individuos se mueran por enferme­
dades in fecciosas q u e sean una amenar.a para la raza, se resisten con la
fi ebre y otros mecanismos que debilitan a su a tacan te, que con el tiem­
po pierde su virulencia. Los animales h uyen ante una fuerza sup erior,
pero cuan d o están heridos atacan furiosamente a los enemigos de su
raza antes d e morir, aunque sepan 'lue no tie nen ya nada que ganar con
su acto de venganza. Y una mad re que se en fre nta a la mue rte por su
progenie está luchando realment-e para la raza.
El curso del desarrollo del embri<'>n de una raza cambia muy li¡,rera­
mente con el paso del tiempo. En cada generación el proceso es casi
igual que lo ha sido en la anteri or, y así sucesivamente durante miles de
generaciones. La parte que en la última generación pueda aportar
variando este proceso es sumamente pequeña. Mu)' poco de las expe­
ri encias y las adaptaciones de la última generación son añadidas a la
vida del embrión.

39
Emanuel Lasker

Esto ha ocurrido siempre para que el embrión tenga que atravesar


todos los pasos de desarrollo de su raza, antes de que él pueda Jle¡,tar a
ser un mi embro de ella. Ésta e s la ley filo¡,renética fundamental de
Haeckel, que muy probablemente .puede ha ce rse extensiva. Así, es pro­
bable que cada acto individual d e ver, oler, s a bo re ar, oír, senti r y pen­
sar atraviese en el breve tiempo de s u generación toda s las erapas de
desarrollo a través de las cuales los sentidos y el acto de pensar han
tenido que pasar antes de llegar a ser lo que son. Yo he h e cho obser­
vaciones sobre el proceso median te el cual un ajedrecisra se d ec i de por
una j ugada determinada. Incluso lo s aj edrecistas de mayor nivel actúan
i¡,'llal que lo hacían cuando eran meros aprendices, si se les obl i¡,>a a que
muevan ran rápidamente que no pueden terminar el proceso de razo­
n a m ien to estratégico a través del cual debe pasar su cerebro. Su primer
i m pulso es el de hacer una jugada ar bitrari a, normalmente sin sentido,
el s egund o imp ulso muestra un progreso ligero en el pens a mi en to y as í
sucesivamente a través toda la escala de s u desarrollo ajedrecístico.
Pero no necesito la ayuda de experimentos para demostrar la aser­
ciém anterior. El consumo de energía viral usado para el cambio de
procesos de l a vida instintivos es ahora -y lo ha sido siempre- un míni­
mo, y desde aquí se deriva como nece sidad l!igica que el principio filo­
¡,renéti c o rige para todas las funciones vitales, tanto como para la vida
m is ma .
La capa cidad d e un stratos de servir a los prop<lsitos de la 111aq11eida
depende de dos di fe rentes fac tores :
1. De la intensidad de susjonts en las diversas posici o nes que los sim­
ios pod rían ocupar.
2. De l a movilidad del strotos, o de la habilidad del stratos de adap­
tarse a circunstancias c ambi an te s, o de su facilidad para la transici<'.m de
una tarea a otra.
Un hombre pertrechado con fusil y balas, tumbado detrás de un
montículo de arena que dirige sus disparos hacia objeto s o personas
m óvi les o inmóviles represenra un jont del mismo tipo que una ame­
trallad o ra que domine el mi s mo espacio de terreno. Pero la intensidad

40
Estrategia

de e sta última es m ucho maror. El fuego de u na batería artillera no


q u eda infl uenciado por la pérdida de sus ca Ballo s; peró ·su' capac i d ad
para adaptarse a las circunstancias resul ta ent; mces muy dism in uida.
Un hombre e xp ue s to al fuego del enemigo y que permanece cuerpo a
tierra p u ed e ser a l can zado menos fácilmente que un hombre que esté
erguido. El primero ab so rbe por tanto más fuego que el úl tim o. Este
jo11t del hombre, en igualdad de otros factores, es · inversamente pro­
p orc ion a l a l a superfi cie que queda expuesta.
Un ho mb re que a plena luz esté d e pie en el campo, puede cam i nar
y deam bu l ar m á s prontam en te y pue de usar su vi si ó n con mayor pro­
vech o q ue uno que esté agachado en tierra. Por c on siguiente, la adap­
tabilidad del pri m e ro es m a yor que Ja del s egundo. Un artista tiene más
adaptabilidad, o lo que generalmente se llama versatilidad, s egún el
número de tareas variadas que puede real iz ar con éxito. Los leucocitos
o glóbulos bl ancos se lanz a n contra bacterias o cuerpos extraños que
entran en la sangre. Atacan a los intrusos, l uchan contra ellos, y final­
mente, si vencen, los fagocitan o en¡,'U llen. El número y la energía de
l os glóbulos blancos en la sangre representan una cantidad. Pero la
c apacidad de la sangre tras una invasión, para ge nerar el mejor s uero
espe cifi co para defen der el cu erpo contra un invasor, es p r ueba de la
i nmensa adap tab i l idad de la sangre.
Estos varios ejemplos ilustran lo que las expresiones intensidad del
jont y movilidad o e l a s ti cid ad o inflexibilidad o adaptabilidad de l strntoi
pretenden desi¡,rnar.
Nosotros designaremos alJUÍ la ad aptabi l id ad de un g rupo de .rtrn­
toi con el neologismo or11100.rtio.
Si un gru po de strotoi am ena za a otro, este último no tiene otra elec­
ción que parar el golpe o pe r m i ti rle una ventaja al enemigo. Si, po r
ejemplo, en un enc uentro luchado con espadas, un hombre lanza un
golpe, su an ta¡,ron ista no pued e permanecer inactivo sin deterioro.
Puede saltar hacia atrás, puede mover su c abe za o cuerpo para esqui ­
var o puede detener el go lpe con la hoja de su espad a, p ero en cual­
quier caso está ob liga do a hacer algo que llamamos l a "parada" o s ufrir

41
Emanuel Lasker

por lo men o s una derrota parcial .


De manera semejante, si un hombre asume una pos i ción de estar
presto a efectuar varios golpes con éxito se¡,rún su elección, su adver­
sario tiene que asumir una posición que prevenga la ejecu ció n de esas
amenazas.
Una amena:.:a prevista se denomina p res ión . Mientras la am enaza
exista, parte de la energía hostil debe gastarse en i m ped i r s u ej ec uci ó n .
L a libe rtad de opción dél e n emigo queda disminuida por la presión
sobre él.
Encontrar la eslrntegia de las 111oqueidas es frec uentem e n te una tarea
de ex traordinaria dificultad. Pero hay ca s o s típicos en los qu e p<xlemos
desc ubrir las maniobras de l a eu111aquia. Y más ad e la n te veremos como
se p u ed e demostrar que grup<>S enteros de posi bles maniobras s on
0111áqnicas.
Una fuer.1.a pequeña hacia la que se aproxi m e una fu erza muy gran­
de de berá moverse por el cam ino de menor presión. Cualquier otra
man iob ra sería t1111áquico, porque la· con trapresión de la fuerza pequeña
es ge neral me nte d esprec i able y por consiguiente su estra tegi a tiene que
ser la de vender su vida al m as a l to p reci o. Este p l a n se ejecuta esca­
pándose hacia la d i rección de m enor presión, porqu e entonces las
futuras amenazas del poderoso adversario serán mínimas.
Si la fuerza peq u eña está en una po s i c ión de presión mínima, debe
q u ed a rse donde está. Una posición de este tipo es o una e m bosc ada o
una fortaleza, pero la fuerza p eque ñ a se perderá fi n alm e n te allí, a
menos q ue e l apoyo ll egue a ti e mpo.
A veces puede pasar q u e la fuerza peq u eña ejerce una p res i ón muy
fuerte en su adversario poderoso, si es capaz de atacar ráp id am ente un
órgano vital. En este caso, la fuerza pequeña se habrá movido en la
d i rección de la mínima d i ferencia de p resió n.
Para poder se¡,>u ir literalmente este principio, es nece sa rio tener a
mano los medios para la medida d e pre sió n. Generalmente, no será
di fícil indicar ap roxi m ad a m e nte las diversas amenazas y, p or consi­
guiente, también las paradas i mplícitas que los do s antagoni s tas

42
Estrategia

encuentran en cada punto de su campo máq11im. La presión en un


punto puede ser medida cuantitativamente encontrando lo que debe
constituir la ejecución que uno de los bandos tiene que hacer para asal­
tar dicho punto de una manera e111.11eítpdcu Cuanto mayor sea la necesa­
ria ejecución menor será la presión sobre el punto.
Si A es una fuerza de pequeña intensidad pero amplia 11nnoostia y B
es por el contrario una fuerza de gran intensidad pero de pequeña
annoostia, la estrategia de B es extender su presión por igual sobre una
región apropiada del campo para que su presión sea por todas partes
por lo menos igual a la de A.
La amplitud de su armoo.rtia permite a A concentrar su fuerza rápi­
damente en cualquier punto dado. Por ello, B nunca debe permitir que
su presión en cualquier punto de la regicín que desee dominar sea más
floja que la presión de A
De otra manera, un cambio de tornas sería probable. Si el podero­
so B intentase asaltar directamente al escurridizo A, haría un esfuerzo
vano, pon1ue A habría cambiado su posición en el momento decisivo
para privar al ataque de su mordedura. Por lo tanto, el objetivo de B
tiene que ser el de limitar l a armoostia de A, sometiéndole a éste a una
presión de la que no se pueda evadir. U na región de presión coheren­
te, tal como un anillo, sería preferible a cualquier otra, porque no deja­
ría agujeros para una escapatoria. Al contraer el área de presión, A
podría verse finalmente obl igado a la batalla y sería aniquilado.
Todo esto es cierto en cualesquiera sea la forma del campo máq11iro
e n su manifestación.
Un caso particular muy importante de lo anteriormente dicho es
aquel en que la fuerza A de stratOi ti ene una enorme annooslia para pro­
pósitos defensivos, pero ninguna para la :IJ.,>re sión.
Tal poderío estaría óptimamente establecido en una porción del
campo donde los cambios en la situación de la maq11ia no son desea­
bles y en donde un ataque quedaría refutado. Cuando el momento del
ataque se acerca, habría que poner una presión suficiente en aquel
punto del campo en donde A se ha estacionado para hacer desaconse-

43
Emanuel Lasker

j abl e un ataq ue por parte de B. La me j or po l íti ca para B seria entonces


la de co ncen trar sus amenazas sob re un punto de A de tal manera que
se le obli1,>aS e a una ma ni o bra defensiva que d is mi n uiría la ormoostio de
A Despué s de que la onnoostia d e A haya sido di sminui da suficiente­
mente en este proceso, un ataq u e de B puede rei n ic i arse y no perdería
su meta. Si B tiene otras tareas prioritari as o si es impo sible disminuir
la onnoostia de A por la fuerza , B esta obl igado a asaltar al enemigo
desde una dirección diferente.
Por e j em pl o, tenemos en el campo de batalla sacos de a rena , zan j as
y al ambradas de espino defendidas por una peq ueña fuerza, pero cuyos
a ccesos están e x pues tos a un fuer te fuego de artillería. En aje d rez, una
cadena de peo n es bien apoyada tiene las propiedades de defensa y
movilidad de scri tas antes para A. En los tribunales, el examen cruzado
de un tes tigo hostil es o tro ejemplo.
El caso en donde A tiene una gran unnoostio para el ataq u e , viene
ilustrado en la guer ra por la caballería, lanchas torpederas y submari­
nos. En la lucha de las e speci es, un mosquito es un buen e j emp l o de
una fuerza así. En ajedrez, los caba ll os )' los alfiles en e s peci al juegan
el papel de un A agresivo.
Si A tiene u n a ormoostia ligeramente s uperior a la de B, y por otro
lado aproximadamente la misma in ten sid ad de efecto, e n ton ce s lo
me jo r para A es evi tar la utilización de sus fuer..:as hasta que se h aya
ap mvech ad o de su supe rior onnoostio.
Si A avan za para enfrentarse a B, las circunstancias bajo las cuales A
pod ría adaptarse mas fácilmente que B no ocurrirían. Pero si A se man­
tiene a distancia de B, la presión de B sob re A es muy pequeña y A
podría fácilmente asumir aq ue l cipo de formación de sus fuerzas que le
pe rmities e una ventaj a sobre B. Así que B se vería ob ligado a hacer
conatos de asalto o a escaparse de A; en cualq uier caso, una desventaja.
Como ejemplo, podríam o s pensar en los combates entre caballería
contra i n fan te ría que ocurrían en el pasado. Pero casi en cada ejemplo
de moqNiu se n o s mostrarían es tos asp ec to s.
S upongamo s ahora que hay tre s grupos de stratoi: A, B y C, A y B

44
Estrategia

pertenecen al mismo bando, C es su adversario. A es igual o i ncl u s o


s up erio r en fuerza a C, d e j emos a B c¡ue no tenga apenas ar1n(J()J/ia (un
gigante encadenado, por ejemplo). La mejor estrategia de C seria
entonces la de atacar a B en sus puntos más vulnerables, o al me nos
amenazar con hacerl o, con lo que entonces eje rcería una presión tre­
me nda sobre A.
Este modelo es muy importapte porque su influencia se deja s e ntir
en cualquier situación de una 111aquia. Porque cualquier fuel'?.a siempre
alberga grupos de armoostia relativamente am p l ia y otros de relativa­
men te pequeña, como en ei" caso de A y B.
La demostración de esta proposición es clara cuando consideramos
q ue los stratoi de poca armoostia tienen proporcionalmente a su capaci­
dad para servi r a su causa sólo un escaso pod e r de resistencia y que,
por lo tanto, invitan al ataque de su adversario. De acuerdo con la defi­
nición de una maqueida, no hay c¡ue desdeñar ninguna oportunidad para
ganar ventajas 111ó1plicas. De la misma manera, A no tiene que permitir
que el tiem po en el que C ataca a B tran sc urra sin provecho. Por e l l o,
A concentrará rápidamente sus fuerzas sobre C, muy en particular
sob re las fuer/.as más móviles de C. La b atal la de A contra las partes
más móviles de C seguirá a continuación y en ell a C será en este c aso
el defensor, aunque sea el agresor contra B. Las partes de A y C que no
puedan alcanzar rápi d amen te el escenario de las acci one s serán en esta
lucha apenas otra cosa que meros espectadores. Las maqueidas puede n
casi dejarlos fuera de sus cálculos.
Los tip o s de lucha e nu me rados arriba ocurren rara vez por ellos
mismos, pero en conjunto se presentan en cada tnaquia y en cada situa­
ción de una maqllia. La maniobra de la 1naq1teida será, de acuerdo con
esto, aquella que exponga todos los diversos p ri n cipi os estratégicos ele­
mentales de una vez. Hablando matemáticamente, sus m aniob ra s serán
la res ul tante de las diferentes maniobras simples que escogerían si los
tipos de pos i ci on es fuesen tan si mpl es como quedan descritos antes.
Somos por tanto capaces de esbozar el curso que seguirá una
111aq1tio en tre dos maq1teidas de un modo general.

45
Emanuel Lasker

El grupo de strutoi que en p roporció n a su ca paci dad tiene poca


ar111oostia será el obj etivo del ataque adversario. En una batalla naval,
por ejemplo, los hombres de guerra sobre los que el cañoneo ha empe ­
zado a desbarajustar su maquinaria, o a hacerlos de algún otro mo do
menos cap ace s de movimientos rápidos, atrae rán el fuego del oponen ­
te. Los puntos suj eto s a leve p resi ón hostil, pero en los que son posi­
bles comparativame nte fuertes efectos son particularmente apropi ados
como puntos de d e s canso para los stratoi. Otros lugares serán ge neral ­
mente puntos de t ra ns i ci ó n para los stratoi. Y cuanto más amplia se rá
la 01'1/Jo oslia de u n stratoi, m ayor será la presión que es capaz de resi s ti r,
podríamos decir, de absorber. En caso de un ataque por una fuer-.i: a
superior, la línea de reti rada será aquella de menor pres i ón . Los stratoi
de u na gran armoostia d e fe n si va serán usados para fo rmar un muro
coh e rente que solo con dificultades pueda ser penetrado, sea un anillo,
una línea, un escudo o un a piel. Su funci(m será la de m ini m i zar el efec ­
to de las fuerzas hostiles móvil e s y fo r mar detrás un espaci o de peque­
ña pres i ón que es muy apropi ado para que s i rva como posicionamien­
to d e fuertes stratoi con pequeña annoostia. Los stratoi de gran armooslia
agresiva intentaran abrir una brecha en el muro enemigo. Vemos todo
esto ejemplificado en la guerra naval. La coraza es el muro, las balas de
cañón son los slrutoi de gran onnoostia agresiva. J �'l posició n de los caño­
nes en cada nave y la de los barcos en su formación se es coge n tenien­
do en cuenta las a n teriores normas. En el cuerpo de un animal, los
órganos más val i osos están situados en los puntos de menor presión.
Y podríamos multiplicar los ej empl os por miles.
Si los e j érci tos de stratoi hos til es están a mucha distancia unos . de
otros, la mtHjlteida, si es incapaz de aumentar el número de s us stratoi r
jonts, se dedicará enteramente a mej orar su organización y a imp ed i r la
organ i zación del enem igo. El propósito de la "organización" es el de
.
aumenta r la onnoostia, por e j emplo procurando que los stratoi no se obs­
truyan unos a otros, sino que tengan un campo li b re para su efecto. El
p ropósi t o es también la for maci ón de una muralla que si rva como
coherente línea de defensa de vanguardia contra Jos golpes de mano de

46
Estrategi a

los stratoi enemi¡,ros más mó v ile s. Cuando las fuerzas hostiles se acer­
quen una a la otra, la tarea de Ja organización qu eda ensombrecida en
im portancia por otras tareas. Pero incluso entonces no es desdeñable.
Por el contrario, en medio del e n fre nta m iento de las armas el proceso
de organizació n es ta rá p rocediend o con rapidez al s umi ni stro de líne­
as de fuerzas de reserva para cuando sean mas necesitadas. Y un pro­
ceso de organización, reorganización y desor¡,•imización tiene lugar
durante el entero transcurso de una 111aquia eu111óqNica.
Es imposible, sin l a ayuda de los principios que serán discutidos
mas adelante, el dar una des cri pción mas detallada y p re c i sa del p roce­
so 111óq11ico, pero incluso el esbozo dado aquí es capaz de enseñar
muchas lecciones. Porque es deb ido a su uso u nive rsal y a la facilidad
con la cual pueden ser aplicadas el que estas máximas tengan valor para
el ciudadano m ed i o. Tanto si un hombre está ocupado en los negocios,
o en el estud i o, o en el arte, o en la vida social , o en el j uego o co mpi ­
tiendo en una confrontación de c o n secuencias graves, será general­
m ente un asunto fácil para él determinar el campo de l u cha l' los sfra­
toi, y el obtener por lo m e nos una idea aproximada de sus efectos y
jonts, de su an11oostia y de su presi ón . Y así, sigu i e ndo los principios
expuestos, sus acciones, aunque ha)'a e stud i ad o la situación un poco, se
aproximarán por l o menos algo a una acción e1U11óq11ica. De ordin a rio,
los hombres a ctúan muy locamente en 111aq11ios que han examinado
sólo por encima. C o meten los errores más elementales en oposi c ión
directa a las reglas antes mencionadas.
Para encontrar ej emp l o s i l ustrativos de lo que se ha dicho hasta
aquí, nos basta sólo con echar una ojeada al azar, en la co rri ente de la
vida. En la esgrima, esta claro que la hoja del arma sirve como mu ro,
que la posición i nici al que los luchadores as umen usualmente se pro­
cura que sea la p osición de máxima ormoostia, que el ojo, muñeca y pie
son stratoi valiosos, mientras que el cuerpo l' la cabeza requieren pro­
tección. La estrategi a de los esgrimidores maqueidos es difícil de deter­
mina r, ya que de pende en cada i ns tante de la movilidad l' del esrado de
fatiga del ojo, muñeca y pie, del movimiento que el arma y la mu ñeca

47
Ernanuel Lasker

e s tén ej ecuta nd o acrualmente, de la n e ce sari a puesta en ejecución para


cambiar estos movimientos y de la situ aci ón de los puntos expuestos.
Para examinar todo ello con p recisión, uno tiene que estudiar las leyes
de acción fisiológicas para el oj o, la m uñeca y los pi e s. Una vez alcan ­
zado este con ocimi e nto, la teoáa de l a esgrima queda reduci d a a una
mera l abor intelectual, que puede expresarse simbólicamente como un
especie de pa rtid a de a jedre z en la cual las acciones de las pi e zas imi­
tan las acciones del ojos, la muñec a y los pies en su campo. Para adqui­
rir destreza en la esgrima es necesari o entrenar al cerebro, al ojo, a la
muñeca y a los pie s para una ejecución rápida y precisa de sus variadas
tareas, porq ue de otra manera, uno seáa capaz de contar cómo se tiene
que esgrimir, pero i n capaz de ejecu tar la estrategia propia.
En el boxeo, es todo muy parecido. Aquí e l puño es la base del ata­
que, l o s huesos del brazo forman el muro; las debilidades son un cier­
to lugar de la mandíbula, nari z y ojos. El ojo y el pie son otra ve7. stru­
toi v ál i dos, como lo son también los músculos del brazo. Algu n os otros
mü scu l os, el peso del cu erpo y fi nalme nte la movilidad de la cabeza tie­
nen importancia; tambi én la muñeca d esempe ña un pequeño papel.
Consideremos la maqllia de un hombre de negocios.
El be ne fi c io que su activ i dad o sus i nversi ones pro d ucen, el tra­
bajo o e l din ero que a h o rran a su com p añ ía represe ntan s u s slratoi
para la ag resi ón. La publicidad de cualquier cl a se es u n ejército de
stratoi mur móvi les que penetran en regi o n es de gran p res ió n . Su
capital y su crédito son s u armoostia, ya que le per m i te n atacar una
variedad de tareas. S u muro contra la i ntrusión es p rin ci p a lm ente
su contabilidad, el sistema que él s i ga y que le p er m i ta detectar al
enemigo más móvil del hombre de n egocio s, que es el erro r y la
o s cu ridad . Los stratoi hostiles más fuertes y más agre s i vo s son las
mercancías más baratas o m ej o res. Otros e nemig o s son las tareas
que el h o mb re de negocio s tiene que resolver, tales co m o im p a r tir
órdenes, obtener pagos de sus deudores y tra n s por ta r su mercan­
cía. La maq11eida hombre de nego ci o s soluciona estas tareas con
a r regl o a l principio d e e co n o mía que será discutido m a s a d el a n te .

48
Estrategia

El campo 111dq11ico es el p ú b l i co consumidor y adquis itivo, sus le y es


y el poder adquisitivo del d i nero.
El postulado del t ra b ajo

En la me d ida en la cual los stratoi cumplen sus efectos sobre par­


tes del campo móq11ico o destruyen o abs o rbe n efectos del enemigo, o
reducen mediante amenazas la urmoostia hosti l , o promueven la meta
común de su e j érci to de cualquier modo, e s tán e j e c u ta n d o trabajo
111óq11i&o_ Este trabajo es una cantidad; no es muy difícil determinar,
por lo menos a prox imad am e n te, su mah>ni tud. Bien es cierto que el
trabajo máq11ico de los stratoi es un concepto mucho mas complicado
que el de las maquias o el de los si stemas fisicos. El trabajo en su sig­
ni ficado físico es u n concepto fundamental, que un fisico sabe como
medir, aunque la forma en que aparezca sea mecánica, térmica, eléc­
trica, elástica o q uímica. En las maq11ias, el traba j o tal como queda
definido aparece en una i n finita variedad de formas. En l a guerra, el
número de impactos efectuados por una lluvia de proyectiles cuentan
como trabaj o. Y si el enemigo queda re st ri ngido en s u m ov i l id ad por
un fuego amenazante, el trabajo es potencial y su val o r podría ser
encontrado determi nando la pérdida infligida al enemigo por s u dis­
minución de pod e r e fecti vo. En el boxeo, el trahajo cumpl i do puede
ser medido por l a fatiga producida por los golpes en los cuerpos de
ambos antagonistas; para ser p reci s o s, por la diferencia de fatiga en
c.ada uno. Y pu es to que cada músculo tiene para el boxeador una valía
diferente -todos los músculos inter v i enen y por ello fatigan al co ra­
zón-, la fatiga en s u efec to re s ul ta nte es, como dirían los matemáti­
cos, una función li neal de la fatiga de los diferentes músculo� d e l
cuerpo. En a j ed rez, la captura de las piezas adversarias, el dominio de
las casillas ele escape del rey enemigo y e l ataque a los cuadros donde
los peones avanzan para s u coronación, cuenta como trabaj o. Los
valores de estas ca tegorías de trabajo cambian con la posición, pero
sólo muy ligeramente. De estos ejemplos, se hace claramente eviden­
te q ue el encontrar una estimación aproximada de la magnitud del
trabajo mdq11ico, es una tarea q ue siempre es po si ble aunque pueda
resultar complicada, y que una aproximación con esfuerzo s uficiente
podría ampliarse indefinidamente.

53
E manuel Lasker

El é x i to de un e jé rc i to de stmtoi depende de su trabajo, necesita


rea li za r e fe ctos para ganar la victoria por la fuerza. Ésta es una ver­
dad que apela a nuestro racio ci ni o con fuerza axi om á ti ca , pero aun­
que resu l te e x traño decirlo, en al¡,runas épocas ha sido d esd e ñad a .
Jes ú s di jo "por sus frutos los co n oceréi s" y s e ñ al ó q ue la bondad de
un homb re no ti ene que ser i nferida de las intenciones que manifies­
ta ni por la propia estimación de sí m i smo, se a poca o mucha, n i tam ­
poco por el juicio q ue o tro s se fo rm e n de él, sino por aq uellas acc io­
nes que sean el resultado de un conflicto en el cual su sentido de l a
j u s ti ci a y de la cari d ad triunfe n · sobre se n ti m i e n tu s de un orden más
bajo. I ncluso en la guerra, el postulado del traba j o no ha h a l l ad o
s i emp re re s p a l d o. En la época de Federico el Grande, el objetivo de
los general es era o b tene r las victorias med iante suti l ezas en las
maniobras estratégicas. E n l a batalla de Le u th e n , los austríacos, en
numero de 90.000, m uch os de los c u al e s no h ab ían di s p arado ni un
tiro, huyeron ante 30.000 prusianos, porque la caballería prusiana
estaba a sus espaldas. r .a creencia en ventaj a pos i cio n al había dege­
nerado en una supersticiém i rrac i o na l . T .a validez de la estrategia, que
i ndud a bl emente ex i ste, había quedado sobrestimada tras una serie de
éxi tos estratégicos bril l a n te s. "Maniobrar" c omo exttemo opuesto a
una s i m pl e y rectilínea b ú s q ueda de efectos 111áqNi&os, puede tener
éxito como es tra tagem a solamente contra un a dve rsari o q ue crea en
e ll o. Pero si fue ran a ado p tar esos m é todo s corirra un Napoleón, los
re sul tad o s no ofrecerían d ud as.
Otro ejemplo es el Rococó.
Quizá está en la natura l eza d e l a mente h umana el que un a fuer;: a
me n tal , al i g u al
q ue un pé nd u l o, no pierde i nme di atamente su ener­
gía una vez q ue h a em pezad o a actuar, cuando alcanza el punto de
equilibrio. Hay que d ar ti em po a la fuerza de retroceso p a ra contra­
rrestar a la fu erza i mp u l so ra de que se alcance el p u n to de re poso. Y
en ton ce s el p roceso se re pite a sí mismo en ord e n i nvers o. En arte,
t al lucha entre l as cosas q ue hay que expresar y las formas de expre­
si ón ocurre conti nuamente. En el per íod o d e l Rococó, l a forma

54
El postulado del trabajo

externa en la que s u literatura, su pin t u ra, s u música y sus diversas


obras d e arte aparecieron era original, i ngeniosa y en cierto sentido
bella. Pero e s taban vacías de contenido y debido a esta fal ta de pro­
p o rción fracasaron en el intento de mantener o incluso de estimular
el interés. En la época ac tual , una obra de a r te debe transmitir un
mensaje y tiene que hacerlo en té rmino s simples y directamente apro­
piados al tema a tratar. Tiene que co nm ov e r y e m oc i o n a r.
El genio de la 111aqNeido radica en la capacidad d e obtener con su
ejército de strotoi el máximo de trabajo 111áqNico. Por consi!,>uiente, la
111aq11eida se esfuerza en cada mome n to y con cada maniobra en la
obtenció n d e resultados. Si, por e j e mplo, las debilidades del oponen­
te son grandes y su ar111oostia es por ello pe qu eña , la 111oqueida le obli ­
gará a una acciün enérgica. Y si el adversario mantiene una posición
fuerte, la 111aqueida debilitará s u 01'11/0ostio mediante efectos ame n az an ­
tes. f-'ls maniobras de la 111oqueida e stá n calculadas en todos los casos
pa ra alcanl'.ar trabaj o 111áquico.
La magni tud del trabajo que puede cumplir un grupo de stratoi
b aj o todas las cond iciones variables posibles q ue pudiesen presentar­
se en una 111aquia es un índ ice del valor l!l(Íquico de dicho grupo y
puede llamarse brevemente su valor.
Con esta definición no h acemo s tergiversación de la palabra .
Aunque al mundo no le !,>uSte poner una medida inmutable cuando
hay que determinar el valor de personas e insti tuciones ¿quién discu­
tiría que la única manera fundamentalmente o b jeti v a para establecer
valores para las cosas es rel acionarlas con la capacidad para trabajar
o para real izar trabajo q u i en posea estas cosas?
El trabajo obtenido de un grupo de stratoi por la 111aqueido durante
la maquio está en proporción al valor de este grupo. Esta proposición
es susceptible de una demostración rigurosa. Supongamos que al
comienzo de la 111oquia, estando e l e n e migo m uy lej o s, la 111aq11eida
tiene la e l ec ci ú n de incorporar a su ej é rc i to uno o dos grupo de stra­
toi, A y B. Sin duda, se decidirá a favor del grupo de stratoi que tenga
la mayor capacidad para el trabajo, puesto que A y B son útiles solo

55
Emanuel Lasker

en la medida en que ayud e n a s ol uci o nar las tareas máquiros. Pe ro la


maqueida no se pue d e e quivocar en su p redicció n , ya que po d ría si
quisiera pre de c i r el transcurso c o mpl e to de la lucha que se aproxima;
por ello, en esta lucha usará la mayor ventaja del grupo de strotoi con
mayor valía.
Denominaremos a esta prop osi ció n como postulado del trabajo o
principio de valía.
En o rd en a obtener los mayores resultados de un ejército de stro­
toi, las tareas de menor importa n ci a d e be rían se r de legad a s a un estra­
to de menor valía. El d e be r de re a lizar una determinada tarea o fun­
ción d i smi n uye la 017noosti" de un strotos pa ra otros propósitos y, por
tan to, su c apacidad p ara h acer otro trabajo.
El ataque hostil se dirigirá prefe ren te m ente contra slmtoi.r que ten­
¡.,ran valiosas funciones a realizar. Ellos tienen por tanto que ser colo­
cados y protegidos también de tal forma que el adversario te nga q ue
ha c er grandes esfu e rzos para apa rta rl o s o an iquilarlos. C u al q u ie r
maniobra sign ifica la puesta en marcha de algo. A cambio de ello, la
maniobra debe aportar una adición a los efectos de l os stratoi, o por
lo menos un ace rcami e nto hacia un e fe c t o mayor. La dismi nución del
efecto de los strotoi hostiles se contabilizará aquí como un resultado
positivo. En l a maniobra e111á
11 quica, la proporció n entTe el esfuerzo y .
entre el aumento del e fecto pote ncial es mínima. Cuanto mayor sea
el efecto potencial, m ayo res serán las medidas que e l adversario tiene
que poner en marcha para evitar pé rdidas.
El que uno tenga que mirar todo esto como u n a definición o

com o un axiom a d e pende principalmente del punto de vista con e l


que uno mire estas consideraciones. En cua lqui er caso, la última pro­
posición no admite pruebas.
Q ui e n quiera que reclame cap ac idad tiene que intentar obtener un
resul tado. N i la originalidad, ni la carencia de ella, ni la habilidad de
ej ecutar una tarea si uno q ui si e ra hacerl a , ni las críticas hacia el tra­
ba j o de ot ros, ni el coraje, la autoconfianza o el sentimiento de segu­
ridad cuentan aquí, sino solamente los logros finales.

56
El postulado del trabajo

La m era destrucción de condiciones existentes o la negación de


un a se r to que tiene cred ibil idad o el b l o que o de una e m presa que
tenga apoyo es hacer trabajo a medias. Todas las cosas que existen tie­
nen una justi ficación para su existencia, una "raison d 'étre " apoyan­
te, sin la cual la cosa mo ri ría por sí misma. Tomemos como ejemp l o,
como caso extremo, el in s ti n to de rob ar. Siendo malo co mo es, en
combinaciém con el principio de j u s ti c i a, es un elemento de la fuerza
que ayu d a a crear venturosos comerciantes de l arga visión o a hom­
bres d e es tado v igoro sos y sagaces. Y en una sociedad qu e olvida s u
respo nsabilidad para cuidar de todos sus miembros con un sentido
de j usticia c ar i ta ti va, el ladrón, por el hecho de l lamar la ate n c i ó n
sobre l as necesidades clamorosas, actúa tan benéficamente como u n
dolor en un cuerpo enfermo. Una 111aq11eida procura po r lo que sea
b u eno y antes de aplicar las fue rza s de destrucción, to ma medidas
para preservar lo q ue podría ser de p rovech o en el futuro. En las ofi­
cinas de negocios, en la fa mil ia , en la vida p ública y soc ia l , de hecho
en tod a s las moq11ios, una com pensadora actividad p ro d u ctiva tiene
que i r codo con codo con la ag re siv idad y la desttuccicín.
No es el carácter de un hombre lo que gene ra odio o amor, s in o
el e fe c to adscrito a él.
En la so ci e d ad , hay principalmente dos métodos de re compe ns a:
el de la cap aci dad y e l de los logros. Un logro pued e ser medido.
Descubrir la capacidad de un hombre es una tarea d i ficil. En donde
se h aga la m ed ici ón queda abierta la puerta para m a l as interpretacio­
nes de m o ti vos y para oscurecimi entos de logros.
En una soci ed ad 111oq11eidt1, d e acuerdo con el principio de valías,
a m bo s métodos de recompensa coincidirían con i d é n tico s resultados.
Una sociedad que re co m pensa a sus miembros con arreglo a sus
l ogro s produce ansia de trabajo allí en donde es de mayor u t il idad y,
por consiguiente, se accede de l a forma más rá p i da hacia el estado de
111oq11eida.
Conócete a ti mi s m o, o si no, serás incapaz de d e ci r qué c l a se de
trabajo pue de s real i z ar y qué re comp ens as puedes atreverte a e spera r.

51
Emanuel Lasker

Examina todas las cosas, sin ning una excepción, por sus efectos y
por el esfuerzo que cuestan y valóralas de acuerdo con ello.
El principio de economía

De acuerdo con su na t ura l eza y d e fi nici ón , la lllaq11eida es infi n i ta­


mente económica con l a energía 1uáq11ica de que d ispone. De ahí que
quien inten te acercarse a l a pe rfección de una HltUJNeida ti e ne que ad op ­
tar como principio el no decidirse por una marúobra que traiga venta­
ja antes de haber exam i n ad o todas las demás pos ibl es maniobras, para
dilucidar si posponiendo la menci onada maniobra o si abandonándola
)' deci d i é ndose por otra no se puede d eri var una mayor ventaj a. Esta
p ropo s i ció n es t a n obviamente verdadera que suena a lugar co mún.
Pero, a unq u e parezca extraño, el co n sej o se si¡,rue mu y raramente.
Pued e ser que la perspectiva d e obtener un éxito disminuya las facul­
tades críticas o la causa p ued e ser al¡,runa o tra, pero la mediocridad
s i e mp re cae invariablemente en la trampa de a trapar el éxito inmedia­
to cuando puede ser ob ten ido con leve esfuer.w, aun(¡ue frecu e n te­
a
mente el res u l tado alcanzado está i n fi ni t m en te por d eb a j o de lo que
era po sib le . La ciega codicia para atrap a r una ven taj a es el sello identi­
ficador que la naturaleza ha puesto sobre la mediocridad.
La s ed ucci ó n para actuar prematuramente nunca es tan gra n d e
como c u ando el ad\•ersario p repara un ataque. U no está e nton ces
tentado a efectuar una maniobra defensiva. Pero Ja 111t1queidn se abs­
tiene de tales acciones, a no ser que se vea o bligad a por las manio­
bras e ne mi¡,ra s. Po[(¡ue, por una parte, cada parada c o n su me e n e rgía ,
y por la otra, el adversario ah o rra l a energía que hubiese tenido que
gastar para ob l i!,ra r a la maniobra d e sa lvagu a rd i a y, por co n si¡,ruie n te ,
(¡ueda en d i s pos i ci ó n de d i rigir su ataque contra c ualq u i e r otra debi­
lidad con fuerza considerable.
En c.'lda maq11ia, la p ri m era maniobra de fe n si va consiste en formar
un muro. Como se d ed uce de la an te ri o r consideraci<ln, la 111aq11eitÍ<i no
creará en n i ngu n a parte un muro más fue rte de lo ne ce s ari o para sus
funcio nes y lo colocará can l ej os en el campo hasta que sea escasamen­
te capaz de soportar la pre s ión del enemigo, así que mediante un peq ue­
ño sacrificio el enemi¡, >o podría obligar al muro a retroceder. Pero que
q ued e claro que el peligro sería muy grave si se avanzase mas allá de e ste

61
Emanuel Lasker

punto, porque entonces el enem igo podáa, mediante una acción emnó­
qnica, obtener un triunfo s in pérdidas. Por lo común, no es dificil deter­
minar los puntos donde los muros de los oponentes deben encontrar­
se: tienen que yacer en la línea de iguale s presi ones.
Abstenerse de cualquier defensa mientra s las amenazas del opo­
nente p u ed an ser pa rad as sin preparación es una tarea que e xige cora­
je y aguda i nte l ige n ci a. Antes de que una deci s ión s e i mp onga , el peli­
gro amena z ante tiene que s er analizado con precisión y l a pregunta
de sí el peligro es real o aparente tiene que ser exa m i n ada .
Para que una maniobra defensiva c um p la con el pri ncipi o de econo­
mía, tiene que ser ejecutada con el m enor esfuer.i:o que sea suficiente.
E in cl uso si la maq11eida no puede evitar pé rdi das, sus i ntentos para
satisfacer el pri ncipio de economía obli!,ra a actuar de tal manera que
el s obre peso de s u s pérd i d as en en e rgía sobre las del oponente sea
mínimo. S e re nam e nte, ante la d es dich a que se aproxima, la 111aq11eida
a n al i z a el peligro en pro fundid ad y en c u en tra la maniobra que esté de
acuerdo con l a regla a n teri or. La 111aq11eida por ello no está sometida
al pánico del miedo. Ella es objetiva i n cl uso ante circunstancias que
l a ponen a pru eba .
Esto es de gran i mpor tan cia aunque con mucho mas sentido contra
la estrategia de la de fe n s a e11111óq11ica. S u ponhram os que el de fenso r ocupe
la posición de mayor annoostia, de j émo sl e di spon er sus fuerzas de tal
manera q ue en todas las direcciones por l a s que pueda venir un ataque,
.
su resistencia ten!,>a la misma fortaleza, de mod o que no haya puntos
débiles en su armadura. Pero una vez bajo el fuego, tiene q ue atenerse
a la pos ición e s cogida, inmóvil como un puercoe spín atacado hasta que
se ve a obl i !,rad o a actuar. Y baj o c ualq ui e r circu n stancia, tiene que Sf!,>Uir
l l en o de fe los mandamientos del p rin c i pi o de economía. l lay poca glo­
ria para el defensor. El a!,>resor ex i toso satisface las ansias que ti ene una
multitud por l o e spectac ul ar y rom á nti c o -ya sea la maquia de !,>ti erra, de
arte, de política, de nf!,>ucios o de cualquier cla s e - y por co nsi!,>U ie nte es
reco mpen s ad o con abundancia de h o nore s. En ca mbio, los trajines q ue
en su naturaleza s o n p uramente de fensi vos , tales como la ej ec ución

62
El principio de economía

llena de fe de una tarea o una permanenc ia temporal con tra todo s los
pronósticos para cubrir una reti rada , son a menudo tan efectivas y a
menudo tan heróicas como un asalto brillante a una po sición enemiga.
El a¡,rresor con genio deposita una alta estima en aquel los en quienes
p ued e delegar una tarea defensiva. Se da cuenta de que cada reparti­
miento de fue17.a colocada para que pueda estar lista para parar golpes
potenciales que a menudo nunca tienen l ugar le q ui ta pane de s us armas
agresivas. Sabe que es precisamente su ha bilidad para prevenir amena­
za.� con el mínimo de co nsumo que sea suficiente es lo que le suminis­
tra los medios para segu i r con tácticas agresivas, incluso ba j o di ficulta­
des. Esta misma facultad le permite ver con an telación las maniobras
del defensor y detectar las debilidades del en emigo que le permiten ata­
car con rapidez y con instantaneidad.
A la vi sta de la generalid ad de las co nce pcion e s máq11icas, no tene­
mos que preguntarnos si estas c o ns i deraci o n e s ti en en aplicaci o nes
más a mpli a s de lo que pa rec e a pri mera vista. Las máximas de la
estrategia de defensa no son solamente válidas en un conflicto entre
d o s o más bandos, y reti e n en s u fuer-1.:a, cuando un ho mb re pugna
contra una tarea, siendo por con s igu i e n te de particular valide:t para el
artista y el hombre de ciencia.
En este contexto, los pr i n c ip ios son de interés e s pecia l porque
,

para el artista o pensador a n s i osos s uponen una b r új ula la cual, a


,

p esa r de la i n finita vari ed ad de ca m i n os en l o s que se p ueda adentrar,


le m ue s tra el sendero co r rec to. El a rti s ta domina los resortes técni­
cos de su arte - palab ra s, color, sonidos, materi ales a mo l dea r- y quie­
re cre ar una obra que a fecte al s e nti m ie nto de s u p o s e ed o r hacia un
d e t ermi nad o movimiento. El pe n s ad or ve un enigma y q ui ere solu­
cionar su misterio. El c am po 111áq11ico es l a vida sen ti me ntal o i n telec ­
tual de la s ociedad h umana. La e n ergía de la moq11io de ambos, el a rti s­
ta y el cie ntí fico, es la atención de la sociedad. Fallaría n en su es fuer­
zo s i su trabajo no h ace brota r y mantener el interés de quienes lo
re ci ban y estudi e n . Tendrán éxito siempre en su e mp resa si su idea
remueve y se expresa en toda su entereza con tod o lo que ell o im p l i -

63
Emanuel Lasker

ca, con los mínimos medios. Varamos a suponer que la humanidad


ama instintivamente la verdad sobre todas las cosas, o que odie
esfuerzos superfluos más que ninguna otra cosa. Una idea que esté
claramente expresada y sea económica en su ejecución tiene un poder
irresistible para impresionar a aquellos a quienes va sugerida. Por
otto lado, Ja puesta en marcha de algo que carezca de motivos es per­
cibida como una afectación, casi como un intento para imponernos
una mentira y nosotros invariablemente la llamamos fealdad.
Un escritor preferirá las pa lab ra s cortas a las largas; las palabras
están profundamente enraizadas en nuestro intelecto para aquellos
que han sido educados en un período tardío de nuestro desarrollo y
variedad para la repetición. El escritor usará ideas asociadas para la
transición desde un párrafo hasta otro, y evitará precisiones innece­
sarias que obliguen al l e ctor a pensar agudamente. Porqu e de esta
manera el lector necesita el mínimo esfuerzo para permanecer aten­
to. Un actor cuya tarea sea representar creíblemente el personaje de
un drama con palabras y acciones nunca debe h ace r un es fuerzo en
los gestos o en la enfatización, excepto si con ello facilita grande­
mente la tarea del espectador que quiere comprender al personaje. Si
sobrepasa su papel nos ponemos de mal humor.
Aquellos que contemplan con disgusto los intentos de someter lo
bello a una investi¡,"llción analítica deberían leer las críticas de validez
reconocida que tratan sobre obras de arte y los artistas. El crítico exige
el uso de los medios más simples y una exhaustiva y completa explo­
ración del motivo, condenando c u alqu i er cosa que produzca fatiga
innecesaria. El crítico insiste por ejemplo en precisión, caracterización
aguda y presentación inteligible; lo que exige además se refiere a la des­
treza técnica del artista o a la idea qu e subyace en la obra, pero no a su
ejecución. Nos sentimos por consiguiente justificados para extraer la
conclusión de que el artista creativo debe aspirar por tanto hacia la
futilidad antes que producir efectos por medios proporcionados, tal y
como el principio de economía requiere. La comprensión de obras de
ejecución económica se acompaña siempre de pL'lcer, el cual es espe-

64
El principio de economfa

ci almente intenso si l a ohra es aparentemente no e c on ó mi ca. El e fe c ­


to de l os comentarios chistosos pu ede ser dirigido a esta fuente. A
menudo son aparentemente comunes o contienen aparentes re p eti­
ciones, pero de he ch o son preci s os y aj u s tad os a la diana.
Una obra que tenga una carencia man i fi esta de e c o nom ía y que
con e l l o ilustre e r rores frecuentemente com e ti d o s es s i e m pre h ila­
rante. Los e s fu e rzo s de un payaso o la s lar¡,ras pa rrafad as compu e stas
con p a l a b rns bien sonantes que no tienen signi ficado o las caricatu­
ras s o n e j empl o s de lo d i c h o.
H ace algun o s a ños, Wagncr e scri b i ó un libro sobre la vida si mpl e
que c a u s o una gran i mpresión. Cuando lo vi, la simplicidad en el sen­
tido <¡ue era usada por el au tor fra n c é s era si nónimo de economía.
Una ta rea está e j ecu ta d a " c o n si m pl ic i dad " si ha s i do hecha sin pres­
tar aten c i ó n a n i ng {m otro propós i to. El hombre s i mp l e aspi ra por
consiguiente a alcanzar la econ omía porque un esfuerzo que sea inne­
cesario para el fin que se ha propu e s to a sí m i smo se l e a n to j ará como
un total despilfatT<>- Por la m i s m a razón, podemo s estar seguros
s i e m pre de que un proced i m i e n to co mpli c ado es d eb i do a una varie­
dad de final idades. U na persona complicada tiene, q uizá sin sabe rl o,
otros m oti v os distintos de aquel que nos quiere hacer c ree r que le
está impulsando. Como regla, la com p l icación viene causada por un
des e o a m e nud o inconsciente de llamar la atención hacia po s es i o n e s
re finadas tales como riy u e z a o belleza o rasgos de carácter atractivo.
Pero l a verd ad e ra belleza es simple, pon¡ue se atiene al principio de
ec o nomía. Y como nos di ce el viejo prove rb i o "sim p lex s igi ll um
veri", también las leyes de la naturaleza son s im p l e s_

65
Equilibrio y ventaja

En el desarrollo de un pa<1ucte de deliberaciones, sean llamadas o


no ciencia, tiene que llegar por fuerza el momento en c1ue un deseo
de razonam i ento exacto se haga sentir. l ,a mente, cuando se encuen­
tra con una nueva l ínea de pensamiento, se siente al principio fel i z de
irrumpir y aden trarse más y más en las cosas intelectuales y se siente
dispuesto a jugar con otro cerebro de la misma manera. Pero en el
momento en que una línea de investigaci c'm se sigue con consistencia
y el i ntelecto, echando una mirada hacia atrás, m ide la larJ,_ta distancia
que ha sido cubierra, pierde de repente sus j ueb'Uecitus, l e entra
miedo, desconfía de sí mis m o y teniendo como objetivo el asegurar­
se de que no ha sido defraudado, i nvestiga rigurosamente, lo que
hasta en tonces le habían persuadido y contado, como fácil mente
garantizado.
Este rasgo es muy sal udable, para suprimirlo, tal y como han
hecho muchas naciones en asuncos relativos a religión, costumbres
sociales y tradiciones, tapona uno de los manantiales de los que brota
el progreso y la felicidad. Pero si se le concede completa libertad de
dispersión, si la verdad completa y nada más que l a verdad es lo que
va a admitirse como prevalente, la mente b'll n a poder de conquista,
tanto como f ortaleza para resistirse contra l a s uperstición y los sofis­
mas, porque la facultad crítica, como cua l q u ie r otra facul tad humana,
se r obustece con e l ejercicio.
Sería u n error pensar <1ue un científico como tal carece d e creen­
cias. El hombre que pretendía demostrar toda s las cosas no podría
establecer n i nguna. Cada sistema d e asertos necesita un paquete de
axiomas como cimiento, porque toda demostración es en s u base
solame nte una reducción lógica, una verdad que esté más asequible­
mente brarantizada. Y puede ser tomado como postulado general que
cuanto más simples y más natural es sean esos axiomas, más adecua­
dos serán para el propósito p ara el que se supone están hechos.
En nuestra investi¡,ración hemos l legado ahora a un punto en
donde hay que definir, explicar y estudiar algunas concepciones abs-

69
Emanuel Lasker

tractas. Es verdad que muchas experiencias no han familiarizado con


esas co n cep cio n es,
pero razón de más para encontrar si real me nte las
hem o s conocido bien y si las hemos sop e sad o en su verd a d era valía.
Por consiguiente, ello es solamente de j u stic i a para aquellos que quie­
ren ser críticos, y también para nosotros mismos, si queremos salir de
nuestra situación embarazosa y tal vez ocultar, dudas e incertidum­
bres, para edificar un bloque completo de axiomas s obre el que la
teoría a desarrol lar pueda descansar.
N uestra primera suposición: cuando todos los bandos de un maqnia
están conducidos por moqneidos, ni n¡.,'lln a proposición, sea de la clase
que sea, puede ser bienvenida para todos ellos, aunque podría ser indi­
ferente para todos ellos. Si los dirigentes de los vari o s bandos involu­
crados en la moqnia son hombres, hay razones por las que el aserto no
sea verdadero. Los hombres pueden equivocarse en su j uicio sobre las
co n s ec uenci a s de l a s maniobras móqnicos, r p ue d e n considerar como
una ventaja lo que puede ser al revés. Además, es imposible las más de
l as veces limitar los intereses de los hombres, i n cl uido enumerar todos
los bandos implicados de alguna manera en una moqnia. Pero las
111oqneidos tienen un j ui cio pe r fec to, y sus intereses coinciden completa­
mente con los del bando al que representan en la moqnia.
N u es tro se¡.,'ll n do axioma es el de la conti nuidad. De acuerdo con
un proverbio latino, la naturaleza no da saltos. 1 .a tran sición de un
estado de cosas a otro es siem pre con un continuo. Asumimos que
esto es ci erto también para una 1noqnio y, por consiguiente, establece­
mos el siguiente p ri nci p i o : si en c u alqui er serie continua de situacio­
nes 1náqnicos hay alguna p rop osi ci ón que es bienvenida por uno de los
bandos, cuando l a situación está al final de una de las series y s i en
vez de ser bienven ida es todo l o contrario para el estado de cosas en
el otro final de la s erí e, tiene que exi stir alguna s i t uaci ón intermedia
en la que l a proposición sea i n d i ferente para este bando.
Consideremos ah o ra la sigu i e n te s i tuació n :
Un arse n al esta repleto de armas, hombres, caballos, etc.; para
abreviar, con stratoi de variadas clases. Su comandante ordena a una

70
Equilibrio y ventaja

111aqNeida c u yo nombre es M, el que recl u te de e l l o una fuerza con


s u fi ci e n te p o te nc ia para mantener en j a q u e a un e ne mi go E, que se
s osp ech a tiene intenciones hostiles. Al mi s m o tiempo, le p i de a M
que sea tan ahorrativo en sus dem and as de stratoi como se a pos ib l e.
E es tá mandado por una 111aqNeida, para la cual es completamente
i ndi fe re n te cuantos stratois van a ser aniquilados, mientras p ueda
alcanzar c i erto s objetivos a los que espera ll e¡,J'll r mediante la guerra.
La pregunta es: ¿Qué hará M b a j o estas circunstancias?
Asumimos que, si s e movi lizan todos los stratoi del arsenal, p o d ría
derrotar a E. De otra manera, la pregunta n o te n dría s en ti d o, puesto
que M no podría en ni ngún caso hacer p rove cho so para E el ab s te­
nerse de la guerra. También suponemos q ue si M no tu v ie ra en abso­
l u to fuerzas para op onerse a E, E alcanzaría s u s objetivos.
Por lo que hace a las fuerzas en el arsenal, im agi n e mos que tienen
g rad o s d e pi>tenci a tan variables y q ue pueden ser tan finamente sub­
d i v id id a s, que M puede extraer de ellas c ua lq u i e r deseable cantidad de
jonts de vario ti po. En la vida real esto pod ría desde luego no ser así.
Por ej emplo, un soldado no pod ría ser subdividido, pe ro nosotros
es ta mo s autorizados a la s u pos i c i ún que hemos hecho porq u e la fal ta
de realismo no inval ida el razonamiento l ógi co aplicado a un caso
i magina ri o.
Construyamos ahora cualesquiera series arbitrarias dejo11ts partien­
do de la nada hasta el límite repleto del arsenal. Una proposición de E
para empezar la guerra contra un ejército c o mpuesto por c ie rto s ele­
mentos de esta s series de jo11ts setá bie n ven ida cuando este elemento
e s té en un extremo de las series, )' no bienvenida cuando es té en otro
extremo de éstas, así que en a�>Ún lu¡,J'llr intermedio de las se rie s, de
ac uerd o con nuestro segu ndo axioma, tiene que haber un elemento
que, colocado bajo M, hará que la guerra sea indi ferente para E.
Ese e lemento, hay q ue dec irlo, es el que mantiene el equilibrio
p a ra E.
Si M y E van a la guerra en estado de equi l ib ri o 111tiqNico, ni M n i E
p od tán prol o ngar sus obj eti vo s de ninguna manera, o de otra mane-

71
Emanuel Lasker

ra la guerra seria bienvenida p ara uno y no lo sería para el otro y no

podría ser indiferente para ningu n o de el los. De ahí q ue podamos


decir que en una maq11ia equilibrada entre dos maq11eidf1s ningún bando
puede hacer progresos hacia sus metas.
O dich o de otra m a nera :
En una po si ci ón e qui librada, la l uch a de una 111aq11eida c o n t r a un
general que de vez en cuando comete equivocaciones no puede
redundar a favor del general, no importa cuan ingeni osas pueden ser
s us maniobras.
O de otra manera:
En una posición equilibrada hay defensa suficiente contra cual­
quier tipo de ataque.
Volvamos ahora a la lucha entre M y su enemigo. H abi en d o des­
cubierto por algunos medios el número requerido dejonts que ase�>u­
rarían una maq11ia eq uilibrada, M coleccionará s u ejército d es de el
arsenal y lo colocará entonces en una posición favorable. Para este
propósito, una mente imperfecta habría tenido que i n v e s ti ga r un
ampl io número de ataques que E podría emprender co n objeto de
obtener ventajas; habría tenido para es te fin que analizar e l proceso
m ed ia n t e el cual E o btendría una de las venta j as en cuestfrín, y encon­
trar muchas maneras sobre como detener el av an ce de l o s .rtmtoi d e 1 �
y ento nce s reorgani zar sus tropas de tal manera que puedan parar
fácilmente muchos de los golpes que se av ec i n en . Una n1t1ql/eida
podría segui r el mismo método, pero más exhaustivamente y más
detalladamente, y di sp o n d ría finalmente sus .rtmtoi no en una posicicín
de amplia ormoostia, sino de la máxima po s i bl e .
En una maquia entre dos maq11eidas, se hace a e l l as la proposiciún
de transponer la posici ó n en otra que esté equilibrada, de acuerdo
con el primer axioma que uno de ellos aceptara, y 'lue el otro reh u ­
sara, a no ser que la prop o s i ci ó n sea indi ferente para ambos. En e l
último caso, ta proposición original solamente p uede ser una propo­

sición equilibrada, porque si hubiese algún ataque en esta posición


contra el que no exisóera defensa s u fi ci en te , ello sería una razón por
Equilibrio y ventaja

la que uno de los b a nd os rechazaría la proposición. En el primer


c as o, el ban d o que rehusaría l a proposición ti e ne lo que se llama la
" ve n taj a" y s u anta onista, la "desventaja". En una posic ión equili­
g
brada ningún bando tiene la ventaja.
El bando que tiene la vent a ja puede lanzar un ataque que no
encuentre defensa suficiente. Porque de otra man e ra la posición esta­
ría equilibrada y la 111oqueido no tendría razones s ufi cientes para rehu­
sar la proposición antes mencionada.
Hemos introducido aquí las p a labra s a ta q u e y defensa sin definir­
las. Un ataque es un proceso en el cu rso del cual se obti e nen usual­
mente gra ndes efectos por los 1trotoi de am b o s bandos y en el c u al un
bando a s pi ra a o b te ner cierto p r o pósi to mientras que el otro bando
intenta derrotarh El propcísito puede ser nada más que excl u i r al
adversario de una par te d!!l ca m po ; puede ser tan ambicioso c o m o la
aniquilación de un ejército; puede ser, para abreviar, de d i sti ntos gra­
dos d e valía. En cualquier caso, es tal q ue s u logro ampliaría las metas
de uno de los combatientes.
L'l d efensa o bien previene al agresor de alcanzar su meta o bi en le
coloca ante la alternativa de p agar un pre ci o muy alto por la e j ecu ció n
de sus deseos o el abandonarlos. Tod o esto queda mostrado en las pro­
posiciones antes expuestas, que serían mani fiestamente falsas si el · ata­
que y la defensa s igni fi casen cualquier cosa de mayor o menor entidad.
H ay muchos grados va riables en las ventajas. Di¡.,ra m os que A )' D
son dos moqueidar a n tago n is ta s de las cual es J\ tiene la ventaja; y diga­
mos que se les hace la p rop o sic ió n de que acepten un leve cambio en
sus posiciones. O bi e n J\ consiente, y entonces el cambio sería ven­
tajoso para él y en de trime n to de D. O bien J\ reh usa )' entonces lo
opuesto te nd ría l ugar. O bien la 111t1queido podría quedar indi ferente y
e n to n ce s la sit u ació n no se vería afectada en cuanto a los objetivos de
la 111aquio se refiere. De ah í se deduce lo s igu i e n te : Cuanto mayor sea
la ventaja de un bando, más p rove c ho so es el a taq ue que ese bando
puede desencadenar con éxito.
El pos tulad o del trabajo nos da instrumentos para clasi ficar las

73
Emanuel Lasker

ventajas. El trabajo 111áq11ico efectuado es l a medida del acercamiento


hacia la meta, de lo que se sig ue que el bando que mantiene la venta­
j a puede h acer más traba j o que el otro. Esto p u ed e deberse a dos cau­
sas, al mayor número de trabajadores o a l mayor relevo y sustituci6n
de estos. De ahí que p od a mo s hablar de ventajas numéricas o de ven­
taja s posicionales. Y p uesto que también el desmontaje del trabajo
enemigo cuenta, en la suma total de trabajo e fectuad o, y puesto que el
campo p uede ser u ti l izado como "cobertura" contra los efectos del
enemigo, l a ventaja posicional p ue d e ser subdividida como la debida
al campo o como la debida al mejor atTeglo y di sposición de fucr,rns.
Supo nga m os que los dos ej ércitos hostiles están muy le j o s uno de
otro, d e tal modo que la p res i ón que se ejercen mutuamente es una
cantidad desdeñable. Entonces, la cuestión de cual de l o s dos bandos
tiene la ven taj a puede quedar d e fi n i tivamente e s tabl ec i d a .
Recordando q ue, b a j o e s ta s circunstancias, una 111nq11eida obtendrá
mas trabajo del grupo de stratoi de mayor valía, pod ríamo s decir: en
una 111aq11ia de dos adversal'ios q ue están muy lejos uno de otro, el
ej ército de mayor valía tiene la ventaja.
Consecuentemente, el ejército mas débil tiene que i ntentar con­
trar re sta r venta j as concentrándose en l a naturaleza del campo o e n el
arreglo posi c i onal d e sus dispositivos. Pero si luchase allí donde el
campo no lo favorece, podría obtener ventaja po s i ci ona l sólo si el
ad versari o cometiese un error, porq ue este último posee la ventaja y
no puede ser privado de ella, m ie ntras sus maniobras sean e11mtiq11icn.r.
De ello s e s ih>'ll e : el bando mas débil puede ser obligado a huir o a
buscar refugio en las partes del campo que lo favorezcan.
Todas estas proposiciones son verdaderas solamente en combates
entre maqueidas. No obstante, i ncluso en luchas entre falibles morta­
les son de inmensa utilidad.
El h om b re <JUe en una maquia i mportante tiene que decidir sobre
la estrategia· a seguir confía en su trabaj o mental. Por la i n sp ecci ón y
por c ualquier otro medio accesible obtiene i nformación sobre el esta­
do de cosas y entonces pone en marcha s u imaginación para descu-

74
Equilibrio y ventaja

brir lo que debe temer )' para de termi nar su plan de ataque. Muy a
menudo queda agobiado intentando construir un ataqu e o porque
encuentra que en cada uno de sus in te nto s , por muy ingeni o s o s que
sean, h ay siem pre un pequeño error en al go. También a menudo ve
acercarse el peligro y no puede prever el resultado. I nclu s o si perma­
nece frío y toma las mejores medidas para la defensa, la i ncerti dum ­
bre del resultado final le supone un agobio.
Consideremos ahora la po s i c ió n de este hombre cuando se le hace
ver que su b an d o ti e n e una l i¡,te ra ven raj a. Su incertidumbre y su ago­
bio se borran de un pluma zo. Porque si hay un ataque d i rigido con­
tra su bando, sabe de antemano que por muy p ode roso q u e p ueda
parecer, en la realidad tiene q ue e x isti r en algú n sitio un recurso al
alcance de l a mano que refutara el atat1u e y que posi bl e men te p ued e
infligir u n a decisiva d erro ta a l enemigo. De nuevo, si él adop ta el p l an
agresivo sabe que tiene derech o a es perar alguna pet¡ueñ a ganancia
debido a s u leve ventaja .
O d igamo s que él tiene una leve desventaj a ; se dará cuenta enton­
ces desde el pri ncipio que tiene que evirar acciones agresivas y que
tiene que buscar la segu ri dad en una posic ió n firme. No em pu j ará
entonces su muro tan a lo lejos como su an tagoni s t a. En caso de que
el e nemigo le presione ardientemente, tiene el consuelo de sabe r que
con la mejo r defensa sus pé rdi d a s pued e n como mucho no ser dema­
s i ad o severas, como debe de ocurrir e n proporción a su desventaja,
que es s olame n te de grado leve. El ata q ue del adversari o le propor­
ciona incluso la esperanza de cambiar l as tornas porque en las accio­
nes viole nt a s de un vivaz m ovimiento agre si v o se pu eden obtener
rápidamente grand es efec to s.
En cualquiera de los casos, antes de qu e em p iece su búsqueda
para encontrar la ma n i obra e stra tégica aprop i ada puede estar seguro
de que la agobiante ex periencia de perseguir cansi na y p acientemen ­
te un fantasma no será la suya.
Los m é todos de llevarse a casa una ventaja -siendo como so n
diversos- tienen unos cuantos rasgos comunes de lo s que a conti-

75
Emanuel Lasker

nuación se traza un esbozo, de los que sin embargo no se pre tend e


alardear de precisión o de análisis penetranre.
Si Ja ormoostio del adversario es pequeña y si uno no está apremia­
do por el tiempo, es aconsejable simplemente cortar la retirada al ene­
migo. Esto no debe de ser una tarea d i ficil. El e nemigo se ve enton­
ces obligado a montar un ataque desesperado o a rendirse. Pero si la
ganancia de tiempo es i mportante es necesario conducir un ataque sin
demasiada preparación, El asalto tiene desde luego que d i ri¡,ri rs e con­
tra la mayor debilidad, como se dijo en el capítulo de estrategia. El ata­
que tiene que golpear con rápidas escaramuzas y cada maniobra tiene
'l ue ser calculada para incrementar los efectos i nmediatos de los slrt1-

toi hasta t¡ue se vulnere un punro vi tal tras otro del e n e m igo.
Para llevar a cabo tal ataque es necesaria, sin embargo, una mur
ampl ia preponderancia d e fuerza en los puntos d ecisi vo s. De otra
manera, contra un enem igo correoso )' con cabeza fría, e l atat¡ue
puede acabar en una retirada desasl rosa.
Aunque estemos usando térmi nos bélicos, podemos aplicar estas
consideraciones a propósitos pacíficos, como por ejemplo la i nven ­
ción de una patente. El enem igo es en este caso la dificultad inhe­
rente a la tarea y los slrotoi son nuestras células cerebrales. Cuando el
inventor h a t1uitado de en medio al¡,runos obstáculos, l a ormoo.rtio del
enemigo ha disminuido en el mismo grado. La estrategia correcta es
la investigacicín paciente del p r ob l e ma d e s d e s us disti ntos án¡,rulos, a
no ser que uno esté apremiado por el tiempo. En este caso, lo c1ue
tendrá lugar será una batal la entre las valientes células cerebrales con­
tra el wzudo enemigo en l a cual tiene que h aber muchos desrcllos
heróicos. La tarea es d i ficil antes de que se pueda obtener la victoria.
Si la tJ11tlfJOsfio del enem igo es amplia, es necesario antes de poder
dirigir un ataque contra él rebajar su or111oosfi{/. El que esto sea posi­
ble depende de la situación global y de la movilidad de sus debilida­
des. Incl uso si sólo u n a de sus debilidades puede ser atacada existe
casi la incertid u mbre de una gran victoria. La debilidad atacada
requiere una defensa, Ja fuerza defensiva puede ser atacada, otra para-

76
Equilibrio y ventaja

da s i gu e o b ligadam e nte y así, poco a poco, la ttrmoostia d e l enem igo


q u eda agotada por l a s amenazas. Si a continuación de este proceso
u no dispone todavía d e fuer.las s i n emplear, mientras q ue todo e l
pode r del enemigo ha s i do sacado hacia la acción, se p uede alcanzar
u n a vi ctoria decisiva asaltando con la fuerza d e rese r va un pu n to
v i ta l.
Un ej em p lo de este ti po de maq11io es una dispu ta filosófica o un
c o m ba te j u ríd ico. El bando que d i spone de la v enta j a obli!,ta al ad ver­
sario a someters e a la d ecisión de las preguntas impidiendo así a
a m bos bandos igualmente su selección de argumentos. Al final h ay
algún arg u m ento decisivo c¡ue, abonado p o r la s deci s i o nes p recede n­
tes, ya no tiene respuesta.
El p ro ce s o arriba descri to c.¡ueda g ra n deme n te facili tado si dos
fuerzas adversarias de igual pote n c ia entran e n un conflicto o se
"atra pan" u na a la otra. Y a u m e ntand o la ve l oci d ad, si ellos se an i ­
<] uilanu n o al otro, a no ser que el e nemigo se p rote j a fácilmente e n
un .rtmlos de pequeña armooslia que le pueda llevar a una gran accicín.
El lado mas débi l tiene por ello que evitar la atadura de sus fuerzas y
rend ir mas bien sus debilidades con pequeña ormoostia a su destino en
vez de arriesgarse a un co m p ro m i s o deci sivo hasta c1ue no te nga un a
pos i ción favorable.
En esgr i m a, boxeo, j iu - j its u y otras lu c ha s fisicas, las fuerzas de los
dos combat ientes se "atan" enLTe sí en cuanto se p rod uce la fati!,t a; por
ello es ventajoso para el bando mas fuerte fatigar al adversario, aun­
c.¡ue él se canse también en la m i sma proporción. Puede l og ra r esto
obligatoriamente efectuando m o v i m i e ntos amena;-.antes que requie­
ren p a ra su defensa tanto emp leo de recu rs o s como los c1u e cons ume
el atacante para s u ejecución. Y si el b ando débil h ace un atac1ue, la
mejor po l íti ca del band o que man ti e ne la ventaja en cuanto a fortale­
za no es la de me ra me n te evadirlo, sino más b i en la de aceptar el
golpe, en to d o o en p arte, y responder con uno de igual vehemenci a .
En l a esgrima, sin embargo, tales tácticas s o n de di fícil ej ecuc ió n debi­
do a la naturaleza usualmente peligrosa de las heridas producidas.

77
E manuel Lasker

El p ro bl em a s e com pl ica enormemente si u na gran fortaleza se


e nfrenta a una gran 0r1noostia. Aquí sería incluso dificil d e terminar cuál
d e los band os tiene la ventaja. A pes ar de l a di sparidad de fuerza, la
lucha puede estar equilibrada, como ejempli fica el encuentro de boxeo
entre S ull ivan )' Kilreain. Todo depen de entonces del "muro" que el
bando mas fuerte p uede erigi r y la "presi ón " q ue ejerza; o en l e nguaj e
ordinario, en el entorno en el que la lucha tiene lugar y el terreno den ­
tro del cual lo s ad ve rsa ri os p u ede n lanzar con efectividad sus golpes.
Si el hombre más fuerte p ued e obli¡,>ar con un ligero movimiento al
adversario a un movimiento rápido, ga na en este contexto porque
pued e así ac a ba r a¡,>utando a su rival. Y si el hombre fisicamente mas
débil p u ede l an7.ar go l pes efectivos con la ra pide z necesaria como para
es ca pa rse a un co n t ragolp e, la ventaja estará de su lado. Q u ien quiera
que sea quien te nga Ja ve ntaja, un ataque v i ol ento por parte del bando
inferior, si se para correctamente, solo redundará en pérd ida s para él
porque, como sabemos, l a s uperi o rid ad n1áquica (o ventaja) no puede
ser destrozada si qu ien la m a ntie ne es una 111t1queido.
Cuando el p roceso de debili tar la v i si (m , los pies, l a reflexión cri­
tica, etc. , h a tenido l ugar durante cie rto tiempo, se i n c re men ta n ráp i ­
damente la s oportu n i dade s para
un ataque vehemente. En esgr i m a ,
por ejemplo, l osa d versari o s l'ª m1 p uede n ver con tanta preci si ón o
mover la muñeca con tanta rapidez )' pote n cia como al principio dd
d u e l o y las fue rza s de reserva que ha n tenido q ue se r practicada s
desde el comienzo cesan d e ser n e cesa ri a s, y para el p artid o más fuer­
te sería incl u so u n error continuar co n es ta p olític a . Debería enton­
ces exponerse a sí mismo hasta cierto punto, con la única cond ic i ón
de que la actitud qu e asuma y que el número o la in te n si d ad de sus
amenazas se incremente. Cuanto mayor sea la fatiga de ambos ban­
dos, más p rovechos a será la política de ag res i ón. Por s up ue s to que el
ataque tiene que estar dirigi do hacia J a mayor debi l ida d del antago­
nista, como ilustran los pri n c ipios de estrategia a nterior m en t e
expuestos. Si por e j e mplo u n es padac hín ha l ogra do fatigar l a aten­
ción de su enemigo repiti en do frecuentemente el mism o ritmo de

78
Equilibrio y ventaja

estocadas, debería asal tar las debi lidades correspondientes con gol pes
ráp i dos q ue q u i ebren el ritmo y requ i era n para su p arada exitosa una
rápida concepción.
Consideremos ah o ra una 111aqnio e n la que los hombres se ven
envueltos día a día sin considerarla sin embargo como una l ucha, ya se
trate de la comprensi ón de una verd ad o de la aceptación críti ca de una
i mpresión. Para empezar, estudiemos el campo. El cerebro es un ejér·
cito o rgan i zad o de cé l ulas o, di¡.,ramos, de órganos elementa les de vi d a
tras rec ibir impactos por on d as de materia q ue prod ucen son i d o, luz,
olor o gusto. Un organ i smo que se ha hecho particularmente se n sibl e
por herencia o por adaptación a tales impresiones com un i ca el trastor·
no al cerebro, mediante un proceso electrolíticc1 Hablando en ge n eral
y en términos me nos defini tims, un movimiento que ven¡.,<a desde
fuera, vi a j ando a lo largo de los c o rd o nes nerviosos, produce un esta·
do de conmoc i ón en las células cerebrales. Como los movimientos e n
la natura lel'.a nunca se acaban, la vibración en el cerebro q ue podría·
mos denominar como una idea pasa despacio a través de él hasta que
coloca en movimiento a al¡.,runos músculos para transformarse en una
risa, en un sollozo, en ge stos o e n otros movi mientos. En este proce·
so, la idea original , d i fundiéndose y de h i litand o continuamente, produ­
ce movimientos que se corres ponden con paquetes de otras i deas pero
con intensidad disminuida. J'� stas son las ideas asociadas con el impul·
so origi nal, el cual, pues to q u e a la idea se le ha permitido labrar su pro·
pio camino, cae i nsensiblemente debajo del nivel c o ns ciente. Producen
así el estado de baja conciencia al q ue l lamam os s ueñ tl
Dentro de cada cél ula, la idea crea un proce so químico que con·
sume a lgu n a sustancia que ha d e ser reemplazada por la sang re. Al
actu a r así, la idea sobrepasa una resistencia, porque nin¡.,rún moví·
miento pu ede i n i c i a r otro movimien to sin quedar por ello d ebilitad tl
De acuerdo con una ley b iológica general , cualq uier cambio en la
composición de u n o rgan is m o vivo pro d uce fati ga ; y si la fariga es
gra n d e , produce dolor. El dol or de las cé l ula s cerebrales se m an i fie s ­
ta a sí mismo en caren ci a de atención y p érd i d a de i n terés y, si se agra·

79
Emanuel Lasker

va, en di sgusto. N o te n e mos razón para dudar de que cada idea pro­
duce u n pequeño grado de dolor, porque la naturaleza nunca salta de
un estado a otro, sino q ue los conecta mediante estados de transición
continua. Las cél ulas que o fre cen una fuerte resistencia a la i d ea que­
dan materialmente afectadas por ella y alteradas de tal modo que
pierden su ide n tid ad . El hecho es com parable con otros que conoce­
mos en los cuerpos elásticos. Oscilaran hacia su posición origi nal, si
están sometidos a un leve estiramiento, pero se romperán, o por lo
menos se aflojarán, si la energía del esti ramie n to va mas allá de un
cierto límite de intensidad. De ahí yue la idea, al reformar algunas
células de ¡?;tan res i ste nci a , debilite la resistencia to tal . Y si nos o tro s
quedamos de nuevo s ome ti d os a la conmoción que causa la idea
ofreceremos menor resistencia contra ella . Así que una ide a, repetida
a menudo, pavim en ta por sí misma un camino de menor resistencia,
con lo que su fuerza aumen ta e n grados.
Hagamos ahora que diversas conmocion es se sigan la una a la otra
en una sucesión tan rápida que no tengan tiempo suficiente pa ra ins­
taurar el estado peculiar para cada una de ellas. De ello surgirá un con­
moción complicada que será dolorosa, a no ser que las ideas estén
entre ellas mismas en una relaci ó n armoniosa. Puede servir como
ejemplo una obra musical. Cada noca indivi<l ual es un impulso al cual
corresponde un c ier to estado vibratorio en el centro musical del cere­
bro. Si antes de que cese esta vibración se sobreimpone otra vibración,
la soñolienta, semiconsciente conmoci<'m debida a la primera nota, está
todavía presente mientras la fuerza total del segundo ataque tonal está
desarrollándose. Si el murie nte impacto debido al p ri mer tono puede
a bsorber la e n e rgía del segunao tono, entonce s tenemos ar mon ía. Si se
antagonizan el uno al otro, tenemos entonces discordancia. Lo m is mo
es válido para el color. A cada col or le corresponde otro con el que está
más en armon ía , y esta correspondencia es la mi s m a para todos los
seres humanos. El rojo y el verde, por ejemplo, están así relacionados.
No ha)' razón para d ud ar que podríamos hablar también de olores o
gustos armoniosos, o incluso de armoniosos pensamientos.

80
Equil ibrio y ventaja

Todo esto es igualmente verdadero en la secuencia <le mcl\'imien­


tos cerebrales. Su armonía será tanto mayor cuant_o que la fatihra que
prod uzcan sea menor. La armonía en un sen tido amplio tal y como
la entendemos ª'luí viene por consihru iente apoyada por una selección
j uiciosa del ritmo r por variedad tal que causaría la oscilación de una
mu ltitud de cél ulas y que haría 'lue el agobio sobre las cél ulas indivi­
d uales fuese ligero.
l .as armonías i n tensas producen una especie de rapto, en el cual el
i n t erés queda encadenado a un solo tema que nos coloca e n un
sueño.. Entonces nos encomramos en un país que nunca podremos
dejar sin lamentos, pero ¡ay! no osemos nunca vi sitar ese país sin
pagar el impuesto q ue al final nos exigirá la fatiga.
1 .a armonía, tal como se ha definido aquí, es un concepto aplicable
a todas las artes, a todas las ciencias y a todas las series de acciones 'lue
se pretende sean vistas y comprendidas por los demás. Los hombres
poseen un sentido crítico para la armonía en grados variables. El artis­
ta nato la tiene altamente desarrollada. Un genio creativo la posee y
por ello es igualmente perfecto tomando di ferentes d i recciones.
Tienen en com ún con otros rasgos de los orga nismos vivos que
se desarrolle mediante el ejercicio juicioso y que se em pel1 ueñ ezca
por negligencia. El ejercicio determina la dirección de s u crecimien­
to. Si Rafael, por algún casual, h u biese adquirido en su juventud u n
1,rusto para las matemáticas, se habría convertido en un gran descu­
bridor debido a su sentido de la armonía. Y si N ewton, en su petÍo­
do de desarrollo, se h ubiese vi sto inspirado por un interés tan i nten­
so por el drama como el que tuvo por la investigación i n telectual,
habría brotado otro Shakespeare.
l\·l uy di ferente del proceso receptivo descrito aquí es la actividad
creativa que puede ser denominada en general como "reflexión". Si
un hombre cavila es porque quiere resolver un acertijo q ue le intere­
se. Este deseo le empuja a desconectar su cerebro de las impresiones
externas y a investigar. De igual manern que u n i nsecto ex tiende sus
antenas para obtener una impresión de aquellas propiedades del

81
Emanuel Lasker

ambiente que le i nteres a n , hay un me c an is m o en el cerebro que envía


i mp u l so s pensantes para e s t u d iar los m ovimie n tos correspondientes.
Y al igua l que el in secto detiene su investigación cuando cree que ha
alcanzado su p ropó s i to, así u n a facultad crítica pone su freno cuan­
do la i m agi n a c i<'i n ha sido l o suficientemente activa. Esta crítica ins­
tintiva no solamente e j e rc e la impo rta n te función de d etener el fl u jo
de e ne q,.fa debido al tra ba j o de la i magi n ac i ó n , sino que di tige a ese
flujo mi en tras que está en pro¡,rreso. Por con s iguiente , tiene una valía
tan grande para los logro s como l a ima¡.,rinación. El m ec an i sm o de la
reflexión no qued a en o rden hasta que las facultades c rític as y las
imaginativas se aj u ste n una a la otra.
La fac u l ta d crítica es, como todos los in s tin tos , una m e m o ri a sub­
consciente de a n teriore s fracasos y éxitos, a los cuales la herencia ha
contribuido con la mayor c u ota y e l esfuerzo individual con la menor.
H abiendo descrito el campo y a lgu no de los stratoi, investiguemos
ahora una de las 111aq11ius que pueden tener lugar. Un hombre que no
se di s ti nga por es tar especialmente d o tad o puede s ervi r como proto­
tipo en s u c ará cter de una unidad de la sociedad. Cada una de sus
acciones marcará una impronta en otros y también en sí m i smo. Un
acto SU)'º no puede por m e n os que arrancar una "i dea" en aq uellos
con los �1 ue está en contacto o a l menos en si mismo. Sus rasgos de
goce egoísta, o sacri ficio altruista, o ra.:onamiento s u bj e t ivo o justi­
cia, o s i m p atía y aprecio por otros, o ra pi d e z para c o n d enar u odiar
o vo l u ntad pa ra tra b a j a r, o d i s po s i ci<í n para usar los esfuerzos de
otros, d ete r m i nan sus hechos y éstos a su vez reacci on a n conversa­
mente e n el molde ad o de su c a rácte r. Lo que él ve hacer a los demás
ti e ne la misma infl uencia sobre él. Si su se nti d o de la j u stici a no se
rebela contra las costumbres estableci das que son injustas se afloja su
solidez. Si no lo ejerce, q ueda empequeñecido. Hay u n a irresistible
recip roc id ad inconsciente entre los hom bre s y las c o s a s. Si un hom­
bre intenta alegrar a otros, estos otros sin saberlo i n ten taran a l egra r­
le a él; no hay mentira que pued a d u ran te m uch o ti e mpo pasar el
escrutinio c o n sta nt e que se ejerce silenci osamente. U n hombre que

82
Equilibrio y ventaja

no tiene consideración para la verdad menti cl hasta si se t1 ueda


mudo. La mentira de Ja vanidad, la del miedo, l a mentira maliciosa se
trad u cirán ellas mismas en a cci ó n , y e l observador las pu ed e detectar
mediante un ejercicio n o económico que Je m uestra a la imaginación
de l mentiroso en acción, cuando un hom bre amante de la verdad d.i s­
frutaría del re p oso.
Su deseo de verdad y su sen tid o de justicia, su capacidad para la
simpatía y para el trab aj o son por consiguiente el e men tos esenciales
del carácter d e un hombre. Son in sti n tos capaces tanto de desarrol lo
co m o de degeneracicín. Está en el m arco de l a habilidad de un h o m ­
bre el fortalecer estos rasgos med ian te la adheren c ia a los princi p io
es t ra tégicos. De acuerdo co n la ley de Darwin y e n concordancia con
nuestra e x p li cación p revi a , cada esfuerzo económico en la direcc ión
correcta hace que el s i gu ien te esfuerzo sea mas fácil. Si el e s fue r z o no
es económico, h ay despil far ro de ene r¡,ría vital )' pérdida en eficiencia,
porque el insti nto crítico h a qued ado mal gu iado, al menos en la
medida de es ta ex p eriencia concreta. Así que los po s tu lad os de tra ­
bajo y de economía tienen aquí gran impor tancia .
También las l eye s concernientes a la ventaj a máqNku tienen at]UÍ un
s ignificado. Para ver esto claramente es necesario que hayamos loca li ­
zru.lo e iden ti fi cad o al enemigo. El ene m igo es un dese o de disfrutar sin
haber h ec ho un esfuenm et¡ u ivalen te, y at1uí se presenta en miles de
formas diferentes. Viene robustecido por las tareas que se nos impo­
nen, po r el cuid ad o de nues tr o cuerpo y por el cumplimiento de nues­
tras responsabilidades h ac i a los demás. La va nidad como tal no es del
todo enemisto s a . El
. objetivo máq11ico es el de ser feliz, y ello es imposi­
ble a no se r que seam os felices con los demás, pero es igualmente
i mpo s i ble sin el poder impulsor del amor a sí mismo o de la ambición.
S1ílo en la medida en que la vanidad nos haga i nj ust o s o subjetivos, y
con ello se convierta en un antagonista para el propósito que s e quie ­
ra lograr, tendríamos que encuadrarla como un strutos hostil.
En es ta moqNia hacemos un ataque cuando nos esforzamos para
alcanzar la fel i cid ad . En la sociedad de nuestros d ías me temo que

83
Emanuel Las ke r

ponemos poca insistencia en los sentimientos de alegría. La alegría es


la recompensa de la na turaleza por act u ar acertadamente y es mucho
mejor <1ue c u al q uier otro s usti tuto que el hombre haya inventado
para ocupar s u si ti o.
La líneas maestras de la batalla quedan ahora d i bujadas. Ha)' sen­
deros fáci les para perseguir l a fel icidad con poco esfoer1:0, pero sólo
duran te un tiempo breve. El alcohol , la cocaína y o tros i rri tantes ner­
viosos forman un batal l ó n hostil. ! .os tmtos embusteros o indignos,
pretendidos para obtener ventajas inm erecidas, son orros. Y n ece s i ­
tamos solamente caminar "con el pr ogreso de un peregrino" para
esbozar todo el di sposi tivo ele batalla en su detal lada formación. S i no
nos de fendemos nosotros co ntra ellos, somos los perdedores, porque
una depres ión la compensa la naturaleza, a la cual pod emos i n tentar
trampear au nque no p od a m os lograrlo. Y, l o que es peo r, nu estro sis­
tema de cél ulas cerebrales ta n finamente organizado se d eteriora
como consecuencia de esto. Si, por otro lacio, nosotros no disfruta­
mos del goce cuando estamos legitimados para hacerlo también
come1·emos un error en la 1110q11iu. Y sin analizar mas allá la cuestión,
sabemos por nues tras leyes estratégicas p re v ias con respecto a las
ventajas que cualquier omisión en aprovecharse de una oportun idad
va a estar ligada a un be nefi ci o para el en e m igo en a lguna manera. En
consecuencia, es esencial conocer dónde tenemos una ven taja y
podemos atacar, r dónde tenemos que defendernos y cuándo des­
arrollar nuestras fuer:>.as.
Y, en general, tenemos que llegar a la concl u s i ó n d e que en esrn
mt1q11it1 tod as las leyes estratégi cas que han sid o establecidas, y rodas
las que pueden ser descubiertas en el futuro, tienen que encontrar su
expresión y s u ap l i cación .

114
Suerte
Suerte

Una objeción que p odría exponerse c ontra las conclusiones que


hemos sacado es: ¿Cómo contabilizamos Jos dictámenes de la suerte
que tan a menudo determi nan una luch a? ¿Respondería Vd. con Ja s im ­
pleza de que fu ndamentalmente no ex isten los accidentes? ¿No admi­
tiría que el azar ti ene que ser un factor p ode ros o en la vida mientras no
c o nozca mos los efectos d e tudas las causas? ¿O es Vd. lo suficiente­
mente arrogante como para intentar describir a los superhombres?
Estas cu e s tiones pueden ser le¡,>itimamente preguntadas y pueden
hallarse en las mentes de los lectores de este li bro. Qui;;;á yo d e be ría
haber declarado al principio qué lugar h ay que asignar a este concep­
to inconveniente de suerte y azar. Es verdad que i ncluso una 1ne1t¡uei­
da, si n i mportar su infinita destreza y geni a l idad , puede ser vícti ma de
un ac cid e n t e imprevisto. H ay circunstancias e n d onde e l azar .es un
legislador tan s u pre mo (1ue roda la sa b id u ría que pueda obtenerse por
los h umanos, por muy perfecta 4uc sea , no pu ede p redeci r los aco n ­
tecimientos. Pero, a p e s ar de todo ello, las deliberaciones de los capí­
tulos pre cedente s solamente necesitan una leve m odi fic ación para
responder a todas las objeciones con tal de que tengamos ¡.,rarantiza­
da la le y de l a probabilidad. Y la experi encia ha demostrado que esta
ley pu ed e reclamar por lo menos un alto grado de precisión.
Si en un tablero redondo con un número de a¡.,>ujeros se co l oca
una pelota e sfé ri c a , si el tabl ero y la pelota se ponen en movimi ento
i ndependiente el uno del otro, y si l a pelota no p uede reposar sobre
el tablero debido a su c urvatura, la pelota tendrá que acabar cayendo
en algu n o de los agujeros. Si preguntásemos a un experto en física en
cuál de los agujeros caerá fi nalmente la bola, su re s p u e s ta sería un
mon tém de preguntas. ¿Cuál es la forma del tablero? ¿De qué m a te ­
ria está h echo? ¿ De qué materia está hecha la pe lota? ¿Cuántos a¡.,>u­
jeros hay y cómo son de grandes? ¿Dónde están colocados )' qué
forma tienen? ¿Cuál era l a posici<ín y los movimientos del tablero y
de la p elota al comienzo? ¿ C u ál era la temperatura del cuarto? ¿Cómo
circulaba el aire? Después de que hubiésemos efectuado l as medidas

87
Emanuel Lasker

necesari as y replicado a estas pregunras, el hombre de ciencia sería


capaz de determinar tras compl icados cálculos el trayecto que la bola
tendría que recorrer bajo determinadas condiciones y en dónde ten­
dría que reposar final mente. Pero i ncluso entonces él se habría visto
obl igado a tratar algunas de las causas y circunstancias que determi­
nan el acontecim iento como desdeñables y su resul tado sería por
consiguiente sólo una cercana aproximación. El resul tado obtenido
de esta manera depende de tantas circunstancias variables y cuesta un
es fuerzo ta n desproporcionado a su valor (1ue l a h umanidad se toma
la libe rtad en éstos )' similares casos de tratar todas las causas como
desdeñables y p refiere determinar por experimento cuán frecuente­
mente en un gran número de ensayos, por ejemplo, 1 0.000 pruebas,
caerá la pelota en cada uno de los agujeros, )' se queda sati s fecha con
el re sultado de t¡ue en un mil lim d e ensayos, la pelota caerá 1 00 veces
más frecuentemente en cada uno de los agujeros que en 1 0.000 ensa­
yos, au n(¡ue ello no exprese exactamente la verdad.
Cuando una multi tud de causas determinan un efecto, ese efecto
es enormemente di ferente; cuando una de las causas ha sido ligera­
mente mod i ficada, estamos en el m ismo pred icamento. Y usamos
entonces el expediente de asihrnar una probabilidad a un aconteci ­
miento cuyas causas no podemos o no nos moles tamos en i nvestigar.
L1 "probabi lidad" de que u n acon tecimiento ocurra bajo condi­
ciones fijas es la fracción de una unidad que se nos i ntenta deci r que
supone la proporción de las veces en t¡ue ocurre, con los ensayos
efectuados en las condiciones determinadas. Por ello, decimos que la
probabil idad de que al lanzar un dado m uestre un dos, es de 1 /6,
implicando que si lanzamos el dado 60 veces, probablemente mos­
trará el dos 10 veces y que si lo lanzamos 6.000 veces, probablemen­
te mostrara u n dos 1 .000 veces, etc. Como frecuentemente los acon­
tecimientos importantes dependen del azar, muchos quedan confun­
didos por la aparente i n j usticia con la que la suerte reparte sus recom­
pensas, e imagi n an que u n poder místico determina sus deci siones.
Pero ellos olvidan que a(1ucl que ignora e l trabajo de las causas y

88
Suerte

aun así se atreve a confiar su destino a un e fecto determi nado por


ellas no ha hecho ningún esfuer.m para merecer preferencia ante
otros que estén colocados similarmente. Así que no tiene motivo de
queja salvo en conjunción con aquellos que siguen el mismo azar. Y
si se considera el destino de éstos, colectivamente se encuentra que
está sujeto a las reglas de un j usticia imparcial.
Para ejempli ficar este punto imaginemos que la realizaci<'m ele un
acontecimiento nos proporciona un beneficio y que el fa llo en la rea­
l i :>.ación nos i n fl ige una pérdida. Consideraremos la situación como
una desventaja si la proporción entre pérdida y beneficio está en
exceso a la proporción de que ocurra el acontecimiento con respec­
to a la probabilidad de ll ue no ocurra. Y si las condiciones son al

revés, la situación es ventajosa, mientras que en caso de igu:ild acl en


las proporciones l a posici ón ni merece un sacri ficio ni hay porque
evi tarla. Para fijar las ideas, supongamos que la p ro b a bilidad de u n
acontecimiento es de 1 / 10 , por lo l) Ue la probabil idad de q u e no ocu­
rra es d e 9 / 10 , y l a validez del provecho es 8 y la de la pérdida, 1 .
S i u n hombre, contrariando nuestro consejo, desea someterse al
dictado del a7.ar, puede por supuesto tener éxito. Pero todos los hom­
bres ll ue actúen así, considerados en su conjunto, tendrán que afron­
tar pérd idas. Porque si las anteriores probabilidades se miden correc­
tamente, de entre 1 00.000 de tales hombres, 1 0.000 de ellos serían
ganadores en 80.000 unidades de valor l' los otros 90.000, perdiendo
cada uno una un idad, contrapesarían con creces l a ganancia. Con el
paso del tiempo, estos hombres, aunque algunos de ellos hayan pod i­
do prosperar, habrán, como grupo, dejado en el camino valores que
h ubiesen podido retener si hubieran actuado con el principio arriba
mencionado. Y de nuevo dejemos que bajo similares condiciones el
provecho valga 9 unidades y la pérdida valga 1. La categoría de hom­
bres c1ue harían una acción para evitar el riesgo no estaría, pasado el
tiempo, en mejor posici6n que ac¡uellos lJUe h ubiesen tratado la cues­
tión con i ndi ferencia. Su actividad habría sido pues un completo des­
pil farro. Y, finalmente, si bajo las mismas condiciones el beneficio

89
Emanuel Lasker

h ubiese sido de d iez unidades, aquel lo s q ue hubiesen evitado el ries­


go estarían como grupo relativamente c e rca no a aquell os que hubie­
sen osado ser los p erde do res.
Estas consideraciones no sé>lo tienen que se r ap l i cadas al d i n ero,
sino que se refieren a las más variadas clases de valores. El pionero en
cua lq u ier rama de actividades corre con un gran azar. Ataca lo desco­
nocid o y se expone a sí mismo a pérdida.� en términos de vi t alid a d y
de felicidad para ser recompensado, si es que tiene éxito por la s ati s ­
faccié>n de haber con qui st ado un obstáculo: pa ra el bien social, por l a
estim a a veces de s u s co mpa tri o t as, p o r e l a mor de una mujer más a
men udo y por un poco d e aquellas cosas que S al omón l l amaba vanas.
Una nacil>n que albergue a m uch os atrevidos para las aventuras que
son prod uc t i v a s en el sentido que hemos di ch o será una nac i ón que
cre7.ca; en cambio, otra cuyo s d e sanimado s p ioneros debido a falta de
oportunidades emprend an temas no productivos, se deteriorará. Y una
nacié>n que por cualquier razón h a ya perdido s u e sp íritu emprendedor
quedará finalmente supe rada en un mundo lle no de oportunidades.
Hay un sen ti m ie nto, en al¡,JUnos paíse s, contra el asumir riesgos
que p u eda n ser evitados. El aposta r a fa,·or del aza r sería allí l l am a do
inmoral. Pero si e sto s valores son i n trínseca men te de pequeña impor­
tanci a ¿qué im porta s i acaban . perdiéndos e o siendo transferidos a
otra s m anos? Si son de alta valía ¿ no es también la ga n ancia de la
misma cualidad ? Desde luego, es in mora l inducir a otros a sabienda s
a que asuman riesgos n o beneficiosos -y esta inmoralidad es clamo­
rosa-, pero es sol amente una i mprudenc ia si los ri e sgos los corre uno
mismo.
Supongamos a h ora que en una 111aq11ia e l trabajo de las causas está
tan oculto que ni siquiera una maq11eida puede desvelarlo. ¿Cómo que­
darán influenciadas s us maniobras e s tratégi ca s? ¿Y cómo deben
corregi rse nuestras consideraciones previa s pa ra e nc aja r con estas
cond i cione s alteradas?
La maqueida investigará todas las c i rcun s tanci a s que tengan s ignifi ­
cacié>n para ello. Esto es meramente una ap l icación de l p ostulado del

90
Suerte

trabajo. Allí donde no p ued a discernir las causas de un efecto estudia­


rá por lo m e n os las condiciones q ue lo rod e a n , y harán intentos para
formarse un juicio por inferencia. Pero allí d on d e no p ue de de ningu­
na manera o btener otra in form aci ó n sobre el resultado de un p royec­
to es tará guiada p o r la ley de probab i li d ad e s, corno hemos tenido que
concluir por lo manifestado arriba. lendrá por co n s igui e n te que lidiar
con el probable beneficio derivado de una eje cuc i ún o de una m a n i o ­
bra corno si fuese el beneficio real, y considerará la valía probab le de
una ejecución bajo el m is m o p ri s ma que si fuese la ejecuciém real. Así
que las p rop os i c i one s con respecto a la estrategi a, al postul ad o de tra­
b aj o y a l pr i n ci pi o de eco nom ía per m anec erán corno válidas sola­
mente si la p al abra "probab le" queda insertada e ntre l as p al ab ras tra­
bajo, valía, economía, p res i ó n , debilidad, muro, etc. en cuanto aparez­
ca n . Y, con esta reserva mental, las afirmaciones en el c apítul o de equi­
librio y ventaja mantendrán su validez, porque n ue s tro s razonamien­
tos previos no perd erán nada de su fuerza c ua n d o se baga es te cam­
bio. Y en verdad podernos ir i n cl u s o mas l e jos y a fir m a r que ningún
futuro d e s c u bri m ie nto relacionado con maqnias, cuyos eventos son
debidos a causas que p uede n ser investi¡.,rada.� en p rofund id ad , puede
perder su vali d ez para maqnias allí donde el az ar j uega con s us osci­
lantes ca p richos, con tal de que no se añ ad an nuevos axiomas a los
nuestros propios. Si admitirnos, corno ten ern o s que hacerlo, l a l ey de
probabilidades, c ualqu i e r conc l us ión l <Jgit a , válida en términos de tra­
bajo, ejecución, etc. tiene que permanecer válido si se ap lica a las
111aq11ia.r del azar, con tal de que en vez de trabaj o hablemos de traba ­
jo probable, en vez de ejecución h ab l e m os de probabl e e j ec u c ión , e tc.
Las bestias salvajes tiene n un sentido muy bien desarrollado para las
probab i lidade s. Tienen su ¡,>uarida en los lu¡,ra res m e no s acce s ib le s y
conspicuos, y corno di ríamos en nuestra term i n ología, en los pu ntos
con menos prob able presión. Durante una huida, tienen una m.'l!avi­
llosa habilidad para discernir rápidame nte la línea de menor presión.
Seria interes ante cazar a un animal con dos perros de aproximada­
mente la m i s m a velocid ad y col ocad os a la misma distancia de él.

91
Emanuel Lasker

¿Tomaría el animal la dirección bisectriz del ángulo que forma con los
perros? Muy posiblemente se produci ría en el mismo plano. Y cuando
las piedras, maderos, colinas, montículos están por ahí, el animal selec­
cionaría probablemente la línea de menor resistencia probable, no
importa cuán complicada pueda ser la situación. Los animales son rápi­
dos para extraer inferencias. Un lobo sigue el sendero trazado por una
probable víctima. Si, alertado por su excelente sentido del olfato, pien­
sa que él mismo está perseguido, corre hacia un montículc� no en línea
recta, sino en semicírculo, para enterrarse él mismo allí donde solo
muestra sus ojos, y para mirar si es que su pista está siendo seguida.
Cuando lo h a determinado con certeza, se marcha rápidamente. En la
cacería <le grandes presas tiene una manera típica de solicitar la ayuda
de sus camaradas. En la búsqm.-da de presas, la compañía se dispersa.
Algunos insectos rienen la sabid uría o el instinto de sed ucir a sus
enemigos para que saquen falsas inferencias. Cuando temen un ata­
que fi ngen que están muertos. Cuando el atacante no se deja engañar
por ello h uyen entonces rápidamente. Muchas especies de i nsectos
tienen dos variedades de las cuales los pajaros encuentran una apro­
piada a su gusto y la otra no. Ocurre a menudo que un insecto gus­
toso asume el di sfraz de la otra variedad. Podemos mirar a ésms y a
otras cuestiones rel acionadas como el resultado natural del principio
de supervivencia de los mejor dotados. Pero, sin embargo, sigue sien­
do un hecho curioso cuán grande es l a destreza estratégica desplega­
da por los animales y cuán precisos son en su j uicio de las probahili ­
dades q ue más directamente l e s afectan.
Sabemos que en una 1naq11ia equi l i brada entre dos bandos, cada
posible ataque tiene una defensa suficiente. Si el azar se inmisc uye en
las condiciones de la 1naqNit1, la probable ganancia derivable de un ata­
que que es contrarrestado correctamente será al menos igual a la pro­
bable pérdida. Y si una maqHeida tiene la ventaja, las probables ganan­
cias de su adversario serán i nferiores a SIJS probables pérdidas. De ahí
c¡ue si la maqHio entre los dos se repite frecuentemente, l a 11111qHeid11
será fi nalmente la vencedora.

92
Suerte

La mesa de rul e ta y los j u egos de cartas son ej em p l o s sim p l e s de


este tipo. La ve n ta j a de la ruleta la tiene Ja banca. En consecuencia, la
banca gana si se hace un gran n úmero de a p ue sta s, no importando
las maniobras que lo s j ugad ore s p ued a n ej ecu tar. M ucho s creen que
si¡,n. 1iendo un método apropiado p ueden de rro t ar a l a banca y se atri­
buyen s u éxito meramente a la carencia de sistema y al número de
jugadores. Pero e ste punto de v i s ta es decididamente un error; el
métod o favorito de i n c reme n tar las apuestas después de un a pérd id a
h ace muy probable q u e el jugador c o n si ga u n a ga nanc i a . Los benefi ­
cios a s í obtenidos s o n peq ue ñ o s , y están má s que contra pesados p o r
l a p é rdid a l]UC a veces tiene que prod ucirse en todas las ap u e s ta s, por­
que todos los ac c i d en te s o c aden a s de accidentes, por muy improba­
bles que pudi era n ser, si es q ue pueden ocu r rir, tienen que ocurrir. El
j ugado r q ue aumenta sus apuestas d e s p ué s de l a s pérd idas se parece
m ucho a un hombre que ofrece el porc e nta je de 200 a 1 , cu a n d o
debería apost."lr solamente 1 50 contra 1 . G ana rá frec uentemente pero
será un pe rd edor en el c on j un to de apuestas. El s iste m a inverso de
incrementar la cuantía de la apuesta de azar "con el dinero de la
banca", como dicen los j ugad ores, está i gualmen te equivocado, p or­
que cuanto más alta es la gan a nci a a la que el j ugador aspira, más fre­
cuentemente p erde rá pequeñas can tidad e s y si l a gana n ci a está final­
mente asegurada, no igua l ará a l a suma de las pérdidas. Pero es com­
pletamente i ndi ferente cómo apueste uno. U no pierde probablemen­
te un c i er to porcentaje -en l\fontecarlo un 1 ,5- de la suma tota l de los
riesgos corridos, en cualesqu iera partes y proporciones e i n ter val o s
en que uno pueda hacerlos.
Rn j uegos de c a rt a s, ta le s como Wh i st, Bri dge y Skat, la norma guía
p ara el j u gado r es examinar objetivamente la s i t u ac ión y c o nd uci r se de
manera que maximice la ganancia p robab l e , o si Ja inversa no puede
ser evitada, h acer un mínimo de la probab l e pérd i d a . N o hay dificul­
tades para calcular la probabilidad de sucesos que ocurren en un juego
de cartas, excepto en lo l]Ue concierne a las interferencias que pueden
derivar del juego y al elemento personal q u e pu ede inm i scu i rse e n tre

93
Emanuel Lasker

ellas. Pero en este caso l a cuestión de encontrar el valor de la proba­


bilidad para una situación obtenible es únicamente algo c ompli cado y
de ninguna manera queda lejos de la captación por una mente analíti­
ca, porque las interferencias son, al fin y al cabo, solamente informa­
ci<in, mas una cuota de probabilidad añadida. En todo los casos de
probable ganancia de cualquier maniobra se p u ede encontrar a M,
anotando todas las posibles distribuciones -si las interferencias pue­
den ser usadas como guía, algunas de estas distribuciones serán meni)s
probables que otras, a menos que sean todas igualmente probables­
determinando la ganancia de M en cada una de estas distribuciones, y
e n contrando el porcentaje de todas estas gana n cias.
Y las interferencias se suman a la complicación mediante l a ads­
cripción de un factor mayor o menor a cada di stribución de acuerdo
con su probabilidad i nfe ri d a. El jugador tiene que calcular las ganan­
cias o pérd idas probables de todas las maniobras p o s i b l es y final­
mente seleccionar a que l l a que con ten¡,ra el provecho probable mas
amplio. En la práctica, este cálculo es a menudo muy fácil. El j u¡.,rador
con destrez a ha resguardado en su memoria probabilidades de di stri­
b u ci ón y va conducido por un proceso inconsciente de rápido razo­
namiento matemático que su experiencia ha desarrollado. Skat, Whist
y Brid¡,re son maq11ia.r equili bradas. En co mpañía de buenos jugadores,
si se enfrentan frecuentemente unos a otros en estos j ueg o s, las
ga na ncias y pé rd idas son insignificantes.
Aquí es quizás el lugar de l l a ma r la ate n c i ó n hacia u na debilidad
humana a la que se debe u n a gran cantidad de sufrimiento y que
acentúa fuertemente las ventajas que p ueden derivarse del estudio de
l a estrategia.
Todos los cientos de miles de personas qu e sin beneficio arriesgan
en sus apuestas su di gn idad de seres h u man o s y despilfarran su feli­
cidad son víctimas de un falso concepto. Uno podría creer que son
impulsados meramente p or un espíri tu de riesgo demasiado fervien­
te. No es así. Es la creencia en un sistema que ellos han encontrado
)' que les da alas. Yo he di scutido con cientos de personas que esta-

94
Suerte

ban convencidas de la excelencia de algún método partic ular de apos­


tar a los naipes, a la r uleta, a las carreras de ca b a ll os o a las s u bid as y
c aídas de la bolsa etc.

Pero por más que su e rro r, examinado críticamente; era manifies­


to, no he podido en ninguna oc as ión individ ual tener éxito en tam­
balear sus convicciones. Su sis te ma era para ellos u n fetiche adorado
y ellos m iraban con muy poca amabilidad a q u ien lo cri ticase.
En su corazón, cada j uga d o r empedernido adora a un íd olo así,
aunque como un i ncrédulo lai c o pue d e en o casiones cambiar sus dio­
ses. U na vez se ha coloc ado su fetiche, el j ugad o r q ueda li berado de
su pasión hasta haber encontrado una nueva d e id ad . Entonces la
esperanza de ad qu i ri r ganancias materiales de modo fácil y rápido se
apodera de él otra vez.
¿Es un "sistema" tal al¡,'<.1 distinto de una estrategia fa lsamente
concebida? ¿Es probable que ª'Juel que haya agarrado principios
e strat égi c o s adopte tal creencia?
La s uerte tiene en los negocios una gran aceptación. El gobierno
permi te a las c ompañías de seguros un "beneficio probable" que deba
compensar sus gastos de negocio, pagar el rie sgo de los empresario s
fundad o res y condu ci r a los clientes a una participación en los benefi­
cios. El beneficio probable es con certeza tan cerca no que estas c om ­
pañías, a pesar de accidentes imprevistos, fracasan rara vez. Y el capi­
tal invertido en esta vía de negocios es de una magnitud eno rme.
A un hombre de negocios se le req u iere frecuentemente con la
oportunidad de par t icipar en una aventura comercial cuyo destino no
se puede predecir co n ninguna certidumbre.
N uestros postulados le dirían la mejor políti ca a s egu ir. Si la
em p res a viene total men te determi nada por factores desconocidos,
debería agotar todas las posibilidades para investigar esos factores.
Ac tuar d e otra mane ra sería muy temerario, porque el conocimiento
así obtenido permite a menudo acci o nes vigorosas para obtener una
gran ventaja, por ejemplo en los cambi o s, y en cualquier caso es una
excel e nte línea de defensa contra intentos de fraude. Él tendría

95
Emanuel Lasker

entonces L]Ue calcular el probable beneficio de la empresa }' compa­


rarlo con cualquier otto uso que pudiese h acer del trabajo, capital y
crédito a su disposición. l .uego de esto, tendría que guiarse única­
mente por la magnitud de esa posible ganancia, sin que importen las
tendencias de sus inclinaciones o los consejos que se le puedan dar
sobre temores indefinidos.
Las coincidencias y los acontecimientos de escasa probabi lidad
nos asombran y nos i mpresionan, porque estamos inclinados a creer
LJUe la probabilidad es el porcentaje de realización de un desafío. Y si
un tenue r uido, como el tTemolar de las hoj as, el ulular de un búho u
un breve cambio en la ilumi nación, por ejemplo el paso de una som­
bra, acompaña a un acon teci miento improbable, se engendra una
curiosidad mística, )' Lluedamos temerosos e intensamente sensitivos
en esos momentos, especialmente si estamos solos o en la penumbra.
Esta pecul iar sensacir'm c¡uc es al mismo tiempo política )' religiosa,
un e s calo frío y una delicia al mismo tiempo, particularmente en muje­
res, es una reliquia que nos ha dejado u n i nstinto que una vez fue
poderoso y que ahora está enani zado, por negligencia. H ubo un tiem­
po en que la evolución del hombre, cuando la h'll erra y la caza e ra n su
ocupación constante, cuando él mismo era a me n udo cazado, y cua n ­
do la armonía con los espíritus del bosque era de la máxima valía en
la l ucha p o r la v id a . El acercamiento del enemigo er a silencioso e invi­
sible. Solo leves ruidos, la rotura de una rama, el graznido de un pája­
ro asustado o L] ui z á sombras ttanseúntes anunciarían su llegada. De
ahí L]Ue el oído estuviese entonces entrenado para captar esos ruidos,
el ojo para captar esos movimientos en la som bra , }' un instinto con­
j untado en sus centros nerviosos con el sentido ele la propia supervi­
vencia. En sus requeri mientos para una mujer, el varón tiene a menu­
do que seguir las mismas tácticas de agresión que en la caza. Evi tará
dar u n indicio sobre aconteci mientos i m probables en el entorno,
esperará con aliento contenido un accidente imprevisto como la rup­
tura de una ra mi ta seca y, finalmente, cuando su rapto esté su ficiente­
mente cercano, se lanzará al ataque.

96
suerte

Habiendo cambiado el entorno, este instinto ya es inútil p:ir:a l.1


lucha de la existencia )' está decayendo rápidamente.
Pero un órgano o un instinto que ha sido un vez poderoso, a u n
q u e sufra por la negligencia, dejará siempre detrás una h uella de su
exi stir.
Eso es por lo que la ocurrencia de un acontecimiento muy impro­
bable atrae nuestra atenci(m y él mismo se nos sugiere como una
revelación de un a fuerza m i steriosa de gran poder.
El principio de la justicia y de la lógica

Imagi nemos ahora un extenso campo de variado contorno en el


cual dos ejércitos se encuen tran en baralla. Tracemos una col umna
haciendo fueg o, luego avan zando a paso li¡,>ero, luego p ará n d ose para
de rodi llas volver a h acer fuego. Entonces vendrá el encuentro cuer­
po a cuerpo con la bayoneta, la caballería a todo galope con impa­
ciencia para usar la lanza y el sable, soldados cubriéndose en el terre­
no y d isparando con precau ci ci n , torbellinos de balas y de p royectile s
volando ad onde quiera que pueda ver el ojo. Fanrascemos que h abla­
mos con el general que está sigu iendo con su e st ad o mayor los acon­
tecimientos con el máximo interés, estudiando los prop<isitos y trans ­
m i tiendo órdenes. Este cuadro nos puede servir como alegoria de
una 111oq11io.
1 lemos expuesto el problema para analizar la situaciún y pa ra leer
los pensamientos del cerebro del general.
Los dos bandos van a ej ercitar continuam ente acciones.
Consideremos los s ucesos en la 11taq11it1 en u n pequeño inte r val o de
tiempo, o digamos la mil lonésima parte de la duración d e u n segu n­
do. En to n ces , unas pocas balas vol aran a través de u n pcyueño espa­
cio, unos pocos m úsculos harán un inocuo movimiento, un hombre
se caerá, u n disparo se preparará, el cerebro del general e m p ez a rá a
formarse un concepto estratégico, los suministros de municiones
empe7.aran a acudir desde un pequeña distancia, etc. etc. l .os cambios
en la situaci6n serán muy pequeños.
La toralidad de todos los pequeños movimientos de un bando
puede ser llamada una "pequ eña maniobra". En cualquier mo v i m ie n ­
to, amb os bandos ejecuran por ello una pequeña maniobra que descri­
be, minuciosa y exactamente, los cambios que tienen l u¡,rar en ese
momento.
Los efectos de la 11toq11io tienen una dirección b i e n definida. El
fuego de cada arma y de cada batería está dirigido donde los objetivos
son densos y c ercanos ; si la lucha es e11111áq11ico, todas las fuerzas están
e nredada s h acia la dirección donde pueden obten er los mejores resul-

IOI
Emanuel Lasker

tados, y si el contexto es aproximadamente eu111dquiro, esta condición


será aproximadamente existente.
En consecuencia, la pugna puede ser dividida en una serie de pug­
nas menores. Aquí combate un hombre contra otro hombre, allí un
número de hombres contra otr o número de hombres, una batería con­
tra un escuadrón de caballería o una batería contra otra batería, etc.
En cada i nstante, cada unidad de la fuerza tiene una región circuns­
crita de actuación donde puede aprovechar su poder en su ventaja.
Dividamos ahora el combate en tocios sus combates parciales. Su
número puede, por supuesto, variar enormemente. Por mor de Ja bre­
vedad )' la precisión ha¡.,>amos que sea igual a 100. U n centenar de gru-
pos de un bando, designados como A l , A2 . . . . . . A 100, conrienden con-
tra 1 00 grupos del otro bando, designados como B l , B2 . . . . . . B 100. Al
dirige sus efectos hacia B 1 , i\2 hacia 82, etc. ¡\ 1 no dirige sus efectos
hacia B2 porque B l , en el tiempo y en Ja posición (1ue estamos consi­
derando, ofrece para Al una oportunidad mejor parn el uso e foctivo de
sus armas que B2.
La batalla queda por consiguiente dividida en combates parciales de
acuerdo con el principio de máximo trabajo 111dt¡NicfJ.
Aquellos batallones cuyo trabajo sea poco y que se ejercitan a sí
mismos levemente pertenecen al grupo de reservas. También ellos
tienen en cada momento una es fera circunscrita de acción, ya estén
en marcha para tomar una posición d e flanco o ya estén colocados
para defender los flancos contra un ataque hostil, o bien sirvan para
ocupar la plaza de algu nos batallones exhaustos. La mejor oportu ni­
dad que se les abra actúa sobre ellos como el imán sobre el hierro,
pero puede decirse que pueden responder a súbitos re(1ueri m i entos
hacia su poder, mejor que las fuerzas que estén mas activamente ata­
readas.
La batalla, después de haber sido descompuesta en el centenar de
batallas Al contra B l , A2 contra B2, etc puede seguirse con compara­
tiva facilidad y comprensión. Hay varias ra7.0nes para ello. El dispositi­
vo no puede cambiar con frecuencia. Cuando cambia, hay algún moti-

1 02
El principio de la justicia y de la lógica

vo o razón concretos o algún i ncidente que prod uce el cambio, y ello


se i mp rime en la mente del general como una fuerza 1ndq11icu de impor­
rancia que él tiene que intentar usar para su mejor ventaja o para una
parali zación. Lo final, pero no lo menos i mpo r tan te en las l uch a s par­
ciale s t\ 1 co ntra 13 1 , etc, c1uedan envueltos un numero mas pequeño,
se ocupa un e sp a cio m e n or, y todas las circunstancias so n más si mples
que la batalla co nsi d e rada en su co nj unt<� Se p uede asumir c¡ue el gene­
ral tiene un conocimiento profu n do sobre cómo d ebe n desarrollarse el
ce nten a r de batallas parciales, porque nuestra com p re n si ó n siempre
procede desde lo c1ue es si mple hacia lo c¡ue es complicado. Los asun­
tos c¡ue pertenecen a la contienda de A1 contra 131 tienen q ue ser para
él de na turaleza elemental, si es <)UC él está dotado para su cargo. De
ahí que p od am o s denominar a las contiendas ¡\ 1 contra B 1, etc, las
contiendas e l e me ntale s de la batalla.
D igam os <Jll<: Al es superior a B l . Sabemos entonces c¡ue Al dis­
pone de los m edi os para llevarse la ventaja a ca s a ; B 1 se encuentra por
consih'Uiente bajo una p re sió n c¡ue fi nalmente le obl igará a una posi­
ción forti ficada o a una huida, a no ser <JUe la co ns i d e raci ó n hacia sus
camaradas influya en sus acciones. Si s u conducta fuese egoísta , el efec­
to de A l , absorbido por 131, c1u ed aría li bre para d i rigi rse contra B2,
83 . . .. y obligaría a n u e vos alineam ientos de las tropas, con gran detri ­
mento para el bando 13.
Por consiguiente, B 1 t i e n e no s<ilo que ah'l.mntar la pre s ión de .A 1 ,
sino ta mbi é n ejercer una función para e l beneficio del conjunto.
A 1 tiene tamb i én sus restricciones. Si no hace otra cosa más c¡ u e
usar su ventaj a contra B 1 de manera e111ndq11icu sin consideraciones de
otra clase, su superioridad Hc!,rara a casa d em a s i ado tarde o sin haber
sido lo su ficientemente i nci s iva . Al tiene por tanto c¡ue obedecer ta m ­
bién una restricción altrui sta c¡ue dep ende en su carácter de las exigen­
cias de la si tu ació n global .
Teniendo Al la v e ntaj a sobre B l , a no ser que Bl retire o camb ie
su posición, hay c¡ue llevarle apoyo c uand o A1 emplee sus fuerzas al
máximo de su capacidad. En la l ucha e l e m ental de Al contra B l , el

1 03
Emanuel Lasker

bando A tien e por ello una "amenaza" contra el bando B y u n a de las


funcio ne s de B2, B3, etc, es la d e parar esa amenaza.
Como consecuencia de l as varias ame nazas y contraamenazas, se
tienen que efectuar maniobras para contraatacar, para proteger, para
preparar, etc.
Cada maniobra está com p uest a por s eries de peq ueñas maniobras,
y cada una de éstas consiste en el cen te nar de partes debidas a la acti­
vidad de A t .. . .A t oO, o B 1 ....B100, y po r eso se llaman el ementales. Si
la confrontación e n tte A 1 )' B 1 evoluciona de acuerdo con sus propias
leyes, se la denomina "natural".
F.sta palabra se usa si emp re para hacer notar que h ay en progreso
un proceso bien conocido a través de líne a s normales. Pero si por un
accidente, por un esfuer¿o extrao rdi n ari o, o por una maniobra im pre­
vista, queda im ped i da la evol uci ó n natural de una elemental con ti e nda,
tiene t]Ue haber una a¡,'lld a discontinuidad e n las pequ eñ a s maniobras
elementales de Al y de B l , de l a cual se e nvi ará inmediatamente infor­
m aci ó n al general .
Para comp re nder la difere nc i a entre pequeñas man i obra s elementa­
le s y las otras, inve s ti¡.,'ll em o s las peq ue ñas maniobras más a fondo.
Con cada pequeña maniob ra, s e correspo nd e una peq ueñ a puesta
en realización. Si se mueven los m úsculo s, el corazón se fati¡.,ra en pro­
porción al consumo d e e n ergía muscular. Si la a tenc i ón se dirige hacia
un objeto concreto, cuesta tiem p o y cue s ta también sobrecar¡.,ra ner­
viosa el dirigirla hacia otro objeto. Con las de sc aq,>as de di s paros q u ed a
disminuido el a copi o d e proyec tiles. Si uno se ap roxima al enem igo, el
e fecto de sus disparos se hace mas am pl io. Si un bando se hace más
visible para el enemi go, éste pue d e disparar con mayor exactitud.
Cuando se ejecuta una maniobra se hace un esfuerzo fisico, el efecto
del ad ve rsario crece un poco en el transcurso de la acci ó n y fi nal men ­
te se consum en los medios para el efecto. La suma de tod o e s t o p ued e
d eno m i narse "pue sta en realización". Para medirla, tenemos q ue vol­
ve r a l a co ncepció n de " capac id ad ". La capacidad de un hombre arma ­
do con fusil, bayoneta, cartuchos, etc, e s comparab l e con la de o tro

104
El principio de la justicia y de la lógica

hombre que éste equipado similarmente. Es medible con una cantidad.


Depende de varios factores tales como frescum, número de cartuchos,
posición en el campo, etc, )' también varía en función del tiempo. Los
matemáticos dirían que es una "función" de tiempo y de otras varias
cantidades. Una puesta en realización di sminuye la capacidad del
bando que la ejecuta y robustece la del otro bando. La medida de la
puesta en realización de uno es el incremento resultante en la capaci­
dad del enemigo mas el decrecimiento de la propia de uno. Es por con­
siguiente una cantidad que depende del tiempo y de otros factores
varios que pueden ser enumerados y medido independientemente.
Este camb io de capacidades viene acompañado por un cambio en
los efectos. Si uno se ha aproximado al enemigo, los efectos propios de
uno, y aquellos del enemigo, aumentan. Si uno ha buscado cobertura,
se minimiza el efecto hostil. En una posición de flanco, la probabilidad
de hacer blanco es considerablemente mayor que en una posición
frontal, porque los proyectiles atraviesan un espacio más repleto de
objetivos alcanzables.
El resultado total de una pequeña maniobra es, por lo tanto, que en
u na puesta sobre el tapete de la capacidad el e fecto de uno crece mien­
tras que los efectos hostiles se rebajan y en cualquier caso los efectos
sufren un cambio.
Una maniobra es siempre natural si con una puesta en marcha com­
parativamente leve se produce un cambio favorable en los efectos,
pero en este sentido no toda pequeña marúobra e11máq11ica es natural. Si
un escuadrón ataca una hatería, la caballería sufre al principio enorme­
mente, las balas de cañón causan una verdadera carnicería entre ellos.
Pero cuando la caballería 1Iew1 a los cañones la batería está perdida ante
el enemigo. Los artilleros están i nermes ante la lanza o el sable. Es ver­
dad que para encontrar Ja ganancia en efectos al acercarse hacia la bate­
ría durante la cabalgada uno tiene que conocer qué efectos ha tenido
eso previamente. Pero, en cualquier caso, es evidente que las pequeñas
marúobras, para ser e11111áq11ica¡, no necesitan reintegrar inmediatamen­
te en efectos lo que ha costado su puesta en marcha. Los efectos

1 05
Emanuel Lasker

potenciales LJ Ue finalmente han sido llevados a cabo ti enen que ser


t om ados en consideración.
Estos efectos potenciales pasan frecuentemente desapercibidos o
son erróneamente calculados, p e ro de ninhruna manem son cosas mís­
tiL-as o milagrosas que únicamente un genio puede comprender o l]Ue
como imagi nan alhrunos se co n juren entre sí de repente, sino q u e son
cosas que p ueden ser exltaídas por la razón. lln e focto potencial pre­
supone unas amplias valías localizadas de tal manera lJUe no puedan ser
alcan7.adas con realizaciones nimias ni sin atravesar una zona de i nten­
sa presi1ín. Cuando un barco se ha varado lJUeremos echarle unos
cables de manera que l o s hombre s a bordo p u eda n l leh>ar a la orilla con
seh>t1ridad. Si los cables no llegan a a lca n za r al barco, la cosa no sirve
para su propósito. Una mera aproximación hacia el e fecto no es mejor
que el no haber hecho n i nglÍ n csfuer7.o en absolulo. i\lgo pa reci d o
pasa en una 111<1q11ia. Un efecto potencial es aquel <1ue no da reintegros
por puestas en real ización iniciales, s i n o yue de repente en traña una
val iosa compensación en el momento en l)Ue se ha llegado a ciertn
punto. Ello es deb i d o a una debilidad que está fuertemente guardada )'
que podría ser conquistada por una gmn puesta en realizacii">n o, dt" lo
contrario, no pued e ser vulncmda en absoluto. Es una fi > rtaleza con
muros invisibles dentro d e: los cuales hay a l m acenadas grandes valías
111tíquic,1.r, una presa fácil para l¡uien esté en su interior.
Si el proceso de descomposición de la 1naq11i11 puede ser entendido,
si el progreso natural de la l ucha puede ser conjeturado, si las func i o ­
nes i
a cumpl i r por los di versos departamen tos del ejérc to pueden ser

di scernidas, si los efectos potenciales pueden ser medidos, si la fuer7.a


del salto y e l valor del precio pueden ser calculados, q ueda todavía una
cosa para esLUdiar que depende colecrivamente de todas estas circuns­
tancias y que las enlaza con una cadena intelectual. Ese es el plan 'luc
sigue el general. ¿Por c1ué rech aza i nmediatamente un determ i nado
plan propuesto? ¿Por qué piensa en otro plan factible? ¿Por Llué
selecci ona un tercero como ¡,r uía? É sta es l a pregunta yue c1uc..fa por
responder.

I06
El principio de la justicia y de la lógica

A menos que la d e fi ni c ió n de "pl a n" sea estrecha, n o pue de q ueda r


muy de fini da. El plan de una batalla es la lógica de la secuencia de sus
acontecimientos. El p lan de una obra que se va a e scri bir se hace sen­
ti r en su fluidez. H ab la m os de un esquema de color indicando con ello
el intento con el cual los co l o res quedan ordenados. El plan esta for­
mado por este p rnceso. El a náli sis de la situación e s interpre tad o por
el ¡,re neral de tal manera que brote un deseo en él, de acuerdo con e l
cual él se imponga a sí mismo una tarea que considere reali zable. El
p la n de Aníbal en Ja b atalla de Cannas, por ejemplo, era debido a su
creencia de que su i n fantería podría agu an tar la embestida de los roma­
nos du rante más tiempo del que la caballería romana pudiese resistir a
su a taque. Su deseo era por cons iguie n te ocupar a toda la infantería
hostil co n la suya, para dispe rsar rápidamente a la ca b al l ería romana y
atac a r con su s caballos en la retaguard i a, mientras qtie la i n fantería ene­
miga estaba aún comp letam e n te atareada con la pelea del frente. Si lo s
romanos h ubiesen mantenido fuerzas de reserva o se h ubi e s e sembra­
do la con fusión en los c a r tagi ne s es antes de que el duelo de caballería
h ubiese sido decidido, el plan de A n íbal p odría haber fracasado. J ul i o
César en Farsalia e s ta ba con el mismo guión que l os romanos en
Canna.�, pero tenía �a rdados a 2.000 vigorosos ¡,.- ermanos l is tos para
recibir la carga de los ji netes de Po mpeyo, y así obtuvo una victoria
decisiva.
El plan de una 1J1aq11ie1 es parecido a la idea de una obra d e arte o a
la trama del gui ó n de una puesta en escena: es la elaboración de un
deseo que brota de un mo tivo basado en el a nálisis.
El plan determ ina una serie de tareas q ue, de acue rdo con Ja c one - _
x i ó n lógi ca entre ell as, fo r m a un programa . No cua l q uier tarea de l a s
q u e A se i m p o n e a si m i s m o supone un eslabón en la cadena que
constitu ye su p lan . La con t i end a entre A 1 y B 1 tien e sus tareas espe­
c i a l es que son de una nat ura le z a elemental y son consecuencia l ógica
de la s i tuaci ó n entre los dos ba n dos opuestos. Pero si las maniobras
en este combate p arcia l no pue d e n ser explicadas por las exigencias
de l a lucha entre ellos, son i ndicios de que una función ha sido asig-

107
Emanuel Lasker

nada a Al y B l , fuera de su función natural de oponerse el uno al


ouo. Si por ejemplo A l , aun siendo superior a B l , inicia una retira­
da, esta maniobra apunta hacia un plan del bando A, para ejecutar
operaciones agresivas importantes en otra parte del campo o de reti­
rarse del todo. O si Al lanza un enérgico ataque sobre 8 1 , el bando
de A quiere obligar a su antagonista a que aporte socorro a B l , con
lo que se debilitará a los B2 . . . . . B I OO que están compuestos de fuernis
de reserva y las activamente ocupadas. Así que cada maniobra dice
mucho para el ojo observador del general, y es este hecho el que nos
permite sacar el rasgo característico del plan que formaría una
maqueida.
La maqueida tiene la habilidad de leer el plan de su oponente y el
deseo o motivo que subyace en ese plan a partir de sus maniobras. La
maniobra hostil habla para ella en un lenguaje. Son como una discu­
sión hecha por el enemigo que puede comprender y a la cual replica
con sus propias maniobras.
El lenguaje de las maniobras de una maquia, como cualquier len­
guaje hablado, tiene un vocabulario y una gramática. Cada maniobra
elemental es una palabra; una secuencia de tales maniobras es una frase
que expresa una idea.
Al igual que en la literatura de muchos idiomas, las mismas ideas y
las mismas combinaciones de ideas son recurrentes, y las mismas frases
se pueden hallar en las más variadas maquias. Estas sentencias vienen
expresadas fundamentalmente de la misma manera. Para evidenciar
esto, es necesario dejar a un lado todo lo que no sea esencial y conside­
rar únicamente las condiciones características de una maquia. Éstas
pueden detectarse mediante la investigación de las debilidades de los
ejércitos, de los efectos de los stratoi y de la presión sobre los puntos del
campo mdquico.
Una debilidad es una suma de capacidades que en forma de stratoi
está colocada de tal manera que incita a un ataque. La debilidad está
bajo una presión que es leve si la puesta en realización para asaltarla es
recia. La presión de un stratos sobre un punto es indireetamente pro-

1 08
El principio de la justicia y de la lógica

po rci onad a a la puesta en realización que el stmtoi tie n e que hacer para
produci r la unidad de efecto sobre el punt<1
La presi ón de varios sfrgfoi so b re un punto me parece a rrú que no
puede ser más que l a suma de las pre s i o nes ej e rc id a s individualmente
por los slmloi sob re él, pero puede ser menor porque los stmtoi pueden
estorbarse unos a otros en sus efectos.
Hay que hacer una distinción taj ante entre pre si 1)n y efectc1 Un "efec­
"
to está siempre disminuyendo la capacidad enemiga o fuerza. Es indi­
ferente cómo se alcanza esta meta, el efecto p uede ser temporal o tam­
bién permanente. Pu ede crecer o d i s m i nuir con el tiempo, si un punto
no esta ocu p ad o por un simios h ostil no se puede allí gan."lr efectos. Pero
la presión sobre ese punto existe y esa puede ser la razón por la q ue el
enemigo no lo ocupa; atravesar zonas de gran presión entraña pérdidas
en energía 111áqNicg y no estarla j ust i ficada a no ser que haya un provecho
correspondiente en el e fecto o en el efecto potencial. No bay ni nguna
razón por la que un cerebro pe rfecto no d eb a ser capaz de calcular las
magnitude s referentes a esto. In cl uso si nosotros no podemos hacerlo de
mome nto, pod emos, por lo menos, ll ega r cerca de la verdad. En la gran
mayoría de 111oqllios que nos son conocidas -las artes, las ciencias, las
luchas de la vi d a, las guerras, la s competiciones atléticas, el ajedrez, etc­
el cerebro tiene que cu mpli r la tarea que desarrolla el general, y con for­
me crezca su experie nc ia y de st reza , una aptitud que llamamos "juicio"
y que permi te una est i mac ió n rápida y al mismo tiempo considerable­
mente exacta de estas valías. No hay nada absurdo en el concepto de que
este juicio puede ser tan perfecto como lo es en l a 111m¡11eiÓtl. Por ello no
es ilógico asumir la exi stencia de estos valores como cantidades mate­
máticas. Y este aserto es s u fi ciente para nosotro s.
Supongamos que el valor de las debilidades, la presión y el efecto
son conocidos y que las alteraciones de estas ma¡,rn i tudes mediante
todas la s alteracione s p o sib les están tan exactamente cuantificadas
como si un dicciona rio o un cód i ¡,ro tele¡,mífico de maniobras pudiera
se r escrito y se p odría aplicar a todas las mgq11ios, fuese n de la naturale­
za que fuesen.

1 09
Emanuel Lasker

Aquí se siguen algunas se n te ncia s con sus transformaciones en el


l e n¡,ru aj e de maniobras.
La construcción del cód igo de maniobras está basada en las s igui en­
tes consideraciones: no se pued en producir efectos antes de que l a p re ­
si ó n s e h aya concentrado sobre las debilidades. La intención de crear
un ataque puede por tanto ser deducida de puestas en reali?.ación, por
muy leves q ue sean, las cu al es serían innecesarias para propósitos p ura ­
mente defensivos y que apu n tarían al i nc rem e n to de presión sobre las
fuev.as hostiles. FJ p un to objetivo d e un ataque usualmente no está
determinado en las fases te mpran as de pre paraci ó n . Frecuentemente,
cad a bando tiene que escoger entre varias alternativas. Una ope ración
gue se prepara para posibilidades tiene por ello un carácter indefinido.
Su propósito es acrecentar la pres i ón de una vez sobre varios pu n to s.
lA'l preparación 'fue es más indefinida es el desarrollo de la fuerza o la
organización. La correspondiente expa nsión de la presión de los prin­
cipal es p u n tos en el campo es entonces c erc a n a a la uniformidad.
De ello se hace claro 'l ue el intento de agresi ó n p ued e ser di scerni­
do d e sd e el mismo momento de su gestación.
El de fe n sor no desea un cambio en la posición. Él estarla satisfe­
cho, al menos durante el tiempo actual, si n ingu no de los bandos ins­
taura u n a puesta en marcha, pero él puede prever con antelación g ue
su adversario atacará, y l e obligará a retirarse. Po r tanto, se pre p ara para
la resistencia si ve una ventaja en causar puestas en marcha o re traso s
a su e ne m i go y es cuidadoso en ej ec u t ar su retirada con un m ínim o de
pérd i d as . Así q ue la actitud del defensor q u ed a e nteram ente e xpli cad a ,
y e l sentido de sus ma niob ras, variables tanto c omo las circ u n s ta n ci as
pue da n serlo, pueden ser determinadas sin ambigüedade s.
Las leyes del equilibrio y de la s uperiorid ad nos dicen cuá ndo un ata­
que puede ser e mprendido con éxito y cuándo no. C uá ndo la po s ic ión
está equilibrada, cada ataque admite u na defensa suficiente. El intento de
ataque sí se define claramente; es por ello en tales situaciones una indi­
cación de error estratégico. Puede ser un "farol" con el intento de
defraudar al adversario o puede ser debido a falta de juicio. En el p ri mer

1 10
El principio de la justicia y de la lógica

caso, el "farol" tendrá c1ue ser abandonado sí el adversario no le hace


caso y util i z a el tiempo p ara avanzar vigorosamente hacía sus objetivos.
En el segund o caso, el ataque deberá fracasar, debido a un contraataque.
De estos i nd ici o s se hace manifiesto la correspondencia entre sen­
te n c i a y maniobra que sigue ac¡uí. Esta es la compilaciéin:
Yo desarrollo mis fuerzas. Ma n i obras que a pu ntan a difundir la
presión sobre el c a mpo en igu a l es pmporcíones.
Yo ataco la debi lid ad D. Acumulación de efectos sobre D.
Yo atacaré D. Acumulación de presión sobre D.
Yo me coloco a mí mi smo en un estado de defensa. Las debi­
l idades más grandes ocupn n l ugares de menor presi{m. La línea más
expuesta al efecto h o s 1 i l tiene muy ligera s d i ficultades, es di fici l de
reconocer y es muy múvil.
Yo amenazo con aniquilar la füerza F. A cumulando tanta presiún
sobre r·: que una l eve puesta en m a rch a baste con •miqu ilar la fuerza.
Tu amenaza es solamente un farol. Continuación trnnquila del
desarrnl l<� o completa tranquilidad , a pesar de <1ue se pueda ver la pre­
sión hostil sobre una debilidad.
Yo me evado de tu amenaza mediante la huida. l\ l ovimienco de
la debil idad amenazada hacia u n l ugar de menor presi{m .
Yo me enfrento a tu amenaza . l\faniobras <1ue a umcncen el
esfuerw que tiene que hacer el en emigo para ejecutar su amenaza .
Si tu ej ecu tas tu amenaza será para tu perjuicio. U na contra­
amcnaza sobre una dcbilidm.I de l enemigo cuya pa rad a es imposible sin
el uso de fuerzas c¡ue él h a desti n ado para el ataq ue.
Quiero ata c arte . Concentración d e la p resi ón sobre un a m plío
número de debilidades hostiles.
Tú no tienes derecho a esperar que tu ataque tendrá éxito.
Desarrollo acom pa ñ ad o por u n a ligera concentracíún de presiones
sobre debil idades hostiles.
Mi ataque ha empezado antes q11e el tuyo. Prevenir al enemigo
del contraataque med i an te acumulación de presiones sobre fuer7..aS
débiles.

111
Emanuel Lasker

Tú eres más fuerte que yo. Movimiento de huid a a si tios de


menor presión.
Concedo caminos, pero ten cuidado. Huida con pequeña pues­
ta en marcha durante la cual la p re si cín del tiempo esta concentrada en
puntos donde el enemigo puede ejercer gran pre sión .
Yo te atacaré mas tarde. Operaciones d irigidas a dismi nuir la
01woostit1 hos til , por ejemplo mediante la formación de una región
coherente de presión .
Quizá yo tenga que atacarte. O cu p ación de puntos de baj a pre­
sión, con stratoi de baja valía, que allí podrían ejercer una presión rela­
tivamente fuerte.
Mas tarde, yo me defenderé sin abandonar mi posición.
D esmontaje de la futura presión mediante la formación de un muro
defensivo.
Aguantaré tu ataque durante algún tiempo. Pun tos donde se
pueden obtener gran d e s efectos son ocupados por straloi m uy móviles.
Intento dejar caminos. Los stratoi de pequeña armoostia son envia­
dos hacia puntos distantes de baja presión.
Yo pongo ahora en juego todo en esta única oportunidad.
Considerable concentración de presión sobre una debilidad aunque las
ope raciones necesiten atravesar zonas de fuerte presión. Las futuras
amenazas e n emigas son totalmente i ¡,rnoradas.
Tengo tanto derecho como tú. Imitación de las maniobras de l
enemi¡,t0 bajo maniobras similares.
Tengo más derecho que tú. I m i taci ó n de Ja maniobra d e l enem i ­
go bajo condiciones mas favorables.
Tu ataque ha fracasado. Los stratoi que ejercen gran presió n están
obligados a la retirada.
Mi ataque ha fracasado. Los stratoi que ejercían gran presión se
retiran a puntos de presión leve.
·
Yo caigo, pero vendo mi vida muy cara. Los efectos van dirigi­
dos contra los stratoi que ejercen gran presión. No hay retirada.
Yo estoy desesperado. Ten cuidado. Movimientos agre sivos o

1 12
El principio de la justicia y de la lógica

a lguna otra preparació n contra el a rriq ue contra un ad ve rs ari o s upe rio r.


Tú estás perdido. Yo no n ece s i to asaltarte. La annoostia del ene­
migo está casi exhausta. Se ocupa una posición defensiva.
Tú tienes que atacarme o estás perdido. Operació n qu e reb aj e
considerablemente la annoostia del adversario.
Tu éxito es insignificante. C on tinuación del combate tras la pér­
dida de una d ebi li dad .
El éxito al que tu aspiras tiene muy poco valor. O se brinda
ayud a a la d e bi l i d ad asaltada, pero se tie ne la co mpen s ació n más alta
po s i ble a cambio de el l a. Prosecución con e n e r¡.,ría de un contraataque.
A no es más fuerte que B. Comparémoslos. B y A se enzar.1.a n
uno con otro. N i ngún bando se retira del cam p o.
Admito que Aes más fuerte que B. Parada de la runenaza de ¡\ con­
tra B mediante la ayuda de fuer.1.as auxiliares o mediante la huida de B.
Yo no estoy interesado en la cuestión de si Aes o no más fuer­
te que B. B se defiende a si mismo contra un ataque de A, pero no
hace n ingu na apuesta en marcha para atacar a A.
Yo quiero aniquilaros a todos vosotros. Operaciones que estén
d irigid as a a¡.,rotar co mple ta men te la t117noostit1 del enemigo.
Yo quiero obligarte a que luches en retirada. Co nce n trac i <) n de
presión en la po s ición e ncmi¡.,ra, pero nin¡.,>una sobre su línea de retirada.
Quiero causarte graves pérdidas. Co ncen traci ó n de pre sió n
sobre la fuerza ho s ti l, mientras simultáneamente se po ne baj o presión
su l ín e a de retirada.
Tú eres más fuerte que yo, pero no tienes derecho a esperar
en lo que vas a emprender. Ocupación de sitios con una aceptable
m agnitud de presi ó n , como preparaci ó n para un ataque, a un que uno
sea evidentemente mas débil que el enemigo. El objeto de es te ataque
son aq u ell as fuerzas que quieren ocupar po sicion es muy amena:i:antes.
El momento es favorable. Uno h ace grand es puestas en marchas.
Las presiones y las deb ilid ades son considerables.
El momento crítico no ha llegado todavía. Uno hace peq u eñas
puestas en marcha. Las pres i one s y las debilidades son pequeñas.

1 13
Emanuel Lasker

El momento crítico se acerca. Ocupación de sitios de pe<:¡ueña


presión desde donde sin gmndes puestas en marcha se pueden produ­
cir efectos.
Yo sé que mi posición es dificil de mantener, pero voy a actuar
lo mejor que pueda. Defensa lah01·iosa. J\foy poco contraataque.
Retirada en donde los stmtoi no estén obligados a exponerse ellos mis­
m o s a los efectos y así se cubren grandes debilidades.
Estas instancias pueden fiícilmeme ser sumadas como un conj unto.
Pem la variedad de posiciones y maniol>111s es tal que escribir una 1,1111 -
mática exhaustiva del lenguaje de maniobras sería por lo menos una
tarea ele considerable dificultad.

Cada uno tiene un conocimiento elemental de esre lenguaje. Los


muchachos aprenden en sus l uchas a hablarlo y a leerlo. Las mucha­
chas saben como interpretar los actos di rectos en los cuales la amabi­
lidad y la malicia, la adoraci(111 y la aversi<ín, se revelan po r sí mismas.
Los animales son rápidos en discernir el significado de movimientos
y situaciones. Cada especie de l ucha tiene su propio c<ídigo de scñali­
�.aci<mes. Entre los pistoleros, por ejemplo, el alzar las manos o el
movimiento hacia las caderas son bien entendidos como rendición o
an1enaza.
Si interpretamos las maniohrns de una 1t1<1t¡11it1, tal como se suceden
unas a las otrns, es como si leyésemos una discusiún o una disputa. En
ellas se hacen exposiciones de hecho, se sugieren posibilidades, se
esgrimen acusaciones entre los adversarios cnne sí, se sacan a la pales­
tra y se deciden cuestiones de superioridad, se intentan demostracio­
nes y aparecen e<:¡uivocacioncs. I ncluso cuestiones morales muy sutiles
son sometidas a discusicín y sentenciadas, por exLrnño que esto pueda
parecer a primern vista. ·foda moralidad viene basada, en último análi­
sis, en la igualdad esencial de seres de la misma clase y en el orden de
la vida, l' en la preferencia c¡ue merece ese esfuer.w y esa capacidad. En
las disputas implicadas en una 111aq11ia, se alcanza finalmente un punto
en donde la cuestión de equilibrio y de ventaja o la de magnitud y natu­
raleza de ia ventaja, tiene que ser establecida. Así, una disputa ante un

1 14
El principio de la justicia y de la lógica

j uez decidida sobre motivos morales y la interpretación de lo s aconte­


cimientos de una moquia corren en líneas p ara le las.
Regresemos ahora a la 111aq11io sob re el campo de batalla, e imagine­
mos a u n jue z, al que podríamos llamar i\1oq11eo, un personaje total­
mente ideal que está dotado para su trabajo con la perfección de una
111oqueida. Digamos que la tarea de lvfoqueo sea la de seguir el enfrenta­
miento expresado en el len¡.,ru aje de maniobras y t o m ar decisiones,
garantizando éx i tos y victorias a los bandos contendientes.
Moqueo es idéntico, s i q ueremos ex presa rlo así, con las le yes de la
111oquia, so b re cuyos acontecimientos él preside. 1'�1 es la personificación
total de aq uella s le yes. Pel'o esas leyes incl uyen el princi p i o de equili­
brio y ventaja y l a s demás leyes que resultan de ello. Mt1queo tiene por
tanto que ser guiado por principios morale s, como podría mostrar el
razonamiento anteriormente em plea do. Y él es lógico, pon¡ue permi­
g
tir una incon ru enc ia en la l<'1gica sería et¡uivalente a dar la prefe ren cia
a un me ntiro so, lo que sería inmoral.
El plan del general tiene, por c o n s ec ue nci a, que ser concebido de
tal manera que sea capaz de aguantar el escrutinio del infinitamente
j usto MtltJllCO. Tiene que ser lúgicamente consistente y objetivo.
Esto encarna el pri nci pi o de lógica y justicia.
Podríamos sacar otra conclusión importante de las consideraciones
anteriores. Aquel que emplea la fue1'7.a o quiere constreñir, aquel que
qui ere en a ltece rse a sí mismo de cualquier manera, se topa con el ins­
tinto de j usticia que inmediatamente le acusa de buscar preferencia
indebida. Así, en la dispura delante de Moqueo, el agresor de la 111oq11io
se tiene que defender a sí mi smo. Su defensa se expresa en el lenguaje
de maniobras que sólo pueden ser usadas ante Jl;foqueo, de ahí se s i¡,rue
que el ataque de una 1nt1queidtt tiene que i ndicar no solamente que hay
una ventaja en la que se basa, s ino que el método del ataque es pro­
porcio nado y en rel aci ón con la na turaleza de esa ventaja. El motivo de
la ventaja tiene que ser razonado abiertamente por el general, )' sus
maniobras agresivas tienen que estar, paso por paso, en armonía con
ello. Además, puesto que el agresor de la maquia es un defensor ante

1 15
Emanuel Lasker

Moqueo, tiene que esco¡.,>er sus maniobras para conformar, en la 111oq11iel


ante Moqueo, el acoplamiento con los principios de defensa previa­
mente expuestos. El defensor 111oqueido, después de haber asumido la
posición de máxima seguridad, es siempre económico en sus puestas
en marcha. No h ace ningún esfuerzo, a no ser que se vea obligado a
ello, y entonces da rienda suelta a la fuer..ia solamente en proporción a
s u intensidad. De ahí que el atacante, después de haber elegido el plan
que le parece mas justo )' más l<Ígico, no debería cambiarlos a no ser
que los ar¡.,>umentos del defensor ante /}foq11eo l e obli¡.,>uen a hacerlo. Y
enronces deberla proceder de tal manera t¡ue surja en los términos más
económicos la respuesta más incisiva a las objeciones levantadas por su
oponente.
Hay un proverbio que dice: "Los molinos ele Dios muelen despa­
cio, pero con extremada finura". Esto afirma que los acontecimientos
en la lucha por la vida a¡.,lfomeran un principio de justicia que trabaja
despaciosamente en su devenir_
"El comercio lleva cosas de las que · hay superabundancia allí en
donde son necesitadas" (Emerson). Un negocio tiene razón de ser
solamente en la medida en que sea comercial (principio de trabajo y
justicia). Y es provechoso con solidez solamenre en la medida en que
demuestre su utilidad (po�1ue la ventaja ganada por un ataque es pro­
porcional a la superioridad inicial del agresor) . El hombre de negocios
que quiere obtener más c1ue la inicial valía de su trabajo es como el
general que espera demasiado de la explotaci<Ín de una pequeña debi­
lidad del enemigo. La exageraci6n de sus deseos resultará desastrosa
para ambos_
"Un orador tiene que aportar un mensaje" (Elbert Hubbard). No
tiene que intentar crear interés. Los oyentes son los que tiene que tener
interés en el planteamiento, pero el orador tiene que moldear el mate­
rial crudo. É l tiene que decir algo nuevo y es en cial con cada sonido o
expresión que emita (postulado del trabajo). Tiene que ordenar sus
pensamientos de manera que el flujo de ideas que produce en su
audiencia sea armonioso (principio de econonúa). Tiene que reservar

1 16
El principio de la justicia y de la lógica

su é n fasi s y su ar te retórico para aquellos p u n to s donde el tema e s del


m áx i mo in te rés y n o tiene ni que evitar ni qu e exagemr las opo rt u ni ­
dades para i n fl a mar la i m agina ci ón de sus oye ntes (pr i n ci pio de j u s ti ­
cia) .
N uestros m édicos y n u e s t ro s maestros son sustitutos de óq,>a nos
que la na turale za hasta a h o ra no ha tenid o tiempo de desarrollar. Un
h om bre que v iva en un ambiente si m ple tiene un médico en él m i s m o.
Mientras él d u e r me o d e s ca n sa , un estratega muy sabio, hábil y versá­
til, reconoce todos los puntos débiles de su c ue rpo y l os repara; el órhra­
no médico del cuerpo, permanece siempre d esp i e rto y ac ti v o Di ficul ta
.

la invasión de m icrobi os hostiles, los comb a te cuando o bt ienen entra­


da y pre para una a n ti tox in a para ani q u i lar los refuer/.oS d el enemigo.
No se le im pu l s a fácilmente a medi d as vi o le n tas per o c u and o d eci d e
,

e mp le arl as concentra toda la fuerza a su d i s po sici 6n y en una avalan­


cha llena de coraj e; mientras el cuerpo está h u m edeci d o en sudor feh ri l
y e l cerebro entumecido en su facultad crítica, usa todos sus recursos
para resultar victorioso. Está bien familiarizado con el tratamiento de
enfermedades a las cuales han sido sometidas generaciones prev i as.
Conoce como curar enfermedades de la piel, una plaga de nuestros
an te pa sad os. Cura todas las heridas que no estén producidas por
armas. Cuando los hombres son as al tad o s por una nueva enfermedad,
a prende en lentas e tapa.� como tratar el mal. J �'\ e n fe r med ad pi e rde con
el tie m po su virulencia y es ella la que se d eb i li ta.
El c uerpo tiene e sc a s a consideración para con el ind ivi d u o, pero
vigila cuidadosamente el in te rés de la raza. Empuja al ind ivid uo a que
l u ch e contra un e n em igo de la raza c on un ímpe tu extreme� ;\sí, ac túa
como el guard ián de los i nterese s de todos. Es un altruista muy sabio,
que ejerce s u s prácticas porque en la batalla incesantemente luchada
por la raza contra el amb ie n te y la s bacterias es una necesidad estraté­
gica que los mie mb ros de la raza ofrezcan frente al ene migo un frente
unitario.
Pero ante situaciones nuevas para la raza no sabe a ve ce s lo q ue hay
q ue hacer. Eso e s por lo qu e en las co mplic ad as condiciones de la

1 17
Emanuel Laske r

sociedad mo derna necesitamos a Jos médicos.


Nuestros doctores más competentes s iguen las tác ti cas del órga no
m éd i co. El l os lo aprec ia n como su más poderoso aliado y, en la mayo­
ría de los casos, crean simpl emen te el a mbiente al que está acostum­
brado y le dejan hacer el resto. Pero los doctores que q ui ere n impre­
sionar a la mu l ti tud, que in fo rtunad a mente se guían por un sentido
romántico, sensible a la s uper sti ción , al m i to, al milah•ro y a l o incom­
prensible, se comportan como las an típodas del verdadero estratega, el
mani ob ra dor. Ellos prometen conquist.'\r a Ja enfermedad por listeza,
no por esfuerzo. De acuerdo con ellos, el paciente necesita so l a mente
i nge ri r un poco de algún brebaje ex t ra ño y sus debilitados (>rganos y
deso rganizad a s células rea.�umirán sus condiciones nor m a l es.
"En la naturaleza h umana hay generalmente más i ngred ien te s de
los necios q u e de los sabi o s, y por ello aq uellas facultades que están
injertadas en la parte necia de la mente humana son las más potentes"
(B ac on : Sohre el atrevn11ienlr!).
Nues tro mayor pecado médico es la vacunación. Está fundada en
una mala estrategia e i ncluso en una mala lógica. Con la vacunación se
prod uc e un suero que permanece en las venas y previene contra los
ataques de la v ir uel a . Pero el resulta do se obtiene a un precio escalo ­
friante. r �'l operac ión inicial mutila a muchos niños )' el suero contra la
vi ruela no tiene armoostia contra n ingu n a enfermedad, sino contra la
vi ruela. De ahí que el cuerp o qu ede permanentemente debilitado con­
tra un lo te de enfermedades excepto contra la viruela. En parti cu lar,
los bacilos de la tuberc ulo si s se aprovechan de ello. Posiblemente el
i n cremento de la enfermedad sea deb id o a l a vacunación. El p rocedi ­
miento es contrario al principio de defensa económica. Y es ilógico,
porque el p ri nci pi o de la cura de una enfermedad i n fecciosa de cada
cu al tiene que apl icarse a otros para que sea lógico, pero ningún médi­
co consciente aconsejaría la vacunacic'>n como el tratamiento idóneo,
para digamos, seis enfermed ad es po te nci al e s. Un cuerpo maltratado así
seria i n capaz de resistir a u n mero re sfri ad o.
La cu estión de cual es la estrategia correcta contra u n a en fermed ad

1 18
El principio de la justicia y de la lógica

i n fecciosa puede ser respondida en líneas generales. El muro co ntra


ello es el s:meamiento. Si el enem igo lo perfora, necesitamos un servi­
cio expl orador para reconducción la in formaci(m. Per o la sociedad no
lo ha organizado. Los niños deberían ser enseñados en la escuela a
medir su pe s o, a contar los latidos de su pu l so, a determinar la tempe­
ratura de su sa ngre y, generalmente, a encontrar por medios simples si
su estado es normal o no lo es, y en q ué di t-ec c i ú n es anormal . Para

educar a la naciún a este respecto valdtía la pena al¡.,11.ma molestia, aun­


que solo fuera para 'lue cada uno es tuv i e se capacitado para discemir el
e fecto i nmediato de la disipacicin y del sohreesfucrm. Es solamente
cuando una i n f ormaciún i md igentc ha a lca n za d o al méd ico cuando su
'
ayuda p uede tener validez. l '.I tiene que analizar el peligrn al igual <J ue
d defensor an a l i za r la amenaza y entonces parar el golpe, preferib l e ­
mell le con el mínimo de med ios y en tiempo hrevc.
De esta manera, él defiende la raza contra su enemigo, con arreglo
al pri ncipio de economía.
Es d i fícil de concebir <1ue el saneam iento fuese ineficaz contra la
vi ruela y que h ubiera que recurri r a l a vacunaciún como a la má.< ancha
l ínea de defensa compati ble con Ja seguridad.
El cerebro tiene un instinto <JUe actúa como un maestro enset''ia n te.
El desarrollo completo de la raza humana fue debido a clh Prometeo
fue inventado para person i ficar el tema. Nosotros podemos identi fi ­
carlo como u n a s u m a de la memoria y de l a irnaginación. l� I ambiente
establece una tarea, el hombre tiene 'JUC hacer un fuerte empeño para
solucionarla -quizá su obtención de alimentos depende de su habilidad
parn desenvolverse en la situación- pone a su imaginación a traba ja r,
ensaya )' la memoria registra el resultado. Un amplio número de acon­
tecimientos relacionados ense1'ian una lección inolvidable. El proceso
transcurre por !Tes etapas: desL"<>, esfuerzo y memoria. Nuestros mejo­
res profesores se contentan con representar con esta formula el
ambiente que plantea el problema. Si es necesario se ayudan en el pro­
ceso señalando en donde ha fracasado el esfuerzo. El crear en el al u m ­
no el deseo de superar un obstácul o es una tarea cuya solución <lepen-

1 19
Emanuel Lasker

de enteramente de su ps i col ogía y es, por con sigui en te, muy vari abl e.
Pero la ley que tiene que ser s egui da es s iempre la misma; el maestro,
al i!,rual q u e el artista, no tiene que derrochar el interés. Tiene que ser
económico en s us llamadas de atención. El m aestro tiene que usar la
persuasión solamente donde el artista hubiera sido enfático. Ambos
tienen que ser ahorrati vos con los medios que utilizan.
Es muy dudo s o que nuestros maestros en las escuelas p úb lica s o
n u e stros cole¡,ras se acerquen al ideal. Lo que ellos logran no parece que
sea propo rci o nado al tiempo utilizado y a la puesta en marcha que ellos
exigen. N uestros jóvenes, después de haber pasado por un perforan te
entrenamiento de doce años, muy rara vez con oce n su propio lengua­
je. Y en m atemá ti ca s y fís ica tienen lagunas. Se les han dado prob lemas
para sol ucionar poco naturales, han sido enseñados en asignaturas
i nn ecesari as y com o resultado se i m aginan que la destreza en matemá­
ticas se muestra por la habilidad en solucionar retorcidos acertijos, y
que los matemáticos son h om b re s con dotes maravillosas para recor­
dar fórmulas extrañas y para hacer cálculos prolongados. Sobre la
arm onía d el p en samiento, sobre el pode r l' adaptabilidad y sob re las
verdaderas mecas de las matemáticas permanecen completamente
ignorantes.
El desafortunado res u l tado de nuestro sistema de ense ñan za de la
física es que las ideas de nuestros jóvenes, en lo que se refiere a las pro­
pie dades de la materia y la actuación de fuerzas, se co nvi erte n en fija­
ciones. El cerebro el ástic o y altamente i maginativo d e u n j ove n asimi­
la con a n sia una teoría que e x pl iq ue un fenómeno en términos de dibu­
jos concretos. La teoría de los dos fl uidos eléctricos, por ejemp lo, apela
con tanta fuerza a Ja i m agin ación de un joven alumno que se convier­
te en un asunto de firme creencia y él considerara cualquie r intento de
dar otra explicación como casi una herejía. Él auténtico fisico mira una
hipótesis solamen te como una ayuda para l a mem ori a o, todo lo más,
como un estímulo para la inve n ción . Él dis tingue con agudeza entre
axioma, d educción, hecho e xperi men tal y s up osici ón, y media nte ello
apren d e como evaluarlos correctamente. La fluidez de sus ideas sobre

1 20
El principio de la justicia y de la lógica

fisica mantiene su interés siemp re alerta, mientras que la rigide z del


paquete de fórmulas que el hombre aprend e en la escuela, al satisfacer
su sentido de lo misterioso, mata su deseo para la búsqu ed a .
La funci ó n de la música es llevar hacia la conmoción los deseos y
temores almacenados en nuestra m e nte. Mientras ellos se remueven,
generan en nosotros unas series de i m presi on e s que actúan como un
fonógrafo, el cual, una \>ez qu e el sonido se h a impreso en el cilindro,
p uede reproducir ese sonido en cualquier momento. De este modo, la
música hace que nuestros órga nos para los deseos y para los temores
se invente una historia para nuestra p ropia delectación. Hay leyes que
gobiernan la re laci ó n de la historia con la pieza musical. La armonía
deja a la historia progresar en p r opio curso, la discordancia crea deseos
contrarios y se siente como c omp l e j idad o como conflicto. La melodía
es el tema del recital, el factor común de los sonidos l]Ue c o m pone n la
.
piez a .El volumen de sonido es la expresión natural de la corres pon ­
diente impron ta mental. La con exión entre una pieza m usi ca l y su
interpretación inconsciente por la men te depende de o tros muchos
factores de los aq ui en u m e rad os y tendría que ser estudiada en detalle.
Pero cu a l esq u i era que puedan ser estos factores, sabemos que ciertos
principios de es tra tegia tienen que preval ece r en la música 111aq11eida. El
conflicto de la disarmonía tiene que ser llevad o lógicamente hacia una
c onclu sión , como en una hi s tori a con un villano y un héroe. El é n fas is
no tiene que se r usado en vano. Tiene que haber j ustificación )' pro­
porción para él, el co mpos itor no tiene que mostrar pre ferenci a s inde­
bidas. Esca es la ex i¡,>enci a de l p rincipi o de justicia .
En la s mejores críticas musicales, estos principios quedan expres a­
dos de una forma o de otra. Por ejempl o, Lawrence Gilman dice sobre
Claude Debussy en l a página 878 de la North American Review de
1 906: "Él exhibe una repu¡,rn ancia s o bre el lugar común de lo que
alcan za con facilidad ... J�l hac e cosas que para aquellos que han esco­
gido como función hierática el ensalzar los viejos códigos parece como
algo anarquista. Sin emba rgo cuando se comp rend e su idioma, uno se
da cuenta de su lógica delicadamente inexorable...".

121
Emanuel Lasker

1 l ay pue s, de acuerdo con la crítica, u n lenguaje dentro de la músi­


ca (]Ue p ued e expresar pensamientos m u si ca le s de_ forma lógica, o d e
otm manera c u ya elocuencia puede ser ru tin a ria y vul¡,rar o ser profun­
da. l l ablando de Pelea.ry 1\.felismda el mis m o escritor dice: "Escuchando
su m ú s i ca uno q ueda atrapado al i m agi n ar que brotaron del mis m o
cerebro el drama y la m ú si c a. No solame nte es imposible co ncebi r la
p i e :<a e s cé ni ca en m a ri d aj e con cualquier otra mú si ca ; es d i fíci l después
de escuchar la obra en su f o r ma lírica pensar en ella aparte de s u
comentario tonal". La d e te rm i nac i ón de la acción 1naqmido q ueda aquí
c onfi r m ad a musicalmente. En otra pagi n a uno lee: "Su orquesta refle­
ja las impl icaciones e moc i o nal e s del texto y de la acción con escru p u­
losa fi d el id ad , pero de manera s uges tiva en luga r de un énfasis detal la­
do. El dmma está m uch o menos atenuado q ue c on \Vagncr, pero la
nota de p asicín o de con fl icto o de traged i a nunca es f1 m:ada. Sus per­
sonajes aman y desean, od ian y se exaltan y m u ere n con una so rp re n ­
dente e c ono m ía de veheme n c i a y reiteración . . . aun así, ca ren te de retó­
rica como es la m úsi ca , no es nunca pá l id a ; y en los m ome n tos verda­
deramente c li m ático s, tales como la e scena de la agon ía de Goloud,
con M e l i s e nd a en el cuarto a c to, y en el éxtasis de la c u lmi n ac i ó n de la
escena final de amor, la música sostiene la crisis dramática y em oc i o n a l
con una c o m pete nc i a soberbia". l .. a c ritica aquí alaba la economía y
señala la j u sti c i a del trab ajo de Debussy.
Lo que un j uez hace en una audiencia son c u atro cosas: Dirigi r . la
evi d e n c i n, moderar largas repeticiones o impertinencia en el habla,
recapi tular, se lec ci ona r y filtrar l o s pu ntos materiales de lo que h aya
sido dicho, y d ic tar la regla o sen ten c i a (Bacon, Sohre lo ]111Üml11m). Lo
primero es el oficio del crítico; lo segundo, la apl i caci ó n del principio
de ec o n om ía ; lo tercero atañe al pri nci p i o de l a v al i d ez y lo cuarto es
una ta rea para ser ejecutada con la lúgica, j u s t i c i a y la ley escrita.
Suficiencia de las leyes

Los res u l tados a los q ue hemos l lega d o son suficientes para mos­
trar de qué manera los acontecimientos de una 1tN1qnia están suj etos a
la razón, y que no i mp orta cu án ex tensa p ue d a ser la tarea del gene­
ral, cómo tiene que proceder para hacerle justicia. Hemos mostrado
que el desarrol lo de las fuco.as debe tender a ejercer presión adicio­
nal sobre el campo y h a cerl o con u n mínimo de p ue s ta en marcha y
un máximo de nt7tloostia. Hemos probado que un ataque tiene que
es tar fondado sobre una ve ntaj a y c1ue, v i c eve rsa, una ventaja llama
para un ataque. 1 1 emo s explicado que l a característica esencia l de la
defensa es su economía, ll ue por co n sihruie n tc tiene siempre que
actuar en el m o m ento preciso -ni ames , ni de s pués - y con los med i os
ahorrativamente suficientes. H emos i n troducido un en te ideal , el per­
sona j e i n fin i ta m ente l ógi co y j u sto q ue es Mt1qu1•0, q u i en en la \0 itla es
p erc i bido como l a conciencia cri tica d e la 111t1qnin y ante l l U Ícn d agrl"­
sor d e Ja 111aquia tiene que c l ari fic a rse a sí mismo, e n el código . J ,·

maniobras, de los cargos esg rimidos desde el mismo c<>d igo por d
defensor de la 111aquia, de q ue s ea de alguna manera dcfiniliva i n j 1 1 S 1 1 1
o i lógico e n sus pretensiones. H e m os visto que con l a 111111¡11i,1 < º l l d
ca m po se corresponde paso por pa s o una acción ante M11q11m. 1 ': 1 r a
aplicar estas ideas en nuesrras l uchas tenemos que estud i a r , · n n . J,·1 a
lle el cód i go de man íobms ele l a 1Raqnia, tal como estudiarí; 1 1 1 11 •s 1 1 1 1
idioma, y des p ués llevar nuestro caso a n te A1aqueo, como lo l w ri.1 1 1 11 1:.
ante un i n sobo r nable j ue;-; h umano.
Sí lo hacemos así, obtendremos final mente los mejon·s n·s1 1 h ; 1 1 l1 1· .
que p odemo s alcanzar, porr¡ne ni11gn11a �ey qne 11 0 sftl c11f>11>. dt '""' ¡,�''.'"'
deducción de las �s estahlecidas en este lihro puedt ser válida r11 111t.1 """!'"·'·
Esto pue d e mosrrarse con un razonamiento ri guroso. Ca.la J
1 1 1;11 111 1 .1 .1

p ara ser útil tiene q u e cumplir c o n u n trab a j o, o s e ría co1 1 1 r:11i1 :1 1 1 1 w ·.

tro postulado del trabajo. Ti e ne por co nsigu i e n te tiuc 1 1 1 1 11 1 1 1 11 .11 l.1·.


variadas magn i tudes de presión en el cam po y, lle :1nll" n l 1 1 • "" l.1-.
consideraciones d el último ca p ít u lo, tiene q u e desarro l l a r , . . " l 111 · 1 1
agresivamente o bien defensivamente e n cada p 1111 1 1 1. F I ' "" " I '"

1 25
Emanuel Lasker

puede por tanto ser pa rcel a d o en zo n as en donde la maniobra es una


u otra o la tercera. Pero he mo s establecido las leyes para el desarro­
llo, la defensa y el ataque. De ahí q u e si ded icamos al prohlema el
estudio suficien te po de mo s comparar los méri tos de m a niob ra s pla­
ni ficadas y comprender su naturaleza cuando sean h e ch a s.
Por muy d i fícil que pueda ser e sta tarea, necesitamos por lo m e n os
no tener miedo de que una fuerza mística, o cualquier fuerza de otTo
tipo, con la que no haya mos entrado aquí en conocimiento, sea la que
decida el resultado.

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